Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El lenguaje presenta entonces la propiedad de producir ley y de determinar las formas del
lazo social, las reglas del parentesco, la elección de esposo y esposa: en el parentesco hace
falta poder nombrarse hijo, hija, padre, madre, tío, tía, nieta, nieto, etc. El incesto es la
confusión de los lugares que mezcla la nominación: ¿Quién es Yocasta para Edipo? ¿Y
Creonte para Antígona? Es el orden simbólico, también allí, el que permite reencontrar la
agudeza del descubrimiento freudiano. Contra todas las tonterías del “complejo de
Edipo”, Lacan se apoya en Lévi-Strauss y particularmente en Las estructuras elementales
del parentesco para mostrar que la prohibición es de estructura y que el padre –no el papá,
padre imaginario; ni el genitor, padre real– en tanto que se trata de su nombre, genera
autoridad y aparece como una causa.
El psicoanálisis ciertamente nació en Viena, a fines del siglo XIX, para las familias más
frías y menos individualistas que conocemos, pero esas familias eran familias modernas:
la tradición ya no resultaba más suficiente para asignar su lugar a un sujeto. Del mismo
modo que el psicoanálisis no hubiera podido nacer en sociedades que no conocieran la
ciencia, tampoco hubiera podido nacer en la familia tradicional.
Si el psicoanálisis no es una ortopedia, es porque el problema en la estructura es un medio
para acceder a lo simbólico. La dulce intimidad que veía despuntar Tocqueville en el
fortalecimiento del lazo familiar muestra bastante rápidamente su otra cara. Si en las
antiguas familias resultaba difícil acercarse, en las nuevas lo que deviene difícil es la
separación. El orden simbólico se nos presenta siempre hueco, por lo que no es. Con lo
que el psicoanalista debe enfrentarse es con las perturbaciones y, en principio, con
aquellas que provienen de la familia. Es todavía una ilusión creer que el orden habría sido,
un día, perfecto. Desde el momento en que el sujeto apunta a ser reconocido se da por
perturbado y el orden aparece solamente en aquello que lo contradice.
Es en el psiquismo humano mismo, en tanto que el lenguaje ha dejado allí su marca, que
el orden simbólico se impone. Si alcanzara con lo social, efectivamente bastaría con un
orden moral. En otros términos, bastaría con callarse. Defender el orden moral sería el
colmo del psicoanálisis, sería formular el voto, nihilista, de terminar así con la palabra. Es
en el inconsciente que el sujeto descubre una deuda simbólica respecto de sus padres, es
decir que la vida es un don. Es mediante el desciframiento de sus identificaciones que
hace la experiencia de no estar solo aun en lo más íntimo de sí mismo.
Es también en esta experiencia de los efectos de la palabra sobre la realidad psíquica, que
cada uno comprende que un niño no es un fetiche, ni el simple objeto de un deseo que se
declinaría por el modo del “tener”: “el deseo de un niño no es idéntico a la envidia de un
niño.”5 El niño no es ni una abstracción, ni un juguete: él es siempre “niño de”, ligado a
una filiación –más allá de soportarla fácilmente o no–. Por eso es que los psicoanalistas no
pueden suscribir la idea de criar niños sólo con amor y cuidados. Porque nadie puede vivir
sin palabra, la “necesidad” del niño es también una “necesidad” de lo simbólico.
El dominio propio del psicoanálisis se sostiene por considerar a lo sexual en serio. Incluso
si el legislador decide legalizar el matrimonio homosexual, sobre el plano subjetivo no
podrá volver equivalentes a la unión entre seres de igual sexo con la de sexos diferentes.
Asimismo, independientemente de lo que la ley decida, resulta imposible imaginar que
para un niño el hecho de ser criado en una familia homosexual, esté desprovisto de
incidencia subjetiva. Que esos afectos permanecen en gran parte desconocidos y
largamente cambiantes según se trate de un niño o una niña cuyos padres sean hombres o
mujeres, es verdadero. Pero es posible también recordar que el sexo cuenta y que no es
posible creer que un niño se críe únicamente gracias a la administración de condiciones
materiales y jurídicas en su entorno.
Nota: el presente desarrollo forma parte del capítulo “El orden simbólico” del volumen de
la autora El psicoanálisis es un humanismo. Letra Viva. 2008