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Breve historia del Canto litúrgico.

Año 313. Los primeros cristianos, para profesar su fe, llevan a las catacumbas
melodías sencillas para el canto de los salmos tal y como se hacía en las comunidades
de Jerusalén.

Año 396. San Agustín llora escuchando los cantos que los fieles de Milán entonan a
Dios en la catedral.

Años 400-500. El repertorio latino o canto romano se diversifica en los textos y en


las formas de cantar según las áreas geográficas: Roma, Galia o la España visigoda,
cuna de importantes liturgistas y legisladores eclesiásticos (aquí se desarrolló, por
ejemplo, el denominado canto visigótico que con el tiempo recibiría el nombre
de mozárabe).

Año 600 ca. El Papa Gregorio I Magno comienza un proceso de unificación de las
liturgias occidentales. El nuevo repertorio litúrgico-melódico que surge se llamará
canto gregoriano. En esta época comienza también a establecerse el rito de la Liturgia
Romana con repertorio propio para la Misa –como acto más representativo del culto–
y para las Horas del Oficio. Con Gregorio I se recogen ya dichos repertorios en dos
libros fundamentales: el Gradual, con el Propio de la Misa (textos variables según el
contenido de la fiesta del día, frente a los textos invariables de las secciones del
Ordinario) y el Antifonario, con las Horas del Oficio.

Años 600-800. Apogeo del canto gregoriano. Es una época intensa en composiciones
gregorianas. Los compositores amplían las melodías de los salmos dando lugar a las
antífonas (de entrada y comunión), los aleluyas y los Graduales… Los fieles, los
monjes y los cantores lo aprenden de memoria creando una vía de transmisión oral
del canto. La vida musical religiosa de la Edad Media se organizaba en torno a dos
estructuras importantes: la Misa y las Horas. En los monasterios y catedrales los días
transcurrían en orden a la sucesión de las horas mayores y menores. Cada hora
canónica tenía su estructura y repertorio propio siendo las mayores (Maitines, Laudas
y Vísperas) las de mayor importancia. Las Vísperas, que cerraban el ciclo para volver
a empezar con los Maitines, tenían gran riqueza musical por la interpretación de
salmos, himnos y el magnificat.

Año 850 ca. Se fijan las primeras notaciones musicales. Los pneuma, es decir, los
signos escritos, permiten anotar de forma precisa el ritmo y la expresión del canto.

Año 1050 ca. El monje Guido d’Arezzo precisa la escritura para definir los intervalos
entre las notas dando a cada una un nombre: ut(do)-re-mi-fa-sol-la-si (los nombres
de las notas se originan de las primeras sílabas de un himno en honor a San Juan
Bautista: UT queant laxis / REsonare fibris / MIra gestorum / FAmuli tuorum / SOLve
polluti / LAbii reatum / Sancte Ioannes) y organizando el sistema del tetragrama
(cuatro líneas). Esta “modernización” será sin embargo el comienzo de la decadencia
del canto gregoriano ya que al sustituir la memoria por la lectura de las notas el canto
se hace más matemático perdiendo frescura. En este periodo nacen las primeras
polifonías basadas en el canto gregoriano.

Años 154-1563. El Concilio de Trento recomienda por primera vez una edición oficiosa
del repertorio conocida como Edición Medicea (impresa en la tipografía de los
Médici). Esta edición debe mucho a la época en que se realizó en la que se
consideraban bárbaras la mayoría de las creaciones medievales. A partir de entonces,
el canto continuará con su papel litúrgico pero cada vez más encerrado en sí mismo,
musical y socialmente descontextualizado (no litúrgicamente, claro).

Año 1840. El canto gregoriano pasa a denominarse cantus planus (canto llano). Se
hace aburrido, lento, sin vida. Los monjes benedictinos de la Abadía de Solesmes,
dentro de un movimiento general de recuperación de la liturgia romana en Francia,
ponen en marcha un arduo trabajo de investigación científica basada en la
recopilación de los manuscritos que los monjes han ido copiando pacientemente.
Intentan devolver al canto gregoriano su autenticidad y su uso en la oración. Este
trabajo se vio reforzado con la creación de una escuela de organistas y maestros
cantores laicos. Poco a poco, el canto gregoriano se ha ido recuperando y, desde la
citada abadía se ha ido extendiendo a otras, como Sankt Gallen (Suiza), Silos
(España), Montserrat (España) o María Laach (Alemania), recuperándose gran
número de manuscritos de los siglos X al XIII. En las abadías, el monje se identifica
con la vida monástica a través de la oración, recitada siempre según el canto
gregoriano, siete veces al día: maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y
completas

Año 1903. El Papa Pio X define el canto gregoriano como el canto propio de la Iglesia
romana y propone al pueblo rezar desde la belleza del canto y de la música.

Año 1962. El Concilio Vaticano II confirma con su autoridad el uso de este canto como
el propio de la liturgia romana aunque abre ésta a otras formas musicales,
especialmente al canto religioso popular. A partir de entonces, su aplicación litúrgica
cae en desuso dando primacía al canto popular religioso, más comprensible y cercano
al pueblo. El canto gregoriano se recluye en algunos monasterios, en los
conservatorios profesionales de música y en las universidades.
A partir de entonces, a pesar de la enorme tradición y reconocimiento oficial del canto
gregoriano en la vida de la Iglesia, éste se ha desacralizado para convertirse en una
música que pertenece a un periodo, a una estética y a un momento de la historia del
cristianismo y de la liturgia ya superados. Para la liturgia nos queda, como testimonio
de su belleza y función litúrgica, los pocos monasterios que aún lo utilizan de forma
habitual en sus liturgias.

Fuente:https://musicaliturgia.wordpress.com/2013/08/03/evolucion-del-canto-
religioso-1-el-canto-gregoriano-origen-e-historia/

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