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1) SÍNTOMA

El síntoma se mostró desde el comienzo del desarrollo del psicoanálisis como la “vía regia” de
acceso al inconsciente. No siempre padecer un síntoma subjetivamente es suficiente para que un
paciente consulte ya que el mismo reporta beneficios, y en sí mismo representa una solución.
Antes de ubicarse en la transferencia el síntoma se ubica o en continuidad con lo imaginario de la
vida del sujeto, o como una ruptura del equilibrio, como emergencia de lo real, sin sentido. Bajo
transferencia, el sujeto le otorga al analista el lugar del Otro, al que le demanda una significación,
le demanda que confirme su síntoma. Es el amor de transferencia el que permite que el sujeto
tolere esta operación de castración que implica el trabajo de análisis.

Lacan trabaja la intención del síntoma afirmando que el síntoma se dirige a Otro, realizando una
demanda. Los modos significantes de esa demanda constituyen la envoltura formal del síntoma
(que implica que más allá de lo que el síntoma dice, importa cómo lo dice: lugar de determinación
que tiene el significante respecto del significado). Este llamado al Otro sufrirá una determinación
respecto de la cultura, es decir de los modos en que en cada cultura se organiza el sentido.

Para Freud el síntoma se origina en la represión, cuyo motor es la angustia, la angustia de


castración. Afirma que toda formación de síntoma es emprendida con el único fin de evitar la
angustia. Los síntomas ligan la energía psíquica que de otro modo se descargaría en angustia. En
lenguaje lacaniano: frente al agujero, al vacío de la castración del Otro, el síntoma nos protege,
señalando que nosotros estamos deseando ser el objeto que la colma y de ese modo olvidar la
castración, nos ofrecemos con nuestro síntoma como modo de tapar el agujero primordial.

En análisis, no se apunta primero a la solución del síntoma, que implicaría quitarle al sujeto un
recurso, sino a su despliegue. La satisfacción del síntoma implica goce, no placer; por eso es difícil
de reconocer para el propio sujeto el beneficio secundario que éste le concede. La angustia
desligada del síntoma reporta mayor sufrimiento que cuando está ligada. Por eso tampoco se
apunta a proponer sentidos de entrada, sino a reducirlos, a vaciarlo de sentidos, para descubrir el
sin-sentido, lo que no tiene representación que está en el núcleo del síntoma. Quitar el síntoma sin
permitir su despliegue es sustraerle al sujeto la posibilidad de cubrir la castración del Otro, (que
falla en responder a su pregunta) la cual le resulta insoportable.

El síntoma en el grafo del deseo se ubica a nivel del s(A), es decir del significado del Otro. Esta es
una de las respuestas que el sujeto da en su encuentro con el Otro. (las respuestas son el moi, el
síntoma y el fantasma). Quiere decir que estos sujetos han encontrado el lugar vacío del Otro, su
castración, y desde allí erigen el síntoma como modo de desconocimiento de la falta y de denuncia
al mismo tiempo. Cuando el síntoma no es portador de un mensaje estamos ante otra estructura;
sin embargo si se habla de síntoma en la psicosis es sólo por abuso del término.

2) GRAFO

La construcción del grafo tiene varias etapas, en un primer momento intenta explicar la afectación
del viviente por el lenguaje, la cual genera al $ al final del vector, partiendo de un sujeto mítico de
la necesidad (viviente, mítico porque es un supuesto de lo que debería haber habido en el origen,
un viviente puro de la necesidad, donde sólo ella reina). El vector cruzado representa la cadena
significante.

Cuando modifica este esquema, pone al $ directamente a la entrada: se puede suponer que hay un
sujeto esperado por el otro, de lo contrario no sobreviviría, es decir, mucho antes de nacer, el niño
está afectado ya por el lenguaje, está esperado como “algo” (un significante: bueno, malo, lindo,
etc.).

Se parte entonces de un $ que se va a dirigir al Otro para que responda a sus necesidades, su única
opción para su supervivencia es pasar por el otro. Se dirige al primer punto, A un Otro completo
que responde a la necesidad, pero ese Otro habla, es portador del lenguaje, tesoro de los
significantes: le da sentidos, significados, una puntuación. Cuestión inevitable puesto que el sujeto
hablante convierte el grito del bebé en llamado, con lo cual la “necesidad pura” desaparece. Pasa
entonces por s(A), el significado del Otro, para llegar al punto I(A) ideal del yo, que representa la
inscripción del sujeto en la cultura. Todo este pasaje está articulado con otros dos elementos: por
la izquierda (el lado del sujeto), el moi, el yo de la imagen, el que se construye en el estadio del
espejo; y a la derecha i(a), la imagen especular.

Este constituye el primer piso del grafo, cuando se agrega el segundo sigue la circulación del
primero pero se añade una variante. Aquí el punto de cruce superior derecho es $◊D (pulsión). La
D representada en el matema es la demanda, o más bien los significantes de la demanda porque
no hay demanda que no pase por ellos; es lo que el Otro está haciendo jugar como demanda. La
necesidad queda aquí alienada en el campo del significante, pero queda un resto de esta
sustracción: el deseo, aquello que no pasa por el significante. La circulación sigue hacia el punto
superior izquierdo: S(Ⱥ), significante del Otro barrado. El Otro completo que se percibe en un
principio responde siempre a las necesidades, pero hay un momento en que deja de responder,
esta ausencia del Otro sólo se registra si se diferencia el yo del otro; el desprendimiento del cuerpo
del otro produce angustia, es la situación traumática original porque el Otro ya no responde. Este
corte implica que empieza a operar la castración, es el Otro el primero que aparece castrado, en
falta. Este segundo piso también tiene un “cortocircuito”, a la derecha la d (deseo) previamente
explicado, a la izquierda: $◊a, el fantasma.

La insatisfacción estructural de la pulsión, la imposición del significante sobre la necesidad, la


angustia del Otro castrado ponen a jugar este elemento fundamental: el fantasma. Es una
articulación entre el sujeto barrado y el otro como semejante, que como objeto “a” tiene que ver
con el deseo. El fantasma es el elemento que sostiene el deseo, va a “fijar” el objeto (no al modo
perverso), haciendo que no “de igual” cualquier objeto. Sostiene el deseo porque pone a distancia
del sujeto el objeto, ubica a distancia un objeto que estaría allí, sería el adecuado (como la clásica
imagen de la zanahoria atada a un palo). Ubicando este objeto se cubre la falta en el Otro, el
fantasma entonces es una respuesta ante la angustia que produce la falta del Otro, que es al
mismo tiempo deseo del Otro (desconocido: “¿qué quiere de mí?”), que como deseo pone en
evidencia su castración. El fantasma en la neurosis vacila, no siempre puede cubrir la falta, y allí
aparece la angustia.

Otra respuesta a la angustia es el síntoma: s(A), el síntoma es el significado del Otro porque viene a
hablar, a cifrar algo como respuesta a la angustia.

3) ESQUEMA ÓPTICO

El esquema óptico le sirve a Lacan para explicar la articulación entre lo simbólico, lo imaginario y lo
real. En el esquema el jarrón hace las veces del cuerpo, que es imagen real en el espejo cóncavo y
virtual en el plano (la única a la cual el sujeto tiene acceso). Los objeto a como zonas de goce son
ubicados en el hueco del florero: las aberturas del cuerpo, allí donde las pulsiones parciales
encuentran su fuente. La inclinación del espejo plano viene dada por el Otro de la cultura, de esta
inclinación depende la imagen virtual lograda, así como de la posición del ojo: el Ideal del Yo,
desde el cual se mira. El yo ideal está ubicado en ese lugar donde el sujeto queda “atrapado” por la
imagen de completud que le devuelve el espejo plano, completud que no tiene y con la cual se
identifica, momento de constitución imaginario que Lacan plantea en el estadio del espejo y que
completa con el esquema óptico, agregando ya la intervención de lo simbólico como regulador que
permite la articulación entre el organismo, el hueco y la imagen. El yo ideal pasa a ser Ideal del Yo
luego de la identificación, y del efecto de la castración y la metáfora paterna (que implican que lo
simbólico está operando). La constitución del Ideal del Yo de un sujeto está en estrecha relación
con el narcisismo perdido, donde él mismo fue su ideal. Los objeto a representados en las flores
son aquellos que tienen sentido dentro del cuerpo (en el hueco) mientras que estando fuera de él
cobran un sentido diferente, angustioso, puesto que la idea de completud de la imagen se ve
trastocada.

El esquema muestra que la posibilidad de unificación de la imagen como totalidad está en estrecha
relación con lo simbólico (posición del espejo plano) es decir, la resolución del campo de lo
imaginario depende de lo simbólico. El sujeto sólo puede ver la imagen virtual desde una posición
simbólica que es la del ideal del yo, que implica una terceridad funcionando en una posición
determinada.

4) TRANSFERENCIA Y REPETICIÓN

En Freud la repetición aparece ligada a la transferencia (en “Recordar, repetir y reelaborar”). En un


momento en que el paciente viene recordando, asociando libremente, aparece un momento de
silencio. No puede seguir recordando y comienza a repetir (actuar transferencialmente lo que
debería estar recordando). Si se le pregunta es probable que responda que piensa en algo de la
actualidad: aparece el presente bajo la forma del analista, el consultorio, etc. Esta presencia es la
repetición en transferencia de algo que no se está pudiendo recordar.

En el límite de lo representable (recordable) emerge la presencia del objeto, la actualidad como


repetición o actualización de una escena desconocida. Donde no hay más palabras aparece el
objeto.
En “Más allá del principio de placer”, la repetición no tiene que ver con una escena efectivamente
vivida sino con algo que no se vivió, lleva a un lugar donde no hay representación: un momento
traumático que por serlo no tiene representación. Freud llega a esto al ver que lo que se repite lo
hace a pesar del displacer que le produce al sujeto. Lo que se actualiza escapa a lo simbólico e
imaginario, en palabras de Lacan, es del orden de lo real. Freud al principio no advierte que el
aparato psíquico está fundado alrededor de un vacío central, advierte que los hechos traumáticos
dejan “agujeros” y la repetición intenta inscribir eso que faltó.

Para Lacan este momento en que se presentifica algo del analista es el de cierre del inconsciente,
cuando se acaban los significantes y se roza algo del orden de lo real; emerge el objeto a como
puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente, o de la libido en transferencia (en su costado
real).

Freud habla de que la transferencia con el analista era la repetición de la relación que el sujeto
había tenido con sus padres, era una repetición idéntica, del mismo modo. Lacan no habla de
repetición como reproducción (idéntica), sino que siempre es repetición de diferencias. Cada vez
que se repite es algo diferente, por eso re repite, por la imposibilidad de la identidad. Freud no
hizo hincapié en este punto, pero para Lacan él lo sabía, por eso pedía al paciente que relate su
sueño repetidas veces, y buscaba en la diferencia, en lo que se ocultaba, su interpretación.

A la altura del seminario 11, Lacan piensa en una repetición como Automatón, como significante,
determinada por lo simbólico (como en “La carta robada”) y otra como Tyché, que tiene que ver
con lo real, traumático, lo que hace agujero; el encuentro fallido con lo real.

En este momento piensa que la transferencia puede ser motor de la cura, y por su despliegue
podemos ver el funcionamiento de un mecanismo inconsciente en la sesión misma; también ella
puede producir el momento de cierre del inconsciente. Por ello la transferencia tiene dos aspectos:
la repetición y la resistencia.

5) DUELO

Para Freud, la aflicción que produce la pérdida de un objeto está vinculada con el comienzo de la
evolución de la libido, donde estaba puesta en el yo y desde ahí se dirigía a los objetos, que
quedaban incluidos en el yo. La pérdida de estos objetos se trata de desprenderse de un pedazo
del yo. Afirma que si los objetos son destruidos o perdidos, la libido destinada a esos objetos
(catexia libidinal) queda en libertad y puede tomar objetos sustitutivos o retornar al yo; este
proceso resulta doloroso porque la libido se aferra a los objetos y ni siquiera con sustitutos se
resigna en principio a desprenderse de los que ha perdido. El duelo es, para Freud, un proceso
(comienza y termina) y está destinado a consumirse espontáneamente. El recuerdo posibilita el
desprendimiento progresivo de la catexia libidinal, el trabajo de rememoración constituye el
trabajo de elaboración del duelo: cada vez que se recuerda se descarga la catexia libidinal. Es decir,
hay posibilidad, en Freud, de que el duelo se realice por completo y que un objeto pueda, al final,
sustituir a otro. Si esto no sucede se trata de un duelo patológico o melancolía. Sin embargo, Freud
reconoce la imposibilidad de inscribir la finitud cuando dice que el hombre aprende por el otro la
experiencia dolorosa de la propia muerte, y que en el inconsciente somos inmortales.

Allouch habla de muerte seca para referirse a esta imposibilidad del hombre contemporáneo de
reconocer la muerte como parte de la vida, por la ausencia de ritos: el rito cumple una función
simbólica porque es la sanción desde lo social que afirma que alguien efectivamente ha muerto.
Allouch hace una crítica a Freud donde éste afirma que “la realidad muestra que el objeto se
perdió”. La realidad no muestra nada al yo, dirá Allouch, porque lo que se inscribe es positivo, la
ausencia es imposible de inscribir si no es en oposición a la presencia. Para esto es necesario un
acto (según Lacan) algo de lo colectivo, un lugar común para el recuerdo. Esto produce una trama
simbólica que recubre el agujero de la pérdida. Por ejemplo el nombre en una lápida: es una
inscripción simbólica en lo colectivo de que esa persona murió. Cabe aclarar que aunque existan
estos ritos, no siempre es posible inscribir algo de la pérdida.

Para Lacan lo que el sujeto lamenta con la pérdida de un objeto amado no es el fin de la vida del
otro (lo que no podrá hacer, lo joven que era, etc. que es lo que funciona en la convención social),
sino el no tener más el lugar libidinal que tenía para ese otro. Esto es lo que lamenta el
inconsciente, a diferencia de lo convenido socialmente. Por eso Allouch sostiene que no da igual
un objeto y otro, porque lo que el sujeto representa para el otro es diferente; por eso el objeto
amado no se puede reemplazar, lo cual no quiere decir que la libido no quede “libre”. Para Lacan, y
esto es lo que va a seguir Allouch, con el duelo el sujeto y el yo sufren modificaciones. Cuando
pierdo a otro no sólo pierdo un objeto, pierdo también el objeto que yo era para él, la imagen con
la que yo me identificaba, la que el otro sostenía en mí. Por eso no hay pérdida de objeto sin
modificación subjetiva.

Todo duelo hace resonar el duelo fundamental vivido entre la segunda y la tercera etapa del Edipo,
el duelo por el falo; donde el falo ya no sólo no es el niño (como en el primer tiempo), sino que
tampoco se preserva en el padre con el cual juega a rivalizar para ver quién es el falo de la madre
(como en el segundo). Ya en el tercer tiempo el niño deben renunciar a ser el falo para preservar la
posibilidad de tenerlo. Esto implica en definitiva un duelo por la imposibilidad de completar al
Otro.

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