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Los restos o remanentes de las misiones jesuíticas que se establecieron entre los
siglos XVII y XVIII, en territorio del sur del Paraguay, entre otros de Sudamérica, aún
Orden fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola. Su objetivo primordial era
predicar el Evangelio y ganar almas para Dios y realizar sus actividades, como decía
su lema o divisa: “Ad Majorem Dei Gloriam” o “Para la mayor gloria de Dios”. En
1604, Roma estableció la Provincia Jesuítica del Paraguay en una zona del territorio
poblacional que dio como resultado un total de 84.000 indígenas, cifra que continuó
en franco aumento hasta la expulsión de los jesuitas. En 1767, el Rey Carlos III de
España ordenó la expulsión esgrimiendo varias razones para hacerlo. El poder que
exclusivamente al Papado tal vez estén entre ellas. Tampoco era del agrado del Rey
Quedaron sus ruinas y con los vestigios artísticos se erigieron Museos sobre el arte
cultural para los visitantes y turistas. La citada expulsión de los jesuitas en 1767
resultó fatídica. Privadas de la dirección de los jesuitas, las treinta misiones iniciaron
final. En la segunda década del Siglo XIX, las Reducciones implicadas en las guerras
En una reducción, como regla general, los edificios principales eran la iglesia, el
“koty guasú” que servía para alojar a las viudas, huérfanos y mujeres solteras.
la formación integral del hombre. Estos indígenas “salvajes” eran criaturas de Dios,
hijos del mismo Padre, que puso al hombre sobre la tierra. Ayudar al hombre a
escuelas, los depósitos o almacenes para guardar los productos cosechados y las
herramientas de trabajo, la casa para las viudas y las personas ancianas. Al inicio el
material de construcción era arcilla mezclada con ramas, y de follaje para el tejado.
Posteriormente fue sustituido por la piedra y los ladrillos, y las tejas para el tejado.
Se daba a cada familia una parcela llamada Ava mbaé, es decir, la “propiedad del
Indio”. El resto del terreno cultivado, la Tupa mbaé, o sea, la “propiedad de Dios”,
sus capacidades, todos los hombres sanos debían contribuir a cultivar el terreno. La
cosecha se distribuía a todas las familias, sin descuidar a los más necesitados. El
autónomo y autosuficiente.
vivía en libertad. Los misioneros habían importado las primeras cabezas de ganado.
Los vestigios que quedan, aún imponentes en su decadencia y estado ruinoso, son
el testimonio de una época única que no volverá a repetirse, una era que coincidió