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"Habéis oído que se dijo a los antepasados: No mataras y: Cualquiera que cometa
homicidio será culpable ante la corte. Pero yo os digo que todo aquel que esté
enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: Raca a
su hermano, será culpable delante de la corte suprema; y cualquiera que diga:
Idiota, será reo del infierno de fuego."
Esta es una declaración tremenda. ¡Significa que si estás enfadado con tu hermano,
eres un asesino! ¿Crees tú que cumples la ley? No puedes quebrantarla sin evitar
las consecuencias. No puedes expresar con orgullo que el Sermón del Monte es tu
religión y luego violar cada parte del mismo. Todos necesitamos un Salvador que
ha cumplido perfectamente la ley, y por ello puede atribuirnos Su propia justicia.
Observemos que en el versículo 26 Jesús dice: "En verdad te digo . . ." El está
elevando la autoridad de su enseñanza por encima de la enseñanza de Moisés. El
está elevando su posición como Dador de la Ley y, por cierto, como el Intérprete.
"Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que
mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón."
Resulta claro que El Señor no recomendaba la mutilación literal, sino más bien,
que se erradicase la causa interna del delito o la ofensa. Debido a que un corazón
lleno de lujuria puede incitar a cometer el mal, es el corazón el que debe cambiar.
Resulta inútil crearte falsas ilusiones o perder el tiempo simulando que cumples la
ley cuando verdaderamente no es así. Y sí, es una actitud de hipocresía el
continuar congratulándonos por lo bien que lo hacemos y para que se reconozcan
nuestros méritos mientras que, en realidad, estamos contaminados por el pecado,
somos malos e indignos de ir al cielo. El Sermón del Monte debería conducirnos a
la cruz de Cristo para clamar por misericordia.
Leamos los versículos 31 y 32:
"También habéis oído que se dijo a los antepasados: No juraras falsamente, sino
que cumplirás tus juramentos al Señor. Pero yo os digo: no juréis de ninguna
manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios. Antes bien, sea vuestro hablar:
Sí, sí o No, no; y lo que es más de esto, procede del mal."
"Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no
resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha,
vuélvele también la otra. Y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale
también la capa. Y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos. Al que te
pida, dale; y al que desee pedirte prestado no le vuelvas la espalda."
El Señor elevó la ley dada a Moisés al más alto nivel. En su reino, el enemigo ha de
ser amado. El creyente hoy actúa de acuerdo con el principio de que tiene que
amar a todos los creyentes, expresando su amor por sus enemigos por medio de la
predicación del Evangelio, haciéndoles llegar el mensaje de la gracia salvadora de
Dios.
El capítulo concluye con la declaración del versículo 48:
"Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto."
La Biblia dice que no hay condenación para los que se han unido a Cristo por
medio de la fe. La única forma de llegar a ser "perfectos", es decir, maduros, es a
través de la fe en Cristo, ya que El nos atribuye su justicia. Comienza, entonces, el
lento proceso de la santificación, en el cual Dios puede actuar --en la medida que se
lo permitamos-- para adaptarnos a la imagen de Su Hijo. Esta debería ser la meta
de cada creyente, ya que sería inútil tratar de alcanzar la perfección por nuestros
esfuerzos personales.
Hemos visto en este capítulo que el Rey nos habló de la justicia que debe
caracterizar a sus súbditos, que tiene que superar a la de los escribas y Fariseos,
que era una justicia religiosa. Por ejemplo, como nos relató el Evangelista Juan en
3.1--8, Nicodemo era un personaje extraordinario, muy religioso e intachable. Pero
el Señor le dijo: "Tienes que nacer de nuevo". Esa justicia superior que
necesitamos, solo puede sernos atribuida por media de la confianza en Cristo.