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Observaciones

Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolirlo.
Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro,
terriblemente breve e intenso como la muerte…
–Alejandra Pizarnik, Diarios. 1957.

Sobre una página naranja donde el verde se oculta de la furia de la poetisa, la escribana intenta
traducir desde el color y la música las palabras posibles del pintor.
El color ha tomado posesión de mí para siempre. Éste es el sentido de la hora feliz: yo y el color somos uno. Soy
pintor.
–Paul Klee, 1914.

Teotihuacán. La primera Sabina, s.III-IV


De un salto, la bailarina levanta la máscara funeraria.
Hecha con ojos de obsidiana, observa petrificada los gestos que repites y no dicen nada.
Dedos pintados de azul marcan ritmos rebeldes para acompañar su viaje a la muerte.
¿Qué harás con las letras que sí tenían amor y no te gustaron?
Dices que son de ambos los momentos.
Ella dice son sólo míos.
Tú bebes sangre creyendo que es la mejor ofrenda.
Ella bebe sangre sabiendo que es la propia y se autosacrifica.
Me deformo el cráneo de la poesía y temo.
Rehuyes de mis miedos porque en uno de ellos quedarás solo.
Me exaltas, como si fuese tu diosa.
Y luego me iré, para demostrarte que soy sólo una máscara sobre un cadáver.

Modernidad
Sobre la misma máquina de escribir antigua, reposan los pies del Hombre del Vitrubio junto a un
pedazo del brazo del muchacho con chaleco rojo de Cézanne.

Rodin. El beso, 1887


Sólo detengo momentos.
Como si el tiempo no pudiera contra ellos, la palabra
vuelve a enfrentarse con la escultura,
con aquella imagen detenida.
La totalidad de los objetos contra la totalidad del movimiento.
¿Qué es lo uno?, ¿qué es lo otro?
Laocoonte vuelve a gritar frente a nosotros.
Ellos, amantes, gritan ante nosotros.
¡Artes para vernos humanos!
¡Humanos para sentirnos artísticos!
¿Y si fuésemos simples humanos,
solo para querernos en total humanidad?
Así, así,
como la palabra queda descartada,
como la pintura no me alcanza
y la música no te alcanza,
y el baile nos enfrenta
y la escultura nos ignora,
nos intenta, acaso,
en un beso de Rodin,
en una pasión de Claudel,
solos
tú y yo,
en completo silencio,
descifrando el entramado complejo
que no tiene en sí mismo el deber
de ser un arte… un Arte.
¿Qué somos?

Klimt. Alegoría del amor, 1895


El día que Gustav dijo amor, ignoró que esta palabra se haría tantos rostros. Tres hombres
muertos, fantasmas que, sin saberlo, persiguen a tres mujeres que ignoran a su vez su condición.
En el centro del cuadro, la mujer de vestido blanco retiene el momento de la entrega. Dos
fantasmas miran desde arriba y detrás de su amado –hecho una sombra–, dos mujeres vivas
sonríen con naturalidad.
El amor es intocable, no llega nunca al beso. La máxima expresión de los objetos sólo llega hasta
el momento anterior. En la mano está el anillo del pasado y, esperando a robarlo, están los ojos
macabros, el rostro sufriente, el niño fantasma y la calavera.
Amor se hizo diez rostros detenidos antes del beso.
Nueve rostros y una calavera.
Y diez rosas alrededor.

Klimt. Alegoría del amor, 1895: La entregada


Después de exaltar el amor incompleto, la dibujada retiró el rostro de la cercanía de su hombre
fantasmal.
Te lo diré, encantador sentimental:
Si supieras que siempre has estado a una palabra nada más de hacerla quedar contigo. Si supieras
lo fácil que ha sido sólo para ti. Parece que lo sabes y por ello mides cada una de tus palabras
hacia ella. Porque contigo es fácil y te entregaría cada imagen de su ser. Así ha sido y por ello
sigue sola, sin luna ni anillo.
Sólo cuando sepa negarte parte de sí, sabrás pedirle que se quede. Ahora es tan fácil que lo haga,
que prefieres no decirlo. Renunciar a todo por ti aún no parece un mérito, es sólo una petición
que nunca se hará porque todos saben bien que ella no sabe rehusarse.
Nadie quiere lo que se entrega con tanta facilidad.
Y ella no sabe dejar de entregarse.

Klimt. Hygieia (detalle de “Medicina”), 1900/7


La hija de Asclepios se presentó ante mí una noche mientras invocaba la salvación.
Dime, mujer, y háblame de la mujer a tu lado; sé que tu serpiente enroscada tiene que ver con
esta historia. Tú, que te hiciste fuego al ser repudiada por tu creador, dime más, más, Hygieia,
veo que me miras y a la vez no lo haces, creo que hoy serás la que pregunte.
Qué haces, niña. Por qué no te dejas curar. Mira mis manos, se parecen a las tuyas. De mis manos
bebe esta serpiente, reptil de la vida. Como de tus manos beben los recuerdos de ellos. En mi
brazo firme se enrosca la salud; en los tuyos..., los tuyos esperan aún su remedio.
Al partir, supe que un animal ondulado es el amor que se enrosca en la diosa aborrecida de la
medicina. Dorada y elegante diosa de la salud, detestada por los primeros que conocieron a
Klimt, incendiada en la guerra, abandonada por todos, aguardaba tanto como yo quien quisiera
beber llanto de serpiente.

Klimt. La humanidad sufriente (detalle del “Friso Beethoven”), 1902


Como si la frase de la noche pasada fuera de alguna forma profética, la comunicación es un acto
de amor y ahora dos seres se unen en súplica mientras la doliente, detrás, los observa.
Un beso al cuerpo del amado es realmente un beso a la humanidad débil de la que los dos, los
amantes, están enamorados por completo, y si uno de ellos sugiere que los besos son pequeños
actos de redención, y él dentro de ella es también redención, entonces la Humanidad puede
salvarse en un cuarto oscuro, en la entrega que convierta sus manos en el caballero dorado, la
felicidad.
Forzoso es, en el baño más puro de sal, descansar un momento para dormir en el abrazo de dos
cuerpos tan distintos y hermosos: negro y blanco entremezclados, y, entre lo lácteo y lo fuerte,
dos mentes soñadoras refrescando el presente.
Ayer hizo el amor la Humanidad entera, hoy completa una parte del infinito friso klimtiano.

Klimt. Las Fuerzas Hostiles (detalle del “Friso Beethoven”), 1902


Las fuerzas enemigas, las tres gorgonas seductoras. Dominantes de las acciones humanas. Todas.
A Klimt las palabras que hoy se escribirán, al arte el sentir, a las letras una vida que no tiene nada
para conmover. Fragmentos inhóspitos y desolados. No hay Dios, si lo hay, dispuso a los
hombres sobre tableros movedizos para que combatan entre ellos y disimulen los únicos
combates, que son interiores. Interior. “Todo es un interior”, y el amor no existe, y cada palabra
de esperanza es blasfemia.
La esperanza no debe nombrarse. Nombrarla es tanto como escribir el silencio.
La Furias me dicen a tres voces:
–Alguna vez supe mucho de algo y no pude comunicarlo. Aléjense de este trebejo todos los que
buscan paz, porque yo soy la que irrita, yo soy la que atormenta, la que traiciona, la que está sola,
la que no puede dar ningún bien. En mí no se hallará la diversión del lenguaje, seré cuando
quieras cataclismo barroco, seré sin que lo quiera(s) tu tormento más constante, tu sombra in
crescendo, tu odio más puro. Fui testigo del derrumbe que creí reconstruido, del beso que
pretendió ser paz, de la maldición que quiso ser buen deseo, de las malas intenciones disfrazadas
de vírgenes. Enfermedad, Locura y Muerte detrás de las que te daremos salud si bebes nuestra
sangre del lado correcto. Te hablaré de tu destino, porque es mi hijo, de tu futuro, el caos, de tu
pasado, pues tengo dos rostros. Mírame y te petrificaré. Soy la destructora de tus símbolos, la
incrédula irredenta, la alucinada en vigilia, la embarazada perenne, tu destierro irreparable.
Serpiente, soy la prueba de que el amor nunca existió y la palabra jamás ha hecho la humanidad
más llevadera. El hogar es una trampa, peor que el amor. Nada hay cuando descubres que el
pasado no volverá. Pero, si no te hace bien, al menos utilízalo, úsalo a tu antojo, aprovéchate con
descaro de él. Y llora al soltar la pluma.
–Fuerzas hostiles, respondo –apacigüen a la viajera tranquila, contradigan a quien disfraza de
dulzura el amor propio. Son ustedes la verdad, nadie más. Den reposo a quien no sabe que el
ángel es lo más terrible y ustedes lo más puro. Hoy quiero la pureza del dolor para poder al fin
morir. Gorgonas, sean el espíritu que empapa estas palabras, y recíbanme consigo. Sólo ustedes
responderán mi llamado.
–Sujétate de nuestras serpientes.

cuídate de mí amor mío


cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
–A.P.

Claudel. La edad madura, 1902


Verán los pinceles en el suelo de aquellos que hace rato no necesitan instrumentos para pintar el
mundo de toda la gama de alegrías que de tu amarillo provienen.
Verán los lápices abandonados de los que supimos que la perfección del oficio está en dejarlo.
Verán las guitarras de los que, por músicos, transitan silenciosos por las curvas sonoras de tu
cuerpo.
Le verás abandonando el cincel para correr hacia ti, Camille, y esculpir en tus labios el perdón
que nunca te pidió. O nunca quisiste oír.

Klimt. Jardín de flores, 1905


Riegas un jardín de flores dibujadas. Sí, qué bien, porque ellas dibujadas permanecen (vivas de la
mano de Klimt desde 1905 hasta hoy). Permanece el jardín que no pisan las imágenes de Faustine
y Morel, permanece en una postal, girasoles, flores para él. Quién es él. Él, a quien te aferras
tratando de asegurarte en unas señales confusas, unas caricias y sus silencios.
A través de la ventana se ven las flores naranjas. Cada vez crece más la cerca de flores, y temes
que pronto invadan tu casa. Ves tres murallas: el marco del cuadro, las flores naranjas y la reja de
tu casa. Ayer pensabas en la cerca y la libertad encerrada entre cuatro paredes: la libertad está
encerrada dentro de tu cuerpo. La libertad sólo puede salir como un hilo de tinta por tus dedos.
Hilo de tinta, suerte de dibujo por el que se escapa tu autobiografía y que te has dado el lujo de
llamar tu obra. La libertad apenas si es esclava de tu mano, lo que has querido que sea.
El jardín es bello y permanente, surge de los dedos del pintor y se posará en el recuerdo de
quienes contemplan sus girasoles inmortales. Hoy deseas estar en casa contemplando las flores de
fuera. Lo estás, pero también sueñas otra casa, un espacio, un silencio más tuyo, para luego dejar
entrar al recuerdo, todo en café y verde, permitir la entrada de quienes amas, tus colores y las
acuarelas que les has prometido. La visita de las cartas de quienes te han querido, aquellas que
incluso saben a soledad de no correspondencia, miles de intentos poéticos de tus amigos y
palabras de tu presente. Quién es él, quién fue. Él, de quien te aferras aunque no quede nada de lo
que hubo.
A través de la ventana de tu alma se ven las flores del olvido, las amapolas de la libertad
cercando tu recuerdo.

Klimt. Árbol de la Vida, 1905-1909


Árbol lleno de ojos. Tus ojos me miran en la noche. Los cuento. Los observo. De cerca me miras.
Ojos glaucos, de lechuza, ojos grises de mujer. Me observas y sé que no me juzgas. Ojos
espiralados...
No hay otra vuelta atrás que en espiral. Pero la espiral no es un círculo completo, círculos que se
reducen intentando juntarse, luchan y luchan contra su medida y poco a poco viajan más hacia
dentro, la línea no choca, mas hay que seguir, hasta encontrar centros.
¿Sólo hay vuelta atrás en la espiral? Ni en ella hay vuelta atrás.
¿Y en el centro? Alguien cuenta historias de tocadiscos que se acaban, y otro alguien prefiere
caminar por la periferia hacia el centro.
Giran, la espiral gira y gira, y quizá la espiral no viaja hacia dentro y, como las ondas que se
propagan a su alrededor, esta curiosa línea curva gusta de moverse hacia afuera. Entonces,
cansados de la caminata, un día desde el centro la vida nos llevó hacia afuera, y definimos los
tocadiscos como espirales que olvidaron la naturaleza de las cosas. Estamos girando como quien
quiere llegar otra vez al punto, pero teniendo que rodearlo.
Entonces giramos alrededor de ese punto central (ptolemaicos, no somos) y cada vez la espiral es
más grande, toma entonces a los demás, los envuelve, se cruza con la espiral ajena y...
Cadenas de espirales.
El Árbol de la Vida de Klimt.

…Excluidas ya las vejeces humillantes, las pesadillas sanitarias; y el resto no es para ahora y ya no hay más soledad
posible. ¿No has comprendido qué regalo de la vida fue que no murieras hace un año? Corte. Partida. Y lo
desconocido que se tiende por muchos años todavía, si quieres explorarlo con tus ojos de niño.
Dulce confusión cuando el suelo tiembla al sol y vibras contra, en, alrededor de mi cuerpo.
No abandonaremos la autopista en Marsella, mi amor, ni en ninguna parte. No hay otra vuelta atrás que en espiral.
–Carol Dunlop.

Klimt. El beso, 1907/8


Detalle de El beso. No habrá más como ése. Nunca. Un encuentro espiralado de esos en los que
ya no hay vuelta atrás. En la mejilla, mientras ella está atrapada por sus fuertes manos. Otoño del
recuerdo: habla con dolor. Rodea con tu color la imagen del beso que no se repetirá, la imagen de
flores, espirales y cuadrados. Cuerpos que se esconden bajo cuadros negros y dorados, vestidos
de flores rojas y azules más una mujer mostrando un hombro.
¿Tú también estás arrodillado, hombre? Ella sí lo está. Sus pies –mis pies–, están a punto de
salirse de ese campo de flores y lianas que crece a su alrededor. Si salen, ¿a dónde irán? Al fondo
pardo de la espera y el dolor. Fuera del beso primaveral está el otoño café. No habrá más como
ése. Nunca.
Y tú, mujer, como el otoño, rodea con tus brazos su cuello, hasta que sus pies –mis pies–, no
tengan dónde apoyarse y debas colgarte de él, mientras después del otoño un invierno de noches
blancas recupere el dominio sobre tu cabeza, la frialdad, y encuentres otro lugar para aferrarte
que no sea él ni su cuello.
Hasta que no haya más. Nunca.

Klimt. La Virgen, 1913


Todas las mujeres se reúnen en colores en un último intento del pintor por descubrir los secretos
que ninguno de sus numerosos encuentros con ellas le reveló. En la colcha hecha de traiciones, se
perciben seis rostros más un oculto pero que persiste allí. El título enigmático de la obra es masa
de mujeres, quizá nada más que el cabello de una sola. Cabello de flores y espirales, cabello de
dorsos y torsos desnudos más siete deseos escondidos.
¿Cada rostro un deseo?
–Que toque mi cuello, que toque mi pecho, que toque mi rostro, que toque mi hombro, que tome
mis manos, que me abrace y un beso.
¿Qué mirada está pidiendo un beso? La de arriba, la inconmovible, la impasible, la suplicante que
ha sufrido y ya no cree en las palabras. Ella, que pidió un beso cuando sus ojos miraban a la nada,
entre el vestido de flores de las que fueron Lilith y Eva y todas –y Beatriz y Lucía y Ofelia y
Paula y Sabina– sólo sabe que ya no cree y, a pesar de mostrarlo todo, de retar con su cuerpo, en
su cabello está decidido que será la virgen.

Impresionismos
¿De dónde surgió este gusto por la pintura? Créeme que lo ignoro. No sé cuándo la emoción fue
tan grande, cuándo Klimt y el maldito Árbol fueron mi vida, cuándo un danzante matissiano, un
cuello Modogliani, una noche espiralada de Van Gogh y un sombrero en todos ellos me
resultaron nosotros. Me resultaste tú verde como una raya en medio del rostro de Madame
Matisse y fuiste Adán añorándome en la entrega-lilith de la Nuda Veritas klimtiana. Quise
incluso casarme contigo entre un sueño azul Chagall, detener tu caída mientras atravesabas la
postal equilibrista de Klee que tanto suena a Cortázar.
Te di tantos símbolos, cuidadosa unión forma y color a veces con toda la pasionalidad y hasta la
locura de una suplicante de Claudel, un beso-Rodin, una Catedral hecha con nuestras manos
como las que vio Rilke en el taller del escultor y por qué no tu Proust visitante de iglesias y
bóvedas francesas. Entre puntos de Seurat te veo de nuevo, luego viajas al pasado y te me pierdes
en el espejo que acompaña a esa dama de Degas. Sospecho que todo lo intento para salirme de un
tema, sabiendo que recaeré en el mismo cuando encuentre nuestro verdadero lugar en una fiesta
alegre a lo Renoir. Mira este intento, amor, mi columna salomónica queriendo alcanzar la espiral
que asciende al nombrarte entre tantas bellas creaciones humanas.
Leo y observo estos cuadros para no pensar en ti, que vuelves a mí tan esquemático-Mondrian,
doliéndome siempre tan desproporcionado-Cézanne.

Colores
Ella es roja, siempre roja bailarina.
Yo soy amarilla, tristemente soleada.
Él es negro y morado, como un fantasma observador
y ella, blanca, sonríe.
Tú verde.
Siempre en verde, mordazmente en verde.
Cruelmente natural. Calladamente yermo.
Frío de la tundra.
Yo, fecunda, temo lo estéril.

Klee. Equilibrista, 1923


Eres el equilibrista de Klee, el protagonista de estos cuadernos.
Subiendo las escalas de la edad no aceptada, proyectas líneas para –en tu vida– nunca perder la
mira.
Cuidado: de un lugar a otro ya no hay perspectiva.
Cuidado: caminas sobe una línea horizontal mal trazada en la acuarela.
No temas, equilibrista: yo, observándote, soy la espiral en tu plan tan bien diseñado. Y predigo
que llegarás. Serás.

Escher. Manos dibujando, 1948


Mi mano que dibuja una mano que dibuja una mano que dibuja una mano posa mientras mi otra
mano quiere dibujar en tu rostro una mano que acompañada sea sólo tuya pero sea sólo mía y
sean dos manos saludando la madrugada.
Mi mano que dibuja una mano que dibuja una mano que dibuja una mano es capturada por la
cámara que sostiene tu mano, que acompañada es sólo mía pero es sólo tuya y son dos manos
despidiendo la noche.
Nuestras manos que acompañadas son sólo nuestras una vez dibujándose a sí mismas dibujándose
otra y otra y otra vez como cuando nos tomamos de la mano y entonces el Infinito se da la mano.
Praga, 1968
Y entonces, a un ritmo sospechoso, las risas surgían entre los espectadores de la «obra maestra».
–¡Qué vergüenza!
–¡Qué amorfo andrógino!
Las risas aumentaban mientras la actriz-artista-con-pretensiones-de-obra-de-arte bailaba como
epiléptica; mientras sus pasos dejaban un rastro de pintura sobre la tela del piso.
De repente se detuvo –estática escultura– y la gente salió despavorida ante el hedor del cadáver
de Sabina.

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