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HONOR Y DUELO

EN LA ARGENTINA
MODERNA
sandra gayol
Gayol, Sandra
Honor y duelo en la Argentina moderna. - 1a ed. - Buenos Aires :
Siglo XXI Editores Argentina, 2008.
288 p. ; 21x14 cm. (Historia y cultura, dirigida por Luis Alberto
Romero)

ISBN 978-987-629-042-5

1. Historia Argentina. I. Título


CDD 982

© 2008, Siglo XXI Editores Argentina S.A.

isbn 978-987-629-042-5

Diseño de portada: Peter Tjebbes

Diseño de interior: tholön kunst

Impreso en Artes Gráficas Delsur,


Almirante Solier 2450, Avellaneda
en el mes de julio de 2008.

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina
Se eu só lhe fizesse o bem
talvez fosse um vício a mais
você me teria desprezo por fim
Porém não fui tão imprudente
E agora não há francamente
Motivo para você me injuriar assim
Dinheiro não lhe emprestei
Favores nunca lhe fiz
Não alimentei o seu gênio ruim
Você nada está me devendo
Por isso, meu bem, não entendo
Por que anda agora falando de mim.

CHICO BUARQUE, “Injuriado”


Índice

Introducción 11

1. Calumnias, rumores e impresos 29


Recursos y técnicas narrativos 32
Caballeros en papel: solicitadas y noticias en
La Prensa y La Nación 44
Insultadores e insultados 46
Fin y continuidades 51

2. Pequeños desprecios y grandes agresiones 55


Miradas, palabras y golpes 57
Formas y significados de las injurias 62

3. Honor y política 77
Las injurias de la política y la política de
la injuria 80
La dinámica de la injuria 97

4. La sociedad de la satisfacción 103


El impulso caballeresco: cifras y perfiles 104
Requisitos para ingresar a la comunidad
de duelistas 118
Saber y tiempo para aprender el ritual 126

5. De las riñas y los pugilatos al “duelo


5. entre caballeros” 131
El código de honor 132
10 honor y duelo en la argentina moderna

Textos e impresos: los manuales argentinos


de duelo 138
Espacios, armas y profesores 145

6. Distanciamiento e integración 155


Duelo entre caballeros versus duelo popular 156
Del caudillejo al político honorable 164
Caballeros del mundo, de ayer y de hoy 172

7. Los duelos políticos de la Argentina moderna 175


Un florecer de desafíos 177
Propaganda y seducción del público 185
Los límites del honor y del duelo 192

8. Duelos, conflictos de opiniones y política estatal 199


Polifonías y desplazamientos discursivos 202
Responsables y soluciones posibles 215

9. Ocaso y epílogo 221


De la publicidad al secreto. De la gloria
al derrumbe 223
Duelo y honor en mutación 228

Notas 239

Fuentes consultadas 281


Introducción

En Belgrano, reunidos el 31 de enero de 1886, de una


parte los señores Vicente Casares y Carlos Roseti (padrinos
de [Artayeta] Castex) y de la otra los señores Máximo Paz y
Roberto Levington (padrinos de Luro), el Sr. Casares dijo:
que era necesario establecer con precisión los hechos pro-
ducidos que motivaban nuestra reunión y que habiendo
sido el Dr. Roseti testigo presencial, convenía que él los ex-
pusiese. El Dr. Roseti expuso: que el Sr. Artayeta y el
Dr. Luro almorzaban en la misma mesa con otros caballe-
ros, que una réplica ofensiva del Dr. Luro a una broma de
Artayeta puso a éste en el caso de calificarlo de zonzo, que
con este motivo el Dr. Luro dirigió un golpe que éste evitó
agarrándole el brazo, que levantaba simultáneamente, el
Dr. Luro continuó su agresión, la que el Dr. Artayeta tuvo
que contener sujetándolo y que inmediatamente fueron se-
parados por los circunstantes, los cuales tuvieron que opo-
nerse a nuevas y repetidas agresiones que intentó el Dr.
Luro. Que Artayeta había sido primero ofendido de pala-
bra y después de hecho y que, por lo tanto, pedía a éste una
reparación por las armas. Paz preguntó si ésta era la única
solución que se proponía, a lo que se le contestó afirmativa-
mente, por no encontrarse otra decorosa, dados los hechos
producidos y la publicidad que habían tenido en un sen-
tido tan erróneo como desfavorable al Sr. Artayeta. Los pa-
drinos de Luro aceptaron el reto observando que había di-
vergencias entre la relación de los hechos expuestos, pues
el incidente había pasado de la siguiente manera: Artayeta
12 honor y duelo en la argentina moderna

dio una broma equívoca que Luro contestó con otra del
mismo género, que entonces aquél replicó a éste con un
término ofensivo que puso al Dr. Luro en el caso de dirigir
un golpe de mano a que se refiere el Dr. Roseti, siguiendo a
esto una breve riña. Aceptada la proposición de acudir a un
tribunal de honor por ser el primer deber de los padrinos
buscar soluciones decorosas y pacíficas, se resolvió suspen-
der la conferencia hasta las 3 p.m. de ese mismo día. Hay
otra conferencia, a las 5.30, y no habiéndose podido arribar
a ninguna solución pacífica, se pasó a tratar de las condicio-
nes en que debía efectuarse. Luro propuso el sable (tan co-
múnmente aceptado entre nosotros) mientras que los del
señor Artayeta elegían la espada de combate y se entró de
lleno en la discusión. Que aun si era cierto que Artayeta no
tenía amistad sino una ligera relación con Luro, sus bromas
no habían salvado los límites de la urbanidad, que no había
habido riña, por no entrar el pugilato en los gustos, ni en
los hábitos de Artayeta, se propone un tribunal para que
fije el arma pero los padrinos de Luro se oponen…1

Esta detallada descripción de un conflicto de honor, publicada por el


diario La Nación en el caluroso verano porteño de 1886, es impensa-
ble en cualquier medio de comunicación del incipiente siglo XXI. La
noción de honor ha sido desterrada de nuestro vocabulario coti-
diano, su uso es obsoleto, tiene algo de arcaico y remite, al mismo
tiempo, a un sentido bien preciso: la honestidad. Hace tiempo que se
habla poco del honor y, como señaló Peter Berger en un artículo cé-
lebre, quien emplea esa palabra se anuncia como “hopelessly Euro-
pean”, esto es, como alguien que quedó irremediablemente anclado
en el Viejo Mundo.2 Cuando un individuo la desempolva y apela a los
tribunales del estado para defender el honor, éste remite a un pathos
vacío, no despierta interés en la opinión pública y no sobrevive dema-
siado tiempo en los comentarios y en los relatos periodísticos.
Sin embargo, cierta concepción del duelo goza hoy de numerosos
adeptos. En los periódicos es habitual encontrar alusiones a duelos
oratorios en el Parlamento, a duelos deportivos en los que se enfren-
introducción 13

tan jugadores o equipos, a duelos entre empresas competidoras… Pa-


recería que no hay límites para el campo potencial del duelo en este
sentido preciso: el de designar configuraciones en las que dos o más
individuos y/o instituciones miden fuerzas para alcanzar la victoria,
imponer una decisión o incrementar sus ganancias económicas. Ob-
viamente, esta categoría de duelo no tiene nada que ver con el que
estuvieron dispuestos a sostener Bernabé Artayeta Castex y Pedro
Luro. Estos caballeros apelaron al duelo clásico, es decir, al combate
singular, supervisado por sus respectivos padrinos, que se originaba
en un atentado al honor personal. Era éste el que estaba en juego y
no la performance física o el rendimiento económico. La banalización
actual de la noción de duelo, que se corresponde con la banaliza-
ción de la noción de honor en la medida que éste ya no tiene hoy
efectos sobre los comportamientos, contrasta radicalmente con la re-
levancia social y política que ambos tuvieron en Buenos Aires en el
pasaje del siglo XIX al XX. En el período de “formación de la Argen-
tina moderna” (1880-1920), la exaltación del honor y el duelo era na-
tural, se trataba de componentes tan esenciales de la cultura bur-
guesa como el viaje a Europa, una velada de ópera en el Colón, el
gusto por la música, la literatura y las artes3 o los aguerridos enfrenta-
mientos políticos. El honor y especialmente el duelo hacían al “aire
de familia” de las elites y formaban parte de su horizonte indispensa-
ble de referencias. La intención de este libro es reconstruir la historia
del duelo y del honor, descubrir los motivos de su impresionante visi-
bilidad y de su evidente ocaso. Bucear en las razones por las cuales en
ese momento particular un agudo sentido del honor personal y la rá-
pida predisposición a defenderlo por medio de un duelo eran un
gesto público necesario para ingresar o permanecer en las elites. Nos
proponemos, entonces, seguir el derrotero de una noción con una
profunda raigambre histórica y social, el honor, y de una práctica
concreta, el duelo, que irrumpe en el crepúsculo del siglo XIX, para
describir sus usos y significados, junto con las apropiaciones, tanto
materiales como simbólicas, que un puñado de practicantes y una
multitud de espectadores hicieron de ellas.
La disparidad entre la importancia concedida a este tema por los
contemporáneos y el escaso interés que ha suscitado entre los estu-
14 honor y duelo en la argentina moderna

diosos es sorprendente. Los trabajos realizados sobre Buenos Aires


son escasos y, en ellos, tanto el honor como el duelo aparecen supe-
ditados a temas o preocupaciones más vastos y se acoplan a reflexio-
nes mayores.4 Hay ensayos que hacen referencia a alguna escara-
muza por el honor que emerge e interrumpe la intensa vida social
exhibida en público, pero ella siempre es interpretada, como todos
los consumos y las prácticas, como reveladora en su ostentación y dis-
pendio de la irracionalidad del capitalismo argentino.5 En otros es-
tudios breves el honor y el duelo son un tema de indagación pero,
por su enfoque, su estilo para invocarlos y su forma de enunciación,
esos trabajos se tocan con las notas de color e ingresan rápidamente
en la anécdota.6 No son éstos el tono y la intención del libro que el
lector tiene en sus manos. Claramente tributario de las alteraciones
provocadas por la renovación de la historia cultural, que abrió el ca-
mino a una mirada más atenta a los objetos y los usos y las actitudes
de consumidores para con ellos,7 las páginas que siguen buscan y
piensan la racionalidad de la práctica del duelo y, naturalmente, des-
tierran la idea de la cultura como un epifenómeno.8 La reputación,
las formas de defenderla, los valores que de ella emanan, sus dimen-
siones simbólicas y los comportamientos observables no son una
nota a pie de página sino que, por el contrario, son centrales, pues
brindan claves esenciales para comprender los recursos generados y
apropiados por una sociedad, o por un sector de ella, para proponer
un orden y para fabricar la diferencia.
Por el contrario, en la historiografía especialmente europea, el ho-
nor y el duelo tienen toda una tradición en investigación. Hasta hace
poco tiempo una interpretación muy extendida sostenía que desde fi-
nes del siglo XVIII y sin duda con el capitalismo conquistador del si-
glo XIX, el honor y el duelo fueron desplazados por el interés y el di-
nero, expresiones modernas del honor. Este pasaje del “ethos del
honor” al “ethos del interés”, para decirlo en palabras de Max Weber,
dio un golpe de gracia a la tiranía del honor. Al mismo tiempo, y a la
par de estos nuevos intereses y valores, el estado central en proceso
de consolidación arrebató a través del monopolio de la violencia legí-
tima la posibilidad, legalidad y legitimidad de la violencia reparatoria
privada.9 En este modelo, la irrupción de un combate singular en el
introducción 15

espacio decimonónico es indefectiblemente presentada como un


vestigio, como una rémora incongruente. La retórica del honor es
pensada, a su vez, como eco de una sociedad tradicional, como la ex-
presión de valores residuales y en lenta descomposición. Estas inter-
pretaciones, que desde hace unos años la historiografía europea está
sometiendo a revisión,10 no se sostienen para la Argentina. Aquí se
desafían dos miradas convencionales: la que sostiene que el duelo fue
un hecho marginal en la vida social y política, y la que piensa que el
honor y el duelo constituyen prácticas genuinas sólo en una sociedad
jerárquica, con escasos habitantes, relativamente estable y estamental.
Postulamos, por el contrario, que ambos fueron vitales en el proceso
de construcción de la modernidad argentina.
En el período que recorre este trabajo, Buenos Aires había dejado
de ser, para repetir una imagen arquetípica, la aldea de ritmo cansino
y hábitos austeros. La conocida partición “plebe/gente decente”, sin
duda más compleja en la práctica, que hacía referencia al lugar pro-
pio y al ajeno, cedía frente a la ciudad cosmopolita, socialmente com-
pleja y étnicamente plural. Es que a partir de 1880 Buenos Aires no
sólo será la ciudad más importante y la capital de la nación, sino tam-
bién la más afectada por la inmigración masiva. Entre 1869 y 1914 la
ciudad pasó de 180.000 a 1.500.000 habitantes. Este aumento especta-
cular fue, según la feliz expresión de José Luis Romero, “como una
inundación que provocó una alteración sustancial de la fisonomía ur-
bana… muchas lenguas y muchas costumbres se entrecruzaron, rom-
piendo los cuadros de la antigua ciudad criolla”.11 La posibilidad de
perderse en el conglomerado social y devenir un desconocido fue en
este contexto una experiencia percibida como amenazante, incluso
sentida por muchos ciudadanos como una feminización. ¿Qué meca-
nismos activaron los hombres para imponerse al anonimato y, al
mismo tiempo, diferenciarse de los otros? El aumento espectacular
de la población y la bonanza económica se tradujeron, a su vez, en un
incremento del número de consumidores y en una democratización
del mercado.12 Todo estaba en ebullición, nada parecía –al menos
imaginariamente– conservar su lugar. La movilidad social y las distin-
tas tradiciones culturales que desembocaban en la ciudad diseñaron
una estructura social más compleja y pusieron en cuestión muchos de
16 honor y duelo en la argentina moderna

los criterios que sostenían las diferencias y las jerarquías sociales hasta
ese momento. Los marcos de referencia “tradicionales”, los espacios
y las experiencias de sociabilidad que funcionaban como garantes de
la posición social y como canales de acceso al poder político fueron
rápidamente sometidos a revisión, cuestionados o relativizados por la
aparición de otros nuevos. ¿Sobre qué virtudes asentar la reputación?,
¿cómo fabricar la diferencia y, a la par, ganar respeto social y político?
La preocupación por la diferencia, el afán por instaurar las jerarquías
e imponer criterios distintivos naturalmente no eran nuevos, pero sí
adquirieron a partir de 1880 un vigor y una intensidad inusitados. En
la fiebre por el dinero, la transformación de la riqueza en el factor
más gravitante de estratificación social, la vocación por el ascenso, lo-
grado por algunos y anhelado por todos, las elites vieron una ame-
naza real o imaginaria a su existencia, lo que desató un frenesí por
marcar su distinción y una disputa por fijar e imponer criterios a par-
tir de los cuales se dirimieran las jerarquías de prestigio. La retórica
del honor y la praxis del duelo tienen que inscribirse en este hori-
zonte de referencias.
La sociedad, sabemos, funcionaba de manera plural. Es decir, coe-
xistían colectivos sociales relativamente autonomizados en sus jerar-
quías, sus patrones de comportamiento y sus formas de sociabili-
dad.13 Es muy conocida la distinción que realiza José Luis Romero
entre las nacientes clases medias alertas y sensibles a las pautas de
comportamiento de las elites y las clases periféricas, suburbanas, hos-
tiles a los gustos y valores de aquéllas.14 En una ciudad llena de con-
trastes, entonces, e imposible de someter a un único patrón cultural,
hubo sin embargo problemas, temores y fascinaciones que surcaron a
sus habitantes y que se relacionaban con la necesidad de crear valores
de referencia comunes, conocidos por todos y básicamente comparti-
dos, y de construir la diferencia y la distancia social y política. Exacta-
mente en este cruce de necesidades y desafíos la noción de honor y la
práctica del duelo cobran todo su sentido.
El argumento central que sostiene este libro es que el honor pro-
veyó un lenguaje y un repertorio de valores indispensables en la diná-
mica social y política. En un espacio social muy desordenado y en un
espacio político en proceso de ampliación y altamente competitivo,15
introducción 17

la retórica del honor buscó crear un orden y proveer un menú de re-


ferencias generales y mínimamente compartidas. Al mismo tiempo, el
duelo fue un comportamiento socialmente estratégico de diferencia-
ción social y política, en un momento de recomposición de la clase
alta y de transformaciones estructurales en la sociedad.16 Fue una
práctica que vinculaba a los miembros de las elites, un claro símbolo
de pertenencia a ellas y, paralelamente, una manera de distanciarse
de la mayoría de los hombres. El honor y la respetabilidad fueron el
campo en que se llevó a cabo la búsqueda del orden y la inclusión. El
duelo fue un modo de fijar la diferencia y la distancia social y política.
Esta investigación no incluye a todos los hombres y excluye a todas
las mujeres. Las reflexiones se refieren a quienes ocupaban una posi-
ción superior en el espacio político o se encaminaban hacia ese espa-
cio, a quienes tenían fortuna y a quienes gozaban de influencia so-
cial.17 Es un trabajo abocado a una minoría de hombres que no
fueron caracterizados a partir de una definición aportada a priori por
los numerosos, y algunos excelentes, trabajos provenientes, por ejem-
plo, de la sociología o la ciencia política para definir a la/s elite/s,
sino a partir del análisis pormenorizado de los usos, significados y re-
configuraciones que sufrió la práctica del duelo, históricamente con-
siderada un símbolo de pertenencia a las elites de una sociedad. Es,
entonces, a partir de una práctica específica y de los sentidos conce-
didos al honor que la preceden, que buscamos detectar los mecanis-
mos de inclusión y de exclusión, las aperturas y los cierres puestos
en práctica en ese momento particular. Así como buscamos determi-
nar quiénes eran –en términos de profesión/actividad ocupacional,
edad, nivel de riqueza, por ejemplo– los que apelaban de manera re-
currente y por momentos asfixiante tanto a la retórica como a la pra-
xis del honor, también nos interesamos en determinar por qué o a
partir de qué criterios y mecanismos algunos hombres estaban habi-
litados para duelar y otros estaban excluidos de esta práctica.
Hemos privilegiado una mirada del honor que destaque su función
cultural de guía de las interacciones grupales y personales. Más que
como un concepto estático, lo pensamos como una noción flexible y
de naturaleza negociable que varía no sólo con el tiempo sino tam-
bién conforme a los participantes y el contexto específico de cada
18 honor y duelo en la argentina moderna

interacción. Su definición depende de la opinión pública, que es la


que establece la conexión entre la discusión pública de la reputación
y el sentimiento del honor.18 A fines del siglo XIX y principios del XX
el honor masculino era muy diferente del honor feudal y también del
honor más jerárquico del período colonial. Naturalmente, tenía un
andamiaje moral que actuaba como referente de las conductas en el
fuero privado, pero remitía además y esencialmente a otros significa-
dos. Tenía poco que ver con el honor sexual o la “vergüenza”, defini-
dos como la virginidad o la fidelidad de las mujeres y el control que
sobre ellas ejercían los hombres, centrales en las teorizaciones sobre
el tema,19 y con el “castellano pundonor” denunciado sin fisuras por
Carlos Octavio Bunge en el período que recorre este libro, o con el
“culto del coraje” que tanto desvelara a otro contemporáneo suyo,
Agustín Álvarez.20 En el Buenos Aires decimonónico el honor ya no
dependía del estatus heredado sino de la percepción subjetiva y obje-
tiva de la propia honorabilidad.21 Era un honor republicano, es decir,
un derecho que a priori tenían todos los ciudadanos y que, al mismo
tiempo, oficiaba como garante de las instituciones y los valores repu-
blicanos. Todos, al menos en principio, pueden sentir, reclamar y es-
perar honor.22 El honor era y es un derecho constitucional garanti-
zado por el estado y tipificado en el Código Penal. Debido a este
carácter universal, que en la práctica legal fue seguramente más com-
plejo,23 el honor pudo ofrecerse y ser usado como un referente valo-
rativo común. Apostaba al individuo y resaltaba el trabajo regular, la
honestidad en las transacciones económicas y en la administración de
los bienes públicos, la destreza en el manejo del cuerpo y del inte-
lecto y el coraje para enfrentar el peligro con calma y resolución. La
sensibilidad hacia el insulto y la necesidad de responder rápida-
mente, con la violencia si era necesario, se volvieron más comunes y
acuciantes con esta definición. Enfatizar la importancia del honor
como norma estable de conducta –por estar asentada en las convic-
ciones más íntimas de cada uno– y como capital personal –por ser in-
mune a las rencillas partidarias del presente– fue una respuesta a la
incertidumbre, a los rápidos cambios sociales y a la ampliación de la
vida cívica que afectaban a los porteños. A fines del siglo XIX todos
los hombres, más allá del cargo que ocuparan o del lugar de donde
introducción 19

vinieran, se veían compelidos a responder públicamente a un agravio


si querían mantener el respeto social y político. Defenderse pública-
mente de una injuria no era una opción sino una obligación y una
necesidad. Para una sociedad tan libre y móvil, la reputación y la
identidad carecían de estabilidad y no era suficiente ser un Castex o
un Luro (ricos, de antiguas familias y notable capital social) para des-
preciar un insulto. Como muestra claramente la cita que abre esta in-
troducción, tampoco bastaba el sostén de un Casares o de un Roseti
(apellidos que también hoy asociaríamos con las elites finiseculares)
para que la reputación permaneciera indemne. Su edificación y man-
tenimiento no sólo eran un proceso asentado en los propios compor-
tamientos públicos sino que además estaban sometidos a la mirada y
el veredicto de una pluralidad de voces. La extrema sensibilidad ha-
cia el honor personal y la compulsión a defenderlo públicamente que
este libro coloca en el centro de la escena muestran la inconsistencia
de aquellos trabajos que proponen la imagen de una elite consoli-
dada, que llaman oligarquía, conquistadora y segura de sí misma.24
Sería un error suponer que los individuos, incluso en las aguerridas
contiendas políticas, estaban habilitados para decir cualquier cosa. El
lenguaje de la reputación era una red de palabras cuidadosamente
elegidas, dependía de la capacidad para tejerlas, del momento opor-
tuno para pronunciarlas y de los gestos y las actitudes corporales usa-
dos para vehicularlas. El “arte de ofender”, como solían decir los con-
temporáneos, era indispensable para no caer en el deshonor y, al
mismo tiempo, necesario para que el honor pudiera cumplir un pa-
pel clave en la construcción de un nuevo código de conducta pública
en la Argentina moderna. Este honor moderno diseñado por los
cientos de hombres que recorren este libro se aproxima, en sus for-
mas y en su contenido, al de los hombres, mucho más numerosos,
que dejaron sus marcas en el archivo policial o judicial.25 Más que re-
saltar o proponer un honor para los hombres populares y otro para
los hombres de las elites, este libro sostiene que no había diferencias
sustanciales en los significados que unos y otros le concedían en sus
discursos y en sus prácticas. La evidencia muestra que las diferencias
eran de énfasis y de grado, y no de sustancia o de principios. Fue en
el tipo de respuesta, en la vía seguida para reivindicarse luego de una
20 honor y duelo en la argentina moderna

injuria, donde se generó un espacio para la construcción de la distan-


cia social y política. Es entonces cuando el “duelo entre caballeros”
cobra pleno sentido.
¿A partir de qué criterios y mecanismos algunos hombres estaban
habilitados, según las palabras de Max Weber, a “exigir y dar satisfac-
ción” por medio de las armas y otros no? A diferencia de Francia, que
excluía del duelo y de la cima de la sociedad a los judíos; a diferencia
de Alemania, en donde los artesanos, comerciantes, industriales, tra-
bajadores y judíos estaban inhabilitados para practicarlo, o del Mé-
xico de Porfirio Díaz, en el que sólo los notables podían aspirar al
duelo, en Buenos Aires todos los hombres, en teoría, tenían derecho
al honor y a defenderlo por medio del duelo. La existencia de este
“derecho universal” se comprueba cuando se analizan los pormeno-
res de los aproximadamente 2.417 desafíos tramitados en Buenos
Aires en el período aquí analizado, pero también cuando se estudia
esa maravillosa literatura ejemplificada por los manuales argentinos
de duelo que proliferaron en la misma época. Muchos duelistas te-
nían fortuna, utilidad social o capacidad para mandar, pero también
había muchos otros que no podían aducir esas cualidades. Para los
primeros, la posibilidad de apelar al desafío era una expresión mani-
fiesta de “pertenecer” y no creaba ni justificaba un estatus. Era la se-
ñal visible e institucionalizada mediante la cual se situaban respecto
de la mucho menos visible y no institucionalizada línea de división
entre las personas que los miembros de la “buena sociedad” conside-
raban como pertenecientes a ella y quienes no pertenecían. Para los
segundos, el duelo, en tanto símbolo electivo de una manera de vivir,
era esencialmente utilizado para acceder a la posición social de caba-
llero. La comunidad de duelistas sólo podía conformarse con hom-
bres que conocieran la existencia del duelo y que supieran que era
por su intermedio como se defendía el honor. El acceso a esta infor-
mación no era ni automático ni evidente en una Argentina carente
de tradición en combates singulares y huérfana de instituciones capa-
ces de propulsar su práctica.
En el curso del siglo XIX y especialmente en sus últimas décadas,
las instancias de tramitación de un duelo y las formas de enfrentarse
eran sometidas a un riguroso ritual. Éste era pautado, definido con
introducción 21

precisión y detalle, y se requería tiempo y disponibilidad para cono-


cer sus reglas y para entrenar el cuerpo. Conocer la existencia del
duelo, aprender sus elaboradas reglas y disponer de capital social
para conseguir padrinos que, a su vez, conocieran el código de honor
constituían una frontera difícil de franquear para muchos hombres
de la ciudad. La posibilidad de apelar al duelo se convirtió así en una
práctica de vinculación y, al mismo tiempo, de demarcación. Inte-
graba a un grupo de hombres y los distanciaba del resto, que defen-
día su honor de otro modo o, mejor aún, que se movía y expresaba
con otras maneras. En una Buenos Aires republicana y plebeya los ca-
minos se bifurcan y las diferencias se ahondan a través de los consu-
mos y los comportamientos. El duelo tuvo un rol clave en este pro-
ceso y fue indispensable en la construcción de un caballero. Ser un
gentleman no era un atributo derivado de la posición social26 sino una
condición lograda con esfuerzo y esmero. Un determinado desplie-
gue de gestos, actitudes y palabras, expresados con naturalidad pero
evidentemente aprendidos, hacía a un caballero. Soberanía de com-
portamientos, libertad de marcha, mundanidad, refinada sensibili-
dad moral y estética, fluidos contactos sociales y capacidad de batirse
“bien” a duelo eran cualidades indispensables en su definición. Las
reglas para enfrentarse en un combate singular operaban más allá de
las escaramuzas de honor y proveían un conjunto de comportamien-
tos útiles para la vida. Estas reglas apuntaban a la incorporación de
un habitus que, utilizado en las interacciones sociales y políticas, mar-
cara distinción.27 Desterrar gestos de bravura, alentar la pericia en el
manejo del cuerpo, doblegar el acaloramiento desbordante y entroni-
zar la primacía de la razón eran virtudes asociadas con el código de
honor y devinieron esenciales, a su turno, para que el duelo pudiera
ser pensado y presentado como una práctica promotora de la civiliza-
ción. Despojados de las pasiones destructivas, las emociones y las con-
ductas instintivas, los caballeros se ubicaban en el extremo opuesto
del duelo popular, de las diversas formas de violencia que desgarra-
ban el espacio social y de las vías violentas elegidas para intervenir en
política. Esta transformación del duelo en un comportamiento social-
mente estratégico de diferenciación social y política fue posible por la
brutal disociación –en el plano de las representaciones y de las prác-
22 honor y duelo en la argentina moderna

ticas– con el duelo popular, subsumido en la categoría jurídica de


riña, y con la violencia usada para intervenir y dirimir los asuntos po-
líticos. En un fin de siglo que, en general, somete la violencia, en su
multiplicidad de formas, a un severo cuestionamiento, el “duelo en-
tre caballeros” irrumpe definiendo estándares legales y legítimos de
conducta social y política.
¿Cómo explicar la fascinación por la dialéctica del desafío y la res-
puesta? ¿Qué expresiones culturales se asocian con su puesta en es-
cena? El cuidado ceremonial de los combates singulares se integraba
armoniosamente en las expresiones y propuestas culturales hegemó-
nicas que recalcaban la primacía del esfuerzo, del intelecto y el espí-
ritu.28 Desde que se lanzaba el desafío hasta la resolución final del
conflicto, las palabras y las intenciones dominantes eran “delibera-
ción”, “conferencias entre padrinos para solucionar caballeresca-
mente el incidente”, “intercambios de opinión para llegar a la ver-
dad”. La incorporación sin tensión en un universo valorativo en el
que reinaban el intelecto y el espíritu iba a la par de la exaltación del
individuo. Libertad, responsabilidad personal y masculinidad eran
ideales que los protagonistas de un duelo consideraban que debían
defender y mantener contra cualquier forma de crítica. En el duelo
se celebraba la voluntad de autoafirmación de las elites, la libertad de
que gozaba el individuo macho de responder personalmente por su
honor en lugar de ceder ese espacio ganado de autodeterminación
en beneficio de la intervención reglamentaria del estado. El hombre
soberano saldaba sus diferencias y diferendos personalmente y no
claudicaba ante los avances y las apropiaciones que estaba realizando
el estado central en proceso de consolidación. El sujeto preocupado
por su perfección personal hacía gala, mediante la manifiesta predis-
posición a batirse, de una virilidad consciente de sí misma. Arriesgar,
si era necesario, la vida por honor era un símbolo de la masculinidad
nueva y una manifestación de coraje. Con calma, decisión y equilibrio
enérgico, para ponerlo en palabras de los protagonistas, los indivi-
duos se distanciaban de las expresiones aguerridas y agresivas y mos-
traban vocación por valores y virtudes alejados del virus mercantilista
que, denunciaban muchos, embriagaba a la sociedad porteña. A tra-
vés de un duelo pautado y con resultados previsibles, los caballeros ar-
introducción 23

gentinos se separaban del pasado violento local asimilado con la bar-


barie y, al mismo tiempo, ingresaban en un contexto internacional de
hombres honorables. En efecto, el atractivo del duelo se explica tam-
bién por el impulso que la práctica estaba recibiendo en otros contex-
tos. Los protagonistas porteños sabían y reconocían con regocijo que
ellos en Buenos Aires defendían el honor como se hacía en París,
Berlín o San Petersburgo. Este proceso de internacionalización de las
elites nativas, su vocación ecuménica, que es posible leer por medio
de una práctica que hasta las últimas décadas del siglo XIX había sido
excepcional en la república, no debe interpretarse como una burda
imitación. La participación de algunos argentinos como padrinos de
resonados lances europeos, los célebres profesores de esgrima extran-
jeros que llegaban a Buenos Aires, los profesores locales que viajaban
al Viejo Continente y los encuentros internacionales de esgrima cele-
brados en la capital de la república, por ejemplo, invitan a desechar
la imagen de unas elites limitadas a copiar e importar las modas euro-
peas y especialmente francesas. Quizá sean los manuales argentinos
de duelo los que mejor ilustren, en la introducción y la conclusión
que siempre acompañaban a estas obras, la vocación y voluntad que
sus cultores mostraban de incorporarse activamente a un concierto
internacional de hombres honorables. Con sus duelistas, con los com-
portamientos específicos y con la literatura que acompañó y propició
la construcción de un caballero, las elites porteñas integraban un con-
tinuum que se remontaba a la antigüedad clásica. Griegos, romanos,
bárbaros, nobles medievales, revolucionarios franceses y burgueses
parisinos componían la lista que desembocaba sin tropiezos en terri-
torio argentino. Este viaje historicista no sólo probaba el notable
arraigo y la continuidad en el tiempo del duelo, sino que también in-
corporaba a los duelistas argentinos en una tradición aristocrática eu-
ropea. Elegancia, densidad temporal, valores, sumados a los temores
del presente, que las transformaciones estructurales de la sociedad
alentaban, fueron las principales razones para la adopción del duelo.
Los itinerarios seguidos por la noción de honor y la práctica del
duelo, la extraordinaria susceptibilidad ante el chisme y el rumor, la
compulsión a defender y negociar constantemente en público la
reputación, muestran de manera ejemplar la pluralidad de voces y de
24 honor y duelo en la argentina moderna

miradas que intervenían en la construcción del lugar de cada uno.


Un Luro, un Castex, un Roca, un Pellegrini, un Anchorena… no es-
tuvieron eximidos de defenderse de una injuria y de someter a escru-
tinio público su reputación. Al mismo tiempo, y más allá de lo que se
pensara en privado, la única manera de fabricar la distinción era a
través de las maneras y los comportamientos exhibidos en el espacio
público. Que sean el honor y el duelo los que mejor lo muestren es
quizás una de las paradojas más fascinantes de este proceso.

Esta investigación se organiza en dos partes y en nueve capítulos. En


los tres primeros, que dan cuerpo a la primera parte, se desmenuzan
las injurias y los escenarios en los que se expresaban. El foco está
puesto en detectar la multiplicidad de formas a través de las cuales
era posible la emergencia del insulto, los contextos específicos de su
irrupción y las variaciones –en sus significados y usos– en el curso del
tiempo. El interés radica no sólo en reconstruir el papel del honor y
su defensa como un lenguaje y una práctica usados en la competen-
cia social, sino también en recuperar la importancia política del
honor palpable en los discursos, las prácticas y la construcción de la
prominencia y legitimidad de los dirigentes políticos. Las injurias po-
líticas, naturalmente, no fueron muy diferentes de las desplegadas en
la competencia social y tampoco fueron sustancialmente distintas de
los sentidos del honor predominantes entre los sectores populares.
Como lenguaje y como sustrato de significados básicamente compar-
tidos, el honor facilitó vínculos, modeló interacciones y devino un or-
denador posible de un espacio social y político convulsionado. Re-
curso a disposición de todos, el honor fue defendido de diferentes
maneras. Como se analiza en la segunda parte, el duelo fue la manera
más moderna, sofisticada y elegante de solucionar un conflicto de ho-
nor. En el capítulo 4 tratamos de descubrir quiénes estaban habilita-
dos para “exigir y dar satisfacción” por medio de las armas y quiénes
estaban excluidos de tal posibilidad. El seguimiento minucioso de la
práctica del duelo pretende brindar pistas sobre los requisitos necesa-
rios para integrar las elites y, al mismo tiempo, sobre los mecanismos
de jerarquización puestos en marcha dentro de ellas. En el capítulo 5
se reconstruyen el proceso y los mecanismos puestos en práctica por
introducción 25

algunos hombres para incorporar el código de honor, y se atiende es-


pecialmente a los medios y los modos que facilitaron el éxito de esta
apropiación. Como se impone en el capítulo 6, la transformación del
duelo en un comportamiento socialmente estratégico de diferencia-
ción social y política fue posible por la brutal disociación con el duelo
popular y con las formas violentas de dirimir las diferencias o rivalida-
des políticas. Los desafíos o duelos políticos desplegados en el capí-
tulo 7 son interpretados como una forma de enfrentamiento legítimo
y legitimante. El análisis, particularmente respetuoso del tipo de inju-
ria, de su contexto de emergencia y de la posición y las aspiraciones
políticas de los principales actores involucrados, busca recuperar una
dimensión de los conflictos y de la violencia política que no había
sido todavía explorada y apunta a mostrar cómo el duelo se convirtió
en la manera civilizada y distintiva de saldar las rivalidades dentro de
las facciones y/o de los partidos. En el período considerado por este
libro, el duelo gozó de notable consenso público y estatal. Si bien
nunca le faltaron críticos, fueron más potentes las voces y las acciones
de aquellos que propugnaban su adopción y eran tolerantes con su
práctica. Seguir en detalle la compleja y heterogénea red discursiva
que existía sobre el duelo es el objetivo del capítulo 8. Nuestra aspira-
ción fue recuperar las discordancias, rescatar la intensidad de un
debate y la necesidad de participar en él que experimentaban los
hombres más prominentes de la república. El permanente fluir de
postulados teórico-jurídicos fue puesto en relación con las prácticas
sociales y sometido a una contextualización puntual dentro de los dis-
cursos que el duelo provocó. Los textos, escasamente trabajados por
la historiografía o abordados por premisas jurídicas incapaces de ilu-
minar la problemática social y política sobre la que reposan, fueron
interrogados buscando los criterios y las lógicas a partir de los cuales
se respondía a tres preguntas básicas: qué es el duelo, cómo explicar
su vigencia y, eventualmente, qué hacer con él. Como se desprende
de este capítulo, y como se sostiene en el capítulo 9, la pérdida de vi-
sibilidad del duelo, pero especialmente la disminución y desaparición
de su significación social y política, no pueden explicarse, como se ha
sugerido para otros contextos, por la implementación exitosa de una
ley que reprimiera el duelo y persiguiera a los duelistas. Su ocaso se
26 honor y duelo en la argentina moderna

explica, como proponemos en el último capítulo, por la confluencia


de transformaciones culturales, sociales y políticas. Nuestro trabajo se
detiene en los años veinte, cuando el honor va perdiendo resonancia
pública y el duelo va perfilándose como una práctica cultural cada
vez más residual, que empieza, a su vez, a ser interpretada como “ver-
sallesca”.

agradecimientos

Este libro surgió hace años en una amigable conversación con


Jacques Revel. Su frase “sería interesante mirar ahí” disparó curiosida-
des, articuló preguntas posibles y diseñó una hoja de ruta que fue
descubriendo nuevos caminos con el progreso de la investigación. Su
lectura genuinamente interesada por estas tierras tan lejanas, sumada
a sus generosas invitaciones a París, fueron cruciales para acceder a la
bibliografía, hoy inmensa, y para discutir avances parciales de este tra-
bajo. El Conicet, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tec-
nológica, el Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de Ge-
neral Sarmiento, el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y
Tecnológico (CNPq) y la Coordinación de Perfeccionamiento de Per-
sonal de Nivel Superior (Capes) de Brasil, junto con la Escuela de Es-
tudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París financiaron
viajes y facilitaron el intercambio de ideas con amigos y colegas.
Son muchos los que contribuyeron con su escucha y con sus críti-
cas a dar sentido a un trabajo de tan largo aliento. Roger Chartier,
con su predisposición a apoyarme, y Serge Gruzinski, con la formula-
ción de preguntas clave en el momento preciso. Mis colegas del
grupo Histoire de Sensibilités con sede en la EHESS y los integrantes
del Grupo de Trabajo de Historia Cultural con sede en Brasil me ayu-
daron a colocar en el justo lugar la particularidad porteña del honor
y la práctica del duelo, y a pensar su inserción en un patrón interpre-
tativo más general. Los devaneos de la vida académica delineados por
la presentación en congresos, el dictado de seminarios y la participa-
ción en grupos de investigación fueron un espacio privilegiado para
introducción 27

intercambiar ideas, poner a prueba mis hipótesis y beneficiarme con


agudas críticas. Un agradecimiento especial a Carlos Cansannelo, Lila
Caimari, Eduardo Zimmermann, Kristin Ruggiero, Osvaldo Barrene-
che, Eduardo Hourcade, Pablo Piccato, David Parker, Leandro Lo-
sada, Donna Guy, Elisa Speckman Guerra, Marcos Luis Bretas, Roy
Hora, Hilda Sábato, Frédéric Langue, Sandra Pesavento, Gabriel
Kessler y Carolina González Velazco.
Como lo han hecho siempre, Beatriz Ruibal y Lucía Lionetti acom-
pañaron paso a paso este trabajo. En la Universidad Nacional de Ge-
neral Sarmiento, lugar único y especial, mi amiga Marta Madero pro-
pició mis intereses por la historia social y cultural. Alejandra
Fernández comentó los primeros borradores, y, al final de este ca-
mino, Silvana Palermo, desde temáticas diferentes de las mías pero
con pasiones profesionales similares, leyó con agudeza varios capítulos
de este libro. Mis alumnos soportaron con estoicismo, en las clases de
Historia Argentina II, que un conflicto de honor se colocara, de re-
pente, en el centro de la escena. Un guiño especial para Jeremías Silva
y Alejandro Lezcano.
No hubiese podido emprender sola una investigación de esta en-
vergadura. Hace años, Carolina Zapiola, primero, y Viviana Fernán-
dez, después, me ayudaron con una dedicación encomiable a levan-
tar información imprescindible de ese océano de novedades que son
los diarios. El personal de la Hemeroteca de la Facultad de Derecho
de la UBA, de la Hemeroteca de la Biblioteca del Congreso de la Na-
ción, de la Academia Nacional de la Historia y del Archivo General de
la Nación se pusieron a mi disposición para encontrar diarios, sueltos
y tesis que en cierto modo venían a rescatar del olvido. Sin Roberto
Muller, extraordinario bibliotecario de la extraordinaria biblioteca
del Jockey Club, esta investigación no hubiese sido posible. Roberto
me facilitó manuales de duelo y de esgrima, tratados sobre el honor y
una diversidad de obras literarias inhallables en las bibliotecas públi-
cas argentinas. Pero también su erudición y las largas conversaciones
que me regaló, quizá sin sospecharlo, fueron vitales para ingresar
imaginariamente a esa atmósfera plagada de cortesía y de buenas ma-
neras deseada por los caballeros que recupera esta pesquisa. Sin el in-
terés de Luis Alberto Romero este libro no existiría: su dedicación y
28 honor y duelo en la argentina moderna

su fina lectura me ayudaron a redondear algunas ideas y a hacerlas


también más simples.
Cuando este libro apenas se insinuaba nació Pastora y cuando em-
pezaba a tener una forma nació Gregorio. Son demasiado pequeños
para advertir la dicha que trajeron a mi vida y cómo con sus justos re-
clamos me enseñaron a encontrar un equilibrio entre la necesaria de-
dicación al trabajo académico y la obsesión desmesurada. Su padre,
Juan Echagüe, hace mucho. A él, exquisito y excéntrico, le dedico
este libro. Por acompañarme todos estos años y porque con su má-
gica combinación de sutileza y practicidad todo es más fácil.

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