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Comprender la estructura de
personalidad en el proceso clínico (McWilliams, N.)
Por último, afirma que hay personas que no se ajustan a las categorías tipo, y
cuando éstas oscurecen más que iluminar, es mejor abandonar los criterios
diagnósticos. Incluso cuando el diagnóstico es certero, hay momentos en los
que serán otros rasgos de la persona del paciente los que iluminarán el camino
a seguir, más que el diagnóstico, como por ejemplo pueden ser la religión, la
etnia, las actitudes políticas o la orientación sexual. De manera que la
disposición a dejar de lado el diagnóstico inicial a la luz de nueva información
es parte de la buena terapéutica.
McWilliams hace aquí una revisión de lo que ha sido hasta ahora el diagnóstico
psicoanalítico de la personalidad. Realiza un recorrido somero de las distintas
teorías psicoanalíticas a lo largo de la historia de nuestra disciplina,
encontrando en todas aportaciones que permanecen (teoría de la pulsión y del
desarrollo freudiana clásica, psicología del yo, kleiniana, de las relaciones
objetales, psicología del self, relacionales, e incluso otros fuera del
psicoanálisis y lacanianos).
Incluso aspectos de la teoría freudiana que hoy se han visto por diversos
autores como definitivamente obsoletos, ella los encuentra sugerentes,
intuitivos de alguna dimensión de la realidad. Por ejemplo, la teoría del
desarrollo libidinal como algo lineal en la que la fijación en una etapa del
desarrollo es factor causal de síntomas posteriores; ella afirma que algo de eso
puede verse en determinados casos, y destaca una de entre las teorías
actuales que sigue usando ese paradigma, la de Fonagy y Target sobre el
desarrollo de la capacidad reflexiva o mentalización, ya que estos autores
proponen que la mentalización pasa por varias etapas y que en los trastornos
límite hay un estancamiento de la capacidad reflexiva en etapas inmaduras del
desarrollo.
McWilliams revisa la historia del diagnóstico del nivel de patología del carácter.
Empezó con la diferenciación entre neurosis y psicosis en Kraepelin, que llevó
a Freud a hacer lo mismo, y que tuvo importantes implicaciones clínicas y fue
útil porque abrió la puerta a diferenciar diferentes abordajes terapéuticos para
diferentes tipos de dificultades. Pero esta diferenciación se quedó corta en
cuanto a alcanzar un ideal clínico de comprenhensividad y matización, siendo
solo un comienzo de lo que debe ser un diagnóstico diferencial útil.
McWilliams reconoce que su propio estilo con los pacientes de este rango es
de mucha autorrevelación, aunque sea una postura controvertida y no todos los
terapeutas se sientan cómodos con ella. Su razonamiento es que hay
diferencias importantes entre la gente más simbiótica y la más individualizada.
Las primeras tienen transferencias tan totales que sólo pueden aprender sobre
sus distorsiones de la realidad cuando la realidad se muestra en colores fuertes
delante de ellos, mientras que los segundas son transferencias sutiles e
inconscientes que salen cuando el terapeuta es más opaco.
Esto lleva al tema del rol educativo. Como estos pacientes tienen gran
confusión cognitiva, especialmente entre fantasías y emociones, las personas
psicóticas necesita con frecuencia educación explícita sobre lo que son los
sentimientos, su diferencia con las acciones, cómo todo el mundo tiene
fantasías. La normalización es un componente del proceso educativo, el
mostrarles que sus pensamientos y sentimientos son respuestas humanas
naturales.
Esto implica aceptar el marco de referencia del paciente, porque solo así éste
se siente suficientemente entendido para aceptar reflexiones posteriores.
Aproximación ésta parecida a las “intervenciones paradójicas” de los
terapeutas familiares. Otro ejemplo de la autora de esta técnica de “unirse al
paciente” (“joining”): “Una mujer explosiona en la consulta del terapeuta,
acusándole de implicarse en un complot para matarla a ella. Más que
cuestionar la existencia del complot o sugerir que está proyectando sus propios
deseos asesinos, el terapeuta dice: “¡Disculpa! Si he estado conectado con tal
complot, no era consciente de ello. ¿Qué está pasando?” (p.82). El terapeuta
no expresa acuerdo con la interpretación que hace la paciente de los eventos,
pero tampoco hiere su orgullo. Y sobre todo, invita a posterior discusión.
Con los pacientes del rango límite hay un rango de gravedad dentro del
espectro, que se extiende desde el borde con la neurosis al borde con la
psicosis. Sostiene McWilliams que no somos unidimensionales, y por tanto toda
persona del nivel neurótico tiene tendencias límite y viceversa, pero en general,
las personas con nivel de organización límite necesitan terapias muy
estructuradas.
Salvaguardar los límites de la terapia. Con personas cuyo núcleo ansioso tiene
que ver con temas de separación/individuación es perturbador más que
contenedor el permitir que se incumplan los límites, porque, como los
adolescentes, si no tienen límites explícitos tiende a presionar hasta que
encuentran lo que no se ha establecido en el encuadre.
McWilliams sostiene que una técnica útil para ella ha sido pedir ayuda al
paciente para resolver los dilemas en que suele colocarse el terapeuta. En esta
técnica, es importante que las intervenciones sean articuladas desde la
perspectiva de los propios motivos de uno, más que desde los motivos que se
infieren en el paciente, no decir “Te colocas en una actitud en la que cualquier
cosa que digo es equivocada”, sino “Estoy intentando hacer lo correcto como tu
terapeuta, y me encuentro a mí misma atascada. Estoy preocupada de que si
hago X no seré de ayuda en una dirección, y si hago Y te decepcionaré en
otra”.
La autora diferencia dos tipos de defensas, las primarias, más inmaduras, y las
secundarias, más maduras. Las primarias se corresponden con los modos en
que creemos que el infante naturalmente percibe el mundo. Si se considera
primaria, una defensa tiene típicamente dos cualidades asociadas con la fase
preverbal del desarrollo: 1) no se ha conquistado el principio de realidad y 2) la
carencia de apreciación de la separación y la constancia de lo que está fuera
del self. Las defensas primarias implican pérdida de los límites entre el self y el
mundo externo y operan de un modo global e indiferenciado, implicando la
totalidad de la persona (pensamiento, sentimiento, sensación y conducta). Las
defensas secundarias tratan más con los límites internos, como los que hay
entre yo o superyó y ello, o entre el observador y las partes experienciales del
yo, y provocan transformaciones específicas de pensamiento, sentimiento,
sensación o conducta, o algunas combinaciones de éstos. Sin embargo, la
autora reconoce puntualmente que la separación conceptual entre ambos tipos
es, de todos modos, algo arbitraria (p.102). Por otro lado, muchas modalidades
de defensa tienen en sí mismas formas más primitivas y más maduras.
La autora dedica un capítulo a cada uno de los distintos tipos, incluyendo, entre
otras razones, los que mejor conoce y omitiendo otros que le parece son
variaciones de estos. Distingue cada tipo de personalidad por 1) pulsiones,
afectos y temperamento, 2) defensas y procesos adaptativos, 3) patrones
relacionales, 4) Self, 5) transferencia y contratransferencia, 6) implicaciones
terapéuticas del diagnóstico, y 7) diagnóstico diferencial. Y describe las
personalidades psicopáticas, narcisistas, esquizoides, paranoides, depresivas y
maníacas, masoquistas, obsesivo-compulsivas, histéricas (histriónicas) y
disociativas. Como señalé anteriormente, una reseña de cada uno de estos
capítulos está publicada independientemente en este mismo número de la
revista.
Comentario crítico
Por ejemplo, la autora plantea por un lado que los distintos niveles de
desarrollo de la personalidad se caracterizan por distintas ansiedades básicas
prevalentes, que se corresponden con fijación a niveles de desarrollo, y que el
rango límite se caracteriza por la ansiedad de separación, propia de la fase de
separación/individuación, y se relaciona con necesidades tempranas de apego.
Por otro lado, sostiene que hay tipos de personalidad que suelen aparecer con
más frecuencia en el rango límite, dentro de los cuales están las
personalidades psicopáticas, y las paranoides. ¿Acaso podemos pensar que
estos tipos de personalidad tienen fundamentalmente ansiedades de apego y
separación? Evidentemente no, esto muestra un forzamiento de la teoría sobre
los fenómenos clínicos.
Puede verse este forzamiento de la teoría sobre los fenómenos clínicos como
una consecuencia de pertenecer a la clase de diagnóstico que parte de la
descripción de los tipos de personalidad en general, definiéndolos a cada uno
de entrada por un tipo de self, defensas, relaciones objetales, motivaciones,
etc., rasgos todos que quedan de antemano definidos por el tipo. Es lo que
Bleichmar (1997) describe y cuestiona como “unificación categorial forzada”,
las categorías se ven como entidades homogéneas, descuidándose la
diversidad y complejidad que hay dentro de cada una de ellas.
Hurvich, M. (2003). The place of annihilation anxieties in psychoanalytic theory. Journal of the
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