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Crítica a Friedrich Nietzsche

Cuando uno es joven, practica la filosofía, menos para buscar en


ella una visión que un estimulante; uno se dedica a las ideas, adivina
el delirio que las ha producido, sueña con imitarlo y exagerarlo. La
adolescencia se complace en el malabarismo de las alturas; en los
pensadores ama al saltimbanqui; en Nietzsche nos gustaba
Zaratustra, sus poses, sus payasadas místicas, verdadera feria de
cumbres…

Su idolatría de la fuerza es menos un signo de esnobismo


evolucionista que una tensión interior proyectada hacia fuera, una
embriaguez que interpreta y acepta el devenir. De ello tenía que
resultar una falsa imagen de la vida y de la historia. Pero era necesario
pasar por ahí, por la orgía filosófica, por el culto de la vitalidad.
Quienes se negaron a ello no conocerán jamás sus consecuencias, el
reverso y las muecas de ese culto; no comprenderán nunca las raíces
de la decepción.

Como Nietzsche, creíamos en la perpetuidad de nuestros


trances; gracias a la madurez de nuestro cinismo, fuimos más lejos
que él. La idea del superhombre nos parece hoy una mera
lucubración; entonces la encontrábamos tan exacta como un dato
experimental. Así se eclipsó el ídolo de nuestra juventud.
Pero ¿qué Nietzsche –en el caso de que hubiera varios-
permanece aún? El experto en decadencias, el psicólogo agresivo –no
solamente observador como los moralistas- que escruta como un
enemigo y se crea enemigos; pero sus enemigos los extrae de sí
mismo, como los vicios que denuncia. ¿Se ensaña con los débiles?,
practica la introspección; y cuando ataca la decadencia, describe su
propio estado. Todo su odio se dirige indirectamente contra sí mismo.
Proclama sus debilidades y las erige en ideal; si se detesta, el
cristianismo o el socialismo sufren las consecuencias. Su diagnóstico
del nihilismo es irrefutable: porque él mismo es nihilista y lo
confiesa.

Panfletario enamorado de sus adversarios, no habría podido


soportarse de no haber combatido contra sí mismo, de no haber
instalado sus miserias en otro lugar, en los demás: se vengó en ellos
de lo que él fue. Habiendo practicado la psicología como héroe,
propone a los apasionados de lo Inextricable una diversidad de
callejones sin salida.

Medimos su fecundidad en las posibilidades que nos ofrece de


repudiarle continuamente sin acabar con él. Espíritu nómada, es un
experto en variar de desequilibrios. Ha sostenido siempre el pro y el
contra de todo: es el procedimiento de quienes se dedican a la
especulación por no haber podido escribir tragedias o dispersarse en
múltiples destinos. Lo cierto es que Nietzsche, exponiendo sus
histerias, nos ha desembarazado del pudor de las nuestras; sus
miserias nos han sido provechosas. Él inauguró la era de los
“complejos”.
Fuente: (Èmile Cioran: Silogismos de la amargura -1952-)

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