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Exposición de Fabrice Bourlez: La otra escena performativa. Psicoanálisis y estudios de género.

El propósito que me ocupará hoy está en el cruce de la teoría y la práctica. Sin duda ya se acerca al
teatro cada vez dado que como lo afirma Austin en su Tercera conferencia de “Cuando decir es
hacer”: “En filosofía un hombre prevenido no vale por dos. Más bien sería lo contrario” Quiero
confesar de entrada cuál escena es sobre la que me inscribo no esta objetivamente ligada al
campo de la práctica o de los estudios teatrales. Quisiera mientras tanto alojarme con ustedes en
una escena no menos famosa. Aquella que no cesará de ocupar a Freud a todo lo largo de su
trabajo de la interpretación de los sueños: la escena del inconsciente. Yo desearía ver cómo las
teorías de género, las teorías queer perturban las certidumbres de la práctica y de la praxis
psicoanalítica.

Comenzaré por recordar evidencias. Primero retomando palabras de Fechner, Freud definía “las
particularidades psicológicas del sueño” como “otra escena”. Afirma que el teatro de operaciones
del sueño es distinto de las representaciones de la vigilia. Dos escenas se oponen: la vida del Yo
diurno y la del inconsciente. Más allá de esta definición del campo del sueño y del lugar del
inconsciente como una escena, los lazos que unen al psicoanálisis con el teatro son numerosos. El
más célebre, el más citado descansa sobre una tragedia particularmente cruel que ustedes
conocen: un joven rey mata a su padre sin saberlo, para enseguida acostarse con su madre. habló
de la leyenda del rey Edipo y del drama homónimo de Sófocles del cual “la eficiencia profunda y
universal nos explica- citando a Freud- una validez totalmente universal de un presupuesto
extraído de la psicología infantil” Está allí la “validez” de este pequeño teatro edípico, su
“universalidad”, descansa en un “presupuesto” que quisiera interrogar hoy.

Procederé en tres tiempos, tres cuadros, me atrevo a decir: tres actos. Primero, quisiera mostrar
cómo las cuestiones ligadas al performativo llevan a interrogar el lazo entre el teatro y el
inconsciente. Acto primero: el teatro de Edipo. Enseguida, segundo tiempo, desearía mostrar
cómo una primera salida fuera de la escena del Edipo fue elaborada en mayo del 68. Acto
segundo: retorno a la usina, tercer tiempo, evocare lo que se podría llamar con las teorías del
género un teatro post- Edipiano. En cada ocasión, me esforzaré de avanzar tímidamente a través
de ejemplos tomados de la escena teatral.

Ustedes habrán escuchado en mi resumen de la trama de la pieza, soy un poco escéptico en


cuanto a la universalidad del Edipo y no creo que la apuesta del psicoanálisis actual sea de
reafirmar la necesidad del orden subjetivo o mental que este complejo se supone garantiza.

Para ser concreto, hoy, hay nuevos lugares que se inscriben. El cuadro de la moral burguesa,
heterosexual estalla en beneficio de una panoplia de representaciones de sí, comportamientos,
orientaciones diversas. Breve, nosotros estamos frente a un ensanche de posibilidades de tipos de
vida día ,viable e enviable, frente a los límites normativos que podían encorsetar los destinos de
unos o de otros. Y, después que estas nuevas formas de vivir juntos, estos nuevos modos de
relación, estas nuevas maneras de hacer familia buscan hacerse reconocer, (a grosso modo
después del matrimonio para todos), no en el teatro, sino en el circo mediático, numerosos
psicoanalistas -no todos felizmente- van a llorar por la desaparición del célebre complejo y los
riesgos para la civilización. Yo no quiero hacer aquí el florilegio de las mejores réplicas de estos
practicantes que van a entonar el canto de la tragedia y recordando la necesidad de consolidar la
normalidad a través de un complejo de Edipo concretamente encarnado por una mama, papá y un
niño. Eso podría llegar a un texto tragicómico quizás divertido.

Prefiero seguir otro hilo que, espero, pondrá en acto mi posición decidida por una práctica que
tiene por brújula el inconsciente, en el psicoanálisis, como en las teorías de género, el teatro
constituye un punto de referencia constante. Freud no se limita a definir el inconsciente como otra
escena diferente de la vida consciente, diurna y se sirve (el famoso retorno a Freud de Lacan está
igualmente en ese sentido) Freud se sirve directamente del teatro para elaborar la lógica del
pensamiento en obra en el inconsciente. Leer Freud, es, sin ninguna duda, leer la tragedia para
tomar manifestaciones del inconsciente y para constituir el deseo, menos que a través del Edipo,
sino a través de textos, a través de historias, a través de palabras y de relatos.

Es mi parecer que vale la pena recordar que, para Freud, la regla psicoanalítica fundamental
impuesta al psicoanalizado consiste en que narre todo lo que le pasa por el espíritu, eliminando
toda objeción lógica y afectiva que lo presiona a elegir. Es sobre la libertad de tal palabra, sobre la
libre asociación que descansa toda la investigación del inconsciente.

La otra escena, la escena del otro que me habita y me impide de ser puro sujeto de voluntad y de
conocimiento está hecha de lenguaje. Lo más íntimo, lo más contingente y lo más singular se
encuentra con la duda, los tropiezos entre palabras, por el relato del sueño alrededor de trazos
que no temen el sentido de la palabra, a la ausencia de sentido común. Me parece que Lacan no
ha cesó de repudiar un uso “ortopédico” de la palabra para promover la increíble desposesión
subjetiva que impone el acceso al inconsciente a partir de la dimensión simbólica. La importancia
que Lacan dio al significante impide dejarse conducir por un sentido unívoco del decir del
analizante sobre el diván. El abandono del significado en provecho del significante permite prestar
la oreja a la voz, a la polivalencia, al envío metonímico implicado por cada palabra. Breve, a la
estructura según la cual se despliega nuestro inconsciente. El contenido de lo psíquico está
entonces representado por un texto.

Entonces, más que afirmar unilateralmente que todos estamos bajo el mismo régimen trágico
edipiano, el psicoanálisis podría anunciar hoy día “a cada uno su texto teatral”, a cada uno su
obra: para algunos puede ser que esta será todavía la de Sófocles o de Shakespeare recitado a la
letra, para otros esto será la de Copi, la de Genet, o incluso porque no, la de Olivier Py.
Considero que a partir de Judith Bluter re-leer el performativo en “El poder de las palabras”,
donde se insiste sobre la forma en la cual el discurso que hiere jamás es atribuible sólo un sujeto
que habría dicho tal o cual palabra. Ella muestra cómo el autor de un discurso, es autor de manera
derivada, en tanto que operador de una citación. Para que una palabra devenga acto, para que
decir sea hacer, el hacer toma en cuenta la reiteración, la citación en todo discurso. Tomar al
sujeto como único punto causal de su discurso es borrar su lazo con la repetición y con los
mecanismos del poder que actúan en el lenguaje, es conservar al sujeto en un estatuto divino.
Entender la libre asociación del decir analítico como un texto, es tomarlo no del costado de la
performance en un sujeto, el analizante, delante de otro sujeto, el analista, sino tomarlo
justamente del costado performativo. Es necesario entonces hacer la distinción entre performance
y performativo. En el análisis, hay una puesta en cuestión de la voluntad del yo performante, para
dejar advenir al sujeto del deseo. El performativo, tal como lo reformula Butler, podría entonces
dar su sentido a la célebre máxima freudiana “allí donde eso era, yo debo advenir”. No advengo
más que a través de la repetición, de puestas en palabras donde yo no soy el origen, que muestra
la marca del Otro sobre mi historia y por Otro, entendemos el tesoro de los significantes que me
han constituido desde antes de mi nacimiento (mi nombre, mi apellido, las maneras en la cual yo
era recibido, la historia de mi familia, de mi hermandad…).

Yendo más lejos en “El poder de las palabras”, conduce su debate contra las posiciones anti
pornográficas de Mac Kinnon, Butler afirma: “leer tales textos contra ellos mismos es admitir que
la performatividad del texto no está sometida a un control soberano. Al contrario, es necesario
afirmar que si un texto actúa una vez, puede actuar de nuevo y eventualmente en sentido
contrario. Es esto que abre la posibilidad de la re-significación, es decir de una otra lectura de la
performance y de la política” creo que este punto puede ser igualmente aplicado más allá de la
performance y de la política contra la utilización ortodoxa de Edipo. Se trata de leer este texto
teatral contra el mismo para abrirlo a nuevas capacidades de actuar, para inventar nuevas
puntuaciones en el seno mismo de esas réplicas.

Quiero presentar mi segundo acto saliendo del teatro de Edipo para conducirlos a la fábrica. Esta
es una expresión de Deleuze-Guattari, son muy explícitos en su condena al teatro de Edipo: “cada
vez que un sujeto entona el canto del mito o los versos de la tragedia, llevarlo siempre a la
fábrica”. Los dos pensadores acusan el psicoanálisis de ser edipiano, hay edipización forzada en los
sujetos que pasan por la cura. Esta tomará parte de“ la obra de represión burguesa más general”.
Deleuze y Guattari decían entonces invertir esta relación con el inconsciente, investirlo de una
manera no teatral. Abordar el deseo en términos de máquina y de producción. Ellos le dan la
espalda a la activa vulgarización del Edipo “papá y yo”. Para ellos, “leer un texto nunca es un
ejercicio erudito en busca de los significados, y todavía menos un ejercicio altamente textual en
busca de un significante, es un uso productivo de la máquina literaria, un montaje de máquinas
deseantes, ejercicio esquizoide que desgaja del texto su potencia revolucionaria”. Se asiste a una
eyección de Edipo del teatro, un fuera de escena para devenir revolucionario. En estas
condiciones, el inconsciente ya no es concebible como otra escena, sino la del teatro de la
crueldad de Artaud: donde flujos, de mierda, de gritos que nos arrastran más allá de nosotros
mismos, lejos de cualquier tema neurótico. Esto es sin duda también lo que da a ver el teatro y el
juego de la voz de Carmelo Bene y de manera más contemporánea la pieza de Romeo Castelluci
“Sobre el concepto de rostro, el hijo de Dios”.

La rebelión antiedípica apunta a una inversión directa política y social, una conexión entre flujos
inconscientes y micropolítica: “reintegrar el teatro de la representación en el orden de la
producción deseante: es toda la tarea del esquízo-análisis” martillan Deleuze y Guattari. Si ellos
salen del Edipo, no quieren regresar a lo pre edípico “Deshacer la forma de las personas y del yo,
no en provecho de un indiferenciado preedípico, sino de las líneas de singularidad anedípicas, las
máquinas deseantes“. Estas máquinas son esquizo.

La virulencia de su proceso contra el análisis es fascinante. Abre una relación con un mundo
radicalmente nuevo, esta virulencia toma todo su sentido, cuando en el segundo volumen de su
trabajo, en “Mil mesetas” Deleuze y Guattari toman a su cargo la cuestión de los devenires
menores, aquellos que no se inscriben como detentadores del poder, que sufren las dificultades
para identificarse con la norma mayoritaria blanca, masculina, heterosexual, burguesa, en la que el
Edipo podría corresponder al estándar de un conjunto. Hoy día aún, los subalternos de todos los
géneros (negro, maricón, lesbiana, trans, mujeres, niños, animales) suelen sentirse a menudo
víctimas de la clínica edípica.

El dispositivo analítico, sigue siendo un pasaje forzado por la ley edípica en tanto que fruto de un
modelo imaginario “papá mamá bebe”, entonces se impone como un dispositivo oprimente,
como la bisagra del poder enunciándose como modo mayor, incapaz de oír las reivindicaciones de
los pueblos menores y de sus capacidades para revolucionar nuestros seres. Según ellos, después
de Freud, se trata de desmontar, de hacer explotar el psicoanálisis edipiano como máquina para
normar el deseo, para fabricar subjetividades dóciles que olvidan las potencias revolucionarias del
inconsciente. Si el clínico puede tener dificultades para comprender cómo hacer funcionar el
modo de empleo de la fábrica del inconsciente anti edípico, asistir a su funcionamiento, escuchar
los rugidos de los delirios que alucinan a las razas, la historia y los territorios, los contenidos que
las lenguas revelan al analista si sale de su escucha benevolente, de su familiarismo para investigar
un poco fuera de eso. Es decir ¿en qué la clínica es siempre política? El anti-edípo solicita
permanecer vigilante y preguntarse sobre las consecuencias políticas, sociales, éticas de las
palabras y de los actos en juego en la cura. ¿Qué palabras y qué actos, qué soportes de vida
sostiene la cura? ¿Qué tipo de esperanza y de posibles abre para aquellos que hacen su
experiencia?

Tercer acto en tanto que psicólogo, psicoanalista, yo creo que el teatro actual de nuestras vidas
inconscientes es más post edípico que anedipiano. Este teatro pos edípico más que dejar atrás la
escena descubierta por Freud, avanza como dimensión suplementaria. ¿Suplementaria de qué?. A
esto que Anne Emmanuelle Berger puntualizó, en una obra reciente, que trabaja la historia de la
construcción y de la recepción de las teorías del género en los Estados Unidos y en Francia, “el
teatro del género”. Respecto de este teatro, el “deseo se alimenta de ficciones de género más que
de realidades del sexo”.
¿Qué significa eso? Aquí, el gran teatro fomentado por las teorías de género monta sobre la
escena ficciones que no cesan de actuarse. A fuerza de una deconstrucción, de re traducción, los
supuestos originales de mujer, de hombre, de heterosexual, de homosexual son transformados en
copias capaces de interrogar la relación con la naturaleza, con la biología, con el origen. “El ideal
de género, o más exactamente el género como ideal es una ’idea´ cuasi-platónica; a la vez imagen
y modelo produce y no produce, lo hace a título de copias”

Las teorías del género formulan las identidades sexuales como papeles que se actúan, que se
endosan, permitiendo la revisión de los a priori heterosexistas vehiculizados por ciertas vulgatas
psicoanalíticas. Creo también que permiten no caer en los flujos desbordantes de la
experimentación esquízo-analitica sino de dar su capacidad de actuar al sujeto. Commented [AS1]:

En el fondo, se interesan en el psicoanálisis, las teorías de género no han puesto por delante las
cenizas del inconsciente sino que han subrayado que los decorados de su escena eran
frecuentemente machistas, heteronormativos. Denunciando la llamada evidencia de la diferencia
de los sexos, han mostrado que todas las piezas deben poder actuarse sobre la escena sin
encuadrar los caminos de los cuerpos. Avanzan ahí los espectáculos de los drag-queens, de Wendy
Delorme “Too much Poussy” o “Gardenia” de Alain Platel.

Trabajar sobre el escena pos-edípica entre teoría de género y psicoanálisis, es tener la osadía de
preguntarse en qué medida la hetero- normatividad y la dominación masculina están en obra en
nuestras sociedades occidentales y en nuestros inconscientes. Estudiar el psicoanálisis con las
teorías de género, no es reivindicar los derechos de un goce sin trabas para no importa cuál tipo
de práctica sexual si no, mucho más simplemente, evitar un a priori heterosexual para investigar el
campo pulsional. Con lo pulsional, el psicoanálisis se presenta como una dimensión suplementaria
del teatro del género.

Desde Freud, la hipótesis psicoanalítica hizo la apuesta de aprehender al humano a través de este
campo de la pulsión. Es más, incluso en el mejor de los mundos, el humano tendrá que afrontar,
desde el interior mismo de su psique, la repetición de un elemento que se niega a toda
satisfacción, a toda positividad, un oscuro exceso que niega la idealidad de lo bello, del bien o
incluso, de la verdad. En este sentido, el psicoanálisis no tiene ni que deplorar las fallas del orden
simbólico y de sus universales, ni contentarse de la omnipotencia científico capitalista y de sus
llamados perfeccionamientos (tecnológico, biológico, farmacéuticos…) Que con eso se relaciona él
tiene que continuar a re inventarse para acoger aquello que viene a minar profundamente las
certidumbres identitarias así como los mañanas que ellas cantan. Él puede tomar, para cada
sujeto, cómo funciona su teatro, cómo su relato se pone en movimiento a partir de un fracaso. Si
cada uno actúa un papel en el teatro del género, recuperar el trabajo de la pulsión permite situar
dónde aparece el agujero, el blanco, que hace la memoria del texto.

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