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LA CONSTITUCIÓ N DE CÁ DIZ de 1812

La Constitución de Cádiz, aprobada el 19 de marzo de 1812, festividad de San


José, conocida por eso como la Pepa, es la primera Constitución propiamente
españ ola, ya que el Estatuto de Bayona de 1808 no dejó de ser una “Carta
otorgada” marcada por el sello napoleó nico.

La Constitució n Política de la Monarquía Españ ola, má s conocida como Constitució n


españ ola de 1812 o Constitució n de Cá diz, conocida popularmente como la Pepa, fue
promulgada por las Cortes Generales españ olas reunidas extraordinariamente en Cá diz el
19 de marzo de 1812. Se le ha otorgado una gran importancia histó rica por tratarse de la
primera Constitució n promulgada en Españ a, ademá s de ser una de las má s liberales de su
tiempo.
Oficialmente estuvo en vigor solo dos añ os, desde su promulgació n hasta su derogació n en
Valencia el 4 de mayo de 1814, tras el regreso a Españ a de Fernando VII. Sin embargo,
apenas si entró en vigor de facto, puesto que en su período de gestació n buena parte de
Españ a se encontraba en manos del gobierno afrancesado de José I Bonaparte, otra en
mano de juntas interinas má s preocupadas en organizar su oposició n a José I y el resto de
los territorios de la Corona españ ola, los virreinatos, se hallaban en un estado de confusió n
y vacío de poder causado por la guerra de Independencia. Posteriormente se volvió a
aplicar desde el 8 de marzo de 1820, cuando en Madrid, Fernando VII es obligado a jurar la
Constitució n españ ola de 1812, estando vigente durante el Trienio Liberal (1820-1823),
así como durante un breve período en 1836-1837, bajo el gobierno progresista que
preparaba la Constitució n de 1837.
¿Qué establecía la Constitució n Españ ola?
1. La Constitució n establecía la soberanía en la Nació n —ya no en el rey—
2. La monarquía constitucional
3. La separació n de poderes
4. La limitació n de los poderes del Rey
5. El sufragio universal masculino indirecto,
6. La libertad de imprenta,
7. La libertad de industria, y
8. El derecho de propiedad o la fundamental abolició n de los señ oríos.

Entre otras cuestiones, por lo que «no incorporó una tabla de derechos y libertades, pero
sí recogió algunos derechos dispersos en su articulado». Ademá s, confirmaba la
ciudadanía españ ola para todos los nacidos en cualquier territorio de la corona españ ola,
prá cticamente fundando un solo país junto a las provincias americanas, africanas y
asiá ticas.
Por el contrario, el texto consagraba a Españ a como Estado confesional cató lico,
prohibiendo expresamente en su artículo duodécimo cualquier otra confesió n, y el rey lo
seguía siendo «por la gracia de Dios y la Constitució n». Del mismo modo, este texto
constitucional no contempló el reconocimiento de ningú n derecho para las mujeres, ni
siquiera el de ciudadanía1 (la palabra «mujer» misma aparece escrita una sola vez, en una
cita accesoria dentro del artículo veintidó s), aunque con ello estaban en plena sintonía con
la mayoría de la sociedad hispana y europea del momento. Con todo, se le reconoce, en
gran estima, su carácter liberal, su afá n en la defensa de los derechos individuales, su
posicionamiento en querer modificar caducas instituciones propias del Antiguo Régimen,
y en general, de recoger medidas regeneradoras enfocadas, con espíritu idealista, en
mejorar la sociedad.
HISTORIA
La Constitució n de 1812 se publicó hasta tres veces en Españ a —1812, 1820 y 1836—, se
convirtió en el hito democrá tico en la primera mitad el siglo XIX, transcendió a varias
constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la
mayor parte de los estados americanos durante y tras su independencia. La Constitució n
de Cá diz de 1812 provocó limitar el poder de la monarquía, la abolició n del feudalismo, la
igualdad entre peninsulares y americanos y finalizó la inquisició n.
Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones dedicadas a su estudio omiten o
minusvaloran la influencia que la revolució n liberal y burguesa españ ola tuvo al
transformar el imperio españ ol en provincias de un nuevo Estado, y convertir en nuevos
ciudadanos a los antiguos sú bditos del absolutismo, y que incluía en su definició n de
ciudadanos españ oles no solo a los europeos, o sus descendientes americanos, sino
también a las castas y a los indígenas de los territorios de América, lo que se tradujo, en
tercer lugar, en su trascendencia para las nacientes legislaciones americanas.13
Las Cortes abrieron sus puertas el 24 de septiembre de 1810 en el teatro de comedias de
la villa de la Isla de Leó n, actual San Fernando, para posteriormente trasladarse al oratorio
de San Felipe Neri, en la ciudad de Cá diz. Allí se reunían los diputados electos por el
decreto de febrero de 1810, que había convocado elecciones tanto en la península como en
los territorios americanos y asiá ticos. A estos se les unieron los suplentes elegidos en el
mismo Cá diz para cubrir la representació n de aquellas provincias de la monarquía
ocupadas por las tropas francesas o por los movimientos insurgentes americanos. Las
Cortes, por tanto, estuvieron compuestas por algo má s de trescientos diputados, de los
cuales cerca de sesenta fueron americanos. Sus principios eran la soberanía nacional, la
igualdad ante la ley y la defensa de la propiedad privada.

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