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La consulta terapéutica y la práctica analítica

Publicado en
D.W. Winnicott
Actualidad Psicológica No 402
Noviembre de 2011
Carlos Eduardo Tkach

En diferentes corrientes del psicoanálisis contemporáneo se constata la búsqueda de


nuevas perspectivas para ajustar e innovar la acción analítica con la finalidad de que la
práctica clínica se halle en condiciones de brindar respuestas eficaces a los distintos
modos en que se presenta el sufrimiento psíquico actual. La obra de Winnicott tiene
vigencia justamente porque hay en sus desarrollos algunas respuestas posibles a varias
de las problemáticas que afronta la práctica analítica con niños en la actualidad. Sus
desarrollos tienen justamente el valor de aportar el nivel de intermediación de una
clínica transmisible entre la teoría y la práctica singular.
La consulta terapéutica en particular, - entre otras de sus contribuciones y en este caso
diferente de las enmarcadas en los dispositivos estandarizados - tiene un especial valor
técnico y ético, por el aprovechamiento que es posible obtener del mismo y transmitirlo
a las nuevas generaciones que se dedican a la clínica psicoanalítica. Quisiéramos extraer
de dicho dispositivo el máximo de consecuencias que amplíen el entendimiento de lo
que se pone en juego en el trabajo clínico con nuestros pacientes y que contribuya
además, como proponía Winnicott con su implementación, a “ampliar el valor social del
analista”. Dejamos indicado desde ya que además del alcance de las particularidades
enmarcadas en dicho dispositivo, se desprende del mismo un modo de posicionarse y de
actuar con los pacientes que tiene un valor que está más allá de dicha situación clínica
en sí misma y podría hacerse extensivo a los tratamientos analíticos en cuanto tales.
Sabemos que este autor, investigando y dejándose conducir por su propia experiencia de
las variadas condiciones de las situaciones clínicas que se le presentaban, fue
inventando la denominada consulta terapéutica, como un dispositivo específico de su
práctica como psicoanalista a la que explícitamente no denominó psicoanálisis, pero que
sí la consideraba formando parte del psicoanálisis aplicado y que sólo un psicoanalista
podría estar en condiciones de ejecutar. La primera comunicación de dichas
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experiencias es presentada en 1942 en la Sociedad Psicoanalítica Británica y se trata de


una reseña de casos recibidos en el Departamento Infantil del Instituto de psicoanálisis
de Londres. Ya venía poniéndola en práctica en su experiencia hospitalaria y fue en este
último contexto que fue desplegando ese don singular aunque también lo hizo en su
práctica privada. Esta invención comenzó a surgir cuando ejercía pediatría, a mediados
de los años 20 en su práctica hospitalaria y al dar “oportunidad a tantos niños como me
era posible de que se comunicaran conmigo, hicieran dibujos y me relataran sus sueños,
me sorprendió la frecuencia con que los niños soñaban conmigo la noche anterior a la
consulta…reflejaba obviamente su propio arsenal imaginativo respecto de figuras tales
como el médico, el dentista y otras de las que cabe esperar un servicio benéfico” (1).
Dicha experiencia es el resultado y evidencia del talento y su disponibilidad para
suscitar un singular encuentro con sus pacientes y actuar como analista a partir de
dejarse hacer por las diferentes condiciones subjetivas y ambientales que determinaban
el lazo con sus pacientes. Es recién en sus trabajos de los años 60 en que le da forma
conceptual a las conclusiones recogidas de dichas consultas y sitúa en dicho dispositivo
los parámetros de su ejecución.
No deja de advertir a sus contemporáneos que dichas consultas no son directamente
analíticas aunque pueden y deberían resultar de interés para los analistas. Su punto de
vista es que “precisamente a los analistas es a quienes interesa de verdad el material no
analítico”. Cuando una madre, por ejemplo, va juntando las piezas hasta darnos una
visión casi completa del desarrollo emocional de su hijo o hija, “¿quién si no el analista
es probable que le aporte lo que necesita: reconocer que todas las piezas encajan hasta
formar un todo?” De ese trabajo “he aprendido mucho de valor para el análisis” (1).
Se encuentra obligado a justificar este tipo de intervención cuando afirma: “quisiera me
entendiesen bien. Creo que no hay ninguna terapia comparable al análisis. Pero, como
en este caso el análisis no fue factible, la alternativa era hacer lo que hice”. Siempre
procura “que el paciente sea analizado, a sabiendas de que ninguna de las otras cosas
que se hagan se acerca o es comparable a los resultados del análisis”. Pero es
plenamente consciente que de que muy raramente el análisis es aplicable y disponible
de modo que dichas consultas constituyen una alternativa a ofrecer a los pacientes. En
las presentaciones de dichos casos, insiste en que no procuraba describir ejemplos de
tratamiento psicoanalítico y que lo que estaba describiendo no es psicoanálisis (2).
Hasta aquí lo que la consulta terapéutica no es. Lo que sí es, es lo que queremos
desarrollar a continuación, poniendo de relieve que esta invención y su descubrimiento
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fue hecho a pesar y al margen de los estándares técnicos que reglamentaban lo que era y
debía ser la práctica analítica, dejándose sorprender por los efectos que se iban
produciendo y confiando en su propia convicción de lo que ponía en marcha.
En lo que denomina un tipo muy corriente de casos de psiquiatría infantil “hay
posibilidades de efectuar una psicoterapia profunda y eficaz haciendo un uso cabal de
una entrevista, o de un número limitado de ellas”. La consulta terapéutica formaría así
parte de uno de los modos de la psicoterapia (3). Por supuesto esta práctica se diferencia
del análisis de larga duración en el cual el trabajo se lleva a cabo “a partir de la
emergencia día por día en el material clínico de elementos inconscientes en la
transferencia”. No obstante, en la consulta terapéutica el psicoanálisis “sigue siendo la
base de mi tarea…el entrenamiento para este trabajo – que no es psicoanálisis – es el
entrenamiento en psicoanálisis” (3). Es posible entonces, según Winnicott, un trabajo
psicoterapéutico profundo y eficaz, basado en el psicoanálisis, pero que no es el
psicoanálisis que en cuanto tal que consiste en la labor continuada durante largo tiempo
que permite la emergencia de elementos transferenciales - de la neurosis de
transferencia - que se va desplegando poco a poco y es utilizada para la interpretación.
La brevedad de los pocos encuentros de dicha consulta terapéutica no daría podría dar
lugar a un trabajo de esta naturaleza.
En la entrevista psicoterapéutica “el terapeuta tiene un rol prefijado, que se basa en la
pauta de expectativas del paciente en la primera entrevista” (2). En el psicoanálisis “con
todas las de la ley” se trataría de un proceso y en dichas consultas de intervenciones
puntuales dadas ciertas condiciones específicas que presenta la transferencia en esos
primeros encuentros. La consulta terapéutica es “un espacio del psicoanálisis aplicado”
por el que tuvo un interés creciente a partir del “aprovechamiento de la primera
entrevista, o de las primeras entrevistas” (2).
Winnicott parece proponer algunos criterios para la indicación de dichas entrevistas
terapéuticas al aludir a “cierto tipo de casos”. Por un lado, se refiere a criterios
prácticos, es decir, de casos con los cuales por diversas razones resulta imposible poner
en marcha y sostener un proceso analítico. Pero por otro, no parece elegir la consulta
terapéutica sólo porque no se puede poner en práctica lo mejor que sería el
psicoanálisis. Al contrario, afirma que “no diría que un análisis cabal es siempre mejor
para un paciente que una entrevista psicoterapéutica”. Porque la experiencia demuestra
que “el tratamiento analítico a menudo deja intacta la sintomatología por un período
durante el cual las repercusiones sociales pueden complicar infinitamente la cuestión”.
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Hay casos “en los que un rápido cambio sintomático es preferible a una cura
psicoanalítica por más que uno prefiera esta última” (2). Obviamente Winnicott está
privilegiando en dichos casos el punto de vista terapéutico, el alivio del sufrimiento, que
una larga cura psicoanalítica podría dejar sin modificaciones, complicando la vida del
niño como efecto de las consecuencias sociales de su padecimiento. ¿A cuáles “casos”
se refiere entonces como los indicados para este tipo de intervención? Señala que es
frecuente que se presenten casos con “problemas clínicos agudos”, que cuentan con
condiciones ambientales suficientemente buenos, para los cuales “basta una pequeña
ayuda ofrecida al niño para que a menudo mejoren sus relaciones”, el ambiente cumple
con el resto de la ayuda necesitada (4). En este tipo de casos “el niño puede estar muy
gravemente perturbado desde el punto de vista clínico” por lo cual considera
urgentemente necesario poder diagnosticar los casos según que les sea o no aplicable
este tratamiento (5). Desde este punto de vista la consulta terapéutica consiste entonces
en una entrevista diagnóstica basada en la teoría de que no es posible efectuar ningún
tipo de diagnóstico sino es con la prueba de la terapia (4). Con esta posición pone en
práctica la idea freudiana original de que en el método analítico hay una coincidencia de
la investigación y el tratamiento.
La existencia de una familia en funcionamiento o al menos de una situación familiar que
hace el trabajo principal es la condición más favorable para la eficacia de este tipo de
intervención, ya que “lo que hace el terapeuta es producir en el niño un cambio
cualitativamente preciso y cuantitativamente suficiente como para permitirle a la familia
volver a funcionar, en relación con el niño”. Es improbable que esta terapia pueda
operar si el hogar ha sido destruido o alguno de los padres sufre una enfermedad
psiquiátrica grave (5). De modo que la parte principal del tratamiento queda a cargo del
propio hogar del niño y de sus padres, quienes requieren información y apoyo
constantes (6). Pero la ayuda profesional es indispensable para permitirle al niño o niña
usar a la familia para que facilite sus procesos madurativos.
Aunque Winnicott no explicita a qué llama problemas clínicos agudos, es posible
acercarse a dicha idea a través de las consultas que narra. Pero constatamos además que
una lectura atenta de los casos que presenta evidencia que el tipo de casos no se
restringía a dicha calificación. Por otra parte la referencia a los “casos agudos” es una
indicación precisa de inmenso valor para el trabajo con niños ya que los mismos
constituyen una dimensión nada infrecuente en nuestra práctica. Han sido puestos de
relieve por varios estudios psicopatológicos de la infancia, como variaciones durante el
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proceso de la estructuración psíquica que consisten en crisis agudas con mucho


sufrimiento que promueven una demanda de atención. Aunque no podemos extendernos
en este punto digamos desde nuestro punto de vista que en general se trata de la
presencia de una sintomatología polimórfica que tiene como común denominador la
emergencia de angustia manifiesta en cuanto tal. Por ejemplo, en el caso de un niño que
acababa de iniciar sus estudios y mostraba signos de rechazo hacia la escuela, la
consulta evidencia que se hallaba atrapado en un punto de su desarrollo emocional y el
trabajo en profundidad realizado en la entrevista tiene como efecto una liberación de las
ataduras y un paso adelante en el proceso de desarrollo.
Resulta destacable que Winnicott confía fuertemente en la posibilidad de los efectos que
la consulta terapéutica podría proporcionar en estos casos en lugar de aplicar un análisis
cabal. Y si lo afirma de este modo es porque ya ha probado su método suficientemente
como para confiar en el mismo y poder recomendarlo aunque reconozca que dichos
efectos esperados no siempre se produzcan. Justamente en sus presentaciones también
reconoce aquellos casos en los que el logro terapéutico no se produce; en estos últimos
entonces, la labor realizada en este tipo de entrevistas es simplemente el preludio de una
psicoterapia más prolongada pero justamente el niño se encuentra preparado para ello
“sólo después de haber experimentado la comprensión de ser parte integrante de dicha
entrevista” (3).
Antes de desarrollar los principios de este dispositivo destaquemos que a Winnicott le
interesan los posibles alcances del mismo como respuesta a la “enorme demanda clínica
de psicoterapia” que es imposible cumplir por los psicoanalistas. Si existe un tipo de
casos, a los que una, dos o tres visitas a un psicoanalista puede serles útil, justamente
“ello extendería ampliamente el valor social del analista” (2). Freud no había sido del
todo indiferente al alcance social que podría tener la terapia analítica si se diesen en
algún futuro las condiciones sociales para su extensión a amplias capas populares que
no podrían tener acceso a una cura prolongada. Puede preverse, afirma en 1919, que
alguna vez la conciencia moral de la sociedad despertaría y reconocería que los pobres
tendrían los mismos derechos a una terapia anímica, creándose lugares de consulta
estatales en los que trabajarían psicoanalistas. Se podría así al aplicar el análisis, “volver
más capaces de resistencia y más productivos a hombres que de otro modo se
entregarían a la bebida, a mujeres que corren peligro de caer quebrantadas bajo la carga
de las privaciones, a niños a quienes sólo les aguarda la opción entre el embrutecimiento
o la enfermedad psíquica”. Para esa eventualidad futura en la época de Freud se nos
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plantearía “la tarea de adecuar nuestra técnica a las nuevas condiciones”. La única
indicación que nos brinda - acerca de en qué consistiría ese adecuar la técnica para la
aplicación de la terapia analítica a las masas – es que sería preciso “alear el oro puro del
análisis con el cobre de la sugestión directa”. Pero cualquiera que sea la forma de esta
psicoterapia y no importa qué elementos la constituyan “sus ingredientes más eficaces e
importantes seguirán siendo los que ella tome del psicoanálisis riguroso” (7). Queda
abierto el interrogante acerca de en qué consistiría esa aleación del análisis puro con la
impureza de la sugestión que retomaremos más adelante.
En principio, para poder implementar esta técnica es fundamental tener adquirido el
dominio de la técnica clásica y haber llevado hasta sus últimas consecuencias una cierta
cantidad de análisis realizados mediante sesiones diarias durante años. Solamente así
podrá el analista “aprender lo que tiene que aprender de los pacientes, y sólo así
dominará la técnica de retener las interpretaciones que tienen validez sin relevancia
inmediata o urgente”. Es decir, que es una práctica que no recomienda para recién
iniciados. Su propio modo de ejecutarla lo describe como la de “un celista que, sólo
después de transitar el arduo sendero de la técnica, y una vez que ésta se da por
supuesta, se halla en condiciones de hacer música. Es bien escasa la satisfacción que se
obtiene del virtuosismo en la ejecución de una partitura escrita” (3).
Vayamos al dispositivo en sí cuya particularidad está dada como anticipamos por lo que
llama el aprovechamiento de la, o las primeras entrevistas. En ellas “el trabajo se
efectúa en la atmósfera subjetiva original del primer contacto”. Basándose en “la
capacidad del paciente de tener fe en una figura comprensiva y dispuesta a ayudarlo”.
(6). El paciente concurre con “una cierta creencia, o la capacidad para creer, en una
persona que lo ayude y comprenda”, también trae cierta desconfianza y el terapeuta
“aprovecha todo eso y actúa hasta el límite de las posibilidades que ofrece”. Es
axiomático, dice Winnicott, que si se proporciona un encuadre profesional correcto, una
motivación que tiene determinantes muy profundos hará que el paciente niño (o adulto)
que sufre la desazón, traiga ese estado a la entrevista de un modo u otro. Quizás
manifieste desconfianza, o confianza exagerada, o que se establezca pronto una relación
confiable y luego aparezcan las confidencias, cualquier cosa puede suceder y lo
significante es eso que sucede (2).
La gran dosis de confianza que le demuestran los niños en dichas ocasiones especiales
merece que le otorgue a las mismas una cualidad que describe con la palabra “sagrada”.
A partir de esa situación especial Winnicott supone que alguna relación debe haber
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entre la misma y la que se produce en la hipnosis. De estas condiciones subjetivas que


se suscitan en este encuentro se extrae la posibilidad de intervenir y ser eficaz. No
obstante instar al aprovechamiento de las mismas, pero sabiendo que el paciente se va
sin haber tenido una percepción objetiva del terapeuta, afirma que será menester una
segunda visita para que éste sea objetivado y despojado de toda magia. El terapeuta
dispone de una gran oportunidad para establecer contacto con el niño en esas ocasiones
porque tiene presente que ese rol subjetivo que ocupa raramente perdura más allá de la
primera o de unas pocas entrevistas iniciales. Dicha oportunidad es de tal importancia
que “o ese momento ‘sagrado’ es aprovechado, o bien todo se echa a perder” y si ocurre
esto último, la confianza del niño en que se lo comprende se destruye. Si en cambio,
“ese momento se lo aprovecha, la fe que le niño tiene en que se lo está ayudando
resultará fortalecida.”
Toda una posición ética se desprende de estas formulaciones cuando indica que “el
terapeuta debe obrar con sumo cuidado para no complicar la situación. Deberá hacer y
decir toda clase de cosas vinculadas simplemente con el hecho de que él es un ser
humano, y no está allí sentado para darse ínfulas de profesional.” Este modo de operar
no consiste en una técnica y el intercambio que se da entre el terapeuta y el paciente es
mucho más libre que el que se produce en un tratamiento psicoanalítico ortodoxo. El
terapeuta que “desea ayudarlo” tiene que darle al paciente la “oportunidad excepcional
que le brinda la consulta para la comunicación centrada en la “forma actual” que
adquieren tendencias emocionales específicas enraizadas en su estructura psíquica. Del
lado del terapeuta está presente de modo asumido la tensión del limitado tiempo
disponible y su aprovechamiento en las condiciones de la acción a desempeñar, pues se
trata, dice Winnicott, de “jugarse el todo por el todo en la primera entrevista o en las
tres primeras” (2). Hay que “ser capaz de usar con provecho el limitado tiempo
disponible y tener listas las técnicas por flexibles que ellas sean”, y dar por sentado que
en muchos de estos casos, “lo que no se logra en la consulta no se logrará en ningún
otro lado” (4). La disponibilidad del terapeuta tiene que ver entonces con propiciar un
contacto de comunicación a través de la forma actual en que se presenta y despliega la
subjetividad del paciente y que tal vez resulte eficaz produciendo alguna mejora
sintomática o un alivio del sufrimiento psíquico. Lo producido durante el encuentro es
tanto el material que aporta el paciente como las intervenciones del terapeuta y “el
consultor utiliza los resultados de acuerdo con lo que, según ha averiguado, el niño
quiere comunicar”. El juego del garabato – que es simplemente un medio de hacer
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contacto con el niño y propiciar ese intercambio - evidencia en la materialidad de los


dibujos que el producto no es exclusivamente de uno o el otro sino de dicho
intercambio, de uno y el otro, de lo que denomina la “superposición de las dos zonas de
juego”.
La consulta terapéutica no consiste en una psicoterapia light como tal vez podría
creerse. Aunque Winnicott aclara que la interpretación del inconsciente no es lo
principal; que los comentarios interpretativos pueden reducirse al mínimo o en verdad
omitirse deliberadamente; o el valor que tiene que el paciente se sorprenda a sí mismo
de lo producido en dicha situación, basta recorrer los casos que relata para comprobar
que las pocas interpretaciones en sentido estricto que realiza en cada ocasión, podrían
corresponder a cualquier sesión de un proceso psicoanalítico prolongado. Pero como
está advertido del factor de la sugestión que está operando en dichas entrevistas y su
posible efecto mágico, aclara que si el niño se muestra en desacuerdo con una
interpretación o ante ella parece dejar de responder, enseguida se siente inclinado a
retirar lo dicho como así también darle al niño la posibilidad de corregirlo ante una
interpretación equivocada. Aunque se tratase de una resistencia, si la interpretación no
funciona, significa que la ha hecho en un momento o de una manera inapropiada y la
retira incondicionalmente aún cuando sea correcta. Winnicott quiere evitar las
interpretaciones dogmáticas que dejan al niño solamente ante la posibilidad de
aceptarlas con sometimiento o a un rechazo de la interpretación, de él y de toda la
situación.
Puntualicemos las particularidades transferenciales del lazo que se produce en dichas
consultas. Dicha capacidad de creer y confiar en quien lo va a ayudar que registra
Winnicott en ese primer encuentro implica que está en juego una disposición
transferencial positiva que es la que puede ser aprovechada por el analista si el mismo
está a la altura de dicha situación. Un modo de la transferencia positiva paterna podría
decirse con Freud; del Otro sin barrar del reconocimiento, del que puede extraerse una
eficacia simbólica, en la formulación del primer Lacan.
Detengámonos en pensar si estaríamos en el campo de los efectos de la sugestión ya
que, como señalamos antes, Winnicott le encuentra un parentesco con el lazo que se
produce en la hipnosis. Sabemos que nos introducimos en un tema que en relación con
la práctica analítica tiene el estatuto de cosa juzgada en nuestra disciplina. Tal vez nos
acerque a entender esa mención de Freud en 1919, que citamos más arriba de la aleación
del oro con el cobre. Según el diccionario, el sustantivo sugestión se define como acción
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de sugerir, acción y efecto de sugestionar, influencia sobre la manera de pensar o de


actuar de una persona, el acto de implantar ideas o sentimientos en el ánimo de los
hombres, sin plena conciencia del que los recibe. El verbo sugerir, se define como poner
o dar una idea a una persona para que la tenga en consideración a la hora de hacer algo;
o evocar o inspirar una idea, un recuerdo o una sensación. En inglés y en francés tienen
la misma significación.
Se sabe que cuando Freud postula descomponer una trasferencia positiva (de
sentimientos tiernos y de mociones eróticas reprimidas) y una transferencia negativa de
sentimientos hostiles, subraya que la acción analítica debe cancelar la transferencia que
resulta una resistencia, es decir, la transferencia negativa y la positiva de mociones
eróticas reprimidas. Se ve obligado a admitir entonces que el componente tierno
subsiste y es en el psicoanálisis, al igual que en los otros métodos de tratamiento, el
portador del éxito. Llegado a este punto afirma: “confesamos sin ambages que los
resultados del psicoanálisis se basaron en una sugestión; sólo que por sugestión es
preciso comprender lo que con Ferenczi (1909) hemos descubierto ahí: el influjo sobre
un ser humano por medio de los fenómenos transferenciales posibles con él. Velamos
por la autonomía última del enfermo aprovechando la sugestión para hacerle cumplir un
trabajo psíquico que tiene por consecuencia necesaria una mejoría duradera de su
situación psíquica” (10). Reconducida la sugestión a la transferencia, el trabajo analítico
puede concebirse como una utilización de la sugestión como el poder que otorga la
transferencia positiva para motorizar el “trabajo psíquico” que es el trabajo analítico.
Señalamientos, hacer conexiones, interpretaciones, construcciones, etc. no son otra cosa
que sugerencias mediante las que nos proponemos el influjo sobre el paciente. Para lo
cual, dice Freud, nos servimos de la sugestión, para hacerle cumplir el trabajo psíquico
del análisis, pero no para educarlo ni para gobernarlo. Velar por la autonomía última del
enfermo implica así una definición ética que es la que Winnicott quiere dejar a salvo
evitando las interpretaciones dogmáticas. En el mismo sentido, afirma Freud, que al
trabajar con la transferencia misma “se nos hace posible sacar muy diverso provecho del
poder de la sugestión; está en nuestras manos: no es el enfermo el que por sí solo se
sugiere lo que le viene en gana, sino que guiamos su sugestión hasta el punto mismo en
que él es asequible a su influencia” (11). Este efecto que encuentra Winnicott en las
consultas terapéuticas resulta de su deseo de utilizar dicho poder en el máximo de su
potencialidad posible. En el poco tiempo disponible se debe aprovechar esa
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disponibilidad para beneficio del encuentro, reduciendo el tiempo de comprender y


acelerando el momento de concluir.
Tenemos presente la implementación que desde hace tiempo se hace de la consulta
terapéutica en especial en Francia y de modo acotado en algunos otros países (8) (9)
pero, como anticipamos, queremos subrayar el inestimable valor que tiene el aporte de
Winnicott en la dirección de reformular ciertas condiciones del dispositivo clásico que
modifican el lazo con el paciente. La idea de “superposición de las dos zonas de juego”
sirve como modelo para pensar uno de los modos del trabajo en el proceso analítico
mismo, que trasciende los límites del juego del garabato en sí y podría extenderse al
diálogo analítico en el dispositivo mismo del proceso en cuanto tal. Es decir, una
dimensión de dicho proceso concebido como un juego de garabatos como el que se va
produciendo en dichas consultas. En el nivel de dicha superposición, que participa de
los fenómenos transicionales, se juega otra dimensión de la transferencia, el analista se
sitúa en la posición de objeto, ofreciéndose en tanto un otro-semejante soporte, agente y
partenaire en la construcción de significaciones. El espacio de superposición nos dice de
una zona de intersección entre el paciente y el analizante en el cual el análisis
transcurre; ese espacio pertenece a cada uno y ambos simultáneamente. Aunque hay un
más allá de esta intersección tanto del lado del paciente como del analista, la zona
productiva del proceso, según Winnicott, transcurre en esa zona intermedia de
superposición. El intercambio entre paciente y analista en dicho espacio es concebido en
términos tales que el trabajo analítico implica un juego compartido. En el psicoanálisis
de niños se hace muy evidente ya que el jugar del niño es la actividad predominante.
Pero aún en el caso del jugar con los niños de lo que se trata fundamentalmente es de la
producción de sentidos en el proceso analítico en cuanto tal. De modo que el modelo del
juego del garabato, más allá de su particularidad, puede ser entendido como un
paradigma del modo de construcción de sentidos en el proceso analítico mismo. El
diálogo analítico en general, entonces, puede así tomar la forma garabatos que se
vuelven dibujos recíprocamente producidos entre paciente y analista (12). Justamente
Green utiliza este modelo basado en Winnicott y denomina “asociación analítica” al
objeto producido en ella que se sitúa “entre los dos”, entre paciente y analista
concibiéndolo como un trabajo compartido que permite dar cuenta de la tarea analítica
en los casos difíciles. En estos últimos está ausente la bella claridad del juego de ajedrez
y nos encontramos con una noche encapotada con relámpagos y truenos y el juego de
garabatos constituye un verdadero modo de pensar el advenimiento de las
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significaciones inconscientes a partir de lo informe y cuya forma se va construyendo y


creando como resultado del trabajo de compartido (13). La noción de “procesos
terciarios” permite dar cuenta de ese ‘entre dos’, zona de superposición en la se sitúan
los intercambios entre paciente y analista (14).

Winnicott tiene para sí que la consulta terapéutica resulta una invención en la que
avanzó y deja su profundización para nosotros. Por ello plantea que “cualquier
estudioso de mi técnica personal debería investigar cómo me conduje en una larga serie
de casos, y entonces comprobaría que lo que hice en cada uno fue propio de ese caso en
particular. Confío en que después de un amplio examen de mis casos, el único rasgo fijo
que se observe sea la libertad con que usé mi conocimiento y experiencia para atender la
necesidad de cada paciente” (3). Es justamente lo que nos hemos aproximado a realizar.

Bibliografía:

1. Winnicott, D.W.: “Consultas en el departamento infantil” (1942). Exploraciones


Psicoanalíticas I. Paidós, Bs As, 1993.
2. Winnicott, D.W: “El valor de la consulta terapéutica” (1965). Exploraciones
Psicoanalíticas II. Paidós, Bs As, 1993.
3. Winnicott, D.W: Clínica psicoanalítica infantil (1971), Hormé, Bs. As., 1980
4. Winnicott, D.W: “El juego del garabato” (1968). Exploraciones psicoanalíticas II.
Paidós. Bs As, 1993.
(Winnicott, 1991)
5. Winnicott, D.W: “El concepto de trauma en relación con el desarrollo del individuo
dentro de la familia” (1965). Exploraciones Psicoanalíticas I. Paidós, Bs As, 1993.
6. Winnicott, D.W.: “La disociación revelada en una consulta terapéutica” (1965).
Exploraciones Psicoanalíticas I. Paidós, Bs As, 1993.
7. Freud, S.: "Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” (1919) Tomo XIX.
Amorrortu. Bs. As. 1992
8. Lebovici, S.-Weil-Halpern: La psicopatología del bebé. Siglo XXI. México, 1995.
9. Mazet, Ph.-Stoléru, S.: Psychopathologie du nourrisson et du Jeune enfant. Masson.
París, 2003.
10. Freud, S.: "Dinámica de la transferencia" (1912) Tomo XII. Amorrortu. Bs.As.,
1992.
12

11. Freud, S.: Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17). Amorrortu.


Bs.As., 1992.
12. Tkach, C.E.: “Winnicott: El otro en la clínica. El analista en posición de objeto”.
XV Encuentro Latinoamericano sobre el Pensamiento de D. W. Winnicott, 2006.
13. Green, A.: “Espacio potencial en psicoanálisis”. De locuras privadas. Amorrortu,
Buenos Aires, 1994.
14. Green, A.: “Nota sobre los procesos terciarios”. La metapsicología revistada.
EUDEBA, Bs. As., 1996.

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