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Entre otras cuestiones, por lo que «no incorporó una tabla de derechos y libertades, pero
sí recogió algunos derechos dispersos en su articulado». Ademá s, confirmaba la
ciudadanía españ ola para todos los nacidos en cualquier territorio de la corona españ ola,
prá cticamente fundando un solo país junto a las provincias americanas, africanas y
asiá ticas.
Por el contrario, el texto consagraba a Españ a como Estado confesional cató lico,
prohibiendo expresamente en su artículo duodécimo cualquier otra confesió n, y el rey lo
seguía siendo «por la gracia de Dios y la Constitució n». Del mismo modo, este texto
constitucional no contempló el reconocimiento de ningú n derecho para las mujeres, ni
siquiera el de ciudadanía1 (la palabra «mujer» misma aparece escrita una sola vez, en una
cita accesoria dentro del artículo veintidó s), aunque con ello estaban en plena sintonía con
la mayoría de la sociedad hispana y europea del momento. Con todo, se le reconoce, en
gran estima, su carácter liberal, su afá n en la defensa de los derechos individuales, su
posicionamiento en querer modificar caducas instituciones propias del Antiguo Régimen,
y en general, de recoger medidas regeneradoras enfocadas, con espíritu idealista, en
mejorar la sociedad.
HISTORIA
La Constitució n de 1812 se publicó hasta tres veces en Españ a —1812, 1820 y 1836—, se
convirtió en el hito democrá tico en la primera mitad el siglo XIX, transcendió a varias
constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la
mayor parte de los estados americanos durante y tras su independencia. La Constitució n
de Cá diz de 1812 provocó limitar el poder de la monarquía, la abolició n del feudalismo, la
igualdad entre peninsulares y americanos y finalizó la inquisició n.
Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones dedicadas a su estudio omiten o
minusvaloran la influencia que la revolució n liberal y burguesa españ ola tuvo al
transformar el imperio españ ol en provincias de un nuevo Estado, y convertir en nuevos
ciudadanos a los antiguos sú bditos del absolutismo, y que incluía en su definició n de
ciudadanos españ oles no solo a los europeos, o sus descendientes americanos, sino
también a las castas y a los indígenas de los territorios de América, lo que se tradujo, en
tercer lugar, en su trascendencia para las nacientes legislaciones americanas.13
Las Cortes abrieron sus puertas el 24 de septiembre de 1810 en el teatro de comedias de
la villa de la Isla de Leó n, actual San Fernando, para posteriormente trasladarse al oratorio
de San Felipe Neri, en la ciudad de Cá diz. Allí se reunían los diputados electos por el
decreto de febrero de 1810, que había convocado elecciones tanto en la península como en
los territorios americanos y asiá ticos. A estos se les unieron los suplentes elegidos en el
mismo Cá diz para cubrir la representació n de aquellas provincias de la monarquía
ocupadas por las tropas francesas o por los movimientos insurgentes americanos. Las
Cortes, por tanto, estuvieron compuestas por algo má s de trescientos diputados, de los
cuales cerca de sesenta fueron americanos. Sus principios eran la soberanía nacional, la
igualdad ante la ley y la defensa de la propiedad privada.