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El documento habla sobre el Concurso de Cante Jondo que tuvo lugar en Granada en 1922. Fue organizado por Manuel de Falla y Federico García Lorca para celebrar el flamenco y promover su aceptación entre los intelectuales españoles de la época, muchos de los cuales despreciaban y minusvaloraban el flamenco. El concurso marcó un hito importante en el reconocimiento cultural del flamenco y ayudó a cambiar la perspectiva negativa que tenían los intelectuales sobre este arte.
El documento habla sobre el Concurso de Cante Jondo que tuvo lugar en Granada en 1922. Fue organizado por Manuel de Falla y Federico García Lorca para celebrar el flamenco y promover su aceptación entre los intelectuales españoles de la época, muchos de los cuales despreciaban y minusvaloraban el flamenco. El concurso marcó un hito importante en el reconocimiento cultural del flamenco y ayudó a cambiar la perspectiva negativa que tenían los intelectuales sobre este arte.
El documento habla sobre el Concurso de Cante Jondo que tuvo lugar en Granada en 1922. Fue organizado por Manuel de Falla y Federico García Lorca para celebrar el flamenco y promover su aceptación entre los intelectuales españoles de la época, muchos de los cuales despreciaban y minusvaloraban el flamenco. El concurso marcó un hito importante en el reconocimiento cultural del flamenco y ayudó a cambiar la perspectiva negativa que tenían los intelectuales sobre este arte.
GRANADA, 1922: PRIMERA CELEBRACIÓN DEL CANTE JONDO
Quisiera convertir mi intervención de esta noche en un homenaje,
el homenaje más sencillo y modesto y, al mismo tiempo, el más necesario de todos, el que se deriva del ejercicio emocionado de la memoria. Quiero recordar con vosotros el nombre de una ciudad, Granada, y unas fechas, 13 y 14 de junio de 1922, que han quedado grabados para siempre con justicia en la memoria común de los artistas, aficionados y estudiosos del Arte Flamenco. Digo “con justicia” porque el Concurso de “Cante Jondo” (Canto Primitivo Andaluz) organizado en Granada en esas fechas por Manuel de Falla y Federico García Lorca no es solamente la primera celebración colectiva del flamenco realizada en España por un grupo de intelectuales entusiastas, es también un hito decisivo en la historia de la música y de la cultura españolas, un acontecimiento que marcó un antes y un después en el devenir del flamenco. Ya sé que esta última valoración no es aceptada por mucha gente, soy consciente de que son numerosas las personas del mundo del flamenco y de fuera de él que relativizan, minusvaloran o sencillamente desprecian el resultado de aquel concurso por diversas y torcidas razones, como queriendo reducirlo a nadería insignificante propiciada por unos cuantos intelectuales y artistas afanosos pero desorientados, con más voluntad que conocimientos sobre lo que llevaban entre manos. No ignoro las múltiples acusaciones que se han hecho contra aquel acontecimiento inolvidable, desde la primera hasta la última: españolada o fiesta de señoritos, ingenua reivindicación de un supuesto flamenco puro y no profesional, pobreza de resultados artísticos, fracaso por falta de continuidad, ignorancia flamencológica de los dos organizadores principales, afectados por un neorromanticismo incurable, etc., etc. Sobre esas críticas, baste con decir, como sabido desde muy antiguo, que cuando los sabios señalan a la luna con el dedo siempre hay una legión de ignorantes dispuestos a olvidarse de la luna y fijarse en el dedo. 2
Esa es la profunda razón de que haya todavía hoy sedicentes
flamencólogos que, con altanería acomplejada y autosuficiente, miran por encima del hombro a Falla y García Lorca como si fuesen un par de indocumentados que se metieron, por su mala cabeza, en camisas de once varas. Repito los nombres de las víctimas de dicha altanería: Falla y García Lorca. Es decir una de las cumbres de la música española y universal y uno de los poetas más geniales que ha dado la historia de la literatura. En fin, con su pan amasado con soberbia e ignorancia se lo coman y que les aproveche. No voy a entrar en esa polémica, pues no es esta la ocasión. Aquí hemos venido a celebrar lo importante y no a parar en detalles menores. Pasemos de puntillas sobre esas brasas mezquinas que no acaban de apagarse y vayamos a nuestro asunto. He dicho que el Concurso de Granada fue un hito decisivo de nuestra cultura y debo explicarme. Para ello os invito a no quedarnos sólo con el presente de nuestro arte en lo que a consideración social y cultural se refiere y a hacer un breve repaso de la situación en la que aquel concurso nació. Hoy el Flamenco, para bien y para mal, está de moda, y nadie siente desmerecida su capacidad intelectual por declararse aficionado, antes al contrario, esa afición parece poner un cierto tono exótico en la personalidad de quien dice sentirla, aunque sólo sea por bañarse él también en la espuma de los tiempos. Sin embargo, aunque ahora nos parezca mentira, la honorabilidad de esa afición ha estado puesta en entredicho casi siempre por la llamada gente culta hasta convertirla para los integrantes de su gremio en una especie de vicio solitario y nefando. El esnobismo, el papanatismo y el aristocratismo mal disimulado de muchos de nuestros intelectuales propició que durante demasiados años en España sólo se pudiera ser noble de espíritu si se lloraba en público con Bach, Mozart o Tchaikovsky, pero para hacerlo con La Niña de los Peines, Manuel Torre, Antonio Chacón, Manolo Caracol o Terremoto de Jerez uno tenía que esconderse o dar explica- ciones. No seamos, pues, desmemoriados e injustos con el pasado, tengamos presente el insultante menosprecio, la cruel ceguera, la 3
inmensa estupidez que el flamenco ha tenido que soportar durante
tantísimos años por parte de la mayoría de nuestros hombres cultos. Recordemos la época, no tan lejana, en la que en España sólo era posible considerarse culto y, a la vez, aficionado al flamenco si uno se declaraba incurablemente esquizofrénico. No olvidemos que durante muchísimo tiempo lo que podríamos denominar genéricamente como la inteligencia española se ha acercado en su mayoría a la más nuestra de nuestras músicas con los ojos y los oídos llenos de prejuicios clasistas y racistas, dejándose guiar por un principio ilustrado incons- ciente que más o menos podría formularse así: de esas gentes analfa- betas y miserables no puede salir nada bueno para nuestra cultura. Durante casi dos siglos nuestros intelectuales se dedicaron a distanciarse de su propia tradición convirtiéndose en francófilos, anglófilos o germanófilos, y se afanaron en justificar su elección maldiciendo y despreciando con saña al pueblo supuestamente primitivo, atrasado y analfabeto con el que les había tocado convivir. Por tanto, insisto, no seamos desmemoriados y seamos agradecidos, porque la importancia cultural y artística que hoy se le reconoce al flamenco, aunque en ocasiones sea a regañadientes y de mala gana, no ha surgido por generación espontánea. Muy al contrario, es la obra colectiva de un grupo de personas, no muchas, la verdad sea dicha, que han puesto su mayor o menor talento en reivindicar la música popular más profunda y estremecedora que hoy tenemos en Europa. Y en ese logro colectivo el Concurso de “Cante jondo” de Granada de 1922 supuso un paso fundamental y decisivo. Antes de esa fecha sólo la voz de Antonio Machado y Alvarez “Demófilo” se había atrevido a clamar en el desierto, pero, más fuertes e influyentes que la suya, sonaban en el panorama cultural español las voces de los miembros de la generación del 98, tan venturosas para la literatura en castellano como desdichadas en sus valoraciones sobre el flamenco, construyendo una imagen parcial, deformada y ridícula de nuestro arte. Carlos y Pedro Caba han resumido ese menosprecio noventayochista en pocas y acertadas palabras: “El cante jondo, en concreto, era 4
despreciado con sinceridad por la 98. Unamuno, tan universalmente
español, ni lo cita; Costa y Maeztu, de rumbos europeos, no lo sospechan; Baroja, casi siempre despreocupado y tóxico, aunque comprensivo y tierno en sus corrientes subalveas, habló alguna vez en sus novelas de lo flamenco, referido a un organillo, a un fonógrafo o a un bar de camareras, con el mismo gráfico desdén que tiene para todas las basuras suburbanas; <<Azorín>> es totalmente impermeable para lo jondo; Ortega, ya lo sabemos, ve en él un poco de quincalla meridional.” En ese mismo contexto dice Leopoldo Alas Clarín: “Cuando yo me marché de Madrid, hace tres años, predominaba...donde debiera estar el arte, el género flamenco...Todo asunto de cuernos, chulos y cante; vengo ahora y me encuentro con cante, chulos y cuernos.” A todo ello hay que sumar la actitud radical y beligerante de Eugenio Noel con su famosa campaña antitaurina y antiflamenca y, en el terreno artístico, el auge cada vez mayor del cuplé y de la llamada “opera flamenca”. En definitiva, la mayoría de los intelectuales españoles anteriores a la generación del 27, salvada la honrosa excepción de Antonio y Manuel Machado, contemplaban el flamenco desde una injusta y reduccionista ecuación: flamenco es igual a españolada. “Ellos llamaban españolada, dicen con acierto Carlos y Pedro Caba, a los cromos abigarrados con que un Byron, un Gautier o un Merimée presentaban a España. Era la llamada España de pandereta. Y tanta equivocada importancia dieron a los juicios de turistas literatos, tanta alarma les produjo pensar que Europa podía creer que España era así, que acabaron por irritarse contra los toros y el cante jondo.” Dicho esto, es fácil comprender que el panorama con el que Falla y Lorca se encontraron no podía ser más desolador y el empeño que asumieron con entusiasmo no podía ser más quijotesco: se trataba de transformar la realidad, de cambiar la mirada de los españoles para que más allá de la imagen ruín y miserable, del desprecio que pesaba sobre el flamenco, fueran capaces de descubrir y valorar su enorme riqueza musical y poética, su hondura expresiva, su conmovedora 5
dignidad. Se trataba, ni más ni menos, de descubrir la hermosura de
Dulcinea detrás de la aparente fealdad de Aldonza Lorenzo. Fue, por tanto, aquel empeño una labor de educación estética y moral, una fiera acometida contra molinos y gigantes, contra todos aquellos prejuicios y perversos encantamientos que impedían a los intelectuales acercarse al flamenco y que lo habían convertido en una vergüenza nacional. Así lo calificaba, por ejemplo, Eugenio Noel, quien, por cierto, hizo todo lo que pudo contra el Concurso de Granada, cuando describe el baile de Pastora Imperio: “Viendo bailar a esta mujer se concibe que España lleve seis siglos de retraso a los demás pueblos en su civilización.” Los propósitos de aquella aventura pedagógica, estética y moral que fue el Concurso de “Cante jondo” de 1922 aparecen ya claramente expuestos en la instancia cursada al efecto por los organizadores a través del Centro Artístico y Literario al Ayuntamiento de Granada el día 31 de diciembre de 1921 para solicitar una subvención de 12. 000 pts. En dicha instancia se subraya la importancia artística del cante desde sus aspectos musical y lírico “aunque equivocadamente el vulgo de los españoles se aparta con desprecio de él como de algo pecaminoso y emponzoñado. Y es por esta actitud de perversión estética por lo que prefiere a la cupletista al cantaor, por lo que, de seguir así, al cabo de pocos años no habrá quien cante y el cante jondo morirá sin que humanamente sea posible resucitarle; máxime cuando técnicamente es imposible hacer la notación musical de estos cantos y por ello no pueden archivarse. Si la continuidad de los cantaores se interrumpe, se interrumpirá para siempre el cante.” Desde el primer impulso, Manuel de Falla y García Lorca desarrollaron una frenética actividad para sumar fuerzas intelectuales en torno a su magnífica empresa de revalorización y reivindicación del flamenco. Firmaron el documento antes mencionado, entre otros, Joaquín Turina, Juan Ramón Jiménez, Bartolomé Pérez Casas, Ramón Pérez de Ayala, Oscar Esplá, Alfonso Reyes, Fernando de los Ríos, Manuel Jofré, Fernando G. Vela, Tomás Borrás, Enrique Díez Canedo, José María Rodríguez Acosta, Conrado del Campo, Manuel Angeles 6
Ortiz..., es decir, escritores, músicos, pintores, profesores, todos ellos
personalidades de renombre que pusieron su bien ganado mérito al servicio de aquella causa. Se sumaron a ellos con su apoyo incondicional, aunque no firmaran la solicitud, Zuloaga, Santiago Rusiñol, Federico Mompou o Felipe Pedrell, maestro de Falla. Participaron en la polémica con Eugenio Noel Miguel Cerón, Hermenegildo Giner de los Ríos y Manuel Chaves Nogales. El propio Falla intentó invitar al concurso a Ravel y Strawinsky, pero la idea fue rechazada por el Ayuntamiento por falta de presupuesto. Durante los días previos al concurso hubo recitales de Andrés Segovia y Manuel Jofré, una exposición de Zuloaga, lectura de conferencias de Falla y García Lorca. Don Antonio Chacón presidió el jurado, Ramón Montoya acompañó a la guitarra a los participantes, actuaron fuera de concurso Manuel Torre y Juana la Macarrona, acudió entusiamada La Niña de los Peines, Ramón Gómez de la Serna intervino como presentador. En fin, no quiero ser prolijo en el relato de hechos que son ya de sobra conocidos, pero basta repasar la relación de nombres que antecede para deducir sin esfuerzo que por aquellos días Granada fue la capital cultural de España. Pocas veces se ha juntado tanto talento alrededor de una misma causa y, por supuesto, jamás tal suma se ha repetido en lo que se refiere a la causa del flamenco. Por decirlo en pocas palabras, la plaza de los Aljibes de Granada fue el escenario en el que se produjo el primer gran abrazo colectivo entre los intelectuales y el flamenco, fue la bóveda de resonancia en la que la voz de alerta de la inteligencia y el grito desgarrado del cante quedaron unidos para siempre. Esa voz de alerta la dio como nadie García Lorca, con aquella frescura y pasión que ponía en todas las cosas, en el inicio de su conferencia titulada “Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado <<cante jondo>>” y celebrada el día 19 de febrero de 1922 en el Centro Artístico y Literario de Granada: “Esta noche os habéis congregado en el salón del Centro Artístico para oir mi humilde, pero sincera palabra, y yo quisiera que ésta fuese luminosa y profunda, para que llegara a convenceros de la maravillosa verdad 7
artística que encierra el primitivo canto andaluz, llamado cante jondo.
El grupo de intelectuales y amigos entusiastas que patrocina la idea del concurso no hace más que dar una voz de alerta. ¡Señores, el alma musical del pueblo está en gravísimo peligro. El tesoro artístico de toda una raza va camino del olvido! Puede decirse que cada día que pasa, cae una hoja del admirable árbol lírico andaluz, los viejos se llevan al sepulcro tesoros inapreciables de las pasadas generaciones, y la avalancha grosera y estúpida de los couplés enturbia el delicioso ambiente popular de toda España. Es una obra patriótica y digna la que se pretende; es una obra de salvamento, una obra de cordialidad y amor.” Así fue, en efecto, una obra digna, de rescate, de cordialidad y amor hacia una de las artes de origen popular más sabias y conmovedoras que hay en el mundo. Sin embargo, como he indicado antes, algunos flamencólogos despistados han valorado aquel acontecimiento de manera sesgada como un fracaso, otros como una triste derrota, un castillo de fuegos artificiales sin posterior repercusión. Si así fuera, si todo acabó en nada, ¿cómo explicar que ochenta años después estemos celebrando la memoria de aquellos hechos? ¿acaso nos hemos vuelto locos? ¿será que nos empeñamos en inflar de aire un odre vacío? ¿o es que sufrimos un ataque de mitomanía y necesitamos adorar ídolos huecos? Pues no, ni mucho menos, la explicación a mi entender, es más sencilla: fue tanta la pasión, la inteligencia, tanto fue el amor que Falla y García Lorca pusieron al servicio de nuestro arte que todavía hoy nos alcanza la herencia de su esfuerzo. Se entregaron tan a fondo y de verdad, con tan sensata locura, a deshacer entuertos que su gesto permanece imperecedero e imborrable. Coged en vuestras manos uno de estos días, cuando os lo permita la vorágine de las ocupaciones, los escritos de García Lorca y Falla sobre el flamenco, por ejemplo, “Juego y teoría del duende” del primero y “El cante jondo (Canto Primitivo Andaluz)” del segundo y veréis como se os quedan untadas de cariño, llenas de luz y de clarividencia, agradecidas de hondo conocimiento. 8
No quedó vano el empeño, no. Ni quedará mientras sepamos
recoger aquel testigo y darle vida, mientras sigamos poniendo inteligencia y pasión al servicio del arte que más nos acompaña y consuela. Cuantos amamos el flamenco conocemos la importancia de la tradición, la sincera devoción que se merecen nuestros precursores y maestros. Por eso nos hemos reunido esta noche para evocar su memoria y ofrecerles el homenaje de nuestra admiración y gratitud. Sólo la memoria y el amor son más fuertes que el tiempo y que la muerte, así que esta hermosa noche de verano Puente Genil sigue siendo la Granada de 1922, no han pasado los años, don Manuel y Federico van a entrar por esa puerta de un momento a otro y todos nos pondremos de pie para ofrecerles de corazón un aplauso largo y emocionado.