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La iglesia inmersa en un mundo plural

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9 de octubre de
2017

Hace un tiempo estuve en una de las cafeterías Starbucks, en la ciudad de Barcelona,


España. Me acerqué al mostrador. Justo entonces comenzó mi ansiedad. Debía escoger
entre diferentes tipos de cafés; sólo, con leche, americano, frapuchino, capuchino,
descafeinado, selección del día, selección de la semana y todo ello ante la presión de una
fila de gente en aumento. Cuando acerté a articular lo que deseaba, me preguntaron qué
tamaño deseaba. Un rápido vistazo a la fila de gente me persuadió de tomar una decisión
rápida. A continuación se me preguntó si deseaba algún tipo de sabor especial. Nuevo
interrogatorio, nuevo desglose de gustos, nueva mirada a la fila, mayor ansiedad, nueva
elección, en esta ocasión hecha sin pensar, con el deseo de acabar cuanto antes.
Acostumbrado a las cafeterías españolas, donde hay sólo dos o tres posibilidades,
Starbucks representó para mí la entrada en un mundo de extrema variedad.

La diversidad, la variedad, el pluralismo; son expresiones que caracterizan y definen la


cultura postmoderna. Esto se da en todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, los diferentes
tipos de familia que se van dando. Es posible encontrar, junto a la familia nuclear y
tradicional (padre, madre e hijos); diferentes modelos alternativos. Familias monoparentales
(con un solo progenitor), homosexuales, mezcladas, de hecho (sin estar casadas). A nivel

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ideológico, esta variedad o diversidad recibe el nombre de pluralismo. Significa que la
cosmovisión judeocristiana, ha dejado de ser la base que sustenta los valores y las culturas
de los países occidentales.

Además, convivimos con muchas otras cosmovisiones o estilos de vida que pugnan por
ganarse la fidelidad y filiación de las nuevas generaciones de nuestras iglesias. Se ha roto el
monopolio cultural. Los valores cristianos no son los únicos que están al alcance de las
personas para desarrollar su proyecto vital personal. Hay un mercado cultural libre, donde
las diferentes opciones compiten contra el cristianismo y compiten entre ellas, todas
prometiendo los mejores resultados, y reclamando ser la mejor opción como proyecto de
vida.

Como me sucedió a mí cuando entré en Starbucks, les sucede a nuestros jóvenes cuando
entran en la secundaria o en la universidad. De golpe se dan cuenta que, además del
cristianismo, existen muchas otras opciones posibles de elegir y, algunas de ellas, parecen
mucho más atractivas y más gratificantes. La fe de nuestros jóvenes funciona bien para una
cultura que no es plural, fundamentalmente judeocristiana y en la que los valores de la
iglesia y de la sociedad no difieren demasiado. Sin embargo, ¿sobrevivirá esta fe en un
contexto plural, de libre mercado ideológico, donde deberá competir con otras
cosmovisiones y maneras de entender el mundo?

Muchos tememos que no. Hemos domesticado a nuestros jóvenes, pero no los hemos
discipulado. Los hemos preparado para vivir una vida en cautividad, en entornos
protegidos y seguros, pero no necesariamente para sobrevivir y, menos aún, para causar un
impacto en la selva ideológica del mundo actual. Hemos experimentado el enfriamiento
espiritual o incluso la pérdida de la fe de muchos jóvenes cuando entran en el mundo
universitario. Las presiones ideológicas y culturales van más allá de lo que su fe puede
resistir. He visto este fenómeno con muchachos y muchachas. España es un país
ferozmente pluralista y en donde la cultura cristiana y los valores que ella sustentaba, están
siendo constantemente erosionados. Muchos jóvenes que estaban comprometidos con la
iglesia e incluso ocupaban posiciones de liderazgo, se han alejado del evangelio y enfriado
espiritualmente. ¿La causa? Su fe no pudo resistir las presiones de un mundo plural, era
buena para la homogeneidad, no para la heterogeneidad.

Cuando se ven confrontados por un mundo plural, la fe de los jóvenes se rompe por dos
razones principales:

La primera es la ausencia de convicciones. Ya Josh McDowell demostró en documentados


estudios entre la juventud, que nuestros jóvenes tienen conocimientos acerca del
cristianismo, pero carecen de convicciones. Creen, pero no saben en qué creen y no saben
por qué lo creen. Su fe es puramente intelectual, no experimental. Es una fe inmadura,
aceptada sin ser cuestionada y mucho menos ser probada en la vida real. Mientras que las

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creencias sirven para más o menos operar en un contexto cultural favorable, como lo era el
de la cultura judeocristiana, no tienen suficiente fuerza para resistir los violentos embates
de una sociedad agresivamente plural.

La segunda es la ausencia de estructuras de credibilidad. Afirman los estudiosos de la


postmodernidad que en una cultura plural, con tantas cosmovisiones en competencia y
conflicto, sólo pueden sobrevivir aquellas que cuentan con estructuras de credibilidad. Estos
expertos definen una estructura de credibilidad como una comunidad que encarna, vive y
ejemplifica los valores que una cosmovisión determina, defiende y propugna. Sin estas
estructuras, la supervivencia es imposible y las cosmovisiones que carezcan de ellas están
condenadas a desaparecer. Esta afirmación levanta serias preguntas acerca de si nuestras
iglesias son auténticas estructuras de credibilidad en las cuales nuestros jóvenes pueden
ver encarnados los valores, principios y estilos de vida del Evangelio. Si no lo son y, además,
no estamos discipulando a nuestros jóvenes con convicciones, sino únicamente
domesticándolos con conocimientos; nos encontramos ante una combinación que puede
resultar letal en sus vidas.

Si nuestra fe es la verdad, entonces no debemos temer la confrontación con el mundo. El


propio Jesús afirma, que él ha vencido al mundo (Juan 16:33), también le pide al Padre, no
los quites del mundo, antes al contrario, guárdalos del mal (Juan 17:15) y todas las Escrituras
del Nuevo Testamento están llenas de admoniciones al valor y a la confianza en el poder del
Señor.

Sugerencias prácticas para formar a nuestras nuevas generaciones para un mundo plural:

Entiende los retos que tus jóvenes enfrentan o enfrentarán. Todo buen líder debe
equipar a sus jóvenes para un mundo real, no para vivir en un mundo ideal que no existe.
La comprensión de sus luchas, retos y desafíos te ayudará a saber cómo orientar tu
discipulado.

Da la bienvenida a sus preguntas. No juzgues al joven que duda. La duda forma parte del
proceso de maduración. Si le juzgas por dudar no sabrás lo que siente, sufre, piensa y,
consecuentemente, no podrás ayudarle a superar la duda.

Permite que su fe sea puesta a prueba. Cuando nuestra fe es desafiada, probada,


confrontada, es cuando crece, se refina, se fortalece.

Acompaña espiritualmente a tus jóvenes en el proceso. No permitas que estén solos –


ideológicamente hablando, claro- habla con ellos, ora con ellos, ayúdales a ver la coherencia
y consistencia de la fe. No rompas los lazos, sigue amando, aceptando y estando cerca, cada
vez veremos más jóvenes que necesitarán probar su fe allí afuera.

Provee estructuras de credibilidad. Recuerda, si tu comunidad local no es una buena


estructura de credibilidad y no vive y encarna lo que predica, eso causará mucho daño a la
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fe del joven y la debilitará al enfrentarse con una sociedad plural. Tal vez no puedes influir
sobre el clima espiritual de tu comunidad, pero sí sobre el clima del grupo de jóvenes y
asegurarte que realmente se vive lo que se proclama; ¡buscar imitar a Cristo!

Presta atención al interior del joven y no te dejes engañar por el exterior. Muchas veces
buscamos la conformidad exterior del joven a ciertas normas, hábitos, conductas o culturas,
sin embargo, descuidamos el interior. Nos conformamos con moralizar, en vez de
discipular.

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