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Se emparenta con
el canto gregoriano al ser monodia vocal sin acompañamiento instrumental y estar organizada
en ocho modos oktoíjos.
Índice
1Características
o 1.1La saltérica
o 1.2La interpretación
o 1.3El ison (nota pedal)
o 1.4Fragmentos escogidos de los diferentes géneros de música bizantina
2Véase también
3Enlaces externos
Características[editar]
Se diferencia del canto gregoriano en que es cantada en griego (o árabe en aquellos lugares
de la región conocida antiguamente como Antioquía) y se acompaña vocalmente con un
sonido grave y mantenido llamado ison o (isocrátima).
Se originó en las primeras comunidades cristianas del desierto del Sinaí. Es conservada en los
monasterios ortodoxos griegos y, con diversos estilos, dentro de los núcleos urbanos de las
zonas cristianas orientales.
La música bizantina es un sistema musical completo que emplea la rica paleta de gamas
melódicas del oriente mediterráneo para valorizar los textos bíblicos e himnográficos que
exponen admirablemente la teología de los Padres de la Iglesia. El monasterio de Cantauque
ejecuta el canto bizantino no con textos griegos, como es lo más frecuente que se haga, sino
en francés.
La saltérica[editar]
La notación de la música bizantina, llamada saltérica, deriva de un sistema de acentuación
griega (tono, apóstrofo...) que ha evolucionado a lo largo de los siglos hacia neumas (signos
descriptivos). Situados encima del texto, éstos acentúan musicalmente las sílabas, es decir,
les confieren la entonación y la expresión que les conviene. Los neumas, a diferencia de las
notas occidentales puestas sobre el pentagrama, indican simples variaciones de nivel. Las
«notas bizantinas» tienen pues un valor relativo; no tienen sentido sino en la relación de unas
con otras. Se agregan en movimientos melódicos que varían según los modos (cuatro
auténticos y cuatro plagales) y los géneros de música. Puede verse un ejemplo en la notación
del Himno de los Querubines.
La interpretación[editar]
Una partitura bizantina debe ser siempre interpretada más allá de la estricta notación; ésta, de
acuerdo con la tradición oriental, es un simple esqueleto destinado a ser revestido de múltiples
vibraciones e impulsos que se transmiten únicamente de maestro a discípulo. En este tema, la
música bizantina debe mucho a Simón Karas y a su sucesor Licurgo Angelópoulus.
Efectivamente por un defecto de transmisión oral, los cantores habían llegado a suprimir poco
a poco la interpretación de los neumas: las características de la música bizantina se iban
perdiendo y eran reemplazadas por armonizaciones, variaciones de intensidad, expresiones
sentimentales, etc. S. Karas se aventuró en un inmenso trabajo de musicología con el fin de
reconstituir los fundamentos teóricos de la música bizantina. Y para devolver toda su dinámica
a la línea melódica bizantina, reintrodujo numerosos signos de la antigua notación.
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MÚSICA PSÁLTICA
La música bizantina es un sistema musical completo
que emplea la rica paleta de gamas del oriente
mediterráneo para la valorización de los textos bíblicos
e himnográficos que expresa magníficamente la
teología de los Padres de la Iglesia.
La psáltica
La notación de la música bizantina, la psáltica, procede
del sistema de acentuación griega (oxeia,
apostrophos…), que ha evolucionado a lo largo de los
siglos a neumas (signos descriptivos). Situados
encima del texto, acentúan musicalmente las sílabas,
es decir, les confieren su entonación y la expresión
que les conviene. Los neumas, a diferencia de las
notas occidentales fijadas sobre un fondo, indican
simples variaciones de altura. Las «notas bizantinas»
tienen, pues, un valor relativo, no tienen sentido más
que unas en relación con otras. Se agregan en
movimientos melódicos que varían según los modos
(cuatro auténticos y cuatro plagales) y los géneros de
música.
He aquí un ejemplo de notación del canto Querúbico.
Interpretación
Una partitura bizantina debe siempre ser interpretada
más allá de la estricta notación: esta, conforme a la
tradición oriental, es una simple osamenta destinada a
ser revestida por múltiples vibraciones y energías
únicamente enseñadas de maestro a alumno. En este
sentido, la música bizantina les debe mucho a Simon
Karas y a su sucesor Lycourgos Angelopoulos. En
efecto, por un defecto en la transmisión oral, los
cantores habían suprimido la interpretación de los
neumas: las características de la música bizantina se
erosionaban y eran reemplazadas por armonizaciones,
variaciones de intensidad, expresiones sentimentales,
etc. S. Karas emprendió un inmenso trabajo de
musicología para reconstituir los fundamentos teóricos
de la música bizantina. Y para devolverle toda su
dinámica a la línea melódica bizantina, reintrodujo
numerosos signos de la antigua notación.
Podría definirse el Canto Bizantino como la expresión musical utilizada por la Iglesia Ortodoxa Griega en su
liturgia y celebraciones.
Su carácter exclusivamente vocal (la única excepción es el empleo ocasional de campanas y un instrumento de
madera también percutible denominado toaca) y monódico (en esto se aproxima al canto gregoriano, su
equivalente aunque tan sólo sea en cuanto a función, en el ámbito de la Iglesia Occidental), son dos de sus
rasgos más peculiares.
El tercero el hecho de estar vinculado de un modo absolutamente esencial a la lengua griega, lengua litúrgica
por antonomasia para el cristianismo, pues en ella se escribieron sus textos fundacionales.
Asimismo es de especial importancia, para el tema que nos ocupa, la primera traducción del Antiguo
Testamento a una lengua distinta del hebreo, la denominada Septuaginta o Biblia Griega (sobre este texto
realizó San Jerónimo su versión latina de la Biblia, la denominada “Vulgata”).
Finalmente en lengua griega tuvo lugar durante los primeros siglos del cristianismo un brillante florecimiento
de la himnografía religiosa llevada a cabo por poetas músicos, entre los cuales cabe destacar Romanos el
Melodista o Juan Damasceno.
El realce de estos textos, por encima de cualquier razón estética, es el cometido primordial encomendado al
Canto Bizantino, con la sola excepción, la composición puramente musical denominada Krátima.
Una de las cuestiones más interesantes del Canto Bizantino es sin duda el hecho de que hunde sus raíces, y de
una forma ininterrumpida a pesar de las inevitables modificaciones producidas por el paso de los siglos -en
esto es equiparable a la propia lengua griega-, en la Antigüedad.
Efectivamente,
aunque su periodo fundacional haya de establecerse obviamente a partir de los siglos II o III de nuestra era,
el caso es que debido a un fenómeno de sincretismo advertible también en otros muchos aspectos, tales como
el pensamiento teológico, la liturgia o el arte, en él se puede rastrear además de la existencia de abundantes
vestigios paleocristianos, también la pervivencia de material procedente de la Grecia Antigua, así como del
área siria y palestina.
Como es lógico suponer, las primeras expresiones musicales cristianas debieron de estar profundamente
influidas por los cánticos propios del culto judío.
Sin embargo, con el tiempo y su incontenible expansión en el área cultural helénica, hubo de producirse el
fenómeno de sincretismo antes apuntado mediante el cual con toda seguridad se introdujeron en el repertorio
bizantino elementos propios de las expresiones musicales cultuales paganas, tanto de origen mistérico como
del culto oficial, y asimismo de música profana. Señal de ello lo constituye la evidencia de que tanto la teoría
musical como el complejo sistema de notación adoptado por el canto bizantino en sus comienzos fue el que
utilizaban los griegos en la Antigüedad.
Evolución
Tras estos comienzos un tanto oscuros el Canto Bizantino tiene su primer gran periodo de expansión entre los
siglos V al XI. Siguiendo el modelo de la hímnica griega (de Píndaro por ejemplo), aparece una pléyade de
poetas músicos, que sientan las bases en torno a las cuales de un modo constante, se va a asentar el
desarrollo posterior.
Entre ellos habremos de destacar a Romano el Melodista (siglo V-VI) y a Juan Damasceno (siglo VI-VII).
A este último se atribuye el establecimiento de los ocho modos o tipos melódicos que caracterizan al canto
bizantino hasta nuestros días, el denominado “octoeco” bizantino: el I, II, III, IV (en griego se numeran de la
letra alfa a la letra delta) y sus correspondientes modos “plagal”.
Entre el siglo XII y la caída de Constantinopla tiene lugar una evolución un tanto peculiar; de un estilo de gran
sobriedad y fundamentalmente silábico (a cada sílaba del texto musicado corresponde una nota melódica), se
pasa paulatinamente a otro de carácter melismático denominado kalofónico, “de bello sonido”, en el que
predomina un gran barroquismo en la elaboración, pues en este caso a una sílaba del texto escrito puede
llegar a corresponder hasta una frase musical completa.
Ya en pleno siglo XVIII asistimos a un nuevo florecimiento de esta rica tradición. En este periodo cabe
destacar a dos grandes personalidades.
En primer lugar a Pedro Lampadarios o Peloponesios, que además de ser un gran compositor, llevó a cabo una
ingente tarea de exégesis y recuperación de toda la tradición anterior, labor que fue continuada por su
discípulo Pedro de Bizancio. Y en un segundo lugar Pedro Bereketis; en él podemos apreciar una síntesis
excepcional de los viejos modos y de influencias foráneas, provenientes tanto del ámbito turco, al que
políticamente pertenecía Grecia en ese momento, como del occidental.
Durante los siglos XIX y XX con la independencia política del Estado griego asistimos a una revitalización
constante de esta antiquísima tradición sin perder en ningún momento sus rasgos esenciales, así como al final
del proceso de simplificación de la compleja notación musical bizantina en torno a la segunda década del siglo
XIX.
[Modos de interpretación]:
Con carácter general existen dos formas de interpretar el Canto Bizantino. La individual, por medio de un
psaltis o cantor, y la colectiva a través de un coro tradicionalmente masculino.
En la mayoría de los casos, tanto el psaltis como el coro son acompañados por uno de los elementos más
llamativos de este estilo para un oyente habituado a la música occidental y que le prestan un carácter que
podríamos calificar de “místico y sobrecogedor”, los isócrates, quienes tienen como función emitir un bordón
vocal que marca el tono predominante de la composición ejecutada.
Esta especie de “zumbido cósmico” representa para los teóricos de este estilo musical la propia unidad y
concordia entre los creyentes.
Existe una gran cantidad de composiciones en el Canto Bizantino, las más importantes:
Kanónas (canon): quizás sea una de las composiciones más brillantes del arte musical bizantino debido al
ritmo rápido que las caracteriza en su interpretación. Consta de un número de odas que varía entre 3 (durante
la época del “Triodion”, periodo litúrgico que va desde la Cuaresma al domingo de Pascua), y 9. Cada oda
consiste en una estrofa inicial (irmos), que al final de la composición, se canta de un modo lento (katavasia), y
de diferentes estrofas con un metro y una melodía similar a la del irmos, las troparia.
kontákion: son himnos muy antiguos, de gran longitud y libertad compositiva, de los que en la actualidad tan
sólo suele ejecutarse las primeras estrofas.
Akathístos: obras también de gran envergadura (constan de 24 estrofas) y que se interpretan tan sólo en las
grandes celebraciones.
Idiómelon: consiste en una composición con estructura tanto poética como melódica individualizada y que
por lo tanto no sirve nunca de modelo a otras piezas.
Apolytíkion: piezas interpretadas habitualmente con un ritmo rápido y que sirven de despedida en los
diferentes servicios.
Krátima: como ya hemos indicado anteriormente, se trata de trabajos puramente musicales pues carecen de
texto poético.” – (Rafael Lobarte Fontecha).
BEATRIZ C. MONTES
CV
PUBLICACIONES
#MONTESARRIBAS
NAUCLERO EDICIONES
MÁS…
TRANSLATE
Maratí
INTRODUCCION
La música Bizantina es el canto sagrado medieval de todas las iglesias cristianas
que siguieron elrito ortodoxo oriental.. Esta tradición, principalmente abarca el
mundo de habla griega, desarrolladaen bizancio desde el establecimiento de su
capital, constantinopla, en 330 hasta su conquista en1453.
Es innegablemente de origen compuesto, basado en las producciones artísticas ytécnicas de
la época clásica y en la música judía e inspirada por el canto llano que envolviólas primeras
ciudades cristinas de Alexandría, Antioquía y Éfeso. En común con otros dialectos en
oriente y occidente, la música bizantina es puramente vocal y exclusivamentemonódica. A
parte de las Aclamaciones (
policronìa),
los textos son solamente designados por varias liturgias y oficieos de oriente. La evidencias
más antiguassugieren que himnos y salmos fueron originalmente silábicos o semisilábicos
en estilo,derivados, como lo hicieron, desde los recitativos pre-okto
ēch
congregacionales.Posteriormente, con el desarrollo del monasticismo, al principio en
Palestina y luego enConstantinopla, y con el aumento de ritos y ceremonias en nuevos y
magnificos edificios(como Hagia Sofía), coros entrenados, cada cual con su propio líder
( los
protopsàltes
parael coro derecho; los
lampadários
para el izquierdo) y solista ( los
domestikos
o los
kanonarch)
, asumieron completas responsabilidades musicales. Consecuentemente despuesde ca 850
comenzó una tendencia para elaborar y para ornamentar, y esto produjo unradicalmente
nuevo melismatico y, en última instancia, estilo
kalophonico.http://www.stanthonysmonastery.org/music/History.htm
BIZANTINO,
canto. musica tradicional de la iglesiaortodoxa griega y, por extension, musica de
las iglesias ortodoxas cristianas de Europa del Este y del Sureste, que se han
desarrollado sobre la base del canto bizantino antes de adquirir progresivamente
su aspecto nacional definitivo. El canto bizantino posee un origen compuesto en el
que se encuentran los cantos hebraicos de las sinagogas y las supervivencias de
la musica griega, asi como de otros elementos orientales (siriosy armenios). El
desarrollo musical y social del canto bizantino esta evidentemente ligado al de
laliturgia ortodoxa, cuyas dos formas principales fueron establecidas desde el fin
del siglo IV por SanSasilio el Grande y San Juan Crisostomo (este ultimo fue
obispo de Constantinopla en el 390). Loscantos, siempre fueron monodicos, eran
ejecutados segun el principio antifonario, haciendoalternar dos coros, el
protopsaltis
y el
lampadario.
La ejecucion era siempre en capilla,prohibiendose el uso de instrumentos de
musica. Actualmente, las iglesias ortodoxas continua nobservando esta regla. Sin
embargo, en Constantinopla, las ceremonias en la corte del emperador,mas
factuosas que las de las iglesias, utilizaban el organo. En el 757, el emperador
Constantino Copronimo ofrece uno a Pipino el Breve. A excepcion de un
fragmento de himno que data del sigloIII, los primeros manuscritos musicales no
aparecen hasta el siglo X. La escritura neumática original experimento una
evolucion en varias etapas, pasando por una notacion llamada
media
(siglo XII-XV) a la mas precisa, matizada y compleja de Ioanis Kukuzeles (siglo
XV). Es necesario saber, sin embargo, que los manuscritos esta lejos de transmitir
la totalidad de los cantos: muchos de ellos, reducidos a simples salmodias, eran
ejecutados de memoria y transmitidos oral mente. Entre los primeros compositores
bizantinos, que eran tambien importantes personalidades religiosas, a menudo
canonizados mas tarde, se conocen: San Efrain (306-373); Romano (siglo VI),a
quien se debe numerosas
kontakion
(poemas religiosos compuestos de numerosas estrofascantadas todas sobre una
misma melodia); Andres de Creta (600-740), autor del gran
kanon,
formaque reemplaza el
kontakion
y compuesta de nueve odas llamadas
hirmos
; San Sofron deJerusalen; San German de Constantinopla, y sobre todo San
Juan Damasceno(678-749).Se distinguen tres tipos de canto, segun el grado
de ornamentacion:1. Hirmologico, canto simple de canones y de hirmos;2.
Estiqueraquico, mas ornado, para las esticaras (textos cortos intercalados en los
versos)
______________________________________________________
Índice
La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una
creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de
la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar
este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad
clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVIII, cuando fue popularizado
por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el rechazo histórico de Occidente a
reconocer al Imperio romano de oriente como continuación legítima de Roma, al menos desde
que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido
como «Donación de Constantino» para proclamarse, con la connivencia del papado,
emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator
Romanorum ('Emperador de los Romanos') quedó reservado a los soberanos del Sacro
Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de
manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum ('Emperador de los Griegos'), y sus
dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium
Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres.
De hecho, los bizantinos eran la continuidad en oriente del Imperio romano y los emperadores
de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.
«Imperio bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus
contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el Imperio
romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία
Ρωμαίων; Imperio romano), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum. Era
denominado «Imperio griego» por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al
predominio en él del idioma, la cultura y la población griegas). En el mundo islámico fue
conocido como روم (Rûm, 'tierra de los Romanos') y sus habitantes como rumis, calificativo
que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que
se mantuvieron fieles a su fe en los territorios conquistados por el islam.
El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido despectivo, como sinónimo de
«decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el
propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad
clásica, vieron la historia del Imperio bizantino como un prolongado período de decadencia.
Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los
reinos de Europa occidental que visitaron el Imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión
«discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión
intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas
por los intelectuales bizantinos.4
Historia[editar]
Artículo principal: Historia del Imperio bizantino
Origen[editar]
La partición demográfica y geográfica del Imperio romano de Oriente, tiene mucho que ver con
la fisonomía que había adquirido la herencia que dejaron las conquistas de Alejandro
Magno (356-323 a. C.). Tras su muerte, el imperio helenístico quedó fraccionado
en Grecia, Anatolia, Media, y Egipto. Los herederos (diádocos), mantuvieron enfrentamientos
por más de 100 años. Las pujas constantes terminaron debilitando a todos los reinos en
cuestión, acudiendo a Roma como mediador entre sendas partes, fueron ocupadas
paulatinamente y luego invadidas, entre los siglos I y II a. C. Lo que a Alejandro Magno le llevó
doce años, Roma lo hizo en 150 años: pasaron a ser todas provincias romanas (a excepción
de Persia y Media oriental). Los rasgos característicos de todas las regiones eran su origen
multiétnico, la pluralidad religiosa (predominaba el politeísmo de cada región), y la gran
diversidad de idiomas. Se destacaba principalmente la ciudad que el macedonio fundó,
Alejandría, centro de proliferación del saber y la ciencia. En sí, Roma optó en dejar «todo tal
como estaba», pero importando recursos económicos, ingenieros, cientistas y pensadores
trabajando para su imperio.
Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su administración, el
emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido
como tetrarquía, consistente en la división del Imperio en dos partes, gobernadas por dos
emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un «vice-emperador» y
futuro heredero césar. Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se
abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el
Grande unificó ambas partes del Imperio.
Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó Nueva
Roma, pero se la conoció popularmente como Constantinopla o Constantinópolis ('La Ciudad
de Constantino'). La nueva administración tuvo su centro en la ciudad, que gozaba de una
envidiable situación estratégica y estaba situada en el nudo de las más importantes rutas
comerciales del Mediterráneo oriental.
Cambios religiosos[editar]
Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue
decretada como oficial y obligatoria (bajo pena de muerte caso contrario) por el
emperador Teodosio I, en el año 380 d. C. tras promulgar el Edicto de Tesalónica, lo que llevó
a una fuerte resistencia y una larga serie de enfrentamientos de carácter religioso. Las
regiones subordinadas por tantos siglos bajo un régimen imperial que permitía la libertad
religiosa y las prácticas culturales propias de cada etnia, estaba ahora bajo una larga lista de
nuevas prohibiciones.
Historia temprana[editar]
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de
Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que
amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia Occidente por el
emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de
Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada
por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante el pago de
tributos hasta que se disgregaron y acabaron de representar un peligro tras la muerte de Atila,
en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del rey ostrogodo Teodorico el
Grande, dirigiéndolo hacia Italia, contra el reino establecido por Odoacro.
La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del
Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales
sedes orientales: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de
Nicea había condenado el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. En 431, el Concilio de
Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la causada
por la herejía monofisista que afirmaba que Cristo solo tenía una naturaleza, la divina. Aunque
fue también condenada por el Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos
adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y todos los emperadores fracasaron en sus intentos de
restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la estrecha asociación entre
la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer emperador coronado por el patriarca de
Constantinopla.
A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían
las invasiones bárbaras parecía definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya
asentados en el desaparecido Imperio de Occidente, estaban demasiado ocupados
consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por Bizancio.
La época de Justiniano[editar]
Artículo principal: Recuperatio Imperii
El repliegue de Bizancio[editar]
Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad Oscura»
acerca de la cual se tiene muy escasa información. Es un período de crisis, con tremendas
dificultades externas (el hostigamiento del islam que conquistó las regiones más ricas, los
continuos ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la lucha contra
los persas en el este) e internas (las luchas entre iconoclastas e iconódulos, símbolo de los
enfrentamientos internos entre poder temporal y religioso). A pesar de ello, el Imperio salió de
este periodo transformado y reforzado.
Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable
peso de administrar un Imperio amenazado desde varios frentes. Su sucesor, Tiberio
II abandonó la política militar de Justiniano y permitió que Italia cayera bajo el poder de
los lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y se replegó a África. Mauricio llegó a hacer
un tratado favorable con Persia (590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del
norte, pero el Ejército se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió
con el trono la vida. Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y las luchas
internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la revolución de algunas
provincias logró salvarlo.
Amenazas exteriores[editar]
Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar a los
últimos restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante
todo su reinado ese interés fue capital. El siglo VII comienza con la crisis provocada por la
espectacular ofensiva del monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en
Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación
fue aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron
sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y
agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y derrotando
definitivamente a los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de
replegarlos hasta el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de
sobrevivir el ataque árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo un
gran respaldo por parte de la Iglesia.
Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión
musulmana arrebataba para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las
provincias de Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio sobrevivió a los ataques
árabes (aunque perdiendo casi toda su romanidad y tomando características completamente
helenísticas en el área balcánico-anatólica), mientras que los Persas fueron conquistados
totalmente por los Árabes.
A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando,
llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por su
magníficas fortificaciones navales y su monopolio del «fuego griego» (un producto químico
capaz de arder en el agua) salvó al Imperio bizantino de la destrucción.
En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino
IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino
independiente de Bulgaria. Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes,
llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho
más precario el dominio bizantino sobre Italia.
La querella iconoclasta[editar]
Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre
los iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos,
contrarios a dicha prohibición. La primera época iconoclasta se prolongó desde 726, año en
que León III (717-741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando fue restablecido
por el II Concilio de Nicea. La segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813 y 843. En este
año fue restablecida definitivamente la ortodoxia.
No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento
interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que
pretendía acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los
poderosos monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo
cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en
963).6 Según algunos autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder
estatal —los emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclasia—, y el eclesiástico —el
patriarcado de Constantinopla, en general iconódulo—; también se ha señalado que mientras
en Asia Menor los iconoclastas constituían la mayoría, en la parte europea del Imperio eran
más predominantes los iconódulos.
Transformaciones[editar]
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo
consigo también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega
frente a la oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la
limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que
permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable:
los temas (themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que
produjo formas similares al feudalismo occidental. A principios del siglo IX, el Imperio había
sufrido varias transformaciones importantes:
El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible
desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía Amoriana, y, sobre
todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue regido por la Dinastía
Macedónica. Este período es conocido por los historiadores como «renacimiento
macedónico».
Política exterior[editar]
Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal enemigo del
Imperio en Oriente, debilita considerablemente la ofensiva islámica. Sin embargo, los nuevos
Estados musulmanes que surgieron como resultado de la disolución del califato
(principalmente los aglabíes del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon duramente
contra los bizantinos por la supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los
musulmanes arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada
por los árabes en 827. El siglo X fue una época de importantes ofensivas contra el islam, que
permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes: Nicéforo II Focas (963-969)
reconquistó el norte de Siria, incluyendo Antioquía (969), así como Creta (961) y Chipre (965).
El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro. Convertido
al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar Simeón
I (893-927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un
tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la muerte de este
monarca, en 927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia, junto
con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue sin embargo declinando durante el siglo X, y, a
principios del siglo siguiente, Basilio II (976-1025), llamado Bulgaróctonos ('Matador de
búlgaros') invadió Bulgaria y la anexionó al Imperio, dividiéndola en 4 temas.
Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue la
incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de Bizancio. En la segunda
mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y Metodio fueron enviados a
evangelizar Moravia a petición de su monarca, Ratislav I. Para llevar a cabo su tarea crearon,
partiendo del dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo eslavo
eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito, el alfabeto
glagolítico (luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión en Moravia fracasó, a
mediados del siglo X se produjo la conversión de la Rus de Kiev, quedando así bajo la
influencia bizantina un Estado más amplio y extenso que el propio Imperio.
Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800) y las
pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre Italia.
Durante toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una
enorme influencia en el sur de Italia. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los
bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la princesa bizantina Teófano,
sobrina del emperador bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón II.
Emperador Manuel I Comneno (1143-1180).
Los alemanes del Sacro Imperio y los normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron
atacando el Imperio durante el siglo XII. Las ciudades-Estado y repúblicas italianas
como Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había concedido derechos comerciales en
Constantinopla, se convirtieron en los objetivos de sentimientos anti-occidentales debido al
resentimiento existente hacia los francos o latinos. A los venecianos en especial les
importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo en cuenta
que su flota de barcos era la base de la marina bizantina.
Federico I Barbarroja (emperador del Sacro Imperio) intentó conquistar sin éxito el Imperio
durante la Tercera Cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto más devastador sobre el
Imperio bizantino en siglos. La intención expresa de la Cruzada era conquistar Egipto y los
bizantinos, creyendo que no había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria
y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra Santa), inicialmente decidieron
mantenerse neutrales, aunque al final ofrecieron doscientos mil marcos de plata y todos los
medios para que los cruzados llegaran a Egipto. Sin embargo, la codicia por parte de los
venecianos y de los jefes cruzados de los tesoros de Constantinopla hizo que venecianos y
cruzados no respetaran el acuerdo y tomaran por asalto Constantinopla el 13 de abril
del 1204. Tras tres días de pillaje y destrucción de importantes obras de arte, por primera vez
desde su fundación por Constantino I, más de ochocientos años antes, la ciudad había sido
tomada por un ejército extranjero, dando origen al efímero Imperio latino (1204-1261).
El Imperio hacia el año 1265, terminó siendo casi una representación geográfica de la Grecia Clásica
del siglo V a. C.
El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este tiempo, Serbia,
bajo Esteban Dushan, de la Dinastía Nemanjić, se fortaleció aprovechando el
desmoronamiento de Bizancio, iniciando un proceso que culminaría cuando en 1346 se
constituyera el Imperio serbio.
Tres Estados griegos herederos del Imperio bizantino permanecieron fuera de la órbita del
recientemente creado Imperio latino: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y
el Despotado de Epiro. El primero, controlado por la dinastía Paleólogo, reconquistó
Constantinopla en 1261 y derrotó al Epiro, revitalizando el Imperio, pero prestando demasiada
atención a Europa cuando la creciente penetración de los turcos en Asia Menor constituía el
principal problema.
La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la
de una prolongada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los
dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los otomanos,
mientras en los Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos que habían surgido
a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204. En el Mediterráneo, la superioridad naval
veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el
Imperio, reducido a ser uno más de los numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la
terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón y dos devastadoras guerras
civiles.
Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y
persas safávidas estaban demasiado divididos para poder atacarlo, pero finalmente los turcos
otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas, a excepción de unas
cuantas ciudades portuarias. Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio otomano—
procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida encabezado por un jefe
llamado Osmán I Gazi, que daría el nombre a la dinastía otomana u osmanlí.
El Imperio solicitó el socorro de Occidente, pero los diferentes Estados pusieron como
condición la reunificación de la Iglesia católica y la ortodoxa. Los mandatarios bizantinos
estudiaron la unión de las Iglesias y ocasionalmente incluso llegaron a imponerla por decreto,
pero los ortodoxos no la aceptaron. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de
Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los
otomanos conquistaron los territorios restantes.
Constantinopla parecía en principio inexpugnable debido a sus poderosas defensas, pero, con
el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían sido impenetrables excepto para
los integrantes de la Cuarta Cruzada durante más de mil años— ya no ofrecían la protección
adecuada frente a los otomanos. La caída de Constantinopla se produjo finalmente el 29 de
mayo de 1453, después de un sitio de dos meses llevado a cabo por Mehmet II. El último
emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando entraba en
combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos, que superaban de manera
aplastante a los bizantinos. Mehmet II también
conquistó Mistra en 1460 y Trebisonda en 1461. El último titular de la Corona del Imperio
bizantino, Andrés Paleólogo, sobrino de Constantino XI, vendió su título imperial a Fernando II
de Aragón y V de Castilla e Isabel I de Castilla antes de su muerte en 1502.8 Sin embargo, no
se tiene constancia de que ningún monarca español haya usado los títulos imperiales
bizantinos.
Mundo bizantino[editar]
Demografía[editar]
Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio bizantino.
J. C. Russell indica que a finales del siglo IV la población total del Imperio romano de Oriente
era de unos veinticinco millones, repartidos en un área de aproximadamente 1 600 000 km².
Hacia el siglo IX, sin embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria, Egipto y Palestina y la
crisis de población del siglo VI, se cree que habitaban el Imperio alrededor de trece millones
de personas en un territorio de 745 000 km².
Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es
probable que el basileus rigiese los destinos de más de cuatro millónes de personas. Desde
entonces el territorio del Imperio —y, por ende, su población— fue reduciéndose rápidamente
hasta la caída de Constantinopla en 1453.
Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del
Imperio, especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.
En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los
siglos IV y V. Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado considerablemente
desde el siglo II (llegó a tener un millón y medio de habitantes, que conservó hasta el siglo V),
Constantinopla, con solo unos cien mil —en el momento de su fundación, contaba
escasamente con treinta mil habitantes—, llegó en época de Justiniano a los cuatrocientos mil.
Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en
esa misma época se ha calculado en torno a los trescientos mil habitantes, algo mayor que la
de Antioquía (un cuarto de millón). A estas les seguían en tamaño otras ciudades menores
como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica, Tebas y Atenas.
El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras como
a una desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo siguiente, tras la
pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago, solo quedaron dos grandes ciudades en el
Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla decreció
considerablemente durante los siglos VI y VII (a causa, entre otras razones, de la peste) y solo
comenzó a recuperarse a mediados del siglo VIII. Se calcula que su población sería de
trescientos mil habitantes durante el renacimiento macedónico, y de no menos de medio
millón bajo la dinastía Comnena.
En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se calcula
que, en el momento de su conquista por los turcos, la población de la capital estaba en torno a
los cincuenta mil habitantes, y la de la segunda ciudad del Imperio, Tesalónica, rondaba los
treinta mil.
Economía[editar]
Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era
la agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero.
Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos La principal industria era
la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a grandes cantidades de
operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con Oriente para el abastecimiento
de seda, hasta que a mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos—
lograron llevar capullos de gusanos de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a producir su
propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto celosamente
guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el siglo XII.
Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio
bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el
siglo VII, cuando el islam se apoderó de las provincias meridionales del Imperio. Era
especialmente importante la posición de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia, y
al dominar el estrecho del Bósforo, los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se
accedía a Europa occidental) y el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).
Existían tres rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:
El emperador[editar]
El jefe supremo del Imperio bizantino era el emperador (basileus), que dirigía el Ejército, la
Administración y tenía el poder religioso. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su
sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno confiriéndole el título de césar. En algún
momento de la historia de Bizancio (concretamente, durante el reinado de Romano I
Lecapeno) llegó a haber hasta 5 césares simultáneos.
El sucesor no era necesariamente hijo del emperador. En muchos casos, la sucesión fue de
tío a sobrino (Justiniano, por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue sucedido por su
sobrino Justino II). Otros personajes llegaron a la dignidad imperial a través del matrimonio,
como Nicéforo II o Romano IV.
Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder al ser
proclamados emperadores por el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno), o gracias a las
intrigas cortesanas, a veces aderezadas con numerosos crímenes. Para evitar que los
emperadores depuestos y sus familiares reivindicaran el trono eran con frecuencia cegados y,
en ocasiones, castrados, y confinados en monasterios. Un caso peculiar es el de Justiniano II,
llamado Rhinotmetos ('Nariz cortada'), a quien el usurpador Leoncio cortó la nariz y envió al
destierro, aunque recuperaría posteriormente su trono. Estos crímenes atroces fueron
sumamente frecuentes en la historia del Imperio bizantino, especialmente en las épocas de
inestabilidad política.
El escudo del Imperio bizantino, cuando gobernaban los Paleólogos, hace referencia al papel político y
religioso del emperador; el águila bicéfala porta en una pata un orbe o una cruz (la Iglesia); y en la otra,
una espada (Estado).
La figura del emperador estaba especialmente relacionada con la Iglesia, que se convirtió en
un factor estabilizador, y especialmente con el patriarca de Constantinopla. La monarquía
bizantina tenía un carácter cesaropapista —uno de los títulos del emperador
era Isapóstolos ('Igual a los Apóstoles'), y ciertas prerrogativas de su cargo remiten al Rex
sacerdos ('Rey sacerdote') de la monarquía israelita—. El emperador y el patriarca tenían una
relación de mutua interdependencia: si bien el emperador designaba al Patriarca, era éste el
que sancionaba su acceso al poder mediante la ceremonia de coronación. Entre uno y otro
hubo en la historia de Bizancio muchos momentos de tensión, pues los intereses del Estado
diferían a veces de los de la Iglesia. En la última etapa del Imperio, por ejemplo, cuando los
emperadores, para obtener la ayuda de Occidente frente a los turcos, intentaron restaurar la
unidad religiosa de su Iglesia con la de Roma, se encontraron con la tenaz resistencia de los
patriarcas.
Una de las principales bazas del emperador era su control sobre una eficaz administración,
que se regía por el Corpus Iuris Civilis, recopilado en época de Justiniano. La organización
territorial se basaba, desde el siglo VII, en los themata ('temas'), provincias al mando de
un strategos o general.
Ejército[editar]
Artículo principal: Ejército bizantino
El Ejército bizantino fue durante siglos el más poderoso de Europa. Continuación del Ejército
romano, en los siglos III y IV fue sustancialmente reformado, desarrollando sobre todo
la caballería pesada (catafracta), de origen persa.
La armada bizantina tuvo un papel preponderante en la hegemonía del Imperio, gracias a sus
ágiles embarcaciones, llamadas dromones (dromos) y al uso de armas secretas como el
«fuego griego». La superioridad naval de Bizancio le proporcionó el dominio del Mediterráneo
oriental hasta el siglo XI, cuando empezó a ser sustituida por el incipiente poder de algunas
ciudades-estado italianas, especialmente Venecia.
En un primer momento existían dos tipos de tropas: los limitanei (guarniciones de frontera) y
los comitatenses. A partir del siglo VII el Imperio fue organizado en themata, circunscripciones
tanto administrativas como militares dirigidas por un strategos, cuya existencia mejoró
sustancialmente la capacidad defensiva de Bizancio frente a sus numerosos enemigos
exteriores.
En la defensa de Bizancio jugó un importante papel la hábil diplomacia de sus emperadores.
Los pagos de tributos mantuvieron mucho tiempo alejados a los enemigos del Imperio, y su
servicio de espionaje logró salvar situaciones que parecían desesperadas.
Una de las debilidades del Ejército bizantino, que fue acentuándose con el tiempo, fue la
necesidad de recurrir a tropas mercenarias, de fidelidad dudosa. Entre los cuerpos
mercenarios más conocidos está la famosa guardia varega. La crisis más terrible que los
mercenarios causaron en el Imperio fue seguramente la revuelta de los almogávares, en el
siglo XIV.
El arte de la estrategia alcanzó un gran auge en época bizantina, e incluso varios
emperadores, como es el caso de Mauricio escribieron tratados sobre el arte militar. Estas
doctrinas ensalzaban el sigilo, la sorpresa y el liderazgo de los comandantes.
Religión[editar]
Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la importancia de la
religión y del estamento eclesiástico en su ideología oficial, Iglesia y Estado, emperador
y patriarca, se identificaron progresivamente, hasta el punto de que el apego a la verdadera fe
(la «ortodoxia») fue un importante factor de cohesión política y social en el Imperio bizantino,
lo que no impidió que surgieran numerosas corrientes heréticas.
El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que en Occidente. Es
muy significativo el hecho de que el Concilio de Calcedonia reconociera en 451 cinco
grandes patriarcados, de los cuales solo uno (Roma) era occidental; los otros cuatro
(Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía) pertenecían al Imperio de Oriente. De
todos ellos, el principal fue el Patriarcado de Constantinopla, cuya sede estaba en la capital
del Imperio. Las otras tres sedes fueron separándose paulatinamente de Constantinopla,
primero a causa de la herejía monofisita, duramente perseguida por varios emperadores;
luego, con motivo de la invasión del islam en el siglo VII, las sedes de Alejandría, Antioquía y
Jerusalén quedaron definitivamente bajo dominio musulmán.
Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia ortodoxa por atraerse a los
monofisitas, mediante posturas religiosas intermedias, como el monotelismo, defendido
por Heraclio I y su nieto Constante II. Sin embargo, en los años 680 y 681, en el III Concilio de
Constantinopla se retornó definitivamente a la ortodoxia.
La Igles
ia ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta, primero entre los años
730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos grupos religiosos: los iconoclastas,
partidarios de la prohibición del culto a las imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían
esta práctica. Los iconos fueron prohibidos por León III, que ordenó la destrucción de todas
las representaciones de Jesús, la Virgen María y de todos los santos, comenzando así las
más agrias disputas. Esto no se resolvió hasta que la emperatriz Irene convocó el II Concilio
de Nicea en 787 que reafirmó los iconos. Esta emperatriz consideró una alianza matrimonial
con Carlomagno que hubiera unido ambas mitades de la cristiandad, pero que fue
desestimada.
El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente en 843.
Todos estos conflictos internos no ayudaron a resolver el cisma que se estaba produciendo
entre Occidente y Oriente.
En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó el primado de
Roma, abriendo una historia de desencuentros que culminaría en 1054, con el llamado Cisma
de Oriente y Occidente. Focio se esforzó también en equiparar el poder del patriarca al del
emperador, postulando una especie de diarquía o gobierno compartido.
El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia ortodoxa en una Iglesia
nacional. Esto se reforzó más aún con la humillación sufrida en 1204 por la invasión de los
cruzados y el traslado temporal de la sede patriarcal a Nicea.
Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida
como hesicasmo (del griego hesychía, que puede traducirse como 'quietud' o 'tranquilidad'). El
hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la contemplación como medios de
acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo por las comunidades monásticas. Su máximo
representante fue Gregorio Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de
Tesalónica.
Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa con Roma:
en 1274, en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental frente a los turcos. Sin
embargo, ninguno de estos intentos llegó a prosperar.
Cultura y arte[editar]
Véase también: Arte bizantino
Lengua y literatura[editar]
Artículo principal: Literatura bizantina
En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el latín y el griego.
El primero era la lengua de la administración estatal, en tanto que el griego era la lengua
hablada y el principal vehículo de expresión literaria. La Iglesia y la educación utilizaban
también el griego. A esto debe añadirse que algunas regiones del Imperio empleaban otras
lenguas, como el arameo y su variante, el siríaco, en Siria y Palestina y el copto en Egipto.
Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que se convirtió también
en la lengua de la administración imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el
título de Augustus, en latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín, sin
embargo, continuó apareciendo en inscripciones y en monedas hasta el siglo XI.
La invasión del islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una mayor
helenización del Imperio. El griego hablado en el Imperio era el resultado de la evolución del
griego helenístico, y suele denominarse griego medieval o griego bizantino. Existían grandes
diferencias entre el lenguaje literario, deliberadamente arcaico, y el lenguaje hablado,
la koiné popular, muy rara vez utilizada en la literatura.
La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se caracteriza por
tres elementos: helenismo, cristianismo e influjo oriental. Helenismo porque continúa la
tradición de la Grecia clásica pese a los intentos romanizadores de Justiniano y su
sobrino Justino II, que solo alcanzaron al derecho. Cristianismo porque esa fue
desde Constantino la religión del Imperio, a pesar de la oposición intelectual hasta bien
entrado el siglo VI; influjo oriental por la estrecha relación con pueblos asiáticos y africanos.
La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el de Digenis Akritas, y
con líricos de primer orden como Teodoro Pródromo. Posee unos géneros característicos,
como los bestiarios, volucrarios, lapidarios y las novelas bizantinas (Estacio Macrembolita: Los
amores de Isinia e Ismino; Teodoro Pródromo, Los amores de Rodante y Dosicles; Nicetas
Eugeniano, Las aventuras de Drusilla y Caricles y Constantino Manasés, Aventuras de
Aristandro y Calitea). Fue especialmente fecunda en escritores teológicos (como, por
ejemplo, Eneas de Gaza), cristológicos y hagiográficos. Repercutió en particular en la
literatura occidental la historia de Barlaam y Josafat, divulgada por todo Occidente, en la cual
se encuentran alusiones a la vida de Buda.
La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea, secretario que fue del
célebre general Belisario durante el reinado de Justiniano y a la vez panegirista del emperador
en los seis libros de sus Historias y su detractor en la llamada Historia secreta. En
la lírica destaca el género del epigrama con figuras como Pablo Silenciario y Agatías, este
último antologista e historiador del periodo que siguió a Justiniano. Jorge de Pisidia compuso
poesía épica y epigramas. Existe un interesante libro de viajes de Cosmas Indicopleustes. Del
siglo VII destaca un historiador, Simocata, que no llegó a la importancia de Procopio; en este
siglo se hizo famoso el poeta Romano el Mélodo, autor de himnos religiosos. Entre el siglo VIII
y el XI se compila la ya mencionada epopeya nacional Digenis Acritas, compuesta en una
lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las hazañas de Alejandro Magno y se
componen enciclopedias como la Suda, de no siempre acendrada veracidad. Se recopiló en
esta época el más importante corpus de epigramática griega que se conserva, la Antología
Palatina. El cristianismo entra en el género tradicional pagano con la obra del monje Teodoro
Estudita y de la monja poetisa Casia. Algunos emperadores se dedicaron a las letras,
como León VI el Sabio, que fue poeta, así como su hijo, Constantino VII Porfirogéneta. San
Juan Damasceno compuso tratados teológicos y polémicos en oscuro estilo; el citado Teodoro
escribe también sobre la cuestión iconoclasta, así como obras ascéticas y de exégesis.
En el último periodo, desde finales del XI, existe una gran cantidad de literatura polémica
religiosa, pero también escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas más variados y se
propicia un renacimiento de las letras griegas, renacimiento que pasó a Europa con la
dispersión de los eruditos bizantinos por la península itálica tras la conquista de
Constantinopla por los otomanos. En Italia renacerá el estudio del griego y el Humanismo y de
ahí pasará al resto del mundo. Tzetzes escribe poemas didácticos y eruditos. El epigrama
alcanza cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan Mauropo. Se escriben novelas en Grecia y
proliferan los bestiarios y lapidarios, y crónicas como la célebre Crónica de Morea, que mandó
traducir al aragonés el gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén Juan Fernández
de Heredia. El inquieto e inconformista poeta Teodoro Pródromo escribe cuatro poemas
satíricos en la lengua popular y escribe su Catomiomaquia, o Lucha de los Gatos contra los
Ratones a modo de parodia épica. Hay excelentes historiadores que dejan testimonio de
las Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas
Acominato, Paquimeras, Nicéforo Brienio o su mujer Ana Comneno, princesa imperial autora
de La Alexiada, historia de su padre Alejo I Comneno. Durante la época de los Paleólogos la
literatura entra en decadencia, pero después surge con fuerza la filología.
Arquitectura bizantina[editar]
Artículo principal: Arquitectura bizantina
Escultura[editar]
Artículo principal: Escultura bizantina
El estilo bizantino quedó definido a partir del siglo VI. Anteriormente dominaba el estilo romano
tardío, aún en la misma Constantinopla, según lo evidencian diversas estatuas erigidas por
toda la ciudad. No obstante, otros monumentos de la época iniciaban ya el gusto bizantino,
como Disco de Teodosio de Madrid que ostenta en bajorrelieve las figuras del emperador y su
corte (393).
El estilo bizantino en escultura debe considerarse como una derivación del romano, bajo la
influencia asiática. Le caracterizan, en general, cierto amaneramiento, uniformidad y rigidez o
falta de naturalidad en las figuras junto con la gravedad la cual suele consistir en esmaltes, en
imitaciones de piedras y sartas de perlas, en trazos geométricos y en follaje estilizado o
desprovisto de naturalidad.
Cultivó el arte bizantino muy poco el bulto redondo pero abundó en relieves sobre marfil, plata
y bronce y no abandonó del todo el uso de camafeos y entalles en piedras finas. En los
relieves, como en las pinturas y mosaicos se presentan las figuras mirando de frente.
Mosaicos[editar]
De la cultura romana Bizancio heredó la decoración mediante mosaicos que llegaron a su
máximo esplendor con este imperio. Los mosaicos eran figuras formadas por pequeños trozos
de piedra o vidrio coloreado (llamadas también teselas). Seguían estrictas normas para ilustrar
pasajes de la vida de los emperadores y escenas religiosas. Estas últimas cubrían las
murallas y cielos rasos de las iglesias.
De esa habilidad alcanzada con respecto a los mosaicos resurge el interés de los vidrieros de
Bizancio por la imitación de las piedras preciosas, con lo que llegaron a alcanzar una habilidad
tan grande que resultaba bastante difícil poder distinguirlas de las auténticas.
Pintura[editar]
Artículo principal: Pintura bizantina
Música[editar]
Artículo principal: Música bizantina
Legado[editar]
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y heredero de la
tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció en 1453 como un
reino griego ortodoxo. El escritor británico Robert Byron lo describió como el resultado de una
triple fusión: un cuerpo romano, una mente griega y un alma oriental.
Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de factor
estabilizador en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las conquistas de los
ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el pasado clásico y su antigua
legitimidad.
La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró 1453 como
la división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El conquistador otomano, Mehmet II, y sus
sucesores se consideraron a sí mismos herederos legítimos de los emperadores bizantinos
hasta el derrumbamiento del Imperio otomano, a principios del siglo XX. Sin embargo, el papel
del emperador bizantino como cabeza de la ortodoxia oriental fue reclamado por los grandes
duques de Moscú empezando por Iván III. Su nieto Iván IV el Terrible se convertiría en el
primer zar de Rusia (el título de zar proviene del latín caesar, 'césar'). Sus sucesores apoyaron
la idea que Moscú era la heredera legítima de Roma y Constantinopla, la Tercera Roma —
una idea mantenida por el Imperio ruso hasta su propio fin a principios del siglo XX.
Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de la Seda, el
eje económico que unía Europa con Oriente, importando materias de lujo como seda y
especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la desaparición del Imperio bizantino
provocó la búsqueda de nuevas rutas comerciales, llegando españoles y portugueses a
América y África en busca de rutas alternativas. Los portugueses, que acabaron
la Reconquista antes y dispusieron de los recursos necesarios con antelación crearon un
Imperio atlántico que permitía alcanzar la India al circunnavegar África. Los españoles,
posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los conquistadores, que supondrían la
creación de un imperio que transformaría a España en la primera potencia mundial.
Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos clásicos, tanto
en el mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería clave para el Renacimiento.
Su tradición historiográfica fue una fuente de información sobre los logros del mundo clásico.
Hasta tal punto fue así, que se cree que el resurgir cultural, económico y científico del siglo
XV no hubiera sido posible sin las bases establecidas en la Grecia bizantina.
La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para pensadores europeos
como Santo Tomás de Aquino. Asimismo se ha de mencionar que el Imperio fue clave en la
extensión del cristianismo, que definiría Europa durante siglos. De los cuatro mayores focos
de esta religión, tres (Jerusalén, Antioquía y Constantinopla) se hallaban en su territorio y
hasta que no aconteció el cisma de Oriente fue su mayor foco espiritual. También fue
responsable de la evangelización de los pueblos eslavos, gracias a misioneros tan célebres
como Cirilo y Metodio, que evangelizaron a los pueblos eslavos y desarrollaron un sistema de
escritura que aún hoy en día se sigue utilizando en muchos países, el alfabeto cirílico. Por
último es notable su influencia en las Iglesias copta, etíope, y la de armenia.
Véase también