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EL DERECHO DE PROPIEDAD
El concepto de propiedad.
1. — Entre los derechos individuales que el constitucionalismo moderno o clásico protegió con
más intensidad se halla el de propiedad. El derecho de propiedad de cuño individualista recibió el
impacto de las transformaciones ideológicas, sociales y económicas, hasta llegar a las doctrinas que le
asignan una función social, y a las fórmulas del constitucionalismo social que —como en la
constitución de Weimar de 1919— enuncian el principio de que “la propiedad obliga”.
Entre el extremo del liberalismo individualista y las concepciones afirmativas de que la propiedad
tiene una función social, transcurre toda una etapa suficientemente larga para advertir el progreso que
significa la última de las teorías señaladas. No obstante, surge por otro lado el vasto movimiento
socialista y luego marxista, que se encarga de llevar su ataque a la propiedad privada, especialmente
con respecto a los llamados medios de producción, a los que propone colectivizar para alcanzar la
emancipación del proletariado. Las constituciones que, con posterioridad a la Revolución Rusa de
1917, se enrolaron en esta línea, tanto en la ex Unión Soviética como en los estados alineados en su
órbita de irradiación, organizaron el orden social y económico tomando en cuenta la socialización de
la propiedad de los medios de producción.
Como los movimientos pendulares son frecuentes en el devenir histórico, la extinción de la Unión
Soviética y sus satélites puso ahora de moda un “neoliberalismo” capitalista, que en sus políticas
sacrifica al constitucionalismo social so pretexto de valorizar al mercado y a la libre competencia.
Con respecto a la persona física, entendemos que un extranjero “no habitante” puede ser
propietario en territorio argentino, alcanzándole la protección que la constitución depara a la propiedad
y a su titular; con respecto a las personas jurídicas extranjeras, pueden ser propietarios en territorio
argentino los estados extranjeros (por ej.: sobre el inmueble donde funciona su representación
diplomática) y las personas jurídicas y asociaciones a quienes se reconoce extraterritorialidad.
Si tal como ya lo hemos expuesto, el estado tiene el deber de promover los derechos humanos, le
cabe en relación al derecho de propiedad la obligación de estructurar un orden socioeconómico justo,
que haga posible a los hombres acceder con su iniciativa privada a la propiedad de los bienes
necesarios para poder vivir conforme a su dignidad de persona.
El concepto genérico de propiedad constitucional, que engloba todas sus formas posibles,
ha sido acuñado por la jurisprudencia de la Corte al señalar que el término “propiedad”
empleado en la constitución comprende todos los intereses apreciables que el hombre puede
poseer fuera de sí mismo, de su vida y de su libertad, con lo que todos los bienes susceptibles
de valor económico o apreciables en dinero alcanzan nivel de derechos patrimoniales
rotulados unitariamente como derecho constitucional de propiedad.
9. — El repertorio de casos a través del cual extraeremos los diversos contenidos del
derecho constitucional de propiedad impide la cita de todos esos casos, si es que deseamos
mantener la visión panorámica. Yendo, pues, a la enumeración de tales contenidos,
encontramos que integran el derecho de propiedad y, por ende, quedan amparados por la
garantía de su inviolabilidad consagrada en el art. 17, los siguientes aspectos:
A) El derecho de dominio y sus desmembraciones, de acuerdo con la legislación común.
B) Las concesiones de uso sobre bienes del dominio público, como por ej.: el derecho a
una sepultura, cualquiera sea la naturaleza que revista de acuerdo a las diferentes posiciones
doctrinarias sobre los sepulcros. (Si el cementerio es privado, la sepultura es un bien del
dominio de los particulares.)
C) Las concesiones que reconocen como causa una delegación de la autoridad del estado a
favor de particulares, como por ej.: empresas de ferrocarriles, de transportes, de electricidad,
de teléfonos, explotación de canales y puertos, etc.
MANUAL DE LA CONSTITUCIÓN REFORMADA
En cuanto a los convenios colectivos de trabajo, los beneficios que acuerdan a los trabajadores
durante el lapso en que están en vigor, se incorporan a cada contrato individual de trabajo, y son, por
ende, derechos adquiridos; por ello: a) una ley posterior al convenio colectivo no puede dejar sin
efecto ni alterar aquellos beneficios; b) los mismos beneficios pueden ser dejados sin efecto, una vez
vencido el plazo de vigencia del convenio colectivo, por otro convenio de igual naturaleza.
Debe tenerse presente, en cuanto a los derechos emergentes de los contratos, lo que decimos al
tratar el derecho de contratar y las épocas de emergencia, tanto cuando leyes de emergencia recaen en
contratos celebrados antes, y que se hallan en curso de cumplimiento, cuanto en el caso de esas
mismas leyes en aplicación a contratos a celebrarse después de su vigencia.
En rigor, la categoría de los derechos adquiridos perdería su autonomía para subsumirse en otros
contenidos de la propiedad, si pensáramos que un derecho puede adquirirse automáticamente en virtud
de una ley, o por un contrato, o por un acto administrativo inmutable o por una sentencia firme, etc.
No obstante, y cualquiera sea el título que da origen a derechos adquiridos, preferimos conservar el
rubro como un aspecto del derecho de propiedad que merece mención aparte.
Lo que es imprescindible retener es que la calidad de “adquirido” que tiene un derecho proviene
directamente de alguno de los actos jurídicos que se la confieren (ley, contrato, acto administrativo,
sentencia, etc.), y no depende del hecho “material” de que un bien esté realmente en “posesión” de
quien titulariza el derecho adquirido (así, por ej., cuando se celebra un contrato de locación, el locador
“adquiere” el derecho a percibir un alquiler en cada momento estipulado durante el tiempo de vigencia
del contrato, pero cada suma de dinero no ha sido cobrada anticipadamente al tiempo de contratar; o
sea, el locador no materializa el cobro total sobre cuyo monto, no obstante, tiene “derecho adquirido”).
regulación judicial; por ende, ese derecho se vuelve inalterable y no admite modificación ni supresión
por leyes posteriores.
10. — G) La sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada. Ello significa que las
decisiones judiciales firmes resultan intangibles, no pudiendo ser modificadas por otras ni
desconocidas por leyes, o actos estatales o privados. Los derechos y obligaciones emergentes
de las sentencias se incorporan al patrimonio, aunque en sí mismos carezcan de contenido
patrimonial.
Que la cosa juzgada es inmutable y queda cubierta por la garantía constitucional de la propiedad
tampoco impide que, si concurre causal razonablemente suficiente, la sentencia pasada
“aparentemente” en autoridad de cosa juzgada sea revisada judicialmente (en cuyo caso se habla de
cosa juzgada nula o írrita). La revisión de la cosa juzgada en tales supuestos puede ser regulada en las
leyes procesales, pero aun a falta de ley existe asidero constitucional bastante para admitir tal revisión.
H) Los actos válidamente cumplidos durante el proceso. Ello importa que la validez y
eficacia de dichos actos se rige por la ley vigente al tiempo de cumplirlos, y que no pueden ser
desconocidos posteriormente. La aplicación de una nueva ley de procedimientos a las causas
pendientes debe reservarse para las etapas procesales futuras, sin afectar los actos anteriores.
Este aspecto se vincula con el tema de la preclusión procesal.
En el caso “Hussar Otto”, del 10 de octubre de 1996, la Corte declaró inconstitucional el art. 24 de
la ley 24.463 que, en materia de seguridad social, retrogradó etapas cumplidas bajo aplicación de la
legislación anterior y, como consecuencia, había obligado a reconvertir el procedimiento en juicios
pendientes por reclamos jubilatorios y pensionarios.
I) El derecho a obtener en juicio que la sentencia se dicte conforme a la ley “de fondo”
vigente a la fecha de trabarse la litis.
Este es un punto de ardua discrepancia; consiste en decidir qué ley debe aplicar el juez al
sentenciar una causa que, iniciada bajo la vigencia de una norma de fondo, se ve sorprendida durante
su pendencia por otra norma que sustituye a la anterior. No se trata de leyes procesales aplicables a la
tramitación del juicio, sino de las que rigen las pretensiones de las partes. Una fuerte corriente
jurisprudencial mantuvo el criterio de que las partes en juicio adquieren derecho, al trabarse la litis,
para que la sentencia se dicte en aplicación de la ley en vigor en aquella ocasión, descartando la
ulterior que sobreviene entre la litis trabada y la decisión judicial. La Corte Suprema tiene resuelto —
sin que a nuestro criterio ello signifique abdicar totalmente del principio expuesto— que las leyes de
orden público deben aplicarse a las causas pendientes en tanto la propia ley así lo establezca, y que
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ello no vulnera derechos adquiridos; o lo que es lo mismo, que las partes en juicio no adquieren
derecho a que la causa se falle conforme a la ley vigente al trabarse la litis, si posteriormente y antes
de la sentencia firme se dicta otra ley de orden público que determina su aplicación a los procesos en
curso.
Pero adviértase que esta aplicación de la nueva ley nunca puede afectar a los procesos
definitivamente concluidos por sentencia firme, porque en esta hipótesis juega la intangibilidad de la
cosa juzgada examinada en el apartado 7.
Los contenidos en el derecho de la seguridad social.
No obstante este inveterado principio acuñado por la jurisprudencia de la Corte, hoy creemos que
ha de hacerse una salvedad, a tenor del criterio sustentado por Marienhoff: cuando el afiliado en
actividad cumple las condiciones legales para jubilarse, y prosigue trabajando, adquiere derecho a que
su jubilación “futura” se otorgue, cuando entre en pasividad, de acuerdo a la ley que estaba en vigor al
tiempo de reunir aquellas condiciones, razón por la cual la ley nueva dictada después de este momento
y antes de jubilarse no puede perjudicarlo;
b) Si una ley privilegia determinada clase de servicios como “diferenciales”, entendemos que el
hecho de prestarlos durante la vigencia de dicha ley genera derecho “adquirido” a que se los compute
en la forma diferencial que ella prevé, aunque la misma ley ya esté derogada al tiempo de cesar
definitivamente el afiliado en su servicio activo; no obstante, éste no es el criterio acogido por la Corte
Suprema;
c) El acto de otorgamiento del beneficio, una vez que pasa en autoridad de cosa juzgada
administrativa, es inmutable y apareja adquisición de un derecho irrevocable; el derecho
emergente del acto otorgante se desglosa en dos aspectos; c’) el status personal de jubilado o
pensionista, en quien es titular del beneficio, y del cual no puede ser privado; c’’) el goce o
disfrute del beneficio, que normalmente consiste en el cobro periódico de una suma de dinero;
el monto, cuota o haber del beneficio no es intangible, y conforme a la jurisprudencia de la
Corte puede ser disminuido para el futuro mediando causa razonable, siempre que la rebaja no
sea confiscatoria; pero este principio que acoge la viabilidad de un cercenamiento no
confiscatorio, tiene hoy que ser conjugado con el principio de movilidad en el ajuste de las
jubilaciones y pensiones —art. 14 bis— por cuya razón su aplicación parece tornarse
excepcional;
d) Si bien como principio acabamos de ver que el derecho se adquiere con el acto
otorgante del beneficio, no existiendo hasta ese momento sino un derecho en “expectativa”,
hay una excepción a formular, y es la siguiente: cuando el afiliado deja de trabajar —sea por
renuncia, cesantía, despido, muerte, etc— su derecho queda fijado por el hecho de la cesación
en la actividad; ello quiere decir que el beneficio que a él o a sus causahabientes se otorgue en
el futuro, deberá concederse aplicando la ley vigente a la fecha de la cesación.
e) En cuanto a las causales de extinción o caducidad, y a las causales de suspensión, cabe efectuar
estas distinciones: a) las causales de extinción o caducidad son las que irrogan la pérdida del status de
jubilado o pensionista; deben regirse por la ley que reguló el otorgamiento del beneficio, o sea, no
pueden surgir de una ley posterior; nadie puede ser privado de su status si la causal no estaba prevista
en la ley aplicable a la concesión del beneficio; b) las causales de suspensión son las que afectan el
goce del beneficio, o sea, las que impiden cobrarlo mientas la causal subsiste —por ej.: causales de
incompatibilidad—, pero mantienen el status, por cuya razón, desaparecida la causal se rehabilita el
pago; pueden surgir de una ley posterior y distinta a la que reguló el otorgamiento del beneficio.
Sobre la proporcionalidad entre el haber originario del beneficio y la remuneración de actividad,
así como entre ésta y el haber móvil del beneficio, remitimos al tema en la explicación del art. 14 bis.
12. — K) El efecto liberatorio del pago. Se entiende por efecto liberatorio del pago el
derecho que adquiere el deudor cuando satisface su deuda, a no ser obligado a ningún pago
suplementario o nuevo. El pago surte efecto liberatorio cuando se efectúa de conformidad a la
ley vigente al tiempo de cumplirse. Si una ley posterior grava al deudor que ya pagó con
obligaciones nuevas o mayores, no puede aplicarse.
El principio del efecto liberatorio del pago ha sido extendido jurisprudencialmente, para sostener
que también libera el pago llevado a cabo de conformidad a la jurisprudencia “uniforme” vigente en
el momento, y en el lugar (o jurisdicción).
13. — L) Irretroactividad de la ley. Tanto el viejo art. 3º del código civil, como el nuevo
redactado por la reforma que introdujo la ley 17.711 previeron con fórmulas diferentes el caso
de las leyes retroactivas. El principio de que las leyes no son retroactivas surge de la propia
ley civil, o sea, carece de rango constitucional. La constitución formal no contiene norma
expresa al respecto, salvo en lo referente a la ley penal (art. 18). Sin embargo, y de acuerdo a
la jurisprudencia de la Corte, hay una norma implícita según la cual el principio de
irretroactividad alcanza nivel constitucional cuando la aplicación de una nueva ley posterior
conduce a privar a alguien de un derecho incorporado a su patrimonio (“adquirido”) y, en tal
situación, el principio de no retroactividad se confunde con la garantía de inviolabilidad de la
propiedad consagrada en el art. 17.
Conviene apuntar una sugestión: detectar un “derecho adquirido” o una “propiedad” en sentido
constitucional siempre tiene conexión con la irretroactividad porque una vez que hay “derecho
adquirido” o “propiedad”, ninguna norma y ningún acto posterior pueden privar de ese derecho o esa
propiedad; si lo hacen, la retroactividad de la norma o del acto deviene inconstitucional.
La garantía de irretroactividad será estudiada en el capítulo sobre la seguridad jurídica con
diferentes aplicaciones.
testada encuentra norma constitucional propia en el art. 20, que consigna el derecho de los
extranjeros de testar conforme a las leyes, y que se proyecta a todos los habitantes.
15. — N) Es interesante advertir que con el nuevo art. 42, que atiende al derecho de los
consumidores y usuarios de bienes y servicios, se traba un nexo con el derecho de propiedad.
La nueva norma alude a la protección de los intereses económicos en la relación de consumo, para
luego referirse al mercado y a la competencia, con lo que si bien directamente no hay cita alguna de la
propiedad, es evidente que, de manera refleja, también está en juego y bajo protección el derecho de
propiedad —en sentido amplio y lato— de los consumidores y usuarios.
Sin duda, el consumo demanda gastos, y los servicios tienen un costo para quien se sirve de ellos,
y por esta tangente nos parece que aparece el derecho de propiedad. (Ver cap. XV, acápite II).
Para ambos casos, la constitución prevé una regulación legal distinta que la de otras formas de
propiedad, anticipando la posibilidad de extinción del derecho por el transcurso del tiempo, y ello
quizás porque en la propiedad intelectual la creación del autor, sin perder el carácter personal a que
hemos aludido, aprovecha necesariamente de la cultura que es patrimonio colectivo de la comunidad
toda.
Ha de repararse en que el artículo 17 dice que “todo” autor o inventor es propietario “exclusivo”.
Sin apegarnos literalmente a las palabras de la norma, entendemos que “toda” clase de obra, invento,
descubrimiento, etc. debe quedar amparada por la propiedad intelectual o industrial, y que las
exclusiones legales que impiden registrar esa propiedad son inconstitucionales, porque dejan
desguarnecida esa misma propiedad y la titularidad del propietario.
Hay hitos en el derecho judicial de la Corte de los que se infiere que la protección al derecho de
autor abarca todas las producciones intelectuales de cualquier naturaleza o finalidad, porque tiende a
tutelar la creación intelectual en sí misma, sin que importe el medio material que le da soporte.
18. — Por comodidad de lenguaje vamos ahora a entender por “derecho objetivo” el conjunto de
normas escritas y, fundamentalmente, la legislación. Ello nos sirve para afirmar que cuando por una
reforma del derecho objetivo (también acaso una reforma de la constitución) se establece que
determinados bienes que, conforme a normas anteriores eran del dominio privado, pasan desde ahora a
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pertenecer al dominio público, quien pierde la propiedad que hasta el momento tenía reconocida como
suya debe ser indemnizado.
El principio se torna asimismo aplicable si bienes del dominio provincial son legalmente
declarados de dominio federal.
En rigor, se trata en estos casos de aplicar el principio de que es inconstitucionalmente retroactiva
toda norma que priva de propiedad a un sujeto que hasta entonces investía derecho adquirido o
titularidad sobre ella.
La imposibilidad de privar de un derecho adquirido a quien es titular de él tiene tal extensión que
ni siquiera una reforma de la constitución podría hacerlo retroactivamente. La reforma constitucional
que suprimiera derechos adquiridos daría lugar a una especial responsabilidad del estado por la
indemnización debida en favor de los sujetos perjudicados en su propiedad.
La “indexación” y la propiedad.
19. — La palabra “indexación” cobró curso en el lenguaje jurídico argentino cuando la inflación
acentuó la depreciación de la moneda, o sea, la paulatina pérdida de su real valor adquisitivo.
“Indexar” es revaluar, o reajustar o actualizar una deuda, tanto si ésta es originariamente contraída
en dinero (el monto del alquiler o de un seguro) cuanto si es de valor (indemnizar un daño o una
expropiación).
Con o sin ley y aun “contra ley”, la constitución presta apoyo para decir que cuando hay
depreciación monetaria toda deuda debe indexarse para conservar o recomponer el valor intrínseco del
crédito, salvo voluntad en contrario del acreedor o de ambas partes.
21. — Asimismo, la corrección que con base constitucional se hace para satisfacer el valor
monetario real con la indexación, ha de efectuarse a la inversa con similar fin si el valor monetario, en
vez de depreciarse, acrece (a esta corrección se le dio el nombre de “desagio”).
22. — La ley 23.928, del año 1991, llamada de “convertibilidad” del austral (porque dispuso el
cambio de la moneda argentina y fijó su valor respecto del dólar estadounidense) prohibió la
indexación a partir del 1º de abril del citado año, como una política antiinflacionaria. O sea que dio por
sentada y establecida la estabilidad monetaria.
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Pero como los fenómenos económicos y, entre ellos, la inflación, no son totalmente regulables ni
suprimibles por la sola virtualidad de las normas, el principio constitucional de que, cuando hay
inflación, debe repararse la depreciación monetaria sigue, para nosotros, en pie.
23. — En 1992, la ley 24.283 —que se declaró aplicable a “todas las situaciones jurídicas no
consolidadas”— dispuso que “cuando deba actualizarse el valor de una cosa o bien o cualquier otra
prestación, aplicándose índices, estadísticas u otro mecanismo establecidos por acuerdos, normas o
sentencias, la liquidación judicial o extrajudicial resultante no podrá establecer un valor superior al
real y actual de dicha cosa o bien o prestación, al momento del pago.”
La ley 24.283 parece no resultar aplicable a deudas que no están sujetas a procedimiento alguno de
actualización, y limitarse a impedir la creación de valores artificiales que pudieran surgir de sistemas
indexatorios que excedieran una lógica corrección monetaria, todo ello de conformidad con la lealtad
y la buena fe procesales.
25. — A poco de dictada la sentencia en “Y.P.F.” —ya citada— la Corte hubo de resolver otros
muchos casos acerca de la misma ley de convertibilidad en lo referente a la tasa de interés a aplicar. El
tema es importante constitucionalmente porque según sea la tasa activa (que cobran los bancos) o
pasiva (que pagan los bancos) se puede de algún modo, con su monto, recomponer el crédito que no es
actualizable monetariamente.
En el caso “López Antonio c/Explotación Pesquera de la Patagonia SA.”, de 1994, la Corte
interpretó que la ley de convertibilidad era de naturaleza federal en cuanto estableció el valor de la
moneda y prohibió la actualización monetaria. Como el carácter federal le permitía al tribunal
interpretar la norma, sostuvo que debía aplicarse a la deuda la tasa pasiva. Pero también en 1994, en el
caso “Banco Sudameris c/Belcam SA.” abandona la teoría de que la cuestión referente a la tasa de
interés es “federal” y, a la inversa, sostiene que es de derecho común, ajena por ende a la competencia
extraordinaria de la Corte; de este fallo surge que han de ser los tribunales de la causa, y no la Corte,
los que decidan qué tasa debe aplicarse para recomponer el crédito y, con ello, amortiguar la
depreciación monetaria que la ley veda computar.
La inviolabilidad de la propiedad.
c) ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones ni exigir auxilios de ninguna especie.
La confiscación es el apoderamiento de los bienes de una persona por parte del fisco. Penalmente,
es la sanción que con igual alcance se aplica a una persona condenada por delito. La constitución ha
suprimido para siempre la confiscación como pena, pero si tal protección se brinda al condenado,
hemos de entender que también alcanza a quienes no son delincuentes. Por eso, la cláusula funciona a
nuestro criterio como abolición lisa y llana de la confiscación; vedada como pena, no puede subsistir
bajo ningún otro título. De ahí que toda privación arbitraria de la propiedad se equipare a la
confiscación y sea inconstitucional. Y de ahí el principio general que impone indemnizar cada vez que
se priva a alguien de su propiedad: privar de la propiedad sin indemnizar equivale a confiscar.
La confiscación que como pena y represalia queda abolida es la confiscación general de bienes; no
puede asimilársele el decomiso de objetos particulares que son producto o instrumento del delito, ni la
recuperación de bienes mal habidos cuando la dispone una sentencia dictada en juicio y fundada en
ley.
Las requisiciones y los auxilios en dinero u otras especies de bienes, o bajo forma de ayuda,
socorro y hasta alojamiento, está suprimidos. La norma se refiere a requisiciones y auxilios por parte
de cuerpos armados, y no está limitada a prohibirlos solamente en tiempo de paz. Ahora bien: si en
tiempo de guerra o en épocas de emergencia grave se llevan a cabo, es menester asegurar la debida
indemnización, tanto si la requisición implica adquisición coactiva de bienes como si se limita al uso
coactivo temporario de los mismos. Ello quiere decir que la requisición constitucional necesita: a)
causa suficiente fundada en guerra o emergencia grave; b) ley que la autorice; c) indemnización.
Cuando el bien requisado no se consume, debe volver al patrimonio de su propietario, lo que no
descarta el resarcimiento por el lapso de duración de la requisición; si el bien se ha consumido, la
indemnización ha de resarcir también la pérdida definitiva del mismo.
Acá no está en juego solamente el principio antes enunciado, porque también se le coordina el que
se infiere del art. 19, conforme al cual el daño que cualquier conducta humana origina en perjuicio de
terceros tiene que ser indemnizado (ver el fallo de la Corte en el caso “Gunther Fernando R. c/Estado
Nacional”, del 5 de agosto de 1986).
En cuanto al daño provocado por actividad lícita del estado, remitimos al Tomo I, cap. IX, nº 29.
29. — No hay duda de que, una vez asumido el constitucionalismo social y tomadas en
cuenta las normas incorporadas a la constitución por la reforma de 1994, se incrementan las
posibles limitaciones razonables a la propiedad, más allá de las clásicas que acabamos de
resumir.
Así, a título de ejemplo, vale sugerir que la función social de la propiedad proporciona
base para limitaciones que tomen en cuenta:
a) el derecho al ambiente sano (art. 41);
b) el derecho de los consumidores y usuarios (art. 42) (ver nº 15);
c) los derechos relacionados con el trabajo y la seguridad social (art. 14 bis).
Subyace la apelación al sistema axiológico integral de la constitución que, sin mención
expresamente calificativa, diagrama un orden social y económico justo, con igualdad real de
oportunidades y de trato, tendientes a asegurar el debido marco social para la libertad de
empresa, de contratar, de trabajar, de consumir, de comerciar y ejercer industria, de iniciativa
privada, de mercado y de competencia. Todas las conexiones posibles con el derecho de
propiedad en este ámbito anexan limitaciones razonables a la propiedad.
30. — El Pacto de San José de Costa Rica enfoca en el art. 21 el derecho de propiedad
privada con esta fórmula: “1. Toda persona tiene derecho al uso y goce de sus bienes. La ley
puede subordinar tal uso y goce al interés social. 2. Ninguna persona puede ser privada de sus
bienes, excepto mediante el pago de indemnización justa, por razones de utilidad pública o de
interés social y en los casos y según las formas establecidas por la ley. 3. Tanto la usura como
cualquier otra forma de explotación del hombre por el hombre, deben ser prohibidas por la
ley”.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos carece de normas sobre el derecho
de propiedad.
EL DERECHO DE PROPIEDAD