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Adolescentes de hoy y la fe cristiana

por Ana Somoza


Como líder de joven, ¿me siento cómodo trabajando con ellos?
¿Los amo? ¿Comprendo sus problemas, sus culturas, sus dolores?
¿Sé escucharlos? ¿Puedo reírme con ellos y aceptar sus críticas?
¿Vivo un cristianismo auténtico de modo que ellos puedan
identificarse conmigo y así deseen acercarse al Señor? ¿Puedo
ayudarlos a derribar los obstáculos que les impiden abrazar la fe
cristiana?

En la cartelera de una escuela secundaria me llamó la atención una poesía


escrita por uno de los alumnos, así que me acerqué a él y conversamos un rato
acerca de ella. Le pedí permiso para publicarla, y ahora quiero compartirla con
ustedes.

El tiempo pasa y yo sigo aquí. La agonía eterna de la soledad infinita golpea


las ventanas de mi alma y propone un juego silencioso que solo daña mis
sentidos tratando de ahogarme en el oscuro paisaje del sufrimiento que sólo,
con el dolor, se conoce. Trato de escapar pero ya es tarde. Sólo en mí ya
habita un huracán de dolor que no me permite ver el sentido de la vida. El
tiempo pasa y yo sigo aquí... Solo en mi agonía. F.L. (16 años)

¡Cuánto dolor y profundidad revela este hermoso poema! El sentido de la vida


es uno de los interrogantes más profundos y, en la adolescencia, cobra una
relevancia fundamental. ¿Quién soy? ¿Qué voy a hacer en la vida? ¿Para qué
vivo? son preguntas claves para los adolescentes. Lo triste es que en la
actualidad hay muchos adolescentes que no encuentran el sentido de la vida,
que no hallan formas positivas de encarar su presente y que no tienen
esperanza ni proyección de futuro. Según una reciente encuesta realizada en la
provincia de Buenos Aires, el 48% de los adolescentes no ve el valor de
estudiar ni tiene esperanzas de conseguir un trabajo en un futuro cercano. Se
sienten desesperanzados y apáticos. Es evidente que como creyentes hay
mucho que podemos hacer para contribuir a que los adolescentes puedan
responder en forma positiva a las preguntas sobre el sentido de su vida. Sin
pretender agotar el tema, miremos algunos principios a tener en cuenta.

¿Con qué adolescentes trabajamos?

Con frecuencia hablamos de los adolescentes como si fueran todos iguales, lo


que no es así. La adolescencia comienza con cambios biológicos que
determinan la maduración física y sexual; sin embargo, cómo se desarrolla,
cuándo termina y qué significado cobra esta etapa depende, entre otros
aspectos, de la personalidad y la historia de vida del adolescente, del contexto
cultural en que vive, de su familia, de los clubes, iglesias o escuelas que
frecuenta y de la generación a la que pertenece. Por este motivo hoy no se
habla de la cultura adolescente en singular sino de las culturas adolescentes,
en alusión a las distintas formas en que se manifiesta la adolescencia, a los
distintos estilos de vida que construyen y que se expresan en sus gustos
estéticos y musicales, en sus valores, en sus expectativas y en sus normas de
conducta; esto se observa en especial en el uso del tiempo libre o en los
espacios específicos que generan en distintas instituciones o lugares (Feixa,
Carlos. De jóvenes, bandas y tribus.).

La cultura postmoderna que promueve la falta de certezas, la búsqueda de


placer, la falta de proyección de futuro, el individualismo y el consumismo, y
que tiende a la fragmentación y a la desigualdad, favoreció el surgimiento de
distintas culturas adolescentes. Y si no, pensemos de qué modo distinto
expresa su dolor el adolescente cuya poesía acabamos de leer de aquellos
otros adolescentes que se involucran en pandillas o bandas para delinquir, o de
aquellos que tienen un buen status económico, que se esconden tras su
computadora y se relacionan con otras personas únicamente vía Internet.
Analicemos entonces quiénes son los adolescentes con los que trabajamos,
cuáles son sus dolores, sus posibilidades, sus inquietudes, sus problemas y
cómo podemos orientarlos a encontrar el sentido de sus vidas.

¿Rechaza o acoge a los adolescentes nuestra comunidad de fe?

Los adolescentes son muy sinceros. Cuando algo no les gusta, lo dicen; en
ocasiones no se animan a decirlo con palabras, pero lo muestran con sus
acciones. Cuando no se sienten cómodos en una iglesia u organización,
sencillamente, se van. O si se quedan, «hacen huelga», es decir, se niegan a
participar, permanecen charlando en la vereda de enfrente, o boicotean las
actividades.

Una comunidad ahuyenta a los adolescentes cuando los critica, no acepta su


cultura, su música, su forma de vestir, cuando les niega espacios de
participación, cuando todo está organizado en función de los adultos. ¿Cuantos
adolescentes han dejado de asistir a la iglesia porque se los criticaba por usar
aritos, corte de cabello diferente o largo o ropa que no corresponden con el
gusto de los adultos!

En contraste, una comunidad los acoge cuando se les acepta como


adolescentes, con sus gustos, conflictos, formas de vestir, problemas, pero
también cuando se abren espacios para que se expresen, participen, opinen,
critiquen. En estas comunidades, los adolescentes nos sorprenden con su
inteligencia, su creatividad, su compromiso y colaboración. «¿Por qué se
quedaron en esta iglesia?», le pregunté a unos adolescentes que pertenecían a
grupos punks, heavy metals y otros. «El pastor es “masa”», me respondieron,
queriendo decir que los aceptaba como eran y los dejaba participar. Pero no
sólo el pastor era así; toda la comunidad de la iglesia los aceptaba como eran,
dialogaba con ellos y no los discriminaba. Me impactó leer el boletín que
habían escrito esos adolescentes para testificarles a sus amigos y amigas en
los festivales de música que organizaban, con la música que a ellos les
gustaba pero con letras que comunicaban el mensaje cristiano. Así que,
tengámoslo en cuenta: los adolescentes no se quedan en iglesias u
organizaciones que los rechacen en lugar de acogerlos.
¿Soy un líder o una líder apropiado para los adolescentes?

¿Me siento cómodo o cómoda trabajando con ellos y ellas? ¿Los amo?
¿Comprendo sus problemas, sus culturas, sus dolores? ¿Sé escucharlos?
¿Puedo reírme con ellos y aceptar sus críticas? ¿Vivo un cristianismo auténtico
de modo que ellos puedan identificarse conmigo y así deseen acercarse al
Señor? ¿Puedo ayudarlos a derribar los obstáculos que les impiden abrazar la
fe cristiana? Pueden ser barreras intelectuales o emocionales relacionadas con
la resistencia a cambiar su estilo de vida o con el sufrimiento que tienen.

Su esperanza está en Jesucristo

Muchos adolescentes se alejan de Dios pues su dolor es tan profundo que no


quieren saber nada de «Si Dios existiera y fuera bueno, yo no estaría sufriendo
así», me dijo un adolescente cuyo padre y madre son discapacitados y viven en
extrema pobreza. Sin embargo, hay otros que se acercan a Dios justamente
cuando comprenden que Dios no quiere que sufran, que Dios sufre por su
dolor, que en Cristo pueden encontrar el sentido profundo de sus vidas (2
Corintios 5:15); cuando encuentran el consuelo que Dios ofrece como un padre
y como una madre a sus hijos e hijas (2 Corintios 1: 2- 3; Isaías 66:13). En el
mensaje del Evangelio pueden recuperar la esperanza y la perspectiva de
futuro, además de encontrar la posibilidad de un presente y un futuro mejor en
una comunidad cristiana en la que no prime el egoísmo, la discriminación y la
individualidad sino la aceptación, el amor y la esperanza en Jesucristo (1
Tesalonicenses 1: 3,10).

La Lic. Ana Somoza es pedagoga y formadora de docentes. Actualmente


desarrolla un programa para niños y adolescentes en riesgo en Argentina,
del ministerio Familias Cristianas. Tomado de Alcanzando a la niñez, año
7, número 27. Un ministerio de Red Viva, www.redviva.org, Todos los
derechos reservados. Este suplemento de Alcanzando a la niñez se
publicó en Apuntes Pastorales, volumen XXIII, número 1. Todos los
derechos reservados.

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