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El respeto a la diferencia comienza en el aula . Tolerancia
¿En los colegios se respetan las ideas, creencias y prácticas de los demás? Hay opiniones diversas, pero lo cierto es que los
estudiantes reconocen el fenómeno de la intolerancia en las aulas contra las personas diferentes. Las autoridades
educativas buscan superar el problema mediante la capacitación de los docentes
El científico y escritor alemán Georg Lichtenberg (17421799) recomendaba “conceder al corazón el hábito de
la tolerancia”, entendiéndose ésta como la consideración hacia las ideas, creencias o prácticas de los demás.
Pero la palabra tiene también otra connotación más amplia: el respeto a las diferencias entre las personas.
En un país como Bolivia, donde algunos sectores de la población hacen gala de su intolerancia... ¿se enseña
el valor de la tolerancia en las aulas del colegio? “A todos nos enseñan que no hay diferencias entre blancos y
negros, o entre collas y cambas”, dice con seguridad José Luis, estudiante de secundaria en un
establecimiento del centro de la ciudad. Pero esa confianza en su voz se desvanece cuando se consulta al
escolar si en su curso todos se tratan como iguales o, por el contrario, no faltan los alumnos que son blanco
recurrente de las bromas... u otro tipo de ataques. “Bueno, a Carlos le dicen colla por negringo... y a Julio
cabeza’e chancho porque su cabello es tieso”, reconoce. Insistiendo aún más, José Luis acepta que las
víctimas frecuentes de los apodos son los estudiantes diferentes: el gordo, el flaco en extremo, el
provinciano, el moreno, el demasiado blanco, el estudioso, el enfermizo, el pobre, el afeminado y el
proveniente de otros departamentos, especialmente de la parte occidental del país.
¿Alguna vez los profesores los reprenden por apodar feo a sus compañeros?, se le pregunta. “Nunca. Los
profesores no se meten en esas cosas”, responde.
José Luis se sincera en la breve entrevista y relata que, en cierta ocasión, a un estudiante proveniente del
interior del país le quitaron su calculadora, su libro de Álgebra de Baldor y otros textos escolares. Cuando el
muchacho reclamó y amenazó con denunciar la sustracción del material ante los profesores, fue amedrentado
por sus compañeros más fornidos, quienes le advirtieron sobre temibles represalias si la noticia del robo
trascendía hasta la dirección del establecimiento.
¿Por qué eligieron a ese estudiante en particular para quitarle sus cosas? “Porque era colla y como recién
había llegado al colegio, no tenía amigos que lo defiendan”, dice José Luis.
El tema puede pasar desapercibido para una gran mayoría, pero lo cierto es que la intolerancia en los
establecimientos educativos de Santa Cruz existe.
Una encuesta de percepción elaborada por el Defensor del Pueblo reveló que el 75,4% de los bolivianos
admite la existencia de discriminación en Bolivia; entre los grupos más marginados están las personas con
VIH/sida, los indígenas y campesinos; las personas con discapacidad y los homosexuales, sean gays o
lesbianas.
Otro estudio, realizado por la Fundación Unir, corrobora la información al señalar que Santa Cruz se presenta
con el más alto nivel de racismo en Bolivia. En su encuesta nacional 2008, se encontró que los factores
identificados como causantes de discriminación son la pobreza, la procedencia indígena, el color de la piel y el
apellido indígena. El mismo estudio expone que los grupos más rechazados –según las personas consultadas
son los indígenas, las personas con discapacidad, los enfermos de sida y los pobres.
Los datos son ratificados por Roxana Rodríguez, comunicadora de la organización Apoyo para el Campesino
Indígena del Oriente Boliviano (Apcob), que trabaja con la comunidad ayorea Degüi en el barrio Bolívar de la
Villa Primero de Mayo. En el lugar se encuentra una unidad educativa donde los niños ayoreos cursan hasta
cuarto de primaria. Los problemas se presentan cuando los pequeños deben abandonar el lugar para
completar su formación en los colegios de la zona.
Rodríguez explica que muchos escolares ayoreos tienen entre dos y cuatro años más que el promedio de sus
compañeros no indígenas. Como en los establecimientos son fácilmente identificables por sus rasgos
indígenas y su habla, el resto de los estudiantes los discrimina con epítetos como guarayos, indios o cunumis,
como si estas palabras fuesen insultos.
La intolerancia llegó al punto de que uno de los niños empezó a ser víctima constante del robo de sus
cuadernos, libros y lápices. La situación fue al extremo cuando, en cierta ocasión, un estudiante aprovechó
que el pequeño se quitó los zapatos para llevárselos. Molesto de sobre manera por la afrenta, el estudiante
indígena hizo valer su tamaño y fortaleza para golpear al ladronzuelo, lo que provocó a su vez que los
profesores del establecimiento lo calificaran como alumnoproblema y lo tuvieran entre ceja y ceja.
Muy similares son las historias de los otros seis menores ayoreos que deben dejar la seguridad de la
comunidad para formarse en los colegios de la Villa, al punto que muchos se resisten a asistir a clases y los
padres tampoco insisten en ello, porque conocen de la discriminación que sufren y por eso prefieren evitar
nuevos problemas, argumenta Rodríguez.
I nform ación peligros a
A pesar de algunos cambios en el sistema educativo nacional, todavía existe desinformación y conceptos
equivocados cuando se manejan ciertos temas en las aulas, sostiene Álex Bernabé, presidente de la
organización Igualdad, que trabaja con la población LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans).
Un caso bastante preocupante se presentó a mediados de 2007. Un estudiante homosexual del último curso
de secundaria de un establecimiento educativo céntrico se vio conmocionado por información errónea
proveniente de, nada menos, su maestra.
Según Bernabé, el desfile por el Día del Orgullo Gay había pasado hacía muy poco y los estudiantes estaban
ávidos por conocer información sobre el tema de la homosexualidad. Fue entonces que la educadora le dijo
tres cosas a los futuros bachilleres: que todos los homosexuales iban a morir de sida; que “ellos saben que la
homosexualidad está mal, pero lo siguen haciendo”; y que “en el recto existe una glándula y de tanto tener
penetraciones anales, ésta se puede romper o lesionar, y los gays pueden morir desangrados”.
“La profesora se dejó llevar por sus prejuicios y la desinformación. Cuando el estudiante nos comentó el caso,
lo hizo con mucha preocupación… no cuestionó si la profesora estaba equivocada, sino que preguntó con cara
de ‘¿es esto cierto?’. El muchacho estaba recibiendo información de una persona a la que creía, porque en el
colegio los profesores son los dueños de la verdad”, señala Bernabé.
Inquietados y molestos por la situación, los integrantes de la organización enviaron cartas de reclamo al
establecimiento y a las oficinas del Defensor del Pueblo. Cuando llegaron hasta el colegio para presentar su
queja, la directora los recibió muy cortés y educada. A través de la mediación de la Defensoría del Pueblo, se
acordó que algunos integrantes desarrollarían una charla sobre el tema, para corregir las ideas equívocas
vertidas por la docente.
“Queríamos explicar que la homosexualidad no es una enfermedad, que no sólo los gays se pueden enfermar
de sida y que, por el contrario, los índices de contagio se están elevando entre las amas de casa; que no es
cierto que hay una glándula que se puede romper en el ano, lo que puede provocar la muerte por
desangramiento. En esa ocasión quedamos en una fecha, pero cuando volvimos nos impidieron dar la charla.
El consejo de profesores del colegio determinó que los mismos docentes iban a resolver el tema”.
Nuevamente se recurrió al Defensor del Pueblo, pero entre idas y venidas –dice Bernabé fue pasando el
tiempo y los directivos del colegio, para concluir el asunto, hicieron firmar una carta a los estudiantes en la
que éstos agradecían al cuerpo docente por la información recibida y la consideraban suficiente para clarificar
sus dudas sobre el tema de la homosexualidad.
Lo triste es –agrega el activista que la misma abogada que los asesoraba parecía estar de acuerdo en que, si
la exposición se llevaba a cabo y era dictada por una persona homosexual, se podía confundir la orientación
sexual de los estudiantes. El caso fue cerrado y sin ‘culpables’ a la vista.
P ara acabar co n los prejuicios
Según los estudios del Defensor del Pueblo y la fundación Unir, los portadores del VIH y enfermos de sida son
uno de los grupos más afectados por la intolerancia... y en el entorno educativo no hay excepciones; por el
contrario, los casos registrados demuestran discriminación al rojo vivo, señala Julio César Aguilera, director
ejecutivo de la fundación Redvihda.
Hasta la fecha, en la institución recuerdan el caso de Fernandita, una niña de 6 años que fue víctima de la
discriminación en su colegio por ser portadora del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). La intolerancia
en este caso llegó al punto de que las autoridades educativas del establecimiento intentaron expulsarla bajo
el pretexto de que podría contagiar tanto a los estudiantes como al cuerpo de docentes, recuerda Aguilera.
“Se le quería negar el derecho a la educación que tiene todo niño, y sólo por el hecho de vivir con un virus
que no se contagia. La ignorancia y discriminación siempre van acompañados y era evidente que los
directivos del colegio estaban muy mal informados”, señala.
Aguilera informó de que, tras conocer el caso, se procedió a presentar una denuncia formal en la oficina del
Defensor del Pueblo y un memorial de reclamo ante las autoridades del Servicio Departamental de Educación,
donde se dejó claramente establecido que la organización iba a llegar hasta las últimas consecuencias
mientras se intente negar el derecho a la educación de la menor.
En aquella oportunidad, se logró conciliar con los directivos del colegio y los padres de familia, pero los casos
de discriminación no cesaron. “Pronto nos enteramos del caso de una compañera de trabajo, que salía en
televisión porque era una activista por los derechos de las personas con VIHsida y que admitió públicamente
que vivía con el virus. Los directivos del colegio donde estudiaban sus cuatro hijos decidieron expulsarlos por
el temor de algunos padres a que los menores pudieran contagiar a sus compañeritos. Procedimos con el
mismo rigor y por fortuna se logró conciliar sin necesidad de llegar hasta los tribunales”, señala el director de
Redvihda.
En opinión de Aguilera, los casos de discriminación contra los portadores del mal son especialmente tristes
cuando suceden en el ámbitop escolar. En primer lugar, permitió establecer que los profesores y padres de
familia estaban muy mal informados en lo que respecta a la enfermedad, lo que se tradujo en acciones
discriminatorias hacia los menores. También fue preocupante observar que, si bien los menores eran ajenos
al supuesto problema, muy pronto eran influenciados por sus progenitores, quienes en ciertos casos extremos
les prohibieron a sus niños acercarse y hasta hablar con sus compañeros infectados.
“Estos niveles de intolerancia se producen cuando falta la información. En este caso, vemos que no importa
cómo se agrede ni a quién, porque cuando se trata de niños hablamos de los más vulnerables al ejercicio de
sus derechos humanos”, dice Aguilera.
Entonces, ¿qué se debe hacer para inculcar el valor de la tolerancia en los educandos cruceños? El director
del Servicio Departamental de Educación (Seduca) que responde a la Prefectura, Salomón Vargas, indica que
en la malla curricular de los diferentes cursos y ciclos existen líneas transversales que promueven el respeto y
la responsabilidad entre los alumnos.
“Los profesores, dentro del desarrollo curricular, elaboran y realizan temas al respecto de la tolerancia. El
problema se presenta porque en la medida que transcurre el tiempo, más avanza la tecnología y las personas
–y los estudiantes entre ellas adquieren conocimientos de otros países, otras culturas, donde la intolerancia
de los jóvenes es muy notoria. Al final, de a poco estos modelos mentales se van copiando y reflejando”,
señala.
Según Vargas, el Seduca desarrolla talleres durante todo el año, para que los docentes cruceños estén bien
informados sobre el tema y sepan cómo actuar cuando descubran un caso de intolerancia.
En este aspecto, Vargas hace hincapié en un aspecto que todos los entrevistados apuntan como primordial: la
buena formación y capacitación de los docentes. El profesor competente y bien informado tiene la atención y
el respeto de sus alumnos y es, por tanto, el mejor transmisor de valores, en una etapa en la vida de los
jóvenes cuando su palabra es la única verdad.
Opin ión
Ante la intolerancia, denu ncie
Según el psicólogo Hernán López Cairo, del Centro de Referencia de Atención a Adolescentes y Jóvenes
(CRAJ), dependiente del Servicio Departamental de Salud (Sedes), una persona discriminada o víctima de la
intolerancia puede sufrir serios problemas de baja autoestima, depresión, estrés o inestabilidad emocional... y
con mayor razón si se trata de un estudiante en formación. “Si el estudiante es víctima constante de
actitudes intolerantes, se pueden presentar serios desequilibrios mentales que, incluso, pueden llevar al
menor al suicidio”, explica.
La intolerancia es un antivalor que debe desaparecer de las aulas, pero para ello, deben ser los mismos
afectados quienes deben denunciar el hecho, primero ante el director del establecimiento y luego en la
dirección distrital correspondiente, si no hay solución a la vista, señala el director del Seduca, Salomón
Vargas.
“Hay casos que ocurren y prosiguen porque el padre de familia no tiene el coraje de presentar la denuncia,
sin comprender que la familia es la primera instancia para hacer respetar los derechos del niño y
adolescente”, indica.
Vargas informó de que, si la situación lo requiere y la distrital no puede solucionar un caso de intolerancia en
las aulas, la Dirección Departamental puede actuar de inmediato. De la misma forma, en las oficinas del
Defensor del Pueblo están prestos a atender una denuncia sobre el tema.
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