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Militante crítico
Una vida de lucha
sin concesiones
Peña Lillo
diciones Continente
1ª edición
ISBN: 978-950-754-427-9
Almeyra, Guillermo
Militante crítico: Una vida de lucha sin concesiones. - 1a ed. -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Continente, 2013.
384 p. ; 23x16 cm.
ISBN 978-950-754-427-9
© diciones Continente
Pavón 2229 (C1248AAE) Buenos Aires, Argentina
Tel.: (5411) 4308-3535 - Fax: (5411) 4308-4800
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Emir Sader
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La formación
Las ciudades cambian, como las personas. En realidad, entre
la Buenos Aires de fines del siglo XIX y hasta la Primera Gue-
rra Mundial, la de mediados de 1935 hasta 1950, la de los años
1980-1990 y la actual, hay diferencias culturales, sociales, étnicas,
demográficas tan grandes que se podría pensar en ciudades dife-
rentes si no fuese por la continuidad de algunos paisajes urbanos,
como la Avenida de Mayo o la Recoleta, construidos a principios del
siglo pasado y que le dan una identidad particular a la capital de
los argentinos.
La Buenos Aires poblada de trabajadores inmigrantes de todos
los países europeos y de los países árabes –muchos de ellos poli-
tizados, anarquistas y socialistas–, la Buenos Aires pujante y cos-
mopolita con una élite europeizante profundamente enlazada con
la intelectualidad europea, dejó de crecer a mediados de los años
1910, para el Centenario de la Independencia, que estuvo profun-
damente marcado por fuertes movimientos sociales, y perdió parte
de su población durante la guerra mundial con el llamado a las
armas de los franceses, italianos, alemanes, austríacos e ingleses.
La posguerra, en cambio, fue marcada por el ingreso en la vida
política de los hijos de los inmigrantes con el voto universal y el
yrigoyenismo, y por el proceso de industrialización, estimulado por
el proteccionismo de facto instaurado por la guerra, el cual condu-
jo hacia Buenos Aires una incipiente inmigración proveniente de
otras provincias. Posteriormente, en la transformación sucesiva a
la crisis de 1929-30, la caída de los salarios impulsó el desarrollo
industrial y urbano, entre otras cosas debido a obras públicas ke-
ynesianas, como la construcción del horrendo y famoso Obelisco
por la intendencia de Mariano de Vedia y Mitre, para dar trabajo
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1 Dicho sea de paso, creo que el peronismo, como antes el yrigoyenismo, fue
facilitado por el retorno a Europa, para participar en la guerra de 1914-18,
de gran cantidad de italianos, franceses, ingleses, alemanes, serbocroatas
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En búsqueda de coherencia
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Buscando al león
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1 Respecto a ese libro, recuerdo aún con disgusto cuando, por escrúpulos de
traductor, le llevé mi versión a Jorge Amado, en Rio de Janeiro. El novelista,
ya famoso y traducido por todos los aparatos culturales de los diversos parti-
dos comunistas, vivía en un lujoso departamento en Copacabana, con vistas
a la bahía, desde el salón, y a una favela que estaba a unos veinte metros, a
la misma altura del piso veinte donde vivía Amado, y cuyos habitantes tira-
ban todos los desperdicios entre el morro y el edificio adyacente, para que se
pudrieran al sol tropical. Como el edificio era demasiado alto, las cañerías del
agua cariocas, hechas para una tranquila aldea grandota, emitían grandes
ruidos pero no daban agua. Jorge Amado se lavaba con agua mineral, pero
vivía allí por razones de prestigio. Era un pequeño hombre rechoncho y vani-
doso que, aunque no me conocía, me recibió desnudo enfundado en un kimo-
no blanco de seda que tenía bordado un junco rojo que zarpaba de su carnoso
trasero navegando hacia su cabeza. En la mesa de la recepción estaban los
retratos de su hijo y de su hija, pequeños y hermosos, fotografiados al aire li-
bre cuando aparentemente aún no tenían siete años. Al elogiárselos, me dijo
que la niña estaba prometida con el hijo de Mijail Sholojov, premio Stalin de
1941 y presidente de la Unión de Escritores soviética (que traducía y editaba
en todas las lenguas de la URSS los libros de Jorge Amado). Lo peor es que
no bromeaba sino que, como en la Edad Media, trataba de crear una dinastía
internacional.
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El Brasil postvarguista
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les quitaron todo cargo en su partido. Tillon fue expulsado del mismo recién
en 1968 cuando se opuso a la invasión soviética de Checoeslovaquia y Marty
murió antes de eso como afiliado de base.
3 El líder húngaro Laszlo Rajk, condenado a muerte en 1951 como espía, trots-
kista, sionista, aunque era un estalinista de toda la vida; Hanna Rabinsohn,
(Anna Pauker), jefa del estalinismo rumano, perseguidora de los trotskistas
de su país y de la URSS, ciudadana soviética, dirigente de la III Internacio-
nal estalinizada y después del Cominform, eliminada desde 1949; Kostov,
líder búlgaro estalinista, fueron los principales.
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5 Que, por ejemplo, había asesinado a Tha Thu Thau, líder del proletariado de
Saigón, donde había dirigido la acción anticolonialista y había sido elegido
diputado poco antes de la guerra junto con otros dos militantes obreros trots-
kistas mientras las listas estalinistas eran, en cambio, rechazadas porque
apoyaban la política del gobierno francés del Frente Popular.
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Años decisivos
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La CGT de Córdoba
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1 Este programa obrero, así como el de Pulacayo, firmado por el Pacto Minero-
Estudiantil (Lechín-Lora) en Bolivia antes de la revolución de 1952, consti-
tuyen los puntos más avanzados de la elaboración política del movimiento
sindical sudamericano. A diferencia del de Pulacayo, sin embargo, el de La
Falda y después Huerta Grande expresó la voluntad de una vasta capa de
dirigentes sindicales, entre otras cosas, influenciados por la revolución boli-
viana y la Central Obrera Boliviana.
El programa de Huerta Grande llama a estatizar y centralizar los bancos, a
implantar el control estatal del comercio exterior; pide la nacionalización de
los sectores claves de la economía (siderurgia, electricidad, petróleo, frigorí-
ficos); sostiene que se debe prohibir la exportación de capitales, a desconocer
los compromisos financieros firmados a espaldas del pueblo, a prohibir las
importaciones que compitan con los productos nacionales, a expropiar sin
compensación a la oligarquía terrateniente. Plantea también la implanta-
ción del control obrero sobre la producción, la abolición del secreto comercial
y la fiscalización rigurosa de las sociedades comerciales y exige, por último,
planificar el esfuerzo productivo nacional en función de los intereses de la
Nación y el pueblo argentinos fijando líneas de prioridades y estableciendo
topes mínimos y máximos de producción. Es un programa nacionalista, con
reformas teóricamente compatibles con el sistema en una situación de duali-
dad de poderes, pero que el capitalismo jamás puede aceptar en condiciones
“normales” y que el Estado capitalista jamás puede aplicar, por su carácter
mismo. Por lo tanto, radicaliza las reformas más allá del reformismo.
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2 Las direcciones sindicales no forman una capa compacta. Aunque los sindica-
tos son organismos de mediación en el mercado y no son, por consiguiente, an-
ticapitalistas sino parte del funcionamiento mismo del capital en el mercado
de trabajo, sus direcciones están penetradas por la lucha entre las diferentes
tendencias burguesas y sufren también la presión de sus bases cuando éstas
se movilizan. Como la clase obrera forma su opinión y lucha en gran parte fue-
ra de los aparatos sindicales (en éstos participan sólo una parte de los obreros
con puestos permanentes), es abusivo considerar que los sindicatos (incluso
ilegales y clandestinos) y el movimiento obrero son sinónimos. Entre las bases
–o sea, los trabajadores, en su inmensa mayoría peronistas– y las direccio-
nes el lazo de unión lo da la hegemonía cultural capitalista, la aceptación del
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marco del sistema para las luchas, la falta de una alternativa al mismo, la
idea fuerza de la unidad nacional y del funcionamiento vertical del Estado
(con un caudillo al frente, incluso para los revolucionarios). Los dirigentes de
origen no peronista compartían esa ideología con la vieja burocracia peronista,
por vía del yrigoyenismo. Los sindicatos, mientras eran legales en tiempos
de Perón, eran a la vez el órgano de disciplinamiento al Estado burgués y de
resistencia al mismo. La experiencia política de los obreros peronistas se ha-
cía así en organismos obreros aburguesados y con política burguesa, no en el
partido peronista, que no era sino un sello, y el aglutinante era la hegemonía
capitalista. La huida de Perón y la desaparición del Partido oficial, así como la
claudicación de la alta burocracia sindical o su encarcelamiento, desbarataron
los lazos de las direcciones sindicales con el aparato estatal corporativo pero
no pudieron borrar el peronismo, que tenía el doble carácter de movimiento de
lucha y autoorganización fuera de los aparatos estatizados y, al mismo tiempo,
de aparato de sometimiento al programa y a la ideología de la burguesía.
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La trashumancia
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Los años setenta, en Italia, fueron por otra parte los del as-
censo electoral impetuoso del Partido Comunista, que llegó a ser
el primer partido y a obtener un tercio de los votos y, simultánea-
mente, también los del crecimiento y la organización de una nueva
izquierda más radical.
Un ala proveniente de una escisión del PSIUP dio origen, en
efecto, al PDUP (Partido de Unidad Proletaria por el comunismo)
orientado por el viejo dirigente sindical socialista radical Vittorio
Foa y apoyado por Lucio Magri y parte de la dirección, provenien-
te del comunismo, de Il Manifesto; otra, nacida de una escisión
del trotskismo –Avanguardia Operaia– se unió con los dirigentes
en el 68-69 del movimiento estudiantil de Milán, maoístas, y con
escisiones más pequeñas del Partido Socialista y de la Juventud
Comunista, particularmente del ala católica comunista que se or-
ganizó brevemente en el Movimiento Popular de los Trabajadores
(MPL). Ese cártel electoral tomó el nombre de Democrazia Prole-
taria y después se trasformó en partido. En su existencia, hasta
1991 cuando se disolvió para dar origen a Rifondazione Comunis-
ta, además de obtener diputados italianos y europeos y un senador,
logró reunir en su seno la izquierda de la dirección de la central
obrera mayoritaria (CGIL) y decenas de miles de jóvenes activistas
en todo el país, sobre todo en el Centro-Norte. DP era un partido
democrático donde se discutía la política de la organización y los
inscriptos votaban todas las decisiones importantes que la direc-
ción debía adoptar y fue precursor en Italia de la batalla por la
igualdad de género, junto a las feministas, por el aborto, por la
legalización de las drogas livianas, por la defensa del ambiente y
promotor de una política internacionalista, orientada en particular
hacia América Latina y hacia la solidaridad con la lucha de libe-
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4 Estaba compuesto, como he dicho, por algunos que, como Octavio Rodríguez
Araujo, habían dejado de asistir desde 1995, por otros que militaban en el
zapatismo, como Héctor de la Cueva, Paulina Fernández, Sergio Rodríguez
Lascano, y, por supuesto, no participaban en la revista, por Rosario Ortiz,
absorbida por el sindicato de Telefonistas, y por otros como Emilio Pradilla
Cobos, John Holloway, Román Munguía o Félix Hoyo, que no asistían a las
reuniones. Los miembros efectivos eran Adolfo Gilly, Gerardo Avalos Tenorio,
Rhina Roux, Julieta Marcone, Telésforo Nava, Arturo Santillana, todos ellos
sus alumnos o ex alumnos en la UNAM, además del ya citado Alejandro Gál-
vez, de mí y de Massimo Modonesi.
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El kirchnerismo en su gloria
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En las páginas anteriores más que de las ideas hablé de los he-
chos y de las personas, que hoy casi todas son sombras. Traté, sin
embargo, de reflejar la evolución de mis posiciones respetando –en
la medida de lo posible– la realidad cronológica, sin proyectar al pa-
sado lo que pienso hoy, que por eso no aparece de modo sistemático.
En las páginas siguientes intentaré reparar esa omisión. Ofrez-
co de paso a los lectores la opción de saltarse este último capítulo
si no les interesase enterarse de en qué acabó ese adolescente que
ingresó al Partido Socialista Argentino en los años cuarenta del
siglo pasado creyendo que el mismo era socialista y que hoy mira
hacia atrás sin remordimientos ni vergüenza propia –aunque sí
con mucha vergüenza ajena– y prevé un bárbaro futuro tecnológi-
co que, en lo social, nos retrotrae al siglo XIX, con el agravante de
la gravísima crisis ecológica que pone en riesgo la civilización y la
vida misma del planeta.
Como hace 69 años, sigo convencido de que el socialismo jamás
fue instaurado en ningún país del mundo –ni en la Unión Soviética,
ni en los de Europa Oriental, ni en China, Vietnam, Corea del Norte
o Cuba– y de que los regímenes y gobiernos que, pretendiendo ser
socialistas, reforzaban o refuerzan el aparato estatal a costa de la
democracia para las mayorías oprimidas y explotadas y de la auto-
gestión generalizada de la economía y la vida política construyen,
cuando mucho, un capitalismo de Estado, si no el libre juego del
mercado, y son una traba para el desarrollo socialista de la Huma-
nidad. En esto me aferro a Lenin, quien decía en su última corres-
pondencia con sus secretarias que el aparato estatal “que llamamos
nuestro” era en realidad “una mezcla de residuos burgueses y de
barbarie zarista”, con lo cual subrayaba dos cosas: que el Estado no
era ni “socialista” ni “obrero” y que para analizar los Estados hay
que tener en cuenta la viscosa densidad de las tradiciones naciona-
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Los perros
Memorias de un combatiente revolucionario
Luis Mattini
Los perros 2
Memorias de la rebeldía femenina en los ’70
Luis Mattini
Chávez
El hombre que desafió a la historia
Modesto Emilio Guerrero