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HOMENAJE A MARGUERITE DURAS...
los que se lanzan ahí, debería servir para señalarles que patinan en
alguna tontería: por ejemplo, en la de atribuir la técnica reconocida de
un autor a alguna neurosis: grosería, y en la de demostrarla como la
adopción explícita de los mecanismos que forman su edificio incons-
ciente: tontería.
Pienso que, incluso si Marguerite Duras me hace escuchar de su pro-
pia boca que no sabe en toda su obra de dónde le viene Lol, y aunque
yo pudiera entreverlo por lo que me dice en la frase siguiente, la única
ventaja que un psicoanalista tiene derecho de sacar de su posición, aun
cuando esta le fuera pues reconocida como tal, es la de recordar con
Freud que en su materia, el artista siempre lo precede, y que no tiene
por qué hacerse entonces el psicólogo allí donde el artista le abre el
camino.
Esto es precisamente lo que reconozco en el arrobamiento de Lol V.
Stem, en el que Marguerite Duras revela saber sin mí lo que yo enseño.
Con lo cual no perjudico su genio al apoyar mi crítica en la virtud
de sus medios.
Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente, es lo
único de lo que daré testimonio al rendirle homenaje.
Le aseguro a quien lea estas líneas a la luz de las candilejas a punto
de apagarse o de volverse a encender, incluso desde esas orillas del
futuro en las que Jean-Louis Barrault, por medio de estos Cahiers, quie-
re hacer abordar la conjunción única del acto teatral, que del hilo que
voy a desenrollar no hay nada que no se localice al pie de la letra en el
arrobamiento de Lol V. Stein, y que otro trabajo realizado hoy en día en
mi escuela no le permita puntuar. Por lo demás, no me dirijo tanto a ese
lector sino que pido excusas desde su fuero por ejercitarme en el nudo
que destuerzo.
Hay que tomarlo en la primera escena, en la que Lol es propiamente
ocultada4 por su amante, es decir que hay que seguirlo en el tema del
vestido, el cual soporta aquí el fantasma al que Lol se fijará en el tiempo
siguiente, en un más allá del que no ha podido encontrar la palabra, esa
palabra que, al cerrar las puertas a los tres, la hubiera conjugado con el
momento en que su amante le quitara el vestido, el vestido negro de la
mujer, y develara su desnudez. ¿Esto va más lejos? Sí, hasta lo indecible
de esta desnudez que se insinúa para reemplazar su propio cuerpo.
Aquí todo se detiene.
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1965
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