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EL FRANCOTIRADOR

FRANCO EL TIRADOR
D´ARTOIR, EL FRANCO
TIRAR CON EL FARDO

Tapa: Marcos Brinnand

EDITADO, DIAGRAMADO, IMPRESO Y ARMADO


AUTOGESTIONADO EN EL TALLER
DE LA COMUNIDAD HUAYRA HUASI
SOTO AVENDAÑO S/N – Bº ALTO INDEPENDENCIA
(4630) HUMAHUACA
JUJUY- ARGENTINA
Web: www.raulprchal.com.ar
E-mail: raulprchal@yahoo.com.ar
intirupay@hotmail.com
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REPRODUZCA ESTE LIBRO
POR CUALQUIER MEDIO
Y HAGALO CIRCULAR
CITANDO AL AUTOR

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Primera edición 1987
Rafael Restaino – Julio Banfi
Pergamino-Provincia de Buenos Aires

Tapa: Magda Banach

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CONTRATAPA DE LA PRIMERA EDICIÓN

“Yo soy el hombre, yo sufrí, yo estuve ahí”


W. Whitman

Por medio de chorros de frases cortadas por falsos puntos y tímidas


comas que nos hace recordar a un solista de jazz soplando
improvisadamente, en un tono elegíaco-sentimental, este francotirador
crónico que es Raúl Prchal nos muestra a través de su personaje, Alfonso
Kumovic, fanático, de mediados del siglo XX, cuyos gustos y sueños están
forjados en la década del sesenta, donde se sentía posible la ascensión
individual orquestada con las necesidades de un grupo o comunidad
entendida esta como una sociedad en miniatura. Esto aún sigue siendo
para su autor su más resplandeciente estrella.
Es el mismo Prchal el que deambula por esta novela, con sus dudas
dolorosas, con el conocimiento de su propia debilidad, buscando con
desesperación mediante diferentes experiencias lograr una paz y armonía
anhelada y perdida. El conocimiento de uno mismo, pero aquel que es
hondo y no configurable por la ciencia y la cultura sino por los impulsos
legítimos del corazón. Clama por la restitución de estas autenticidades que
la civilización, la técnica, estados e iglesias han agotado. La restitución de
lo que ha sido llamado el “culto a lo primitivo”.
Raúl Prchal ha sabido tender su arco a fondo para escribir, ahora lo
puede dejar en un clavo para ir a tomar unos vinos con sus amigos
músicos, copleros y pastores de Humahuaca pues la flecha ya anda por el
aire y se clavará en el blanco.

RAFAEL RESTAINO

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BREVE RELATO DE LA COMUNIDAD HUAYRA HUASI

Desde mi participación en el mural colectivo del TANTANAKUY


de 1986, en las paredes derribadas hoy por el Banco Macro, me sentí
integrante de esta comunidad y me une una particular amistad con el
fundador. Hemos transitado juntos y por separado caminos reales e
irreales, caminos con historias, con pasiones. Hemos amado, nos han
despreciado y calumniado pero jamás olvidamos el horizonte de vivir,
convivir en comunidad, compartir ideas, momentos, seguir persiguiendo
esa Utopía de la Autogestión, como fuente de convivencia y expresión
artística de todo ser humano.
Un lugar de coexistencia en donde se integren personas de
diferentes culturas y/o creencias.
La Utopía es posible. Luego de años de silencio, sin haber
abandonado la lucha y resistencia, emerge nuevamente la Comunidad
Huayra Huasi de Humahuaca. Fueron años de prueba, años de
permanecer en el desierto irreal donde el espíritu se forma en la infinita
perseverancia o es doblegado por las dudas e incertidumbres de la
condición humana.
Así fue que mantuvimos el viejo Castillo, herido, pero con sus
puertas abiertas con la esperanza de cambiar el mundo, desde nuestro
lugar, desde la Quebrada hacia los cuatro puntos cardinales.
Lanzar la Segunda Edición de “El Francotirador”, proyectar el
cortometraje “La Muerte del Sol”, guión de Raúl Prchal, dirección de
Facundo Flores, los documentales en formato digital de mi autoría,
ilustran los años de la comunidad, de esa experiencia llamada
“AUTOGESTION”, de la Huayra Huasi, voz quechua y/o quichua para
decir Casa del Viento, si se quiere para nombrar poéticamente un sueño,
una irrealidad, una Utopía.

JUAN NIEVA

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ADVERTENCIA

Como nunca me interesó SER ALGUIEN y mucho menos


LABRARME UN PORVENIR lo único que puedo dejarles a mis hijas
Abigail y Deborah antes de partir es este canto marginal y libertario en el
que he volcado mis teorías, experiencias, manías y obsesiones. Aparecen
en sus páginas algunas personas que he conocido y otras que hubiera
deseado conocer. Si alguno de mis amigos o enemigos considera que lo
he utilizado como inspiración para crear un personaje le ruego que me
disculpe o que inicie las acciones jurídicas y legales que por derecho
correspondan. Yo solo he querido retratar arquetipos o, como el conocido
caudillo anarquista N.S.J.1, hablar por medio de parábolas para que “el
que tenga oído para oír, oiga”. He trabajado de manera inconstante,
intercalando períodos de dibujo, artesanía o borracheras. Muchas veces
se me han humedecido los ojos o he sentido el alivio que sigue al vómito
después de escribir alguna frase. Fue una intensa catarsis, un camino
tortuoso en el que me acompañaron Magda y Virginia, puntos de
referencia siempre presentes, Martín compañero del viaje irracional,
Mirta, trasmisora de nítidas imágenes que fluyen y fluyen...y todos los
que en algún momento formaron parte de HUAYRA HUASI, la
Comunidad Anarquista Transitoria, porque esos períodos de intensa
convivencia confirmaron mi profunda convicción de que la utopía es
posible y la organización prescindible. Sería más larga que la novela la
lista de todos los que en alguna medida me ayudaron a continuar la obra
proporcionándome datos que no conocía, animándome con su interés o
evitándome errores de todo tipo con críticas objetivas y certeras. A todos
ellos mi sincero agradecimiento.

EL AUTOR
En Huacapunco, a fines del Siglo XX

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Néstor Silverio Juárez

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I

- Soy el francotirador de una causa perdida - dijo Alfonso Kumovic, recostado


contra la pared de adobe de su taller mecánico - como esos japoneses que seguían
sin rendirse después del fin de la guerra. Imaginate que pronto llegará la televisión
en color aquí a Huacapunco, y yo pretendo seguir luchando solo contra la sociedad
de consumo.
Lo miré y me di cuenta de que la velada sería un fracaso. Había invitado a
Jorge, que hacía una residencia de un mes en el hospital, a conocer a Alfonso para
charlar sobre energías alternativas, sobre la zona... Ni bien llegamos Alfonso puso
una vieja pava sobre la fragua y nos cebó mate amargo en silencio. No parecía
tener muchas ganas de hablar pero de a poco fuimos engranando algunas frases.
Lamentablemente a Jorge, recién llegado de Buenos Aires, se le ocurrió decir que
había que traer el progreso a la zona, que la gente debía cambiar de vida. Fue un
desastre, porque el gringo se excitó y empezó con lo de siempre: que hubiera dado
años de su vida por vivir un solo día como vivía esa gente, que tenía raíces, que
formaba parte de un pueblo con puntos culturales de referencia, no como él, un
desarraigado, mitad yugoslavo, mitad vasco, PORTEÑO a pesar de los años que
llevaba viviendo en ese pueblito, que quería vomitar toda esa cultura que le habían
hecho mamar... Sí, ya no había forma de mantener una conversación normal. El
también se dio cuenta y trató de salir de la situación con lo del francotirador…
Hablamos desganadamente del tiempo y nos fuimos.
Aferrado a su mate con un vago ademán entre despedida y disculpa nos
saludó con expresión de acorralado.
Fue la última vez que lo vi. Al día siguiente salí con mi esposa hacia Rosario
en el tren de la madrugada; quería aprovechar unos días que me debían en el
hospital para visitar a mis padres. Cuando volvimos ya no estaba. El taller estaba a
cargo del Cresencio, un changuito que Alfonso había recogido para enseñarle el
oficio y a quien había dejado todas las herramientas. Nunca más tuve noticias de
él. Quizás este en algún lugar de Bolivia, el país que mas quería y admiraba ("Eso
es un pueblo, carajo, oponiendo el pecho desnudo a las balas... Claro, noventa por
ciento de población indígena"). Muchas veces le había preguntado por qué no
escribía sobre sus experiencias y teorías. Contestaba que no quería ponerse a
escribir con los dientes apretados y dando puñetazos sobre la mesa.
Esa última vez que nos vimos me había dicho: "Ahí tenés mas material para
TU novela", autorizándome tácitamente a escribir estas páginas...
Alfonso, cuántas veces se cruzaron nuestros caminos desde los lejanos
dieciséis años... Hasta le debo esa magnifica experiencia de haber trabajado
durante dos años en el Hospital de Huacapunco, donde llegué atraído por una
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postal con dos llamas, su firma y dirección y la palabra CORAJE escrita con
marcador grueso...

- En la Universidad te van a lavar el cerebro, viejo, te van a convertir en un


engranaje mejor pagado que mis compañeros de fábrica, pero engranaje al fin...
Hoy, mientras escribo sentado en mi consultorio de Rosario, donde
finalmente me instalé, recuerdo con nitidez esas palabras de Alfonso. Estábamos
en uno de esos bares que ya no existen, con mesas de madera quemadas por los
cigarrillos, donde un mozo viejo servia, arrastrando los pies, unos pocillos de café
de gusto incalificable. Acababa de aprobar el Curso de Ingreso a Medicina y quería
compartir mi alegría con alguien.
Hacia más de un año que no veía a Alfonso, desde ese día en el Colegio
Nacional en que me había dicho: “No sé que mierda estoy haciendo acá", y se
había ido sin completar su quinto año, poco antes de que terminaran las clases. Me
había enterado de que trabajaba en una fábrica metalúrgica y decidí ir a esperarlo a
la salida.
- ¿Qué hacés? - me dijo cuando estuvo a mi lado. Practicaba la
inexpresividad como un arte y yo le seguía el juego para evitar que se erizara y la
comunicación se volviera nula.
- Nada...
- Vamos a tomar un café.
Y fue en ese bar en que por primera vez tuve un atisbo de lo que sería la
ardua e infructuosa lucha de Alfonso por encontrar su identidad, la identidad de los
descendientes de esos inmigrantes europeos que habían poblado Buenos Aires
desde fines del siglo pasado. Personalmente nunca me molestó que mis padres
fueran italianos, al contrario, siempre admire su tesón y capacidad de trabajo. En
cambio para él su origen era una llaga que fue creciendo con el tiempo y lo llevó a
cruzar el Atlántico de ida y de vuelta como un ciego que recorriera un laberinto
circular y sin salida. En esa época, la cuestión no era tan clara, ni siquiera para él.
Estaba haciendo sus primeros contactos con la clase obrera.
- ¿Sabés? - me decía, mirando el humo del cigarrillo con los ojos
entrecerrados - Ahora entiendo por qué me fui a llorar al jardín el día que cayó
Perón. Mi familia estaba festejando y yo no pude aguantar las ganas de llorar, tuve
que rajarme con una sensación de derrota y frustración que me estrangulaba la
garganta... Que se yo, era muy chico y no entendía nada. Ahora paso ocho horas
diarias lleno de grasa y sudor con esta gente que adora al General... Sí, sí, ya se que
torturó a sus enemigos políticos y que Evita tenía un montón de joyas y... tantas
cosas. Pero andá a decirles eso a los tipos que están hace años atados a esas
máquinas, explícales que Perón los defendió por demagogia...
Y se quedó mirando por la vidriera del café, rascándose con esos dedos
sucios de los que estaba tan orgulloso, los pocos y espaciados pelos que adornaban
su mentón. Desde el otro lado de la calle nos llegaba el rugido de las máquinas
nuevamente en movimiento después del cambio de turno.
- Al principio las ocho horas se me hacían interminables - hablaba para sí
mismo mirando hacia la fábrica. - Me las pasaba mirando el reloj y calculando el
tiempo que quedaba todavía: siete horas y media... Siete y cuarto... Y el ruido... No
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te imaginas lo que es ahí adentro. Cuando salía me decía: "Soy libre". Pero no
tardé mucho en acostumbrarme al ruido y al calor como todos los demás. Empecé a
charlar con mis compañeros contándoles una historia que pudieran creer, nadie
sabe que casi termino el secundario.
- Pero... ¿Por qué no te buscaste un laburo de oficina? - le pregunté.
- ¿Estás loco? Entre mi familia y el colegio estoy asqueado. Basta de
pequeña burguesía. Necesito algo más auténtico.

Eran cortas las noches para recorrer las librerías de la calle Corrientes
después de ver la última de Chabrol o el ciclo de Bergman. Los libros robados un
poco al azar nos pusieron en contacto con Hesse, Kerowac, Sartre... y las caminatas
por calles silenciosas... y las charlas interminables... y el salón iluminado hacia
donde mirábamos desde la vereda oscura diciendo: "Mirá como se divierten y
nosotros aquí afuera como dos parias". Nunca olvidaré esa madrugada en que
Alfonso se me adelantó y avanzó, caminando encorvado y ayudándose con un palo
que había encontrado por ahí, hacia la ventana iluminada de un chalet. Era una
fiesta de cumpleaños. Se quedó inmóvil mirando hacia adentro hasta que salieron
dos muchachitos a preguntarle que quería.
- Nada... nada - les contestó con un hilo de voz.
- Pero... se siente bien.
- Si... si, ya me voy.
Y se fue caminando sobre su improvisado bastón. El tocadiscos tardó un rato
en volver a sonar en el chalet. Cuando lo alcancé para felicitarlo por su actuación
me miró con una expresión perdida, por un momento me pareció que tenía los ojos
húmedos. Reaccionó enseguida.
- Para los lobos el frío helado de la estepa.
Y caminamos hasta el amanecer por las calles desiertas bajo una luna
enorme que estiraba las sombras de las casas.

- Gracias, pero prefiero condenarme antes que aceptar el sacrificio de


alguien que murió por mí. Me parece más coherente y menos degradante.
Estabamos en la Iglesia de los Amigos de Jesús. Habíamos descubierto las
filosofías orientales y Alfonso necesitaba confrontarlas con el cristianismo de su
infancia. Con un libro sobre Buda asomando del bolsillo de su sacón de cuero
hablaba a un grupo de "jóvenes de altos ideales", como los llamaba, que lo
escuchaban entre molestos y escandalizados. Sólo una chica que me habían
presentado como Rosita se mantenía aparte, serena y atenta.
- Además es mucho más lógica la teoría de la reencarnación que nos da la
posibilidad de pagar nuestro kharma en vidas sucesivas...
En ese momento Rosita hizo un imperceptible gesto con los labios, algo
entre "chist, callate" y un esbozo de beso. Ante esto el discurso de Alfonso perdió
agresividad y fogosidad para transformarse en: "Bueno, yo solo quisiera que
dejaran el rebaño del Buen Pastor y, si no pueden ser super-hombres, que sean
hombres y no ovejas".
Al terminar la reunión caminamos hasta la parada del tranvía, Alfonso
adelante discutiendo todavía con el Pastor y yo, detrás, con Rosita.
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- Parece mentira - me decía - que este tipo sea el mismo niñito que llegó aquí
hace ocho años de la mano de su mamá. Venía con el uniforme del colegio inglés.
Se lo veía tan indefenso que creo que me enamoré enseguida de él.
- ¿Y ahora? - le pregunté.
- Ahora... - siguió caminando a mi lado en silencio - ha creado un sistema de
defensas que terminará por asfixiarlo.
- Pero vos seguís enamorada de él, como cuando eran chicos - sonrió
vagamente...
- Viejo, tu nieto se niega a apagar las velitas si vos no estas presente... -
Rosita, secándose las manos en el delantal, entra en el consultorio - Así que dejá
esa historia clínica y vení.
- ¿Historia clínica? Sí, quizás no estés del todo equivocada ¿Te acordás del
gringo Alfonso?
- Pobrecito... - su cara se entristece - ¿Dónde andará?
- A veces siento celos retrospectivos - le digo sin saber hasta que punto lo
hago en broma.
- No seas tonto ¿Sabés qué me dijo Angélica la primera vez que fui con él a
su casa? Si estaba por poner un Jardín de Infantes...

Angélica con su rostro afilado y el cabello cortado a lo varón. En el altillo de


su casa tenía el "patadómetro", una bolsa de arena colgada de una soga con la que
se daba cuando consideraba que lo merecía. También un florete que clavaba en las
vigas del techo. Siempre me había parecido un poco en pose. Alfonso la odiaba y
creo que le tenía un poco de miedo. Como siempre había logrado transformar esto
en un espectáculo. Recuerdo un cumpleaños de quince con música de los Panchos
y Pat Boone. En un rincón, mi amigo, que nunca bailaba, explicaba a quien lo
quisiera escuchar que el amor no era otra cosa que el instinto de conservación de la
especie. Se abrió la puerta y apareció Angélica. Alfonso corrió hacia ella y se
arrodilló a sus pies. “Piedad, Oh Gran Diosa, no aplastes a este mísero insecto" le
dijo con voz melodramática y, caminando hacia atrás, saltó por la ventana y
desapareció. Los que no lo conocían se quedaron sin saber como reaccionar. Rosita
me miró como pidiéndome que hiciera algo (¿Qué podía hacer?) "Por Dios, que
chiflado" se limitó a decir Angélica y la fiesta siguió su curso...

Vamos al comedor. Allí está mi nieto encantado con las velitas de su torta.
Mi padre fue albañil, yo médico de barrio, mi hijo tiene su propia clínica ¿Qué será
de éste cuando crezca? Le acaricio la cabeza con un nudo en la garganta pensando
en la situación del país y del mundo.
- Ayudame a soplar, abuelo - me dice con una sonrisa compradora. Alguien
apaga la luz, soplamos, todos aplauden y el chico sale corriendo para abrir los
regalos.
- Ya vuelvo - les digo un poco a todos y aquí estoy de vuelta, en la soledad
del consultorio, tratando de ordenar un poco estos recuerdos que me invaden...

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Combinando lecturas desordenadas con violentas polémicas Alfonso
buscaba su camino. Yo lo acompañaba aunque no compartiera su ansiedad y su
angustia.
- Para nosotros todo es probable pero nada es posible - me decía una
madrugada, después de varios “chops” en la desierta cervecería tipo Munich -
Tenemos demasiada información y ya nada nos convence. Si perteneciéramos a
una verdadera cultura tendríamos una cosmogonía satisfactoria y un dios aunque
fuera de madera. Pero... claro, a nosotros, los intelectuales superados que estamos
de vuelta de tantas cosas, no nos van a venir con esos cuentos.
La Facultad absorbía todo mi tiempo y energías; nuestros encuentros eran un
oasis en medio de la aridez del estudio. Swamis, teósofos, espiritistas y profetas de
todo pelo y color recibieron nuestras visitas de exploradores náufragos...

Bernardo, el herrero anarquista. Con su delantal de cuero sobre el torso


desnudo liaba cigarrillos con habilidad mientras charlábamos.
- Antes pensaba que debíamos tomar el poder para cambiar la sociedad, pero
no hay caso, el gobierno es malo en sí. No interesa en nombre de qué hay gente
que tiene poder sobre otra (Dios, Democracia, Proletariado...), mientras haya una
clase dirigente nada cambiará. Por eso me aparte. Quiero tener el mínimo contacto
posible con esta sociedad podrida.
Nosotros mirábamos fascinados sus gigantescas manos con muñequeras de
cuero que apoyaban sus afirmaciones con gestos aparatosos. Nacido en Valencia,
había llegado a nuestras playas poco después del fin de la Guerra Civil Española.
Sus relatos sobre levantamientos campesinos y matanzas de propietarios eran
espeluznantes. Hacía una severa autocrítica de la actuación de la Federación
Anarquista Ibérica: y la sola mención del comunismo lo hacía escupir...
- Para vivir en la Unión Soviética bajo la vigilancia de los burócratas
prefiero esta inmunda sociedad burguesa. Ya lo decía Bakunin...
Creo que fue en recuerdo de este filósofo de barrio que Alfonso incorporó
una muñequera de cuero a su atuendo años más tarde. Cuando lo vi en Francia,
poco después de mayo del 68, tenía el pelo largo, un chaleco de cuero sobre la piel,
medallones, collares de mostacilla, una pulsera de cobre y... una muñequera de
cuero con una enórme hebilla ciñendo su mano derecha.
- La derecha es la mano del trabajo. La otra representa la ideología. -
Alfonso sonreía feliz. Se sentía plenamente identificado con ese movimiento de
protesta espontáneo que el tiempo y la droga se encargarían de ahogar. Había
salido un día a dedo rumbo a Brasil. De Recife cruzó a Dakar con un vapor
carguero y, de allí, recorriendo tramos cortos entró a España por Algeciras,
Málaga, Granada, Madrid y finalmente el País Vasco tierra de sus abuelos
maternos. Allí tomó contacto con jóvenes que ya no soportaban fácilmente el
franquismo. Comprendían un poco el terror de sus padres (víctimas del primer
bombardeo a una población civil de la historia) pero ellos esperaban la muerte del
Caudillo y, durante esa espera, trataban de desestabilizar el régimen. Alfonso se
solidarizaba con su lucha pero sabía que no era la suya. Por eso después de un
tiempo había cruzado los Pirineos "hacia Europa”, como decían sus amigos
españoles. Deambuló por Francia viviendo de la artesanía o trabajos ocasionales.
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Conoció ex-estudiantes universitarios que después de mayo del 68 criaban cabras
en viejas casas de piedra a medio reconstruir, sin agua ni electricidad y con pocos
conocimientos rurales.
Pasó unos meses en la Comunidad del Arca ("por poco me quedo, pero no
pude soportar la estructura jerárquica, los votos, los horarios...") Estuvo varias
veces en Taizé donde conoció gente joven de todo el mundo, participó en marchas
de protesta contra el armamento nuclear y tuvo un paso fugaz por un grupo de
teatro independiente. Todo esto y mucho más me contaba en una extensa carta que
recibí poco antes de rendir mi examen final. Porque mientras mi amigo seguía
recorriendo su laberinto yo había continuado mis estudios con tesón y el fruto
estaba a la vista. Le contesté que, si conseguía la beca que había solicitado en
Alemania, nos veríamos el año siguiente. Y el reencuentro fue en un campamento
de protesta contra la extensión de un campo militar en el Macizo Central Francés.
Allí estaba toda la juventud contestataria de Francia y de Europa. Alfonso dormía
en una diminuta carpa de montaña, sobre una estera exhibía sus artesanías en cuero
y, al lado, las brasas para el mate.
- ¿Te acordás que antes tomaba té?... Hasta creo que en algún momento te
invité a compartir la ceremonia al estilo japonés. Bueno, en Málaga conocí a un
uruguayo que me inició en el mate y ahora no lo cambio por nada - me dijo,
mientras soplaba las brasas. Tenía una mirada luminosa y la cara y el cuerpo
tostados por el sol. Cebó el primer mate con agua apenas tibia "para no quemar la
yerba" y esperamos que la pavita comenzara a silbar mientras fumábamos unos
arrugados Galoises que sacó de su estrafalario chaleco de cuero.
Mientras mateábamos siguió contándome cosas sobre sus viajes.
- Me acuerdo de un tipo que decía que a pesar del aspecto europeo que
teníamos no había que confundirse porque éramos latinoamericanos - miraba al
vacío mientras hablaba - Nunca había entendido lo que quería decir. Recién ahora
lo comprendo: me pongo a charlar con un venezolano, peruano, hondureño... qué
se yo, con cualquier tipo de nuestra América y estamos la misma, hablamos el
mismo idioma (y no me refiero a la lengua). A pesar de su piel cobriza o negra los
siento más cerca mío que a los de piel blanca como yo. Lástima que no pueda
ponerme un cartel para identificarme... un enorme cartel que diga: Tengo pinta de
gringo pero por dentro soy otra cosa, soy... ya sé que no soy indio por dentro... es
jodido de explicar. Por eso no hago esfuerzos por pronunciar bien el francés, más
bien lo contrario... y, a veces me preguntan si soy occitano porque aquí hay toda
una reivindicación de la cultura provenzal. Es extraño pero por donde voy
encuentro minorías oprimidas que buscan su identidad. Los vascos y catalanes han
podido, al menos, mantener su idioma pero la "Languedoc” casi ha desaparecido,
queda simplemente como una forma más cercana al español de pronunciar la
lengua de los conquistadores francos del norte. Porque los franceses lo único que
tienen de latino es el idioma. Son más fríos que los nórdicos, no saben lo que
significa la hospitalidad que nosotros heredamos de árabes por vía de los
españoles.
Esa noche se armó un gran fogón en el campamento. Apareció una guitarra
que dio varias vueltas hasta que un holandés de barba entera y largas trenzas se
decidió a interpretar algo después de aclarar que era un ejecutante mediocre.
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Resultó ser un concertista de primera pero solo después de hacerse rogar mucho
consintió cantar algo más.
- Chez nous si tu veux chanter il te faudrá gagner la guitarre a coups de
poignets2 - le dijo Alfonso en su francés intencionalmente mal pronunciado y, acto
seguido, haciendo percusión con la caja de la guitarra, cantó a los gritos y con los
ojos cerrados unas coplas andinas que produjeron gran estupor a la concurrencia.
Luego casi en un susurro, comenzó una especie de glosa explicativa.
- Merde, qu’il est triste la vie sur les hautes plateaux3 - y fue levantando
la voz, hablando del viento helado, del sol terrible y de esos hombres silenciosos
aferrados a los cerros como cardones...

India de cobre sufriente


La hei visto venir
Como una flor del poniente
A perfumar mi vivir...

Siguió cantando por momentos a los gritos para pasar luego a un gemido
apenas susurrado hasta que, de golpe, abrió los ojos y me pidió un cigarrillo con
voz normal (“tenía que cortar con algo en lo que había puesto demasiado de mi
mismo” me explicó después). Todos se quedaron en silencio hasta que alguien le
pidió que tradujera las coplas. El me miró divertido.
- A ver, tratá de traducir al francés “Se me ha quedao la indiecita...” - pero,
de todas formas, les dio una traducción aproximada.
Esa noche no dormimos. El holandés de las trenzas y su compañera, una
italiana regordeta vestida con una especie de túnica morada vinieron a tomar mate
junto a la carpa. El perfume dulzón del hashish mezclado con el del Pachuli nos
envolvían. Yo me sentía un poco fuera de lugar con mi cabello corto y mis ropas
convencionales pero ellos no parecían notarlo, ansiosos como estaban porque les
habláramos de nuestro país y de Bolivia y Perú donde, según el holandés, la altura
y las ondas positivas de los incas impedirían la llegada de la radiación atómica.
Hablábamos en una extraña mezcla de francés, inglés, italiano y español, lo cual no
impedía una comunicación fluida. La tenue luz del amanecer nos encontró
adormecidos alrededor de las brasas apagadas. Ya casi no hablábamos pero
sentíamos que se había creado un lazo muy fuerte entre nosotros y, con esa
candidez propia de la juventud, estábamos seguros de que el mundo cambiaría
fundamentalmente por el poder de la no colaboración con el “Establishment”. No
contábamos con la capacidad del Sistema para neutralizar cualquier movimiento
que atentara contra el consumismo poniéndolo de moda. Remeras y pósters con el
signo de la paz o el rostro del "Che" Guevara, cantores de “protesta”
multimillonarios y artesanías hechas casi en serie. Tampoco imaginábamos que la
droga, utilizada como medio de búsqueda por Aldous Huxley y Timoty Leary,
transformaría a la gran mayoría de estos posibles gérmenes de cambio en seres

2
En nuestra tierra, si querés cantar, tendrás que ganarte la guitarra a puñetazos
3
Mierda, que es triste la vida en el altiplano
- 17 -
totalmente indiferentes y apáticos a todo lo que no fuera la forma de conseguir su
dosis diaria.
Los veo a veces en las plazas con sus barbas y sus melenas pero ya no trato
de hablar con ellos, los últimos intentos me decepcionaron totalmente. El artesano
urbano es hoy un elemento más de la cadena consumista de la cual vive. Pasa el
verano en la costa y en el invierno vuelve a Buenos Aires o recorre el interior
donde se junta con sus colegas para ver que es lo que más se vende. La creación
deja paso al análisis del mercado y cada vez es más difícil encontrar algo original
en sus muestrarios de terciopelo negro…

Finalmente la fiesta de cumpleaños ha terminado y nuestros vecinos y


amigos, al borde de la ebriedad, se llevan a los niños adormilados y lloriqueantes
empachados de torta, chocolate y gaseosa. Rosita, mi eterna secretaria de
relaciones públicas, intercambian besos, abrazos, promesas de volvernos a ver y
ruegos de “no se pierdan” mientras yo gruño algún “chau, encantado” tratando de
enfocar nuevamente el presente. No puedo decir que lo logre. Estoy sumido en el
oscuro mundo de los recuerdos. Es como cuando salgo del cine y la calle y los
vehículos me parecen irreales o cuando me despierto después de soñar
intensamente. Evidentemente envejezco ya que vivo mirando hacia atrás...
- ¿Por dónde andás viajando? - Rosita me pasa la mano delante de los ojos
sonriendo. Le devuelvo la sonrisa mientras la veo vaciar ceniceros y amontonar
vasos y pocillos de café.
- Cuando viajé a Europa todavía existían los barcos que permitían que te
fueras acostumbrando a lo que te esperaba del otro lado - sé que es un tema que he
repetido hasta el cansancio pero necesito charlar con alguien - Además las escalas
de varias horas; en lugares con sabor diferente: Bahía... Tenerife... Lisboa... Ahora,
en cambio, los aviones te trasladan de un continente al otro en pocas horas y se
detienen apenas en aeropuertos que son todos iguales.
- Me parece que necesitás unas vacaciones viejo - mi mujer es práctica y
concreta...

...Unas largas vacaciones, pero no con un grupo de gente mayor hablando de


enfermedades y achaques varios. Quisiera dejar todo en manos de mi hijo y
retirarme al desierto o a la montaña como hacen los hombres en la lndia cuando
llegan a mi edad.
Nunca más seré turista. No quiero volver a padecer lo del Tanger: tres días
acosado por aspirantes a guías y mendigos. Había llegado a Marruecos,
desviándome de mi ruta, para saborear esa “hospitalidad del desierto” que se
reflejaba en la carta de Alfonso:
...Viajando en un ómnibus destartalado hacia Marrakesh conocimos un
marroquí de Casablanca que hablaba francés y un poco de español.
Charlamos bastante durante el viaje hasta que llegamos a un parador en
medio del desierto. El tipo nos invitó a comer (pensá que éramos tres: la
pareja de belgas y yo). Le dijimos que no, que era una barbaridad.
Entonces insistió en que no le despreciáramos una taza de té. Desde
luego que aceptamos. En la casa había varias piecitas con mesas bajas y
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almohadones en el suelo. Nos trajeron agua tibia para que nos laváramos las
manos y a continuación el almuerzo.
Nuestro amigo, que se había dado el lujo de invitarnos a comer, estaba
sentado junto a otros marroquíes. Cuando le preguntamos por qué no nos
acompañaba nos dijo que si lo aceptábamos vendría gustoso. ¿Te das cuenta?
nos invitaba sin imponernos su presencia. ¡Esto es hospitalidad, hermano! ni
siquiera te obligan a hacer el esfuerzo de mantener una charla... Si después de
comer te quedás dormido el dueño de casa te cubre con una manta encantado
de que te sientas tan a gusto…

Mi experiencia fue totalmente distinta. Ni bien pisé Ceuta me sentí en un


medio ambiente hostil. Los hombres en cuclillas envueltos en sus chilabas. Las
eternas ratas de frontera que hablaban varios idiomas y conocían el valor, en el
mercado negro, de cualquier moneda del mundo. Los vendedores de hashish que,
según supe después, eran policías... Lo que más me llamó la atención fue la fuerza
de la religión. Llegada la hora de la plegaria...

-...Y también está el crucero por los canales fueguinos...


¡Ah, sí! Las vacaciones que me propone mi mujer. No consigo concentrarme
en lo que dice. Le doy un beso en la frente y vuelvo al consultorio, al pasado...

Cuando pusieron en escena Parsifal, Alfonso tuvo el tiempo justo para salir
corriendo de la fábrica cambiarse y encontrarse conmigo en la puerta del Teatro
Colón, poco antes del comienzo de la función. En el primer entreacto nos
acercamos a los músicos y los encontramos escuchando el partido de fútbol en una
radio a transistores. Esto nos sacó totalmente de clima.
- ¡Qué desgracia! - me dijo Alfonso - Me gustaría, poder vivir sin cortes tan
bruscos. Del ruido de la fábrica al mundo de Wagner y ahora esto.
Nunca logró realizar este deseo. Se movía en medios sociales totalmente
diferentes y sin comunicación entre sí: Una noche organizó un baile en su casa en
el que intentó mezclar a sus ex-compañeros de estudios con... "esos pobres obreros
que, día a día, sudan conmigo". Todo el mundo se sentía incómodo. El, sentado en
el suelo, cantó algo parecido a un lamento árabe. Luego se levantó de golpe y
comenzó a gritar: "¡Diviértanse, carajo!". Desde luego que no resultó y todos nos
fuímos temprano. También lo recuerdo en su taller de Huacapunco silbando trozos
de Wagner o Mozart mientras desarmaba algún motor o contando su historia a
medias para ocultar sus viajes. En el pueblo yo era el único que sabía que había
vivido en Europa. Sabía, además que un día había decidido volver con la misma
angustiosa urgencia con la que, años atrás, se había ído. Porque yo había sido, en
gran medida, el causante de ese regreso...

Fue después de la presentación de Susa Mercados en el Olympia de París.


Quince días antes, al salir de mi guardia en el Hospital de Dusseldorf, casi había
tropezado con Alfonso sentado sobre un bulto, envuelto en su manta multicolor. Y
allí estábamos de vuelta en Francia, aprovechando mis breves vacaciones. Una
ovación recibió a la "China" cuando comenzó a cantar con su cálida voz gruesa:
- 19 -
Salgo a caminar
por la cintura cósmica del sur…

Después de dos años en Europa no pude ni quise contener mi emoción y dejé


correr libremente las lágrimas. Alfonso, a mi lado, permanecía con los brazos
cruzados y la expresión hosca. Las canciones se sucedían: Duerme, Negrito...
Vamos, mi amor, a la zafra... Al terminar la actuación todos aplaudimos de pie.
- ¡Qué bárbara! - comenté al salir.
- ¿Cuántos francos pensás que ha embolsado esta noche? - me preguntó mi
amigo.
- ¿Y eso... a quién le calienta? - no sabía muy bien a donde quería llegar.
Todavía seguía vibrando de entusiasmo por esa Patria Grande Latinoamericana.
- ¿Creés que les pasará un porcentaje a los zafreros o a los hacheros o a las
mamas de los negritos que trabajan duramente y no les pagan?
- Qué se yo - me puse a la defensiva. Quería mantener mi nostalgia y esa
sensación de bronca justiciera que estaba comenzando a abandonarme bajo los
despiadados embates de Alfonso
- ¡Yo sí que sé! - estaba perdiendo el control, comenzó a gritar - ¡Yo se que
todos estos hijos de puta se llenan los bolsillos cantando sobre cómo sufren los
pobres... militan en la izquierda y aceptan homenajes por su lucha contra las
dictaduras militares... ! ¡Claro, total luchan desde acá y seguro que tienen una
cuenta numerada en un banco suizo para depositar lo que ganan en estos
recitales...!
- ¿Y vos, pelotudo...? ¿Qué hacés? ¿Estás luchando acaso? - nos rodeó un
grupo de gente; escuché, en sordina, comentarios en francés y en español. Seguí
levantando la voz, fuera de mí - Vos no tenés guita en el banco pero no la pasás tan
mal aquí, en Europa, viajando a dedo y vendiendo tus podridas artesanías a precio
de oro...
La furia lo abandonó repentinamente. Se quedó un rato en silencio y luego
me apretó el brazo.
- Tenés razón, hermano - me dijo en voz muy baja, mirándome a los ojos -
Gracias por el garrotazo... me voy para allá... ¡Aunque sea nadando...! Gracias,
muchas gracias... Nos vemos mañana...
Yo también me desinflé. Era la primera vez que discutíamos y casi nos
habíamos ido a las manos. Me apoye en una pared para recuperar el aliento.
Cuando reaccioné estaba solo en la calle desierta.

Al día siguiente debía volver a Alemania. Decidí almorzar en el pequeño


restaurante del Boulevard Saint Michel que conocía de mis anteriores estadías en
París. Después trataría de ubicar a Alfonso para despedirme y tratar de aclarar lo de
la noche anterior. Cuando lo vi entrar me costó reconocerlo. Tenía el cabello corto
y vestía un equipo de trabajo color gris.
- Me voy, che - me dijo poniéndome la mano sobre el hombro.
- ¿A dónde? ¿A Buenos Aires?... ¿Con qué plata? - mientras le hacía estas
preguntas noté que tenía los ojos enrojecidos - Me parece que estuviste chupando.
Se rió.
- 20 -
- Lo mismo pensó Boudhaka, el tunecino, cuando me encontró esta
madrugada sentado a un costado del Pont Neuf. No pude convencerlo de que
estaba simplemente agotado después de haber caminado toda la noche. Insistió en
acompañarme hasta lo de Claudine...
- ¿...?
- Sí, hace tiempo que lo nuestro no va más pero sigue siendo una buena
amiga... Bueno, la cuestión es que la puerta estaba abierta así que me metí y me tiré
a seguir durmiendo sobre el sofá. A eso de las once se levantó Marcel, el que vive
ahora con ella, aceptó enseguida comprarme mis “podridas artesanías” a...
- Mirá, hermano, ayer yo…
- Escuchame, ya te dije que tenías razón. La artesanía es una contradicción
en sí misma, salvo la de tipo utilitario que producen las sociedades de economía
cerrada... De todas formas, necesitaba plata urgente y cambiar de pinta. Le dejé las
pulseras y collares que llevaba puestos a cambio de que me cortara el pelo y con lo
que me dio por las cosas de cuero me compré estas pilchas y todavía me sobró
como para tirar hasta llegar a Perpignan, a la vendimia. De allí me iré a Millau, al
taller del hermano de Claudine. En pocos meses...
En la vidriera apareció la cara sonriente de un negro vestido con un elegante
traje gris. Con una mano señalaba a mi amigo y con la otra hacía la mímica de
rasurarse el cráneo. .Alfonso lo saludó con la mano y el otro se fue demostrando,
con una especie de danza, lo divertido que le había resultado el espectáculo.
- Buen tipo - me dijo Alfonso - Lástima que tenga la típica mentalidad de la
clase dominante de un país subdesarrollado. Imaginate que ha venido de Senegal a
estudiar Administración de Empresas para que las compañías francesas que
explotan su país tengan un "staff" nativo. Lo conocí en Dakar hace unos años. El
viejo estaba bien ubicado en el gobierno... por la forma en que se viste no creo que
haya variado su situación.
Se lo veía bien, renovado, dispuesto a comenzar una nueva etapa quemando
todo vestigio de la anterior. Después de comer caminamos por la Rive Gauche bajo
un débil sol otoñal.
- Tengo que volver pronto - me decía - anoche he comprendido hasta que
punto te ablanda vivir en el centro del mundo.
- ¿Qué pensás hacer en Buenos Aires? - le pregunté
- Nada. Salir rajando cuanto antes.
- ¿A dónde? ¿Al Bolsón?
- Ni loco. Conozco mucha gente allá pero ahora estoy en otra. Quiero ser
coherente con esas coplas que canto a veces... Me voy al Norte, a Jujuy…

He despertado de golpe bañado en sudor y apretando la lapicera contra estos


papeles que escribo frenéticamente. La pluma de la estilográfica quedó doblada
hacia arriba y no creo que tenga arreglo. Ninguno de los bolígrafos que tengo sobre
el escritorio sirve para nada así que he salido a recorrer la casa buscando con que
anotar el sueño antes de que las imágenes desaparezcan. Vuelvo con un lapicito de
color que mi nieto dejó tirado por ahí

- 21 -
- ¡Pepe! - me llaman. Estoy en el jardín de una casa de dos plantas con
techo de tejas. Debo salir porque me pasarán algo por una ventana que da al
exterior.
Doy la vuelta y me encuentro con una altísima pared sin ninguna
abertura. Comprendo que si quiero agarrar lo que me quieren dar debo
escalar el muro para caer en un patio interior hacia el que se abre la ventana.
Trepo con mucha dificultad porque la pared, de barro húmedo, se
deshace entre mis dedos...
Me tiembla la mano. Pronto amanecerá. Trataré de dormir un poco.

Es domingo. Todos se han ido a un asado en casa de algún pariente. Por


suerte no han insistido mucho para que los acompañara. No podría soportar las
charlas sobre fútbol, autos o política. Grandeza y miseria de los que seguimos un
camino un tanto diferente del que recorre el resto: Goces estéticos e intelectuales
sibaríticos pero también una gran soledad y, a veces, un vago temor a la locura...

- Estás loco - me dijo mi compañero peruano cuando le anuncié que volvía a


la Argentina - Estando a un paso de lograr la residencia en Alemania quieres
botarlo todo.
Me encogí de hombros. Era difícil explicarle los motivos de mi decisión.
Eran confusos, mezclados... En primer lugar estaba harto de la eficacia y
organización alemanas; de que todo estuviera previsto y que en la calle no hubiera
papeles tirados; de que el césped de todos los jardines estuviera perfectamente
cortado y que todo el mundo respetara ciegamente las indicaciones de los carteles
(Achtung, Halt...).
Además, las alarmantes noticias sobre las convulsiones sociopolíticas en
América me hacían sentir un poco culpable en mi cómodo refugio europeo. Por
otra parte, como buen tano, extrañaba a mi familia. Y por último (y por sobre
todo), una ininterrumpida y cada vez más íntima correspondencia con Rosita me
hacía ansiar un contacto más cercano y directo. Todo había comenzado con un
intercambio de augurios de fin de año y en esa época su rostro redondo y
bondadoso, que sonreía desde la foto que tenía sobre la cama, llenaba mis sueños.

Renuncié, pues al confort y me lancé en auto-stop hacia el oeste con tiempo


y dinero suficiente como para vagar por Europa con tranquilidad. La mañana de la
partida dormí hasta tarde, terminé de armar mí flamante mochila y sonreí a la
barbuda imagen que me devolvía el espejo. Era dueño de mi tiempo después de
muchos años de estudio y trabajo y, si bien tenía un itinerario esbozado, podía ir
donde me llevaran la inspiración y el azar.
Me fue bien hasta llegar a la frontera francesa. Allí pasé varias horas sin
conseguir quién me levantara. Decidí caminar un poco y armar mi pequeña carpa
donde me sorprendiera la noche. Con la semipenumbra del atardecer no distinguí el
bulto del hombre tendido al costado de la ruta hasta que no estuve sobre él. Pensé
en un accidente, un síncope o un desmayo y me arrodillé para tomarle el pulso.

- 22 -
- ¡Coño! - gritó el hombre con un vozarrón que me asustó - ¿Tampoco se
puede dormir en este país de mierda?
Me reí con ganas.
- Por mí te podés morir, gallego bruto.
- Más bruta será tu madre, chaval... Pero ¿Dónde has aprendido a hablar
como los cristianos?
Charlamos hasta que anocheció. Calculé que tendría unos cincuenta años.
Todo su equipaje se reducía a un morral de cuero. Su cabello y barba gris plomizo,
enmarcaban la cara curtida por la intemperie. Años atrás había dejado su trabajo en
Cádiz embarcándose como tripulante en un vapor noruego. Conocía la costa
atlántica del África, Madagascar y puertos de la India y el Extremo Oriente que yo
jamás había oído nombrar. Cansado del mar, un día había quemado todos sus
documentos y vivía desde entonces alegremente fuera de la ley. Mendigaba,
trabajaba o robaba según la ocasión.
Le pregunté como hacía para cruzar las fronteras sin documentos.
- Hombre... no hay barreras inviolables. Basta pasar unos días con gente de
un lado de la frontera para conocer la forma de llegar al otro. Además siempre
embolso algún dinerillo mientras me burlo de las aduanas.
La conversación derivó, lógicamente, hacia el anarquismo. Le hablé de la
lucha de los anarcosindicalistas en la Argentina y de como habían sido aplastados
por la represión y desplazados por el populismo.
- Es lógico - me dijo - no se puede jugar a dos puntas: O eres anarquista o
eres sindicalista. Pertenecer a un sindicato significa aceptar la industria, la
explotación, la deshumanización...
- ¿Y qué habría que hacer, entonces, con las fábricas?
- Volarlas con dinamita o, en el mejor de los casos, dejarlas a merced de la
naturaleza. La herrumbre y las zarzas harían el trabajo.
- Entonces mandaríamos a todos los obreros a la calle.
- A la calle no, a los campos. Sólo se utilizan dos tercios de la tierra
cultivable y, de esto, la mitad se destina a cultivos prescindibles como tabaco y
café. Son datos que los neo-malthusianos no toman en cuenta. Si organizáramos el
mundo en pequeñas comunidades que produjeran su alimento y cambiaran los
excedentes con las comunidades vecinas se eliminaría el dinero.
- Pero... ¡Eso es una utopía!
- ¡Pues, claro! Detrás de cada idea política hay una utopía, el asunto es tratar
de alejarse lo menos posible de ella.
Para mí no eran ideas desconocidas. Hasta sentía cierta atracción por ellas.
Pero no estaba de acuerdo en volver atrás. Los avances de la ciencia habían
mejorado mucho la vida del hombre especialmente en el campo de la medicina...
pero ya conocía las respuestas a ese argumento por Alfonso y sus amigos
naturistas o de movimientos ecológicos: Los intereses comerciales de los grandes
laboratorios, el hombre apartado de la naturaleza, enfermo por el stress, etc...
Preferí entonces dar rienda suelta a mis fantasías sobre la medicina: ponerme a los
pies de un brujo indígena una vez recibido o mi famoso Hospital-en-el-desierto
donde la medicina sería una actividad subsidiaria de un trabajo social profundo
basado en la permanencia en el lugar, la integración al medio... Todo esto cobró
- 23 -
dimensiones delirantes cuando Gonzalo sacó de su morral una botella de
aguardiente de origen incierto y nos pusimos a vaciarla con un empeño digno de
mejor causa. Entonces la charla filosófico-política cedió ante diálogos como:
- Oye, Pepe, haz tu hospital en el desierto. Yo seré jefe de guardia en el turno
de la noche, perseguiré a las enfermeras indígenas por los pasillos y les haré el
amor sobre las camillas...
- ¡De acuerdo! Yo te proporcionaré dosis de alguna droga afrodisíaca a
cambio de que me dejes participar en la orgía...
- Quiero volver a jadear sobre una negra de ébano mientras las fieras arañan
la pared de caña de la choza...
- Mmmm... yaahhh... La Eva primitiva y animal…arquetípica...
prehistórica...
Finalmente todo se redujo a gruñidos ininteligibles hasta que el frío de la
madrugada nos hizo castañetear los dientes. En el estado en que estábamos nos fue
imposible armar la carpa así que la utilizamos como colchón protector contra la
humedad del piso y nos cubrimos con mi bolsa de dormir. Mi cansancio era tan
intenso que los ronquidos de Gonzalo no me impidieron caer en un sueño
profundísimo. Me despertó el sol del medio día. Mi estómago era un volcán en
erupción y la cabeza me dolía de una manera atroz. Mi compañero solo despertó
con el aroma del café que yo había preparado en mi pequeño calentador. Lo
tomamos en silencio y entre los dos ordenamos mi mochila.
- Bueno viejo... - comencé a decirle.
- ¡Vete a hacer puñetas! ¡No me echarás a mí un discurso de despedida!
¡Hala! Que me voy - y, sin más, echó a andar hacia la ruta. Antes de perderse de
vista se dio vuelta y me arrojó un paquete.
- Puedes quedarte con esta basura que traje del África, pesa mucho en mi
morral - me gritó.
(Era una estatuilla negra con ojos de marfil que me miran, como todos estos años,
desde el ángulo derecho de mi escritorio. Me ha acompañado a todas partes y
cuando me siento solo, su gesto distante y altivo me recuerda que, a pesar de todo,
los francotiradores existen.)
Levanté mi mochila y corrí para agradecerle el regalo pero cuando llegué a
la ruta lo vi alejarse a grandes zancadas sin volver la vista atrás. Puse a trabajar mi
pulgar y conseguí que se detuviera un gran camión con acoplado. Le pregunté al
chofer, en alemán, si podía llevarme. Me dijo en francés:
- ¿Italien, hein?
- Non, argentin.
- C'est la meme chose... monte4
Iba a preguntarle si para él los argentinos éramos todos italianos o si le daba
lo mismo llevar a cualquiera pero no me dio tiempo. Comenzó a contarme con su
fuerte acento marsellés historias increíbles sobre la gente que había llevado en su
camión. También me puso al tanto de sus ideas políticas de derecha y me gritó que

4
- Italiano, ¿eh?
-No, argentino
-Es lo mismo, sube
- 24 -
él no era racista ya que tenía amigos negros pero que los árabes... ¡Eran una
merde!

- Hola, hombre de las cavernas - no hay ningún dejo de reproche en la voz de


Rosita mientras se sienta sobre el escritorio y me acaricia el cabello con dulzura -
Me trajeron los Shultz, nos quieren mostrar las diapositivas de su viaje a Europa.

¡Por Dios...! Tengo pocas ganas de ver a esta joven y próspera pareja de
médicos que planean asociarse con mi hijo en la Clínica. Quieren incorporar
especialidades rentables: Cirugía Plástica, Alergias... Pero, ¿Tengo derecho a
juzgarlos? Albert Schweitzer murió hace años y yo no hice realidad mi sueño
del hospital al borde del desierto. Quizás me faltó ese "Coraje" con que
terminaba Alfonso sus breves cartas a manera de saludo y proclama...

- Ya las vi - le contesto con brusquedad.


- Imposible. Han llegado hace dos días y es la primera visita que hacen fuera
de la familia.
- Las adivino: Gabriela en la Alhambra, Pablo bajo el Arco de Triunfo, los
dos frente al Coliseo o en una góndola por los hediondos canales de Venecia.
- Sos incorregible, viejo - mi mujer se ríe, me toma del brazo y anula mi
resistencia con un tierno beso en los labios.
Y aquí estoy soportando toda Europa en quince días sin poder creer que en
ese lapso se puedan sacar tantas fotos. Pobre gente, no ha tenido tiempo ni para ir
al baño. La sala esta a oscuras y Rosita se encarga de los comentarios y
exclamaciones. Me gustaría dormir un rato pero mi nieto tiene el televisor a todo
volumen en el comedor. Me llegan las ridículas voces aflautadas de los dibujos
animados. Tarzán o Sandokan, nuestros héroes radiales de la infancia, sólo se
valían de su fuerza y astucia para luchar contra “los malos”. Hoy los superhéroes
cuentan con sofisticados aparatos nucleares o se transforman en seres capaces de
detener con sus puños un avión en el aire. ¿Qué confianza en sí mismo tendrá
mañana este chico? Su fe en la técnica será absoluta y en algún lugar de su
inconsciente esperará siempre que algún superhombre solucione los problemas del
mundo. ¡Buen elemento para sustentar dictaduras autocráticas! Además la
imaginación ha desaparecido de los juegos infantiles. Nosotros inventábamos
personajes, situaciones. Alfonso y su hermano habían creado un lugar y su historia.
Me lo contó una vez en un puesto de salud cerca de Huacapunco. Yo le había
conseguido un reemplazo como chofer y estábamos coqueando y tomando ginebra.
Sólo se oía el monótono sonido del farol a gas. El agente sanitario, nacido y criado
en la Puna, dormitaba en su silla. Finalmente se puso de pie.
- Qué pase una buena noche, doctor - me saludó ceremoniosamente. Luego,
dirigiéndose a mi amigo - Hasta mañana, gringo.
- ¿Por qué tienen que llamarme gringo en mi propio país? - dijo Alfonso
cuando el otro se fue.
- Te lo dicen con cariño. Tendrías que estar acostumbrado...
- No creas. Siempre me jode - hablaba tranquilamente, cosa no habitual en él
cuando se tocaba ese tema - Me revuelve cosas que vos ya conoces... las raíces y
- 25 -
toda esa cuestión que me acompaña desde chico... ¿Sabés? Yo siempre jugaba a ser
indio. Cuando nos regalaban pistolas las usaba mi hermano porque mi arma era la
lanza ¡Qué locura! Habíamos inventado una historia que iba evolucionando: Dos
islas separadas por un estrecho canal. La mayor poblada de blancos, había
conquistado la islita de Playa Chica después de vencer a los aborígenes. Scrinat, el
virrey, había firmado un tratado con el reyezuelo Top 2 para enfrentar a Portix
que era una península que dibujábamos en la parte inferior de nuestro mapa.
Pertenecía a un continente poblado por blancos... Te aburro ¿no?
- Dejate de joder. Me interesa. ¿Querés un pucho?
Asintió y fumamos lentamente intercalando manojos de coca y tragos de
ginebra.
- Está bien - dijo al fin - te sigo contando. Resulta que los indígenas se
rebelaban porque el Virrey había prohibido la caza del aguará, su único alimento.
Y ahí aparecía un portixano que se incorporaba a la lucha de Playa Chica por su
independencia. Y. mirá vos, para integrarse a los indios este tipo se pintaba el
cuerpo de marrón y, cuando nadie lo veía, se tostaba al sol...

- Este es el Palazzo Vechio - la voz de Pablo me vuelve al presente.


- Vos estuviste en Florencia, ¿No es cierto, viejo? - sé que es un intento de
Rosita para integrarme a la conversación y acepto.
- Claro. Iba a visitar a mis tíos en Treviso pero en Florencia conocí a
Giordano y pasé casi un mes en su casa que era un empresa de reparaciones que
funcionaba como comunidad. El arreglaba televisores, otro heladeras... había
también un plomero que vivía con una chica que decoraba vidrieras. La
organización era muy simple: todos le entregaban a Bianca, la mujer de Giordano,
lo que ganaban. Ella era la que llevaba las cuentas. A mediodía comíamos todos
juntos y a la noche el que quería recalentaba los restos o picábamos cualquier cosa.
Los Shultz me miran como si les hablara en tibetano.
- ¿Y usted que hacía? - me pregunta Gabriela con los ojos desorbitados.
- De todo. Pelaba papas en la cocina o ayudaba a los muchachos en el taller.
- Perdón, pero las diapositivas se queman si se exponen mucho tiempo - dice
Pablo y se apura a desconectar el aparato ni bien Rosita enciende la luz. Sería
trágico que la humanidad perdiera semejantes obras de arte.
Después me encara:
- Dígame, Pepe. La plata que ganaban... ¿Se la guardaba el dueño de casa?
- No hombre. Todo entraba en la caja común con lo que se pagaba la comida,
el alquiler, la luz y, a veces, se compraba ropa de trabajo o telas con que las chicas
se hacían polleras.
- Y... Si uno quería ir al cine o comprarse un perfume (las preocupaciones de
Gabriela)
- Voy a preparar un café - Rosita, que ya conoce la historia, se retira feliz.
Me ha hecho salir de la cueva.
- Esto estaba previsto - sé que jamás me entenderán pero ya no puedo
callarme - Todos los sábados después de comer, Bianca nos informaba sobre las
entradas y salidas de la semana. El saldo era repartido en tantas partes como
miembros tuviera la comunidad en ese momento. Los chicos entraban en la
- 26 -
repartija, o sea que una pareja con dos hijos recibía cuatro partes. Con eso ibas al
cine, te comprabas cigarrillos, un libro... te emborrachabas. Nadie tenía nada que
decir. Era tu plata.
- Pero... ¿Vivían todos juntos?... quiero decir... - Gabriela se corta. Sé lo que
está pensando.
- ¿... Sí hacíamos camas redondas? No. Lamento desilusionarte pero a pesar
de que las uniones no estaban bendecidas por la Iglesia o el Estado no eran menos
estables por eso... ¿Qué más querés saber? ¿Si fumábamos marihuana? Si ¡Pero
hacíamos el amor y no la guerra! - estoy levantando la voz y se produce un silencio
incómodo. Lo interrumpe mi mujer que llega con el café sin darse por enterada de
la tensión que reina en la sala. Cuando pasa a mi lado me aprieta el brazo y yo me
siento tan solo como entre mis familiares de Treviso...

Después de pasar tres semanas en la comunidad de Florencia fui a lo del Zio


Enzo. Me recibieron con los brazos abiertos pero al segundo día, agotado el tema
de la familia, no teníamos que decirnos. Puse entonces como pretexto que debía
confirmar la fecha de mi vuelta en la Agencia Marítima y volví a Florencia con el
primer tren. Ni bien llegué corrí hasta la vieja casa de la Vía dei Leoni. La pequeña
Lina abrió la puerta y asomó su carita de querubín del Quattrocento. Cuando me
vio corrió delante mío hacia la cocina gritando: “¡¡Mamma...!!”
Casi me pongo a llorar de alegría cuando vi a Bianca revolviendo la gran
olla de la comuna mientras, con el cigarrillo en la boca, amamantaba a su bebé. Se
le iluminaron los ojos y me contó, a los gritos, que al día siguiente se casaba con
Giordano porque el Gobierno estaba entregando unas viviendas en la periferia a
matrimonios con hijos. Que, de todas formas, su amor no iba a morir por firmar
unos tontos papeles y que, en cambio, il Mondo Nuovo, la empresa comunitaria,
tendría casa propia. Que después del "trámite" habría una fiesta enorme con todos
los amigos, vino, música, ¡Esta era la mia casa! Le di un gran beso en la frente y
subí corriendo hasta mi habitación donde dejé el abrigo y el bolso. Iba a volver a
bajar cuando escuché ruidos en la sala donde comíamos. Abrí la puerta y vi a
Francesca, que estudiaba Bellas Artes y trabajaba en publicidad, pintando pájaros
multicolores sobre la pared de piedra.
- Ciao,Pepino - me saludó con su voz ronca, sin dejar de pintar.
- Qu’ils sont beaux... tes oiseaux - recité teatralmente.
- E vero che ti piaceno i miei uccelli? - me preguntó.
- Tu sei la che mi piaceno - le dije en un susurro5.
Con una mirada llena de promesas me pidió que fuera a dar una mano en la
cocina. Ella iría ni bien terminara la decoración…

La luz de la sala vuelve a apagarse y. sobre la pared se suceden las imágenes


del Palazzo Farnese, la Santa Croce... Es increíble. Los Shultz por los que siento

5
-Hola Pepino
-Qué bellos que son tus pájaros
-¿Es cierto que te gustan mis pájaros?
-Tú eres la que me gusta.
- 27 -
una aversión a nivel piel, me hacen revivir con sus diapositivas recuerdos que tenía
alojados en el fondo de la memoria...

A la mañana siguiente invadimos el Registro Civil con nuestras melenas y


barbas. Las mujeres, con sus polleras largas, hablaban y se reían a los gritos.
Francesca, que había dormido conmigo la noche anterior, caminaba descalza
colgada de mi brazo. Ugo, el plomero, llevaba a Lina sobre los hombros y una
damajuana de Chianti en la mano derecha; su izquierda abrazaba la cintura de su
compañera que ya comenzaba a estirarse en su tercer mes de embarazo. Al frente
Giordano, con el bebé en un brazo, soltaba de vez en cuando el hombro de su
mujer para gritar, levantando el puño: - ¡Avanti!
Volvimos un poco borrachos de vino y alegría. Subimos a la sala común y
cuando Lina vio los pájaros pintados pasó su mano por la paleta con restos de óleo
y dejó una marca ondulada de color indefinido en la pared.
Fue la señal de partida. Giordano trajo una lata de pintura roja del taller, se
sacó la sandalia, sumergió la punta del pie y bosquejó un árbol. Francesca corrió a
buscar pinceles para todos y al poco tiempo la pared quedó cubierta de flores,
animales y leyendas de todo tipo. Cuando Bianca subió a avisarnos que el
almuerzo estaba listo nos aseguró que con esa decoración la casa se valorizaba
excesivamente. No debíamos extrañarnos si el porco del dueño nos subía el
alquiler. No habíamos terminado de comer cuando comenzaron a llegar los
primeros invitados. La fiesta duró hasta el amanecer y nos divertimos muchísimo
pero yo no podía olvidar la proximidad de mi partida. Sabía que iba a desgarrarme
en dos pero no tenía sentido que me quedara indefinidamente. Esta disyuntiva me
atormentó durante los días siguientes hasta que una mañana, sin quererlo ni
buscarlo, tuve una experiencia trascendental (si no fuera una palabra tan
manoseada, diría espiritual): Estaba solo en la casa. El almuerzo, que había
quedado a mi cargo, estaba en marcha. Me senté en los escalones de la cocina y
sentí que mi cuerpo se cargaba con la energía del sol y que mis pies descalzos, en
contacto con las piedras del patio, se nutrían de la tierra. La sensación duró muy
poco pero me llenó de paz. Nunca estuve tan cerca de lo que los budistas zen
llaman satori. Todas mis dudas se desvanecieron. Al volver a entrar vi un sobre,
que no había notado antes, colgado del gancho de las cuentas y mensajes. Tenía mi
nombre escrito con la inconfundible letra de Francesca y en su interior una breve
nota que anunciaba que, finalmente, la habían llamado desde Roma para una
exposición grupal. En un trozo de papel para dibujo había copiado un párrafo de
Hermann Hesse que habíamos traducido juntos del alemán:
No dejaré aquí mi corazón como se dice en una carta de amor.
¡Oh, no! El corazón lo llevaré conmigo.
También lo necesito en las montañas
Este texto y la experiencia de la mañana me ayudaron a soportar el almuerzo
con una silla vacía al lado. Les anuncié a todos que me iría al día siguiente y le
pedí a Bianca que me ayudará a consultar el I-Ching. Giordano lanzó un ¡bravo!
porque, a pesar de haber asistido a muchas sesiones de indagación del Libro de las
Mutaciones, mi racionalismo me había impedido hasta ese día participar

- 28 -
activamente. Separado los tallitos formé el hexagrama N° 24 FU: "El Retorno", de
significado evidente, reforzado por un seis en el segundo puesto (Tranquilo
retorno. ¡Ventura!"). El derivado: el N ° 19 LIN "El Acercamiento". Esa tarde
estaba preparando mi mochila cuando me pareció escuchar el sonido de una quena.
Abrí la ventana y vi unos melenudos tocando "El cóndor pasa" a todo pulmón. Era
un conjunto de música andina, formado por tres franceses, que Giordano había
encontrado en la calle...

Pasa la última diapositiva se enciende la luz y todos se sorprenden al verme


con una sonrisa beatífica en los labios. Los Shultz me inspiran ahora más lástima
que agresividad. Podrían ser mis hijos y, sin embargo, tienen ideas más
conservadoras que las de mis padres. Voy con Rosita hasta la vereda para
despedirlos. A través de la niebla se distingue la luna llena. Sé que esta noche
podré dormir sin problemas ni pesadillas…

"Recién vuelvo de despedir a Alfonso que se fue al Norte definitivamente"


decía la carta de Rosita que encontré en Barcelona. Me esperaba en lo de Jordi, que
era una vieja casa con reja Art Nouveau sobre una calle empedrada como la que
recorro ahora bajo la llovizna “pasó quince días en casa. Papá le dió la habitación
de Nino y él, a cambio, le dejó la camioneta cero Km.
En estos días hemos charlado mucho, como buenos amigos, como antes. Ya
ha alquilado un galpón en un pueblo llamado Huacapunco, en Jujuy. Lo acompañé
a comprar las herramientas que necesita su taller mecánico. Se lo ve lleno de
energía y muy convencido de lo que va a hacer. Dice que te espera allá..."
Era el último tramo de mi gira por Europa. Un ciclo se cerraba. Faltaba una
semana para la partida del barco y yo recorría lentamente el Barrio Gótico o
rastreaba las delirantes construcciones de Gaudí. También pasaba mucho tiempo en
el tallercito de Jordi que estaba experimentando con artefactos a base de energía
solar. Años más tarde, tomando como referencia los planos que había dibujado allí,
montamos con Alfonso un enorme calefón solar en el Hospital de Huacapunco.
Supongo que seguirá funcionando. Me habían hablado de una comunidad en
Tarragona pero yo ya estaba un poco saturado de todo. Me hacía bien trabajar
durante horas en silencio con el taciturno Jordi...

La llovizna se vuelve densa al punto de traspasarme la capa. Son las tres de


la mañana. He salido a caminar para dejar de escribir, de rescatar recuerdos y
resucitar sensaciones. Evidentemente no he logrado mi objetivo y ahora estoy
muerto de frío y calado hasta los huesos por la llovizna en un barrio que no
conozco. Sigo caminando al azar hasta que distingo una luz a través de la cortina
de agua. Apuro el paso y llego a un viejo bar donde hombres de rostros pálidos
juegan al billar con calma. El dueño fuma detrás de la caja registradora mirando el
vacío. Me recuerda un cuadro de Van Gogh, Le café de Nuit. Me quito el
impermeable que chorrea sobre el aserrín esparcido en el piso. Puedo elegir la
ubicación que más me guste ya que todas las mesas están desocupadas salvo una
en la que veo a... ¡Alfonso!... con su boina raída y su sacón de cuero. Ahora
- 29 -
entiendo porque en estos últimos días no me lo podía sacar de la cabeza. Debe
estar buscándome. Quizás haya encontrado mi dirección en la Guía Telefónica. No
ha alzado la vista cuando entré. Voy a sorprenderlo, me sentaré frente a él y trataré
de decirle "¿qué hacés?” con la mayor naturalidad posible. No creo que pueda
porque el corazón me late con más fuerza a medida que me voy acercando... de
repente me detengo y me dirijo hacia otra mesa. Me siento y me pregunto si estaré
volviéndome loco... Este hombre no tiene más de veinticinco años y Alfonso, si
vive todavía, debe tener mi edad. Pido un café con cognac y mientras me
reconforta su calor, observo al joven de la otra mesa. En realidad tiene la cara más
redonda que Alfonso... y ¿Por dentro?, ¿Será un francotirador?...
Tal vez un simple burguesito en pose de bohemio.
Aunque en ese caso buscaría una confitería concurrida y no este triste bar
desierto. Sigue inmóvil mirando hacia adentro. Me dan ganas de hablarle con
cualquier pretexto pero me haría mucho daño equivocarme. Nada me impide dejar
volar mi imaginación: Ha llegado el relevo y podemos dejar el fusil en buenas
manos. Llegan jóvenes con los dientes apretados y los puños cerrados... Nous ne
bougerons pas6, no, no nos moverán, no nos exterminarán ¡Hijos de Puta! Siempre
estaremos entre ustedes sin dejarnos engañar por los ridículos incentivos creados
para aumentar la producción. No habrá régimen autoritario ni aparente democracia
liberal capaz de hacernos desaparecer porque nadie puede prohibirnos internarnos
en el desierto ni recorrer las rutas...
... Pelo largo
y vieja ropa militar
(la hacen buena
y es lo único bueno que hacen)...
¿Qué me pasa? Debe ser el cognac con el estómago vacío. No... hace varios
días que las mismas ideas me dan vuelta en la cabeza; desde el momento en que, al
conjuro de la imagen de Alfonso, fueron surgiendo retazos del pasado. O quizás el
muchacho está lanzando mentalmente estas proclamas y yo, por estar en su
longitud de onda, las capto telepáticamente. No sé. El se levanta y pasa a mi lado.
Me mira a los ojos y por un momento me parece notar un gesto imperceptible,
como un guiño, pero no puedo asegurarlo. Lo sigo con la mirada hasta que se
pierde en la calle bajo la llovizna. Pido otro cognac... Estoy agotado, debería ir a
mi casa y dormir o quemar esos malditos papeles o, tal vez, ordenarlos para tratar
de entender por qué ahora, en el ocaso de mi vida, siento las cosas con mayor
intensidad que en mi juventud. Por qué he pasado por la vida como un fantasma
desencarnado, testigo lejano e imparcial de estallidos sociales y políticos que
analicé siempre intelectualmente. En algún momento me dejé crecer la barba y viví
en comunidad ¿Por qué no me quedé?... Es que quería hacer un trabajo social
centrado en la medicina, por eso me fui a Huacapunco y con algunos colegas inicié
varios proyectos: queríamos que los puestos sanitarios de la campaña fueran
gérmenes de cambio, promover cultivos que incorporarán otro tipo de ingredientes
a la dieta de maíz y carne de cordero.

6
No nos moveremos
- 30 -
También hicimos experiencias con energías alternativas y... tantas cosas. ¿Por
qué no me quedé?... ¡Qué se yo! Tenía que pensar en el porvenir de mi familia, no
podía condenarlos a vivir en un pueblo aislado en medio a de la puna...
Vamos, vamos. El segundo cognac ya está produciendo su efecto
liberador y no podés venirme ahora con esas cosas. Pero es cierto. Ah... Tu
mujer no aguantaba más y lloraba todas las noches porque quería volver a la
ciudad. No... no... yo sé que no... pero, justamente por eso... Justamente por eso
dejaste todo a medio hacer y te viniste aquí donde tu trabajo ha pasado
totalmente desapercibido, y ¡ojo! que no hablo del “status” sino de la
proyección social que parece interesarte tanto, juzgas a tu hijo y sus colegas
porque hacen de la medicina un comercio...
Basta... Basta. Me siento mal. La cabeza me da vueltas... pediré un taxi por
teléfono, no podría llegar a casa por mis propios medios…

- ¿Cómo se te ocurrió salir anoche con semejante lluvia? - mi hijo sentado a


los pies de la cama, mira el termómetro. Treinta nueve grados... la fiebre me hace
flotar... anoche... ¿Anoche salí?... Ahhh... El bar de Van Gogh y el joven de la
boina... y... ¿Por qué no me quedé en Huacapunco? Mi hijo tenía un año y medio
cuando nos fuimos, nació allá. ¿Y si nos hubiéramos quedado? Quizás en lugar de
su clínica dirigiría ahora el Hospital-en-el-desierto, sería el continuador de mi obra.
- ¿Te gusta tu profesión, Humberto? - le pregunto.
- Claro, viejo - me contesta distraídamente - Y ahora a descansar. Nada de
levantarse... y mucho menos salir a la calle.
No. No es eso lo que quiero saber. Estoy planteando las cosas al revés...
- ¿Y yo que opinión te merezco? - tampoco es esto.
En realidad no hay respuesta para mi verdadera pregunta: ¿Por qué no me
quedé en el Norte?
- Tenés un ojo clínico certero. Por tu experiencia y por no ser un especialista
como nosotros te consultamos a menudo... ¿O no?...
- Si es cierto. Gracias.
- Soy yo el que tiene que darte las gracias. Y ahora me voy... Chau, te veo
más tarde.
Es inútil, no logro hacerme entender o me da miedo plantear mis dudas a los
demás. Me sumergiré en el mundo interior, quizás la fiebre me ayude a vencer las
trabas de la racionalidad y a penetrar en el desierto de horizontes infinitos donde
yo quería fundar mi hospital y Alfonso internarse para siempre...

... Percibo su imagen como un punto que brilla al sol. Se acerca


lentamente... Oigo un monótono lamento acompañado por el sonido apagado
de una caja o algún otro instrumento de percusión. Sigue acercándose. Veo
que tiene el cráneo rapado como los monjes budistas. Viste una túnica
anaranjada y se protege del sol con una sombrilla del mismo color.
Aparentemente no me ve porque pasa a mi lado mirando hacia adelante... Yo
sigo micamino que está señalado por una huella serpenteante que se dirige
hacia la elevación. Estoy agotado por la fiebre y mis pies se hunden en la

- 31 -
arena pero no puedo dejar de trepar a esa duna. Sé que es fundamental para
mí ver que hay del otro lado...

Me despierta la luz de la luna a través de la cortina.


Mi mujer duerme plácidamente a mi lado. Las cuatro y media de la mañana.
La gripe ha cedido y sólo quedan sus restos pegajosos adheridos a mi piel. Para eso
Doctor, no hay mejor remedio que una ducha caliente... y, después, al consultorio.
No vale la pena seguir resistiendo al llamado imperioso del escritorio lleno de
papeles. Al contrario, creo que debo seguir escribiendo hasta el agotamiento. No
veo otra forma de liberarme del pasado...

Pasando por Lyon, rumbo a Italia, encontré una carta de Alfonso en el Poste
Restante: "...He conseguido pasaje en un charter París-Lima, es de esos que se
llenan de franceses que invaden Machu Pichu en la Fiesta del Sol pero es barato y
rápido. Ya no veo la hora de dejar para siempre esta Europa senil y decadente.
Ahora, como mecánico, me siento con derecho a integrarme a una comunidad
andina sin sentir que estoy abusando de su hospitalidad como tantos antropólogos
y sociólogos que van a comprobar sus teorías, redactar su tesis o poner en marcha
experiencias rurales teledirigidas desde la ciudad más cercana. O los grupos de
jóvenes bien intencionados de alguna parroquia de la capital que van a "misionar"
durante dos semanas todos los veranos. O los mochileros, pintorescos parásitos
plenamente justificados aquí, donde el nivel de vida es superior a lo normal, pero
totalmente inaceptable en lugares donde la tierra apenas da para comer..." Era su
mejor estilo - proclama, típico de los momentos en que veía un camino delante
suyo y debía seguirlo sin mirar a los costados. Me daba una dirección en Arles
donde podía encontrarlo durante los siguientes quince días. Si bien no me quedaba
de paso tampoco me desviaba mucho de mi ruta así que torcí el rumbo hacia el sur.
Esperaba cualquier cosa al llegar a destino menos que Claudine me abriera la
puerta. Su complicada relación con Alfonso se había cortado pocos meses atrás:
después él había trabajado un tiempo en el taller mecánico del hermano de ella,
pero... Volver a vivir Juntos...
Alfonso apareció antes de que pudiéramos saludarnos.
- No te hagas problema viejo. Esto es totalmente circunstancial -me dijo
rápidamente en castellano señalándola con la cabeza.

Me tranquilicé un poco. No estaba dispuesto a presenciar otra pelea entre


ellos. Los había visto juntos por última vez en un pequeño sótano de la Rue
Vaugirard donde tenía su sede el Grupo Liberatión Totale. Se trataba de un
movimiento que propiciaba "una lucha frontal contra el sistema oprimente,
autoritario y represor". Una de sus tácticas de lucha era el Theatre Tract
consistente en breves y espectaculares escenas, interpretadas en plena calle, para
atraer la atención del público mientras otros activistas repartían volantes. Duraba
apenas tres minutos y el pequeño grupo comando se dispersaba antes de que
llegara la policía. También habían montado, con bastante éxito, una obra grupal
llamada “Delicias del Medioevo” en una casa a medio demoler en Issy-les
- 32 -
Moulineaux. Para llegar a la sala había que sortear montones de escombros y saltar
sobre viejos muebles desvencijados de los que asomaba ropa sucia y apolillada. El
precio de la entrada incluía una pequeña linterna para guiarse en ese laberinto.
Junto al escenario había una enorme pantalla donde se proyectaba imágenes que se
alternaban con las escenas teatrales. Así, por ejemplo, a una impactante
representación de una sala de tormentos de la inquisición seguía, en la pantalla,
una filmación detallada de las torturas que, en mayor o en menor grado, utilizan
todas las policías del mundo. A una hilera de leprosos vestidos con harapos, fotos
de las víctimas de Hiroshima. De vez en cuando el escenario se oscurecía y un
reflector iluminaba el palco donde un locutor lanzaba parodias de avisos
comerciales como: "Yo lavo mi cerebro con televisores ITT...” Esa noche, en el
sótano estaban realizando ejercicios de expresión bajo la dirección de Lajos, un
húngaro de melena grasienta y barbita en punta. Alfonso y Claudine subieron al
escenario y comenzaron a improvisar un diálogo cínico y agresivo:
- ¡Oh, venerable monje! Has vuelto de ayunar y flagelarte en el desierto.
- Así es, querida amiga, supongo que tú, entretanto, habrás retozado entre las
flores de la pradera en compañía de adolescentes hermafroditas.
- Los prefiero, maestro. Los sadomasoquistas comienzan a fatigarme.
Yo sentía nauseas ante esa muestra de ingenio lacerante pero Lajos
observaba plácidamente la escena como a través de un microscopio. Sólo cuando
Alfonso comenzó a dar puñetazos contra la pared del fondo y su partenaire a reírse
nerviosamente entre sollozos convulsos, dio una palmada para dar por terminado el
ejercicio. Descendieron del escenario respirando con dificultad pero orgullosos por
los aplausos que les brindaban sus compañeros. La tarima fue ocupada luego por
un homosexual que nos deleitó con el relato de sus andanzas por los barrios bajos;
siguieron otros monólogos enfermizos. Todos parecían complacerse en extraer de
su interior la faceta más anormal de su personalidad.
Cuando terminó la sesión fui con mi amigo y su compañera hasta el
departamento que compartían no lejos de allí. Pensábamos comer algo y charlar
sobre las actividades del grupo libertario pero ni bien traspusimos la puerta
comenzaron a insultarse violentamente. Como mi presencia no parecía interesarles
opté por la retirada.
- Me voy - le grité a Alfonso - Con lo del sótano ya colmé mi ración diaria
de patología psiquiátrica...
- Te acompaño - me contestó. Me hizo salir primero y dio un sonoro portazo.
Caminamos en silencio hasta un pequeño bistro, donde nos sentamos frente a una
jarra de vino. Recién comenzó a calmarse al vaciar el segundo vaso.
- Es una drogadicta histérica - me dijo - pero reúne todas las características
de varios de mis arquetipos femeninos: Es independiente a pesar de su
inestabilidad; es artista y, para colmo, tiene un dejo oriental con esos ojos
almendrados y su pelo renegrido... Lástima que no sea azafata de alguna línea
aérea... Por ejemplo Riad-Tananarive. Nos veríamos con menos frecuencia...
Los arquetipos... Obsesionado por el temor de perder su identidad en una
relación afectiva estable, soñaba con mujeres ideales y sumisas como "La esclava
etíope" o "La pastorcita del cerro" o totalmente lejanas como la corresponsal de
guerra o la azafata.
- 33 -
- Lo que no entiendo es como hizo para engancharte.
- Es que atravesó mis sistemas de defensa con una naturalidad
desconcertante. Yo tampoco lo entiendo mucho...

Todos estos recuerdos se agolparon en mi mente en la puerta de la casa de


Arles mientras Claudine avanzaba hacia mí con una sonrisa extraña en los labios.
- Aleluya - me dijo a manera de saludo.
Se la veía muy excitada y en un primer momento pensé que había ingerido
una sobredosis de anfetaminas. Después, analizando su lenguaje, desbordante de
alabanzas al Señor, comprendí que, evidentemente, pertenecía al movimiento
carismático que se había extendido por Europa y los Estados Unidos como un
reguero de pólvora. Los dones del Espíritu descriptos en los Hechos de los
Apósteles, habían sido hasta ese momento patrimonio exclusivo de los
Pentecostales, pequeña fracción de la Iglesia Reformada. Yo había visto practicar
el de curación, que es el más espectacular, por algunos de sus pastores en estadios
deportivos de Buenos Aires. Los otros, como el de lenguas y el de profecía, se
daban en sus reuniones a las que alguna vez asistí. En esos años ese tipo de
fenómeno había penetrado en todas las Iglesias cristianas de occidente dando lugar
a controversias y declaraciones a favor y en contra de Obispos y grupos
eclesiásticos. No sé si sucedió lo mismo en las Iglesias Orientales pero es posible.
En Europa produjo hechos muy positivos como actos ecuménicos entre católicos y
protestantes en países donde las guerras de religión habían dejado huellas
profundas a pesar del paso de los siglos. Yo no tenía ninguna posición tomada al
respecto así que acepté gustoso la invitación para asistir a una reunión de plegaria
que se realizaría, allí, esa misma noche. Almorzamos los tres en la gran cocina
después que Claudine, en una breve plegaria, dio gracias al Señor por los
alimentos, por mi visita, por el hermoso día del que gozábamos, porque esa
mañana al salir a hacer las compras su Peugeot se había puesto en marcha
enseguida, porque había podido estacionar cerca del supermercado y por algunas
otras cosas del mismo tenor. El sol penetraba por los pequeños vidrios de la
ventana y se respiraba un vivificante aire veraniego. Alfonso estaba un poco
distante pero distendido. Claudine, por el contrario, hablaba constantemente. Me
contó que desde que había encontrado al Señor ya no le interesaban las drogas ni la
política ni las cuestiones del mundo: vivía en un estado de gracia, dedicada a la
plegaria y a tratar de compartir con otros sus vivencias. Jesús era el camino, la
Verdad, la Vida. El único camino. No había Salvación fuera de El...
- ¿Y los millones de budistas y musulmanes que existen en el mundo? - le
preguntó Alfonso - se irán al infierno? .
- La Biblia dice que ellos serán juzgados en su ley. Si no escucharon la
Palabra del Señor serán perdonados pero... pobres de aquellos que la escucharon y
no se convirtieron.
- Es muy difícil que se conviertan pueblos donde el cristianismo entró del
brazo del colonialismo y la explotación. En Marruecos, por ejemplo, el cristiano es
el francés rico y el musulmán el pobre que pide limosna a la puerta de la Iglesia...
- No en todos los casos...
- Pero sí en la gran mayoría.
- 34 -
Ya había comenzado la pelea. Era inevitable. Claudine arremetió:
- ¿Quién puede hablar mal de esos misioneros que se internaron en la selva
llevando, no sólo la fe, sino remedios, educación...?
- Eran agentes, quizás inconscientes de las potencias europeas - le contestó
Alfonso - Como decía, tristemente, ese jefe africano: “Cuando llegaron los
europeos nosotros teníamos la tierra y ellos la Biblia, ahora nosotros tenemos la
Biblia y ellos la tierra”
Yo intervine para tratar de diluir la discusión:
- ¡Qué bueno! No lo conocía... Pero no todos fueron así; por ejemplo Charles
de Foucault vivió pobremente en el norte de África sin intentar convertir a nadie.
- Está bien, está bien... - dijo Alfonso serenándose un poco - yo, por mi
parte, prefiero condenarme con mis hermanos no creyentes por puro espíritu
solidario, humano y pagano. Además no tengo ganas de discutir. Si a ella le ha
hecho bien, adelante. Pero que nadie intente convencerme de que tiene la verdad.
¡No lo soporto!
Ella también se calmó. Los dos parecían decididos a mantener la paz.
- Pero... estarás con nosotros en la reunión de esta noche ¿No es cierto? - le
preguntó con suavidad.
- Ya te he dicho que sí - le contestó él en el mismo tono - pero ahora me voy
a tomar aire con mi amigo. Tenemos que hablar.
Salimos a la calle y nos recibió una brisa cálida. Caminamos un rato en
silencio. Yo había decidido no hacer ningún tipo de comentario.
- ¡Y no me digas nada! - estalló finalmente Alfonso - ya sé que estoy loco.
- Yo no he dicho nada - le repliqué tranquilamente.
- Tenés razón. Soy yo el que me lo he dicho cuando recibí su carta en Millau.
Me lo he repetido mientras venía hacia aquí, antes de golpear la puerta me lo he
vuelto a repetir... y mientras tanto se me cruzaban imágenes que trataba de sacarme
de la cabeza a los manotazos... el departamento de París en la buena época... la
posibilidad de que se viniera conmigo a la Argentina... ¿No ves que estoy loco...?
Y todo eso mezclado con pantallazos de peleas interminables, de sus depresiones...
Al pasar por un pequeño almacén compramos un litro de vino tinto y nos
sentamos a beberlo sobre una pared de piedra.
- Pero... ¿Ves alguna posibilidad? - me decidí a preguntarle después de unos
largos tragos en silencio.
- No... No creo. Además ni siquiera me interesa. ¿Sabes? cuando se trata de
sentimientos generalmente me desdoblo: Una parte mía está en el escenario
tratando de representar emociones. A veces hasta logro que se me humedezcan los
ojos o se me haga un nudo en la garganta. La otra, desde la platea, silba, grita o
simplemente mueve la cabeza diciendo: Esto no va. Todo esto es mas intenso
cuando se trata de sentimientos normales... No me convenzo a mí mismo.
No sé si el vino le había soltado la lengua o si, simplemente, tenía necesidad
de hablar con alguien pero lo cierto es que esa tarde pude confirmar cosas que
intuía sobre algunos aspectos de su personalidad. Había pasado por algunos
tratamientos o "arrastrado su angustia por varios divanes” como decía, por lo cual
manejaba un poco la jerga psicoanalítica. Me sorprendió la lucidez con que
analizaba ciertos temas y la total ceguera que evidenciaba ante otros.
- 35 -
- El problema - me dijo esa tarde - es que muchas veces los psicólogos son
servidores del Sistema para reparar las piezas del aparato productivo que funcionan
mal: un tipo con problemas no rinde en su trabajo. Cuando caes en un diván es,
generalmente, porque estás acorralado. Te entregás, atado de pies y manos, a un
analista con la esperanza de que te ayude a buscar una salida.
Y ¿Qué pasa? Que los parámetros con que se mide la normalidad están
estrechamente ligados a la capacidad de adaptación a la sociedad. Pueden decirte
cosas como: “El origen de su problemática es que no gana suficiente dinero. Usted,
desde luego lo disfraza con ideologías contestatarias y marginales pero lo real, lo
que usted tiene que superar es esa falta de espíritu de lucha y bla... bla... bla”.
Claro, te convence. ¿Por qué no? te preguntás. Me acuerdo de la última vez que
entré en esa variante: me había afeitado y estaba en el banco de una plaza haciendo
tiempo. Tenía que entrevistarme con el Jefe de Personal de una Empresa. Me sentía
comprimido por mi traje recién sacado de la tintorería y la ansiedad me retorcía el
estómago pero me repetía cosas como: ¡Al fin me voy a liberar de la angustia! o
¡Qué bien me siento correctamente vestido y sin esa ridícula barba detrás de la cual
ocultaba mi incapacidad de salir adelante! La entrevista fue un fracaso. Desde
luego, manejar conceptos que no eran míos me provocó una total inseguridad
frente al tipo. Tartamudeaba, me ruborizaba... Al fin, el buen señor me dijo que
cualquier novedad me avisaría... Que por favor le dejara mi dirección. Ante este
resultado catastrófico dejé el tratamiento, me dejé crecer la barba nuevamente y
regalé el traje. Nunca más volví a usar uno porque no es cierto eso de que “el
hábito no hace al monje”, mirá si no como caminan los curas con su sotana o los
militares con el uniforme.
Bebió el vino que quedaba de un largo sorbo y tiró el envase plástico al otro
lado de la pared.
- ¿Vamos a buscar otro, che? - me preguntó y, sin esperar mi respuesta,
cruzó la calle a grandes pasos hacia el almacén.
- ¡Que desgracia! - me dijo cuando volvió con otro litro - el alcohol me
vuelve siempre filosófico. Que le vamos hacer. Aguantame un poquito más.
Todavía es temprano para la orgía mística... Ah, te estaba contando de los divanes.
Bueno, poco después caí en otro. Estaba otra vez acorralado y dando vueltas sobre
mí mismo. Me sentía solo y despreciado lo cual alimentaba mi orgullo. Caminaba
horas por las calles oscuras con la espalda encorvada por la angustia, con la boca
herméticamente cerrada saboreaba la sequedad de mi paladar y me imaginaba que
había perdido el habla. Buscaba a tientas compañeros o, si querés, seres anormales
como yo, “supernormales" me decía... ya sabés: el superhombre de Nietzche y Juan
Raro buscando a sus semejantes. Caminaba de noche por la playa de Olivos dando
vueltas a pensamientos circulares. Una mañana me desperté tirado boca abajo
sobre la arena con el brazo metido hasta el hombro en un pozo que había estado
cavando durante toda la noche. Me asusté y me zambullí en otro diván. El tipo, de
cuidada barbita fue más sutil. Nos sumergimos en el inconsciente interpretando
imágenes y sueños... El desierto y, sobre todo la comunidad utópica como
reemplazo de un hogar paterno conflictivo. La normalidad pasaba por superar esa
transferencia y llegar a una estabilidad afectiva. Salía de las sesiones cubierto por
un sudor frío y generalmente terminaba emborrachándome en bodegones
- 36 -
mugrientos entre peones del Mercado de Abasto y viejas putas desdentadas. En ese
tiempo me había afeitado nuevamente y trabajaba en un hotel de bastante
categoría, otro submundo de marginados vestidos de etiqueta que vivían de la
propina. Me despertaba a mediodía y salía a duras penas de la cama que tenía junto
a la cocina, en el subsuelo del hotel. Sobre la camiseta sucia y agujereada me ponía
una pechera plástica y el uniforme verde con botones dorados. Después de comer
cualquier resto en la parte trasera del restaurante, salía al elegante salón dorado a la
pesca de alguna ocasión para ganarme unos pesos. Cargaba valijas, llevaba
mensajes, conseguía "señoritas” para hacendados mejicanos, muchachitos para
maricones yanquis, marihuana o drogas más pesadas, whisky o cigarrillos
importados... Desde entonces me quedó para siempre algo de buscavidas, de pícaro
medieval y, cuando voy a lugares “finos" imagino la camiseta roñosa debajo del
elegante uniforme del maitre... El miércoles era mi único día de descanso, el de la
sesión y la consiguiente borrachera. Era un desgaste total. Después de algunos
meses me harté y acepté la invitación de un amigo que se iba a Porto Alegre
conduciendo un camión. Hice mi opción: seguir adelante a pesar de todo y dejar de
correr detrás de una normalidad inalcanzable. Supongo que soy esquizoide o
similar. Antes me sentía orgulloso, me creía un genio. Ahora... Qué se yo...
Se encogió de hombros. Estaba anocheciendo y comenzaba a refrescar.
Bastante mareados por el vino tomado al sol, nos encaminamos hacia lo de
Claudine donde la reunión ya había comenzado. Un muchacho de larga cabellera
rubia cantaba, acompañándose con una guitarra de doce cuerdas:
Il est vivant!
Il est vivant!7

Era en ritmo de rock. Parte de la concurrencia lo acompañaba con palmadas


y exclamaciones de éxtasis... Aleluya. Otros en algún rincón sentados en la
posición del loto, sonreían mirando al vacío. Aleluya. Había quienes movían
convulsivamente los labios con los ojos cerrados. Aleluya, poco a poco el ritmo
fue cambiando y comenzó a escucharse una salmodia a varias voces... ¡Aleluya,
aleluya! los que habían recibido los dones los trasmitían a los demás
imponiéndoles las manos... ¡¡Aleluya!! muchos lloraban copiosamente. Los que
habían estado moviendo los labios comenzaron a articular palabras
incomprensibles. Se elevaba una especie de lamento denso. El clímax llegó cuando
entró una chica empujando una silla de ruedas con una anciana contrahecha. Todos
se avalanzaron para imponerle las manos entre cánticos y alaridos ¡¡Aleluya!!
¡¡¡Aleluya!!! La pobre enferma los miraba con los ojos desorbitados mientras un
hilo de baba le corría por el mentón. Alfonso, pálido como un muerto, salió de la
sala a grandes pasos. Al rato yo tampoco pude soportar más y lo seguí. Lo encontré
en el jardín, tomado de un tronco, vomitando.
- La droga me parece menos nociva - me dijo mirándome con ojos
vidriosos...

7
¡Está vivo!
- 37 -
Por la persiana entreabierta entra una débil luz. Se supone que ha llegado el día, la
objetividad opuesta al subjetivo mundo de la noche... Maya, la ilusión de los
sentidos. Se supone que tengo que ver a algunos enfermos aunque más no sea para
darles un poco de ánimo o hacerles compañía. Hace tiempo que no me "actualizo"
con los prospectos de los laboratorios, sigo con los remedios clásicos que actúan
lentamente pero sin efectos colaterales. Mi clientela se reduce día a día y no puedo
decir que lo lamente. He cumplido mi ciclo... ¿Has cumplido…? En fin... por
suerte el sueño me cierra los ojos y apenas puedo sostener la pluma...

- 38 -
II

- ¡Cómo se nota que éste es un país nuevo y sin identidad! ¿Usted cree que
los países europeos practican este culto de símbolos patrios?... ¿Y los próceres?...
acartonados sobre sus briosos caballos repitiendo máximas moralistas... Vivimos
obsesionados por el “ser nacional”. Nadie sabe muy bien de qué se trata pero desde
la extrema derecha hasta la ultra-izquierda tenemos toda una gama de imágenes a
cual más complicada...
Un fuerte acceso de tos corta la disertación de Aníbal. Veo su perfil de ave
de rapiña recortado contra la claridad tenue de la ventana. Hace varios años vino a
consultarme por una bronquitis crónica y desde entonces nos vemos con cierta
frecuencia. No sabría decir si somos amigos. Siempre hemos mantenido un distante
trato de usted. Hasta hace poco todavía me llamaba doctor. Ahora no me llama de
ninguna manera, me habla simplemente con frases claras y concisas como si
estuviera todavía frente a sus alumnos del Profesorado de Historia. Desde que se
jubiló, vive recluido en este viejo caserón rodeado de libros y canarios. Hoy es el
“Cumpleaños de la Patria”, como dicen las maestras. Hay desfile militar y lo
trasmiten por radio y televisión porque el pueblo ama los uniformes y la música
marcial. Yo he venido a refugiarme en esta silenciosa y polvorienta biblioteca...
-...Y aunque parezca mentira - sigue Aníbal a pesar de la fatiga que le ha
provocado la tos - seguimos deslumbrados por los mismos mitos de principio de
siglo: el país más rico, el granero del mundo, enormes cantidades de vacas... Claro,
no hemos caído en la cuenta de que mientras aquí cada animal dispone de más de
una hectárea para pastar un campesino europeo cría dos vacas en una pieza de dos
metros cuadrados alimentándolas con bandejas. Y así a todo nivel... ¿Sabe?, el otro
día encontré en la calle, a una pareja de suizos que hablaban bastante bien el
castellano. Andaban perdidos en la ciudad así que los ubiqué un poco y nos
pusimos a charlar. Mire, si me quedaba alguna fábula en pie sobre nuestra supuesta
trascendencia cultural se me vino abajo estrepitosamente cuando, al preguntarles si
conocían a Borges, creyeron que se trataba de un futbolista. Pensar que aquí
estamos convencidos de que es mundialmente famoso... ¡Qué país!
- Y, sin embargo - le digo - cuando lo dejamos nos invade la nostalgia. En
Alemania tenía una foto de Gardel sobre el escritorio. Me reía de mí mismo porque
nunca me ha gustado el tango pero... la tenía. Era como un símbolo patrio.
- Sé lo creo perfectamente aunque yo nunca salí de la Argentina. Y fíjese que
el tango, como todo lo demás, nos pinta una época que ha pasado hace tiempo: el
farolito, la esquina del herrero en San Juan y Boedo donde ahora hay enormes
edificios de departamentos y luz de mercurio. Los tangos sobre temas actuales se
cuentan con los dedos de las manos. El folklore ha evolucionado un poco más o,
quizás, la situación del trabajador rural no ha cambiado y entonces una canción de
hace cuarenta años tiene la misma actualidad...
- 39 -
Me invade una súbita desazón, una náusea profunda. El mundo marcha
aceleradamente hacia su autodestrucción y nosotros aquí, sentados como dos
papagayos embalsamados, desarrollando una conversación larguísima sobre temas
sin ninguna importancia. Es que pertenecemos a la clase media y, sobre todo, a una
generación intermedia; Cuando comenzamos a vivir nos encontramos con valores
en decadencia a los que no pudimos aferrarnos. La mayoría de los que trataron de
buscar nuevos caminos se quemaron en el intento y murieron en manicomios y
clínicas para toxicómanos y alcohólicos. Pienso en Kerouac, Artaud, tantos otros...
Alfonso, quizás... Y ¿el resto? ¿Estarán, como yo, haciéndose tímidos planteos
sobre situaciones irreversibles? Tal vez algunos hayan encontrado en la dura lucha
por escalar la pirámide social un eficaz sistema para no ver, para seguir creyendo
que todo estaba bien... Pero supongo que muchos, como Aníbal... como yo mismo,
estarán jubilados o retirados y con largos días y noches por delante para
preguntarse por qué no han seguido hacia adelante en lugar de quedarse flotando a
media agua... La náusea, que ha subido desde la boca del estómago, me llena la
garganta de un sabor agrio. Me disculpo apresuradamente y corro al baño. The
Sphinx Made in Holland leo en el inodoro bajo la imagen de una esfinge
neoclásica, hermética y lejana porque me parece ver el agua del fondo como desde
una gran altura... me arrodillo en el piso hasta que cede el mareo y luego me miro
en el espejo ovalado. Veo un rostro pálido con grandes ojeras. Es que anoche he
dormido poco y estoy sin comer desde ayer a la tarde. No, no puedo seguir así...
Tengo que comer algo y evitar el café, el cognac... Menos mal que no fumo más,
porque si no, a esta altura, ya no podría respirar.
Me siento mal, Aníbal - le digo cuando vuelvo a la biblioteca - lo vendré a
ver otro día.
- “Médico, cúrate a tí mismo” - ríe desganadamente mientras me acompaña
hasta la puerta arrastrando los pies. Cruzo el sombrío y descuidado jardín y estoy,
como tantas otras veces, en una calle solitaria que no conduce a ninguna parte. Lo
mejor sería ir a un restaurante... No, no, estará el televisor con el volumen al
máximo y, seguramente, el desfile. Prefiero comprar un poco de pan, fiambre y
quizás... ¿Por qué no?... una botellita de vino fino y comer en el Parque
Independencia.
¡Hace tanto que no como sentado en el suelo con la espalda apoyada contra un
árbol!... Desde que viajaba a dedo por Europa... Mirá viejo... te recomiendo que
evités cierto tipo de recuerdos. Por cuestión de supervivencia ¿Sabés? Esta
bien...

Cuando paso a su lado, con mi paquete y mi botella, el muchacho me mira


con hostilidad o, al menos, con desconfianza. Está sentado sobre una bolsa tejida
doblando alambres de bronce con dos pinzas que maneja con destreza. Vuelvo
sobre mis pasos.
- ¿Qué es? - le pregunto, señalando lo que va tomando forma entre sus
manos.
- ¡Qué se yo! - no levanta la vista de su trabajo - Una jaula... Una cuna... La
esfera celeste...
- 40 -
- ¿No te gustaría ayudarme a vaciar esta botella?
Aparta un largo mechón rubio que le cubre los ojos y me lanza una mirada
de fiera acorralada.
- Gracias - me dice secamente - me hace mal.
No comprendo su actitud. Vuelvo al ataque.
- ¿Y si lo acompañás con una pata de pollo doradita? - le muestro el paquete
que ya comienza a engrasarse. - A mí también me cae mal el vino si no como
algo...
Me siento un miserable por chantajearlo de una forma tan burda pero para mí
guión, hoy, es vital saber si todavía existe gente con planteos contra la corriente.
Cuando sus defensas están, al parecer, a punto de ceder desvía la mirada del
paquete y la vuelve hacia el sendero de ladrillo molido. Sigo sus ojos y distingo, a
contraluz, la estilizada silueta de una chica de largo cabello suelto. Avanza, como
si flotara, envuelta en un poncho. Evidentemente es su compañera. Nos quedamos
en silencio hasta que llega junto a nosotros...
- No pasa nada en el parque, flaco - le dice tirando el bolso al suelo, en su
interior se entrechocan las piezas de bronce. - Parece un cementerio.
Todavía no me ha visto. Lucho desesperadamente contra las trampas de la
mente. No empieces con los delirios. Francesca podría ser tranquilamente la
madre de esta chica... Todo se produce al mismo tiempo: él le da un leve puntapié
mirándola intensamente, ella me ve y tira lejos un delgado y aromático cigarrillo
armado a mano. Hablan simultáneamente.
- Buenas tardes - saluda ella, aparentando aplomo. El la interrumpe.
- Aquí estaba charlando con...
- Pepe - le digo sonriendo. Todo está claro - y no soy de la "Brigada", en mis
tiempos los armaba mucho mejor que ese que tiraste recién.
El sigue a la defensiva pero ella me devuelve la sonrisa y avanza hacia mí
con la mano extendida.
- No sé por qué pero usted me inspira confianza, don Pepe.
Tomo sus manos entre las mías y después, acercando su cabeza a mis labios,
le doy un beso en la frente. Ya “sé” que no es Francesca pero la emoción está a
punto de desbordarme. No quiero que me tomen ahora por un baboso senil así que
me pongo a hablar a toda velocidad:
- Pepe nomás y aunque sea un viejo burgués les pido que me tuteen - con
toda intención hablo en plural. La actitud del muchacho cambia totalmente. Ya no
tiene miedo o. tal vez, ahora teme más quedar excluido de una relación hacia la que
su compañera avanza con toda naturalidad. Se pone en pie de un salto y toma la
iniciativa.
- Jorge - me dice mientras me da un fuerte apretón de manos y me palmea el
hombro
- ¿Cómo era esa historieta del vino que me estabas contando?... Ah, ella es
Claudia...
Claudia busca mientras tanto el cigarrillo entre el pasto. Cuando lo encuentra
lanza un suspiro de satisfacción y lo enciende con un Cricket que cuelga de su
cuello entre infinidad de collares y medallones.

- 41 -
- Tomá, Pepe - me lo pasa, después de darle una larga pitada, con su pequeña
mano repleta de anillos - te va a hacer bien.
Claro que me va a hacer bien... de tu mano hasta el arsénico me haría
bien... Bueno, ya estoy desvariando, otra vez. Volvamos a la realidad.
- Gracias - le digo y hago una seca que me colma y me empuja más todavía
hacia lo irracional, hacia el pasado, hacia una parte de mi personalidad que había
olvidado o, quizás, sepultado... Todo eso es demasiado. En cualquier momento
podría evadirme totalmente y prefiero evitarlo. Me vuelvo hacia Jorge.
- ¿Tenés algo para abrir la botella?
Me pasa una de sus pinzas y, ante mi evidente torpeza se encarga
personalmente de la tarea.
- Esto no va a alcanzar - digo mirando el pequeño paquete - Yo... Estoy muy
cansado... Si les doy plata... ¿Traerían un poco más ?... No sé... Si no lo toman a
mal...
- Sí, lo tomamos muy mal - Claudia se ríe alegremente - Si supieras la
cantidad de locos que han comido en casa. Es normal que hoy nos invites. Pero el
problema es que somos vegetarianos. Hace cinco años que no comemos carne.
Le doy mi billetera.
- ¿Ese es el problema? Vayan y compren lo que quieran.
Recostado contra un árbol los veo alejarse como en un sueño. Hace mucho
tiempo que no me manejo así con el dinero: “Hoy yo tengo y pago, mañana se
verá”.
Todos estos años viviendo entre rígidas convenciones...
“Debemos invitar a cenar a fulanito y su esposa porque el mes pasado fuimos a un
asado en su casa..." Con los ojos entrecerrados tengo la impresión de que las
siluetas de mis nuevos amigos se vuelven inconsistentes. Pasan bajo...
...Bajo una luna roja corro por el lecho seco de un río pedregoso. Me
persigue un buitre y cada vez me es más difícil seguir huyendo. Enormes
perros comen los restos hediondos de un caballo. Me doy cuenta de que llevo
un gran bulto en la espalda y me desembarazo de él sin dejar de correr. Vuela
una gran cantidad de papeles que, por un momento, desorientan a mi
perseguidor. Pero sigue siendo difícil seguir, hay todavía algún lastre. En el
bolsillo del saco encuentro unas extrañas monedas de mármol. Las tiro hacia
atrás y me siento más liviano pero estoy al límite de mis fuerzas... Ya no hay
tiempo... Es demasiado tarde, demasiado...
- Pepe, despertate Trajimos pizza, otra botella de vino y fruta.
Jorge me sacude. Me cuesta enfocar su cara. La vista no me responde o el
cerebro está en otra dimensión porque no logro unificar los elementos que
conforman los objetos. El poncho de Claudia se desintegra en fogonazos
multicolores y, al apoyar la mano en el suelo, siento cada ramita, cada pasto...

A la luz de la lámpara brilla el pequeño disco de bronce contrastando con el


fondo oscuro del escritorio. Lentamente paso el dedo sobre las letras que cinceló
Jorge. Quise que me dejaran un recuerdo y les pedí un medallón con la palabra
Coraje, la consigna de Alfonso.

- 42 -
Claudia le agregó Paz. Paz y Coraje. Dentro de un sol llameante. Paz y
Coraje. No tengo paz y necesito coraje. Mi consultorio, que estuvo durante la
última semana colmado con la risa espontánea de Claudia y la voz pausada de
Jorge, me parece ahora un helado frigorífico. Cuando los encontré en el parque y
me dijeron que la noche anterior habían dormido en la estación les propuse que
vinieran a casa, aceptaron con la misma naturalidad que habían mostrado ante el
improvisado almuerzo. Quise volver a sentir sobre mi espalda el peso de una
mochila y cargué la de Claudia. Al pasar por una vidriera vi reflejada mi imagen.
El traje oscuro y pasado de moda no encajaba con la mochila roja a pesar de estar
arrugado y desteñido. Pensé en mi patética figura de hombre maduro y excedido de
peso en compañía de una pareja joven de “pinta rara”; me sentí un poco
avergonzado de mi mismo. Sin embargo el reflejo de la vidriera me producía un
cosquilleo en la espalda y sentía que las arrugas de la cara se me estiraban y
cambiaban de lugar... Estaba sonriendo después de mucho tiempo. Mi paso se
aligeró y corrí hacia el espejo que adornaba la entrada de una galería. Francesca-
Claudia y su compañero aparecieron a mi lado y nos pusimos a hacer muecas y
pantomimas. Nos reímos mucho y yo dejé de hacerme planteos. Cuando llegamos,
Humberto estaba saliendo con el auto.
- Me voy a la clínica - me dijo, ignorando con toda intención a mis
acompañantes.
- Te presento unos amigos. Van a parar unos días en casa antes de seguir
viaje para el Brasil...
Traté de hablar con naturalidad pero la actitud de rechazo de mi hijo no
dejaba lugar a dudas. Por un resto de urbanidad los saludó fríamente y subió al
coche murmurando algo como que se le hacía tarde... Nos quedamos todos en
silencio mientras lo ponía en marcha cerraba las puertas del garaje. Se había
levantado una barrera entre nosotros. Los roles, quizás nunca bien delimitados por
falta de comunicación, se habían invertido totalmente. Yo parecía un adolescente
cuyo padre desaprobaba a sus amigos. Pensé tantas cosas juntas que no pude decir
ninguna...
...¡Mierda! es cierto que él construyó la planta alta con las ganancias de
su Clínica pero lo hizo sobre la casita que compré yo haciendo guardias
agotadoras y mal pagadas en hospitales y sanatorios claro el no tuvo
necesidad de semejantes sacrificios si bien no perdió ni un solo año y se recibió
con muy buenas notas no tuvo que salir como su padre a poner inyecciones o
hacer masajes para pagar los apuntes... Total todo le era proporcionado por
este pobre infeliz a quien el ahora se da el lujo de despreciar o ignorar, me lo
tengo merecido es mi castigo por no haber seguido un camino en línea recta
por haber escuchado la voz de quien sabe que demonio que me susurró que
debía pensar en el futuro de mi hijo... Tal vez... Tal vez si hubiera llevado a
cabo mis planes ahora trabajaríamos codo con codo curando a los habitantes
de algún paraje desértico o al menos nos veríamos cada cuatro o cinco años
cuando el se decidiera a visitarme... Aunque no me admirara al menos me
respetaría... Es tarde... Demasiado tarde...

- 43 -
Rosita se hizo cargo enseguida de la situación. Cubrió con una ancha sonrisa
la sorpresa que se leyó en sus ojos cuando nos vio entrar con los bultos y nos dio
un beso a cada uno. Al saber que ya habíamos comido empezó a pensar dónde
podían dormir “los chicos”: Después del encuentro con mi hijo la actitud de mi
mujer fue, como siempre, un bálsamo. Serena, sin reproches ni comentarios, me
propuso armar la habitación de servicio pero yo insistí en que acamparan en mi
consultorio. Tendrían así una salida independiente a la calle y evitaríamos
situaciones urticantes con mi hijo y su esposa... El consultorio, mi pequeño mundo
en una casa cada vez más grande y lujosa donde me siento perdido y fuera de lugar.
Ahora estoy otra vez solo pero lo sabía de entrada... En lugar de entregarme a la
nostalgia sería más positivo hacer un balance de lo que he vivido estos días, las
charlas, el intercambio de experiencias y sobre todo, dilucidar si esta nueva
generación de automarginados se plantea una lucha frontal contra la sociedad o se
conforma con vagar por la periferia... Pero eso será otro día, está todo muy fresco
para mirarlo con objetividad. Siento un enorme vacío interior. Los acompañé hace
más o menos una hora, hasta la ruta. Enseguida les paró un camión y yo me quedé
mirando como se iba haciendo cada vez más chico hasta que se perdió de vista
definitivamente... Pero yo ya sabia que se iban a ir... Soy un blandito o no tengo,
como Alfonso, mecanismos de defensa que me protejan contra el sufrimiento que
produce la separación. Nunca noté en él una expresión de dolor por la partida de
alguien en que había vislumbrado un compañero de lucha. Decía simplemente: “En
un ejército en marcha se fusila a los traidores a la causa o se los deja librados a su
suerte”. Desde ese momento esa persona dejaba de existir para él. Si la nombraba
lo hacía de una forma impersonal y lejana. Con el tiempo estas expresiones
brutales fueron desapareciendo: creo que, fundamentalmente, porque armaba el
sistema defensivo de entrada presumiendo que toda relación era efímera:
“Generalmente ando solo. A veces alguien se acerca y seguimos el mismo camino
hasta que se bifurca y cada cual continúa su marcha por el suyo”. Otra técnica era
la de teatralizar. “Estoy triste. Otra vez me quedo solo como un perro”. De esta
forma cubría con una cortina de humo lo que sentía realmente. Nunca tomaba la
iniciativa para entablar una relación salvo que intuyera una afinidad ideológica.
Aún en esos casos se acercaba, erizado como un puercoespín, con actitudes
desconcertantes para probar al desconocido. Si éste las resistía se abría la
posibilidad de un diálogo profundo y hasta de una amistad sin límites. En otros
casos era lapidario. Una vez, volviendo de Jujuy a Huacapunco con la ambulancia,
recogí en la ruta a una pareja de estudiantes de Sociología. Eran de Buenos Aires y
estaban haciendo un trabajo de campo sobre los esquemas mentales del hombre
andino. Les hablé de Alfonso que se autodefinía, a veces, como sociólogo
autodidacta que realizaba sus estudios tras su disfraz de mecánico. Lógicamente
quisieron conocerlo así que fuimos directamente a su taller. Nos saludó fría y
cortésmente y nos invitó a pasar. Escuchó la densa explicación sobre las teorías de
Roberto Potch sobre la organización incaica y las premisas culturales altiplánicas
lanzando, de vez en cuando, distraídos “hummm...” Con un oyente tan pasivo los
estudiantes dialogaban a sus anchas interrumpiéndose o hablando al mismo tiempo
en su deseo de aclarar más sus conceptos. Cuando se produjo una pausa Alfonso
me dijo, sin levantar la voz pero sabiendo que sería oído por los otros:
- 44 -
- ¿Sabés que pasa?... Aquí la gente habla despacio y de a uno por vez,
cuando te acostumbrás a eso una charla así te marea...
Se produjo un silencio un poco tenso. El se puso de pie y sacó unas
herramientas del tablero.
- Muy interesante - les dijo con voz suave y sin expresión - Lástima que
tengo que terminar de armar la camioneta del Intendente. Otro día seguimos
charlando...
Desapareció dentro de la fosa y se puso a trabajar en silencio.
- No entiendo... - comenzó a decir la chica.
- Es un hombre con muchos problemas - les dije para salvar la situación.
Me sentía tan culpable que hablé con el Director del Hospital y conseguí que
los dejara dormir en la habitación de los residentes. Sólo después de este acto
compensatorio decidí irme a descansar del largo viaje. Cruzaba la plaza cuando
Alfonso me llamó desde el bar del Hotel Asturias. Como suponía, el trabajo
urgente había sido una excusa que el no se molestó en disimular. Estaba sentado,
frente a una botella de vino, con un gordo de enorme sombrero negro.
- Trabajamos juntos en Susques cuando estaba en Vialidad - me explicó
después de presentarnos.
- A dieciséis kilómetros de la frontera con Chile, Doctor - me dijo el gordo -
No se imagina lo que es eso...
- Conozco... conozco - le dije con suficiencia - Atendemos la zona desde el
Hospital.
La actitud del hombre cambió. Fue como si se hubiesen acortado las
distancias. Si bien me siguió tratando de “Doctor” - sentí que ya no lo hacía para
mantenerme alejado, Me di cuenta de que, en ese momento, yo estaba mostrando
síntomas del “Síndrome de Integración” aunque menos exacerbados que los de
Alfonso. Era una necesidad de decirle: “Seré gringo pero ando por la puna como
por mi casa y no me asustan las salinas”: de enfrentar ese racismo que practican los
grupos marginados: El negro norteamericano dice “somos los mejores” cuando
gana una competencia deportiva el judío afirma, no sin razón, que Israel exporta
inteligencia y hasta el silencioso pastor indígena nos observa con ironía cortés
cuando descubre que nuestros elementos fallan al enfrentar su duro hábitat. Fue
una sensación fugaz porque, enseguida, vi que éramos tres hombres pequeños
perdidos en un paisaje descomunal contra el que luchábamos de cara al viento.
- El manejaba la cargadora frontal y yo un camión - continuó Alfonso - Nos
llevó quince días nivelar esa parte de la ruta...
- ¿Te acordás, gringuito? - el gordo se volvía más expansivo a medida que
descendía el nivel de la botella. Pidió otra y puso sobre la mesa una bolsa de
plástico llena de coca y un sobrecito de bicarbonato - Sabíamos meterle diez...
Doce horas por día. Venían pulsuditos los sobres a fin del mes con los viáticos y
las extras. Sírvase, Doctor, está fresquita. La traje del “otro lado”.
Nos pasó la bolsa y, al rato los tres nos mirábamos con sonrisas verdes.
- Che, y el negro Calatay... Que “lo” decían “Vinchuca”. ¿Dónde anda? -
Alfonso seguía buscando puntos en común.

- 45 -
- No sé... Trabajó un tiempo en la Mina. Por poco se hace apretar con una
carga de mineral que cayó desde arriba; se asustó fiero y se alzó a la mierda.
Anduvo vendiendo ropa que pasaba de Villazón...
Y, entre vaso y vaso, fueron desfilando zafreros bajo el sol de fuego de los
ingenios, hombres que diariamente se pierden en las entrañas de la tierra “con su
coca y su cigarro”' sabiendo que el dueño de la mina debe entregarle al diablo, por
lo menos, una vida por año, eventuales contratados por empresas constructoras de
obras públicas y empleados de reparticiones estatales, que cumplen sus funciones
en zonas donde el único medio de transporte es la mula. Cuando el gordo se fue
con paso vacilante hacia el baño Alfonso me miró con ojos un poco turbios.
- ¡Esta es mi gente, hermano! - me dijo con los dientes apretados - Te pido
una cosa: No me traigas nunca más porteños que tienen la precisa... ¿Por qué no se
vienen a vivir un par de años “aquicito” si quieren conocer al hombre andino?
Pero no siempre era así. Conocí gente que vivió en su casa durante meses.
Algunos trabajaron en su taller percibiendo el cincuenta por ciento de las
ganancias a pesar de aportar sólo la mano de obra. Tenía una paciencia sin límite
para enseñarles el oficio y aceptaba con naturalidad que le echaran a perder las
herramientas. En algunos casos tuvo que pagar cuentas de algunos que se habían
ido sorpresivamente.
- Vale la pena perder unos pesos para librarse de semejante lastre - decía,
encogiéndose de hombros.
En general se relacionaba con gente más joven que él. Decía que no podía
comunicarse con los de su edad. Es lo que me está sucediendo a mí en este
momento. Mi encuentro con Claudia y Jorge fue la experiencia más importante de
los últimos años. Esta breve convivencia me ha convencido de que siempre habrá
individuos capaces de optar por un camino personal pagando el precio del
aislamiento social. Están presentes en la buena literatura de ciencia-ficción, que no
es otra cosa que una proyección sociológica tomando como punto de partida los
elementos del presente (Farenheit 451, Mercaderes del Espacio...) Los he
encontrado, con placer, hasta en algunas novelas rusas contemporáneas.
- ¿Por qué no? - me dijo Jorge unas noches atrás - no creo tener la obligación
de participar en un juego con el que no estoy de acuerdo. Sé positivamente que
todos están haciendo trampa y a mí no me interesa. Prefiero levantarme de la mesa
y tratar de iniciar una partida, con otras leyes, con alguien que quiera intentarlo
conmigo. Tal vez alguno de la mesa grande se sienta picado por la curiosidad y se
acerque a ver qué estamos haciendo... Se lo explicamos y si quiere hacer la prueba,
ya somos tres.
Me quedé pensando en silencio. Claudia, sentada en el suelo sobre su bolsa
de dormir, encendió el cigarrillo que había estado armando con gran cuidado para
que no se le cayera ninguna hebra.
- ¿No te parece un camino peligroso? - le pregunté mirando el humo azulado
que dibujaba arabescos subiendo hacia el techo.
- No creo - me pasó el porro con naturalidad - si el fumo estuviera permitido
sería más barato y a nadie se le ocurriría consumir psicofármacos. Esos sí que son
jodidos.
- Es cierto; pero el problema es que esto puede llevarte a cosas más pesadas.
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- ¿Por qué? - preguntó Jorge. Dejó sus herramientas para incorporarse a la
rueda y, antes de seguir hablando, saboreó con deleite su parte de humo dulzón -
Es como decir que la cerveza te lleva al vino y el vino al whisky. Nada que ver...
Lo que pasa es que te abre el coco y eso no les conviene a los dueños del circo.
El consultorio era un verdadero campamento. Yo había traído un viejo
calentador a gas y un bidón con agua para poder preparar mate sin necesidad de ir
a la cocina. Habíamos desplazado el escritorio hacia un rincón para movernos con
comodidad entre las mochilas, los bolsos y las herramientas. En el cesto para los
papeles había una bolsa plástica donde tirábamos la yerba usada y la alfombra
estaba cubierta de pedacitos de alambre y chapa de bronce. Ellos almorzaban
afuera y yo con mi mujer pero todas las noches nos reuníamos aquí para tomar
mate con galletitas o alguna conserva. En algunas ocasiones Rosita se incorpora a
la velada aportando su cuota de sentido común pero buscando de no desentonar.
Por un tácito acuerdo los chicos fumaban tabaco en esos momentos mientras nos
contaban sus experiencias en Holanda, Grecia o Israel. Pero mi obsesión era saber
si esos viajes conducían a algo más definitivo.
- Muchas veces nos hemos planteado la posibilidad de comprar un pedazo de
tierra y tener con otros locos, una huerta y algunos animales - me dijo Claudia una
noche - pero hasta ahora, no se dio.
- Entonces ¿Los viajes son para buscar ese lugar?
- No necesariamente. Son, un poco, el complemento de un viaje interior más
profundo. Vos sabés por experiencia que cuando salís del país por un tiempo
volvés con otra mentalidad, ves todo con ojos distintos...
- Sssiii... - Pensar en mi caso me creaba serias dudas, volvían los planteos
“¿Por qué hice esto? ¿Por qué me fui de allá?...
- Oíme Pepe ¿Por qué pensás que estamos ahora en tu casa charlando con
vos?
- Puede ser... pero yo me quedé a mitad de camino...
- Cortala, viejo. Vivís cuestionándote y eso no es bueno. Vamos a dar una
vuelta. ¿O tenés sueño?
- ¿Sueño? ¿Que es eso? Vamos nomás.
Desde esta noche las calles tienen para mí un sabor distinto. Me siento
menos solo. Dos compañeros caminarán a mi lado o yo recorreré con ellos las
calles de Sao Paulo o Guayaquil. Me basta tocar bajo la camisa el medallón de
bronce...

Siguiendo un impulso irresistible he llegado hasta la Terminal de Ómnibus.


Paladeo la excitación del viaje inminente que se vive a mi alrededor. Para hacer
más vivida la sensación he pedido un café-con-leche-y-medialunas, ceremonia
infaltable antes de subir a cualquier medio de transporte que nos lleve lejos...
Detrás mío una pareja de jóvenes rubios acomoda sus mochilas. En una distingo la
bandera de un país escandinavo ¿Suecia? ¿Dinamarca? Sobre la mesa tienen una
guía que les indicará que lugares conviene visitar. Seguramente han trabajado un
par de meses en su país, lo que les permitirá viajar por el “patio trasero” de la
primera potencia mundial durante un año. Desde luego que medirán sus gastos,
preguntarán varias veces antes de comprar un “souvenir” y sólo sacarán fotos de
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los lugares importantes como Tiahuanaco o Machu Picchu. Pero no creo que
lleguen a captar la esencia de nuestra América... A comprender nuestra vitalidad a
pesar de la inestabilidad económica y política (o, tal vez, precisamente por eso).
Pero no he venido aquí hacer esta clase de razonamientos. Estoy flotando con la
atención conscientemente dispersa. Los parlantes anuncian la próxima partida de
un viaje con destino a alguna parte. Los novios se dan el último beso y la abuela
llora al despedir a su nietito. Los “vikingos” hablan pausadamente, el lee con
atención la guía en voz alta y ella graba en su cerebro toda la información que va
recibiendo. Lamentablemente la guía no puede anticiparles cuándo será el próximo
golpe de estado en alguno de los países que cruzarán. Pero hay una cosa de la que
pueden estar seguros: cada vez comprarán más cosas con menos dólares. Buscando
una similitud con el alemán, trato de comprender lo que están diciendo... No hay
caso, los idiomas no son mi fuerte y, finalmente... ¿Qué me importa? En otra mesa
un matrimonio de piel cobriza toma cerveza en silencio. A su alrededor, los tres
hijos mayores sentados sobre atados, bolsas y cajas de cartón, miran todo con ojos
brillantes mientras comparten una gaseosa. En el suelo, sobre una manta, duerme la
menorcita. Bolivianos seguramente... De vuelta; a su convulsionado país o, tal vez,
han cruzado la frontera sin documentos; tienen familiares en Buenos Aires que los
ayudarán a ubicarse: él en la construcción y ella en la venta al menudeo de ajos y
limones... El viajante hace sus cuentas. Una señorita un poco madura lo mira de
reojo desde otra mesa alimentando su imaginación de mujer solitaria. La anciana
dormita aferrada a su cartera como para anunciar a todo el mundo que allí lleva el
dinero... Otro ómnibus en horario de partida, se produce una aceleración
momentánea en algunos mientras el resto sigue esperando resignadamente. Yo
también permanezco en mí lugar al acecho de otro encuentro mágico que me
impida volver a caer en el vacío Ya no pretendo darle sentido a mi vida ni necesito
poner en marcha un proyecto para justificar mi existencia...
Es decir... Lo que no hice en su momento... Pero, podría dejar todo en este
mismo instante (Zafar como decían los chicos). Mi vieja mochila debe estar
todavía en el cuartito del fondo... Aunque podría reemplazarla ventajosamente por
un morral de cuero, una alforja tejida en telar o hasta una simple bolsa de harina.
Las mochilas, cada vez más sofisticadas y funcionales, son dejadas de lado por la
gente que viaja desde hace años. Jorge me aseguró que era el último viaje en que
cargaría una. La espalda dolorida por el peso de lo superfluo enseña el desapego. A
ver ¿Qué llevaría yo en mi pequeño costal de peregrino?... un poco de ropa de
recambio, lápiz y papel para dibujo y un par de libros: el Quijote, naturalmente y
esos textos cortos de Kafka... No, no, sería arrastrar un lastre de otra época, como
en el sueño del buitre. Tengo un poco de dinero encima: podría hacerle dedo a un
camión o trepar un tren de carga... ¡Soy un delirante! El dinero me duraría sólo
unos días y no me siento capaz de dormir a la intemperie, comer desperdicios o
mendigar alimento. Claro que podría trabajar... Pero ¿de qué? En alguna cosecha o
de lavacopas de un comedor al borde de la ruta para no quedar atrapado por la
rutina... ¡Qué locura! Lo mejor sería algo intermedio como tratar de acelerar los
trámites de mi jubilación establecerme en el Litoral... En una casa junto al río con
un bote amarrado al muelle para remar hacia el pueblo a buscar provisiones una
vez por semana... ¡Qué bueno! Levantarme con el sol, hachar leña para la cocina y
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luego ir a pescar algo para el almuerzo... Volver con los músculos tensos y mi cara
arrugada y curtida bajo el sombrero de paja... El litoral, el noreste. "Otra de las
zonas que como ésta, tiene identidad propia" como decía Alfonso en Huacapunco:
identidad mestizada gringo-guaraní, folklore con polkas interpretadas en acordeón
y guitarra... ¿Dónde leí que la mejor forma de eliminar el racismo es llegar al
mestizaje cultural? En “la Bella Durmiente”, infeliz, como siempre, en el
momento de tomar una decisión que implica un esfuerzo, te diluís en
divagaciones socio filosóficas... Me aburrí de la Terminal, me vuelvo a casa...

Hay una carta en el buzón. El sobre, escrito a máquina, está a mi nombre.


Hace tiempo que no recibo correspondencia. Veamos.
La Asociación de ex alumnos del Instituto Belgrano tiene el agrado de
invitar a usted a una Cena de Camaradería que se servirá en el Salón de Actos
del Establecimiento como parte del Programa de Festejos previsto con motivo
de las Bodas de Oro...
...El aula de paredes descascaradas donde se formaba a los hombres del
mañana bajo la mirada adusta del Padre de la Patria. En el baño fumábamos
desmañadamente nuestros primeros cigarrillos contándonos cuentos verdes...
Nuestras compañeras se transformaban en mujeres ante nuestros ojos que
descubrían un mundo insospechado. Veíamos las guerras lejanas y los
movimientos de liberación a través del cristal de Selecciones y Life. La música
inconsistente y melosa de las comedias musicales desaparecía ante el avance
arrollador de cantores que aullaban, contorsionándose, abrazados a sus guitarras
eléctricas... Para mí el Instituto se llamaba Amalia, unos ojos negros que me
miraban sonrientes desde la otra hilera de pupitres, llenándome de una dulce
desazón... Para Alfonso un lugar estrecho y oprimente que estimulaba su imperiosa
necesidad de arrojarse contra todo, un escenario para teatralizar sus conflictos
internos y una tribuna para lanzar sus proclamas inconformistas con el puño
cerrado. A pesar de tener sólo un año más que el resto parecía mucho mayor. Como
leía mucho tenía la posibilidad de intercalar en sus lecciones datos que no
figuraban en el texto o conclusiones que llegaban a desconcertar a los mismos
profesores. Con su facilidad para los idiomas podía recordar diálogos enteros
después de haber visto una película: esto hacia que se destacara, también, en la
clase de francés. Conversaba con la profesora, que había estado en Francia. La
buena mujer se dejaba llevar por el entusiasmo y sólo interrumpía el diálogo
cuando advertía que el resto del curso no la podía seguir. Alfonso tampoco
entendía la totalidad de las explicaciones pero jamás lo demostraba y seguía
haciendo preguntas con naturalidad. Un día en que la lección incluía un poema lo
recitó con tanto ardor que desde los bancos surgió un espontáneo aplauso... Y no es
que fuera querido, más bien se lo temía por sus imprevisibles reacciones. Se
sentaba solo en el primer banco y sus únicos útiles eran una libreta y una lapicera.
Tomaba breves apuntes de algunas clases y el resto del tiempo escribía poemas,
que firmaba como Conde Alphonse de Kumouk, o leía un libro. Esta actitud,
como es lógico, enfurecía a algunos profesores. Cuando le preguntaban porque no
atendía, contestaba, respetuosamente y sin levantar la voz, que esa materia no le

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interesaba en forma especial y que prefería aprovechar esa hora para leer otra cosa
y estudiar directamente para el examen. Era muy difícil sancionarlo porque nunca
participaba en las travesuras de los demás. En las horas libres, mientras todos
gritábamos y nos tirábamos tizas y papelitos, el permanecía inmóvil en su rincón
concentrado en la lectura. Era tradición en la Escuela que todos los años los cursos
eligieran al mejor compañero. Poco antes de abandonarla para siempre Alfonso fue
electo por una amplia mayoría de votos gracias a una campaña de publicidad que él
mismo puso en marcha. Pronunció discursos delirantes y fogosos durante los
recreos y escribía su nombre en paredes y pizarrones. Me dijo que quería demostrar
lo fácil que era manejar a gente con mentalidad de rebaño. Teniendo en cuenta que
sus actitudes siempre habían reflejado un abierto desprecio hacia todos (te estoy
“'apreciando”, contestaba cuando alguien se quejaba de ser menospreciado por él)
el resultado de la elección confirmó ampliamente su teoría. Nunca pasaba
desapercibido. Despertaba adhesiones fervorosas o rechazos absolutos aún entre
los profesores. Porque, en realidad, sólo les hacía el vacío a los que dictaban su
materia en forma rutinaria. “La enseñanza debería ser un diálogo entre un maestro
y sus discípulos - decía muchas veces - Como en la Antigüedad. Una persona que
dicta lo que va leyendo en un libro puede reemplazarse, sin ningún problema, por
un grabador o por la lectura directa”. Hubo otros, en cambio que lo impactaron
profundamente, seres aislados en el mundo de la enseñanza donde se alistan, en
muchos casos, los que fracasan en su intento de convertirse en profesionales...
Nunca olvidaré a un tal López Rocha... ¿Ese era su apellido?... Bueno, no importa,
era un hombre de ideas muy definidas que no tenía ningún inconveniente en
exponerlas. “Soy izquierdista y ateo” -nos dijo al comenzar su primera clase con
nosotros - “Y el que me diga que no debe mezclarse la política con la enseñanza le
diré que la educación es una cuestión eminentemente política...” Dictaba Química
Orgánica. Mientras dibujaba en el pizarrón, fórmulas de hidrocarburos nos hablaba
del poder de las compañías petroleras y de las sangrientas guerras, revoluciones y
masacres que habían provocado en todo el mundo. A los tres meses fue dejado
cesante por la presión de nuestros padres, alarmados por las peligrosas ideas que
nos oían expresar. Para Alfonso fue un golpe muy duro y, quizás, el factor
desencadenante de su decisión de abandonar los estudios... También tuvimos un
profesor de música fuera de serie que nos hacía escuchar composiciones clásicas
mientras nos mostraba reproducciones de cuadros de la época. Entre el desorden
general sólo estábamos atentos Alfonso y yo (que habíamos descubierto a Wagner
después de un período “beethoveniano”), un gordito un tanto afeminado que
estudiaba piano y... ¡claro! Hilda, una lituana flaquita que mantenía con mi amigo
una relación muy intensa pero bastante complicada. Huyendo del avance ruso, sus
padres la habían traído al país siendo muy pequeña. Su anticomunismo congénito
chocaba con el fervor izquierdista de él pero sin embargo, tenían largas charlas
durante los recreos y, en las horas de clase, se comunicaban por medio de notitas
que se hacían llegar dentro de una lapicera. La afectividad que fue siempre para él
“un peligroso pantano” se manifestaba sublimada, disfrazada de intercambios
intelectuales y artísticos. Jamás hubo entre ellos un gesto de cariño como tomarse
las manos o mirarse a los ojos. Se los veía caminar juntos por el patio... El, un poco
encorvado, con las manos en los bolsillos y la vista en el suelo y ella mirando al
- 50 -
vacío inexpresivamente Justamente por estar concentrada en el plano mental, la
relación tenía un enorme magnetismo. “Mi Venus en Acuario” me decía, sacando a
relucir lo poco que había leído sobre Astrología “que es un signo de aire, hace que
mis afectos pasen siempre por lo intelectual. No me imagino llevando del hombro a
una rubiecita de nariz respingada y cerebro nulo”. Desde luego que ésta era una
explicación simplista de una problemática mucho más compleja que, creo, nunca
llegó a resolver completamente. Por lo que pude observar sus contactos con el sexo
opuesto estuvieron signados siempre por un terror irracional que únicamente
desaparecía cuando podía establecer, claramente, una relación fraternal de
camaradería. En esa época de adolescencia resolvía la cuestión presentándose
como el Maestro, el ser superior frente a su pequeña discípula. Más adelante lo vi
junto a mujeres conflictuadas como Claudine o una excelente poetisa, totalmente
desequilibrada, con la que corrían por la playa azotándose con ramas verdes de
sauce. Desde Huacapunco mantenía una activa correspondencia con algunas
amigas casadas o con algún compañero que se ocupara “de cumplir roles que a mí
no me interesan”, como me decía al leerme, muy ocasionalmente, sus cartas...
¿Y si fuera a la Cena-de-Camaradería? ¿Quiénes estarían?, Katty... La
“pequeña walkiria” de nuestras fantasías wagnerianas... El petiso... ¿Cómo se
llamaba?... jugábamos horas enteras al billar en “ratas” memorables... ¿Y Amalia?
La imagino gorda, con un nietito en los brazos que ha heredado sus ojos negros y
brillantes... Ortega, que quería ser marino... de muchos recuerdo sólo el apellido o
algún gesto... ¿Qué harán en este momento? Varios, como yo, estarán con la
invitación en la mano viajando hacia el Pasado, tratando de rescatar imágenes y
sensaciones de entre las brumas de sus cerebros envejecidos. Algunos me
recordarán... (¿?) Sí... puede ser, pero difícilmente alguien pueda haber olvidado al
Conde Alphonse que nos abrumaba a todos con su erudición superficial pero
brillante y mucho más por su condición de hombre libre: porque tenía sobre
nosotros una ventaja enorme que en ningún momento dejaba de hacer notar:
Trabajaba y manejaba su propio dinero. Le entregaba a su madre la mitad de lo que
ganaba en una pequeña fábrica de juguetes para cubrir gastos de comida y
alojamiento o “pagar de una forma neurótica la independencia de la que gozaba”,
como le señaló uno de los psicólogos que lo trató. Esto le permitía abrir
ostentosamente sobres que la Dirección del Colegio enviaba a sus padres
informándoles sobre sus aplazos e inasistencias o invitarnos a todos a comer
alfajores... pero imponiéndonos un gusto determinado. A lo largo de su vida realizó
los trabajos más diversos, desde cadete a estibador en el puerto. Tuvo un
laboratorio fotográfico y una empresa de venta domiciliaria que sólo le produjo
gastos... la fábrica, el hotel... Su inestabilidad interior no le permitía durar mucho
en ningún puesto pero en todos se destacó por su eficiencia. Donde se quedó
bastante fue en un depósito ferroviario. Ingresó como peón pero en dos meses
había ordenado los caóticos galpones agrupando el material y rotulando las
estanterías. Creó, luego, un eficaz sistema de control de entradas y salidas
utilizando viejas planillas en desuso. Además se hizo cargo de los partes diarios y
las notas sacando a relucir sus dotes de redactor. Al enviar algún material cerraba
la carta correspondiente con fórmulas burocráticas recargadas como: “... aprovecho
la oportunidad para saludar a Ud. con la consideración y respeto que merece dadas
- 51 -
sus inequívocas aptitudes puestas de manifiesto en su larga y nunca
suficientemente bien ponderada gestión frente a este Departamento...”
-...Y los tipos se lo toman en serio - me aseguró un día en que fui a visitarlo.
Lo había encontrado “archivando notas de asuntos generales”, es decir arrojando a
la estufa de leña las que no le llamaban la atención.
- Escuchá esto: Ignoro. Estimaré a Ud. Destino. - me pasó una breve
comunicación interna que guardaba en el cajón de su escritorio - ¿No es un
verdadero poema? a veces pienso que la escribió un Maestro Zen...
Me quedé toda la mañana en la oficina. A esa altura el jefe, un viejo
burócrata al borde de la jubilación, había dejado todos los hilos del depósito en sus
manos... Recibía y despachaba materiales, llenaba las planillas, se comunicaba
telefónicamente con las otras Secciones y redactaba las notas que su jefe firmaba,
ciegamente, poco antes del horario de salida. Junto a la estufa alimentada por
restos de durmientes de quebracho, mirábamos caer la llovizna por unos altísimos
ventanales de vidrios biselados...
- No creas que no soy consciente de la tremenda incoherencia ideológica que
significa para un anarquista vivir de un puesto público - me dijo pasándome unos
de los apestosos cigarros de hoja que fumaba en esa época - sé que esta no es una
situación definitiva pero muchas veces me siento una especie de pordiosero. Por
eso nunca me preocupo por contar lo que me regala el Estado. Imaginate, paso seis
horas diarias aquí, junto a la estufa, escribiendo mis cosas, dibujando o leyendo y a
fin de mes me llega un sobre con dinero. Mover los papeles del depósito no me
lleva, nunca más de una hora por día. Me daría vergüenza reclamar un aumento de
sueldo... Por eso tampoco me afilié al gremio que, de todas formas, practica un
sindicalismo corrupto sin espíritu de clase, típico en nuestro país...
Tomó un jarro de agua que hervía sobre la estufa y sirvió,
ceremoniosamente, dos tazas de té. Encendió la radio a transistores que tenía sobre
un estante y una alegre melodía sinfónica se sumó al crepitar del fuego y el sonido
de la lluvia sobre el enorme techo de chapas.
- Mozart - me dijo con seguridad después de escuchar, atentamente, un rato.
- Puede ser también una de las primeras cosas de Beethoven... Escuchá esos
acordes...- Habíamos entrado, como siempre, en un juego de competencia cultural
que nunca pude quitarme de encima. Aún hoy me es imposible gozar
tranquilamente de un trozo de música sin tratar de descubrir antes quien la
compuso.
- Humm... En una de esas - y nos quedamos en silencio, pendientes de
cualquier indicio que pudiera confirmar nuestras suposiciones...
- Está bien - me dijo resignadamente cuando el locutor anunció, con voz
pausada, que “se acaba de difundir Danzas y Contradanzas Vienesas de Ludwig
Van Beethoven” - Esta tarde me voy a lavar bien las orejas.
- ¿Cuánto tiempo hace que estás acá? - le pregunté para cambiar de tema.
- Más de un año... ¿Qué te parece? - como ya sabíamos lo que se escucharía
a continuación, la radio pasó a ser un delicado fondo musical - por ahí me quedo
un tiempo más, hasta que me vaya al Ashram que fundaron unos amigos en el sur...
¿Sabés que pasa? Me acobarda volver a recorrer el Mercado de Esclavos, con el
diario bajo el brazo, para ofrecerme en venta. Te pesan, te miden... Ponen a prueba
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hasta dónde te pueden hacer agachar... ¿Te conté de esa vuelta que me presenté en
un laboratorio para cubrir una vacante de visitador médico?
- No. ¿Qué te pasó?
- Mirá... Los hijos de puta nos hicieron esperar más de dos horas. Éramos
unos diez muchachos, más o menos. Al final nos hicieron pasar a un salón vacío
con una mesa larga que tenía una hilera de sillas a cada lado: En uno se ubicaron
los tipos de la empresa y “nos invitaron” a sentarnos del otro. Uno de ellos, el más
capo, nos pidió con toda hipocresía disculpas por habernos hecho esperar... que
para ellos el respeto hacia las personas era una regla de oro... pero que,
lamentablemente, habían tenido que abocarse a la resolución de problemas
impostergables... etc. Después nos informó que habíamos sido seleccionados para
participar de una entrevista múltiple que definió como una “manera dinámica de
que lleguemos a conocernos mutuamente”... Ellos nos harían algunas preguntas
que deseaban que nosotros respondiéramos. Que no estábamos obligados a
ponernos de pie para responder si así no lo creíamos conveniente... Todo dicho con
un tono zalamero que trataba de disimular que eso sería una verdadera carnicería.
Nos habían hecho llenar una planilla con datos muy detallados sobre la familia:
Nombre del padre - Si es extranjero, fecha de ingreso al país, etc; los usaron para
tratar de demolernos. A mí, por ejemplo, me preguntaron por qué mi viejo que
llegó en el 30, no había vuelto a Europa durante la guerra para defender a su patria
de la agresión nazi. Le dije que, simplemente, porque era un admirador de Hitler...
- ¿Y usted? - me encaró otro enseguida - ¿También es simpatizante del
fascismo?
Yo ya estaba esperando esa estocada.
- Soy demasiado libre para eso. No sirvo para integrar rebaños.
Fui el único que no se paró para contestarles. Parece que eso les molestó
porque uno, haciéndose el sobrador, me atacó desde otro lado:
- Dígame... Usted se queda sentado porque se siente más seguro ¿no?
- No señor... Me siento más cómodo.
A pesar de los nervios conseguí aparentar un aplomo que los desconcertó.
Desde luego que no me dieron el puesto; necesitaban tipos que supieran defenderse
pero que, a su vez, ellos pudieran manejar... Te cuento otra. A los pocos días caí en
un lugar donde la agresión era tan burda y primitiva que llegaba a ser cómica: Al
llegar una secretaria te tomaba los datos. Nombre: Bla. Bla: Documento: Tal
número; Estudios cursados: 4to año de bachillerato: ¿Estuvo afiliado a algún
gremio?: Si: ¿A cuál?: A la Unión Obrera Metalúrgica.
“Muy bien... va a tener que esperar un momento. Ya lo van a atender.”
Después de una hora me hacen pasar a una oficina donde dos tipos acomodan
papeles detrás de un escritorio. Saludo y no me contestan: me siento frente a ellos
y sigue el silencio. Al rato uno, sin sacar la vista de un papel que tenía en la mano,
le dice al otro: “Aquí tenemos un extraño caso social... Casi termina sus estudios
secundarios, tiene cierta cultura... Peeeroo... Estuvo afiliado a un gremio, y...
¿Sabés a cuál gremio?... ¡A la Unión obrera metalúrgica! ¡¿Qué tal?!... O sea que
con su cultura y su formación sindical nos va hacer la vida imposible reclamando
aumentos de sueldo, cumplimientos de contratos y convenios... No, no, no, no. No

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nos conviene”. Yo no sabía si putearlo, reírme o felicitarlo por sus aptitudes para el
teatro así que me fui...
- ¡Qué loco! ¿Y ellos?
- Se quedaron revolviendo los papeles sin levantar la cabeza. Por eso te digo
que no quiero volver a pasar por todo eso otra vez. Y, además, soy tan boludo que
la única vez que conseguí una recomendación para entrar por la puerta grande la
perdí por hablar de más... Mi tío era amigo del dueño de una fábrica textil que
necesitaba un auxiliar a nivel gerencia. ¿Te imaginás no? Un sueldazo. Yo ya
soñaba con alquilar un departamento, comprarme una moto... Resulta que me
atendió un muchacho de mi edad con barba y anteojos: mientras me tomaba los
datos nos pusimos a hablar y me dijo que estaba estudiando sociología. Yo me
largué con todo... La sociedad industrializada y de consumo, bla, bla... La
deshumanización, la contaminación, la comunidad agraria como salida... El me
aprobaba en silencio. Cuando me cansé de hablar me aseguró que estaba
totalmente de acuerdo conmigo, y que estaba ¡Encantado de haberme conocido! en
cuanto al empleo era cuestión de días... A lo sumo una semana. Pasaron dos meses
y al final me convencí de que el barbudito había representado una comedia para
hacerme hablar. ¡No lo podía creer! El desgraciado había puesto sus conocimientos
a disposición de la Empresa... ¡Para protejerla de mí! Por eso hermanito la “chiva”
no quiere decir nada - se tironeó la suya y siguió. - Y pensar que yo me había
afeitado para disimular. Ahora ya no cedo. Aquí el jefe me quiso presionar un poco
pero yo elevé una nota al Gerente de Ferrocarriles Argentinos solicitando “su
autorización para concurrir a cumplir con mis tareas llevando barba ya que la
misma representa para mí un simbolismo relacionado con mi ruta interior” y no me
jodieron más. De todas formas creo que este será mi último trabajo convencional...
Pocos meses después el ferrocarril cerró el depósito por ser deficitario.
Alfonso, que era empleado provisorio, quedó en la calle. Lo interpretó como una
señal y se fue al Ashram del Sur. Volvió a los quince días, totalmente
desilusionado.
- ¡Qué se dejen de joder! Lo único que sacan estos de Oriente es la ascesis...
Ayunos, baños fríos a la mañana, de “esto” ni hablar... ¡Caca! - hizo un
significativo gesto y siguió caminando por mi pequeña habitación como una fiera
enjaulada - Cosas que en la India se viven con libertad, como camino individual o
después de practicar todas las posturas del Kama Sutra éstos las hacen pasar por
los moldes represivos judeo-cristianos... Siguen aferrados a la idea de la salvación
por el sacrificio, el pecado...
No podía dominar su furia ni detener su caminata. Había puesto todas sus
esperanzas en una salida que, ahora, se le presentaba como falsa. Conociéndolo, yo
sabía que lo mejor era dejar que se desahogara...
- ¡Y el jefe, Maestro, Swami, Gurú o no sé como mierda se hacía llamar! ¡No
te imaginás!... Se iba a caminar por el campo mientras los discípulos se peleaban
por hacerle la cama o lavarle la ropa... ¡Qué asco! Además si querías hablar con el
tenías que anotarte en un cuaderno que llevaba una típica mujer frustrada de las
que siempre se encuentran en esas cofradías: Túnica de tela rústica pero cabello
teñido y enrulado en la peluquería, sandalias de cuero crudo y, en el tobillo, una

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ajorca de oro 14... Che... ¿Esta noche que tenés que hacer? - me preguntó, sin
ninguna transición.
- Y... Tendría que estudiar un poco, pero ¿Por que?
- Te invito a festejar El Ocaso de los Dioses - me dijo subiéndose a una silla
y levantando, teatralmente, los dos puños hacia el techo - ¡Nunca mas!

LIegamos al pequeño subsuelo donde funcionaba el Centro de Ex


Combatientes Servios cerca de medianoche.
Veníamos de una parrillada donde Alfonso había roto con tres años de
riguroso vegetarianismo con un pantagruélico asado. La ceremonia había incluido
una razonable cantidad de vino, café y hasta un par de delgados cigarrillos de hoja.
Los taciturnos ocupantes del sótano no levantaron la vista cuando entramos con
paso vacilante. El tiempo del reloj estaba inmóvil dentro de su caja de madera
tallada; parecía indicar que allí se había detenido en el año 40. El empapelado
enmohecido estaba totalmente cubierto por fotos color sepia de partisanos con un
fondo de bosques nevados, viejas armas oxidadas, un estandarte apolillado
bordado con hilos de oro, la caricatura de una rubia de abundantes curvas vestida
únicamente con una casaca entreabierta...
- ¿Entendés lo que dicen? - le pregunté a Alfonso, señalando a dos tipos
corpulentos que discutían junto al mostrador;
- Casi nada. Mi viejo me enseñó apenas los saludos y algunas frases. En casa
siempre se habló castellano; es una lástima porque si no entendería un poco todos
los idiomas eslavos.
El tapizado de los sillones daba lástima pero me sumergí relajadamente entre
los mullidos resortes del que estaba en un rincón. Se acercó un hombre alto y muy
delgado con una cicatriz en la mejilla. En la solapa del saco lucía dos
condecoraciones de guerra. Cambió unas palabras en su idioma con Alfonso y,
cuando éste me presentó, dijo ceremoniosamente: - Io foi camarada de tío. Esta
es sua casa. Espero que está cómodo.
Y se fue caminando muy erguido, mientras yo trataba de salir del sillón para
corresponder a sus aristocráticas muestras de hospitalidad. Desde el mostrador un
viejito con grandes mostachos lanzó un sonriente gruñido cuando vio a mi amigo.
Abriendo expresivamente sus ojos celestes hizo el ademán de servir un vaso.
Devolviéndole la sonrisa, Alfonso me señaló haciendo una “ve” con los dedos
(“dos”). Lo último que recuerdo es la mirada bondadosa del viejito al servirme, con
una reverencia, una copa tallada que contenía lava volcánica líquida. Después de
vaciarla de un trago sentí que el viejito me palmeaba paternalmente el hombro v
me decía algo que no entendía pero que ya no me importaba porque estaba
extasiado absorbiendo sonidos puros... Las charlas se transformaron en el fondo
monocorde de una música que apenas se distinguía detrás del ruido de la púa...
Intuí que alguien había puesto a funcionar un antiguo tocadiscos. Una mujer (la
rubia de la caricatura, pensé) cantaba una canción entre marcial y romántica que
muchos acompañaban con sus vozarrones aguardentosos...
- ¡Son mis raíces eslavas, carajo! - me gritaba Alfonso abrazándome con
lágrimas en los ojos y yo lo acunaba sobre mi hombro y le acariciaba la cabeza.
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“Si, si, gringuito” le decía (o pensaba) “Vamos a caminar noches enteras con el
fusil al hombro. Con la nieve adherida a nuestros gorros de piel cruzaremos
inmensas estepas, lagos helados y montañas cubiertas de pinos... Al llegar a los
pueblitos saldrán a recibirnos robustas doncellas de largas trenzas rubias y blusas
bordadas con quienes nos esconderemos del enemigo entre el heno de los
establos...” Y nos reíamos a carcajadas vaciando las copas que nos extendían con
manos vigorosas nuestros compañeros de lucha. Era una verdadera comunión
porque estábamos poniendo en común cosas muy importantes; gracias al alcohol
bailábamos en ronda tomados de la mano en un espacio-tiempo irreal pero
infinito...

Me desperté en un lugar desconocido con un dolor de cabeza que me


impedía tomar contacto con la realidad... ¿Qué hora será?... No tenía el reloj...
Me lo robaron, no creo, lo habré perdido... Volví a caer en un sopor...
“Cantábamos bajo la nieve... Sin dormir porque estaban bombardeando nuestras
posiciones... Con la tensión de no saber si era nuestro último día de vida ¿Cómo no
aferrarnos a la bebida...?” ... Pero no vuelvo a probar una sola gota de alcohol
en mi vida. ¡Por Dios! ¿Si me pusiera un pañuelo húmedo sobre la frente?
- ¿Qué hora es? - pregunté
- La una menos cuarto - me contestó Alfonso. Abrí los ojos y lo vi salir del
baño empapado y cubierto con una toalla - Pegate una ducha caliente. Vas a quedar
como nuevo.
- Pero... ¿Dónde estamos?
Sobre la mesita de luz descubrí el reloj. Mi traje estaba colgado de una
percha a los pies de la cama. Era una habitación pequeña con dos camas de una
plaza.
- En la pieza de los hijos de Milos que están en Bariloche. ¿Te acordás?...
No ¡Qué te vas a acordar! Esta mañana, mientras tratábamos de meterte en el taxi,
gritabas como un marrano que era un error abandonar ese puesto, debíamos resistir
un par de días hasta que llegaran los refuerzos... ¡Qué loco!
- Che ¿Quién es Milos?
- ¿Tampoco te acordás? El flaco de la cicatriz en la cara.
Sentí que me ruborizaba. Justamente el tipo más educado y distinguido ¡Qué
papelón!
- Y él ¿Qué decía? - me levanté y traté de vestirme rápidamente.
- Nada. Qué iba a decir si a él lo hemos traído, a veces, en un estado peor...
Esto me tranquilizó bastante...

Está oscureciendo. Desde el río llega; una brisa húmeda que me hace tiritar.
Todavía estoy junto al buzón con la tarjeta de invitación en la mano. Me voy
adentro. No quiero volver a caer en cama. Es que los recuerdos se presentan cada
vez con mayor nitidez, como si fuera aumentando mi pericia en el manejo del
proyector, como si graduara la distancia para enfocar con más precisión las
imágenes en la pantalla de la mente. Pero es demasiado. Casi no tengo contacto
con el presente o lo capto a través de un telescopio desde un punto neblinoso en el
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que vivo suspendido. Pero ir a la cena sería verme en el espejo que me mostrarán
las caras arrugadas de mis compañeros. Prefiero recordarlos jóvenes en el
Instituto... ¡Que ingenuos éramos! En comparación con los chicos de ahora
teníamos más capacidad de asombro para ensoñaciones eróticas a partir de la
brevísima visión de un muslo entre puntillas negras. Ahora en las revistas del
destape, las mujeres parecen estar en el consultorio de ginecología... Y tal vez sea
mejor: Más libre, más natural y más frío... No sé. De hecho las relaciones de pareja
se establecen ahora sobre bases más igualitarias gracias a la libertad sexual que los
anticonceptivos otorgan a la mujer... Aunque esta igualdad la sumerja, a veces, en
sensaciones de desprotección no muy conscientes provocadas por las actitudes
poco claras del hombre que no sabe cómo reemplazar un machismo que,
objetivamente, considera anticuado... Bastante complicada la época, pero más llena
de posibilidades potenciales que la nuestra con sus tabúes. Claro que son
posibilidades potenciales que no todos quieren o pueden aprovechar. En la mayoría
de los casos se sigue viendo a la otra persona como una posibilidad de salida
existencial. Cuando ésta fracasa como tal, la soledad de la separación provoca un
pánico que lleva a una nueva relación sin mayores planteos, destinada a agotarse
en un tiempo menor. Vemos así hombres y mujeres “desprejuiciados” que cambian
de pareja como de ropa interior. Son libres... (De esconder su total incapacidad de
asumirse como individuos) ¡Muy bien, Sigmund! Ahora andate a dormir.

Hace un calor pegajoso, dormir es imposible. Se acerca el verano infernal de


Rosario. Lo detesto, especialmente cuando recuerdo el de Huacapunco con sus
fuertes lluvias nocturnas. A la mañana temprano gozábamos con la visión de los
cerros blancos de nieve. Salíamos a ver bajar el río cuando el tronar de las piedras
arrastradas por sus aguas barrosas nos anunciaba que se había centuplicado su
caudal. Esto significaba muchas veces quedar aislados durante días (y hasta
semanas) porque los aluviones tapaban el camino. La única forma de comunicarse
con el exterior era la radio de la policía... ¿Y los arcos iris sobre el cerro Rojo?...
Con las lluvias el pueblo, como los campos y los cerros de los alrededores, revivía
después del invierno duro y reseco. Llegaba la invasión de turistas caminando en
rebaño detrás de los guías. Los huacapunqueños armaban puestos de chapa para
vender empanadas, chicha, api, picantes, hachitas de mandíbula de vaca, toscos
muñequitos de madera de cardón o adornos de queñua retorcida. Venían las
camionetas de los vendedores de ropa, zapatos, baldes de plástico... Día y noche se
escuchaba música de cumbia al estilo boliviano. Las mujeres con su “guaguita” a la
espalda salían con su carrito a vender de puerta en puerta choclos, zapallitos, papa
criolla, carne de cordero o “zanorias”. Todas las actividades se planificaban para
antes o después del Carnaval porque era imposible soñar siquiera que alguien
quisiera trabajar durante esa semana de locura. El dueño del Hotel Asturias se
refregaba las manos con satisfacción, mientras hacia limpiar todo a fondo. Sabía
que su vetusta casona de piezas altas y oscuras se llenaría a reventar y que
despacharía cantidades increíbles de bebida durante las peñas que animarían “Los
Changos de Huacapunco”, que ya eran medianamente conocidos en Córdoba y
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Buenos Aires por haber participado en un espectáculo organizado por Jorge Cores,
famoso folklorista que les había pagado el viaje, el alojamiento en un hotelucho y...
un plato de locro a cada uno. Nunca faltaba el Jefe del Correo con su guitarra a
esas reuniones de las que salíamos, muchas veces al alba, preguntándonos como
era posible seguir en pie después de semejantes sobredosis de vino. Alfonso caía
después de la medianoche con una especie de bongó compuesto por dos vasijas de
cerámica de distinta medida recubierto con cuero. Lo había comprado en
Marruecos y, según él, se llamaba “derbakes”. Más que un instrumento musical era
su forma de ganar espacio...
- Como ariano vivo con la obsesión de hacerme lugar a los golpes. Miralo al
de Leo - me decía señalando al Jefe del Correo - sentado tranquilamente con su
guitarra, sin necesidad de desgastarse, es dueño de su área. Qué le vamos a hacer...
Y se ponía de pie aparentando resignación. Con gesto teatral se sacaba el
poncho y el reloj pulsera con su descomunal muñequera de dos hebillas (“ya he
roto varios relojes”, decía en un susurro). Para esto los que lo conocíamos
comenzábamos a azuzarlo y los recién llegados miraban sorprendidos la escena sin
entender muy bien dé que se trataba.
- Dale, cantate algo - gritaba alguno de nosotros.
- No hermanito - se sacaba la gorra llena de grasa y hacía una exagerada
reverencia - como humilde cantor y percusionista debo seguir a las cuerdas.
Muy lentamente, como un sacerdote que tomara - lleno de unción - un objeto
sagrado, sacaba el “derbakes” de su vieja alforja y comenzaba a golpearlo
suavemente acompañando el ritmo que marcaba la guitarra. Los amigos se lo
pedíamos prestado en muy raras ocasiones. Temíamos provocar reacciones
extrañas como cuando alguien le dijo que quizás sonaría mejor con palillos. Fue
como si lo hubieran insultado...
- ¿Y para qué te creés que tengo las manos? - atacó a golpes al pobre
tamborcito como si hubiera querido destrozarlo. Con los ojos cerrados y la frente
perlada de transpiración parecía haber entrado en éxtasis (aunque si se lo miraba
con atención se descubría que, en realidad, observaba con los ojos entornados las
reacciones de los demás). Esa noche habían llegado dos mochileros que tocaban
guitarra y charango; formados musicalmente en el rock, incorporaban acordes
desconocidos con los que los changos del conjunto trataban de ensamblarse...
- Dominante de do... A ver...
- No, no... Re séptima...
Alfonso se puso de pie y vació su vaso de un trago.
- ¡Hasta la próxima señores! - dijo poniéndose el poncho - Si hubiera sabido
que esto era un ensayo me hubiera ido a dormir.
Consiguió volver a ser el centro porque todos comenzamos a gritar que se
quedara. Como estábamos ya con unos vasos encima se produjo una larguísima
discusión con frases reiterativas: “...No, no. No ves que esto es un ensayo... Yo
venía a hacer un poco de música, canto muy mal pero con el corazón en la mano...”
Finalmente “conseguimos” que se quedara...
Otra noche, en su taller, sucedió algo similar provocado por el baterista de
un conjunto de música folklórica progresiva. Cuanto vio el tamborcito quedó
fascinado y quiso saber de que material era, de dónde venía y quien lo había hecho.
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Alfonso le contestaba displicentemente utilizando su táctica de contar las cosas
mas sorprendentes con un tono totalmente natural (“El efecto es mayor cuando uno
oculta la fanfarronería” solía decir). El muchacho lo tomó en sus manos y lo hizo
sonar brevemente.
- ¿Sabés que si lo calentás al fuego suena mucho mejor - preguntó y, sin
más, lo acercó al brasero.
Alfonso permaneció impasible. Sólo yo noté que sus ojos se entrecerraban
levemente. Cuando el otro se lo devolvió, después de escuchar con satisfacción el
sonido que había conseguido, se lo arrebató y lo hizo sonar hasta que le sangraron
los dedos. Era evidente que no estaba fingiendo, le brotaba de adentro una rabia
sorda mucho más fuerte que él. Los músicos se habían enganchado mejor que
nunca y todos gritábamos de entusiasmo acompañándolos con palmas.
- Bueno, ahora pasáselo un poco a él - le dijo alguien cuando, de común
acuerdo dejaron de tocar.
- No - contestó secamente y cruzó los brazos sobre los bombitos.
Muchos pensaron que era una broma. Especialmente los que conocían su
total rechazo por la propiedad privada, los que habían gozado de su hospitalidad
sin límites desde hacía varios días.
- Coman mi comida y duerman en mi cama - gritó con los dientes apretados -
pero no traten de enseñarme cómo se estira esto... ¡Con sangre, carajo!.
Nos mostró las manos y enseguida pareció calmarse.
- Che, hagamos una selección de takiraris - dijo el quenista para romper la
tensión del ambiente.
- Pero antes hagamos un “salucito” - agregué, levantando mi vaso.
Brindamos todos; seguimos con la farra a excepción del desconcertado
percusionista que se había quedado inmóvil en su asiento. Como no sabía qué
hacer se fue a dormir en la cama que el mismo Alfonso le había ofrecido. Entonces
el gringo comenzó a expresar en forma obsesiva sentimientos de culpabilidad.
- Che, estuve mal... ¡Pobre tipo! Mañana me voy a disculpar… en serio.
Si su deseo de pedir perdón era real nunca pudo cumplirlo porque el “pobre
tipo” desapareció al día siguiente y no volvimos a verlo. De todas formas, a partir
de esa noche su actitud cambió lo suficiente como para prestárselo al que se lo
pidiera. Claro que se notaba que lo hacía venciéndose a si mismo y, además,
cuando volvía a sus manos ponía todo su esfuerzo en demostrar que él era el mejor;
llegaba a dejar de golpear un rato para realzar más su actuación... Sí, actuación...
Porque en todo lo que hacía había algo de teatral. No porque fuera falso lo que
decía, al contrario, era cierto en su casi totalidad. Se “abría el pecho con las uñas”
y se exponía sin temor a las miradas de los demás, pero lo hacía de una forma tan
desmesurada que creaba la duda acerca de la veracidad de lo que expresaba. Era
una manera de ocultarse detrás del encandilamiento que provocaba su sinceridad
sin límites (trabajo inútil y extenuante). Pero nadie pudo nunca dejar de reconocer
su enorme coraje (fruto, quizás, de su inconsciencia y desequilibrio). Vivía en
lucha constante contra lo racional, lo real, lo normal...
- Sé que corro el peligro de volverme loco pero vale la pena - me dijo un día
- de todas formas el riesgo es muy relativo porque mi parte consciente nunca me
abandona; le da hilo al barrilete del delirio pero cuando hay algo concreto para
- 59 -
hacer lo vuelve a ovillar. Lo que hago es apuntalar las creaciones de mi
imaginación con imágenes totalmente reales, visualizar lo que quiero, vivirlo como
cierto. Si quisiera irme a la India, por ejemplo, en lugar de preocuparme por juntar
dinero para el viaje daría prioridad a detalles como qué llevar en mi alforja o que
ropa ponerme al llegar a orillas del Ganges. Practico esto desde chico y ahora me
vengo a enterar de que los norteamericanos “inventaron” un sistema para modificar
la realidad utilizando la fuerza mental. ¿Qué te parece? Ya en su tiempo el “flaco”
decía que la fe podía mover montañas... Aunque... Para qué las vamos a mover si
donde están quedan bastante bien...
Huacapunco... “el desierto cultural”, según Alfonso. El lugar donde, por
estar alejado de los centros de irradiación, se dejaba de consumir “best-sellers”,
exposiciones y estrenos teatrales y cinematográficos; donde se superaba la
pasividad para dedicarse a vivir para adentro y elaborar cosas propias... El lugar
que mis colegas dejaban porque consideraban que se estancaban profesionalmente
y que yo abandoné, no sé muy bien por qué, para empantanarme en esta ciudad de
mierda. Podría volver a utilizar Huacapunco como punto de partida para un viaje al
Perú o a Méjico. No sé...

Listo. Ya está. He descolgado mi ostentoso diploma y los certificados de


cursillos y congresos a los que asistí alguna vez. Ahora toda la pared del fondo está
cubierta por un planisferio. La división política se nota apenas sobre el relieve del
planeta; las zonas más altas tienen un color blanco-glaciar, bajan hacia las llanuras
verde-alfalfa pasando por montes y mesetas en distintos tonos de marrón... Como
un cóndor sobrevuelo los Andes. Cruzo el Pacífico... aferrado a un tronco podrido,
con los labios partidos por la sal... Me rescata un yate que me deja en alguna isla
de la Polinesia, macizas jóvenes de senos desnudos y polleras floreadas salen a
recibirme pero yo ya estoy sobre un avión que vuela sobre Mongolia, ojos oblicuos
bajo sombreros de cuero... Ulan Bator, Choi Balsán... ¿Y el África? Eso es todo un
mundo... Me doy vuelta porque tengo la impresión de que alguien me está
observando y la estatuilla africana me guiña un ojo ¿Por qué no? Irme... Puede ser.
Por el momento puedo viajar por el mapa...

Ha venido a visitarme Roberto, mi sobrino preferido. Con el cabello rapado


y su uniforme de conscripto parece un niñito. Lo vi como desnudo sin su larga
melena enrulada. Aparentemente sobrelleva con bastante resignación este período
de su vida en que se debe renunciar a su identidad y doblegar su voluntad para
ingresar a una organización autoritaria y de utilidad discutible en un momento en
que las armas atómicas puedan destruir parcial o totalmente el mundo con sólo
apretar un botón… institución que plantea una guerra obsoleta con un sistema de
servicio militar obligatorio cuando en los países centrales se recurre directamente a
mercenarios técnicamente más eficientes y, seguramente, menos gravosos para el
Estado. Alfonso se salvó por número bajo. Yo había pedido prórroga por mis
estudios y me tocó ir a Neuquén como soldado médico cuando me recibí. No la
pasé tan mal y, de haber querido hubiera podido quedarme y seguir la “brillante
carrera de las armas”… pero un año me bastó y sobró. También me sirvió para
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tener un contacto fugaz con los mapuches, pueblo que pagó con sangre su
pretensión de oponerse al progreso. La poco gloriosa “Conquista al Desierto”,
expedición de exterminio al mejor estilo anglosajón, los desalojó de sus tierras
para dar lugar al crecimiento de la “pampa gringa”. Vivían, y no creo que su
situación haya cambiado, sobre tierras áridas y llenas de piedras donde era
imposible cultivar y apenas podían alimentar a sus pocos animales. Feroces
guerreros que opusieron una tenaz resistencia armada hasta que los venció la
superioridad técnica del “huinca”, estaban reducidos a la condición de eventual
mano de obra barata para las estancias. Sé que algunos gobiernos populistas
hicieron intentos de cambiar su situación y rescatar sus valores culturales y conocí,
aquí en Rosario, un grupo de entusiastas indigenófilos que recolectaban ropas y
alimentos para enviar a sus lejanas reservas. Son actitudes que considero válidas
(o, por lo menos, tomadas con la buena intención de paliar las consecuencias de un
genocidio) pero nunca podré olvidar el rostro sufrido de uno de sus caciques.
Había ido a visitarlo a pedido de su hijo que era soldado como yo y obstinado
buscador de la esencia de su raza. En el patio, sentados sobre unas sillas rotosas,
mirábamos la meseta pelada que se extendía hasta las primeras estribaciones de la
precordillera. Me contó algunas historias de sus antepasados, recuerdos de su niñez
y de la vez que había ido a Buenos Aires como representante de su pueblo...
- ... Nos atendieron muy bien pero aquí nomás seguimos. ¡Qué le va a hacer!
- ¿Y la artesanía? - le pregunté señalando un rústico telar con una gruesa
manta de guardas geométricas a medio hacer.
- Uuuuu... El trabajo que lleva y el bolichero a gatas si nos da un poco de
fideos, yerba, azúcar...
- Pero tendrían que buscar la forma de vender directamente en Buenos Aires
o Córdoba, allá estas cosas se venden muy bien...
- Mire, amigo - no levantó la voz ni cambió la expresión de su cara - Hace
unos años vinieron unos señores de no sé qué asociación y se llevaron varios
trabajos para hacer una exposición. Venían con la carta de un ministro o diputado.
Todo se iba a vender a total beneficio de los perjudicados por las nevadas. Hasta
ahora no hemos vuelto a ver ni las cosas ni la plata, ¿Qué le parece?... Y, para peor,
cambió el gobierno y vaya a saber qué se ha hecho del famoso diputado... Por eso
preferimos que nos den mercadería. “Más vale pájaro en mano...”
Saqué mi paquete de cigarrillos.
- ¿Fuma?
- Fumo y tomo también...
Me miró entre suplicante y burlón. Yo le dejé todos los cigarrillos que tenía
y no me sentí mejor por eso; al contrario. Era una especie de degradación mutua
pero yo no sabía que hacer por él ni por mí. Fumamos en silencio y cuando tiramos
las colillas me despedí prometiéndome a mí mismo volver con unas botellas de
ginebra. Nunca pude cumplir con ese compromiso interior. Lo único que alivia mi
conciencia es pensar que no lo defraudé porque no expresé con palabras mi
propósito.
Muchas veces, en Huacapunco, recordé al cacique y a su gente. La puna
parece estar protegida de la ambición de los que masacraron a los araucanos por
sus escasas posibilidades de explotación agrícolo-ganadera... Claro que allá hay
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una multinacional que succiona el mineral y, aprovechando uno de los ferrocarriles
tendido por los ingleses, lo envía desde el puerto directamente al exterior (un
ligero vistazo al mapa de nuestras vías férreas basta para darse cuenta de que no
están al servicio del país sino de los que absorben las materias primas desde la
metrópolis de turno)... Pero de todas formas en el noroeste la problemática es
distinta. La zona está habitada por los descendientes de un pueblo que dejó la lucha
armada mucho antes para reemplazarla por la resistencia pasiva. No existen tribus
ni reducciones. Los que llegan “buscando a los indios” incentivados por las
informaciones distorsionadas de revistas de espectáculos folklóricos se sienten
defraudados o desilusionados. Había en Huacapunco personas de distintas capas
sociales que, al llegar la época de mayor afluencia turística, reemplazaban la ropa
convencional que usaban todo el año por atuendos “autóctonos” (ponchos,
sombreros, ovejones, prendas de barracán...) Era una forma de ganarse unos pesos
haciéndose fotografiar, promocionarse como artistas o incrementar sus ventas de
artesanías que, en la mayoría de los casos, no se producía en el pueblo. Salvo
alguna que otra cerámica hecha en molde, los muñequitos de cardón y las hachitas
de mandíbula todo lo que podía encontrarse en las casas “regionales” venía de
afuera. Tejidos y ollas de barro de Bolivia y toda la línea de artículos producidos
industrialmente en Buenos Aires o Mar del Plata que el viajero comienza a ver, sin
ninguna variación en su monótona fealdad, ni bien sale de Córdoba.
Periódicamente llegaban camionetas cargadas de horribles máscaras de yeso,
cacharros y ceniceros de cerámica pintados con colores chillones, ponchos del
espesor de una sábana o charangos y quenas de los que era imposible extraer una
sola nota justa. No sé qué pasará ahora pero en esa época las tradiciones seguían
vigentes. Sólo que conviviendo con elementos culturales foráneos. La verdad,
como siempre estaba en el medio: las costumbres no eran tan coloridas como
trataban de presentarlas ciertos artistas ni habían desaparecido totalmente como
aparecía ante los ojos de un observador superficial. La bolsa de plástico había
reemplazado a la chuspa tejida que se vendía a los turistas pero se seguía
“chayando”, rociando con vino o chicha, una camioneta recién comprada...

- Si no fuera por el nene no estaríamos juntos - en el vidrio de mi puerta


entreabierta veo el reflejo de Josefina jugueteando con sus pulseras. Nunca me
gustaron las manos de mi nuera, son como las garras de un ave de rapiña con sus
uñas curvadas pintadas de un rojo oscuro. Rosita, sentada frente a ella, tiene un
aire ausente. Ovilla con parsimonia la lana de algo que está destejiendo. Me acerco
silenciosamente a la puerta para escuchar sin ser visto - Además está la cuestión de
la separación de bienes, el terreno y el edificio de la Clínica son de mi padre,
habría que vender el auto... ¡Qué lástima! Ya nos estábamos acercando a un cero
kilómetro...
Se queda pensativa. Su mente de computadora baraja precios de vehículos
usados, inmuebles, gastos de abogados, juicios... Tal vez decida evitar la
separación por considerarla un mal negocio ¡Pobre Humberto! Ahora entiendo
mejor sus actitudes chocantes y agresivas... Es posible que no me desprecie tanto
como yo creía; puede ser que hasta me tenga envidia... O no pero, de todas formas,
ahora lo siento más cerca, como cuando era chico y compartíamos utopías y
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delirios. Pero, claro, crecer junto a un padre de vuelo gallináceo, incapaz de llevar
a la práctica ninguna de sus hermosas teorías, lo llevó a optar por algo más normal
(o no), prosperar económicamente aprovechando el capital que su mujer heredó de
un turco que comenzó vendiendo “beineta” de puerta en puerta y llegó a tener una
cadena de supermercados... Sí, Josefina piensa en su hijo a quien, seguramente,
ama entrañablemente... Pero, en su fuero íntimo... Si bien es dueña del edificio de
la Clínica (o, al menos, de la mitad) la responsabilidad profesional está asegurada
por el título de su marido. Sigue entretenida con las pulseras de oro. Parece
sopesarlas calculando su valor...
- Le aseguro que es un verdadero infierno, y no es que sea un hombre malo...
- tantea el terreno. Como Rosita se mantiene imperturbable, sin mostrar su juego,
teme que su suegra se le ponga en contra. Vuelve al ataque en otro tono:
- ¡No sé qué hacer! Usted ¿Qué me aconseja?
- Tratá de arreglar, m'hijita - mi mujer sigue, concentrada en el ovillo que
crece entre sus manos - y no solamente por el chico... Para él por ahí es mejor una
separación que una situación que se cae a pedazos y hay que disimular todos los
días con remiendos. Mirá, hace muchos años... Esperá, ya vuelvo...
Avanza directamente hacia mi puesto de observación. Con el corazón en la
boca me zambullo detrás del escritorio, ella asoma la cabeza por la puerta
entreabierta y luego la cierra suavemente... “Hace muchos años”... ¿Cuántos? ¿A
qué se refiere? Sí, hemos tenido peleas... Como cualquier matrimonio... - No, no
creo que hablara de la enfermera de Huacapunco. Eso quedó aclarado. ¿Acaso…?
¿Por qué será que en estos casos lo primero que nos viene a la mente es la idea de
la infidelidad? Hay cosas mucho más graves y destructivas que la transgresión al
derecho de propiedad que cada miembro de una pareja reivindica sobre el otro. Las
frustraciones, que hacen que la afectividad cambie de signo, originadas en la
violación de pactos no suficientemente explícitos o en la falta de respuestas a
expectativas inconscientes o reprimidas... "Hace muchos años"... Hace muchos
años éramos jóvenes y no nos hacíamos planteos... Ahora tampoco, aunque por
otros motivos: miedo, comodidad... Pero no nos llevamos tan mal, al contrario,
somos... ¡Por Dios! Casi no la conozco. Siempre ha estado a mi lado y sin
embargo...

Sentí que me asfixiaba en el consultorio y salí en puntas de pie, evitando que


el ruido de la puerta delatara mi huída... ¿Cómo huída? ¿De qué? De algo que ni
siquiera conocés... No, no. No es eso... ¡Eh!... alguno se olvidó el diario sobre la
mesa de esta confitería impersonal y plástica. ¿Qué darán en los cines? A ver...
Bueno, parece que este tipo era más esquizoide que yo, se llevó la hoja de los
espectáculos y dejó las deprimentes noticias para que se amargara otro...
Tumultuosas manifestaciones en Manila... Influencia del precio de los
combustibles en la espiral inflacionaria... Aseguran científicos soviéticos que hay
vida en otros planetas...

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(¡Qué interesante!)... Está al pie de la
página, la letra es pequeña y borrosa y, sin ENCARCELAN EN PERÚ A
PRESUNTOS SUBVERSIVOS
embargo me llama la atención - Es una Lima. Acusados de conspirar contra la
situación típica: las fuerzas del orden Seguridad del Estado, fueron detenidos
reprimiendo a los diferentes “por las esta madrugada tres individuos
dudas”. Es como si los viera, tirados en las sorprendidos en actividades sospechosas
escalinatas de un vetusto edificio con en las inmediaciones del Palacio de
reminiscencias grecolatinas mirando la Gobierno.
A pesar del secreto del sumario
luna o, simplemente, volando... y no trascendió que se trata de dos hombres de
necesariamente con alguna droga... Nó, nacionalidad argentina y una joven
seguro que nó porque si hubieran tenido paraguaya.
algo encima los honestos agentes que los No se encontraron armas en su
“sorprendieron” lo habrían pregonado a los poder ni pudo probarse su conexión con
cuatro vientos. ¿Armas?... Tampoco. Se grupos terroristas. Sin embargo el hecho
de no haber logrado establecerse la
habrían llevado un chasco similar al que
índole de sus actividades ni la fecha en
experimentó el guarda del tren con el que que ingresaron al país indujo a la policía
Alfonso se dirigía al norte: al forzar sus a mantenerlos incomunicados hasta que
sospechosos baúles sólo encontró herra- se esclarezca la situación.
mientas de mecánico. ¿No será Alfonso
uno de los “dos hombres de nacionalidad argentina”?... ¿Por qué no?
Seguramente abandonó Huacapunco porque consideró irrealizable su quimera
de llegar a una identificación saliendo del anonimato. Decepcionado por algún
episodio intranscendente, claro sólo para él, dejó de serle vital que todo el
mundo lo reconociera por la calle y lo saludara. Se transformó entonces en un
verdadero marginal a todo nivel: subversivo para los burgueses y escapista o
cobarde para los militantes de izquierda. Ya no le importó que lo tomaran por
turista o mochilero ni que le preguntaran en inglés si tenía dólares para cambiar.
Volvió a Europa pero sin buscar raíces ni repuestas, mirando todo
inexpresivamente como una película, sin distinguir lo real de lo imaginario, sin
armar ya mecanismos de defensa y hasta, quizás, desarticulándolos. Aunque si
todavía lo molesta la policía por su aspecto extraño es porque tampoco le
interesa desarticular nada y sigue, por inercia, vestido de “beatnik” o “hippie”.
Algún día notará que su pantalón de gamuza está hecho girones y buscará en
algún tacho de basura algún harapo impersonal... ¿de dónde estoy sacando todo
esto? un locutor me lo susurra en el oído con una voz monocorde como la del
hombre que me mira desde su banquito mientras me lustra los zapatos. Tiene
aproximadamente mi edad y, al parecer me está contando su vida...
-...En Formosa pasaba las noches enteras pescando con mi bote y me agarré
un reuma deformante. Estos días húmedos me matan. Mire cómo tengo las manos.
Me golpea el pie con su cepillo y, automáticamente apoyo el otro en su cajón
de lustrar. Sigue hablando sin parar. Está haciendo un buen trabajo con mis viejos
zapatos, le daré una buena propina y trataré de escuchar su historia. El mozo deja
sobre la mesa una taza de café negro que, evidentemente, he pedido en algún
momento. No ha sido mala idea... El hombre sigue:
- Me junté con una paraguaya. ¡Que hermosa mujer! Pero los hermanos eran
bravos... Cuchilleros. Me tenían envidia porque me iba bien, había juntado unos
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buenos pesos y estaba por comprarme una camionetita. Tenía una valija de cartón
llena de plata escondida en un árbol hueco, cerca del rancho. Pero no podía vivir
en paz: a la mañana, después de entregar el pescado, trataba de dormir un poco y
no podía... Empezaba a soñar que los hermanos de mi concubina me seguían hasta
donde guardaba la guita, me cosían a puñaladas y se alzaban con todo. Una noche
se pusieron a chupar caña y cuando quedaron tirados por el piso, aproveché la
volada y me largué río abajo, llevando mi valijita... Pero una tormenta me dio
vuelta el bote y apenas pude salvar la vida. Pasé el resto de la noche en un rancho
abandonado, muerto de frío. Al día siguiente seguí caminando para abajo por la
orilla del río para no perder el rumbo. Durante dos días no vi a nadie. Comía frutas
nomás. Después me encontré con unos tipos que iban al Chaco, a la cosecha del
algodón... ¡Mamita!, eso sí que no se lo deseo a nadie. Dios no me castigue pero no
quisiera volver a ese yugo... Ya está, Señor.
Le pago generosamente y vuelvo a quedar solo, en silencio. ¡Y yo que
pensaba ir al cine!

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III

La letra redonda se inclina hacia derecha e izquierda como sacudida por un


vendaval o como buscando un centro de equilibrio que sólo logra cuando se
transforma, por momentos, en firmes caracteres de imprenta que parecen escritos
por otra persona. Parece aferrarse a los renglones del papel tanteando una guía
segura, pero luego las frases descienden cruzándolos o se elevan para chocar con
los párrafos escritos más arriba. No hace falta saber grafología para suponer que se
trata de una persona desequilibrada o, ¿por qué no? de una enferma mental. Pero la
botella conteniendo un papel que ha dibujado en el ángulo superior me
desconcierta. Sólo he visto ese poder de síntesis en algunas miniaturas chinas o
japonesas. Los artistas son siempre un poco anormales pero Ema, la autora de esta
extraña carta que recién he llegado a descifrar después de la tercera lectura, supera
cualquier idea que uno puede hacerse al respecto:

''Estimado amigo:
Siempre pensé que enviar una carta era lanzar un mensaje a la mar
dentro de una botella. En este amanecer mágico esta sensación ha sido mucho
más fuerte. ¿Sabe usted por qué? Pues, porque estoy justamente mirando una
playa irreal desde el muelle al que he llegado guiando mi sillón de ruedas. Con
la vista fija en el océano siento los mismos terrores y esperanzas que
sacudieron a mis antepasados portugueses antes de precipitarse a lo
desconocido. Claro que estamos en otra época y yo sé (?) que si arrojo mi
botella por sobre estos barrotes carcomidos durante centurias por el aire
salino no caerá entre las fauces de un terrorífico monstruo que flota entre las
tinieblas silenciosas del espacio infinito. A esta altura se preguntará usted
quién soy. Créame, amigo mío, que no sabría a ciencia cierta que responderle
porque no siempre estoy aquí ni ahora. Un accidente me ha privado de la
bendición de caminar pero, como compensación, ha henchido mi mente de
imágenes tan vívidas que, cuando emerjo de ellas dudo si lo que estoy viviendo
es real... Una loca, dirá usted. ¡Pero no! ¡No puedo equivocarme hasta ese
extremo! Mi difunto padre, el Doctor Pardo Sousa, me hablaba siempre de su
colega que vivía en el altiplano y desde pequeña he visto a través de los ojos de
usted ese paisaje desértico tan similar en su grandeza a la masa líquida que se
extiende, desde siempre, ante mi vista.
Es por eso que puedo dirigirme a usted con toda confianza, mi buen
amigo. Las trombas marinas que caminan sobre las negras aguas son de la
misma raza milenaria que esos remolinos que recorren las altas planicies y he

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visto a las gallardas llamas navegar entre los pastos secos como las barcas de
los rudos pescadores que en este momento se alejan de tierra firme. El frío me
obliga a volver a mi morada. Estoy exhausta: ayer, en el siglo Xll, he segado
bajo el sol las mieses del Señor de Aquitania junto con otros siervos pero, al
regresar a mi choza del bosque, hallé su dirección sobre el escritorio de mi
amado padre. ¡Me responderá usted! ¿Verdad que si?
Suya afectísima
Ema

Voy a encender la estufa porque la brisa marina...


No, no quiero entrar en su locura... Ni en la de nadie.
Soy una persona normal o, al menos, trato de serlo a pesar de que todo se
desintegra a mi alrededor ¿No será que todo se desintegra porque insistís en ser
“normal”, en no permitir volar la fantasía? Pero esto ya es demasiado. Es ir
directamente en busca de la demencia, no voy a contestarle... Pobrecita... ¿Qué
edad tendrá?
Su carta no da ningún indicio... Podría tener dieciséis o cuarenta y cinco...
Su padre era mayor que yo. Lo conocí en Buenos Aires. En un Simposio sobre
Salud Rural... ¡Qué hermoso encuentro! Casi una semana intercambiando
experiencias con grupos de todo el mundo.
Médicos, sacerdotes católicos, pastores protestantes, asistentes sociales y,
sobre todo, gente de base como dirigentes de comunidades indígenas o de
cooperativas de pequeños productores. Los problemas y los enfoques eran muy
distintos pero había algo que nos unía, todos estábamos trabajando en algo
concreto. Después de las exposiciones las charlas se prolongaban en los pasillos,
durante las comidas... Era tan fuerte el sentimiento de comunión que todos,
católicos o no, asistimos a la misa que ofició un cura centroamericano que era
también enfermero, redactor de comunicados de prensa y hasta ocasional soldado
en el Ejército de Liberación de su país. Pardo Sousa, que trabajaba en
Mozambique, se interesó por el Plan Piloto que acabábamos de poner en marcha en
Huacapunco y nos envió, más tarde, un pequeño manual con consejos sanitarios y
alimenticios para poblaciones rurales... Hermes Pardo Sousa, español y portugués
por partes iguales. Se nota en el lenguaje un tanto arcaico que utiliza su hija. Ella,
naturalmente, no encabezó su carta indicando lugar y fecha de origen pero el
matasellos del sobre me dice claramente que la envió desde Oporto hace un mes.
Entonces la historia no es tan descabellada como parece a primera vista. Es una
mujer solitaria (una niña quizás) con una imaginación desbordante... Si es una
histérica que busca llamar la atención debo reconocer que, conmigo, ha logrado
cumplir ampliamente su objetivo: conteste o no a su mensaje seguirá estando
presente en mi vida. Estoy muy cansado. Me cuesta escribir... Me aplasta un
sopor...

...Siento la piel de gallina. Venía en su silla de ruedas, vestida de luto y


con la cara cubierta por un espeso velo que caía desde su sombrero de fieltro
pasado de moda.

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- No quiero que vea aún mi rostro - me decía - Temo asustarle...
¡¡Basta!! ¡Se acabó! Esto me pasa por pasarme días y noches enteras aquí
encerrado, invocando fantasmas. La tal Ema debe ser el invento de algún amigo
con un sentido del humor bastante discutible... Pero la carta fue enviada desde
Portugal, los sellos no parecen falsos... Ema... ¿No será un invento mío? Conozco
historias de enfermos mentales que desdoblan su personalidad y mantienen
correspondencia consigo mismos. Generalmente los nombres que adoptan tienen
alguna relación con el suyo. A veces contienen sus iniciales o son anagramas de
significados ocultos, EMA tiene la primera letra de mi apellido en el centro... La
“A” podría ser por Alfonso, cuyo recuerdo me ha arrastrado hacia este abismo...
¡Por Dios! Qué historieta rebuscada ¿Cómo haría, en ese caso, para mandarme una
carta de Portugal?... Podría escribirle a un amigo (hasta el mismo Pardo Sousa que,
en realidad, puede no haber muerto) bajo un nombre supuesto pidiéndole que me
hiciera llegar la carta... No, no va. Lo que pasa es que si no fuera por la indiscutible
evidencia de este sobre que gira entre mis manos estaría dispuesto a creer que se
trata de una proyección de una parte reprimida de mi naturaleza: la femenina, la
inconsciente, la que buscan los chamanes siberianos al pintarse senos en sus
túnicas. La que vive junto a un elemento que siempre me inspiró terror por
asociarlo a lo irracional, por saberlo poblado por una fauna desconocida y viscosa.
Muchas veces, mirando el mar desde la playa, imaginé que en cualquier momento
el sol se cubriría por el oleaje provocado por el surgimiento de una serpiente
marina... De sólo pensarlo siento escalofríos. ¡Líbranos del mar! (del
inconsciente)...

Hice lo posible para resistir los embates del inconsciente. Durante un mes
logré huir de este escritorio: me dediqué a la lectura de temas concretos con
proyección social o política, literatura latinoamericana, reflejo de nuestra triste
realidad de periferia del mundo liberal capitalista, datos acerca de como absorben,
desde siempre, nuestras riquezas, la división internacional del trabajo, las
vergonzosas guerras entre naciones hermanas, el rol “cipayo” de algunos países
(sobre todo el nuestro que ha mirado hacia Europa desde su nacimiento). También
leí un par de libros que relatan con lenguaje poético o simbólico levantamientos
campesinos aplastados por los terratenientes. Al final todos vuelven a su anterior
condición de semiesclavitud pero le queda, como consuelo, la imagen mítica del
caudillo asesinado o de su caballo que galopa por cerros y valles como una
premonición de que algún día se dará vuelta la tortilla. Me dieron la impresión de
estar destinados a predicar sutilmente, la resignación... Claro que a veces, muy
pocas, el jefe resucitará en un ejército popular que logra tomar el poder. Entonces
la potencia hegemónica perjudicada ahoga económicamente a los traidores
(América para los “americanos”) y el nuevo gobierno debe caer en los brazos del
bloque contrario o exigir a la población agotadores sacrificios para mantenerla en
pie de guerra ante eventuales invasiones o ataques de grupos armados formados
por las fuerzas de represión del antiguo régimen... (y nadie discute que es
preferible esta situación a la que se vivía bajo los dictadores vitalicios).
La cuestión fue que meditar, burdamente, sobre todo esto me mantuvo
durante un tiempo en el plano racional, según mi deseo. También me volqué hacia
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mi entorno familiar. Humberto y Josefina siguen tratando de llevar adelante la
pareja. Me alegro porque vale la pena luchar cuando hay un objetivo común. Como
vínculo de unión la ambición económica es tan válida como la militancia en un
mismo partido... Y diría que más porque, a veces, la política es demasiado
absorbente y separa más de lo que une. Y, lógicamente, me volví hacia mi mujer.
Fuimos un par de veces al cine, una tarde a mirar vidrieras por la peatonal, otra al
Mercado de Pulgas de Plaza Pringles donde también venden los artesanos (esto nos
hizo recordar con nostalgia los momentos que habíamos pasado con Jorge y
Claudia y preguntarnos que por donde andarían). En general almorzábamos una
pizza o un par de panchos por ahí o preparábamos unos sandwiches que comíamos
en cualquier plaza cuando sentíamos hambre. Y... claro, horas enteras en los bares,
instituciones que son irremplazables segundos hogares para el habitante de una
gran ciudad. Ya no es posible ir a visitar a los amigos porque puede insumir dos
horas o más llegar hasta su casa ¿Qué mejor, entonces, que citarse por teléfono,
encontrarse en un café y sentarse cómodamente a charlar mirando por la vidriera el
ajetreo del que se ha salido por un rato? En esos oasis Rosita, siempre golosa,
pedía masas y té con leche, yo mi cafecito con cognac que ocasionalmente
acompañaba con un cigarro de hoja. Una tarde le hablé de mis procesos
autoanalíticos y de la poca satisfacción que me producía mirar hacia el pasado.
- Entonces ¿Para qué lo hacés? - me preguntó con esa simplicidad concreta
que siempre ha tenido la virtud de desanudar mis intrincados pensamientos.
- ¡Qué se yo! - me encogí de hombros sonriéndole con los ojos un poco
húmedos - es como si no lo pudiera evitar.
Hablamos de muchas cosas, de los problemas de Humberto y de mi
inminente jubilación... Le conté mis delirios de salir a dar una vuelta a dedo
haciendo artesanías o comprar una hostería en algún lugar montañoso lleno de
pinos con que alimentar la cocina de leña donde prepararíamos comida y café para
los cazadores...
- Y ¿Por qué no? - me contestaba con una sonrisa brillante.
Sí le hablé de muchas cosas... Menos de Ema... Varias veces estuve a punto
de empezar pero no sabía... De acuerdo, de acuerdo... Es una forma liviana de
infidelidad conyugal... Pero no. No tiene nada que ver. El desencarnado amor
mágico es de otra naturaleza, es Aldonza Lorenzo transformada en Dulcinea del
Toboso en el delirio del Quijote, es esa noble dama avistada una sola vez por el
caballero medieval en la alta torre de algún castillo que se convierte en la
destinataria de sus hazañas... Es el arquetipo femenino que hizo cantar al trovador
provenzal, al son de su laúd.
Aunque tú no lo sepas, mi amada
soy mas dueño de ti
que el que yace a tu lado
porque te llevo escondida
cual leve pañuelo de Holanda,
entre el pecho y la coraza
...Claro que todo esto es un razonamiento posterior.
En ese momento sólo intuí que debía callarme hasta aclarar mis ideas y tratar
de equilibrar los dos mundos, el mágico y el social (Ema y Rosita). Me parece muy
- 70 -
difícil que ambos planos se puedan encarar en una misma persona... O, tal vez, no.
No sé... De cualquier manera no seguiré huyendo del consultorio; tampoco volveré
a recluirme aquí días enteros. Hoy siento una paz desconocida y vivificante. No sé
cuanto durará ni me interesa...

- Dicen los árabes: “Si cruza una caravana frente a mi tienda y yo estoy
adentro veo pasar un camello por vez, si me acerco un poco a la salida veré
también el que viene adelante y al que le sigue atrás... Pero si salgo de la tienda
llegaré a divisar la caravana completa...” Sólo estamos tratando de ver más de un
camello por vez.
Mientras habla juega con un manojo de ramitas. Todos estamos pendientes
de los movimientos de sus manos.
- ¿Qué pasa si tiro dos veces seguidas? - pregunta una flaca de cabello muy
corto y enormes anteojos. Enciende un cigarrillo y nos mira a todos con
autosuficiencia.
- Hacé la prueba - dice la mujer encogiéndose de hombros - La vida fluye
constantemente... Este es el Libro de las Mutaciones: la idea central es que no
existe ninguna situación estática, fijate que cuando el sol está en su punto máximo,
a mediodía, ya comienza a marchar hacia el ocaso y cuando desaparece de nuestra
vista va preparándose para reaparecer a la mañana siguiente. Si tirás dos veces
pueden suceder varias cosas: que obtengas el mismo hexagrama, que te salga otro
porque tu inconsciente está proyectando imágenes diferentes o porque tu momento
haya cambiado o que salga el Gran Sabio y te diga:

No soy yo el que busca al joven necio


El joven necio me busca a mí
Al primer oráculo doy razón
Si pregunta dos, tres veces es molestia
Cuando molesta no doy información.
La perseverancia trae ventura.

Mientras lee la observo porque su cara tiene una extraña semejanza con la de
alguien que yo conozco. El marido es psiquiatra, me lo dijo Rosita cuando hoy me
comentó, al pasar, que los nuevos vecinos nos habían invitado a la inauguración de
su casa. De acuerdo a mi nuevo Plan de Apertura Social, decidí cruzar la calle “por
lo menos para saludar”. Aquí todo es descomunal y transpira bienestar económico
unido a un gusto refinado. Algunas antigüedades, como detalles discretos, realizan
la blancura de las altas paredes rústicas, el techo está sostenido por gruesas vigas
de madera y, en los pisos, la cerámica alterna con la piedra. Todo está en su punto
justo, crea un ambiente sin pesar demasiado.
- Me lo puede tirar a mí - se adelanta un muchacho. Parece ser hijo de la
flaca de pelo corto, tiene las mismas facciones pero con una expresión ingenua y
soñadora.
- No. Vos vas a separar las ramitas: yo simplemente te voy a decir que
imágenes se forman y... aquí está el Gran Sabio para que nos dé la interpretación
- 71 -
justa - da una palmada sobre el grueso volumen y le entrega el manojo, separa un
tallito y lo deja en el ángulo del paño negro que ha sacado de su alforja tejida. - De
las cincuenta esta es supernumeraria, trabajamos con las cuarenta y nueve
restantes. Separá primero en dos y, después, cada grupo en montoncitos de cuatro...
¿A quién se parece? No es una cara común. Ni siquiera puedo determinar si
me gusta o no. Los rasgos parecen tallados con un machete. Los ojos, muy
separados entre si, y la nariz aguileña le dan un aire de lechuza que me fascina...
-...Al contrario - alguien se ha disculpado por hablar mientras están tirando -
si lo que estamos buscando es romper las estructuras mentales racionales. Incluso
no viene mal tomar un vasito de más - se vuelve hacia el muchacho - Retené esas
cuatro - y le pasa el vaso vacío al marido - Con hielito querido ¿Puede ser?
El le sonríe con la mirada; quizás con los labios también pero esto ya no
puede afirmarse con seguridad porque los lleva escondidos detrás de una barba
tupida que le cubre íntegramente la parte inferior de la cara. Además sostiene con
los dientes una pequeña pipa curva de la que deja salir espaciadas bocanadas sin
que se le apague cuando no la aspira. Es una habilidad poco común.
- ¿Usted que piensa? - le pregunto señalando con la cabeza el paño negro
donde sigue el ritual de la subdivisión.
Me encara con la botella de whisky después de llenar el vaso de su mujer.
- Si puedo elegir, prefiero vino...
Me toma del brazo y me lleva hacia un mueble embutido en la pared.
- Usted es de los míos - me dice abriendo las puertas de madera tallada -
¿Chablis? ¿Borgoña? Aquí tengo un chilenito muy seco...
- Es el mío. Ya traigo mi vaso.
Nos acomodamos en unos confortables sillones de madera y cuero crudo y
mi nuevo vecino levanta su copa.
- ¡Salud, colega! - saborea el vino, reteniéndolo en la boca con los ojos
entrecerrados y después me habla mirando al techo - Mi camino no pasa por el l-
Ching, soy un empedernido cartesiano. Ya sabe... los ejes que se cortan a noventa
grados donde vamos colocando los datos. Pero no crea que me lo tomo a risa, son
formas distintas de encarar la realidad.
- No es casual que Jung prologara la traducción de Wilhelm.
- Jung... Jung... Si no hubiera sido tan místico, tan... cabalístico y
alquimista...
- Hubiera sido un simple Adler.
Su risotada hace temblar los cimientos.
- Decime hermanito - me palmea la rodilla mientras vuelve a llenar mi vaso
- ¿Por qué te escondés detrás de esa pinta de chancho burgués?
- Chancho puede ser pero burgués ¡Nunca! - estoy repitiendo textualmente
una frase de Alfonso y esto no me hace feliz. Me quita realidad, trascendencia...

Mi querida Ema:
No se imagina las vueltas que he dado antes de sentarme a contestar su
extraña carta que ha llegado a mis manos en un momento de transición, de
- 72 -
cuestionamientos profundos que hacen tambalear en mi interior las
estructuras que creía más firmes. El mensaje que usted arrojó dentro de la
botella esa mañana (lloviznaba un poco ¿no es cierto?) llegó a Huacapunco,
donde “navegan” las llamas, y un colega me lo redespachó desde allá...
...No me convence. Le falta fuerza, imaginación... Aunque no tengo por qué
contestarle en el mismo estilo. Incluso puedo no contestarle... No. Perdería una
posibilidad de vuelo (quizás la última que me queda). Todas las señales que la vida
me va poniendo delante en este último tiempo tienden hacia la irracionalidad,
parecen indicar que por ese camino podré hallar una salida... Los chicos con su
fumo y sus viajes, Ema que ha revolucionado un montón de cosas en mi interior y
la vecina con su “Gran Sabio” y esa cara vagamente familiar... Podría ir a verla
para que me ayudara a consultar el oráculo...
...Hola ¿Cómo le va? o... ¿Cómo te va?... Jeje... Eehhh... Venía para tirar
el I-Ching... Bah... Si no es molestia...
¡Por favor! Demasiado ridículo. Es que la otra noche no tuve oportunidad de
hablar con ella (ni siquiera sé como se llama) porque me quedé con el jovial
psiquiatra charlando mientras tomábamos vino. Le comenté que había consultado
el I-Ching una sola vez en mi vida, en Florencia, en lo de Giordano y Bianca. Se
interesó mucho en la comunidad.
- Sabés - me dijo - Creo que los movimientos populistas que florecieron en
la década del cincuenta agonizan. Por simple ley histórica están condenados a
desaparecer; ya han cumplido su ciclo. Es realmente triste ver a los nuevos
dirigentes, desgastados en la desesperada lucha por el poder, repitiendo frases de
hace cuarenta años ante grupos cada vez menos numerosos. Se va a producir un
resurgimiento de los anarquistas. He visto aquí y en Buenos Aires sus frases
pintadas con aerosol en las paredes y comienza a haber manifestaciones con
banderas negras.
- ¿Te parece? – vi, en rápidas imágenes, viejas fotos de principio de siglo...
Multitudes de obreros de gruesos bigotes y gorras ladeadas... Apasionados
oradores arengándolos desde improvisadas tribunas...
- Ya vas a ver.
Nos quedamos un rato en silencio hasta que él volvió al tema del oráculo
chino:
- Yo también lo consulté una vez. Fue en el sesenta y... nueve o setenta.
Estábamos en el Perú colaborando en una campaña de alfabetización. Era un lindo
grupo, varios maestros peruanos, un uruguayo discípulo de Paulo Freire, una
socióloga holandesa... Recibíamos una pequeña subvención del gobierno pero casi
todo se hacía a pulmón. Improvisábamos pizarrones con maderas viejas,
tratábamos de conseguir el apoyo de las empresas grandes para que nos donaran
materiales, tizas, qué se yo... imagináte que en las comunidades apartadas
escribíamos con los dedos sobre la arena. Fue una experiencia muy buena,
especialmente por el contacto con los campesinos; muchas veces nos traían papas,
maíz pelado o alguna pata de cordero o de llama. Un día la holandesa recibió una
carta de su hermano que era pastor en Rotterdam, había hablado de nuestro trabajo
con los miembros de su Iglesia y quería apadrinar nuestro proyecto enviándonos

- 73 -
una cantidad "X" de dólares por mes... No me acuerdo cuánto era pero era
bastante...
- Para ellos es una forma de aligerar la conciencia. Saben que el buen nivel
de vida de sus países deriva directamente de la miseria de los que
eufemísticamente llaman en vías de desarrollo – acoté.
- Está bien, pero como individuos no tienen la culpa.
- ¡Claro qué no!. Es más, como individuos son excepcionales ya que la
mayoría de los que viven en el centro del mundo ni siquiera se dan cuenta de la
situación... Pero te interrumpí ¿Cómo seguía la Historia?
- Ah... si. Te imaginás, nuestro entusiasmo. Todas las noches nos
sentábamos a pensar cuántos lápices, libros, cuadernos podíamos comprar, con esa
guita. Todavía sobraba como para armar comedores en algunas escuelas, de paso,
mejorar nuestra alimentación. Alguno propuso que pidiéramos para una camioneta,
equipada con radio que nos permitiera extender nuestro trabajo a una zona más
grande. A esta altura sentí que había algo que no me convencía, lo charlamos con
mi mujer y ella me propuso consultar al Gran Sabio… La respuesta no pudo ser
más clara. - Esperá - fue hasta la mesa y volvió con el libro - Escuchá esto: Dejas
escapar a tu tortuga mágica y me miras a mí, caídas las comisuras de los
labios. ¡Desventura!,.. íbamos a dejar escapar el lentísimo pero profundo trabajo
en pequeña escala porque teníamos la boca abierta frente a los dólares que nos
ofrecían, Además nuestra relación con los vecinos iba a cambiar totalmente porque
el dinero es algo que se trasluce en pequeños detalles que son muy evidentes para
el que no tiene un peso, ¿te das cuenta? Así que decidimos aceptar únicamente
útiles escolares.
No pude evitar ver a mi alrededor los signos evidentes de una vida sin
sobresaltos pero enseguida suspendí el juicio: finalmente el me estaba hablando del
pasado, la gente varía, yo mismo... Decidí cambiar de tema.
- Decime. Eso era en el tiempo de Velazco Alvarado; ¿No?
- Si... Con todos sus errores fue un intento válido para lograr una
redistribución, una socialización.
- Pero ¿Qué falló?
- El trabajo de base. No basta con entregar la tierra, hay que preparar a la
gente para el pasaje del estado de peón al de dueño de su campo, algunos
asociaban la idea de ser propietarios con la de no trabajar más y al recibir su
parcela la dejaban abandonada... En fin, pero Velazco fue un tipo excepcional, era
militar, pero de origen humilde, hablaba quechua...
La charla siguió. La revolución Mejicana, Cuba, Nicaragua... Cuando me di
cuenta de que estaba “dejando escapar la tortuga mágica” ya era tarde porque
algunos invitados se estaban despidiendo y la dueña de casa había guardado sus
ramitas y miraba todo desde su asiento con expresión ausente. Y ahora, como
siempre, estoy aquí lamentándome...

¡Woodstock! Me había lanzado a caminar para escapar de la opresión y, de


repente, vi el afiche de la legendaria película en una vidriera. Llegué sin aliento y
entré, cuando ya había comenzado la función, a esta sala mohosa de la que salgo
con sensaciones contradictorias...
- 74 -
¡Qué tiempos!... Los muchachos con el pelo larguísimo (era una especie de
medidor del tiempo que llevaban fuera del Sistema), las chicas con sus polleras
largas y el cabello suelto, llevando en brazos a sus bebés desnudos...
- ¿Qué te pareció, Pepe?
"Genial", estoy por contestar, pero antes me doy vuelta para saber quien me
está hablando.
- La música evolucionó mucho desde esa época, loco - contesta Pepe con
una seguridad aplastante.
Pelo corto y un arito en la oreja, sobre la fuerte camisa de trabajo una
campera de la misma tela que el vaquero. Estoy fuera del tiempo añorando cosas
que pasaron a la historia... Paz y amor... Esos festivales fueron desmantelados a
cadenazos, desde motos rugientes, por tipos duros vestidos con ropa de cuero
adornada con tachas Pero ¿a quién le interesa la música?
- Además son cosas armadas para ganar guita
Claro, a Pepe no lo van a engañar. En sus pocos años ha visto muchas cosas,
las suficientes como para desconfiar de todo y de todos y mantenerse al margen.
Por supervivencia o inercia hace artesanía en serie que vende barata y al por
mayor, o, simplemente compra cuentas de cerámica en Perú o piedras
semipreciosas en Brasil que revende a otros artesanos: lleva alambre de bronce a
La Paz y vuelve con chalecos, chuspas o fajas porque sabe que en el sur se lo
comprarán todo con los ojos cerrados, dejándole una buena ganancia. Mientras
tanto viaja, se desplaza, saca sus conclusiones... Aunque no ha desaparecido, el
estilo de Claudia y Jorge fue dejado atrás por estos nuevos marginales: ya no van
las telas hindúes ni la gamuza llena de flecos, la ropa de material sintético es
mucho más práctica... En fin, soy un ridículo nostálgico...

Retazos de un sueño del que me desperté temblando; con un ahogo que no


me dejaba respirar:
El ídolo africano que tengo sobre el escritorio me mira intensamente y se
convierte en una masa informe y palpitante que se desintegra en trozos de
tripas anudadas que planean hacia mis ojos produciendo vértigo...
..Iba caminando por un desierto silencioso. Algo me golpeaba la cara. Se
había levantado una brisa que agitaba un trapo negro. Era la túnica de un
hombre que escribía, de rodillas, sobre la arena. Al acercarme al hombre, sin
darse vuelta, me pasaba un papel escrito con carbón... “¡Este es Alfonso!”
pensaba yo y extendía una mano para darle un abrazo. Al tocarlo la túnica
volvía a ser el trapo negro...

Una cosa lleva a la otra. Quería consultar el I-Ching buscando una forma de
contestar la carta de Ema. Sería, en definitiva encontrar una respuesta para mí
mismo porque muchas veces vuelvo a dudar sobre la existencia real de esta mujer.
Pero, más que nada, porque si lograba saltar a su dimensión mi vida cambiaría
fundamentalmente. Como no encontré una forma convincente de atravesar la calle
y solicitar el auxilio de la “Sibila”, compré el libro. Se presentó entonces la
cuestión de como hacer la pregunta. Descarté de plano el uso de las tres monedas.
Quedaba, entonces, el sistema de los tallitos. Busqué durante varios días aquilea o
- 75 -
milenrama en viveros, herboristerías y casas de productos dietéticos. Fue inútil ya
que casi nadie sabía de qué se trataba así que tuve que buscar algo que la
sustituyera, que me fuera afín y que se pudiera cargar de energía con el uso, que
fuera vegetal receptor y trasmisor a la vez... Caminando una tarde por el parque a
la pesca de una ramita adecuada, llegué a la conclusión de que si los chinos usaban
milenrama era, seguramente, porque crecía naturalmente en la región donde vivían.
En la mentalidad de las culturas tradicionales sólo cabe utilizar lo que está en los
alrededores. ¿De qué podrían ser los tallitos de mi zona? Como primer paso debía
alejarme de la ciudad y de sus jardines artificiales hacia una región más virgen... El
río… ¿Cómo no se me había ocurrido antes?. El río que pasa por aquí desde
siempre y que, de vez en cuando, se cansa y salta de su cauce destruyendo las
ostentosas obras de los hombres como para demostrarles que no se pueden talar las
selvas de sus orillas impunemente. Que le molesta que traten de detener su marcha
con diques y represas. Caminando en zig zag, había llegado al puerto. No pensaba
encontrar nada entre los muelles de hormigón pero estaba allí durmiendo
tranquilamente con la cabeza apoyada en su bolsa grasienta. El “hombre de la
bolsa”, ese personaje siniestro conque se asusta a los chicos inoculándoles terror y
repugnancia hacia los “inadaptados”. Conmigo no había dado mucho resultado
porque los veía como héroes míticos. Cuando los cruzaba, yendo desganadamente
hacia la escuela, aspiraba con gusto su olor a humo y mugre. Simbolizaban una
vida libre y sin obligaciones. Andando a tientas, después de una existencia llena de
compromisos autoimpuestos y cumplidos a medias, volvía a encontrarme con un
hombre auténticamente libre, verdadera e indiscutiblemente marginal. ¿Qué edad
pudo haber tenido cuando tomó esa decisión o cuando optó por no tomar ninguna
otra durante el resto de sus días? No había forma de saberlo ni hacia mucho al
caso. Lo importante hubiera sido conocer las causas profundas y el factor
desencadenante. Se me presentaron rápidos pantallazos... Un delincuente
ocultándose de la policía... Vino de Europa, donde enloqueció durante la guerra...
Lo trastornó la muerte de alguien... O, tal vez, (y en ese momento se me cruzó la
imagen de Alfonso) esta es la culminación de una búsqueda que comenzó hace
años, en su temprana juventud... Un día cualquiera, sentado en el pupitre de alguna
facultad, tuvo la sensación de que el pizarrón estaba cubierto de jeroglíficos
incomprensibles o, probablemente, con símbolos tan claros que se asustó o se
asqueó y dejó el aula. Pero, después de un tiempo de flotar sin rumbo fijo, se había
convencido de que su vocación era otra, la cuestión era cambiar de carrera. Este
segundo intento había durado mucho menos pero, presumiblemente, fue seguido de
un tercero porque la única forma de sobrevivir que conocía pasaba por un título
universitario... Lógicamente había militado en algún partido de izquierda visitando
villas de emergencia los fines de semana... Después, una buena ducha caliente en
casa de papá y mamá y a la “discotheque”. Pero su nausea seguía en aumento a
pesar de que había tomado una decisión valiente: estudiaría lo que le gustaba
aunque se muriera de hambre. Pero los temas más apasionantes... (como siempre
delirando), volví la vista hacia él. Se había despertado y se rascaba la espalda, con
una calma absoluta, mirando hacia el río. Me pregunté si recordaría su pasado o se
limitaría a ver correr la vida delante suyo, viviendo “aquí y ahora”, gozando del sol
y sufriendo el frío...
- 76 -
Me acerqué lentamente y me senté a un par de metros. Si notó mi presencia
no lo demostró y yo me sentí incapaz de encontrar una forma de iniciar una
conversación. Había entre nosotros una distancia infinita porque, a pesar de las
fervorosas proclamas, no podía dirigirme a él de una forma normal. Evidentemente
no había podido escapar de las consecuencias de mi educación burguesa:
capacidad de comunicación escasa o nula (salvo con un núcleo reducidísimo) y
total falta de soltura... Hasta un ocasional viaje en ascensor en compañía de un
desconocido me produce cierta incomodidad que, creo, es mutua... Así que me
quedé en mi lugar de observación... Este sí que era coherente con su opción. Había
quemado sus naves porque su aspecto le impedía hasta hacer dedo, siendo su única
posibilidad de desplazarse sobre ruedas el tren de carga. Su barba era símbolo... de
que no se afeitaba y así todo porque, a diferencia de los intelectuales
contestatarios, no redactaba sesudos artículos en publicaciones alternativas que
formaran parte de alguna asociación de habitantes de las orillas con personería
jurídica... United Underground Federation o similar... Vivía simplemente aparte,
sin preocuparse por la trascendencia social o política de su actitud... Para eso
existieron siempre los intelectualizadores como yo, los interpretes de actitudes
ajenas en las que proyectan actos heroicos que su cobardía le impide llevar a
cabo... Seguramente hubiera seguido horas en inútiles autorecriminaciones pero mi
“auténtico marginal” me interrumpió pasándome una botella de vino tinto con una
intensa mirada de sus ojos increíblemente azules. De un salto estuve a su lado
dispuesto a no perder la posibilidad de comunión que me estaba ofreciendo y
empiné largamente la botella sin limpiarle el pico con la mano... Después de haber
imaginado mil formas de entablar una charla para preguntarle un montón de cosas
estaba, finalmente, a su lado gracias a un gesto sencillo y silencioso de su parte.
Me sumergí en su mirada transparente durante un momento imposible de medir y
me fui, sin pronunciar ni una palabra, sintiendo que ya no había ningún apuro por
encontrar una forma de consultar el oráculo.

Alguien me ha hecho llegar por correo el primer número de la Revista


Aullido. Está impreso toscamente en algún mimeógrafo casero y hay hojas que,
directamente, son imposibles de leer. Si éste es el comienzo no es difícil vaticinar
una rápida extinción por asfixia. Hay pocos avisos publicitarios... Verdulería y
Carnicería La Sin Rival de José Rapagna, el padre o el tío de alguno de los
cuentistas y poetas que vuelcan en este Aullido imágenes tan subjetivas que nadie,
fuera de ellos mismos puede llegar a captar...

Sano odio liberador


alimentaré diariamente tu fuego
con recuerdos precisos
para que no me abandones
a merced de lo viscoso...

Pero encuentro algo interesante; a pesar de algunos lugares comunes el


muchacho promete.

- 77 -
Mi querida Wendy:
No te voy a negar que el árbol hueco donde funcionaba la comunidad
está distinto esta noche, faltan los gritos y las peleas de los chicos durante la
cena. Debería estar triste... Si, creo que estoy un poco triste. De un golpe perdí
a todos mis compañeros. Creo que ni siquiera entendieron lo que les grité
antes de salir volando por la ventana con mi fiel Campanita ¿Sabes? Ella me
había advertido sobre el riesgo que representaba la presencia de ustedes aquí
pero como me aseguró que la más peligrosa eras tú pensé que era una cuestión
de celos. Ahora comprendo que se refería a tú edad (estás en el límite) y, sobre
todo, a tu formación burguesa. Yo quería crear una nueva civilización... No,
no una civilización. En realidad, una nueva cultura (o volver a una viejísima).
Vivir de la caza y de la pesca y hacer nuestra ropa con pieles. Analizando la
historia de los grupos paralelos me convencí de que la única forma de fundar
uno que fuera perdurable era reclutando niños que, como yo, se negaran a
crecer, a amoldarse a los dictados de los Sacerdotes de la Producción y el
Consumo. Pasé tardes enteras en las plazas al acecho de madres distraídas o
niñeras entretenidas con algún muchacho. Logrado el objetivo de acercarme
al chico sin ser notado, la tarea de convencerlo era cuestión de minutos Me
bastaba hacerlo pensar un poco en la cara de su padre al volver, por las
noches, del trabajo. Después venía la iniciación de mi nuevo amigo en el uso de
los poderes de Campanita. También había sacado mis conclusiones acerca de
esto: si bien es cierto que ayuda a volar, debe ser administrado en pequeñas
cantidades para evitar una dependencia que anule el viaje con medios propios.
Formamos una linda pandilla. Nunca nos aburríamos porque en un país
poblado por indios y piratas todos los días se presenta una nueva aventura.
Wendy, yo sé que tú eres muy buena (además de muy linda). Campanita
también lo sabe pero creo que nunca lo reconocerá. Los chicos no habían
vuelto a ver a sus mamás y por eso sucumbieron a tus cuidados y exigencias.
En cambio yo, cuando traté de visitar a la mía por segunda vez, encontré la
ventana cerrada y un bebé a su lado. Cuando te lo conté, a orillas del lago, me
preguntaste que había sentido en ese momento y no supe que contestarte...
Esta noche tampoco. Sólo puedo decirte que, mientras miraba por la ventana
cerrada, tomé una determinación a la que me mantengo fiel a pesar de tus
intentos (que considero bien intencionados) de hacerme entrar en la
normalidad. Decidí no crecer más. Es mi derecho y nada ni nadie me lo
impedirá.
Esta amaneciendo y acabo de volver con Campanita de una recorrida
por los alrededores (claro, recién ahora me iré a dormir. Ustedes, por el
contrario, deberán levantarse para ir a la escuela donde les extirparán la
capacidad de volar). Te cuento que los piratas están tratando de reorganizarse
tras la muerte de su capitán. Mientras dure la lucha por el poder me dejarán
tranquilo y podré salir a buscar otros chicos que quieran acompañarme...
Aunque, en vista de lo que ha sucedido con los anteriores, pienso que no vale
la pena tomarse semejante trabajo. Al contrario, creo que si alguno se acerca
- 78 -
trataré de desanimarlo sometiéndolo a duras experiencias para probar su
capacidad. No sé. Ni siquiera sé para que te escribo todo esto. Como este papel
es de fantasía se desintegrará en tus manos. Ya te deben haber convencido de
que todo fue un sueño. Cuando crezcas me volverás a encontrar en novelas y
libros de psicoanálisis como símbolo de una enfermedad que puede y debe
curarse: es peligroso vivir en las nubes, está prohibido habitar un mundo de
ensueño, etc... A mi nadie me quiere y si me preguntaras si eso me hace sufrir
no sabría que responderte.
Hasta siempre en el país del nunca jamás
Peter Pan
No está mal. Tiene fuerza. Pero lo que me extraña un poco de este Peter Pan
que le echa en cara a Wendy su formación burguesa es que tenga tanto miedo de
fomentar una adicción a los poderes de Campanita que anulan la posibilidad de un
viaje propio. Además me llama la atención que lo relacione con la cantidad. Es
demasiado esquemático y subjetivo. Su experiencia en la materia debe ser escasa o
nula para generalizar de esta forma. Veo confirmada mi sospecha de que estos
Aullidos han sido lanzados al aire por gente muy joven. Aunque (por qué no
reconocerlo) me ha revuelto algo por dentro y, por el momento, no tengo ganas
de saber de que se trata. Salir a caminar sería nefasto. A esta hora los programas de
televisión no son tan malos y casi no hay cortes comerciales...

...Con la actuación especial de Ricardo Vilca... ¿Será el mismo?... Cuando


lo veo en la pantalla abrazado tiernamente a su guitarra no me queda ninguna duda;
únicamente él puede extraerle esos sonidos y hacerlo con esa mezcla de timidez y
ensimismamiento. También para él pasaron los años ¿Qué edad puede tener?
Cuando yo estaba en Huacapunco él andaba por los veinticinco y se debatía entre
el deseo de triunfar en el sur y el miedo de dejar su pueblito.
- Mirá viejito - le gritaba Alfonso a esa hora de la madrugada en que todos
los delirios parecen posibles - Así, en el estado en que estamos y sin ensayar, nos
vamos a Europa… derechito al Olympia de París. Te juro que volvemos en un
trasatlántico propio con tripulación y todo. Por ahí le decimos al capitán a mitad de
camino: “A ver, che, desviá el rumbo que queremos pasar unos días en el Caribe...
Trinidad... Guadalupe...”
- ¿De veras? - Ricardo abría exageradamente los ojos con expresión infantil.
Era su forma de relacionarse con el gringo. “Me agarró de papá y no lo puedo
evitar” decía Alfonso.
- ¿Cuánto querés apostar?... Escuchame, yo cualquier día me voy a ir a la
mierda con una alforja de cada lado ¿Sabés? - y como el otro, firme en su rol, lo
seguía mirando fijamente, lo abrazaba y le palmeaba la cabeza - ¿Qué vas a saber
vos? Por eso me tenés que acompañar como Sancho Panza.
- ¿Saaancho Paaanzaa?
- ¡Claro! Así mientras yo grito desde el escenario: “¡Arrepentíos, hijos de
puta!” vos embolsás las ganancias sin que yo me entere. ¿Te animás?
Y así seguía...

- 79 -
...El ruido del bombardeo me vuelve a la realidad... es decir, a la ficción de la
pantalla.

WASHINGTON D.C JULY 1950


El muchachito, que es reverendo, predica desde el púlpito con su mirada
limpia y su sonrisa mansa y honesta. Terminado el servicio religioso vuelve a su
casa donde la esposa le entrega una citación del ejército. (Música lúgubre.
Moderato Cantabile...)

BERLÍN-JUNE 1945
Llega, con su uniforme impecable, a las ruinas de la parte de la ciudad que
bombardeó con su avión, sacándome de mis recuerdos.
- ¿Conoce usted mi idioma? - le pregunta a un viejo harapiento que revuelve
los escombros. (Música lúgubre, in crescendo...)
- Sí
- ¿Cuántos murieron?
- Cientos de mujeres y niños inocentes. (Música lúgubre, finale con brío...)

OTRA VEZ WASHINGTON


- ¿Qué harás, Joe?
La abraza contra su generoso pecho.
- Tengo que ir, Nancy
Ella llora. (Violines...)

BASE AÉREA CERCA DE SEUL (COREA DEL SUR) – UNA SEMANA


DESPUÉS.
Lo recibe el infaltable y simpático bufón lleno de pecas con su cigarro en la
boca. Van hacia la barraca donde los pilotos yacen indolentemente en sus catres.
Entre ellos está... ¡Su compañero de lucha en Alemania!
- O. K., Ben. Me alegra volver a verte pero este galpón está lleno de tierra, la
pista de aterrizaje cubierta de malezas y los muchachos andan con el uniforme sin
planchar.
Entra en su cuarto, mientras Ben y el bufón se miran sorprendidos. Sacude el
polvo que hay sobre la mesa y coloca una foto de Nancy. (Violines)
LA MISMA BASE – DOS DÍAS DESPUÉS
Los muchachos, lavados, afeitados y con la ropa almidonada, miran
sonrientes como despegan los aviones en perfecto orden sobre la pista bien
alisada... ¡Ahora si! (Triunfal marcha militar...)
A esta altura no se si reírme o patear el televisor

(Exótica música Oriental...) Aparece el ineludible cipayo, un venerable


viejito de larga barba blanca. Lo acompaña su hija, sobrina o nieta. La joven, que
presenta indudables síntomas de Síndrome de Malinche, lo mira con sus dulces
ojos almendrados pero Joe (que ama a Nancy) la llama Señorita Kun, mientras
arropa tiernamente a sus hermanitos que lo miran con devoción desde sus cunitas

- 80 -
de bambú. El más vivaracho le quita la gorra de la U.S Air Force. Como le llega a
la nariz, todos ríen divertidos. El bueno de Joe se va a dormir a su duro camastro
de la base después de despedirse de la Señorita Kun con un respetuoso apretón de
manos.
Es demasiado burdo. Pensar que de chicos nos nutríamos de estas
bazofias. Después comenzaron a llegar las películas “con mensaje”: El
pianista norteamericano mataba con tristeza al violinista alemán. Habían
actuado juntos en Viena antes de la guerra... La muchacha asiática dudaba en
seguir al soldado de vuelta a su país: “No quiero que mi hijo sea despreciado
por su color”. El le explicaba que los Estados Unidos habían abierto sus
puertas a todos los pueblos del mundo. “Además no no sé si tu madre lo
aceptará” lloriqueaba la chica. El le decía que “mamie” era... ejem... un poco
racista pero que no podría resistirse a los encantos de su primer nieto...

(Marcha triunfal...) Los pilotos suben de un salto a sus aviones. Pulgar


levantado. O.K., muchachos… vamos a darles duro. Primer plano de crueles ojos
oblicuos, tableteo de ametralladoras y uno de los aviones cae envuelto en llamas.
Es el que piloteaba el único negro del escuadrón ¡Qué le vamos a hacer!... Pero
¡Atención!... ¡Le han dado a Ben! Está malherido y a punto de desvanecerse pero
Joe lo va guiando por radio. Suspenso hasta que los dos aparatos aterrizan juntos.
Cuando lo sacan de la cabina Ben dice en un susurro: “Muero contento, hemos
batido al enemigo”. Pero ¡Suenan las sirenas! Los rojos han lanzado un criminal
ataque. Los campesinos huyen a pie llevando sobre la espalda sus escasas
pertenencias. Joe y el simpático pecoso, cargados de niñitos amarillos, miran con
bronca hacia el cielo; ¡¡Asesinos!!

Deberían transcurrir aún veinte años para que estas estereotipadas


películas fueran desplazadas por las que reflejaban una cruda e implacable
autocrítica. Porque ya no fue posible disimular que en Saigón los muchachos
no eran tan respetuosos con las señoritas de ojos rasgados ni que Joe y Ben
estaban tan desbordados por la increíble resistencia de otro pueblo de “color
extraño”, que preferían eliminarlos antes de que aprendieran a empuñar un
arma o asesinar a las mujeres encinta para matar dos pájaros de un tiro.
Porque el mundo se enteró que desde sus poderosos B54 lanzaban toneladas
de bombas sobre grandes sectores de la selva o los incendiaban con Napalm y
que inutilizaban miles de hectáreas de campos de labranza fumigándolos con
herbicidas...

Pero, un momento, que en la pantalla continúa la historia. Los desalmados


del norte siguen disparando contra los campesinos indefensos y la Señorita Kun
muere en los brazos de Joe, que le promete ocuparse de sus hermanitos. Cuando
todo parece perdido se oye, desde lejos, el sonido de una escuadrilla de aviones.
Un momento de suspenso hasta que la Marcha triunfal confirma nuestras
sospechas... ¡¡¡Llegan los nuestros!!! No es difícil para el espectador imaginar que

- 81 -
exterminarán a los malvados así que el director, dando muestras de un audaz
lenguaje cinematográfico, corta la escena para dar lugar al epílogo:
Joe y Nancy, en una emotiva ceremonia, inauguran un imponente orfelinato
que lleva el nombre de Ben, mártir de la democracia. Con un coreanito en cada
brazo escuchan conmovidos a cientos de niños que, perfectamente formados
cantan:
From the home of Moctezuma
To the land of Tripoli8
THE END se lee en la pantalla mientras la cámara se va acercando al
edificio sobre el que flamea la bandera de las franjas y estrellas junto a la coreana
que, ahora me doy cuenta, ostenta en el centro al símbolo del Yin y el Yang de
donde surgen como los rayos de un sol, los trigramas Cielo, Tierra, Agua y Fuego
(los cuatro Elementos Cósmicos). Mi furor anti-imperialista se va atenuando
porque comprendo que un pueblo con estas características sobrevivirá al ocaso de
las potencias que utilizaron su territorio para dirimir cuestiones hegemónicas. Este
pequeño país había desarrollado una cultura superior cuando las praderas
norteamericanas eran recorridas por tribus de cazadores nómades y Moscú era un
oscuro villorio. De todas formas creo que únicamente un canal de televisión de la
periferia del Imperio puede pasar esta ridícula caricatura en los tiempos que corren.
Si se proyectara en los Estados Unidos, los veteranos de Vietnam creerían que les
están haciendo una broma de pésimo gusto…

O barco
Meu coraçao nao aguenta.
Tanta tormenta alegria
meu coracao nao contenta
DESCUBRA MUNDOS NUEVOS
ISLA DE PASCUA - SAMOA - TAHITI

LA MANERA MAS ECONOMICA DE


VIAJAR POR LOS ESTADOS UNIDOS
PASE EN FERROCARRIL CON MILLAJE
ILIMITADO
ESTRELLAS DE LA UNION SOVIETICA - AEROFLOT
- Tome asiento señor. Enseguida estoy con usted.
O día,
O barco,
meu coraçao
NORTE ARGENTINO
HUACAPUNCO Y TODA LA PUNA
O porto
nao
BRASIL DIFERENTE

8
Desde el hogar de Moctezuma hasta la tierra de Trípoli

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YO AMO A RIO
- Oporto... Oporto... ¡Aquí está! Air Portugal desde San Pablo. Río de
Janeiro o Recife - suena el teléfono y el agente de viajes levanta el tubo -
Disculpe... Hola... ¡Siii! ... si, si...
Navegar é preciso.
viver nao é preciso...9
Sobre el escritorio hay un globo terráqueo. Lo hago girar lentamente... ¡Qué
chico es el mundo! Hasta la islita más alejada del Pacífico está explotada por
alguna compañía turística. Miro la carpeta abierta:
Rotas Intercontinentais
Voos Brasil – Portugal – Brasil

El hombrecito, con el tubo apretado entre el hombro y la mejilla, anota unas


cifras en su libreta. Con la mano izquierda me pasa un paquete de cigarrillos, teme
que me aburra y me vaya. Para tranquilizarlo saco uno y lo enciendo en la estufa de
cuarzo... Bruscamente cambia de expresión y comienza a hablar en un idioma que
desconozco; debe tener sus problemas pero no quiere perderme como cliente
potencial. Hace girar la carpeta y me la pasa. Comienzo a hojearla... ¿Quiero viajar
realmente? Veo una iglesia cubierta con mayólicas, del tiempo en que Portugal se
disputaba con España la supremacía sobre tierras y mares y los antepasados de
Ema se lanzaba a la aventura. OPORTO dice abajo con una letra cargada de
firuletes... O porto nao... Ema no existe y si yo me quedo sentado aquí es para que
el tipo no se ponga más nervioso pensando que ha perdido la posibilidad de ganar
una comisión...

Mozambique: Vasta comarca del África Oriental que comprende las


posesiones portuguesas situadas entre el Territorio de Tangañica, el Protectorado
Inglés de Nyasalandia, Rhodesia, La Unión Sudafricana y el Océano Indico.
Capital Lourenco Marques...
Mi Enciclopedia está un poco desactualizada (es de l936). No podría
asegurar que la división política del África que figura en el planisferio que compré
el mes pasado sea exacta pero refleja claramente los cambios producidos en la
década del sesenta. El Océano Indico no ha cambiado de nombre, Sudáfrica
tampoco (por el momento, al menos) pero el resto... Tangañica forma con Zanzíbar
la República de Tanzania. La Rhodesia del Norte es Zambia, la del Sur Zimbabwe,
Nyasalandia se llama Malawi. La partida de los europeos dejó colonias,
posesiones, protectorados y territorios de ultramar formados arbitrariamente que
luego se unieron o se desmembraron de acuerdo a sus lazos raciales o tribales.
Muchas veces estas modificaciones produjeron cruentas luchas y matanzas
despiadadas con la intervención, disimulada o no, de las ex-metrópolis que se
siguen surtiendo allí de materias primas. La dependencia económica se acrecienta
con préstamos para subvencionar obras ostentosas y prescindibles. Lo que es
innegable es el resurgimiento o la revalorización de las culturas africanas
9
(Caetano Veloso)
- 83 -
tradicionales. Y un pueblo capaz de plasmar su imagen en una máscara con la
expresividad de la de esta foto posee una cultura elaborada aunque no conozca a
Mozart. Ayer en la agencia, mientras hojeaba la carpeta, reconocí los pómulos
salientes, la frente chata y la mirada desdeñosa de mi vieja estatuilla africana. Estas
caras reflejan, evidentemente, los rasgos arquetípicos de una raza y no están
talladas torpemente a golpes de machete. Guinea Bissau-Angola-Mozambique
dice el folleto sin especificar de cuál de los tres países proviene la máscara. El
dueño de la agencia tampoco tenía idea pero al ver mi interés me la regaló. En el
interior figuran los vuelos desde Lisboa y las conexiones con Oporto y el Brasil.
Nada me impide viajar a Portugal para tener un encuentro, frente a frente, con Ema
(si existe). De allí podría seguir la ruta de sus ancestros del siglo XV. Madeira,
Cabo Verde, Guinea, Angola, Mozambique... Cruzar el Índico hacia Goa, Sumatra,
Macao... O, tal vez, sería mejor llegar a Oporto después de haber recorrido África
para que, al abrir la puerta de su vieja casa de piedra, no encuentre una triste
caricatura de la imagen que su padre le trasmitió de su colega del Altiplano. Podría
pasar un tiempo en Mozambique, donde Pardo Sousa dirigía su Plan de Salud
Rural; posiblemente ahora esté a cargo de algún médico nativo a quien ofrecería
mis servicios para acercarme en los últimos años de mi vida a los lejanos sueños de
juventud... ¿Qué habrá pasado después de la independencia? La capital cambió de
nombre como la del Zaire. Son procesos históricamente lógicos aunque, a veces,
estén encabezados por líderes carismáticos o tiranos desequilibrados, típicos
productos del subdesarrollo según los observadores occidentales. Estos intérpretes
de la realidad ajena pasan por alto la responsabilidad de las potencias europeas por
este atraso. Además parecen olvidar que, no hace tantos años, había varios de estos
conductores encaramados con poderes absolutos sobre sus países industrializados y
que no fue fácil deshacerse de ellos...

...Se prevé una mayor exportación de maní... Es la centésima vez que leo
el titular... Me es totalmente indiferente pero no logro juntar fuerzas como para
dejar el consultorio. Vine por inercia y, de repente, descubrí que no tengo nada que
hacer aquí. La vertiente de los recuerdos se ha agotado. Sólo queda mi vida actual,
tan gris y sin sentido como la exportación del maní. Es como para llorar o romper
algo a patadas pero yo sigo inmóvil y en silencio... Por momentos dormito un poco.
Me siento vacío. No hay ningún oráculo capaz de indicarme el rumbo a seguir.
Perdí el tren. Mis bufonadas en la Agencia de Viajes no me convencen. No voy a ir
a Oporto y mucho menos al África. Lo que me queda es jugar a viajar por el mapa
o desarrollar conversaciones más o menos ingeniosas con mis... conocidos (casi
escribo “amigos”). También puedo deslumbrar a algunos con relatos de mis viajes
por Europa y mi experiencia en Huacapunco o hacer comentarios sobre política
internacional, energías alternativas, medicina natural, tradicional o antropológica,
opciones individuales o sociales... Pero no creo que encuentre el convencimiento
necesario. Es como si estuviera hueco por dentro. Hablo un poco con Rosita
mientras comemos, porque no quiero preocuparla y, además, me hace bien.
Después durante el resto del día caigo en un mutismo total. Incapaz de seguir un
hilo de pensamiento, fijo la atención en cosas sin importancia o cabeceo sobre el
escritorio aplastado por un sopor denso y pesado (pero si me acuesto no me puedo
- 84 -
dormir...). Tendría que eliminarme. No quiero ser un peso inútil para los demás.
Pero liberarlos realmente, sin cargarlos de culpas con actitudes teatrales o
espectáculos de mal gusto. Si fuera un hombre “primitivo” (es decir, si viviera
inmerso en una cultura tradicional) elegiría un día hermoso y templado para salir a
encontrarme con la muerte en el desierto... Caminar desnudo bajo el sol con una
sonrisa en los labios... Hola hermana, madre, esposa, amiga, amante y compañera...
adormecerme entre sus brazos con la cabeza apoyada en sus enormes y tibios
pechos. Esa es la imagen que tengo de la parca, el esqueleto vestido de negro con
la guadaña al hombro nace del apego a la vida; esto produce una insensata
legislación contra la eutanasia, la maldita ciencia ni siquiera nos deja morir
tranquilamente en la cama rodeados de nuestros seres queridos... No, dejamos de
existir en un frío quirófano de paredes azulejadas con el cuerpo atravesado por
sondas que lo hacen funcionar mecánicamente; se nos priva hasta del placer y el
derecho de despedirnos de los que quedan con una frase lúcida o cariñosa... Y no
hablemos de los que detentan un gran poder político. A esos les inyectarán drogas
estimulantes para que el corazón continúe latiendo hasta que se resuelva la
cuestión de la sucesión... Claro que después las exequias serán suntuosas y el tipo
entrará en la inmortalidad... corriendo el riesgo de que, por un brusco cambio de
dirección, sus estatuas sean arrastradas por las calles y sus retratos quemados en las
plazas. El “Padre de la Patria” puede transformarse en “Sanguinario Tirano” para la
historia oficial.
Pero lo mejor sería quedarme sentado esperando a la muerte como aquel
viejito de Huacapunco que todos los meses llegaba al hospital después de caminar
un día cerro abajo. Como sus “ushutas” tenían goma de auto se cargaba tanto de
electricidad que yo recibía una sacudida cuando quería tomarle el pulso.
- ¿Por qué no baja al pueblo, abuelo?
- ¿Y quién va a pastiar los chivos? La Ugenia es una guagua, cada nada me
lo pierde algunito...
Su hija, que trabajaba en Buenos Aires, se la había dejado cuando tenía
cuatro años (después se ha perdíu. ¿Dónde sabrá andar?). La chica me miraba de
reojo con su sombrerito en la mano. Era imposible sacarle una sola palabra
- Pero usted sigue perdiendo peso. Tiene que internarse por una semana para
que le hagamos un estudio completo.
Me miraba sonriendo. Las cataratas habían vuelto sus ojos celestes.
- No hai ser, dotor...
Y no había

- 85 -
NOTICIAS APARECIDAS EN LA ULTIMA PAGINA DE UN
DIARIO DE ROSARIO (SANTA FE)
DOCTOR JOSÉ MUCHESSI - SU FALLECIMIENTO
Rosario - Serán inhumados hoy, en el cementerio del Salvador, los
restos del Dr. José Muchessi que falleciera el día 26 del corriente en
horas de la noche. El cuerpo sin vida fue hallado por su esposa, Rosa
Tizzio de Muchessi, en la mañana de ayer (27). Según declaraciones de
la viuda, al despertarse alrededor de las 7 de la mañana notó que su
esposo aún no se había acostado. Este hecho no la sorprendió puesto que
el Doctor padecía de insomnio y solía permanecer hasta altas horas de la
madrugada escribiendo o leyendo en su consultorio. Por lo tanto preparó
el desayuno y se encaminó hacia el lugar de trabajo del facultativo que se
encuentra en la planta baja del edificio que ocupa la familia. Al abrir la
puerta lo halló recostado sobre el escritorio con la lapicera en la mano.
Iba a retirarse, creyéndolo dormido, cuando notó una extraña palidez en
su rostro. Al acercarse pudo confirmar su sospecha de que había dejado
de existir.

PERSONALIDAD DEL EXTINTO Muchessi, dirige la Clínica Privada


Nacido en Gualeguay provincia de Modelo, institución que presta a sus
Entre Ríos, cursó sus estudios en la asociados un servicio integral en
Universidad de Buenos Aires. Una todas las especialidades de la ciencia
vez recibido obtuvo por sus altas médica
calificaciones una beca en la
República Federal de Alemania, CONSUMO DEPORTES Y SEXO
donde residió por espacio de algunos SON LOS PRINCIPALES
años; A su regreso de Europa ejerció INTERESES DE LA JUVENTUD
su profesión en distintos puntos del ACTUAL.
interior del país. El consultorio de Princeton (U.S.A.)
Clínica Médica del Hospital de Encuestas realizadas en varios países
Huacacapunco (pueblo de la puna por alumnos del Departamento de
jujeña) lleva su nombre en recuerdo Estudios Sociológicos de la
de la infatigable labor que desplegaba Universidad de Princeton demuestran
al servicio de la salud de sus que las inquietudes socio-políticas
habitantes. Finalmente se radicó en ocupan el decimoquinto lugar en una
nuestra ciudad, donde sus pacientes lista de veinte planteada a jóvenes de
recuerdan con cariño y dieciocho a veinticinco años.
agradecimiento su dedicación Calificando el fenómeno como
desinteresada y su paciencia infinita. “Escalada
Al cierre de esta edición, en el lugar
del velatorio aún podía observarse el del Conformismo”, el Dr. Willam F
paso de algunas personas de Brookwill, titular de la cátedra,
condición humilde deseosas de dar su manifestó que su próxima
último adiós al “'Doctor Pepe” como investigación estará encaminada a
lo llamaban. Su hijo, el Dr. Humberto determinar las causas de la
- 86 -
desaparición de los movimientos un trozo de papel con anotaciones
juveniles de protesta que surgieron ininteligibles realizadas
durante la década del sesenta a ambos aparentemente con carbón. Indagados
lados de la “Cortina de Hierro”. los habitantes de un hospedaje
cercano al lugar del macabro hallazgo
HALLAN EN POCITOS EL manifestaron que desde hacia varios
CADÁVER DE UN VAGABUNDO días habían notado la presencia de un
Pocitos. En la mañana de ayer (27) individuo de cabello canoso y tez
personal de Vialidad que trabajaba en blanca muy pobremente vestido.
la localidad fronteriza salteña halló el Declararon asimismo que era muy
cadáver de un hombre al borde de la difícil determinar la nacionalidad del
ruta. Notificada la autoridad policial, misterioso personaje a partir de su
se presentaron el oficial sumariante forma de hablar, discutiéndose la
Ricardo Cuesta y un agente quienes posibilidad de que fuera argentino,
condujeron los despojos a la boliviano, paraguayo o de algún país
comisaría local, en el vehículo de la europeo. El cuerpo no presenta
Repartición. La búsqueda de señales de violencia y las primeras
documentos u otros elementos de observaciones parecerían indicar que
identificación entre las deterioradas el deceso se habría producido durante
ropas del muerto arrojó un resultado la noche del martes 26.
negativo. Únicamente pudo hallarse

Haciendo girar la silla, Roberto quedó de espaldas al escritorio y se enfrentó


con el planisferio. Encendió un cigarrillo y se quedó un largo rato inmóvil. Su
mente estaba cargada de imágenes de otro tiempo hacia las que lo habían
transportado los desordenados apuntes de su tío. Estaba tan absorto que se
sobresaltó con la entrada de Rosita que vistiendo riguroso luto, traía una bandeja
con el servicio de café.
- Vivía aquí adentro... Mirando ese mapa, escribiendo. ¿Pudiste descifrar su
letra?
Hacía evidentes esfuerzos por dominarse. Roberto se acercó a ella y la
abrazó tiernamente.
- Dale, tía, desahógate a gusto. Yo tampoco me banco...
Mientras ella sollozaba sobre su hombro la vio adolescente y enamorada de
Alfonso o esperando a Pepe en el puerto; la imaginó en las tardes de Huacapunco
cerrando los ojos castigados por el viento de agosto o en un bar escuchando
mansamente las embrolladas disquisiciones de su marido. Tuvo la seguridad de
que, de no mediar cuestiones de edad y parentesco, hubiera amado intensamente a
esa mujer sencilla y serena. Le acarició dulcemente la cabeza.
- Bueno, bueno... Vamos a tomar el café antes de que se enfríe ¿Eh?
Ella se enjugó los ojos.
- Ya debe estar helado. Voy a preparar otro.
Roberto volvió a quedar solo. Regresó al escritorio y comenzó a poner en
orden los papeles que había estado leyendo durante toda la tarde. La primera parte
estaba escrita en un cuaderno con cierta prolijidad, pero había tenido que
desentrañar el resto del dorso de recetas o boletas arrugadas y hasta de trozos de
- 87 -
papel de almacén... “¡Qué tipo!” Estaba pensando cuando la tía, con la cara lavada,
entró con la cafetera eléctrica.
- Ahora no se nos va a enfriar. .Además lo vamos a acompañar con cognac,
como le gustaba a él.
Fue una verdadera ceremonia, simple pero llena de emotividad.
- ¿Qué escribía? - preguntó Rosita señalando el montón de papeles.
- De todo... Recuerdos de su juventud... de Alfonso y otra gente que había
conocido aquí y en Europa. Observaciones sobre la realidad, anotaciones de lo que
le iba sucediendo... Encuentros. También proyectos o, más bien, delirios o utopías.
Se cuestionaba muchísimo.
- Decímelo a mí! Pero... ¿Qué era lo que lo angustiaba tanto?
- No sé. Creo que, fundamentalmente, su obsesión por encontrar una salida.
Rosita se acercó al escritorio y puso los papeles dentro del cuaderno.
- Yo no entiendo nada, ni siquiera la letra. Llévatelo todo vos, sé que él
estaría de acuerdo... Te quería mucho.
- No sé que decirte, tía. Te aseguro que para mí...
- Ya sé, ya sé. Por eso te lo doy.
Roberto lo guardó cuidadosamente en su bolso.
- Bueno, tengo que irme, el ómnibus sale dentro de media hora. Yo...
Ella le palmeó la mejilla.
- Andá tranquilo. Gracias por acompañarme en estos días ¿Tenés el equipaje
listo?
- Es sólo este bolso. ¿Humberto está arriba?
- No, salió con Josefina y el nene. Yo los saludaré de tu parte. No te
preocupes.
“'Claro que no me preocupo”, pensó Roberto, “'no tenemos nada para
decirnos” y llevándola del hombro, caminó hacia la puerta. Le dió un último beso.
- Chau tía, cuídate mucho ¿Eh?
- Si, querido, sí. Ahora andate que si no vas a perder el ómnibus.

La terminal. Para Pepe había sido como un símbolo de la posibilidad de


viajar, de irse, de zafar... (Viaje con destino a Buenos Aires próximo a partir de
plataforma cuatro)... Mientras se sentaba en el cómodo asiento reclinable.
Roberto se preguntó por qué algunos zafaban... Es decir, por qué algunos de los
que querían seguir un camino distinto lo conseguían. Sabiendo que hay gente (la
gran mayoría pensó con tristeza) que sigue la huella prevista sin mayores tropiezos
había algunos seres que, por razones difíciles de determinar, buscaban otra cosa (y
ojo que eso no quiere decir algo mejor - se dijo a si mismo - Simplemente
distinto). Aparentemente no tenía incidencia el origen social ¿O sí? En realidad
todos los artesanos que había conocido provenían de los niveles medios (“¿Y
quién te dijo que doblar alambres es la única forma de zafar?” se preguntó de
repente). Pensó en Alfonso, muriendo sin identidad al borde de la ruta. Si se
entendía por zafar salir de las reglas de juego marcadas por la sociedad, ese
anónimo vagabundo (fuera o no Alfonso) lo había conseguido. Pero era imposible
saber si lo había vivido como un triunfo o una derrota. Irse era una actitud política

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tan válida como la de los que apuntalan o tratan de cambiar la sociedad en la que
han nacido; desde el monje trapense al linyera se podía hacer una larga lista de
opciones marginales. Entre ellas la del artista (indiscutible príncipe de los
esquizoides) que, en ciertas ocasiones, podía usar su manifestación estética como
forma de levantar la bandera de la individualidad... Y hasta podía darse el caso que
recibiera a cambio honores y riquezas por lo cual el inconformista debía hacer
esfuerzos desesperados por mantener su marginalidad porque aún sus respuestas y
posturas más chocantes serían aplaudidas por la masa informe de los consumidores
de cultura con el beneplácito de los mercaderes (llámense editoriales, galerías o
productoras cinematográficas)... “¡Es tan loco, tan excéntrico y bohemio!”
exclamarían extasiados los burgueses que asistieran a la inauguración de su
exposición o a la presentación de su libro...
Por la ventanilla veía pasar los interminables y monótonos campos
sembrados. El sol se estaba poniendo y el conductor encendió los faros que
iluminaron la faja blanca que marcaba el centro de la ruta. Eso era lo que él no
quería: seguir un camino asfaltado y señalizado donde todo estuviera previsto. Se
llevó la mano a la cabeza y notó que su cabello cortado al ras durante el servicio
militar, comenzaba a crecer. Claro que el pelo largo o la barba eran lo de menos
pero... “Son antenas psíquicas” le había dicho alguien alguna vez, “por eso el
bancario, el policía y el militar se lo cortan...”

Una brusca frenada lo despertó. Ya era noche cerrada y los campos estaban
dejando paso a concentraciones urbanas cada vez menos densas. Estaba llegando.
No sabía muy bien que iba hacer de allí en más pero tenía la absoluta certeza de
que su vida cambiaría.
“Alfonso, Pepe...” pensó (y en su mente resonó como un alarido) “...¡Pueden
quedarse tranquilos! El fusil de los francotiradores está en buenas manos.

Bajo el sol, el remolino (que gira como un trompo entre las dunas) borra las
huellas de los que recorren el desierto caminando en espiral. Hay gente que cree
que avanzando de este modo se puede llegar a alguna parte...

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COMENTARIO CRÍTICO
El Francotirador – Novela

El libro invitaba a imaginar (de las más diversas formas) un


solitario guerrero peleando contra un enemigo plural y devastador. Era el
año 1985 y Raúl me dejaba su creación literaria para que leyera y
opinara.
En una trama narrativa hábilmente tejida, se levanta el grito rebelde
e impotente contra un gran enemigo que dirige los rumbos de cada
integrante de las sociedades: los sistemas.
Un grito contra la burguesía hipócrita y sus prejuicios que
esclavizan; contra los sistemas educativos; contra las injusticias sociales,
contra la vejación cruel de las verdaderas culturas americanas; contra la
sociedad de consumo que idiotiza, que no quiere que el hombre piense,
que entrega en redes invisibles e inexorables a los “peces chicos” para
que sean devorados por los grandes. Todo surge a borbotones en el
mecánico (Alfonso) y en el médico (José). Ambos personajes están
unidos por una afinidad de ideas, pero mientras Alfonso, héroe
automarginal, hace de su vida lo que él quiere, desafiante, único y
solitario en la lucha contra la “serpiente” (francotirador, Quijote del S.
XX), José se convierte en un pacífico médico de aspecto burgués,
acosado por una voz interior que lo cuestiona constantemente... su vida
está marcada por los dictados del corazón (a pesar de su entorno). ¿Otro
francotirador?
Mueren los dos (Alfonso y José) dejando la sensación de que “su
lucha” fue inútil. Ese “mendigo” sin documentos, encontrado al borde de
la ruta; ese médico, muerto sobre su escritorio, con ideas y recuerdos
danzando en los papeles, se llevan retazos de una esperanza: el cambio
de un mundo que es presa de la influencia hipnotizante del Sistema.

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Desde el punto de vista formal, los saltos en el tiempo narrativo
están manejados con gran habilidad, lo mismo que “el fluir de la
conciencia”, técnica que permite al narrador intercalar los monólogos
interiores con su presente, con los recuerdos...
Los espacios elegidos sirven como marco apropiado para cada uno
de los personajes principales y para establecer un paralelismo entre ideas
y formas de vida: la apacible y bella Huacapunco con su gente y sus
raíces; la fría ciudad rosarina con personajes que ejemplifican distintas
clases sociales. Virtudes y defectos, hechos, destinos que se entrecruzan,
conflictos... y en el tráfago de la cotidianeidad, la figura, impertérrita en
la defensa de sus principios: el anarquista, el automarginal, oponiéndose
con su forma de vida, tenaz y firme, a los dictados del Sistema. Las
experiencias en la vieja Europa sirven para sustentar las teorías
libertarias.
Raúl Prchal es el fino observador de lugares y de comportamientos
humanos. Así, nos regala el placer de plasmar en su creación narrativa,
con una profunda simplicidad (aunque parezca paradójico) nuestro
pequeño mundo pueblerino: lo inmediato, en el tranquilo quehacer de la
gente, vibra con la fuerza de un espontáneo y pintoresco retablo de vida.
Por otro lado, el análisis de situaciones, de hechos, lo convierten en un
agudo intérprete desde lo político, social y filosófico.
El personaje del final, Roberto, rescata un tímido y solitario
recomienzo. Un nuevo francotirador. Esto impide que nos gane el
escepticismo y corrobora el lema que esgrime Raúl en su vida: “Paz y
Coraje”.

ELENA GÓMEZ

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INDICE

CONTRATAPA DE LA PRIMERA EDICIÓN


Rafael Restaino..….…………………………………..............................5

BREVE RELATO DE LA COMUNIDAD HUAYRA HUASI


Juan Nieva…...……………………………………………...…...............6

EL FRANCOTIRADOR
Raúl Prchal

ADVERTENCIA………………….......………………………......….....9

I…………………………………………....…………………..…….….11

II………………………………………………………………………...39

III……………………………………………………………………….67

COMENTARIO CRÍTICO
Elena Gómez………………………………………………………..………….90

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