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CONTROL DE LECTURA; OBRA DE LOS DELITOS Y LAS PENAS DE CESARE

BECCARIA

1. POSTULADOS QUE SE DEDUCEN DE LA OBRA DE BECCARIA.


a. Racionalidad del derecho penal: nos habla de que las normas legales debían derivar de
supuestos racionales, es decir, de lo que dicta la razón prescindiendo de la tradición
doctrinal.
Hay que tener en cuenta que la legislación penal del tiempo de Beccaria se caracterizaba por
un exceso de leyes compuestas por restos de ordenamientos de los antiguos romanos,
mezclados con ritos lombardos, reunidos en volúmenes por intérpretes que daban sus
pareceres y sugerencias, las cuales eran aplicadas.
Comparando esta situación con el estado actual de la legislación, podemos advertir que esa
abundancia de leyes, se repite.
La suposición de que las leyes debidamente promulgadas y publicadas son conocidas por
todos los habitantes, es una ficción que el legislador ha establecido con carácter de
presunción legal por razones de interés general, ya que si los particulares pudieran eludir el
cumplimiento de la ley con el pretexto de su ignorancia desaparecería la seguridad jurídica.
b. Legalidad del derecho penal: las normas legales debían derivar de supuestos
racionales, es decir, de lo que dicta la razón prescindiendo de la tradición doctrinal.
Hay que tener en cuenta que la legislación penal del tiempo de Beccaria se caracterizaba por
un exceso de leyes compuestas por restos de ordenamientos de los antiguos romanos,
mezclados con ritos lombardos, reunidos en volúmenes por intérpretes que daban sus
pareceres y sugerencias, las cuales eran aplicadas.
Comparando esta situación con el estado actual de la legislación, podemos advertir que esa
abundancia de leyes, se repite.
La suposición de que las leyes debidamente promulgadas y publicadas son conocidas por
todos los habitantes, es una ficción que el legislador ha establecido con carácter de
presunción legal por razones de interés general, ya que si los particulares pudieran eludir el
cumplimiento de la ley con el pretexto de su ignorancia desaparecería la seguridad jurídica.
Los jueces penales no pueden interpretar las leyes, por la misma razón de que no son
legisladores, sino que las reciben de la sociedad viviente, o del soberano representante de ella,
como legítimo depositario del actual resultado de la voluntad de todos.
Si trasladamos estas consecuencias, que para Beccaría resultan de entender la ley como
expresión de la voluntad general, advertimos que la primera de ellas, no es otra que el
principio de legalidad​ consagrado en la Constitución.
Esa ley penal es siempre una ley formal en el sentido de que debe ser dictada por el Congreso
conforme al mecanismo constitucionalmente previsto. Dicha ley debe ser previa, lo cual tiene
dos consecuencias prácticas: por un lado, si no existe, ninguna acción humana es delito; y,
por otro lado, implica que no es posible ser atrapado por una ley posterior, dado que la ley
posterior al hecho equivale a la ausencia de ley anterior que lo prevea. Debemos tener en
cuenta también respecto de este tema que el Estado no puede dictar leyes con efectos
retroactivos, puesto que la seguridad de las personas estaría sometida a la voluntad del
gobernante.
c. LA JUSTICIA PENAL DEBE SER PÚBLICA Y EL PROCESO ACUSATORIO,
PÚBLICO Y MERAMENTE INFORMATIVO, LAS PRUEBAS SERÁN CLARAS
Y RACIONALES. LA TORTURA JUDICIAL DEBE SER ELIMINADA, JUNTO
CON TODO EL PROCESO INQUISITIVO: los procedimientos criminales del siglo
XVIII se caracterizaban por un “proceso ofensivo” en el que el juez se convertía en
enemigo del reo y no buscaba la verdad del hecho sino que buscaba en el prisionero el
delito, sometiéndolo a los tormentos para conseguirlo. Los indicios para la captura
estaban bajo el poder del juez, por lo que para probar la inocencia debía ser
primeramente declarado reo.
Frente a esto, Beccaría propone como verdadero proceso el informativo, o sea aquel en el que
el magistrado realiza una investigación indiferente del hecho, guiado por la razón. Similar
idea a la de Beccaría podemos encontrar en el Código Procesal Penal que consagra el
principio de inocencia, según el cual nadie será considerado culpable mientras una sentencia
firme no lo declare tal.

d. Igualdad de los nobles, burgueses y plebeyos ante la ley penal; la pena debe ser la
misma para todos: Beccaría afirma que las penas que deben establecerse contra los
delitos de los nobles deben ser las mismas para el primero que para el último
ciudadano. Sostiene que toda distinción, sea en los honores, o en las riquezas, para
que sea legítima, supone una anterior igualdad fundada sobre las leyes, que
consideran a todos los súbditos como igualmente dependientes de ella. No desconoce
que los nobles tengan más ventajas, pero dice que no deben temer menos que los otros
el violar aquellos pactos por lo que han sido elevados por encima de los demás.
Además, debe tenerse en cuenta que la sensibilidad del reo no es la medida de la pena,
sino el daño público.
Esta expresión de Beccaría, tiene en nuestro ordenamiento jurídico reconocimiento
constitucional al consagrarse la igualdad ante la ley.
Pero para que la igualdad asegure a los hombres los mismos derechos se requiere:
a) que el Estado remueva los obstáculos de tipo social, cultural, económicos que de hecho
limitan la libertad y la igualdad de los seres humanos.
b) que exista un orden social y económico justo y se allanen las posibilidades de todos los
hombres para su desarrollo.

e. EL CRITERIO PARA MEDIR LA GRAVEDAD DE LOS DELITOS DEBE SER EL


DAÑO SOCIAL PRODUCIDO POR CADA UNO DE ELLOS, NO PUEDEN
SEGUIR SIENDO CONSIDERADOS VÁLIDOS LOS CRITERIOS DE MALICIA
MORAL (PECADO) DEL ACTO, NI EL DE LA CALIDAD O RANGO SOCIAL
DE PERSONA OFENDIDA: Beccaría sostiene que están equivocados los que creen
que la verdadera medida de los delitos es la intención de quien los comete, puesto que
ésta depende de la impresión actual de los objetos y de la precedente disposición de la
mente, las cuales son distintas en cada hombre (como lo son las ideas, las pasiones,
las circunstancias). Por lo que se necesitaría no sólo un código para cada ciudadano
sino una nueva ley para cada delito.
Tampoco admite la posibilidad de medir los delitos más por la dignidad de la persona
ofendida que por su importancia respecto al bien público (y dice que si esta fuese la
verdadera medida de los delitos, una irreverencia al ser de los seres debiera castigarse más
atrozmente que el asesinato de un monarca).

También niega que la gravedad del pecado intervenga en la medida de los delitos, basándose
para sostener tal negativa en el análisis que hace de las relaciones entre los hombres y entre
los hombres y Dios, advirtiendo que las primeras son relaciones de igualdad, la sola
necesidad ha hecho nacer del choque de las pasiones y de las oposiciones de intereses la idea
de utilidad común, que es la base de la justicia humana; y las segundas son relaciones de
dependencia de un ser perfecto y creador. La gravedad del pecado depende de la malicia del
corazón, la que no puede ser conocida por los seres finitos, por lo que es imposible que se le
tome como norma para castigar los delitos.
Este principio de que la verdadera medida de la gravedad de los delitos, y por consiguiente,
de la dureza de la pena, que debe guardar proporción con la gravedad del acto delictivo es el
daño social producido por ellos. No se trata tanto de castigar al que realizó una acción mala
como al que hizo algo socialmente dañoso.

f. NO POR SER MÁS CRUELES LAS PENAS SON MÁS EFICACES; HAY QUE
MODERARLAS. IMPORTA MÁS Y ES MÁS ÚTIL UNA PENA MODERADA Y
DE SEGURA APLICACIÓN QUE OTRA CRUEL PERO INCIERTA. HAY QUE
IMPONER LA PENA MÁS SUAVE ENTRE LAS EFICACES, SÓLO ÉSTA ES
UNA PENA JUSTA ADEMÁS DE ÚTIL. HAY PUES QUE COMBINAR LA
UTILIZACIÓN Y LA JUSTICIA: para Beccaría el fin de las penas no es castigar al
delincuente porque obró mal, sino que es impedir que el reo vuelva a hacer daño a sus
conciudadanos y evitar que los demás cometan delitos, para ello se debe escoger
aquellas penas y aquel método de inflingirlas que, guardada la proporción, produzca
la impresión más eficaz y más duradera sobre los ánimos de los hombres, y la menos
atormentadora sobre el cuerpo del reo, es decir, que no se trata tanto de aplicar la pena
“merecida” sino la que es “eficaz o útil” desde el punto de vista preventivo
ejemplificador, y para que una pena consiga ese efecto basta con que el mal de la
pena, exceda al bien que nace del delito, y en este exceso de mal debe calcularse: la
infalibilidad de la pena y la posible pérdida del bien que el delito produciría.
La certeza de un castigo, aunque éste sea moderado, hará siempre mayor impresión que el
temor de otro más terrible pero unido a la esperanza de la impunidad. En conclusión de todo
lo expuesto podemos decir que la “pena justa” para Beccaría es aquella que es eficaz, útil
para evitar futuros delitos.
g. L​A PENA NO DEBE PERSEGUIR TANTO EL CASTIGO DEL DELINCUENTE
COMO LA REPRESIÓN DE OTROS POSIBLES FUTUROS DELINCUENTES, A
LOS QUE ELLA DEBE DISUADIR DE SU POTENCIAL INCLINACIÓN A
DELINQUIR: este precepto guarda una estrecha correlación con el anterior, en el
sentido de que para Beccaría la pena debe cumplir una función preventiva y
ejemplificadora.
Para que una pena sea justa, no debe tener más grado de intensidad que los suficientes para
apartar de los delitos a los hombres. Es decir que la pena conminada debe producir un efecto
intimidante en el resto de la población refrenando los atisbos de comportamiento antisocial.
Dicho en otras palabras, la pena impuesta al delincuente en particular sirve de ejemplo para
que aquellos de sus miembros que intenten o que estén tentados de delinquir no lo hagan por
temor a sufrir el mismo daño.
h. Hay que lograr una rigurosa proporcionalidad entre delitos y penas: ​B​eccaría entiende
que la falta de proporción entre delitos y penas además de injusto es socialmente
perjudicial, porque ante delitos de igual pena y de diferente gravedad, el delincuente
se inclinará siempre por el más grave que probablemente le reportará un mayor
beneficio o satisfacción. Y un principio a tener en cuenta para estrechar aún más la
conexión entre el crimen y la pena, es que ésta sea lo más conforme posible a la
naturaleza del delito.
i. La pena de muerte es injusta, innecesaria y menos eficaz que otra menos cruel, más
benigna. Hay que suprimir casi por entero: Beccaría se cuestiona la utilidad y la
justicia de la pena de muerte en un gobierno organizado y se pregunta cuál puede ser
el derecho que se atribuyen los hombres para matar a sus semejantes.
Para él, no es la intensidad de la pena lo que hace mayor efecto sobre el ánimo humano, sino
su duración. Así, no es el terrible pero pasajero espectáculo de la muerte de un criminal, sino
el largo y penoso ejemplo de un hombre privado de su libertad lo que constituye el freno más
fuerte contra los delitos. La pena de muerte produce una fuerte impresión en la sociedad, pero
no durante mucho tiempo, por esa tendencia que tiene el hombre a olvidar, pero en cambio
las penas moderadas y justas son más adecuadas los efectos ejemplificadores.
Sin embargo hay que tener en cuenta, que Beccaría considera necesaria la muerte de un
ciudadano solo en dos casos:
1.- Cuando aún privado de libertad tenga todavía tales relaciones y tal poder, que interese a la
seguridad de la Nación; y
2.- Cuando su existencia pueda producir una revolución peligrosa en la forma de gobierno
establecida.
j. Es preferible, y mas justo prevenir que penar; evitar el delito por medios disuasivos:
este es otro de los puntos fundamentales del pensamiento penalista de Beccaría. Para
él la represión no es ni la única, ni la mejor forma de evitar que se cometan delitos,
procura evitarlo por otros medios, siempre preferibles al castigo.
Este es el fin principal de toda buena legislación, que es el arte de conducir a los hombres al
máximo de felicidad o al mínimo de infelicidad posible.
Beccaría esboza distintas pautas para prevenir los delitos entre las que se encuentran la
necesidad de hacer leyes claras y sencillas y que toda la fuerza de la Nación esté concentrada
en su defensa y ninguna parte de aquella sea empleada para destruirlas, pero considera que el
más seguro pero más difícil medio de prevenir los delitos es perfeccionar la educación.

2. Cuando analizamos el postulado fundamental de la obra de Beccaria, vislumbramos el


CAPÍTULO II​, donde diciendo así que: “Al ser el gobernante el legítimo depositario de la
soberanía, está facultado por los integrantes del gran pacto, para ​poder castigar los ​delitos​,
con la finalidad de contrarrestar los atentados de los hombres que sean enemigos de la ​salud
pública y es en este sentido, donde nace uno de los ​principios rectores de este ​Ius Puniendi el
cual señala, que más justa es la pena, mientras más sagrada o inviolable sea la ​seguridad que
el soberano tenga consagrada a sus súbditos.
Como lo señala el autor, la donación de parte de los ​derechos de cada hombre a favor del bien
público, no a sido sino con la finalidad implícita que a cada uno de estos protagonistas
beneficia; si bien es cierto seguramente muchos hombres aún en la actualidad, desearían estar
fuera y ser inmunes a nuestro régimen jurídico, pero seguramente de conseguirlo, sería
mucho más lo perdido que lo ganado, pues cada uno aunque de diferente manera, tenemos
necesidades que sólo podemos satisfacer a través de los demás y viceversa y es en este
sentido en que los primeros hombres racionales, al notar que solos no podían continuar con su
camino, (...)”
Ahora bien, desde un punto de vista mucho mas general, tenemos que, El derecho penal se
fundamenta en la necesaria tutela de los bienes jurídicos como juicio de valor que cada
ordenamiento protege y tiene en la pena el mecanismo oportuno y adecuado, como
consecuencia jurídica de posible aplicación para aquel que ha infringido las normas
establecidas, siendo a su vez, ​el derecho de castigar del Estado o ius puniendi​, como
doctrinalmente se le conoce, es la facultad que se le ha otorgado al Estado para imponer una
pena o una medida de seguridad, ha adquirido rango constitucional y se integra por un
sistema de principios, denominados limitativos al derecho de castigar, mediante los cuales se
logra introducir una “barrera”, ante posibles arbitrariedades.
La facultad estatal de castigar se materializa en dos sentidos: ​primero​, en la posibilidad de
legislar que se encarga al Parlamento, mediante la cual se traduce la voluntad del Estado de
recoger en tipos penales aquellas conductas más intolerables que recaen sobre bienes
jurídicos relevantes, que resultan imprescindibles proteger con mayor severidad, dibujándose
en la ley penal el tipo y la pena tipo; de ahí se deriva su ​segundo sentido, encargar esta
aplicación al órgano jurisdiccional. La doctrina ha desarrollado como principios que hoy
alcanzan rango constitucional, los de legalidad, culpabilidad, humanidad, proporcionalidad,
intervención mínima, igualdad, resocialización, presunción de inocencia y otros que se erigen
como escudos protectores del individuo frente al poder estatal.
3. Fundamentos desde los cuales Beccaria crítica la pena de muerte desde una óptica
contractualista: en un sentido u otro adoptaron la concepción contractualista corno
origen de la sociedad civil: que la necesidad fue la que movió a esos "sujetos libres
e independientes" a celebrar un pacto para unir sus fuerzas y defenderse. En cuanto a
defenderse de qué, las respuestas posibles son dos: la primera, defenderse de las
fuerzas naturales, superiores y extrañas al hombre; la segunda, la necesidad de
defenderse de las agresiones de los otros hombres.
A juicio nuestro, ​BECCARIA vio el fundamento del pacto en lo que aquí mencionamos
como la necesidad de defenderse de las agresiones de los otros hombres, pues dice: "Fue,
pues, la necesidad quien obligó a los hombres a ceder parte de su libertad propia: y es
cierto que cada uno no quiere poner en el depósito público si no la porción más pequeña
posible, aquella solo que baste a mover a los hombres para que le defiendan”. Y se
corrobora que es precisamente para defenderse de los otros hombres cuando en el
capítulo primero dice: " ... cansados de vivir en un continuo estado de guerra, y de gozar
una libertad que les era inútil en la incertidumbre de conservarla"; evidentemente, los
estados de guerra solo se dan entre los hombres. Así, pues, la necesidad es el
fundamento del pacto, y el pacto es el fundamento del poder del soberano.
Es entonces, ese poder del soberano, en el caso concreto que nos ocupa, consistía en la
facultad de que quedaba investido para castigar las posibles violaciones a los términos
de ese pacto, por manera que no nacía el poder de penar por el simple hecho del pacto,
sino por la necesidad de defender el "depósito público de las particulares
usurpaciones", lo que, en principio, servía a su vez corno límite a ese poder de
castigar.
Si el pacto resulta de la necesidad de la defensa recíproca de los hombres contra los
hombres, como ya quedó establecido, este hecho es indicio de otro: que en el Estado
de Naturaleza. se daba una lucha de intereses privados. Los ​contractualistas encontraron
en el pacto la solución a este conflicto. Pero nótese que el pacto aparece aquí como un
mecanismo de solución, y por tanto de aquel debe predicarse su utilidad o inutilidad, no
su necesidad; es decir, salvar el conflicto era necesario para la preservación de la
especie; cómo salvarlo era cuestión que se debía resolver mediante un cálculo de medios
útiles, si se tiene en cuenta que además del pacto había otros medios posibles de solución,
como la sumisión a un soberano constituido como tal por el despliegue de su fuerza.
Figura 1.1
4. Beccaria escribió “que sólo las leyes pueden decretar las penas de los delitos y esta
autoridad debe residir únicamente en el legislador, quien representa toda la sociedad unida
por el contrato social”
En el libro “de los Delitos y las Penas” de Beccaria –a quien se considera el padre del
pensamiento penal liberal, incluso porque resulta bastante probable que nadie como él haya
logrado, en su época, retratar con tanta perfección las aspiraciones de la “burguesía liberal”
contra los abusos y las arbitrariedades de los gobernantes y jueces, que juzgaban sin estar
totalmente vinculados a la ley– el ​principio de legalidad encontró otro destacado y ardoroso
defensor. Decía, “​Para que toda pena no sea violencia de uno o de muchos contra un
ciudadano en particular, debe esencialmente ser pública, rápida y necesaria, lo más pequeña
posible en las circunstancias actuales, proporcional a los delitos y dictada por leyes ...” 11;
“sólo las leyes pueden decretar las penas de los delitos y esa autoridad debe residir
únicamente en el legislador, que representa a toda la sociedad unida por el contrato social”;
“ningún magistrado puede con justicia decretar a su voluntad penas contra otro individuo de
la misma sociedad (...); cuando el juez por fuerza o voluntad quiere hacer más de un
silogismo, se abre la puerta a la incertidumbre​”, BECCARIA, De los delitos y de las penas,
cit., pp. 29-31.
Más allá de la garantía penal de la lex scripta (ley escrita) y de la lex populi (ley formalmente
aprobada por el Legislador), Beccaria se preocupó con otras dimensiones de legalidad penal.
Cuanto a la lex certa, por ejemplo, señalaba : “​Cuando la regla de lo justo y de lo injusto, que
debe dirigir las acciones tanto del ciudadano ignorante como del ciudadano lósofo, es un
asunto de hecho y no de controversia, entonces los súbditos no están sujetos a las pequeñas
tiranías de muchos, tanto más crueles cuanto menor es la distancia entre el que sufre y el que
hace sufrir, más fatales que las de uno solo porque el despotismo de pocos no puede
corregirse sino por el despotismo de uno, y la crueldad de un déspota es proporcional a los
estorbos y no a la fuerza​”. Respecto a la garantía de la lex clara, Beccaria enfatizaba: “​Si es
un mal la interpretación de las leyes, evidentemente también lo es la oscuridad que arrastra
consigo necesariamente la interpretación, y aún lo será más cuando las leyes estén escritas
en una lengua extraña para el pueblo, que la haga dependiente de unos pocos, no pudiendo
juzgar por sí mismo cuál será el éxito de su libertad o de sus miembros en una lengua que
transforma un libro público y solemne en algo casi privado y doméstico​” (...); ​cuanto más
elevado fuere el número de los que entendieren y tuvieren entre las manos el sacro códice de
las leyes, tanto menos frecuentes serán los delitos; porque no hay duda que la ignorancia y
la incertidumbre ayudan a la elocuencia de las pasiones​”. ​¿Queréis evitar los delitos?,
“haced que las leyes sean claras y simples, y que toda la fuerza de la nación esté empeñada
en defenderlas, sin que ninguna parte quiera destruirlas”.
5. En el ​ORIGEN DEL DELITO​, tenemos que Beccaria, es enfático a una especie de pacto
social, retomado posteriormente por otros autores como Juan Jacobo Rousseau, quienes al
igual que él definen a la ​ley​, como la base principal de este convenio tácito, celebrado entre
los ​hombre vagos y mundanos, quienes decidieron ceder parte de su ​independencia a un
régimen encargado de salvaguardar ​el estado de paz, al que recién había entrado la creciente
sociedad​, (fundamentalmente como lo señala el autor) cansados de estar en constante ​estado
de ​guerra​.
Este cúmulo de libertades cedidas a favor de esta nueva ​estructura político-social, es la base
real de la ​soberanía​, misma que es encomendada al gobernante de la ​nación​, a través de este
pacto entre los integrantes del estado, bajo las condiciones que en cada caso particular se
hayan dado. ​¿Pero de que forma su puede defender al gobernante y a la soberanía, de las
pasiones de los hombres que se resisten a este nuevo pacto?​; Beccaria señala que la
solución a éste pequeño inconveniente de la inexperta sociedad, se encontraba en la
conjugación de ​motivos sensibles​, que fueran capaces de apaciguar el ánimo tiránico de los
hombres, llamados así por ser los únicos capaces de herir ​los sentidos de los hombres, que se
oponen al bien universal; de esta forma podemos deducir que esos motivos sensibles, son las
penas que se imponen a los hombres que osan traspasar la barrera del orden social.
Por otro lado tenemos ​EL DERECHO A CASTIGAR, el gobernante como bien se sabe, es
el legítimo depositario de la soberanía, y está facultado por los integrantes del gran pacto,
para ​poder castigar los ​delitos​, con la finalidad de contrarrestar los atentados de los hombres
que sean enemigos de la ​salud pública y es en este sentido, donde nace uno de los ​principios
rectores de este ​Ius Puniendi el cual señala, que más justa es la pena, mientras más sagrada o
inviolable sea la ​seguridad​ que el soberano tenga consagrada a sus súbditos.
Como es señalado por Beccaria, a donación de parte de los ​derechos de cada hombre a favor
del bien público, no a sido sino con la finalidad implícita que a cada uno de estos
protagonistas beneficia; si bien es cierto seguramente muchos hombres aún en la actualidad,
desearían estar fuera y ser inmunes a nuestro régimen jurídico, pero seguramente de
conseguirlo, sería mucho más lo perdido que lo ganado, pues cada uno aunque de diferente
manera, tenemos necesidades que sólo podemos satisfacer a través de los demás y viceversa y
es en este sentido en que los primeros hombres racionales, al notar que solos no podían
continuar con su camino, por lo que optaron por la unidad social, que solo pudo sobrevivir
hasta nuestros días, gracias a que la mayoría de quienes aceptaron este pacto, se sujetaron a la
normatividad emitida para tal fin y que por ende es la fuente de este ​derecho a castigar,​
concepto que es más complejo de lo que parece, pues de él emana todo un mundo alterno,
que gira alrededor de la ​justicia​, que no es otra cosa –como lo señalaba Ulpiano- que "Dar a
cada uno lo suyo".
6.
a. Para Beccaría el fin de las penas no es castigar al delincuente porque obró mal, sino
que es impedir que el reo vuelva a hacer daño a sus conciudadanos y evitar que los
demás cometan delitos, para ello se debe escoger aquellas penas y aquel método de
inflingirlas que, guardada la proporción, produzca la impresión más eficaz y más
duradera sobre los ánimos de los hombres, y la menos atormentadora sobre el cuerpo
del reo, es decir, que no se trata tanto de aplicar la pena “merecida” sino la que es
“eficaz o útil” desde el punto de vista preventivo ejemplificador, y para que una pena
consiga ese efecto basta con que el mal de la pena, exceda al bien que nace del delito,
y en este exceso de mal debe calcularse: la infalibilidad de la pena y la posible pérdida
del bien que el delito produciría.
La certeza de un castigo, aunque éste sea moderado, hará siempre mayor impresión que el
temor de otro más terrible pero unido a la esperanza de la impunidad. En conclusión de todo
lo expuesto podemos decir que la “pena justa” para Beccaría es aquella que es eficaz, útil
para evitar futuros delitos.
En conclusión, podemos decir que hay que ser cautelosos a la hora de castigar. La historia del
Derecho Penal amadriga en su seno mucha sangre, existieron penas crueles y sin embargo el
delito no desapareció de la faz de la tierra, de manera que la creencia de que si se endurece la
pena, el delito desaparece, no es correcta. Se ha demostrado que nadie deja de delinquir
porque le apliquen una sanción determinada.
b. Para Beccaría la pena debe cumplir una función preventiva y ejemplificadora. Para
que una pena sea justa, no debe tener más grado de intensidad que los suficientes para
apartar de los delitos a los hombres. Es decir que la pena conminada debe producir un
efecto intimidante en el resto de la población refrenando los atisbos de
comportamiento antisocial.
Dicho en otras palabras, la pena impuesta al delincuente en particular sirve de ejemplo para
que aquellos de sus miembros que intenten o que estén tentados de delinquir no lo hagan por
temor a sufrir el mismo daño.

“​Al paso que los castigos son más crueles, los ánimos de los hombres, que como los fluidos
se ponen a nivel con los objetos que los rodean, se endurecen, y la fuerza siempre viva de las
pasiones es causa de que, al fin de cien años de castigos crueles, la rueda se tema tanto como
antes la prisión. Para que una pena obtenga su efecto, basta que el mal de ella exceda al
bien que nace del delito, y en este exceso de mal debe ser calculada la infalibilidad de la
pena y la pérdida del bien que el delito produciría. Todo lo demás es superfluo y, por tanto,
tiránico. Los hombres se regulan por la repetida acción de los males que conocen, y no por
la de aquellos que ignoran. Supongamos dos naciones, y que en la una, en la escala de penas
proporcionadas a la escala de delitos, la pena mayor sea la esclavitud perpetua, y en la otra
la rueda. Yo afirmo que la primera tendrá tanto temor de su mayor pena como la segunda; y
si hay razón para transferir a la primera las penas mayores de la segunda, la misma razón
servirá para acrecentar las penas de esta última, pasando insensiblemente desde la rueda a
los tormentos más lentos y estudiados, y hasta los últimos refinamientos de la ciencia
demasiado conocida por los tiranos. Otras dos consecuencias funestas y contrarias al fin
mismo de estorbar los delitos se derivan de la crueldad de las penas.”​ Cesare Beccaria,
pág.53
7. ¿Es la pena de muerte útil, indispensable y necesaria para mantener la seguridad y el orden
social?
Dice BECCARIA que la pena de muerte es hecho, no derecho, mediante un
argumento entre otras cosas harto deleznable que no es del caso entrar a analizar aquí,
pues por ahora solo nos interesa analizar las consecuencias que él desprende de esta
aparente verdad.
La primera consecuencia es que por ser solo un hecho, de ella no debe buscarse sino la
utilidad que persiguen quienes la aplican. Ahora bien: siendo este el criterio racional más
importante, como ya lo dejamos sentado, si se encuentran más argumentos en contra que
en pro de la aplicación de esta pena, ella no tendría razón de ser en el nuevo sistema.
Veamos cuáles son, según BECCARIA, los argumentos que están en contra de la
pena de muerte.
Los presupuestos de los que él parte son:
a) El fin de la pena es impedir al reo causar nuevos dai!os y retraer a los demás de
cometerlos (cap. XII)
b) "No es lo intenso de la pena lo que hace el mayor efecto sobre el ánimo sino su
ex-tensión" (cap. XXVIII).
c) "El imperio de la costumbre es universal sobre todo ente sensible, y como por su
enseñan.za el hombre habla y camina, y provee a sus necesidades, así las ideas
morales no se imprimen en la imaginación sin.durables y repetidas percusiones” (cap.
XXVIII).
Y este es el corolario de los presupuestos:
a) "No es el freno más fuerte contra los delitos el espectáculo momentáneo, aunque
terrible, de la muerte de un malhechor, sino el largo y dilatado ejemplo de un hombre
que, convertido en bestia de servicio y privado de libertad, recompensa con sus fatigas
aquellas sociedades que ha ofendido" (el subrayado es nuestro, cap. XXVIII).
(Inutilidad de la pena de muerte, utilidad de la esclavitud).
b) "La pena de muerte es un espectáculo para la mayor parte y un objeto de
compasión mezclado con desagrado para algunos; las resultas de estos diferentes
sentimientos ocupan más el ánimo de los concurrentes que el terror saludable que la ley
pretende inspirar" (cap. xxvm). (Límite de la pena, el sentimiento de compasión).
e) "Muchos miran la muerte con una vista tranquila y entera (...) ; pero ni el fanatismo
ni la vanidad están entre los cepos y las cadenas (...) ; y el desesperado no acaba sus
males si no los principia" (cap. xxvm). (Inutilidad de la muerte frente al tesón,
utilidad de la esclavitud para corroerlo ).
d) "No es útil la pena de muerte por el ejemplo que da a los demás de atrocidad" (cap.
xxvm). (La pena de muerte puede convertirse en una especie de bumerang que se devuelve
contra quien la ejecuta).
Nos dice BECCARIA que por solo dos motivos encuentra necesaria (útil) la pena de
muerte: uno, "​cuando aun privado de la libertad, tenga tales relaciones y tal poder
que interese a la seguridad de la nación; cuando su existencia pueda producir una
revolución peligrosa en la forma de gobierno establecida​"; Y el otro, que la muerte
"(...) ​fuese el verdadero y único freno que contuviese a otros, y los separase de
cometer delitos​”.
En realidad este segundo motivo se subsume en el primero, porque de todos modos y
aplicando rigurosamente su teoría, debe ponerse en peligro inmediatamente la seguridad de
la nación. Así, pues, todo acto humano que ponga en peligro la segundad de la nación,
merece la pena de muerte. La pregunta es entonces: ​¿Con qué actos se pone en peligro
la seguridad de la nación? ,¿ Quién define estos actos? L ​ a primera respuesta que salta a
la mente es que todo acto que la ley defina como atentado a la nación, es tal; y por tanto
el legislador es el encargado de definirlo y atribuirle la pena de muerte. Pero esto no
es cierto según la teoría del Marqués, pues -aunque erróneamente- él considera que la
pena de muerte es hecho, no derecho, y que por tanto la necesidad (utilidad) de la muerte
de un hombre solo se dará. “(...) c​uando la nación recupera o pierde la libertad o, en el
!lempo de la anarquía, cuando los mismos desórdenes tienen lugar de leyes​", es decir,
en el estado de guerra: "​La guerra de la nación contra un ciudadano​". Así, pues, es el
estado de guerra el que convalida la pena de muerte; el vencedor solo se obliga en
los tenemos que él quiera, y evidentemente en una guerra tal, el Estado, ese cuerpo
etéreo, ese sobrepoder inmaterial, será el vencedor.

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