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Grupo Teatral Taller: Skenosé

El médico a palos 
Comedia de Moliére

Versíon: Leandro Fernández de Moratín y Basilio Álvarez.

PERSONAJES

DOÑA REGINA
DOÑA PAULA
LEANDRO
ANDREA
BARTOLO
MARTINA
INÉS
LUCAS
ROBERTA
La escena representa en el primer acto un bosque, y en los dos siguientes una sala de casa
particular: con puerta en el foro, y otras dos a los lados.

La acción empieza a las once de la mañana, y se acaba a las cuatro de la tarde.

Acto I

Escena I

BARTOLO, MARTINA.

SE ESCUCHAN UNOS GOLPES QUE VAN CON UN RITMO MUSICAL, AL ABRIRSE EL


TELÓN VEMOS QUE ES BARTOLO PICANDO UN TRONCO.

BARTOLO.- ¡Válgame Dios, qué duro está este tronco! El hacha se gasta, y él no se parte...

CORTA LEÑA DE UN ÁRBOL INMEDIATO AL FORO; DEJA DESPUÉS EL HACHA ARRIMADA AL


TRONCO, SE ADELANTA HACIA EL PROSCENIO, SE SIENTA EN UN PEÑASCO, SACA UN
GARRAFÓN Y SE PONE A BEBER.

BARTOLO.- ¡Demasiado trabajo para mi gusto!... ¿¡Y con este calor!?... Me fatigo, me canso,
me agoto… Así que mejor descanso y bebo, que esta triste vida, es mejor que otro la lleve…

MARTINA.- (SALE) Pero qué veo: ¡Vago, Flojo, Holgazán!, ¿Qué haces ahí sentado, bebiendo,
sin trabajar? ¿Tienes que terminar de cortar esa leña y llevarla a la casa, y ya es cerca de
medio día?

BARTOLO.- ¡Caaaalma!... ¡Tranquiiiiila!... Que si no es hoy, será mañana.

MARTINA.- Mira qué respuesta.

BARTOLO.- Perdóname, mujer. Estoy cansado y me senté un rato a beber.

MARTINA.- ¡Levántate y trabaja!

BARTOLO.- Poco a poco, mujer, si acabo de sentarme.

MARTINA.- ¡”Esposo”, levántate!

BARTOLO.- Ahora no quiero, dulce “esposa”.

MARTINA.- ¡Esposo sin vergüenza! ¡Desdichada de mí!

BARTOLO.- ¡Ay, qué trabajo es tener esposa! Bien dice Séneca, que la mejor esposa es peor
que un demonio.

MARTINA.- Ahhhh ¿Para eso sí eres hábil? ¡Para hablar de filósofos y pensamientos!
BARTOLO.- Si soy hábil. A ver dónde encuentras un leñador como yo, que sepa razonar así
las cosas y que haya servido seis años a un médico famnoso.

MARTINA.- Mala sea la hora en que me casé contigo.

BARTOLO.- Y maldito sea el pícaro jefe civil que firmó el casamiento.

MARTINA.- Haragán, borracho.

BARTOLO.- Esposa, vamos poco a poco.

MARTINA.- Yo te haré cumplir con tu obligación.

BARTOLO.- Mira mujer, que me estás enfadando. (AMENAZADOR. SE LEVANTA


DESPEREZÁNDOSE, COGE UN PALO DEL SUELO Y VUELVE.)

MARTINA.- ¿Ah, sí?... Yo no te tengo miedo, insolente.

BARTOLO.- Mi Martina bella, mira que te voy a cascar.

MARTINA.- Ya te dije que no me asustas.

BARTOLO.- Mi dulce mujercita: Mira que te voy a solfear la espalda.

MARTINA.- Borracho, irresponsable.

BARTOLO.- Mi corazoncito que te voy a romper la cabeza.

MARTINA.- ¿A mí? Bribón, tunante, canalla, ¡¿A mí?!

BARTOLO.- ¡Sí!... ¡¡¡ A ti !!!... Así que ¡Toma!. (DA DE PALOS A MARTINA.)

MARTINA.- ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¡ay!

BARTOLO.- Ésta es la única forma de que calles... ¡Toma! Y ¡Toma!...

MARTINA.- ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¡ay!

ROBERTA.- (ENTRANDO) ¿Qué pasa aquí? , pero… ¿Qué es esto?, ¡Malhaya el bribón que
le pega a su mujer!... ¡Mujer no te dejes!

MARTINA.- (A ROBERTA CON LAS MANOS EN JARRA) ¿Y tú por qué te metes donde no te
llaman?

ROBERTA.- ¡Porque ese hombre te está pegando!

MARTINA.- (LE PEGA UNA CACHETADA) ¿Y si yo quiero que me pegue?

ROBERTA.- Ahhhh… ¿Cómo dice?

MARTINA.- (AGRESIVA) ¿Usted sabe lo que yo quiero o no quiero?


ROBERTA.- Perdón, hice mal en meterme.

MARTINA.- ¡Así es!... ¿Acaso es tu problema?

ROBERTA.- No, claro que no. Lo siento.

MARTINA.- (LA REGAÑA) ¿Quién te dio vela en este entierro?

ROBERTA.- Nadie.

MARTINA.- ¿Quién te mandó a meter la nariz donde no te llaman?

ROBERTA.- Nadie.

MARTINA.- ¿Qué estás buscando que se te haya perdido?

ROBERTA.- Nada.

MARTINA.- ¡Descarada!, (LE PEGA) ¿Y con qué cara quieres impedir que los maridos le
peguen a sus mujeres?... ¡¿Quién te crees?!...

ROBERTA.- (SE MEDIO RESGUARDA CON BARTOLO) Perdón, perdón… Señor, creo que
tiene todo el derecho para pegar a su mujer. ¡Es más! Yo lo apoyo. ¡Péguele! Dele con todo que
tiene razones para hacerlo. Es más si quiere yo lo ayudo.

BARTOLO.- No ahora no tengo ganas, gracias.

ROBERTA.- ¿Ah, no?...

BARTOLO.- (REGAÑANDO A ROBERTA) No, yo le pego cuando me da la gana y no cuando


me lo manda una desconocida.

ROBERTA.- Claro, claro.

BARTOLO.- Es mi mujer…

ROBERTA.- Claro, claro.

BARTOLO.- Yo decido lo que hago con ella.

ROBERTA.- Claro, claro.

BARTOLO.- Y no necesito su ayuda.

ROBERTA.- por supuesto que no.

ROBERTA HA QUEDADO ENTRE MARTINA Y BARTOLO. LOS DOS LA AMENAZAN.

BARTOLO.- Entérate que Cicerón dijo: “Que entre el árbol y el dedo no conviene poner la
corteza”

BARTOLO Y MARTINA.- (ASUSTAN A ROBERTA) ¡Boooo!


ROBERTA SALE CORRIENDO Y BARTOLO CON MARTINA SE RÍEN.

BARTOLO.- Vamos Esposa: hagamos la paz. ¡Dame esa mano!.

MARTINA.- ¿Después de haberme puesto así?

BARTOLO.- ¿No quieres? Si eso no ha sido nada. Vamos.

MARTINA.- No quiero.

BARTOLO.- Vamos.

MARTINA.- Que no quiero.

BARTOLO.- Malaya sean mis manos que han sido causa de enfadar a mi esposa... Anda:
dame un abrazo. (TIRA EL PALO A UN LADO Y VA ABRAZARLA.)

MARTINA.- ¡No!, ¡Todavía estoy furiosa!

BARTOLO.- Pero si te estoy pidiendo perdón. Total… Entre dos que se quieren, diez o doce
garrotazos más o menos, no valen nada...

MARTINA.- Te perdono… (BAJITO AL PÚBLICO) Pero ya me la pagarás.

BARTOLO.- ¡Bravo!... Ahora me puedo ir tranquilo… Y me iré al bosque a buscar más leña
para la casa, ya verás.

BARTOLO TOMA EL HACHA Y EL TRONCO, METE LA BOTA O GARRAFA EN UNA ALFORJA Y


SE VA POR EL MONTE ADELANTE. MARTINA SE QUEDA RETIRADA A UN LADO.

MARTINA.- A pesar de sus carantoñas, no olvidaré lo que me hizo y ardo en deseos de


encontrar la manera de vengarme por los golpes que me da.

Escena II

MARTINA, INÉS, LUCAS, entran.

LUCAS.- Vaya encargo el que nos ha tocado. Yo no sé si podremos conseguirlo.

INÉS.- ¿Qué quieres que te diga amigo Lucas? Hay que obedecer a nuestra dueña; sobre todo
si la salud de su hija es la que está en juego... Y la señorita Paula es tan amable, tan alegre, tan
guapa... que todo se lo merece, hasta que un buen médico la cure.

LUCAS.- Pero ya la han visto tanto y ninguno descubre su enfermedad.

INÉS.- Su enfermedad está descubierta. ¡El remedio es lo que necesitamos!

MARTINA.- (APARTE.) ¡Creo que con estos dos puedo armar la venganza que necesito!...
(CON ELLOS) señores, perdonen ustedes, pero… ¿Buscan un médico?

INÉS.- Sí, para una señorita que vive aquí cerca, en la casa de campo junto al río.
MARTINA.- ¡Ah, sí! La hija de Doña Regina. Paulita, ¡Válgame Dios! Pues, ¿Qué tiene?

LUCAS.- ¿Qué sé yo? Un mal que ningún médico entiende.

MARTINA.- ¡Qué lástima! Pues... (INVENTANDO) Pues mire usted, aquí en este pueblo,
tenemos al hombre más sabio del mundo, que hace Milagros con enfermedades incurables.

INÉS.- ¿De verdad?

MARTINA.- Sí señora.

LUCAS.- ¿Y en dónde lo podemos encontrar?

MARTINA.- Cortando leña en el bosque.

LUCAS.- ¿Cortando leña en el bosque?

INÉS.- ¿Ah, es curandero? Estará buscando yerbas medicinales.

MARTINA.- no es eso, sino que… Es un hombre extravagante y lunático que hace esfuerzo en
parecer ignorante y bruto porque no quiere que conozcan el talento maravilloso que Dios le dio.

INÉS.- Eso es admirable… Es que todos los grandes hombres tienen siempre algún toque de
locura mezclada con su ciencia.

MARTINA.- La manía de este hombre es la más loca que se ha visto. No confesará su


capacidad como médico… A menos que le muelan el cuerpo a palos.

INÉS Y LUCAS.- ¿Cómo?

MARTINA.- Así como lo oyen… Y les aseguro que si no le caen a palos, jamás reconocerá que
es un medico. Si le ven que está obstinado en negarlo, tome cada uno un buen garrote, y ¡¡¡ Zurra
con él !!!, y verán como confiesa.

INÉS.- ¡Qué extraña locura!

LUCAS.- Que hombre más original.

INÉS.- ¿Y cómo se llama?

MARTINA.- Bartolo. Fácilmente lo conocerán. Él es un hombre (LO DESCRIBE)

LUCAS.- Ya guardé su descripción en mi memoria.

INÉS.- ¿Y ese hombre hace unas curas tan difíciles?

MARTINA.- ¿”Curas” dice usted? “Milagros” se pueden llamar. Habrá dos meses que murió en
el pueblo vecino una pobre mujer, y cuando ya iban a enterrarla, quiso Dios que este hombre
estuviese por casualidad en una calle por donde pasaba el entierro. Se acercó, examinó a la
difunta, le echó en la boca una gota de yo no sé qué, y la muerta se levantó tan alegre.

INÉS Y LUCAS.- (ASOMBRADOS) ¿¡¡¡ Noooo !!!?


MARTINA.- Sí, yo lo vi con estos ojos. Y hace tres semanas que un chico de unos doce años
se cayó de la torre de la ilgesia, se le troncharon las piernas, y la cabeza se le quedó hecha una
plasta. Pues, señor, llamaron a Bartolo, él no quería ir; pero ente todos le cayeron a palos y fue…
Cuando llegó, sacó una crema con la que frotó al pobre muchacho, y el muchacho de inmediato
se puso en pie y se fue corriendo a jugar con los otros chicos.

INÉS Y LUCAS.- (ASOMBRADOS) ¿¡¡¡ Noooo !!!?

LUCAS.- Pues ese hombre es el que necesitamos. ¡Vamos a buscarlo!

MARTINA.- Vayan, vayan… Pero eso sí: Acuérdense de los garrotazos. (TOMA EL PALO DE
BARTOLO) Aquí tienen el que yo uso para recordarle que es médico, se los presto.

INÉS.- (TOMA EL PALO) Gracias… Lástima que éste sea el método para hacerlo reaccionar.

MARTINA.- Sí. (AGARRA OTRO PALO Y SE LO DA A LUCAS) Y usted tome otro porque a
veces se pone necio y es mejor darle por partida doble.

BARTOLO.- (VOZ EL OFF. CANTA) Beber, beber, beber es una gran placer, el agua para las
ranas y pa’ los patos, que nadan bien.

MARTINA.- ¡Ahí viene!. Yo me voy, háblenle ustedes, y si no quiere ayudarlos, ya saben el


secreto… (HACE GESTO) ¡Duro con él!... Adiós señores.

Escena III

INÉS, LUCAS.

LUCAS.- Que suerte haber encontrado a esta mujer.

INÉS.- Mira, retirémonos uno a un lado, y otro a otro, para que no se nos pueda escapar. Y
vamos a tratarlo con la mayor cortesía del mundo. ¿Lo entiendes?

LUCAS.- Sí.

INÉS.- Y sólo en el caso de que sea absolutamente necesario... ¡Zas! (CON EL PALO)

LUCAS.- Bien... Entonces me haces una seña, y lo ponemos como nuevo.

BARTOLO.- (EN OFF CANTANDO) Beber, beberrrrrr…

INÉS.- Ahí llega. (SE OCULTAN A LOS DOS LADOS DEL TEATRO.)

Escena IV

INÉS Y LUCAS ESCONDIDOS, BARTOLO SALE DEL MONTE CANTANDO, CON EL HACHA Y
LAS ALFORJAS AL HOMBRO; SIÉNTASE EN EL SUELO EN MEDIO DEL TEATRO Y SACA DE
LAS ALFORJAS UNA BOTA O GARRAFA DE VINO.

BARTOLO.- (CANTANDO) Beberrrr, beberrrr, beber es un gran placer, el agua para las ranas y
pa’ los patos que nada bien… (NORMAL) Ya trabajé suficiente, así que ahora un descanso.
(BARTOLO BEBE, VA A PONER LA BOTA AL LADO, POR DONDE SALE LUCAS, EL CUAL LE
HACE CON EL SOMBRERO EN LA MANO UNA CORTESÍA. BARTOLO, SOSPECHANDO QUE
ES PARA QUITARLE LA BOTA, VA A PONERLA AL OTRO LADO)

LUCAS.- ¿Es usted un caballero que se llama el señor don Bartolo?

BARTOLO.- ¿Por qué la pregunta?

INÉS.- Sólo queremos saber si se llama usted don Bartolo.

BARTOLO.- No, y sí, depende lo que ustedes quieran.

INÉS.- Queremos hacerle a usted unos obsequios.

BARTOLO.- Si es así, Sí. yo me llamo don Bartolo. (DEJA A UN LADO EL SOMBRERO)

LUCAS.- Pues con toda cortesía...

INÉS.- Y con la mayor reverencia...

LUCAS.- Con todo cariño, suavidad y dulzura...

INÉS.- Y con todo respeto, y con la veneración más humilde... Venimos a implorar su auxilio.

LUCAS.- Para una cosa muy importante.

BARTOLO.- Si depende de mí haré lo que pueda.

INÉS.- Favor que usted nos hace... Pero, cúbrase usted, que el sol está fuerte.

LUCAS.- Es verdad, cúbrase usted.

(BARTOLO PÓNESE EL SOMBRERO, Y LOS OTROS TAMBIÉN.

BARTOLO.- Bien, señores, ya estoy cubierto... ¿Y ahora?

LUCAS.- Venimos en su busca porque sabemos del sobresaliente talento que usted tiene...

BARTOLO.- (EXTRAÑADO) ¿SÍ?... ¿Para cortar leña?... ¿O para cargarla?

INÉS.- No necesariamente sobre eso.

BARTOLO.- La de pino la pongo más barata. La de raíces, mire usted...

LUCAS.- No es sobre eso que queremos hablar.

BARTOLO.- ¿No? ¿Y de qué entonces?

INÉS.- ¡Un hombre estudiado como usted cargando leña! ¡Un hombre tan sabio!

LUCAS.- ¿Tan insigne médico por qué le esconde al mundo los talentos que usted tiene?
BARTOLO.- (MIRA A LOS LADOS) ¿Quién, yo?

INÉS.- ¡Claro, Usted! ¡¿Por qué negarlo?

BARTOLO.- Ustedes serán los médicos, que yo en mi vida lo he sido. (APARTE.) Estos están
borrachos.

LUCAS.- ¿Por qué miente? (SECRETEADO CON BARTOLO) Nosotros lo sabemos.

BARTOLO.- ¿Lo saben? De verdad saben ¿quién soy yo?

INÉS.- ¡Claro!, ¡Un gran médico!

BARTOLO.- ¡Qué disparate! (APARTE.) Borrachos y locos.

LUCAS.- No tiene que negarlo, que no estamos de broma.

BARTOLO.- Estén ustedes como estén, ¡Yo no soy médico, ni lo he sido jamás!

LUCAS.- Creo que será necesario... (MIRANDO A INÉS.) Aplicar el plan.

INÉS.- Yo creo que sí.

LUCAS.- En fin, amigo don Bartolo, no es necesario mentir.

INÉS.- Se lo decimos por su bien.

LUCAS.- Confie en nosotros, ¡Díganos que es médico y ya!

BARTOLO.- (IMPACIENTE.) ¡Yo no soy médico!

INÉS.- ¿Para qué fingir, si todo el mundo lo sabe?

BARTOLO.- Pues, les repito que etán locos y no soy médico . (SE LEVANTA, QUIERE IRSE,
ELLOS LO ESTORBAN Y SE LE ACERCAN, DISPONIÉNDOSE PARA APALEARLE.)

INÉS.- (MARENADO EL PALO) ¿No es médico?

BARTOLO.- No señor.

LUCAS.- (MAREANDO EL PALO) ¿Conque no es médico?

BARTOLO.- El diablo me lleve si entiendo palabra de medicina.

INÉS.- ¿No es médico?

BARTOLO.- No.

LUCAS.- ¿Seguro que no es médico?

BARTOLO.- No.
LUCAS Y INÉS SE MIRAN COMO SI NO TUVIERAN MÁS REMEDIO.

INÉS.- Pues, amigo, con su permiso, tendremos que valernos del remedio que nos dieron para
que lo reconociera... (EN UNA ORDEN) Lucas.

LUCAS.- Estoy listo.

BARTOLO.- ¿Y qué remedio es ese?

LUCAS.- Éste. (DANLE DE PALOS ; COGIÉNDOLE SIEMPRE LAS VUELTAS, PARA QUE NO
SE ESCAPE.)

BARTOLO.- ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!... (QUITÁNDOSE EL SOMBRERO.) ¡Basta! ¡Claro que soy médico,
soy médico, doctor, internista y todo lo que ustedes quieran!

INÉS.- Pues, bien, ¿Por qué nos obliga usted a esta violencia?

LUCAS.- ¿Por qué darnos tanto trabajo dándole garrotazos?

BARTOLO.- El trabajo es para mí que los llevo... Pero, señores, ¿Qué es esto? ¿Es una
broma, o están ustedes locos?

LUCAS.- ¿Aún no confiesa usted que es doctor en medicina?

BARTOLO.- No señor, claro que no lo soy. Ya lo dije antes.

INÉS.- ¿Conque no es usted médico ?... Lucas.

LUCAS.- ¿Conque no? (VUELVEN A DARLE DE PALOS .)

BARTOLO.- ¡Ay!, ¡ay! ¡Pobre de mí! (PÓNESE DE RODILLAS, JUNTANDO LAS MANOS, EN
ADEMÁN DE SÚPLICA.) Sí que soy médico. Sí señor, soy médico.

LUCAS.- ¿De veras?

BARTOLO.- Sí señor, y cirujano también, pediatra, urólogo, enfermero y todo lo que quieran.

INÉS.- (LO LEVANTAN CARIÑOSAMENTE ) Me alegro de verlo tan razonable.

LUCAS.- Ahora sí que parece usted hombre con juicio.

BARTOLO.- (APARTE) ¿Y de verdad seré yo médico, y no me había dado cuenta?

INÉS.- ¡No se arrepentirá! Mire que le pagaremos muy bien su trabajo y quedará contento.

BARTOLO.- Pero, hablando ahora en paz, ¿Es cierto que soy médico ?

INÉS.- Certísimo.

BARTOLO.- ¿Seguro?

LUCAS.- Sin duda ninguna.


BARTOLO.- Pues, lléveme el diablo, si yo sabía tal cosa.

INÉS.- ¿Pues cómo? ¿Siendo el doctor más sobresaliente que se conoce?

BARTOLO.- (ASOMBRADO.) ¿Ah, sí?

LUCAS.- Un médico que ha curado no sé cuántas enfermedades mortales.

BARTOLO.- (ASOMBRADO E IRÓNICO) ¡¿De verdad?!

LUCAS.- Le devolvió la vida a una mujer que estaba ya enterrada...

INÉS.- ¿Y el muchacho que cayó de una torre y se hizo la cabeza una tortilla?

BARTOLO.- ¿También lo curé?

LUCAS.- También.

INÉS.- Así que lo que le traemos será fácil para usted, señor doctor. Se trata de curar a una
señorita muy rica, que vive en la casa cerca del molino. Usted sólo tiene que venir con nosotros y
tendrá comida, bebida, hospedaje y se le tratará como un rey.

BARTOLO.- ¿Me tratarán como un rey?

LUCAS.- Sí señor, y al terminar la curación, le darán a usted oro y mucho dinero.

BARTOLO.- Pues, señor, vamos allá… (CAMINA Y SE FRENA) ¡Un momento! ¿Y mi ropa de
médico?

INÉS.- Nosotros tenemos en casa. Tantos médicos ya han ido que tenemos ropajes de sobra.

LUCAS.- Recógele sus cosas.

BARTOLO.- No, poco a poco. (INÉS RECOGE LAS ALFORJAS Y EL HACHA. BARTOLO LE
QUITA LA BOTA Y SE LA GUARDA DEBAJO DEL BRAZO.) La bota se va conmigo.

INÉS.- Pero, señor, ¡Un doctor en medicina con bota!

BARTOLO.- Claro, es mi medicina preferida… Así que cuidado con llevarme la contraria…
¡Qué yo soy el médico! Así que andando y a saltitos.

INÉS Y LUCAS.- ¿A saltitos?

BARTOLO.- Sí, así se mejora la circulación de la sangre. Así que por prescripción médica: ¡A
saltitos!

INÉS Y LUCAS SALEN A SALTITOS Y BARTOLO LOS SIGUE, BEBIENDO.

MÚSICA Y CAMBIO DE ESCENOGRAFÍA A LA CASA DE DOÑA REGINA.

Acto II
Escena I

DOÑA REGINA, LUCAS, INÉS, ANDREA

DOÑA REGINA.- ¿Seguro que es tan hábil?

LUCAS.- Todos los médicos que hemos visto no le llegan ni a los tobillos.

INÉS.- Hace curas maravillosas.

LUCAS.- Resucita muertos.

INÉS.- Sólo que es algo estrambótico…

LUCAS.- Y un poco lunático…

INÉS.- Y amigo de burlarse de todo el mundo.

DOÑA REGINA.- Me dejan aturdida con ese personaje. Ya estoy impaciente de verlo.

LUCAS.- Lo dejamos vistiéndose. Búscalo Inés. (INÉS SALE)

DOÑA REGINA.- SÍ, que venga, que venga rápido.

Escena II

DOÑA REGINA, ANDREA, LUCAS

ANDREA.- ¡Ay, señora! Que aunque el médico sea un pozo de ciencia, me parece a mí que no
hacemos nada.

DOÑA REGINA.- ¿Por qué?

ANDREA.- Porque la niña Paulita no necesita médicos, sino marido,(ENFATIZA) ma ri do; lo


demás es andarse por las ramas. ¿Usted cree que esa niña se va a curar con ruibarbo, jalea,
jarabes, que si gotas de esto, que si gotas de aquello y toda esa porquería?, ¡¿Yo no sé como no
ha perdido ya el estómago?!... No señora, yo estoy segura que con un buen marido se cura
rapidito.

LUCAS.- Vamos, cállate y no hables tonterías.

DOÑA REGINA.- La chica no piensa en eso. Es todavía muy niña.

ANDREA.- ¡Niña! Sí, cásela usted y verá si es niña.

DOÑA REGINA.- Más adelante no digo que...

ANDREA.- Boda, boda, y aflojar la herencia, y...

DOÑA REGINA.- ¿Quieres callar, habladora?


ANDREA.- Y despedir médicos y boticarios, y tirar todas esas pócimas y brebajes por la
ventana, y llamar al novio; que ése la cura y la pone buena.

DOÑA REGINA.- ¿ A qué novio, impertinente? ¿En dónde está ese novio?

ANDREA.- ¡Qué rápido se le olvidan a usted las cosas! ¿Pues qué, no sabe usted que Leandro
la quiere, que Leandro la adora, y ella le corresponde? ¿No lo sabe usted?

DOÑA REGINA.- La fortuna del tal Leandro está en que no le conozco, porque desde que tenía
ocho años no le he vuelto a ver... Y ya sé que anda por aquí acechando y rondándome la casa;
pero como lo encuentre... (CON DESPRECIO) ¡Leandro! ¡Vaya partido! ¡Con un imberbe que
acaba de salir de la universidad y que no tiene ni un cuarto en el bolsillo!

ANDREA.- Su tío es muy rico y es muy amigo de usted.

DOÑA REGINA.- Es rico, pero es su tío, no su padre.

ANDREA.- Pero lo quiere mucho y no tiene otro heredero.

DOÑA REGINA.- ¡Vete al instante de aquí, lengua deL demonio! (ANDREA SE APARTA)

LUCAS.- (BAJITO CON ANDREA) ¡Siempre tienes que tocar ese tema, Andrea! Cállate, y no
discutas con la dueña de la casa, tú no entiendes que la señora no necesita de tus consejos para
hacer lo que quiera. Doña Regina es la madre de su hija, y su hija es su hija, y su madre es la
señora. ¿Entiendes?

DOÑA REGINA.- Dice bien tu marido, que eres muy entremetida.

LUCAS.- Ahí viene el médico.

Escena III

BARTOLO, INÉS, DOÑA REGINA, LUCAS, ANDREA

ENTRAN INÉS Y BARTOLO, ÉSTE, VESTIDO CON CASACA ANTIGUA, SOMBRERO DE TRES
PICOS, Y BASTÓN.

INÉS.- Aquí tiene usted, Doña Regina, al estupendo médico, al doctor infalible, a la lumbrera
del mundo.

DOÑA REGINA.- Me alegro mucho de conocerlo, señor doctor. (SE HACEN CORTESÍAS UNO
A OTRO, CON EL SOMBRERO EN LA MANO.)

BARTOLO.- Hipócrates dice que debemos cubrirnos.

DOÑA REGINA.- ¿Hipócrates lo dice?

BARTOLO.- Sí señora.

DOÑA REGINA.- ¿Y en qué capítulo médico?

BARTOLO.- En el capítulo médico de cráneos y sombreros.


DOÑA REGINA.- Pues, si lo dice Hipócrates, será preciso obedecer. (REGINA Y BARTOLO SE
PONEN SOMBREROS.)

BARTOLO.- Pues como digo, Señora doctora, habiendo encontrado...

DOÑA REGINA.- ¿Con quién habla usted?

BARTOLO.- Con usted.

DOÑA REGINA.- ¿Conmigo? Yo no soy doctora, no soy médica.

BARTOLO.- ¿No?

DOÑA REGINA.- No, señor.

BARTOLO.- ¿No? Pues ahora verás como te conviertes en médica. (ARREMETE HACIA ELLA
CON EL BASTÓN LEVANTADO, EN ADEMÁN DE DARLE DE PALOS . HUYE DOÑA REGINA;
LOS CRIADOS SE PONEN DE POR MEDIO, Y DETIENEN A BARTOLO.)

DOÑA REGINA.- Pero… ¿Qué hace usted?... ¡Está loco!

BARTOLO.- Yo la gradúo de médica a palos, que así me graduaron a mì.

DOÑA REGINA.- ¡Deténganlo!... ¿Qué loco me trajeron?

INÉS.- ¿No le dije a usted que era muy bromista?

DOÑA REGINA.- Sí, pero que se vaya al infierno con esas bromas.

SE DETIENEN TODOS. BARTOLO CON EL BASTÓN EN EL AIRE DISPUESTO A SEGUIR.

LUCAS.- No le preste mucha atención, lo hace para hacernos reír.

INÉS.- Mire usted, señor facultativo, esta señora es nuestra dueña, y madre de la señorita que
usted va a curar. La que va a pagar.

BARTOLO.- ¿La señora es la que me va a pagar?. Claro… ¿Ella es la madre de la enferma?


Perdone usted. Todo era borma.

DOÑA REGINA.- No, no ha sido nada... Por ahora… (A LUCAS E INÉS) ¿Seguro que no está
loco? (ELLOS NIEGAN) Pues, señor, a nuestro asunto…Yo tengo una hija muy mala...

BARTOLO.- Muchas madres se quejan de lo mismo, que las hijas son malas.

DOÑA REGINA.- Quiero decir que está enferma.

BARTOLO.- Ah, sí claro… Enferma… Pues me alegro mucho.

DOÑA REGINA.- ¿Cómo?


BARTOLO.- (ENREDADO) Digo que me alegro de que su hija de usted necesite de mi ciencia;
y ojalá que usted, y toda su familia, estuviesen a las puertas de la muerte, para emplearme en su
asistencia y alivio y yo cumplir contento con mi trabajo.

DOÑA REGINA.- Viva usted mil años, que yo le estimo su buen deseo.

BARTOLO.- Gracias… ¿Y cómo se llama su niña de usted?

DOÑA REGINA.- Paulita.

BARTOLO.- ¡Paulita! ¡Lindo nombre para curarse!... (POR ANDREA. APRECIÁNDOLA.) Y esta
doncella tan hermosa, ¿Quién es?

DOÑA REGINA.- Esta doncella es la mujer de Lucas, que ya lo conoce.

BARTOLO.- (MIRADAS CON LUCAS) Ah sí, linda su mujer.

DOÑA REGINA.- Bueno, ahora voy a hacer que salga la niña para que usted la vea.

ANDREA.- Hasta hace nada estaba dormida, mi señora.

DOÑA REGINA.- No importa, la despertaremos. Ven, Inés.

INÉS.- Allá voy. (SE VAN)

Escena IV

BARTOLO, ANDREA, LUCAS

BARTOLO.- (SE ACERCA A ANDREA, CON ADEMANES Y GESTOS EXPRESIVOS.)


¿Conque usted es mujer de ese señorito?

ANDREA.- Para servirle a usted.

BARTOLO.- Muy bella mujer, Lucas.

LUCAS.- (QUE NO LE HACE GRACIA) Gracias…

BARTOLO.- ¡Y qué frescota que es!... Y que... Regocijo da el verla... Y que… ¡Hermosa boca
tiene!... ¡Qué dientes tan blancos, tan igualitos, y qué risa tan graciosa!... ¡¿Y los ojos?! ¡En mi
vida he visto un par de ojos más habladores, ni más traviesos!

LUCAS.- (APARTE) ¡Este medicucho me la está mirando demasiado el descarado!...) Vaya,


señor doctor, mejor cambie de conversación, porque no me gustan esas flores. ¿Delante de mí se
pone usted a decir arrumacos a mi mujer? Yo no sé cómo no agarro un garrote y le... (MIRANDO
POR EL TEATRO SI HAY ALGÚN PALO. BARTOLO LE DETIENE.)

BARTOLO.- Tranquilo buen hombre, tranquilo. Que yo solo la veo con ojos “médicos”, y la
analizo con el pensamiento de la ciencia “médica”… Y si la toco, sera con pura y santa sabiduría
“médica”…

LUCAS.- Mejor no la toque, ni como medico ni como nada…


ANDREA.- Pues buen medico es usted que me ha puesto bella para despertar los celos de mi
marido…. ¡Ay!… ¡Aquí llega la enferma! (ENCAMINÁNDOSE A RECIBIR A LA NIÑA PAULA, CON
DOÑA REGINA E INÉS.)

Escena V

DOÑA REGINA, DOÑA PAULA, INÉS, LUCAS, BARTOLO, ANDREA

DOÑA REGINA.- Ésta es la niña, señor doctor.

BARTOLO.- ¿Conque ésta es su hija de usted?

DOÑA REGINA.- No tengo otra, y si se me llegara a morir me volvería loca.

BARTOLO.- No se preocupe que no se morirá a menos que se lo ordene el médico… Vaya


rostro más hermoso, esta niña en vez de morirse es capaz de matar a cualquiera

DOÑA PAULA.- (SE RÍE) ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!

DOÑA REGINA.- Vaya, la hizo reír, ya es un logro.

BARTOLO.- ¡Bueno! ¡Gran señal! ¡Gran señal! Cuando el médico hace reír a las enfermas es
que todo va muy bien... A ver, ¿Qué la duele a usted?

DOÑA PAULA.- (MUDA. DICE COSAS INDESCIFRABLES) hag, neg, nib gog…

BARTOLO.- ¿Eh? ¿Qué dice usted?

DOÑA PAULA.- Hag, neg, nib, gog...

BARTOLO.- ¿Hag, neg, nib, gog? ¿Qué idioma es ese? Yo no entiendo palabra.

DOÑA REGINA.- Pues ése es su mal. Habla de esa manera, sin que se pueda saber la causa.
Vea usted qué desconsuelo para mí.

BARTOLO.- ¡Pero esto es una maravilla!

TODOS.- ¿Cómo?

BARTOLO.- ¡Una mujer que no habla es un tesoro! ¿Cómo hago para que mi mujer se
contagie? Si mi esposa tuviera esta enfermedad, lo pensaría dos veces antes de curarla.

DOÑA REGINA.- (MEDIO MOLESTA) A pesar de eso, yo le suplico a usted que aplique todo su
esmero para curarla.

BARTOLO.- Se curará, pierda usted cuidado. Pero, esta curación que no se hace así como así.
¿Come bien?

DOÑA REGINA.- Sí señor, con bastante apetito.

BARTOLO.- ¡Malo!... ¿Duerme?


ANDREA.- Sí señor, unas ocho o nueve horas suele dormir regularmente.

BARTOLO.- ¡Malo!... ¿Y la cabeza la duele?

DOÑA REGINA.- Ella dice que no.

BARTOLO.- ¿No? ¡Malo!... ¿A ver el pulso?... ¡Ajá! este pulso indica... ¡Claro! Está claro.

DOÑA REGINA.- ¿Qué indica?

BARTOLO.- Que su hija de usted está…

DOÑA REGINA.- (ANGUSTIADA) ¿Sí?

BARTOLO.- ¡Muda!

TODOS.- (ASOMBRADOS) ¡Ohhhhh!

LUCAS.- Lo avergiuó a la primera.

INÉS.- Dió con la enfermedad de inmediato, es un prodigio.

DOÑA REGINA.- ¡Este hombre es un prodigio!

LUCAS.- ¿No se lo dijimos a usted?

ANDREA.- Es maravilloso de verdad.

LUCAS.- (CELOSO) Suficiente.

DOÑA REGINA.- Y en fin, ¿qué piensa usted que se puede hacer?

BARTOLO.- Se puede y se debe hacer... El pulso en la otra mano... (TOMA EL PULSO EN LA


OTRA MANO) Qué interesante… Saque la lengua… (ELLA LA SACA) Que lengüecita tan
bonita… A ver… (CON EL RESTO) Aristóteles habló de esta enfermedad en sus escritos…

LUCAS: ¿Y qué dijo?

BARTOLO.- ¿Ustedes saben latín?

DOÑA REGINA.- No señor, ni una palabra.

BARTOLO.- No importa. Aristóteles dijo: Bonus bona bonum, uncias duas, mascula sunt
maribus, honora medicum, acinax acinacis, est modus in rebus. Amarylida sylvas. Que quiere
decir que esta falta de coagulación en la lengua la causan ciertos humores que nosotros
llamamos humores... acres, proclives, espontáneos, y corrumpentes. Porque, como los vapores
que se elevan de la región... (SE EMOCIONA HABLANDO Y SE PIERDE) ¿Dónde están ustedes?

ANDREA.- Aquí estamos todos.

BARTOLO.- Ah, si… Continúo: De la región lumbar, pasando desde el lado izquierdo donde
está el hígado, al derecho en que está el corazón, ocupan todo el duodeno y parte del cráneo; de
aquí es, según la doctrina de Ausias March y de Calepino, que la malignidad de dichos vapores...
¿Me estoy explicando?

DOÑA REGINA.- Sí señor, perfectamente.

BARTOLO.- Pues, como digo; supeditando dichos vapores las carúnculas y el epidermis,
necesariamente impiden que el tímpano comunique al metacarpo los sucos gástricos. Doceo,
doces, docere, docui, doctum, ars longa, vita brevis: templum, templi: augusta vindelicorum, et
reliqua... ¿Qué tal? ¿He dicho algo?

DOÑA REGINA.- Cuanto hay que decir.

INÉS.- Es demasiada sabiduría.

DOÑA REGINA.- Sólo he notado una equivocación en lo que...

BARTOLO.- ¿Equivocación? No puede ser. Yo nunca me equivoco.

DOÑA REGINA.- Creo que dijo usted que el corazón está al lado derecho y el hígado al
izquierdo; y en verdad que es todo lo contrario.

BARTOLO.- ¡Mujer Ignorante!, ¡Ignorancia de los ignorantes! ¿Ahora me sale usted con esas
antigüedades? ¡Eso era antes! Ahora ya se sabe que es al revés.

DOÑA REGINA.- Perdone usted, no quería ofenderlo.

BARTOLO.- Ya está usted perdonada.

DOÑA REGINA.- ¿Y qué le parece a usted que debemos hacer con la enferma?

BARTOLO. -Primeramente harán ustedes que se acueste, luego le darán unas buenas friegas
con alcohol... Y después, una gran sopa de vino.

ANDREA.- ¡¿Qué?!

DOÑA REGINA.- ¿Y para qué es buena la sopa de vino?

BARTOLO.- ¡Ignorante!!... No sabe latín y tampoco ortografía … La sopa de vino es buena


para hacerla hablar. Porque en el pan y en el vino, empapado el uno en el otro, hay una virtud
simpática que simpatiza y absorbe el tejido celular, y hace hablar a los mudos.

DOÑA REGINA.- Pues no lo sabía.

BARTOLO.- No sabemos nada…

INÉS.- Es verdad...

DOÑA REGINA.- Algún ángel le ha traído a usted a mi casa, señor doctor; vamos, hijita que ya
querrás descansar... Al instante vuelvo señor don...

BARTOLO.- Don Bartolo.


DOÑA REGINA.- Pues así que la deje acostada volveré con usted, señor don Bartolo...

BARTOLO.- Tápenla bien, no se resfríe. Adiós, señorita.

DOÑA PAULA.- Ba, Agh, cagh,,, degh, ba, ba.

DOÑA REGINA.- Vamos, hija mía. (VANSE DOÑA REGINA, DOÑA PAULA, ANDREA Y INÉS)

BARTOLO.- (QUEDA SOLO Y SE SECA EL SUDOR) ¡Qué sudada!... En mi vida me he visto


más apurado... ¡Es imposible que esto termine bien, imposible!... Veré si ahora, que todos andan
por allá dentro, puedo escaparme... Y si no, mal estamos... Y además me duele la espalda… Y no
es por los palos recibidos, si no por los que voy a recibir si me descubren (SALE)

Acto III

Escena I

DOÑA REGINA.

DOÑA REGINA. (ENTRA.) No hay forma de poderla convencer para que se acueste.
(BARTOLO GRITA DEL SUSTO) No, pero no se enoje que ya le están preparando la sopa de vino
que usted mandó. Veremos lo que resulta.

BARTOLO.- No hay que dudar: el resultado será felicísimo.

DOÑA REGINA.- Usted, amigo don Bartolo, será tratado como un príncipe; y entre tanto,
quiero que tenga usted la bondad de recibir estas monedas de oro. (SACA BOLSA Y SE LA DA)

BARTOLO.- (TENDIENDO LA MANO) No lo aceptaré.

DOÑA REGINA.- Hágame usted este favor.

BARTOLO.- De ninguna manera.

DOÑA REGINA.- Vamos, que es preciso.

BARTOLO.- Yo no lo hago por el dinero.

DOÑA REGINA.- Lo creo muy bien; pero, sin embargo...

BARTOLO.- (TOMANDO EL DINERO) ¿Y son de oro, de verdad?

DOÑA REGINA.- Sí señor.

BARTOLO.- Bueno ya que son de oro de verdad, no le hare el desprecio (LOS GUARDA.)

DOÑA REGINA.- Ahora bien, quede usted con Dios, que voy a ver si hay novedad, y volveré...
Me tiene tan inquieta esa niña, que no sé qué hacer. (SALE)

Escena II

LEANDRO ENTRA.
LEANDRO.- Señor doctor, hace largo rato que lo estoy buscando apra implorar su auxilio...

BARTOLO.- Veamos el pulso... (TOMANDO EL PULSO, CON GESTOS DE DISPLICENCIA.)


Pues no me gusta nada... ¿Cómo se siente usted?

LEANDRO.- Pero, si yo no vengo a que usted me cure.

BARTOLO.- (CON DESPEGO.) ¿Y para qué Diablos me busca?

LEANDRO.- Yo me llamo Leandro.

BARTOLO.- ¿Y eso qué?, Qué más me da a mí que usted se llame Leandro o Juanbimba?

LEANDRO.- (BAJO Y MISTERIOSO) Yo estoy enamorado de Doña Paulita, ella me quiere;


pero su madre no me permite que la vea... Estoy desesperado, y vengo a suplicarle, que me de
un chance, un pretexto para poder hablar con ella y...

BARTOLO.- (IRRITADO, Y ALZANDO MÁS LA VOZ.) ¿Cómo?... ¿Yo?... ¡Un médico ! ¡¿Un
hombre importante como yo hacer de alcahueta?!... Quítese usted de ahí.

LEANDRO.- Señor.

BARTOLO.- (GRITANDO) ¡Es usted un insolente, caballerito!

LEANDRO.- (MUY NERVIOSO) Cállese usted, señor, no grite.

BARTOLO.- Quiero gritar... ¡Es usted un impertinente!

LEANDRO.- Por Dios, señor doctor.

BARTOLO.- ¡Un falta de respeto! Agradezca usted que... (SE PASEA INQUIETO.)

LEANDRO.- ¡Válgame Dios, qué hombre!... Probemos a ver si... (Saca un bolsito de monedas)

BARTOLO.- ¡Desvergüenza como ella!

LEANDRO.- Tome usted... Y le pido perdón de mi atrevimiento.

BARTOLO.- (TOMA LAS MONEDAS) Vamos, que no ha sido nada.

LEANDRO.- Confieso que erré y que anduve un poco...

BARTOLO.- ¿Qué errar? ¡Un sujeto como usted! ¡Qué disparate! Vaya, con que...

LEANDRO.- Pues, señor, esa niña vive infeliz. Su padre no quiere pasarla por no dar ninguna
herencia. Se ha fingido enferma; han venido varios médicos a visitarla, la han recetado cuántas
pócimas hay en la botica; ella no toma ninguna, como es fácil de presumir, y por último hostigada
de sus visitas, de sus consultas y de sus preguntas impertinentes, se ha hecho la muda, pero no
lo está.

BARTOLO.- ¿Conque todo esto es una farsa?


LEANDRO.- Sí señor.

BARTOLO.- ¿ El padre le conoce a usted?

LEANDRO.- No señor, personalmente no me conoce.

BARTOLO.- ¿Y ella le quiere a usted? ¿Seguro?

LEANDRO.- ¡Como la trucha al trucho!

BARTOLO.- ¿Y los criados, lo conocen?

LEANDRO.- Inés no me conoce, porque hace muy poco tiempo que entró en la casa. La
señora que cuida de ella, “Andrea”, si sabe el secreto; pero su marido, no lo sabe, a lo menos lo
sospecha y calla, pero puedo contar con uno y con otro.

BARTOLO.- Pues, bien, yo haré que hoy mismo quede usted casado con Doña Paulita.

LEANDRO.- ¿De verdad?

BARTOLO.- Cuando yo lo digo.

LEANDRO.- ¿Sería posible?

BARTOLO.- ¿No le he dicho a usted que sí? Le casaré a usted con ella, con su madre, y con
toda su parentela y familia... Yo diré que es usted... Es… ¡Boticario!

LEANDRO.- Pero, si yo no entiendo palabra de medicina.

BARTOLO.- Eso es lo de menos, a mí me pasa lo mismo.

LEANDRO.- ¿De verdad?

BARTOLO.- Tanta medicina sé yo como un perro de las profundidades del océano.

LEANDRO.- ¿Usted no es médico ?

BARTOLO.- No. Ellos me han examinado de un modo particular; pero, con examen y todo, la
verdad es que no soy lo que dicen. Ahora, lo que importa es que usted esté por ahí cerca, que yo
le llamaré a su tiempo.

LEANDRO.- Mi vida está en sus manos. (Y SALE)

BARTOLO.- Vaya usted con Dios.

Escena III

ANDREA ENTRA. BARTOLO, LUCAS

ANDREA.- Señor médico, me parece que la enferma lo quiere dejar a usted muy mal…
BARTOLO.- Como no me dejes mal tú, niña de mis ojos, lo demás importa un pito, porque si tú
dejas que yo te cure a ti, pues que se muera el resto del género humano. (SALE POR LA
DERECHA LUCAS; VA ACERCÁNDOSE DETRÁS DE BARTOLO Y ESCUCHA.)

ANDREA.- No sé porque insiste con eso, porque a mí no tiene nada que curarme.

BARTOLO.- Pues entonces mejor será curar a tu marido... ¡Qué es bruto, celoso, impertinente!

ANDREA.- Cada quien es como es y así y todo yo le pertenezco.

BARTOLO.- ¿Y por qué a ese torpe le va a pertenecer, este cuerpecito tan gracioso? (SE
ENCAMINA A ELLA CON LOS BRAZOS ABIERTOS, EN ADEMÁN DE ABRAZARLA. ANDREA
SE VA RETIRANDO, LUCAS AGACHÁNDOSE, PASA POR DEBAJO DEL BRAZO DERECHO DE
BARTOLO, VUÉLVESE DE CARA HACIA ÉL , Y QUEDAN ABRAZADOS LOS DOS. ANDREA SE
VA RIENDO)

LUCAS.- ¿No le he dicho a usted, señor doctor, que no quiero que haga estas bromas?...

BARTOLO.- Pero, hombre, si aquí no hay malicia...

LUCAS.- Con malicia o sin ella, le voy a abrir a usted la cabeza de un trancazo, si vuelve a
mirar a mi mujer. ¿Lo entiende usted?

BARTOLO.- Entiendo.

LUCAS.- Espero que de verdad lo entienda (LO EMPUJA Y SALE)

Escena IV

DOÑA REGINA ENTRA. BARTOLO, LUCAS, LEANDRO

DOÑA REGINA.- ¡Ay, amigo don Bartolo!, que mi pobre muchacha no se alivia. No ha querido
acostarse. Y desde que tomó la sopa en vino está mucho peor.

BARTOLO.- ¡Que bien, eso es bueno! Eso es señal de que el remedio va trabajando. Hay que
tener paciencia. (LLAMA, ENCARÁNDOSE A LA PUERTA.) Don Casimiro, Don Casimiro.

LEANDRO.- (DESDE ADENTRO.) Señor.

BARTOLO.- Don Casimiro.

LEANDRO.- (ENTRA.) ¿Qué manda usted?

DOÑA REGINA.- ¿Y quién es este hombre?

BARTOLO.- Un excelente Boticario... Eminente profesor... Lo mandé llamar para que prepare
una cataplasma de flores, astringentes, dialécticas, pirotécnicas y narcóticas, que será necesario
aplicar a la enferma.

DOÑA REGINA.- Mire usted qué decaída está.

BARTOLO.- No importa, va a sanar muy pronto.


Escena V

DOÑA PAULA, ANDREA, INÉS, SALEN. DOÑA REGINA, BARTOLO, LEANDRO, LUCAS

BARTOLO.- Don Casimiro, tome el pulso de su corazón, obsérvela bien y luego hablaremos.

DOÑA REGINA.- Parece un muchacho muy hábil. ¿Eh? (VA LEANDRO, Y HABLA EN
SECRETO CON DOÑA PAULA, HACIENDO QUE LA PULSA. ANDREA TERCIA EN LA
CONVERSACIÓN. QUEDAN DISTANTES A UN LADO BARTOLO Y DOÑA REGINA, Y A OTRO
INÉS Y LUCAS.)

BARTOLO.- No se ha conocido otro igual para emplastos, ungüentos y pociones de perfecto


amor.

DOÑA REGINA.- Me lo imagino. Cuando usted es quien lo necesita, pues no será una rana.

BARTOLO.- ¿Rana? No señor, si es un hombre que se pierde de vista.

DOÑA PAULA.- Siempre, siempre seré tuya, Leandro.

DOÑA REGINA.- ¿Qué? (VOLVIÉNDOSE HACIA DONDE ESTÁ SU HIJA.) ¿Es una ilusión
mía?... ¿Mi hija está hablando?

ANDREA.- Sí señor, tres o cuatro palabras ha dicho. Yo la oí.

DOÑA REGINA.- ¡Bendito sea Dios! ¡Hija mía! (ABRAZA A DOÑA PAULA, Y VUELVE LLENO
DE ALEGRÍA HACIA BARTOLO, EL CUAL SE PASEA LLENO DE SATISFACCIÓN.) ¡ Nuestro
Médico admirable!

BARTOLO.- ¡Y qué trabajo me ha costado curar esa dichosa enfermedad! Aquí hubiera yo
querido ver a toda la ciencia médica reunida, a ver qué hacían.

DOÑA REGINA.- Paulita, hija, ya puedes hablar, ¿Es verdad? (VUELVE A HABLAR CON SU
HIJA, Y LA TRAE DE LA MANO.) Anda, di algo.

INÉS.- (APARTE A LUCAS.) Aquí me parece que hay gato encerrado... ¿Eh?

LUCAS.- Tú, cállate.

DOÑA PAULA.- Sí madre mía, he recuperado el habla para decirte que amo a Leandro, y que
quiero casarme con él .

DOÑA REGINA.- ¡Que maravilla! (SE CORTA DE GOLPE) ¿Qué?... ¿Cómo?... ¿Qué es esto?

DOÑA PAULA.- ¡Y nada puede cambiar mi decision!

DOÑA REGINA.- Pero… ¡Esto no puede ser!…

DOÑA PAULA.- Si puede ser, y no importa lo que me digas. Yo quiero casarme con un hombre
que me idolatra. Si tú me quieres de verdad, concédeme tu permiso.

DOÑA REGINA.- Pero, hija mía, ese tal Leandro es un pobretón...


DOÑA PAULA.- Dentro de poco será muy rico y lo sabes. Y además, sarna con gusto no pica.

DOÑA REGINA.- ¡Pero qué pelotón de palabras salen ahora de su boca!... ¡Pues no te dare el
permiso!

DOÑA PAULA.- Pues cuenta conque ya no tienes hija, porque me moriré de tristeza.

DOÑA REGINA.- Pero… ¡Qué es esto! (MOVIÉNDOSE DE UN LADO A OTRO, AGITADO Y


COLÉRICO. DOÑA PAULA SE RETIRA HACIA EL FORO, Y HABLA CON LEANDRO Y
ANDREA.) ¡Señor doctor, hágame el favor de volverla muda de Nuevo!

BARTOLO.- Eso ya no se puede hacer. Lo que sí se puede hacer es ponerla a usted sorda
para que no la oiga.

DOÑA REGINA.- (ENOJADÍSIMA) ¡Eres una falta de respeto! ¡Soy tu madre y me tienes que
obedecer!

BARTOLO.- No hay que irritarse, señora, que todo se echará a perder y créame que se pondrá
peor. Lo que importa es distraerla y divertirla. Déjela usted que vaya a coger un rato el aire por el
jardín, y verá usted como poco a poco se la olvida ese demonio de Leandro... Vaya usted con ella,
don Casimiro, y cuide usted no pise alguna mala yerba.

LEANDRO.- Como usted mande, señor doctor. Vamos señorita.

DOÑA PAULA.- Vamos enhorabuena.

DOÑA REGINA.- Vayan ustedes también. (A LUCAS Y INÉS, LOS CUALES, CON DOÑA
PAULA, LEANDRO Y ANDREA, SE VAN.)

Escena VI

DOÑA REGINA, BARTOLO

DOÑA REGINA.- ¡Vaya, vaya que insolencia la de esta niña!

BARTOLO.- Éso es consecuencia del mal que ha estado padeciendo hasta ahora. La última
idea que ella tenía cuando enmudeció, fue sin duda la de su casamiento con ese tunante de
Leandro;

DOÑA REGINA.- ¿Será eso?

BARTOLO.- ¡Claro!... Seguro que cuando se quedó muda, se le quedaron todas esas palabras
atoradas en la cola, y hasta que se vacíe y se desahogue no volverá a la calma.

DOÑA REGINA.- Suena lógico.

BARTOLO.- No lo dude usted... Es como cuando duele el estómago… Hasta que no se va al


baño y se vacía no puede volver a recuperarse.

Escena VII

LUCAS, ANDREA, INÉS, VEN ENTRANDO DOÑA REGINA, BARTOLO


INÉS.- Mi dueña y señora.

LUCAS.- Señora DOÑA REGINA... ¡Ay, qué desdicha!

ANDREA.- ¡Ay, señora mía de mi alma que se la llevan!

DOÑA REGINA.- Pero, ¿qué se llevan?

LUCAS.- El boticario no es boticario.

INÉS.- Ni se llama don Casimiro.

ANDREA.- El boticario es Leandro, en propia persona, y se acaba de robar a la señorita.

DOÑA REGINA.- ¿Qué dicen? ¡Pobre de mí! ¿Y ustedes, brutos? ¿Dejaron que se la llevara
sin hacer nada?

LUCAS.- Es que tenía una pistola.

DOÑA REGINA.- (CON BARTOLO) ¿Y tú? Ese no era ningún boticario y tú: ¡Eres un Pícaro de
médico!

BARTOLO.- (APARTE LLENO DE MIEDO.) Creo que por ahí viene la tercera paliza.

DOÑA REGINA.- ¡Bribón, alcahuete! ¡Tráiganme una cuerda y una silla!

ANDREA.- ¡Voy por ella!

LUCAS.- Yo te ayudo (VAN Y REGRESAN RÁPIDO CON UNA SOGA)

DOÑA REGINA.- (CON BARTOLO) Me la vas a pagar...

ANDREA.- Aquí está la soga.

LUCAS.- Aquí está la silla.

DOÑA REGINA.- Pues inmediatamente aten bien de pies y manos al doctor; aquí en esta
silla... (BARTOLO quiere huir, y LUCAS y INÉS le detienen.) Y lo amarran bien fuerte.

INÉS.- Pierda usted cuidado. Vamos, señor Bartolo. (LE HACEN SENTAR EN LA SILLA, Y LE
ATAN DANDO MUCHAS VUELTAS A LA SOGA.)

DOÑA REGINA.- Voy a buscar a la bribona de mi hija.. Voy a hacer que avisen a la justicia, y
mañana sin falta ninguna, este pícaro médico tiene que morir ahorcado... Andrea corre, asómate a
la ventana del comedor, y mira si los descubres por el campo. Yo veré si los del molino los vieron.
Y ustedes, no pierdan de vista a ese perro. (SE VA DOÑA REGINA Y ANDREA . LUCAS E INÉS
SIGUEN ATANDO A BARTOLO.)

Escena VIII

BARTOLO, LUCAS, INÉS, MARTINA


INÉS.- Echa otra vuelta por aquí… Mira que resultar un estafador…

LUCAS.- ¿Y no sabes que el amiguito éste, le lanzaba piropos a mi mujer y yo aguantando?

INÉS.- Anda, que ya las va a pagar todas juntas.

BARTOLO.- ¿Estoy ya bien así?

INÉS.- Perfectamente.

MARTINA.- (ENTRA CON ROBERTA POR LA PUERTA.) Dios los guarde a ustedes, señores.

ROBERTA.- Parece que ha recibido muy bien su castigo.

LUCAS.- ¿Y qué hacen ustedes por esta casa?

MARTINA.- El deseo de saber de mi pobre marido.

ROBERTA.- ¿Qué han hecho ustedes de él ?

BARTOLO.- Pues estamos preparándolo para castigarlo.

MARTINA.- ¡Ay, hijo de mi alma! (Abrazándose con BARTOLO.)

ROBERTA.- Al fin este hombre que le pega a su mujer recibirá un castigo.

LUCAS.- ¡Oiga! Si no quiere que la castiguemos a usted también major váyase.

INÉS.- Sí porque, por lo menos él no escapará de la horca.

MARTINA.- ¿Qué está usted ahí diciendo?

ROBERTA.- No esperaba que fuera tan grave.

BARTOLO.- Sí, mujer, mañana me ahorcan, sin remedio.

ROBERTA.- Lo bueno de eso es que así los hombres que lo vean lo pensarán dos veces antes
de pegarle a una mujer.

MARTINA.- ¿Y no te da vergüenza, morir delante de tanta gente?

BARTOLO.- ¿Y qué puedo hacer? Por mí que se suspenda.

MARTINA.- ¿Pero, por qué te ahorcan, pobrecito, por qué?

ROBERTA.- ¿Por qué va a ser?... Por abusador y golpeador.

INÉS.- Pero, ¿También golpea a las mujeres?

ROBERTA.- Sí, yo lo he visto con estos ojos.

LUCAS.- A la mía no la golpea, más bien la piropea…


MARTINA.- ¿Cómo?

BARTOLO.- No hagas caso. Lo que sucede es que acabo de hacer una curación asombrosa. A
una niña que estaba melancólica y muda, le he devuelto el habla y la felicidad y en vez de darme
una maestría de médico, quieren colgarme.

Escena IX

DOÑA REGINA ENTRA y ANDREA. ANDREA, BARTOLO, LUCAS, INÉS, MARTINA

DOÑA REGINA.- Ya he llamado a la gente de la ley y esta noche sin falta vendrá la justicia, y
se llevarán a este bribón... ¿Y ustedes han visto a mi hija y a Leandro?

ANDREA.- No, señor, no las he descubierto por ninguna parte.

DOÑA REGINA.- Ni yo tampoco... He preguntado y nadie me sabe dar razón... Voy a volverme
loca... (DANDO VUELTAS POR EL TEATRO, LLENA DE INQUIETUD.) ¿Adónde se habrán ido?...
¿Qué estarán haciendo?

Escena X

DOÑA PAULA, LEANDRO, ENTRAN. DOÑA REGINA, BARTOLO; ANDREA, LUCAS, INÉS,
MARTINA

LEANDRO.- Señora Doña Regina.

DOÑA PAULA.- Querida madre.

DOÑA REGINA.- ¡Ajá! ¡Picarones, infames!... ¡Se arrepintieron!

LEANDRO.- (SE ARRODILLAN A LOS PIES DE DOÑA REGINA.) Queremos corregir un error.

DOÑA REGINA.- Menos mal, están a tiempo.

LEANDRO.- íbamos a casarnos a escondidas, pero no quiero que digan que yo me robe a su
hija y que el honor de Paula quede manchado.

ANDREA.- Lástima, las mujeres con tal de ser felices qué importa una mancha.

LEANDRO.- Yo quiero que usted me conceda la mano de su hija. Así que aquí está ella
dispuesta a hacer lo que usted la mande; pera le advierto, que si no la casa conmigo, su
sentimiento será de pura tristeza como si le quitara la vida. Y si usted nos complace no hay que
hablar de herencia ni dinero.

DOÑA PAULA.- Él me quiere mucho madre, tanto como para no pensar en dotes, ni herencias,
ni dinero.

DOÑA REGINA.- Hija yo quería que te casaras con alguien de Buena posición y con mucho
dinero porque nosotras estamos en quiebra. Tu padre no nos dejó casi nada, y lo poco que tenía
lo pagué a este médico de mentira.

LEANDRO.- Y por eso mismo no le pediremos nada.


DOÑA REGINA.- ¿Ni un centavo de mentira?

DOÑA PAULA.- Ni un medio real de verdad.

DOÑA REGINA.- Pero si les digo que sí, ¿Quién los va a mantener, badulaques?

LEANDRO.- Mi tío nos ayudará y nosotros mismos haremos poco a poco nuestra dicha.

DOÑA REGINA.- Entonces… (LO PIENSA Y DECIDE) No se hable más… ¿Qué le vamos a
hacer? , los dos de pie y frente a mí (ELLOS LO HACEN) Leandro, atrevido, ladrón de amores, y
amante incondicional de mi hija… Yo te la concedo como esposa.

TODOS APLAUDEN Y GRITAN BRAVOS Y VIVAS.

LEANDRO.- Siempre tendrá usted en mí un hijo obediente.

DOÑA PAULA.- Madre, nos haces completamente felices.

BARTOLO.- ¿Y a mí quién me hace feliz? ¿No hay un cristiano que me desate?

MARTINA.- Tal parece que mi marido en vez de la horca merece un premio.

ROBERTA.- Sí, al parecer que por fin ha hecho algo bueno

DOÑA REGINA.- ¡Suéltenlo!

ANDREA.- Sí, que lo suelten para que piropee a su mujer, (MEDIO REGAÑADO A BARTOLO)
que ella tiene que ser la dueña de todos sus piropos… (DESATAN A BARTOLO.)

ROBERTA.- ¿Y esta por qué dice eso, Martina?... Ponle ojo a ese marido.

BARTOLO.- (CON ROBERTA) Mal de ojo el que tú tienes, así que aléjate de mi vista.

MARTINA.- ¡Marido mío! (Se abrazan MARTINA y BARTOLO.) Enhorabuena que ya no te


ahorcan. Mira, trátame bien, que yo fui la que dije que eras un prodigio en medicina

INÉS.- Y yo, porque ella lo dijo, lo creí.

LUCAS.- Y yo lo creí, porque lo ella lo dijo.

DOÑA REGINA.- Y yo, porque estos lo dijeron, lo creí también, y admiraba cuanto decía como
si fuese una eminencia.

MARTINA.- SÍ, a mí me debes el título de médico que te dieron.

BARTOLO.- O sea que a ti también te debo, los palos que me dieron. (APRECE QUE LE
FUERA A PEGAR PERO LEANDRO SE PONE EN EL MEDIO)

LEANDRO.- Pero el resultado de toda esta broma ha sido demasidado alegre para guardar el
menor resentimiento.
BARTOLO.- (AL PÚBLICO) Es verdad… (A MARTINA) Te perdono los palos recibidos, pero
prepárate a vivir de ahora en adelante respetándome como un doctor muy competente… Y no
olvides que: (AL PÚBLICO) Muchos son los que dan opiniones y consejos sin ser doctos ni
doctores, pero la culpa no es de ellos si no, de quienes lo siguen. A más de uno admira la gente,
no por su sabiduría, si no por la ignorancia de ellos mismos.

FIN

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