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Encontramos que la encomienda del presente trabajo es buscar relaciones entre tres
conceptos clave en el proceso educativo contemporáneo, en ese sentido veo
pertinente comenzar por desarrollar primero individualmente los conceptos.
Por principio tenemos el currículo, lo que engloba este concepto es en esencia la
simple pregunta ¿Qué se debe enseñar?, simple en su planteamiento pero de una
complejidad, y magnitud casi inequiparable, pues por principio plantea cuestiones
filosóficas y epistemológicas profundamente espinosas: ¿Sería alguien capaz de
decir que puede definir fuera de toda duda razonable lo que es “saber”?.
Aunado a esta complejidad fundamental, se debe de aceptar que todo dicho y
acción en lo educativo tiene relación con la vida política, sabemos que los saberes
que se consideran legítimos son siempre los que ostentan las clases dominantes, lo
que conocemos como “capital cultural” sólo es posible de explicar en el contexto de
una sociedad con sistemas de reproducción económica y cultural. Elegir contenidos
y su forma de enfocarlo en la institución educativa es al final de cuentas una
manifestación de ciertas relaciones de dominación, así como una forma de
conservarlas o de transformarlas.
Una vez reconocido que el currículo tiene una serie de vertientes
sociopolíticas, Apple nos hace centrar la atención en un artefacto que en cierta
medida ha quedado olvidado en las discusiones acerca de la educación: El libro de
texto, se trata de un material que se estandariza y se reparte para los diferentes
grados de la educación con información de las materias que se espera que los
alumnos manejen; matemáticas, lectura, ciencias etc. Lo que parece haber pasado
desapercibido hasta ahora es que el libro de texto es el centro de atención de los
estudiantes, cerca del 90% del tiempo que un estudiante está realizando actividades
relacionadas con lo educativo los pasa trabajando con libros de texto, lo que hasta
ahora no se había cuestionado son las fuentes ideológicas, políticas y económicas
de la producción, distribución y recepción de estos libros.
Para nadie es un secreto que los libros son un producto, desde la invención
de la imprenta, los libros se han convertido casi exclusivamente en un artículo de
comercio. Evidentemente el libro se convierte en un negocio que requiere de una
inversión de capital inicial que buscará imprimir únicamente títulos que satisfagan a
la clientela y que puedan sostenerse frente a la competencia. Debemos entonces
comprender cómo es que se moldean estos intereses comerciales y entran en
resonancia con los fenómenos socioculturales.
Para comprender la economía cultural lo que nos propone es utilizar el
modelo de Bourdieu según el cual existe una variedad de capitales, en este caso
son importantes el simbólico y el financiero, mientras que el financiero mueve sus
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recursos de forma casi inmediata buscando el beneficio a corto plazo, cuando se
maneja un capital financiero, la inversión-retorno es a largo plazo.
A su vez debe entenderse que la industria editorial es al mismo tiempo una
compleja relación entre mecanismos técnicos y tecnológicos, con relaciones
humanas representadas en las políticas editoriales, toma de decisiones, relaciones
comerciales, entre otras muchas variables, sólo si comprendemos que las
publicaciones se mueven por una gran cantidad de variables económicas e
ideológicas podemos dimensionar a que responden y qué implicaciones tienen.
¿Quiénes toman las decisiones de lo que se considera conocimiento
legítimo? Es decir, ¿Quiénes son los editores que encabezan estas empresas? La
mayoría de los editores tienen un perfil muy específico, son normalmente hombres,
con un capital financiero alto que encajaría con los perfiles del mercado.
Como se hace evidente, cuando son los grandes capitales lo que se apropian
de la industria editorial (como lo hacen con cualquier actividad económica redituable)
se genera un control ideológico acompañado de inevitable censura, que no
necesariamente tiene que ser la típica, más bien se trata de una censura que se
fundamenta en la rentabilidad, los temas en boga son siempre más redituables que
aquellos que son más marginales, sobre todo por tratar temas de bajo interés
comercial.
Se complejiza más la situación debido a que la demanda del mercado
editorial se ve profundamente influido por decisiones estatales, los contenidos en
educación son dirigidos por el gobierno, por lo que los editores simplemente enfocan
esfuerzos en la producción de materiales que el estado apruebe. Encontramos
entonces una profunda interrelación entre agendas políticas, ideológicas y
económicas que a fin de cuentas consiguen dejar marcada su huella en lo que
consideramos conocimiento. Es un hecho que aún con todos los mitos y promesas
de la educación como instrumento liberador, los intereses de mercado se mantienen
fuertemente arraigados en las agendas educativas.
Sin embargo no se da por perdida la batalla, pues a pesar de existir una
agenda que trata de adueñarse de toda la industria, existe obviamente oposición
que aboga por una agenda diferente en la industria editorial.
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Menciona Apple que el texto que nos ocupa solo es el comienzo, que sería
necesario una investigación que amplíe el panorama de la producción editorial,
rastreando el artefacto desde su redacción hasta su venta. Solo será posible
modificar supuestos prehechos acerca de educación si desmontamos parte por
parte lo que lo conforma, incluidos sus dispositivos más arraigados.
Bibliografía: