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Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolirlo.
Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro,
terriblemente breve e intenso como la muerte…
–Alejandra Pizarnik, Diarios. 1957.
Sobre una página naranja donde el verde se oculta de la furia de la poetisa, la escribana intenta
traducir desde el color y la música las palabras posibles del pintor.
El color ha tomado posesión de mí para siempre. Éste es el sentido de la hora feliz: yo y el color somos uno. Soy
pintor.
–Paul Klee, 1914.
Modernidad
Sobre la misma máquina de escribir antigua, reposan los pies del Hombre del Vitrubio junto a un
pedazo del brazo del muchacho con chaleco rojo de Cézanne.
…Excluidas ya las vejeces humillantes, las pesadillas sanitarias; y el resto no es para ahora y ya no hay más soledad
posible. ¿No has comprendido qué regalo de la vida fue que no murieras hace un año? Corte. Partida. Y lo
desconocido que se tiende por muchos años todavía, si quieres explorarlo con tus ojos de niño.
Dulce confusión cuando el suelo tiembla al sol y vibras contra, en, alrededor de mi cuerpo.
No abandonaremos la autopista en Marsella, mi amor, ni en ninguna parte. No hay otra vuelta atrás que en espiral.
–Carol Dunlop.
Impresionismos
¿De dónde surgió este gusto por la pintura? Créeme que lo ignoro. No sé cuándo la emoción fue
tan grande, cuándo Klimt y el maldito Árbol fueron mi vida, cuándo un danzante matissiano, un
cuello Modogliani, una noche espiralada de Van Gogh y un sombrero en todos ellos me
resultaron nosotros. Me resultaste tú verde como una raya en medio del rostro de Madame
Matisse y fuiste Adán añorándome en la entrega-lilith de la Nuda Veritas klimtiana. Quise
incluso casarme contigo entre un sueño azul Chagall, detener tu caída mientras atravesabas la
postal equilibrista de Klee que tanto suena a Cortázar.
Te di tantos símbolos, cuidadosa unión forma y color a veces con toda la pasionalidad y hasta la
locura de una suplicante de Claudel, un beso-Rodin, una Catedral hecha con nuestras manos
como las que vio Rilke en el taller del escultor y por qué no tu Proust visitante de iglesias y
bóvedas francesas. Entre puntos de Seurat te veo de nuevo, luego viajas al pasado y te me pierdes
en el espejo que acompaña a esa dama de Degas. Sospecho que todo lo intento para salirme de un
tema, sabiendo que recaeré en el mismo cuando encuentre nuestro verdadero lugar en una fiesta
alegre a lo Renoir. Mira este intento, amor, mi columna salomónica queriendo alcanzar la espiral
que asciende al nombrarte entre tantas bellas creaciones humanas.
Leo y observo estos cuadros para no pensar en ti, que vuelves a mí tan esquemático-Mondrian,
doliéndome siempre tan desproporcionado-Cézanne.
Colores
Ella es roja, siempre roja bailarina.
Yo soy amarilla, tristemente soleada.
Él es negro y morado, como un fantasma observador
y ella, blanca, sonríe.
Tú verde.
Siempre en verde, mordazmente en verde.
Cruelmente natural. Calladamente yermo.
Frío de la tundra.
Yo, fecunda, temo lo estéril.