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PERSONAJES
FROSINA: Intrigante
ACTO 1
VALERIO: Deja esa melancolía, amada Elisa y ten por seguro el total triunfo de nuestro
amor.
ELISA: ¿Cómo dudar del amor del que expuso su vida por salvarme del furor de las olas,
del que, siendo caballero, viste la librea del lacayo por permanecer a mi lado? Es mi
padre con su terrible avaricia, quien motiva mi desasosiego.
CLEANTE: ¡Te buscaba, hermana mía! Mariana, nuestra desventurada y bella vecina, es
ya la dueña de mi corazón. Comprendo mi ligereza, pero te advierto, hermana querida,
que son inútiles todas tus reflexiones.
ELISA: ¿Por qué temes eso de mi? ¿No soy acaso tu hermana?
CLEANTE: ¿Es posible que tú…..? ¡Nuestro padre viene! Salgamos de aquí y pensemos
juntos un plan para vencer la dureza de su corazón. (Salen).
HARPAGON: ¿Quién eres tú, bribón, para pedir razones? ¡Sal, antes de que te aplaste!
HARPAGON: Esperas en la calle. Estoy arto de de verte en mi casa, tieso como una
estaca, fisgandolo todo, para hacer tu alijo de todo. No quiero tener delante de mí un
espía de mis asuntos, cuyos ojos malditos todo lo registran, buscando donde robar.
LA FLECHA: ¿Cómo quereis que os roben con todo guardado y vigilando sin descanso?
HARPAGON: ¡Yo guardo lo que guardo y vigilo lo que me da la gana! ¡Habráse visto el
moscón! (Aparte). ¿Sospechara de mi dinero? (En voz alta). Te creo capaz de decir por
ahí que tengo dinero guardado.
HARPAGON: (Furioso). ¡No bribón, no digo eso! ¿Sólo te pregunto si has sido capaz de
esa calumnia!
LA FLECHA: ¿Qué me importa que tengáis dinero guardado? ¡Para nosotros es igual!
HARPAGON: ¿Te has vuelto razonador? Yo te haré razonar por las orejas. ¡Sal de una
vez!
HARPAGON: Ven que te vea las manos. No, esas no. ¡Las otras!
HARPAGON: ¿Y aquí? Estos bolsillos parecen hechos de encargo para ocultar lo robado.
LA FLECHA: Digo que registre bien, para que no diga que me llevo nada.
LA FLECHA: (Como antes). ¡La peste sea con la avaricia y los avariciosos!
LA FLECHA: ¡Digo que la peste sea con la avaricia y los avariciosos! ¿Creeis acaso que
hablo con vos?
HARPAGON: Creo lo que creo y quiero que me digas a quien hablas cuando dices eso.
LA FLECHA: El que se pica ajos come. Mirad este bolsillo. ¿Estais tranquilo?
HARPAGON: ¿Cómo? ¿Soy rico? ¡Es terrible que mis propios hijos me traicionen
haciéndose eco de la maledicencia! Tales habladurías, y los despilfarros que tú haces,
serán la causa de que algún día me degüellen para robarme.
HARPAGON: Y este escandaloso vestido, ¿no es algo que clama venganza? Pero dejemos
esto. Quiero hablaros de otro asunto . (Los hermanos hablan entre ellos). ¿Intentarán
robarme? (En voz alta). ¿Qué quieren decir esas señas?
CLEANTE: ¡Bellísimo!
HARPAGON: Me satisface que estemos de acuerdo y hoy mismo me voy a casar con ella.
HARPAGON: ¿Es que no hablo claro? Sí, hijo mío. Que- voy-a-ca-sar-me-con-Ma-ri-a-na.
HARPAGON: No será nada. Vete a la cocina y bebe un gran vaso de agua clara. ¡Que
jóvenes estos, que tienen menos sangre que un pollito! Esto es, hija mía, lo que he
decidido: Marianita para mí; una viuda riquisíma para tu hermano y para ti el señor
Anselmo.
ELISA: (Haciendo una reverencia). Perdonad, padre mío, pero no deseo casarme.
HARPAGON: (Haciendo otra reverencia). Perdonad, hija mía, pero yo quiero que te
cases.
ELISA: (Reverencia). Soy la más humilde servidora del señor Anselmo, pero, con vuestro
permiso, no me casaré con él.
HARPAGON: (Reverencia): Y yo soy vuestro más humilde servidor, pero, sin vuestro
permiso, te casarás con él esta misma noche.
ELISA: Y yo estoy segura de que ninguna persona de juicio hará tal cosa.
HARPAGON: Aquí esta Valerio. ¿Quieres que le hagamos árbitro de nuestra diferencia?
HARPAGON: Sea. Ven aquí, Valerio. ¿Quién tiene razón, mi hija o yo?
HARPAGON: Yo pretendo casar a Elisa esta misma noche con un hombre serio y rico, el
señor Anselmo, y la necia se burla de mis deseos. ¿Qué te parece?
VALERIO: ¿A mí?
VALERIO: Me parece que vos tenéis toda la razón, pero que ella no está equivocada.
HARPAGON: ¿Cómo? ¡Un hombre que se compromete a aceptar la novia sin dote!
VALERIO: ¿Sin dote? En ese caso me callo. ¿Veis? Esa es una razón convincente. ¡Claro
que la diferencia de años es cosa siempre digna de tenerse en cuenta!
VALERIO: ¿Sin dote! Habéis vencido. ¿Quién es capaz de resistir a un argumento así?
HARPAGON: (Mirando hacia el jardín). ¿Oís? Vuelvo al instante ¿Me estarán robando?
(Sale).
VALERIO: ¿Por favor, amada mía! Es el único medio de ganar tiempo. ¿Qué lograríamos
con llevarle la contraria? Despertar sus sospechas y perderlo todo. Confía en mi amor.
En último extremo recurriremos a la huída. (Viendo a Harpagon que vuelve). ¡Es
necesario que la hija obedezca siempre al padre y el dinero ha sido siempre y será la
cosa más hermosa y preciada del mundo!
ACTO II
CLEANTE Y LA FLECHA
LA FLECHA: Sí; aquí tenéis las condiciones del préstamo. ¿Leo? (Leyendo). “Supuesto que
el presta vea todas las seguridades necesarias de quien lo recibe y siendo éste mayor de
edad y de familia de bienes sólidos y libres de toda hipoteca, se extenderá una escritura
ante notario que, para este efecto, será el del prestador.
LA FLECHA: “De los quince mil francos que le piden, el prestador sólo puede prestar doce
mil en dinero y por los otros tres mil restantes el demandante tomará los efectos que a
continuación se detallan. Una cama de columnas salomónicas con sobrecama amarillo
canario un poco deteriorado, sillas, etc, todo ello en buen uso y de fácil arreglo”.
LA FLECHA: “Una bandurria sin cuerdas ni clavijas, un juego de la oca, cosa muy útil y
divertida para los momentos de inactividad, una piel de lagarto rellena de paja, objeto
artístico propio de la decoración del hogar, un horno de ladrillo con dos alambiques y
dos retortas, utilísimo para los aficionados al curioso arte de destilar. Todo ello en buen
uso y con un valor muy superior al de tres mil francos, y dejado en esta cantidad para
demostrar la buena voluntad del prestador”.
VALERIO: ¡Que la peste ahogue a ese avaro, usurero, chupasangre, que me obliga a
aceptar tales condiciones. ¡Que a tal cosa me conduzca la maldita avaricia de mi padre!
Déjame ese papelucho que lo lea otra vez. (Se retiran al fondo).
MAESE SIMÓN: (Hablando con Harpagon y sin ver a Cleante y su escudero). Se trata de
un joven, apurado de tal forma que aceptará todas vuestras condiciones.
MAESE SIMÓN: Lo que puedo aseguraros es que es rico, sin madre, y que se
comprometerá, a poco que le apretéis, a que su padre muera en el término de ocho
meses.
MAESE SIMÓN: (Viendo a la Flecha). Aquí está el joven que desea vuestro préstamo.
CLEANTE: ¿Cómo? ¿Sois vos quien busca la riqueza de tan miserable manera?
HARPAGON: ¿No te avergüenzas de tal felonía?
CLEANTE: ¿Quién es más culpable? ¿El que busca por necesidad o el que roba lo que no
necesita?
HARPAGON: Retírate, que me alegro de este incidente para estar más sobre visto que
nunca. (Sale Maese Simón, Harpagón y Cleante).
LA FLECHA, FROSINA
FROSINA, HARPAGON
FROSINA: No será tanto. Yo conozco los rincones del corazón, y el arte de sonsacar a los
hombres.
FROSINA: ¡Dios sea loado! ¿Qúe hacéis para rejuvenecernos de día en día?
FROSINA: ¿Sesenta años? ¡La flor dela vida! Con esa salud y esa gallardía tenéis vida
para un siglo. Estoy segura de que, a este paso, enterraréis a vuestros hijos y a los hijos
de vuestros hijos.
HARPAGÓN: ¡Magnifico, Frosina! Les prestare mi carroza sin interés alguno. Pero,
escúchame: ¿No será posible conseguir que su madre le diera algo en dote? ¿Dónde se
ha visto tomar una esposa sin nada?
FROSINA: ¿Sin dote una muchacha que tiene doce mil libras de renta?
FROSINA: Primero: Come tan poco, que su alimento supone de salida un ahorro de lo
menos cinco mil libras. Segundo: Odia de tal manera los trajes costosos que esto hace
por lo poco otras cuatro mil libras. Y tercero: aborrece el juego, cosa que bien supone
otras tres mil libras. Sumad estas partidas y veréis que hacen doce mil libras juntas.
HARPAGÓN: No está mal, pero todo eso es hablar de la mar y yo quiero algo contante y
sonante. Por otra parte, temo también que mi edad no sea de su agrado.
FROSINA: ¡No la conocéis! Su aversión por la juventud es tan grande como su amor por
la madurez. Los más ancianos son los más atractivos para ella y no hay nada que la
produzca tanta ilusión como una gran barba blanca, ni nada que la ruborice como una
gran nariz, a ser posible como un par de gafas bien gruesas.
FROSINA: ¿Qué decís? ¡Si esa tosecilla es uno de vuestros principales encantos!
(Harpagón sonríe). A propósito, señor, quería pediros… (Harpagón se pone serio); tengo
un pequeño apurillo… ¡Si vierais su sonrisa al hablar de vos! (Harpagón alegre).
FROSINA: ¡Señor, no sabéis cuán grande es mi miseria! ¡Señor! (Sale Harpagón). ¡Que la
rabia te coma, miserable carcamal de todos los diablos! ¡Si tú no me das nada ya sabré
buscarlo en la parte contraria que está deseando mi ayuda!
ACTO II
HARPAGÓN: ¡Atención todos! Tú, Claudia, limpiarás los muebles cuidando de no frotar
demasiado para no desgastarlos. Además cuidarás la vajilla, sabiendo que si algo se
rompe me lo cobraré de tu sueldo.
HARPAGÓN: Vosotros, serviréis las bebidas, cuidando hacerlo únicamente con aquellos
que os insistan y sin ofrecer jamás, como hacen algunos criados impertinentes.
MAESE SANTIAGO: Sí, hijos míos; que la abstinencia es muy sana y el vino se sube a la
cabeza.
MAESE SANTIAGO: Esperad. (Se quita la casaca y aparece vestido de cocinero). ¿Decías?