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(Publicado en: Credencial Historia No.

218, Bogotá, febrero de 2008)

Avelino Rosas, el temible olvidado

© Leonidas Arango Loboguerrero


Periodista, Instituto Internacional de Periodismo Werner Lamberz, Berlín. Autor de
temas históricos sobre la Farmacia. Miembro Activo de la Sociedad Colombiana de
Historia de la Medicina, Miembro Fundador de la Asociación Colombiana de
Historia de la Farmacia.

Ciento seis años después de su muerte, sobre la memoria del general Avelino Rosas permanece
una nube de olvido tendida por quienes le temieron o le odiaron: los conservadores que fueron el
blanco principal de su acción; los jerarcas de la Iglesia que arrojaron contra él turbas fanatizadas;
sus copartidarios liberales repetidamente frustrados en conspiraciones de salón; los militares
celosos de su pericia y de los laureles que cosechó en el exterior.

Cincuenta y cuatro años después de haber sido acribillado fuera de combate en la Guerra de los Mil
Días, el Estado colombiano cerró toda posibilidad de pagar una pensión a sus herederos, a pesar
de la ley expedida por el Congreso de 1935 “por la cual se honra la memoria del General Avelino
Rosas”. El mayor talento militar nacido en Colombia durante la era republicana tampoco tiene una
biografía.

Avelino Rosas Córdoba nació en Dolores, hoy Rosas, cerca de Popayán, el 15 de abril de 1856.
Alguien afirmó que, siendo muy joven, participó en Lima en el golpe de cuartel que culminó con el
asesinato del presidente peruano José Balta en 1872; otros dijeron que tres años después estaba
en Quito junto a los conspiradores que ultimaron al sanguinario teócrata Gabriel García Moreno.
Todo esto forma parte del mito que acompaña a personajes cuya intrepidez deja marcas en la
memoria colectiva.

En el Cauca del siglo XIX, tierra de caudillos, era fácil tomar las armas como vocación: al estallar la
rebelión conservadora de 1876, Rosas se alistó como soldado raso en el ejército caucano que
defendía al gobierno radical de Aquileo Parra. Bajo el mando de Julián Trujillo tomó parte en el
combate de Los Chancos el 31 de agosto, donde las fuerzas conservadoras de Antioquia sufrieron
una sangrienta derrota. Siguió en persecución de los rebeldes y en abril de 1877 participó en la
toma del bastión conservador de Manizales. Firmada la paz, allí mismo contrajo matrimonio con
Teresa Patiño.

Se dedicó al comercio sin marginarse de los enfrentamientos entre los liberales del Estado del
Cauca: a comienzos de 1879 se alineó como sargento mayor en la Guardia Colombiana, cuerpo
dependiente del Ejecutivo Central, y con ella se sublevó bajo el mando de Eliseo Payán para
derrotar en abril al presidente del Estado, Modesto Garcés. Ascendido a teniente coronel, Rosas fue
elegido al Congreso seccional. Montó un negocio fotográfico en Cali y emprendió largas
exploraciones por la Cordillera Central en busca de nuevas rutas hacia el Tolima.
La campaña de 1885

Posteriormente se afilia al sector radical del liberalismo. Cuando sus copartidarios se alzan contra el
presidente Rafael Núñez en enero de 1885, Rosas organiza una fuerza de 400 hombres y se
levanta en los pueblos de Candelaria y Florida. Rodeado por fuerzas superiores, escapa a Cali por
los mismos días en que un batallón de la Guardia Colombiana se pasa al bando rebelde y ocupa la
ciudad. Somete a disciplina a hordas liberales que se disponían a ultimar a los presos
conservadores y a varias personas en peligro como el futuro presidente Rafael Reyes. Sale con sus
hombres hacia Popayán, pero en Roldadillo es rodeado y cae preso por tropas gobiernistas. Logra
escapar en Cali y falla en la pretensión de bloquear el camino a Buenaventura. Huyendo casi solo,
se abre paso hasta internarse en la inhóspita zona de Zanjón Oscuro, cerca de Puerto Tejada.
Desde la clandestinidad, cercado y gravemente enfermo, rechaza la oferta del agradecido Rafael
Reyes de un cargo diplomático a cambio de abandonar su lucha. Aprovechando el desconcierto que
él mismo sembró haciendo circular falsos anuncios de un próximo ataque suyo al mando de un
ejército radical inexistente, va a Cali por trochas que sólo él conoce, descansa con su familia,
navega a Cartago en una balsa, envía tarjetas de saludo a las autoridades que lo buscaban vivo o
muerto y sigue a Manizales.

Más tarde dijo que la breve campaña de 1885 fue “un error que el país lamentó después”. Durante
ella, su astucia y la capacidad de cambiar de apariencia lo habían salvado varias veces de la
muerte: su cabeza tuvo un precio y más de un sicario pereció en el intento de eliminarlo.

Terminada la contienda y aplastado el radicalismo, en junio de 1886 está de nuevo en Popayán


para asumir, según sus palabras, “no solo la dirección en jefe del ejército rehabilitador, sino también
las consecuencias de la guerra” a nombre del liberalismo en el Cauca.

En abril de 1887 viaja de incógnito a Bogotá en un intento solitario por reagrupar a los últimos
radicales. El 23 de junio asume la presidencia de la Junta del Partido Liberal y trama una
conspiración para derrocar a Rafael Núñez confiando en comprometer al vicepresidente encargado
del poder, Eliseo Payán. Visita en sus lugares de retiro a los veteranos del Olimpo Radical Santos
Acosta y Aquileo Parra, quienes no aceptan participar en el proyecto. Enterado de los planes,
Núñez reasume funciones, destituye a Payán, endurece la represión, prohíbe la prensa de
oposición y destierra a gran número de liberales.

En 1890 está en San Cristóbal, Venezuela, a la cabeza de centenares de liberales exiliados en el


Táchira. Interviene en el derrocamiento del general Raimundo Andueza Palacio en 1892 e intenta
que el nuevo presidente, el general liberal Joaquín Crespo, otorgue “algunas ventajas para el
Partido Liberal de Colombia”. Ante la tibia respuesta de Crespo, divulga su protesta en el folleto Por
la honra militar, por lo cual es capturado y paseado por diferentes cárceles, entre ellas la tenebrosa
prisión caraqueña La Rotunda, antes de salir expulsado del país.

Desde abril de 1893 se establece en la isla de Curazao, que fue refugio tradicional de perseguidos
por política o por religión. Está resuelto, como expresó, a “hacerle la guerra a los godos de
Colombia, porque tengo el convencimiento que el viejo liberalismo no combatirá ya”. Establece una
intensa correspondencia con varios líderes latinoamericanos que encabezaba el ecuatoriano Eloy
Alfaro, unidos por vínculos masones y con centros de operación en Costa Rica y Nicaragua.
Constituían el grupo que algunos historiadores llaman “La Internacional Liberal”. El propósito común
era apoyar la lucha emancipadora de Cuba e instaurar gobiernos liberales en Ecuador, Perú,
Colombia y México. Al mismo tiempo, Rosas mantiene intercambios con dirigentes radicales del
Cauca, Santander, Cundinamarca, Panamá, la costa Caribe y otras regiones en preparativos de
una nueva insurrección que se frustra varias veces por acción de los servicios secretos del gobierno
y por falta de compromiso de los dirigentes.

El levantamiento estalla finalmente en Bogotá el 23 de enero de 1895 con el alzamiento de grupos


aislados de liberales que sufren una serie de derrotas debidas a la planeación deficiente y a que el
gobierno de Miguel Antonio Caro siempre estuvo al tanto de los pormenores. Rosas, decidido a
regresar al país para integrarse a la insurrección, es deliberadamente mal informado por los
organizadores en el interior que no estaban dispuestos a entregar el mando a quien mejor podía
organizar las acciones bélicas. Marginado de las operaciones centrales, Rosas dispone que un
grupo de sus seguidores radicados en Costa Rica ataque el puesto militar de Bocas del Toro, en
Panamá, sin saber que las acciones en el interior ya son desastrosas para su partido. Cuando se
entera por telegrama del fatal resultado de la incursión al Istmo cumplida el 8 de marzo y del
aniquilamiento de la insurrección en toda Colombia, edita en la isla de Trinidad su libelo La verdad
de los hechos, o sea diez años de Regeneración donde acusa a la “oligarquía radical” de haber
traicionado los ideales libertarios.

A Cuba

En Curazao, viviendo casi en la miseria, el 15 de octubre recibe una invitación de su amigo, el


general Antonio Maceo, para que se integre al Ejército Libertador de Cuba:

Creemos los insurrectos que pronto el Ejército español se verá obligado a capitular; y nos alienta,
no la esperanza, el firme convencimiento de que a mitad del año venidero el mundo civilizado
saludará a la República de Cuba, dueña de sus destinos, pacífica y feliz. El señor Gustavo Ortega
[periodista bogotano, secretario de Maceo], me ha informado que Ud. y algunos colombianos
desean venir a Cuba a ayudarnos con su contingente personal. Bienvenidos sean todos los
patriotas valerosos y dignos… creo que los servicios de Ud. serán de mucha importancia para
nosotros en estos momentos.

Por instrucciones de Maceo viaja a Estados Unidos y se alista con cien cubanos para una
expedición en el vapor Hawkins, bajo el mando del general Calixto García. En medio de la estrecha
vigilancia de los agentes yanquis y del riguroso patrullaje español sobre las costas de la Isla, la
vetusta nave zarpa de Nueva York y zozobra durante la helada noche del 26 de enero de 1896. El
naufragio deja cinco muertos y arroja al fondo del océano valiosos pertrechos de guerra.

El 15 de marzo zarpa desde Atlantic City una nueva expedición, esta vez en el vapor Bermudas, al
mando de García y con Avelino Rosas como segundo comandante con el grado de brigadier
general del Ejército Libertador de Cuba. Llevando a bordo 73 hombres, mil fusiles, un cañón,
municiones, medicinas y equipos, el 25 de marzo el grupo desembarca en Marabí, en el Oriente de
la Isla. Para ese momento la guerra contra España lleva más de un año, José Martí ya ha caído en
combate y las tropas cubanas han propagado las acciones a todo el territorio bajo el mando de
Máximo Gómez y Antonio Maceo.

El General en Jefe, Máximo Gómez, hace una solemne presentación de Rosas ante el Cuartel
General en un campamento el 17 de junio. Días después sale para Camagüey, nombrado por
Gómez como jefe de la Brigada de Infantería en esa provincia. Después de una exitosa campaña
pasa a Las Villas junto al general Serafín Sánchez y está a su lado cuando el cubano muere en
combate el 18 de noviembre. Días después cae Maceo. En Sancti Spiritus rechaza un ataque
enemigo al campamento que alojaba al Estado Mayor y al Gobierno en Armas. Asalta con éxito al
general español Adolfo Jiménez, participa en el célebre ataque contra la base de Cascorro, en
Camagüey, y comanda el cuerpo de infantería cuando el núcleo del Ejército Libertador atraviesa la
Trocha de Júcaro a Morón: era una amplia franja que cortaba la Isla para impedir el tránsito de los
patriotas, delimitada por trincheras y alambres de púas con iluminación eléctrica, fortines y un
ferrocarril de punta a punta. También está en célebres acciones como las de Minas y Punta Brava y
obtiene victorias en las provincias de Matanzas y La Habana. Su astucia y su arrojo le valen el
sobrenombre de León del Cauca.

El 8 de enero del 97 es ascendido a general de División y designado jefe de la División de


Matanzas, en el Occidente, en sustitución del general José Lacret. En aquella provincia la guerra
presenta las condiciones más duras para los cubanos, pues allí se concentra el grueso de las
fuerzas peninsulares, las poblaciones son más densas y hay abundancia de ferrocarriles y
telégrafos. Seis meses después, el temperamento irascible de Rosas choca con el carácter
igualmente difícil de Máximo Gómez, quien lo destituye. Poco después recupera su grado y pelea
en Santiago durante la ocupación de Cuba por tropas de Estados Unidos a mediados de 1898.
Iracundo por la disolución del Ejército Libertador y convencido de que “Cuba está perdida para
siempre”, regresa a Colombia para tomar las armas contra el gobierno conservador en la Guerra de
los Mil Días.

De los Llanos al Sur

Atraviesa Venezuela remontando el Orinoco e ingresa al Casanare por el río Meta con un puñado
de compañeros pobremente armados. En la población de Támara imprime el Código de Maceo, un
manual sobre la guerra de guerrillas a la cual considera la única forma de vencer al ejército regular.
En Orocué lo esperan el jefe guerrillero Tulio Varón y varios jerarcas liberales que se reponen de
derrotas en el interior y piensan que Rosas trae grandes fuerzas y recursos. En medio de
discrepancias con los jefes recelosos de su renombre y su capacidad como estratega y táctico,
Rosas va a Santa Elena de Upía, organiza dos escuadrones de caballería y emprende una cadena
de triunfos por Medina, Villavicencio, San Martín y Uribe hasta ascender a la población de
Colombia. Con tropas mal conducidas por sus colegas, el 15 de marzo de 1900 recibe una derrota
en Matamundo, Neiva, donde sale herido en la cabeza, lo que aprovechan sus rivales para crearle
fama de loco.

Al frente de una masa humana integrada por familias enteras, por muchos oficiales de título
pomposo y por unos centenares de hombres en condiciones de combatir, recorre los llanos del
Tolima eludiendo emboscadas y ataques del ejército oficial sin sufrir una sola baja. Cerca de Lérida
se retira solitario para ir al Cauca y anuncia a los generales que lo acompañan que sufrirán una
inminente derrota si no cambian sus tácticas, lo cual se cumple tres días después. Disfrazado,
traspasa la Cordillera Central por una trocha que había explorado años antes y se desvía hacia
Manizales para visitar a su familia, pero es reconocido en Santa Rosa de Cabal, encadenado y
enviado a Buga bajo fuerte custodia. Desde su calabozo organiza una fuga colectiva de prisioneros
de guerra. Bajo el aspecto de pordiosero entra a Cali y pasa unos días en la residencia del cónsul
de Suiza, su cuñado Enrique Alder. Combate en la región de Pavas y sale a las bocas del río San
Juan, pero las guerrillas que busca ya están disueltas. Recorre de incógnito la costa del Pacífico en
distintas embarcaciones hasta llegar al Ecuador y va a Quito a pedir ayuda de su amigo Eloy Alfaro,
quien hace cuatro años asumió la presidencia a través de una exitosa campaña militar.

Lleno de optimismo, escribe el 21 de junio de 1901 a su ex-jefe Máximo Gómez:

El sistema de campaña de nuestros Grales. no se parece en nada al que adoptamos en Cuba. Tiene
bastante semejanza con el método español: principian por dar combates –cuando no batallas– que en el
primer encuentro destrozan y aniquilan, y de ello es testimonio la acción de Palo Negro que U. conocerá,
donde quedaron cinco mil cadáveres en el campo, y luego emprendimos derrota. Yo no pertenezco a esa
escuela de Quijotes. Con U. aprendí a combatir y a vencer siempre a un enemigo infinitamente superior,
sin esos grandes sacrificios, y a esos conocimientos, que he procurado inculcar, se debe hoy en gran
parte, el que estemos más vigorosos que en los primeros seis meses de la campaña.

Ante Alfaro coinciden por esos días el director de la Guerra en Cauca y Panamá, general Benjamín
Herrera, con Paulo Emilio Bustamante, José Antonio Llorente y otros comandantes liberales.
Herrera se niega a conceder a Rosas el mando del ejército en el Cauca y le impone la tarea de
organizar en Ecuador un cuerpo de colombianos que penetre por el sur. Sólo la mediación de Alfaro
convence a Rosas de aceptar una campaña al frente de una fuerza regular.

Con unos centenares de exiliados bisoños y con armamento suministrado por Alfaro, pasa la
frontera y establece sus cuarteles de campaña en cercanías de Ipiales. Recluta e instruye más
voluntarios hasta completar un millar y sostiene algunos combates menores con la mira de abrirse
paso a la región del Patía para ingresar posteriormente a su bien conocido Cauca. La mayoría de la
población del territorio que hoy es Nariño está fanatizada por el clero católico que encabeza el
obispo de Pasto, el español Ezequiel Moreno, acérrimo enemigo del ideario liberal y resentido por el
papel que cumplió Rosas en la guerra de Cuba contra España. Es el mismo san Ezequiel Moreno
de nuestros días.

El 20 de septiembre de 1901, el avance de sus tropas fue cortado en las montañas de Puerres por
fuerzas gobiernistas muy superiores, bien armadas y hábilmente dirigidas por el general pastuso
Gustavo Guerrero; herido y prisionero, fue llevado a la casa que servía de sede al mando
conservador de la localidad. Allí, maniatado en un camastro, lo remataron a tiros junto con su
secretario José María Caicedo. La muchedumbre se ensañó en vejaciones al cadáver. Conducido a
Ipiales, tuvo un sepelio a cargo de los liberales de la localidad.

Radical, panfletista, guerrillero, conspirador, internacionalista, aventurero, masón, maestro del


disfraz, valeroso y arrogante, Rosas demuestra –después de un siglo largo de su muerte– el grado
de su compromiso con la libertad en Colombia y en América Latina. Por miedo, por celos o por odio,
muchos han pretendido borrar las huellas de Avelino Rosas para que nunca se haga realidad el
compromiso de honrar su memoria.

RECUADRO

El secreto de la Ciénaga de Zapata

La revista neoyorkina The Great Round World publicó el 29 de julio de 1897 una corresponsalía
sobre la guerra en Cuba, que contiene estos párrafos:

“Nos ha llegado una historia sobre cierta ciénaga en la provincia de Matanzas que los cubanos
utilizaron mucho al comienzo de la guerra, pero desde entonces se vieron obligados a abandonarla
porque necesitan un guía que los oriente a su interior. Este pantano es notable por los muchos
parajes hermosos y saludables que alberga, a pesar estar rodeado por marismas casi
infranqueables. La manera de llegar hasta él es tan poco conocida que en todo el Ejército cubano
sólo había un hombre capaz de orientar a los insurrectos por sus laberintos hasta el sitio seguro.
Este hombre, el coronel [José Álvarez] Matagás, había vivido en el pantano por muchos años y lo
conocía como a la palma de la mano. Sin embargo, murió en una batalla, y desde entonces los
cubanos abandonaron la idea de utilizar la ciénaga. Los insurrectos incorporaron no hace mucho a
un sudamericano llamado Avelino Rosas, al cual confió el general Gómez la dirección de un cuerpo
del Ejército. Con mucha paciencia, este hombre se dedicó a descubrir el secreto del pantano y,
después de un enorme trabajo, lo descifró. De inmediato ideó maneras de darle uso militar, y
además estableció varios hospitales cubanos en sus entrañas, confiando en que allí estarán a salvo
de los españoles.”

(www.gutenberg.org/files/)

Bibliografía principal

Avelino Rosas, Notas políticas, o sea diez años de Regeneración, [Puerto España] Trinidad, octubre de 1895.

Gonzalo París Lozano, “El general Rosas en la Guerra del 85”, Sábado, Bogotá, mayo 27, 1944.

Gustavo Arboleda, Diccionario biográfico y genealógico del antiguo Departamento del Cauca, Bogotá,
Biblioteca Horizontes, 1962 (edición original: Cali, 1926).

Nydia Sarabia Hernández, “Colombianos por la libertad de Cuba”, Ministerio de Relaciones Exteriores de la
República de Cuba, Cuba-Colombia, una historia común, Bogotá, Universidad Nacional, 1995.

Ilustraciones:

General Avelino Rosas (Colección particular).

El General de División Avelino Rosas en Cuba, 1897. En: Nydia Sarabia Hernández, “Colombianos por la
libertad de Cuba”, Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba, Cuba-Colombia, una historia
común, Bogotá, Universidad Nacional, 1995, p.87.

Interior de la iglesia de Dolores (Cauca) a mediados del siglo XIX. Grabado de Riou en: América
pintoresca, descripción de viajes al Nuevo Continente, Bogotá, El Áncora Editores, 1984, p. 61 (Edición
original: Barcelona, Montaner y Simón, 1884).

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