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Réginald Ringenbach, op
Sería necesario callar ahora. Pero Mozart fue más lejos, más
profundo. Él nos introduce en el universo mismo del perdón y del
amor. Y es la asombrosa Flauta mágica (K 620), donde ni una sola
nota escapa al amor, donde los acordes laten al ritmo del corazón
humano, donde toda realidad es transfigurada por la música que la
toca.
Pamina quiso escaparse. La volvieron a atrapar. Ella se desploma a los
pies de Sarastro; pide perdón explicando que no es culpable. ¡Muy
femenino, eso! Sarastro la levanta con una infinita ternura: “Ponte en
pié, levántate, oh amada…”. Le dice que comprende su reacción, que
no quiere de ningún modo forzarla a amar contra su voluntad, que él
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sabe bien que ella ama a Tamino, pero que es todavía muy frágil, muy
expuesta a las artimañas de su madre, para que él consienta en darle
la libertad, ya que esto no sería causa de su felicidad.
Poco después, la madre de Pamina, la reina de la noche, quiere
obligar a su hija a matar a Sarastro, a asesinarlo. La adolescente está
confundida por ello: no, ella no puede hacer esto. Sarastro ha oído
todo. Él tranquiliza a Pamina y le explica que “en estos lugares santos,
no hay sitio para la venganza… Que si un ser humano cayó, el amor
sabrá restablecerlo” (...).
Y he aquí que Sarastro también, a pesar de su sabiduría, experimenta
como un pavor y siente el deseo de apelar a sus hermanos. Les pide
que recen con él por la joven pareja, a fin de que esta pueda afrontar
las pruebas que debe atravesar y salir victoriosa. Es el admirable coro
de los sacerdotes: “Oh Isis y Osiris”. De Tamino dice: Su espíritu es
valiente, su corazón es puro; pronto será digno de nosotros” (…). Este
coro está totalmente impregnado de la más alta espiritualidad y
colmado de una inmensa esperanza. Él surge completamente del
universo del amor y del perdón.