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Alfredo Grande
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Este es el título del Curso que por primera vez de dictó en el Centro de Ideas de Mate Amargo.(año 2005
y 2006) También se realizó en San Nicolás (2006) y en Mar del Plata. (2007) Partiparon, entre otros,
Jorge Garaventa, Osvaldo Fernandez Santos, Eva Rearte, Patricia Gordon, Gabriel Garcia de Andreis,
Maria Cristina de los Reyes.
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pensar la educación, el amor, la escolaridad. Si la cultura represora decretó que la
maestra era la segunda mamá, en realidad era la prohibición de no verla como la
primera mujer. La familia total se amplificaba en la escuela que, aunque fuera laica,
igual reproducía un sistema de jerarquías castradoras. De la misma forma que se puede
amplificar lo bueno, también se puede amplificar lo malo. Son las escuelas, y con
frecuencia las religiosas, lugares donde el abuso de los niños encuentra un territorio para
su repetición. Cuando mas negada y reprimida está la sexualidad, con mas facilidad
retorna en su modalidad mas siniestra. Mención especial al deshonor para los curas
pedófilos, porque unen la paternidad simbólica, la jerarquía y el amor traicionado. De
ser una excepción que no alteraba la regla de la castidad, se ha convertido en una nueva
regla, que admite excepciones. Por cierto, hay curas no abusadores. Pero aterra pensar
que el Papa actual siendo Prefecto para la Congregación de la Fé (eufemismo para
designar a la actual Inquisición) escribió un manual para ayudar a los curar pedófilos en
sus intentos de evadir la acción de la justicia. Un perfecto manual de impunidad del
prefecto. En niñas, niños y adolescentes la impunidad de los adultos es la causa de los
abusos y por lo tanto de su repetición. Como si la potestad-propiedad sobre los
pequeños cuerpos fuera de todas las organizaciones del patriarcado. Pero el circuito
siniestro se completa porque, siguiendo a Eva Giberti: “los chicos víctimas de
violencias sexuales en sus familias quedan posicionados en una interfase horrorosa:
entre precisar de sus padres y por otra parte, si se produce la denuncia, enfrentarse
ante los jueces ante los cuales deben exponer sus narraciones. Entre dos autoridades
máximas, entre dos montañas de poder, las criaturas instalan su propio valle de
lágrimas y silencios” Podría afirmar que la justicia termina siendo la continuación de la
familia patriarcal por otros medios. Un espacio de ratificación y no de condena de
aquello que, desmentido en el discurso, retorna en la realidad cotidiana: la apropiación
perversa por el adulto de la sexualidad infantil. Las políticas reaccionarias, para las
cuales algunos tienen una especie de afinidad espontánea, confunden la sexualidad
infantil con la sexualidad con los niños. Confusión que es la estrategia de impunidad
conocida como “fingir demencia”. No es casual que las prácticas prostituyentes
comienzan en la infancia, a edades que nos resultan, todavía, escandalosas. Quizá sea
desmesurado hablar de un genocidio de la infancia por la abrumadora casuística de
violaciones, abusos, incesto, maltrato psíquico y físico, y las variadas formas del
abandono. Pero lo que me parece importante de señalar, es que en la actualidad de
nuestra cultura algo fundante se ha dislocado. Una “falsa conexión” se ha producido, y
las consecuencias son trágicas. Para fundamentar lo dicho, quisiera plantear la
existencia de tres registros. La necesidad, el deseo y el derecho. Por necesidad
entendemos el apremio que de no ser satisfecho, el devenir cierto es la muerte. No
necesariamente la muerte final, pero con total seguridad las formas coartadas o larvadas
de la muerte que hacen de la vida algo que no merece ser vivido. Toda necesidad es
básico y por lo tanto su satisfacción completa y permanente no es contingente para el
desarrollo del sujeto. Por deseo entiendo la cualidad placentera de la satisfacción de una
necesidad. En el desarrollo tardío, los deseos se hacen autónomos de las necesidades.
Pero en los momentos fundantes de la construcción del psiquismo, la soldadura es
necesaria. Freud denominó a esto apoyatura. Por derecho entiendo la garantía histórica,
político, social, jurídica, de la satisfacción de los deseos y por ende, de las necesidades.
Cuando este tránsito entre los tres registros se mantiene, derecho y justicia son una sola
y misma cosa. Realidad y placer no son antagónicos, y el derecho garantiza el ejercicio
de la plena libertad. Sin embargo, en el marco de la cultura represora se produce un
hiato, que altera profundamente el resultado final. La necesidad básica está siempre
insatisfecha, o satisfecha en forma precaria, insuficiente, discontinua ( hambre para hoy
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y hambre para mañana) El deseo no tiene donde apoyarse, y su construcción es
precaria. El placer es apenas eludir por minutos, horas, nunca días, el flagelo del
displacer y el dolor. Pegamentos, paco, impulsiones, son formas que no disminuyen,
apenas disimulan la existencia de un mundo sin placer. Esa vacancia es ocupada por los
mandatos, imperativos donde el sujeto encuentra la brújula equivocada. Principio del
deber, germen de todas las obediencias debidas que deberá aceptar para sobrevivir. Por
último, el derecho no existe, porque no hay garantía alguna para sobrevivir. Aparece la
Ley como ciega, sorda y muda, y además, cómplice de poderosos y malvados. Ley a-
histórica y anti cultural, que garantice que nada cambie para que todo empeore. Ley
para los ladrones de gallinas, porque la necesidad tiene cara de hereje y para los herejes,
ni justicia. En este registro mortal, se inscribe el abuso sexual del niño. Y también el
abuso político del adulto. De ciudadano a consumidor, y de consumidor a contribuyente,
y en el peor de los casos, de contribuyente a indigente, los abusos y sometimientos
cambian solamente en la parafrenia institucional de las estadísticas. Una sola moneda
con dos caras. Abuso sexual y abuso político, en la falsa moneda que el mercado exige.
Cualquier política que pretenda subvertir la irracionalidad e injusticia del sistema,
deberá comenzar con prisa y sin pausa a satisfacer en exceso todas las necesidades. No
es un punto de llegada, pero es el único punto de partida. Para el hambre también hay
pan duro, y con hambre nadie puede amar. Ni pensar.