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m uy claro p a ra la dirección del teatro que estim ular a P etip a era algo que
realm ente valía la pena. P o r ese m otivo, cuando falleció Saint-L éon —en
1869— , dispusieron que él to m a ra las riendas del ballet de San P eters
b urgo.
El m edio teatral en el que realizó sus trab a jo s era único en el m undo, ya
que los teatro s rusos eran teatro s oficiales en el sentido m ás literal del té r
m ino. Sus directores eran personalm ente designados por el Z ar y, en cier
to sentido, tod o s los intérpretes eran servidores im periales. M uy a m enu
d o , la fam ilia im perial asistía a los ensayos y entregaba los prem ios en las
g raduaciones de la escuela de ballet. D urante las funciones, los especta
dores m asculinos perm anecían de pie h asta que llegaba el Z ar y, com o se
ñal de respeto, no ab a n d o n a b an la sala hasta que él se iba. Los saludos
finales seguían un ritual en el cual la b ailarina se inclinaba, prim ero, ante
el palco real; luego, ante el del director del teatro ; y después, ante el
público en general.
En E u ro p a O ccidental se consideraba a los bailarines com o a un grupo
h um ano m oralm ente sospechoso; pero en R usia —bajo el patrocinio im
perial— se les tenía considerable respeto. A los estudiantes de las escuelas
estatales de ballet, se los consideraba sem ejantes a los de las academ ias
m ilitares o navales. Incluso los m uchachos vestían uniform es parecidos,
pero así com o el cadete naval llevaba un ancla y el fu tu ro oficial del ejér
cito llevaba sables cruzados en el cuello de su traje, los estudiantes del
E l bailarín, coreógrafo y esce ballet llevaban com o insignia, la lira de A polo. P a ra las m ujeres, la d a n
nógrafo Marius Petipa, diseñó el
za era u n a profesión especialm ente deseable, dad o que com binaba un
vestuario para La hija del fara
ón, que era una curiosa mezcla
tra b a jo seguro con la poco com ún o p o rtu n id ad de llevar una vida inde
de ropa de la época egipcia y de pendiente.
ropa del ballet clásico. Petipa, H acia m ediados del siglo X IX las com pañías de ballet p ro speraban, ta n
quien interpretó en persona el to en M oscú com o en San P etersburgo. En la vieja capital las representa
prim er papel masculino de este ciones se hacían en los teatros Bolshoi y M aryinsky, hasta que el edificio
ballet, vestía — tal como vemos del prim ero fue declarado inseguro y el ballet fue traslad ad o al segundo
arriba, a la derecha— un estiliza
(ah o ra llam ado Kirov). En ese entonces, las com pañías eran rivales entre
do atuendo árabe para el perso
naje de Ta-Hor, un joven egip
sí, tal com o lo son en la actualidad. Los bailarines de San P etersburgo
cio. En una versión posterior, la acusaban a sus colegas de M oscú por su cruda extravagancia, m ientras
bailarina Julia Sedova (abajo, a que los m oscovitas tildaban de académ icos a los de San P etersburgo.
la derecha) vistió el convencional C om o decíam os antes, fue en San P etersburgo donde el ballet más p ro s
* tutu con m otivos aplicados de peró, b ajo la dirección de Petipa. La ciudad se enorgullecía de su elegan
flo r de loto
cia y de sus palacios barrocos, situados entre jardines sim étricos e inm en
sas avenidas, que hacían pensar a los visitantes en una R om a ro deada por
hielo. El te a tro M aryinsky, con sus elegantes candelabros y su p intura
blanca, o ro y azul pavo real, era tan elegante com o la m ism a ciudad a la
que pertenecía. E n cierta form a, recordaba un club privado, ya que la
m ayoría de sus butacas estaba reservada para nobles, diplom áticos y en
cum brados b anqueros y com erciantes. A lgunos “ fan ático s” asistían a
todas las representaciones de cada uno de los ballets; éstos eran los “ ba-
letó m an o s” , gente p ara quien la danza era casi una adicción. Seguían de
cerca las carreras de cada uno de los bailarines y estaban fam iliarizados
con los m ás m ínim os detalles de los ballets, pero com o sus gustos tendían
a ser conservadores, a m enudo ejercían una influencia retrógrada.
Los retrato s de M arius P etipa en su m adurez, nos lo m uestran com o un
caballero de corte, con m edallas sobre su pecho. Parecía un diplom ático
y, en realidad, tenía algo de ello ya que poseía la capacidad de agrad ar al
público y a la b urocracia oficial, sin poner en juego su libertad creativa.
T am bién nos recuerda a ciertos directores de cine que com binan genio
con astucia com ercial. E n últim a instancia, P etip a es una personalidad
com pleja y polém ica. D efinitivam ente, co m p artía el gusto por lo senti
m ental de sus contem poráneos y algunas de sus danzas eran, por lo tan-
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ám ente pretenciosas.A sí, p ó r ejem plo, en La Dalia azul, una
rociaba con agua un m acizo de flores que se trasfo rm ab an en
; y Las píldoras mágicas, incluía una escena de juegos de salón,
1 los bailarines estaban vestidos com o naipes y dom inós. Por
la m anera de com poner de Petipa era muy m ecánica. En lugar
inspiración diag ram ab a en su casa m ovim ientos de grupos, uti-
ira ello piezas de ajedrez. Le gustaba co n tar con “ danzas de re
ara poder incluirlas autom áticam ente en cualquier ballet que
i un baile extra, sin im portarle si ésta estaba o no de acuerdo
ra general del ballet. Si hacem os una revisión exhaustiva de to-
abajos, nos encontrarem os con que, muy a m enudo, d ejaba en
sus asistentes las coreografías de algunas escenas, en especial
[ue incluían danzas p ara hom bres, ya que él no estaba particu-
im eresado en ese tipo de danzas. A dem ás, daba a los com posi-
■ucciones muy precisas respecto de la clase de m úsica que nece-
alaboró en form a brillante con Tchaikovsky y con A lexander
, pero tam bién le com placían las m elodías elegres — rara vez
- de com positores “ artesan ales” , tales com o Cesare Pugni y.
ikus.
jos de Petipa eran visualm ente extraños. A unque, por lo gene-
rsonajes m enores llevaban trajes que sugerían el lugar y la épo-
trascurría la acción del ballet, las “ estrellas” del m ism o lleva-
,tuario de ballet tradicional. Los anacronism os ab u n d ab an en
áculos. Así, en La hija del fa ra ó n , A spicia llevaba el clásico tu-
on una flor de loto d ib u jad a sobre el m ism o, p ara recordar a
adores que ella era “ egipcia” . Del m ism o m odo, la bailarina
de española usaba tu tú , pero llevaba una rosa en el pelo, para
le la acción tenía lugar en Sevilla. M uy a m enudo, la “ estrella” Arriba, a la izquierda: una joven
:inado favorito y, au nque represen tara a una esclava, solía usar de la nobleza rusa en tiem pos de
) collar de perlas. Sin em bargo, P etipa fue to d o un genio que fi- Catalina la Grande. Petipa creó
3 con P errot y B ournonville entre los más grandes coreógrafos La hija del faraón — que fu e su
<IX. P a ra com prender el genio de Petipa es necesario conocer prim er triunfo coreográfico— en
sólo seis semanas, para satisfacer
uctu rab a sus ballets.
el pedido de la ‘‘prim a baile riña ’ ’
:ionales ballets de P etipa, se d esarrollaban en el trascurso de Carolina R osati (abajo), quien
tro actos, aunque sus historias bien podían contarse en form a quería disponer de un nuevo
sa. H acia el final de sus ballets se presentaba un divertissem ent vehículo para su talento
a form ado por una secuencia de bailes que no tenían relación
n el argum ento, pero que sólo se los in jertab a p ara “ d iv ertir” ,
>u nom bre lo indica. Casi siem pre en co n trab a un pretexto p ara
án; por ejem plo, los intérpretes representaban los invitados a
o los visitantes de un castillo. Pero, esencialm ente, el divertís-
E l extenso c o r;j¡
ofrecía sim plem ente com o una colección de danzas brillantes,
c a y los valores j t
lacia el final del ballet, incluía un espectacular pas de d eu x que tas extranjero: |
;to p a ra la bailarina y su p artenaire. G eneralm ente, este pas de Zucchi, arribe i
sarrollaba según un m olde preestablecido: en prim er lugar pre do impacto
ña secuencia m ajestuosa (el adagio) p ara am bos intérpretes, durame i. . •
izaba los m ovim ientos líricos y sostenidos. Luego venían dos que fu e testigc i
fiados "v ariac io n e s” ); el prim ero, a cargo del bailarín; y el se- La bella d urni-íi
de El lago dc :->
;a rg o de la bailarina. Al final, en la coda, las “ estrellas” vol-
e Ivanov. El s j c
¿recer ju ntas y la co reografía destacaba los pasos rápidos y nov frepresé' s i
Si b:en la estru ctu ra del pa s de d eu x de P etipa se trasfo rm ó abajo p o r e. B jí
_r.a fórm ula, es evidente, sin em bargo, que perm ite un hábil coreografía r~ . - 4
; i r m ovim ientos fem eninos y m asculinos. No es de e x tr a ñ a r ,. do impermeab.!- i
c_e s:¿a siendo del gusto de m uchos coreógrafos. gustos y sigue f a i
las celebraciQ-as
> le Pe:;pa contenían varios tipos de danzas y, tan to en Rusia
m uchos países
O c::¿er.:ai. se d ab a a alaunas de ellas un nom bre en
particu lar. Así, el nom bre de “ danza clásica” provenía del más puro vo
cabulario de ballet. Se daba esta denom inación a aquellas danzas que
eran bailadas por el héroe o por la heroína, y tam bién a aquellos bailes de
quienes representaban personajes de hadas o espíritus. Las danzas carac
terísticas (del francés caractére) estaban pautadas sobre ritm os de raíz
popular, com o la m azurcas, la szarda o la tarantela. Este térm ino tam bién
se aplicaba a aquellas danzas que se referían a los m ovim ientos expresi
vos de determ inadas ocupaciones, clases sociales o excentricidades indi
viduales de diferentes “ tip o s” . A estas clasificaciones se agregaban las
danzas de demi-caractére que com binaban el clasicismo con la aspereza
de las danzas características. Los personajes de soubrette, com o el de
Sw anilda en Coppélia, a m enudo eran designados com o demicaractére.
Tam bién debem os considerar a la pantom im a, que es una com binación
de gestos que ayudan a contar una historia. Estos gestos —muy distintos
a las acciones del escenario m oderno— , estaban tan codificados com o el
lenguaje por signos em pleados por los sordos. A lgunos eran bastante ob
vios. Por ejem plo, la m ano en el corazón significaba am or; sacudir el pu
ño por encim a de la cabeza, expresaba cólera. O tros parecen arbitrarios,
com o, por ejem plo: las m anos girando una alrededor de la otra, sim boli
zaba la danza; m ientras que hacer pasar una m ano frente a la cara, indi
caba que la persona de quien se hablaba era herm osa.
Los ballets de Petipa, con su contenido de pantom im a, danza dram ática,
hacer el arabesque —que así se llam a esa p o stu ra— baja la pierna, se
adelanta y vuelve a to m ar o tra pose idéntica. M ientras tan to , o tra joven
ha aparecido detrás de la prim era, uniéndose al m ovim iento progresivo
hacia adelante; y, a la vez, por detrás de la segunda, aparece una tercera,
y una cu arta bailarina, quienes van o cu pando sus posiciones. C uando ya
han aparecido com o trein ta o m ás bailarinas, el espectador se siente en
mística calm a, provocadas por esas repeticiones coreográficas.
Debido a la extensión que tenía la estru ctu ra de los ballets de P etipa, los
argum entos iban desde un d ram a recargado com o La hija del fa ra ó n a si
tuaciones esquem áticas, que sólo servían com o m arcos para las danzas.
Por ejem plo, D on Q uijote es sólo un personaje m enor en el exuberante
ballet del m ism o nom bre, y en cu an to a R aim undo, jam ás le interesó a
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nadie la an écdota que cuenta cóm o un cruzado salva a la heroína de las
m anos de u n sarraceno. Lo que hace de R aim u n d o un eterno favorito del
público son sus bailes que m ezclan clasicism o con pasos populares h ú n
g a ro s. E n estos trab a jo s, P etipa desarrolló los elem entos m otrices de la
danza, diferenciándolos de los dram áticos hasta tal p u nto que el d ram a y
la danza casi se convirtieron en entidades separadas.
Sin duda, L a bella durm iente de P etipa es su producción más
deslum brante. C om o de costum bre, P etipa envió indicaciones a
Tchaikovsky sobre la m úsica, basada en el argum ento de Ivan Vsevolojs-
ky, el director de los T eatros Im periales. Lejos de objetar estas indica
ciones, T chaikovsky se basó en ellas para producir una p a rtitu ra m a
gistral. Sin em bargo, cuando el zar la escuchó durante un ensayo previo a
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conduce ju n to a ella. A u ro ra se despierta al ser besada p o r el príncipe, y
el últim o acto m uestra su fiesta de bodas.
U n a o b ra de teatro en p ro sa puede decir el doble en la m itad de tiem po,
pero un ballet no es u n a o b ra de teatro en prosa y cuenta un argum ento
solam ente a través del m ovim iento. B ajo este aspecto el m ovim iento en
L a bella durm iente es poco com ún, ta n to por su belleza visual com o por
sus sugerencias tem áticas. C on sus procesiones reales glorificaba a la m o
narq u ía —u n halago im plícito que el zar no supo apreciar— y, a la vez,
celebra las virtudes de la dignidad, la cortesía y los buenos m odales, que
continúan destacándose aún en una época en que ya no hay zares. A de
m ás, P etip a nos m uestra el crecim iento de una m ujer desde su niñez has
ta la adolescencia. E n su fiesta de cum pleaños, A u ro ra es una joven in o
cente c o rtejad a p o r cu atro caballeros en el A dagio de la R osa. E sta danza
exige a la p ro tag o n ista que m antenga u n a pose de difícil equilibrio sin de
m o strar esfuerzo, m ientras sus festejantes van regalándole rosas. M ás
que un ejercicio de acrobacia, el A dagio es una cerem onia de corte, en la
cual A u ro ra es el objeto de adoració n . L uego, en la escena de la visión,
aparece ante el príncipe com o la encarnación de un intangible ideal ro
m ántico. P ero cuando el hechizo se rom pe, se convierte en una m ujer
que despierta al am or. La riqueza esencial de la obra es reforzada en cada
acto por las danzas. El prólogo contiene distintas variaciones para cada
una de las hadas presentes en el bautizo de A urora, en tanto que el divertis-
sem ent del últim o acto incluye personajes de cuentos de hadas (como
el G ato con botas y C aperucita R oja), y culm ina con dos brillantes pas de
d e u x : uno veloz y agitado entre un p á ja ro azul y una princesa encantada;
y o tro , m uy extenso, entre A u ro ra y su príncipe.
Los ballets de P etipa requerían bailarines excelentes, y la Escuela Im pe
rial reunía a un notable cuerpo docente. Entre sus distinguidos maestros
se en contraban: Pavel G erdt, el m ás notable de los bailarines rusos;
C hristian Jo h an n sen , un alum no de B ournonville, cuya distinción fue
considerada m erecidam ente “ com o la distinción de la perfección” ; y
E nrique C echetti, un virtuoso italiano, cuya distinción reñ e jab a la
brillantez p ro d u cid a por las academ ias italianas. P o r supuesto que, com o
resultado, el estilo ruso se nutrió de algunos de los m ejores rasgos de las
tradiciones francesa, danesa e italiana. O tro incentivo que estim ulaba a
las bailarinas rusas p ara alcanzar m ayores logros, fue la influencia de las
bailarinas italianas invitadas. La prim era de ellas fue V irginia Zucchi
quien deleitaba al público con su d ram ático poder expresivo, m ientras
que otras com o P ierin a Legnani y C a rlo ta B rianza, descollaban por su
d eslum brante técnica.
E n tre quienes co lab o rab an con P etipa, el m ás enigm ático fue seguram en
te Lev Ivanov, nacido en R usia. E ra un hom bre introvertido de gran en
canto, au n q u e algo abúlico; se exigía poco y to m ab a m ucho. En oca
siones hizo las coreografías de algunas escenas en el T eatro M aryinsky
p o r las que, posteriorm ente, P etip a recibió los elogios. Ése pudo haber
sido el conflicto de Ivanov. Vivió constantem ente a la som bra de Petipa
y, tal vez, h ab ría p odido llegar a ser un excelente coreógrafo si no se h u
biera fru strad o a sí m ism o. Jam ás lo sabrem os con seguridad, pero no
Pierina Legnani asom bró ai
podem os cuestionar su genialidad, ya que a él se deben las coreografías público de San Petersburgo ha
de E l cascanueces, y —en gran p a rte — la de E l lago de los cisnes. ciendo 32 fouettés (rápidos giros
E l cascanueces, en realidad, fue o b ra de P etipa, puesto que fue él quien sobre un pie), durante una repre
le envió a T chaikovsky las propuestas m usicales y quien com enzó a esce sentación de La Cenicienta; una
nificar esta fan tasía que tra ta del sueño navideño de una jovencita en la proeza que volvería a repetirse en
el tercer acto de El lago de los cis
tierra del H ad a de los C onfites. P ero P etipa cayó enferm o en 1892 y así
nes. La brillante técnica de esta
fue Ivanov quien hizo la co reografía p a ra E l cascanueces, siguiendo las bailarina es recreada en la se
instrucciones de P etip a, pero inventando sus propios pasos. cuencia de fotografías
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Tal vez debido a que Ivanov se vio limitado por un plan de dirección, que
correspondía a otra persona, su coreografía resultó irregular, aunque la dan
za en remolino de los copos de nieve y un m ajestuoso pas de deux fueron
dignos de elogio. A pesar de que E l cascanueces es constantem ente reelabo-
rad o p o r o tro s coreó g rafo s, sigue siendo el ballet navideño favorito en
to d o el m u n d o . Su atractiv o es m uy simple y, no obstante, p ro fu n d o . La
fiesta de N avidad del p rim er acto , evoca lo que todos consideran que de
be ser un hog ar feliz, en ta n to que su segundo acto —en el que tiene lugar
el sueño de la jo v en cita— es to d o un despliegue de fantasía.
E l lago de los cisnes fue el p rim ero de los ballets com puestos por
T chaikovsky, pero el últim o en lograr éxito. P resentado originalm ente
po r el Bolshoi de M oscú, en 1877, su co reo grafía era m ediocre, y de su
m úsica se dijo que era “ dem asiado w ag n eriana” . U na versión posterior
anduvo apenas un poco m ejor, pero luego del éxito de L a bella durm ien
te y E l cascanueces se pensó en reponerla en San P etersburgo. M ientras
ta n to Tchaikovsky m o ría de cólera en 1893. Al año siguiente, se realizó
un concierto en su m em oria, p a ra lo cual Ivanov hizo la coreografía del
segundo acto de E l lago de los cisnes, y el ballet fue presentado en fo rm a
com pleta en 1895, con la co reografía de P etip a p ara el prim er y el tercer
acto y la de Ivanov p a ra el segundo y cu arto acto.
A diferencia de otros ballets del T eatro M aryinsky, E l lago de los cisnes
se prolonga dram áticam ente. N os cuenta cóm o el Príncipe Sigfrido, al ir
de caza ju n to a un neblinoso lago se encuentra con O dette, la herm osa
reina de los cisnes. Ella le explica que está hechizada por un m ago y que Los ballets imperiales de Moscú
el hechizo sólo puede ser ro to p o r un ho m b re que le sea fiel. Sigfrido ju ra y San Petersburgo, le prestaron
que lo será, pero en un baile conoce a O dile, la hija del m ago, disfrazada m uchos de sus mejores intérpre
com o O dette y le p rom ete casam iento. Al darse cuenta del engaño de tes a los Ballets Rusos de Ser ge i
Odile, Sigfrido vuelve al lago p a ra estar ju n to a O dette. A p a rtir de aquí Diaghilev. Tanto Sofía Fedoro-
va, de M oscú (a la izquierda), co
las puestas difieren. E n unas, Sigfrido vence al M ago en un com bate m o Ludm illa Scholar, de San Pe
m ientras que, en o tras, los en am orados se sum ergen en el lago y quedan tersburgo (a la derecha), se pre
eternam ente unidos en el más allá. E n am bos casos, el am or triu n fa sobre sentaron en la temporada de
el engaño. 1911.
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C ad a acto contiene m om entos logrados, pero las escenas del lago de la
p uesta de Ivanov son especialm ente m em orables. C ristalinas, tiernas,
y casi estáticam ente líricas, esas escenas co n trasta n fuertem ente con
las escenas de la C orte de Sigfrido, puestas por P etipa. L a co n trib u
ción m ás d estacada de este últim o, fue el p a s de deux del Cisne N egro, en
el que O dile tra ta de convencer a Sigfrido de que ella es O dette. Los p er
sonajes de O dette y de Odile —generalm ente interpretados por la m ism a
b ailarin a— constituyen un desafío por p artid a doble p ara las bailarinas.
D u ran te su p a s de deux, Odile seduce a Sigfrido con treinta y dos giros
vertiginosos conocidos com o fo u e tté s. El fo u e tté era una de las espe
cialidades de P ierina Legnani, quien fue la prim era bailarina que in
terp retó a O dette-O dile. Ya anteriorm ente había asom brado a to d o el
m u n d o cu an d o em pleó esos pasos en L a Cenicienta de Petipa. Al adver
tir su eficacia, Petipa utilizó nuevamente los fo u ettés en E l lago de los cis
nes. H oy en día, al igual que en el pasado, son m uchos los fanáticos que
cuentan los fo u e tté s p a ra asegurarse de que la bailarina logra el tra d i
cional núm ero de vueltas.
D u ran te m ucho tiem po las bailarinas rusas no habían podido lograr los
fo u e tté s . El secreto — aprendido en sus clases en Italia— pertenecía a
la Legnani y, naturalm ente, ella no tenía ningún interés en divulgarlo. Eso
fue hasta que u na bailarina rusa — M atilde K chessinska— descubrió que,
p a ra girar sin perder el equilibrio, se debía posar la vista en un p u n to fijo
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N icolás: el G ran D uque A ndrés. A dem ás, fue desde el balcón de la
K chessinska que Lenin hizo su p rim er discurso público antes de alcanzar
el p oder.
A com ienzos del siglo X X el b allet ruso era el m ejor del m u ndo, al m enos
técnicam ente. D esde el p u n to de vista creativo, los ballets hab ían em pe
zado a anquilosarse. E ra n m uchas las producciones que seguían m oldes
anticuados y los bailarines eran cada vez m ás ingobernables. U no de
ellos, A lexander G orsky, se recibió en San P etersburgo antes de ir a M os
cú en 1898 a bailar p a ra el ballet Bolshoi, que se enco n trab a estancado.
Im presionado p o r el realism o del T eatro de A rte de M oscú, dirigido por
Stanislavsky, reelaboró el rep erto rio de P etip a, quebrando sus rígidas
estructuras y añadiéndole nuevas acciones escénicas. P a ra los que no son
rusos, es m uy difícil apreciar a G orsky. N o hay dudas de que revitalizó al
B olshoi, pero lo que hem os visto de su revisión de los trab a jo s de Petipa,
a m enudo resu ltan ser rem iendos ab u rrid o s, que no son lo suficientem en
te cercanos a P etip a ni tam p o co ta n libres com o p a ra que se los considere
u n a nueva concepción en su to talid ad .
San P etersb u rg o fue la ciudad n a ta l de o tro joven refo rm ad o r, llam ado
M ichel F okine, que estab a m ás interesado en crear nuevos ballets que en
hacer revisiones de viejas coreografías. D esde los com ienzos de su carre
ra, Jok in e decidió que el ballet debía ser u n a un id ad artística; que las
convenciones pasadas de m o d a debían ser descartadas y que cada m o
m ento de u n ballet debía ser expresivo. L o que él hacía, en realidad, era
rep etir las teorías de N overre en térm inos ap ropiados p ara la R usia del
siglo X X . Los reaccionarios se le opusieron, pero después de la represen
tació n de L a Viña de F okine, en 1906, P etip a le envió al joven una noté
que com enzaba diciendo: “C her C am arade”, y term inaba con “ U sted
será u n gran m aestro del ballet.
L a profesía se cum plió. Su naturaleza despierta e inquisitiva, llevó a Foki
ne a nuclearse con los creadores de tendencia liberal de la intelectualidad
de San P etersburgo. E n tre ellos se en co n trab a un aficionado, llam ado
M atilde Kchessinska fu e la pri
Sergei D iaghilev, quien a pesar de haber editado u n a revista de arte y de
mera entre las “prim e baile riñe”
haber organizado espectáculos y conciertos, aún no había encontrado su rusas en descubrir las técnicas
lugar en la vida. M uy p ro n to h ab ría de dirigir u n a com pañía de secretas empleadas por las baila
ballet, con F okine com o su principal coreó grafo. É sa es u n a com pañía rinas italianas para lograr los
que h ab ría de p rovocar cam bios radicales en el arte de la danza. fouettés
REBELDES Y REVOLUCIONARIOS
En una o p o rtu n id ad , el d irector de ballet Sergei Diaghilev se dirigió al E l verdadero genio de Sergei
por entonces joven artista y escritor Jean C octeau, diciéndole: “ Jean, Diaghilev — legendario director
asó m b ram e” . Esas p alabras son m uy elocuentes sobre el arte del siglo de los Ballets R usos— residía en
veinte, ya que a todos los artistas del arte m oderno les encanta producir su incomparable habilidad para
orquestar los talentos de los de
asom bro . E n su peor aspecto, ese afán dio lugar a intentos estridentes más. Las obras de su compañía,
que se p ro p o n ían sacudir la a p atía de los sofisticados y en el m ejor, el — la primera de las cuales fue
propósito que encerraban las p alabras de D iaghilev, significaba destacar presentada en 1909 en París—
el nervio y la energía contenidas en el arte, y éstos fueron los m edios que combinaba las dotes especiales
utilizó el arte m oderno —y la danza inclusive— p a ra atreverse a enfren de los más destacados composi
ta r al enem igo del conform ism o. tores, escenógrafos, bailarines y
coreógrafos de la época. Uno de
Diaghilev fue el m ayor responsable en hacer de la danza del siglo X X un
los principales integrantes de esta
arte asom broso. A unque no era bailarín ni coreógrafo, com o director de ' fam ilia ” de la danza, fu e el ar
com pañía era inteligente, tenía fuerza de v oluntad y, por sobre todo, tista León Bakst, cuyos carteles
buen gusto. D urante los veinte años de existencia de los Ballets Rusos de (pág. 75); trajes y adornos, refle
Diaghilev, se p resentaron nuevas p artitu ras de m úsicos com o Strawins- jaban las tendencias de la com pa
ky, P ro k o fieff, Ravel, Debussy, R ichard Strauss, Satie, De Falla, ñía hacia lo exótico y lo imprevi
sible
M ilhaud y Poulenc; escenografías diseñadas p o r pintores de la talla de
Picasso, B akst, Benois, D erain, B raque, U trillo, M iró, M atisse, Tche-
litchew, De C hirico y R ou au lt y coreografías de n ada m enos que cinco
talentos inobjetables com o M ichel Fokine, Vaslav N ijinsky, Léonide
M assine, B ronislava N ijinska y G eorge B alanchine. Diaghilev, que había
producido óperas en el extran jero , fue alen tad o p o r un am igo —el esce
nógrafo A lexandre Benois— p a ra que p resentara el ballet ruso en E u ro
pa O ccidental. L a prim era de las tem poradas de este ballet tuvo lugar en
1909, y entre sus bailarines incluía a estrellas de San P etersburgo y M os
cú, com o A nna Pavlova, T am ara K arsavina, Y ekaterina G eltzer, Vera
K aralli, Vaslav N ijinsky, M ikhail M o rd k in y a A dolph Bolm. En un
principio, la com pañía no tuvo el carácter de co n ju nto estable, sino que
m ás bien servía com o vitrina p ara lucim iento de los teatros oficiales. Sin
em bargo, después de su éxito, los Ballets Rusos de Diaghilev se hicieron
cada vez m ás independientes, h asta que por fin fueron com pletam ente
autónom o s.
D ejándose llevar p o r su n atu raleza exhibicionista, Diaghilev decretó que
el debut de su com pañía en París sería m em orable. H izo redecorar el
am plio, pero deterio rad o , T héátre du C hatelet, restau rán d o lo , p in tá n d o
lo, poniéndole alfo m b ras nuevas y m ejo ran d o su lum inotecnica. C om o Si Diaghilev es el padre de las
un atractivo adicional, invitó especialm ente a las más herm osas actrices compañías de danza contem po
de París y las ubicó en la p rim era fila de palcos. P ero el verdadero im pac ránea, M ichel F okine es el padre
to de la noche del estreno del 19 de m ayo de 1909, tuvo m ucho más que del ballet moderno. Entre uno de
los más im portantes triunfos de
ver con las excelencias artísticas del espectáculo que con los artilugios
este coreógrafo se encuentra
publicitarios. C u an d o el telón final cayó sobre las hordas de guerreros Schéhérazade, que fu e una de las
que saltaban salvajem ente en las danzas polovtsianas del Príncipe Igor de obras más suntuosas de todos los
A lexander B orodin, los delirantes espectadores corrieron pasillo ab ajo y Ballets Rusos y, en ella, Fokine
arran c aro n la b aran d illa del foso de la orquesta, en su intento de llegar al bailó a veces ju n to a su esposa
escenario p a ra ab razar a los bailarines. Vera (pág. 81). E l personaje de
E l Esclavo Dorado, de Schéhéra
T odos los prim eros éxitos de Diaghilev — incluyendo las danzas po lo v t
zade, f u e creado p o r Vaslav N i
sianas— llevaron coreografía de Fokine. En el T eatro M aryinsky, donde jin sky (derecha) y siempre estará
el rebelde F okine hab ía com enzado su carrera, se encontró con rígidos asociado con este controvertido
b uró cratas y balletóm anos reaccionarios. Sólo al incorporarse a la com- coreógrafo y vigoroso bailarín
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77
pañía de Diaghilev pudo liberar su genio creador. El público, acos
tu m b rad o a las desleídas presentaciones del Ballet de la Ó pera de París,
e n co n trab a m aravillosam ente exóticas las creaciones de Fokine. E l p á ja
ro de fu e g o —con la prim era p a rtitu ra para ballet de Straw insky— p o
seía to d o el m isterio de las antiguas leyendas rusas. Schéhérazade, era un
ta n to escandalosa pues m ostraba una orgía en un serrallo. La extrava
gante escenografía de Léon Bakst para este ballet, era una orgía en sí
m ism a, y la riqueza de los elem entos escénicos de los Ballets Rusos tuvo
una gran influencia sobre la m oda y la decoración de interiores de en to n
ces, poniendo en boga los colores vibrantes. En Cleopatra, otro de los
éxitos de Fokine, la reina de E gipto hacía una en trad a que el público
nunca olvidaría; era llevada al escenario dentro de un sarcófago, con su
cuerpo envuelto en velos com o una m om ia. C uando le quitaban los ve
los, C leo p atra aparecía en to d a su belleza. Luego se estrenó P etrouchka,
80
Vaslav N ijinsky (pág. 80, abajo)
fu e objeto de una enorme adora
ción a lo largo de su breve carre
ra y más tarde deificado p o r sus
admiradores tras su retiro fo r z o
so. Entre los mayores admirado
res de N ijinsky se encontraba
Diaghilev (pág. 82), abajo) y fu e
él quien impulsó al joven y tímido
bailarín a que hiciera coreogra
fías. Las danzas que creó fu ero n
notablemente temperamentales e
inesperadamente provocativas y
una en particular: La consagra
ción de la primavera, causó un
tum ulto cuando se estrenó en
1913. La fotografía de la pág. 80,
arriba, fu e tomada durante la
representación de La consagra
ción de la primavera que los
Ballets Rusos dieran en 1920.
P or ese entonces, N ijinsky había
sido declarado loco y Léonide
Massine había hecho una nueva
versión del una vez controvertido
ballet
m ático, entonces puede hacer d ram áticos cada uno de los m ovim ientos
de su creación. El ballet ab stracto com ienza con Las Sílfides pero esta
ob ra tam bién influyó en el fu tu ro del d ram a bailado.
A pesar de sus logros, Fokine p ro n to dejó los Ballets Rusos. Las razones
que lo llevaron a ello son com plejas. A Diaghilev le encantaba todo lo
nuevo —incluso los nuevos coreógrafos— p o r lo que, muy a m enudo, los
integrantes de su com pañía estaban en inm inente peligro de ser conside
rados obsoletos. P o r o tra parte, las pasiones de Diaghilev podían ser a la
vez estéticas y personales. No ocultab a su hom osexualidad —en una oca
sión reprochó a sus colegas m asculinos que tuviesen “ un interés m orboso
por las m ujeres” — y en los prim eros años de su com pañía estuvo en
caprichado con Vaslav N ijinsky.
F uera del escenario, N ijinsky era un joven b ajo , fuerte y más bien tím i
do, y tenía rasgos vagam ente m ongólicos. En el escenario, era electrizan
te y m uy versátil. E n P etro u ch ka se lo veía d efo rm ad o con su vestim enta
rellena de p a ja , en Schéhérazade —com o el esclavo fav o rito — era m itad
serpiente y m itad p an tera; en personajes m ás convencionalm ente clási
cos, poseía un notable salto que F okine h a b ría de destacar en E l espectro
de la rosa. En este ballet, in terp retab a al espíritu de una rosa que una jo
ven hab ía traíd o a su casa después de un baile. N ijinsky aparecía en el
cu arto de la joven com o un sueño —cam in an d o — ; y luego, con el más
fam oso salto en la historia de to d o el ballet, volaba por la ventana hacia
la noche.
P ero Diaghilev no se co n ten tab a con que N ijinsky fuera solam ente la
estrella m asculina de su com pañía. T am bién quería que fuera un core
ógrafo y esta com petencia causó el enojo de Fokine. A pesar de que los
tra b a jo s de N ijinsky eran de elaboración lenta, se las ingenió para llevar
a escena varios ballets y cada uno de ellos provocó polém icas. El único
que sobrevive es La siesta de un fa u n o , sobre m úsica de Debussy que
cu ando se estrenó, en 1912, provocó un alb o ro to , a causa de su supuesta
obscenidad. E n la escena m ás provocativa de este ballet, una ninfa esca
pa de los requerim ientos am orosos de un fauno y en su huida deja un
chal. El fau n o lo encuentra y, lentam ente, se deja caer sobre él, en un
gesto torvo que tenía sugerencias de m astu rb ación y fetichism o. Y a fuera
82
m oral o inm oral, vale la pena analizar este ballet. E n contraste con la
fresca y lozana m úsica de Debussy, la coreografía de N ijinsky estaba
com puesta p o r líneas rectas y ángulos. Sus m ovim ientos eran replegados
y hacia ad en tro , y las posturas nos rem itían a los frisos o las pinturas de
las ánfo ras griegas. N ijinsky tam bién utilizó o tra p a rtitu ra de Debussy
p a ra su ballet J e u x de 1913, que tra ta sobre los flirteos entre tres jóvenes
tenistas. U na de las novedades de esta o b ra era que tenía una escenogra
fía de la época —lo que sirvió p ara hacer n o ta r que un ballet no necesita
lim itarse a las fantasías o a lejanos períodos históricos. Je u x pudo haber
causado u n a polém ica de no haber sido eclipsado por otro estreno de N i
jinsky p ara esa tem porada: L a consagración de la prim avera que p ro v o
có un tum ulto en el T eatro de los C am pos Elíseos. E n cuanto se escucha
ro n los prim eros com pases de la m úsica de Straw insky, com enzó la b a
tah o la. A dm iradores y detractores de Straw insky se to m aro n a golpes de
p u ñ o y, a pesar de que la m úsica era notablem ente fuerte, el pandem onio
era ta n grande que los bailarines no podían escucharla y,N ijinsky tuvo
que m arcarles el ritm o entre cajas. L a extraña m úsica fue la m ayor
causante del escándalo, adem ás que la coreografía, por su p arte, nada te
nía de convencional. El ballet describía antiguos ritos en los cuáles una
D oncella Elegida bailaba h asta en co n trar su m uerte. La o b ra, a pesar de
su escenografía pagana, a p u n tab a hacia las fuerzas prim arias que yacen
ocultas en cada uno de nosotros. C om o m uchas de las producciones de
D iaghilev, L a consagración de la prim avera dem ostró que el ballet podía
in co rp o rar m ovim ientos no clásicos e incluso otros decididam ente a n
ticlásicos y aú n así, em erger com o un arte m ás rico, un arte que preserva
sus fuentes en la tradición.
P robab lem en te N ijinsky hubiera seguido haciendo coreografías para los
1
Ballets R usos, pero , en 1913, decidió casarse y Diaghilev — herido y
am arg ad o — lo despidió. T iem po después fue rein co rp o rad o , pero ya no
era el fav o rito de D iaghilev. E n los años siguientes su conducta se hizo
m ás y m ás ex trañ a. A veces se negaba de plano a representar, tenía un
m iedo enferm izo de caerse en alguna de las tram pas del escenario y acu
saba a los o tro s bailarines de que q uerían lastim arlo. P o r últim o, fue evi
dente p a ra to d o s que N ijinsky estaba m entalm ente enferm o y, así, en
1917, su c a rrera teatral llegó a su fin.
Diaghilev hizo de L éonide M assine su nuevo protegido y éste se convirtió
en u n ex trao rd in ario coreó g rafo y tam bién en un excelente b ailarín de ca
rácter. Los ballets de M assine eran ingeniosos, sofisticados y llenos de vi
d a en sus gestos, que b o rd e a b a n el grotesco y la caricatura. E n tre sus éxi
to s, se co n ta ro n L a s dam as d el buen h u m o r, al estilo de las com edias del
siglo X V III, E l som brero de tres picos, u n a sólida historia que cuenta có
m o la m ujer de u n m olinero se salva de los indeseables propósitos de un
altan ero g o b ern ad o r; y L a B o u tiq u e F antasque, un ballet que em plea el
siem pre p o p u la r tem a de los m uñecos que se convierten en seres vivos.
C on estas o bras la co m pañía de D iaghilev sufrió un cam bio. Las prim e
ras tem p o rad as de éste im presionaron a los públicos occidentales p o r su
exotism o y su prim itivism o rusos. P ero a D iaghilev no le satisfacía ser un
m ero proveedor de pintoresquism os. De to d as m aneras, al estallar la Re
volución, él y su co m pañía q u ed aro n separados de su R usia n atal. P o r
ser u n co sm opolita en sus gustos, D iaghilev hizo que sus ballets fueran
artísticam ente cosm opolitas, em pleando a pintores cubistas o surrealistas
p a ra sus escenografías y com positores v anguardistas p a ra su m úsica. A l
gunos h istoriadores tradicionalistas suelen d esaprobar esos progresos;
sin em bargo, si bien es verdad que D iaghilev fue culpable del cargo de
extravagancia tam bién lo es que su interés p o r la cultu ra de su época fue,
sin d u d a alguna, digna de elogio. D esde la P rim era G uerra M undial en
adelante, su co m pañía fue m arcad am en te in tem acionalista en todos sus
aspectos, salvo en uno: sus integrantes seguían siendo rusos y cuando se
c o n tra ta b a a bailarines de o tros países se les hacía ad o p ta r nom bres esla
vos. E n tre las últim as estrellas de D iaghilev fig uraron A licia M arkova,
A n tó n D olin y L ydia Sokolova. A pesar de sus nom bres, los tres eran b ri
La larga carrera de Léonide Mas
tánicos. T al vez sin quererlo, estos cam bios de n o m bre influyeron negati sine empezó en 1914 con los
vam ente ya que hicieron creer al público que R usia era la única p ro d u c to Ballets Rusos, para los que m on
ra de talentos en m ateria de d an za y, com o resu ltad o , to d o intento de tó, un año después, su primera
fo rm a r com pañías de b allet con bailarines nacidos en los E stados U nidos obra, llamada El sol de me
o In g laterra, eran recibidos con desdén. dianoche. Cuando N ijinsky se
U n a de las tradicionales producciones m odernistas de D iaghilev fue Pa- alejó de la compañía, M assine se
convirtió en su principal core
rade. L a coreo g rafía de M assine p a ra este ballet de 1917, tenía com o te ógrafo, posición que afirm ó en
m a los espectáculos callejeros en u n a feria parisiense. P ero la vestim enta 1917 con el éxito de Parade. Un
de los directores de los artistas eran estructuras cubistas parecidas a ras imaginativo traje de Picasso para
cacielos y diseñadas p o r Picasso, m ientras que la m úsica de Satie incluía un acróbata (pág. 82, a la de
sonidos de m áquinas de escribir y silbatos de barcos a v ap o r. D urante recha), difiere notablemente del
1920, Diaghilev p ro d u jo varias obras argu m entadas que fu eron ap o d a traje del director de espectáculos
callejeros, en la reposición que
das “ cócteles coreo g ráfico s” , incluyendo dos sátiras sobre el grupo ele
Joffrey hizo de Parade (pág. 82,
gante de la R iviera, llam adas L a s Ciervas y E l tren azul, con coreografía arriba, a la izquierda), pero
de B ronislava N ijinska. P o r ese entonces D iaghilev y M assine se habían Diaghilev se enemistó con Massi
distanciado y D iaghilev encargó sus obras a N ijinska, herm an a de Vaslav ne, y Bronislava Nijinska —her
y, a la vez, u n a distinguida artista p o r derecho p ropio. Su o b ra m aestra mana de N ijinsky— lo reemplaza
fue L a s bodas, u n ballet sobre u n a c a n ta ta de Straw insky que tra ta b a ría tiempo más tarde. La core
ografía de la Nijinska en Las Bo
acerca de la b o d a de u n a cam pesina ru sa. L a N ijinska, en vez de inventar
das (derecha) se basó en una com
bailes folklóricos exuberantes, ocupó to d o el escenario con grupos m o posición de Straw insky que
num entales p a ra trasm itir la im presión causada p o r los sacram entos reli comprende cantos, gemidos y gri
giosos y p o r el ciclo n a tu ra l del crecim iento y la reproducción. tos para una masa coral.
S -l
El últim o de los coreógrafos de D iaghilev fue G eorge Balanchine. E d uca
do en San P etersburgo, B alanchine estaba de gira en E u ro p a O ccidental
con un grupo de danzas soviético, cuando fue co n tratad o p o r Diaghilev
en 1924. D u ran te los cu atro años siguientes, B alanchine hizo las core
ografías de diez obras p a ra D iaghilev, de las cuales sólo sobreviven dos:
E l h ijo p ró d ig o y A p o lo . La prim era relata la p a rá b o la bíblica en estilo
expresionista. Las escenas más extrañas de este ballet son las que trata n
sobre la vida disipada del p rotagonista. Las danzas de los libertinos p a re
cen casi m ecánicas com o si Balanchine quisiera m ostrarnos que, cuando
la sensualidad degenera en luju ria, se vuelve una condición com pulsiva y
d ebilitante, tal com o sucede con la adicción al alcohol o a las drogas. P o r
el c o n trario , el ballet A p o lo nos m uestra el nacim iento del dios y su en
cuentro con las tres M usas. Algo to rp e al com ienzo, el joven A polo crece
cada vez m ás noble en el trascurso del ballet y aprende a ser digno de su
p ro p ia divinidad.
D u ran te to d a su existencia, la com pañía de Diaghilev fue d o m inada por
su director. E ra su com pañía en el m ism o sentido en que el ballet de la
co rte de San P etersburgo hab ía sido la com pañía del Z ar. E n verdad, con
su m onóculo y un m echón blanco en su pelo —que le valiera el sobre
n o m b re de “ C hinchilla” — D iaghilev, en cierta fo rm a, se parecía a un
m o n arca. P ero ser el rey de un ballet no era ta re a fácil ya que, aunque su
com pañía h ab ía presentado costosas producciones y era objeto de la a d o
ración de la sociedad elegante, tam bién estuvo constantem ente am enaza-
Para los miles que acudían a sus
representaciones y para los m illo
nes que solamente la conocían de
nombre, A nna Pavlova (izquier
da) fu e la encarnación misma del
ballet. L os puristas criticaban sus
fallas técnicas, pero el público
adoraba su trascendencia artísti
ca en la que se combinaban una
gran pasión, un control perfecto
y una manera etérea de bailar
que no parecía causarle esfuerzo
alguno. Un crítico escribió:
' 'Ella hacía hablar a sus rasgos y
cantar a su cuerpo”. Y esto era
verdad no sólo en personajes es
peciales como el del cisne m ori
bundo, sino también en otros
tradicionales, com o Giselle o el
de la Princesa A urora en La bella
durmiente.
A la derecha, podem os ver a Je
an Bórlin, quien fu e el prim er
bailarín y único coréografo de la
compañía “Les Ballets Suédois”
vestido como Arlequín.
86
A dem ás, m ediante sus am biciosas producciones, Diaghilev probó que el
ballet, lejos de ser u n a diversión frívola, com o h a n afirm ad o sus detrac
tores, puede ser serio y elocuente. Después de D iaghilev, el ballet todavía
puede o no gustar pero ya nadie puede decir — com o se d ijo — que no es
un arte m ayor.
A pesar de su capital im p o rtan cia, la com pañía de Diaghilev no era la
única valiosa, entre las de su época. E staba, p o r ejem plo, L es Ballets
Suédois, que p rosperó desde 1920 a 1925. A unque oficialm ente sueca, la
co m pañía tenía com o hog ar espiritual al m undo artístico de P arís y de
ahí su no m b re en francés. T enía a Jean B órlin com o coreógrafo y estaba
m o delada sobre la línea v an g u ard ista de D iaghilev, dejando sus p ro d u c
ciones en m anos de artistas discutidos. O tra com pañía de gran fam a fue
el grupo de giras que dirigía A nna Pavlova.
Su nom bre era sinónim o de “ p rim a b allerin a” . H ija de una familia
p o b re, la P avlova asistió a la Escuela del Ballet Im perial de San P eters
burgo y p ro n to llegó a in terp retar personajes protagónicos en el M aryins-
ky. Integró p o r poco tiem po la com pañía de D iaghilev, donde fue com
p a ra d a y en fre n ta d a con T a m a ra K arsavina, siendo ella celebrada p o r su
gracia clásica y la K arsavina p o r su pasión dram ática. P ero el lugar de la
P av lo v a n o estaba con D iaghilev ya que sus puntos de vista artísticos
eran d iam etralm ente opuestos. D iaghilev veía al ballet com o una tarea de
c o n ju n to , m ientras que la P avlova consideraba que el ballet existía com o
vehículo de glorificación del individual artista. Así fue que rom pió con
los Ballets R usos, en 1910, y organizó su p ro p ia com pañía. E ra una
buena com pañía, pero ella era la única estrella fem enina y la Pavlova a d
m itía que le gustab a c o n tra ta r a bailarinas inglesas porque eran sum a
m ente dóciles. P oseída p o r u n a pasión casi dem oníaca p o r la danza, la
P avlova hacía giras constantem ente. E n tre 1910 y 1925 su com pañía re
corrió un to tal de 300.000 millas y dio casi cu atro mil representaciones.
A n n a Pavlova fue u n a de esas grandes artistas que, de alguna m anera,
desafían nuestro criterio crítico sobre lo artístico. P a ra em pezar, sus gus
tos eran terriblem ente convencionales. O riginalm ente F okine hab ía p la
neado E l p á ja ro de fu e g o p a ra ella, pero , cuando escuchó la m úsica de
Straw insky, dijo que era u n a to n tería y se rehusó a bailarla. Y a pesar de
que era u n a Giselle n otable, tam bién le encantaba aparecer en
“ sketches” excesivam ente sentim entales en los que aparecía com o u n a li
bélula o u n a am apola, e, incluso, llegó a in terpretar a u n a coqueta ga
viota en su co reografía de u n a cancioncilla conocida en Inglaterra com o
“ L a luciérnaga” . T am bién tenía fallas técnicas, incluyendo aperturas
pobres. Sin em bargo, triu n fó gracias al brillo de su danza y especialm en
te debido a su d o n n a tu ra l de sum ergirse totalm ente en cualquier cosa
que hiciera. En consecuencia, lo que hacía no era tan im portante com o la
fo rm a en que lo hacía; ella trascendía ta n to sus lim itaciones personales
com o los convencionalism os de sus ballets.
El nom bre de la P avlova está indudablem ente asociado con L a m uerte
del cisne, u n “ so lo ” con coreografía que F okine había hecho especial
m ente p a ra ella. E ste ballet —que consiste en unos pocos deslizam ientos
y aleteos— es casi in fan til p o r lo sim ple. P ero con él, la P avlova podía
hacer llo rar a m ujeres, e incluso, a hom bres grandes. Su cisne tenía to d a
la am arg u ra que puede en contrarse en la m uerte y fue su personaje más
fam oso. L a P avlova enferm ó de neum onía en 1931 en L a H aya y aún en
su lecho de m uerte susurró: “ P rep aren mi tra je de cisne” . M urió poco
después y, a la noche siguiente, su co m p añía debía dar u n a función ya
p ro g ra m a d a en B ruselas. C u an d o llegó el m om ento de hacer L a m uerte
d e l cisne el telón se levantó sobre el escenario vacío y to d o el público se
p u so de pie en silencioso h om enaje.
88
I a mayor disgregación en la ¡lis
iaría del ballet ocurrió en 1900.
Lógicamente, sucedió en París,
que desde hacía tiempo era el pa-
raíso de los artistas de vanguar
dia; pero ilógicamente fu e p rovo
cado p o r una joven yanqui con
m uy poca form ación tradicional.
Su nom bre era Isadora Duncan y
su teoría de la danza no se apoyó
en las tradiciones clásicas, sino
en los m ovim ientos naturales del
cuerpo y se inspiró en el arte de la
antigua Grecia. Vestida solam en
te con una toga suelta (abajo), la
Duncan ofrecía, a sus espectado
res, danzas de form as libres
tpág. 90), que estimulaban res
puestas emocionales ante la m ú
sica sinfónica. Loie Fuller (de
recha), contemporánea de la
Duncan, aumentaba la eficacia
de sus representaciones con sus
artísticas manipulaciones de cha
les y velos diáfanos
89
dores fue Loie Fuller, una vigorosa profesional que había com enzado su
carrera com o niña prodigio que daba conferencias sobre los peligros del
alcoholism o. C on el tiem po fue fam osa por sus danzas en las que se utili
zaban efectos de luz que caían sobre chales y velos, de m odo que las luces
de colores y las telas flotantes producían un herm oso resplandor.
A unque Loie Fuller fascinó a m uchos artistas —entre ellos a Y eats, quien
le dedicó u n poem a— queda relegada si la com param os con Isadora
D uncan. A la D uncan le gustaba repetir que la prim era vez que había
bailado hab ía sido en las entrañas de su m adre. E sa afirm ación parece
b astan te creíble, porque es casi im posible determ inar con precisión cuál
fue el aprendizaje inicial de la D uncan; en realidad ella bailó desde su ni
ñez, casi p o r instinto. Ya adolescente se sintió lo bastante segura com o
p a ra en trar en la oficina del em presario teatral A ugustin D aly, p ro cla
m ándose a sí m ism a com o la h ija espiritual de W alt W hitm an y diciendo:
“ Yo acabo de descubrir la danza. H e descubierto el arte que ha estado
perdido p o r m ás de dos mil a ñ o s” .
Sea lo que fuere lo que Daly pensó de su retórica, de todos m odos le dio
tra b a jo en sus espectáculos. P ero la D uncan quería presentar sus propios
recitales. O bligada por la pobreza, debió so p o rtar la hum illación de
bailar en los salones de la alta sociedad y la de suplicar a las esposas de
los m illonarios que le dieran dinero p a ra lograr sus proyectos. C reyendo
que sería m ejor com prendida en el extranjero, ella y su fam ilia viajaron
hacia E u ro p a en un barco que tra sp o rta b a ganado. Poco a poco, se hizo
de u n a reputación, no sólo com o b ailarina sino tam bién com o excéntri
ca. P o r cierto que era excéntrica com o lo eran su m adre, su herm an a y
sus herm anos. Solam ente u n a fam ilia que vivía en las nubes —com o los
D u n can — p u d o haber in tentado construir una residencia palaciega en su
am ad a G recia, sin darse cuenta de que no había agua por ninguna parte
en las cercanías de su propiedad. Y tan sólo alguien tan im previsible co
mo Isad o ra —en todas partes se la conocía p o r su prim er n om bre—
podría haber apoyado al socialism o, m ientras sim ultáneam ente elogiaba
a los sirvientes ingleses por su obediencia.
P ero ella era algo m ás que una excéntrica. Las fuerzas físicas que lu ch a
b an en su interior son parte de las fuerzas que dieron form a al siglo X X .
Isad o ra era u n a fem inista declarada y creía en el derecho de la m ujer a
am ar y a criar a sus hijos com o se le a n to ja ra . A presada entre la libera
ción y la represión, decía de sí m ism a que era “ u n a P ag an a P u rita n a o
u n a P u ritan izad a P a g a n a ” , y estas contradicciones ayudaban a hacer de
ella, a pesar de su superficial helenism o, una artista esencialm ente yan
qui, que al igual que los E stados U nidos, hacía desesperados esfuerzos
p o r ponerse de acuerdo con su herencia p u ritan a. E n una época en que
los respetables padres de fam ilia solían decir: “ P referiría ver a mi hija
m uerta, antes que sobre un escenario” . Isad o ra se atrevía a bailar y su
gran sueño era lograr que todos los estadounidenses bailaran con ella.
A veces, parecía vivir una vida de ensueño y, o tras veces, parecía estar
perseguida p o r la desgracia. Después de un m uy publicitado rom ance con
el actor y escenógrafo inglés G o rd o n C raig —quien, adem ás, fue uno de
los teóricos teatrales m ás im portantes de este siglo— Isad o ra vivió d u
ran te un tiem po con P aris Singer, cuyo padre hab ía sido el fu n d ad o r de
la pod ero sa com pañía de m áquinas de coser. Este idilio fue interrum pido
p o r un m acab ro accidente que se llevó la vida de sus dos hijos que esta
b an en un autom óvil detenido; al fallar sus frenos el coche rodó cálle
ab a jo y se precipitó en el Sena. L a m ism a Isad o ra m urió tam bién en un
extraño accidente. E staba por salir de paseo con unos am igos en un
coche ab ierto , cuando la p u n ta de su chal quedó enganchada en los rayos
de u n a de las ruedas y se quebró el cuello, m uriendo instantáneam ente.
9]
Los que estab an presentes reco rd aro n que al subir al au to Isad o ra les gri
tó : “A d ie u m es amis. Je vais a la glo ire”.
“ ¡Voy a la g lo ria !” Isad o ra ya h ab ía alcanzado la gloria com o profetisa
de lo que llam am os d an za m oderna. Sin em bargo, su arte es ta n personal
que resulta difícil an alizarlo, aunque sus trucos son b astante obvios. La
típica ru tin a de la D uncan consistía en bailes acom pañados de m úsica
clásica realizados en escenarios desnudos, donde se colgaban cortinados
azules. C om o vestuario, em pleaba túnicas sencillas y bailaba descalza (lo
que a m uchos les sorprendía ta n to com o si estuviera desnuda). Sus m ovi
m ientos básicos se lim itaban a cam inar, correr y saltar. E sto no parece
m ucho a pesar de sus am biciosos acom pañam ientos con p artitu ras de Be-
ethoven, W agner y G luck. Sin em bargo, el efecto que producían era tre
m endo, debido a su m isteriosa com prensión de la dinám ica, de las cuali
dades de los m ovim ientos y de las sutilezas rítm icas.
O tra in n o v ad o ra de la danza fue R uth St. D enis, contem poránea de Isa-
d o ra . P a ra com prender su p ersonalidad podem os encontrar u n a clave en
el hecho de que, cuando joven, sus lecturas favoritas fueron L a crítica de
la razón p u ra de K ant y L a dam a de las camelias de A lejandro D um as,
hijo. Le atraían p o r igual la filosofía m etafísica y las novelas sentim enta
les, así com o m ás adelante le en can tarían el m isticism o y el m undo del es
pectáculo. Su en trenam iento p a ra la d anza se com ponía —com o en el ca
so de Isa d o ra — de u n a extrañísim a mezcla: un poco de ballet, un poco de
baile de salón y un poco de lo que p o r entonces se llam aba “ D elsarte” . Sus admiradores la llaman "La
¿Q ué era D elsarte? D ejem os que u n a vieja canción nos lo explique: Primera Dama de la danza esta
“ E n si m ism o, cada pequeño m ovim iento lleva un significado. dounidense” y no sin motivos,
C ad a pensam iento y cada sentim iento ya que R uth St. Denis dedicó me
dio siglo de su vida a prom over
en u n a pose puede ser m o stra d o ” ...
nuevas y únicas fo rm a s de danza
Este fragm ento pertenecía a u n a conocida canción de M a dam e Sherry, estadounidense. En 1920, fu e
u n a com edia m usical de 1910. Se refería burlonam ente a un sistem a de aplaudida por sus danzas seudo-
estudios del m ovim iento, creado p o r Fran^ois D elsarte, quien tra tó de orientales, tales como El pavo re
dem o strar científicam ente cóm o las ideas y las em ociones se reflejaban al (derecha), pero hoy se la adm i
en los gestos y en las poses. Isa d o ra h u b iera dicho que él buscaba lo que ra tanto por sus enseñanzas co
mo por sus danzas
ella llam ab a “ los m ovim ientos claves” , pero sin descubrir la fuerza vital
que los h ab itab an . E n verdad los bien intencionados pero simples discí
pulos de D elsarte red u jero n sus logros a u n grupo de poses decorativas,
pero insípidas; algo que m uy bien p o d ría representar un club de dam as
en su celebración del día de la prim avera.
E q u ip ad a con la m aestría y la potencia de sus pasos y una variedad de
poses estatuarias del tip o delsartiano, la adolescente R uth St. Denis con
m ocionó B roadw ay. C om o n a d a sabía respecto de agentes o em presa
rios, hizo su p rim era d em ostración ante el prim er hom bre de teatro que
conoció: un boletero. A fo rtu n ad am en te, éste resultó ser un buen
h om bre, quien consiguió que le to m a ra n u n a verdadera p rueba. Así co
m enzó u n a serie de giras, integrando espectáculos, algunos de los cuales
fu ero n producidos p o r D avid Belasco quien la “ reb a u tizó ” , cam biando
su apellido Denis p o r el afran cesad o St. D enis. U n día, m ientras realiza
b a u n a gira p o r la ciudad de B uffalo y estaba to m an d o un helado con so
da, quedó fascinada al ver u n cartel de u n a m arca de cigarrillos llam ada
“ D eidades E gipcias” . E n él se veía a la diosa Isis en el tro n o de un
tem plo. El cartel, que carecía to talm en te de exactitud histórica, obse
sionó a la St. Denis y la inspiró p a ra crear su pro p io estilo de ballet. Los
program as de danzas que presentó de allí en adelante, incluyeron bailes
de cierto estilo “ o rien tal” . Sus pasos estaban lejos de ser auténticos, pe
ro sus bailes resu ltab an lozanos, encantadores y teñidos de m isticism o.
Su sensualidad sacudió al puritanism o Victoriano en la m ism a fo rm a que
lo h ab ían hecho los diseños orientales que realizara B akst p a ra D iaghi-
lev. E n E l incienso, la St. Denis hacía cim brear su cuerpo, m ientras con
tem p lab a el hum o del incienso, elevándose en volutas; en L a s cobras con
vertía sus brazos en dos ondulantes serpientes. E sta b ailarina co n tab a
con u n a figura bellam ente p ro p o rcio n ad a y un p o rte elegante. El pelo de
la St. Denis h ab ía em pezado a encanecer antes de sus 30 años, pero esto
la hacía m ás atractiva. E ra sum am ente experta en el m anejo de su ro p a y
sus velos, logrando que estas telas o ndulantes se trasfo rm aran en m ági
cas prolongaciones de su cuerpo en vez de simples adornos.
E n 1914, la St. D enis conoció a Ted Shaw n, quien prim ero fue su alum
n o , luego su partenaire y, p o r últim o, su m arido. Shaw n —un estudiante
de teología— h ab ía to m ad o la danza com o terap ia, pues estando conva
leciente de u n a d ifteria, el m ism o suero que lo h a b ía salvado lo había p a
ralizado tem p o rariam en te. Ju n to s, o rg anizaron en Los Angeles una
co m pañía y u n a escuela d esordenadam ente ecléctica, llam ada “ De-
n ishaw n” . Los cursos incluían bailes orientales, españoles, danzas de los
indios estadounidenses y, a la vez, ballet clásico. E n síntesis, casi todos
los tipos de danzas que la St. Denis y Shaw n pudieron encontrar. Del
m ism o m o d o , cu an d o la com pañía “ D enishaw n” salía de gira, podía
p resentar, en un m ism o p ro g ram a, u n a d anza hindú, la interpretación
rítm ica de u n concierto, un dueto ro m án tico, un hula-hula y una repre
sentación de la ú ltim a novedad en baile de salón. Este tipo de com pañía
p o d ía ser vehículo ta n to de expresiones culturales serias com o de núm e
ros de “ m usic-hall” y así fue que, incluso, hicieron giras com o integran
tes de las “ Ziegfeld Follies” . T am bién ab rieron filiales de esta escuela en
to d o el país y la “ D enishaw n” sobrevivió com o institución hasta que, en
1932, sus fundadores to m aro n distintos cam inos. La St. Denis se espe
cializó en danzas religiosas y Shaw n organizó prim ero una com pañía in
teg rad a solam ente p o r hom bres y luego el Festival de D anza “ Ja c o b ’s
P illow ” . E n sus días de apogeo, “ D enishaw n” a tra jo a m uchos estu
diantes talentosos com o M a rth a G rah am , D oris H um phrey y Charles
W eidm an.
C o n el tiem po, sin em bargo, estos neófitos se q u ejarían de que, con el ex
cesivo eclecticism o de “ D enishaw n” , sólo po d ían obtenerse conocim ien
tos superficiales sobre cada u n a de las form as de la danza. T am bién hi
cieron n o tar que “ D enishaw n” a m enudo d ejaba de lado sus ideales p ara
perseguir el éxito com ercial y que tan to Shaw n com o “ Miss R u th ” —co
m o se llam aba fam iliarm ente a la St. D enis— , habían constituido un cul
to a sus personas. E l casamiento de la St. Denis con
el coreógrafo y bailarín Ted
Los bailarines em pezaron a irse; M arth a G raham fue una de las prim e
Shawn, en 1914, trajo aparejada
ras. M ás tard e, en 1928, en u n a reunión de los integrantes de la “ D e la unión profesional de sus
n ishaw n” , D oris H u m p h rey dijo que, en su opinión, tan to “ Miss R u th ” nombres. "D enishaw n” fu e p n j
com o Shaw n reb ajab an su reperto rio cuando bailaban en las “ Ziegfeld mero una escuela y luego una
Follies” . Shaw n le contestó preg u n tan d o : “ ¿usted quiere decir que Je compañía que se inspiró y nutrió
sucristo era m enos grande p orque se dirigía a la gente co m ú n ?” “ No su curriculum a partir de distin
— le contestó la H u m p h rey — pero usted no es Jesucristo” . A lo que tas fu en te s étnicas. La St. Denis
y Shawn actuaron ju n to s en
Shaw n le respondió: “ ¡P ero claro que lo soy! ¡Soy el Jesucristo de la obras basadas en temas exóticos,
d a n z a !” Poco después de esto, la H um p hrey y su partenaire, Charles entre ellas “Parvati y el H om bre
W eidm an, d ejarían la escuela “ D enishaw n” . Sagrado” (pág. 92), que es una
E n todos los E stados U nidos h u b o otros coreógrafos rebeldes que lleva de las secuencias de la suite lla
ro n su fervor al cam po de la danza. A lgunos constituirían el ballet esta mada Danzas de las Indias
dounidense, otros crearían la danza m oderna. A l principio, los clasicistas Orientales. También podem os
ver arriba a Shawn en una nueva
y los m odernos fu ero n totalm en te enem igos. Sin em bargo, con el tiem po,
reposición de Radha, de la St.
com o co m p artían el m ism o deseo de superación artística, llegaron a res Denis en 1941. Esta singular so
petarse m utuam ente. ciedad continuó hasta 1932, año
en que los dos se separaron para
fo rm a r sus propias compañías.