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EL AVARO MOLIERE

PERSONAJES

HARPAGON: Padre de Cleante y de Elisa

CLEANTE: Hijo de Arpagon y enamorado de Mariana

VALERIO: Hijo de Anselmo y novio de Elisa

MARIANA: Enamorada de Cleante y pretendida por Harpagon

ANSELMO: Padre de Valerio y de Mariana

FROSINA: Intrigante

MAESE SIMON: Corredor

MAESE JACQUES: Cocinero y cochero de Harpagon.

LA FLECHA: Criado de Cleante

AVENILLA/MERLUZA/EL COMISARIO: Lacayos de Harpagon

Escena en Paris. (Version Mexicana)

ACTO 1

Sala en Casa de Harpagon

VALERIO, ELISA Y CLEANTE

VALERIO: Deja esa melancolía, amada Elisa y ten por seguro el total triunfo de nuestro
amor.

ELISA: ¿Cómo dudar del amor del que expuso su vida por salvarme del furor de las olas,
del que, siendo caballero, viste la librea del lacayo por permanecer a mi lado? Es mi
padre con su terrible avaricia, quien motiva mi desasosiego.

VALERIO: Confia en mi astucia y busca en tu hermano un aliado para nuestro deseo;


habla con él, que yo, entretanto, con mi adulación me apoderaré poco a poco de la
voluntad del viejo. (sale).

CLEANTE: ¡Te buscaba, hermana mía! Mariana, nuestra desventurada y bella vecina, es
ya la dueña de mi corazón. Comprendo mi ligereza, pero te advierto, hermana querida,
que son inútiles todas tus reflexiones.
ELISA: ¿Por qué temes eso de mi? ¿No soy acaso tu hermana?

CLEANTE: No es eso, hermana mía, tú no amas todavía.

ELISA: ¡Hay, hermano mío! ¿Si yo te abriera mi corazón!

CLEANTE: ¿Es posible que tú…..? ¡Nuestro padre viene! Salgamos de aquí y pensemos
juntos un plan para vencer la dureza de su corazón. (Salen).

HARPAGON Y LA FLECHA. LUEGO CREANTE Y ELISA.

HARPAGON: (Persiguiendo a la Flecha) ¡Fuera! ¡Fuera sin rechistar, catedrático en


latrocinios, racimo de horca!

LA FLECHA: ¡Viejo endiablado!

HARPAGON: ¿Qué murmuras?

LA FLECHA: ¿Por qué se me despide?

HARPAGON: ¿Quién eres tú, bribón, para pedir razones? ¡Sal, antes de que te aplaste!

LA FLECHA: ¿Cuál es mi delito?

HARPAGON: ¿Tu delito? ¡Que quiero que te marches!

LA FLECHA: Vuestro hijo me ordenó que esperara.

HARPAGON: Esperas en la calle. Estoy arto de de verte en mi casa, tieso como una
estaca, fisgandolo todo, para hacer tu alijo de todo. No quiero tener delante de mí un
espía de mis asuntos, cuyos ojos malditos todo lo registran, buscando donde robar.

LA FLECHA: ¿Cómo quereis que os roben con todo guardado y vigilando sin descanso?

HARPAGON: ¡Yo guardo lo que guardo y vigilo lo que me da la gana! ¡Habráse visto el
moscón! (Aparte). ¿Sospechara de mi dinero? (En voz alta). Te creo capaz de decir por
ahí que tengo dinero guardado.

LA FLECHA: ¿Teneis dinero guardado?

HARPAGON: (Furioso). ¡No bribón, no digo eso! ¿Sólo te pregunto si has sido capaz de
esa calumnia!

LA FLECHA: ¿Qué me importa que tengáis dinero guardado? ¡Para nosotros es igual!
HARPAGON: ¿Te has vuelto razonador? Yo te haré razonar por las orejas. ¡Sal de una
vez!

LA FLECHA: Esta bien. Me marcho.

HARPAGON: Espera… ¿No te llevas nada?

LA FLECHA: ¿Qúe quereis que me lleve?

HARPAGON: Ven que te vea las manos. No, esas no. ¡Las otras!

LA FLECHA: Sólo tengo estas.

HARPAGON: ¿Y aquí? Estos bolsillos parecen hechos de encargo para ocultar lo robado.

LA FLECHA: (Suspirando). ¡Que placer sería robar a un tipo de esta calaña!

HARPAGON: ¿Qué dices de robar?

LA FLECHA: Digo que registre bien, para que no diga que me llevo nada.

HARPAGON: Eso es lo que hago.

LA FLECHA: (Como antes). ¡La peste sea con la avaricia y los avariciosos!

HARPAGON: ¿Qué dices de la avaricia?

LA FLECHA: ¡Digo que la peste sea con la avaricia y los avariciosos! ¿Creeis acaso que
hablo con vos?

HARPAGON: Creo lo que creo y quiero que me digas a quien hablas cuando dices eso.

LA FLECHA: ¡Hablo…, a mi sombrero!

HARPAGON: Y yo voy a hablar a tus costillas.

LA FLECHA: El que se pica ajos come. Mirad este bolsillo. ¿Estais tranquilo?

HARPAGON: ¡Vaya! Devuelmelo sin registrar.

LA FLECHA: ¿El que?

HARPAGON: Lo que me has robado.

LA FLECHA: ¡Yo no he robado nada!


HARPAGON: ¿De veras? ¡Vete con todos los diablos! Tú conciencia te castigará. (Sale la
flecha). Un miserable menos a registrar mis pasos. ¡No es poco trabajo el guardar en
casa diez mil escuditos de oro bonito! Los cofres siempre han infundido demasiadas
sospechas, pero no estoy seguro todavía de haber acertado al enterrarlos en el jardín.
(Aparecen Cleante y Elisa). ¡Cielos! ¿Me habré traicionado? (A sus hijos). ¿Qué haces
ahí? ¿Habeis escuchado mis palabras?

CLEANTE: No, padre mío. Nosotros venáimos…

HARPAGON: No; sino tiene ninguna importancia. Hablara para mí y me decía de lo


dichoso que es el hombre que puede tener diez mil escudos de oro.

CLEANTE: No creo que os hagan mucha falta.

HARPAGON: ¿Cómo? ¿Soy rico? ¡Es terrible que mis propios hijos me traicionen
haciéndose eco de la maledicencia! Tales habladurías, y los despilfarros que tú haces,
serán la causa de que algún día me degüellen para robarme.

CLEANTE: ¿Mis despilfarros? ¿Qué despilfarros son los míos?

HARPAGON: Y este escandaloso vestido, ¿no es algo que clama venganza? Pero dejemos
esto. Quiero hablaros de otro asunto . (Los hermanos hablan entre ellos). ¿Intentarán
robarme? (En voz alta). ¿Qué quieren decir esas señas?

ELISA: Padre mío; Cleante y yo queríamos deciros algo.

HARPAGON: Yo también tengo algo que comunicaros.

CLEANTE: Es de matrimonio de lo que nosotros…

HARPAGON: De matrimonio es también mi asunto.

ELISA: ¡Oh, padre mío!

HARPAGON: ¿Por qué te lamentas?

CLEANTE: El matrimonio, tal como vos lo entendéis, nos espanta.

HARPAGON: No asustaros. Yo sé perfectamente lo que conviene a cada uno de nosotros.


¿Conoceis a una joven llamada Mariana?

CLEANTE: ¡Sí, padre mío!

HARPAGON: ¿Qué te parece?


CLEANTE: ¡Adorable!

HARPAGON: ¿Su rostro?

CLEANTE: ¡Bellísimo!

HARPAGON: ¿Crees que será un buen partido?

CLEANTE: ¡El único!

HARPAGON: ¿Crees que será un buen partido?

CLEANTE: ¡El único!

HARPAGON: ¿Crees que un esposo sería feliz con ella.

CLEANTE: ¡Sin ella es como no es posible la felicidad!

HARPAGON: Lo único malo es que no tiene dinero alguno…

CLEANTE: ¡Qúe importa la fortuna cuando de la felicidad se trata!

HARPAGON: Me satisface que estemos de acuerdo y hoy mismo me voy a casar con ella.

CLEANTE: (Aterrado). ¿Qué decis? ¿Qué vais a casaros con ella?

HARPAGON: ¿Es que no hablo claro? Sí, hijo mío. Que- voy-a-ca-sar-me-con-Ma-ri-a-na.

CLEANTE: ¡Me siento desmayar! Perdonad que me retire.

HARPAGON: No será nada. Vete a la cocina y bebe un gran vaso de agua clara. ¡Que
jóvenes estos, que tienen menos sangre que un pollito! Esto es, hija mía, lo que he
decidido: Marianita para mí; una viuda riquisíma para tu hermano y para ti el señor
Anselmo.

ELISA: (Haciendo una reverencia). Perdonad, padre mío, pero no deseo casarme.

HARPAGON: (Haciendo otra reverencia). Perdonad, hija mía, pero yo quiero que te
cases.

ELISA: (Otra reverencia). Excusadme, hija mía, pero si te casarás.

HARPAGON: (Reverencia). Excusadme, hija mía, pero si te casarás.

ELISA: (Reverencia). Soy la más humilde servidora del señor Anselmo, pero, con vuestro
permiso, no me casaré con él.
HARPAGON: (Reverencia): Y yo soy vuestro más humilde servidor, pero, sin vuestro
permiso, te casarás con él esta misma noche.

ELISA: ¿Esta noche?

HARPAGON: Esta noche.

ELISA: ¡No, padre mío!

HARPAGON: ¡Sí, hija mía!

ELISA: Antes me mataré.

HARPAGON: No te mataras y te casarás. ¿Es esta manera de contestar a su padre? ¿Qué


apuestas a que todo el mundo aprobará mi elección?

ELISA: Y yo estoy segura de que ninguna persona de juicio hará tal cosa.

HARPAGON, ELISA Y VALERIO

HARPAGON: Aquí esta Valerio. ¿Quieres que le hagamos árbitro de nuestra diferencia?

ELISA: Sí; y aceptaré gustosa lo que él decida.

HARPAGON: Sea. Ven aquí, Valerio. ¿Quién tiene razón, mi hija o yo?

VALERIO: ¡Vos, señor! ¿Quién puede dudarlo?

HARPAGON: ¿Sabes de que hablamos?

VALERIO: No; pero vos no podeís equivocaros y la razón es vuestra.

HARPAGON: Yo pretendo casar a Elisa esta misma noche con un hombre serio y rico, el
señor Anselmo, y la necia se burla de mis deseos. ¿Qué te parece?

VALERIO: ¿A mí?

HARPAGON: Sí, a ti.

VALERIO: Me parece que vos tenéis toda la razón, pero que ella no está equivocada.

HARPAGON: ¿Cómo? ¡Un hombre que se compromete a aceptar la novia sin dote!

VALERIO: ¿Sin dote? En ese caso me callo. ¿Veis? Esa es una razón convincente. ¡Claro
que la diferencia de años es cosa siempre digna de tenerse en cuenta!

HARPAGON: ¡Sin dote!


VALERIO: Esa palabra lo cambia todo. Pero no olvidéis que los sentimientos de una
muchacha…

HARPAGON: ¡Sin dote!

VALERIO: ¿Sin dote! Habéis vencido. ¿Quién es capaz de resistir a un argumento así?

HARPAGON: (Mirando hacia el jardín). ¿Oís? Vuelvo al instante ¿Me estarán robando?
(Sale).

ELISA: ¿Qué burla es esta?

VALERIO: ¿Por favor, amada mía! Es el único medio de ganar tiempo. ¿Qué lograríamos
con llevarle la contraria? Despertar sus sospechas y perderlo todo. Confía en mi amor.
En último extremo recurriremos a la huída. (Viendo a Harpagon que vuelve). ¡Es
necesario que la hija obedezca siempre al padre y el dinero ha sido siempre y será la
cosa más hermosa y preciada del mundo!

HARPAGON: ¡Así se habla!

VALERIO: Perdonad, señor, pero es que…

HARPAGON: ¡Nada de eso! Estoy encantado de tu proceder y te ordeno que la vigiles


hasta que contraiga matrimonio. (Salen Valerio y Elisa). ¡Buen muchacho! ¿Dichoso el
amo que, cual yo, puede tener un criado de su condición.

ACTO II

CLEANTE Y LA FLECHA

CLEANTE: ¿Dónde te has metido? ¿Conseguiste el dinero?

LA FLECHA: Sí; aquí tenéis las condiciones del préstamo. ¿Leo? (Leyendo). “Supuesto que
el presta vea todas las seguridades necesarias de quien lo recibe y siendo éste mayor de
edad y de familia de bienes sólidos y libres de toda hipoteca, se extenderá una escritura
ante notario que, para este efecto, será el del prestador.

El prestador, para no cargar su conciencia, dejará su dinero a un dieciocho por ciento”.

CLEANTE: ¡Diablo de conciencia!

LA FLECHA: “Como el prestador no posee la cantidad necesaria, y con objeto de dar


gusto al demandante ha tenido que pedirla prestada a otro que le cobra un ocho por
ciento, exige que el demandante pague este ocho por ciento sin prejuicio del otro
dieciocho, en consideración a que esto lo hace para servirle”.

CLEANTE: ¡Ah, turco miserable! ¡Qué avaro, qué chupasangre es ese?

LA FLECHA: “De los quince mil francos que le piden, el prestador sólo puede prestar doce
mil en dinero y por los otros tres mil restantes el demandante tomará los efectos que a
continuación se detallan. Una cama de columnas salomónicas con sobrecama amarillo
canario un poco deteriorado, sillas, etc, todo ello en buen uso y de fácil arreglo”.

CLEANTE: ¡Usurero infame! ¿Para qué quiero yo esos trastos?

LA FLECHA: “Una bandurria sin cuerdas ni clavijas, un juego de la oca, cosa muy útil y
divertida para los momentos de inactividad, una piel de lagarto rellena de paja, objeto
artístico propio de la decoración del hogar, un horno de ladrillo con dos alambiques y
dos retortas, utilísimo para los aficionados al curioso arte de destilar. Todo ello en buen
uso y con un valor muy superior al de tres mil francos, y dejado en esta cantidad para
demostrar la buena voluntad del prestador”.

VALERIO: ¡Que la peste ahogue a ese avaro, usurero, chupasangre, que me obliga a
aceptar tales condiciones. ¡Que a tal cosa me conduzca la maldita avaricia de mi padre!
Déjame ese papelucho que lo lea otra vez. (Se retiran al fondo).

MAESE SIMON Y HARPAGON

MAESE SIMÓN: (Hablando con Harpagon y sin ver a Cleante y su escudero). Se trata de
un joven, apurado de tal forma que aceptará todas vuestras condiciones.

HARPAGON: ¿No habrá peligro? ¿Conocéis el nombre y fortuna de nuestro cliente?

MAESE SIMÓN: Lo que puedo aseguraros es que es rico, sin madre, y que se
comprometerá, a poco que le apretéis, a que su padre muera en el término de ocho
meses.

HARPAGON: ¡Ya es algo! ¡La caridad nos obliga a tanto!

LA FLECHA: ¡Mirad señor! Maese Simón con vuestro padre!

MAESE SIMÓN: (Viendo a la Flecha). Aquí está el joven que desea vuestro préstamo.

HARPAGON: ¿Cómo? ¿Eres tú el que busca mi ruina en tan desventajosos negocios?

CLEANTE: ¿Cómo? ¿Sois vos quien busca la riqueza de tan miserable manera?
HARPAGON: ¿No te avergüenzas de tal felonía?

CLEANTE: ¿No enrojecéis de ejercitar semejante “negocio”?

HARPAGON: ¡Quítate de mí vista, pillete!

CLEANTE: ¿Quién es más culpable? ¿El que busca por necesidad o el que roba lo que no
necesita?

HARPAGON: Retírate, que me alegro de este incidente para estar más sobre visto que
nunca. (Sale Maese Simón, Harpagón y Cleante).

LA FLECHA, FROSINA

LA FLECHA: ¿Eres tú, Frosina? ¿Buscas al patrón?

FROSINA: Tengo un pequeño asuntillo del que espero sacar algo.

LA FLECHA: ¿”Sacar”? ¿”Sacar algo”? Ya puedes tomar asiento.

FROSINA: Hay cierta clase de servicios…

LA FLECHAS: No le conoces. El señor Harpagón es de todos los humanos, el humano


menos humano de los humanos. El más duro y roñoso de todos los mortales. Es tal su
aversión a la palabra “dar” que jamás ha dicho yo “os doy” los buenos días. Sino “Yo os
presto” los buenos días. Aquí le tenéis. (Sale la Flecha).

FROSINA, HARPAGON

FROSINA: No será tanto. Yo conozco los rincones del corazón, y el arte de sonsacar a los
hombres.

HARPAGÓN: No veo nadie sospecgoso. ¿Qué tal, Frosina?

FROSINA: ¡Dios sea loado! ¿Qúe hacéis para rejuvenecernos de día en día?

HARPAGÓN: ¿Yo? No obstante, tengo ya sesenta años cumplidos.

FROSINA: ¿Sesenta años? ¡La flor dela vida! Con esa salud y esa gallardía tenéis vida
para un siglo. Estoy segura de que, a este paso, enterraréis a vuestros hijos y a los hijos
de vuestros hijos.

HARPAGÓN: ¡Más vale así! ¿Cómo van nuestros asuntos?


FROSINA: ¡Qué pregunta! ¿No conocéis mi habilidad para los casorios? Esta tarde
vendrá Marianita para asistir a los esponsales de vuestra hija y después saldrá en
vuestra carroza hasta la feria. ¿Qué os parece para el primer día?

HARPAGÓN: ¡Magnifico, Frosina! Les prestare mi carroza sin interés alguno. Pero,
escúchame: ¿No será posible conseguir que su madre le diera algo en dote? ¿Dónde se
ha visto tomar una esposa sin nada?

FROSINA: ¿Sin dote una muchacha que tiene doce mil libras de renta?

HARPAGÓN: ¿Es posible?

FROSINA: Primero: Come tan poco, que su alimento supone de salida un ahorro de lo
menos cinco mil libras. Segundo: Odia de tal manera los trajes costosos que esto hace
por lo poco otras cuatro mil libras. Y tercero: aborrece el juego, cosa que bien supone
otras tres mil libras. Sumad estas partidas y veréis que hacen doce mil libras juntas.

HARPAGÓN: No está mal, pero todo eso es hablar de la mar y yo quiero algo contante y
sonante. Por otra parte, temo también que mi edad no sea de su agrado.

FROSINA: ¡No la conocéis! Su aversión por la juventud es tan grande como su amor por
la madurez. Los más ancianos son los más atractivos para ella y no hay nada que la
produzca tanta ilusión como una gran barba blanca, ni nada que la ruborice como una
gran nariz, a ser posible como un par de gafas bien gruesas.

HARPAGÓN: Verdaderamente mi salud es perfecta, y si no fuera por este asma que me


ataca un par de veces por día…

FROSINA: ¿Qué decís? ¡Si esa tosecilla es uno de vuestros principales encantos!
(Harpagón sonríe). A propósito, señor, quería pediros… (Harpagón se pone serio); tengo
un pequeño apurillo… ¡Si vierais su sonrisa al hablar de vos! (Harpagón alegre).

HARPAGÓN: Gracias, Frosina, te agradezco todo lo que haces por mí.

FROSINA: ¡Por favor, señor! ¡Mi necesidad es tan grande!

HARPAGÓN: Hasta luego. Voy a ordenar que preparen la carroza.

FROSINA: ¡Señor, no sabéis cuán grande es mi miseria! ¡Señor! (Sale Harpagón). ¡Que la
rabia te coma, miserable carcamal de todos los diablos! ¡Si tú no me das nada ya sabré
buscarlo en la parte contraria que está deseando mi ayuda!
ACTO II

HARPAGON DA ORDENES A TODOS SUS SERVIDORES, QUE LE ESCUCHAN EN CORRO.

HARPAGÓN: ¡Atención todos! Tú, Claudia, limpiarás los muebles cuidando de no frotar
demasiado para no desgastarlos. Además cuidarás la vajilla, sabiendo que si algo se
rompe me lo cobraré de tu sueldo.

MAESE SANTIAGO: Represalias políticas.

HARPAGÓN: Vosotros, serviréis las bebidas, cuidando hacerlo únicamente con aquellos
que os insistan y sin ofrecer jamás, como hacen algunos criados impertinentes.

MAESE SANTIAGO: Sí, hijos míos; que la abstinencia es muy sana y el vino se sube a la
cabeza.

AVENILLA: Esta casaca, en la delantera, tiene una mancha grande de cera.

MERLUZA: Y mi pollera, un gran boquete, en la trasera.

HARPAGÓN: ¡Pues pones tu sombrero sobre el pechero, y tú con tu rodete, tápete el


boquete, ¡impertinente! ¡Maese Santiago, hablo con vos!

MAESE SANTIAGO: ¿A quién queréis hablar? ¿Al cocinero o al cochero?

HARPAGÓN: A los dos.

MAESE SANTIAGO: Esperad. (Se quita la casaca y aparece vestido de cocinero). ¿Decías?

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