Está en la página 1de 3

La armada invencible

Felipe II dirigió un grave mensaje a las Cortes de Castilla, la


asamblea en la que se reunían los representantes de las
ciudades. La «empresa» a la que se refería el rey era nada
menos que una invasión de Inglaterra, con el objetivo de
derrocar a la reina Isabel y terminar con el apoyo que ésta
prestaba a los rebeldes protestantes de Flandes, en guerra
contra España desde hacía veinte años. Para ello Felipe II
había reunido en Lisboa una armada gigantesca: 130 buques
de guerra y de transporte, con una tripulación de 12.000
marineros y 19.000 soldados. Al mando se encontraba un
prestigioso aristócrata andaluz, el duque de Medinasidonia. Su
misión era llegar a Dunkerque, en las costas del Flandes
español, embarcar 27.000 soldados de los tercios españoles
allí destinados y lanzarse a la invasión.

A finales de julio de 1588, la Armada entraba en el canal de la


Mancha. Los ingleses estaban sobre aviso y enviaron sus
navíos de guerra a hostigarla desde los flancos. Durante varios
días la flota española navegó mientras se sucedían cañoneos
de poca trascendencia. El 6 de agosto ancló frente a Calais, a
unos 40 kilómetros de su objetivo, habiendo perdido sólo dos
galeones.

Los ingleses, resueltos a impedir el desembarco, lanzaron en


la madrugada del 8 de agosto ocho brulotes (barcos
incendiados) contra la Armada, lo que provocó la confusión y
la dispersión de la flota. Al día siguiente las unidades dispersas
fueron rodeadas por las naves inglesas y sufrieron un
importante cañoneo, que hundió cinco barcos españoles y
causó unos 1.500 muertos.

La situación era desesperada. La mejor infantería del mundo


estaba encerrada en aquellos buques sin poder combatir y
condenada a morir. Por suerte para los españoles, el viento
cambió de golpe y la Armada pudo adentrarse mar abierto,
aunque seguida del enemigo.

La flota se había salvado, pero la proyectada invasión era


irrealizable. Ciertamente, la «armada invencible» –como la
denominó con ironía la propaganda inglesa– no había sido
vencida. No había habido desembarco, ni abordajes, ni lucha
cuerpo a cuerpo.

El viento siguió alejando de la costa flamenca a los navíos, e


hizo imposible el contacto con los tercios que debían ejecutar
la invasión. Además, muchos navíos presentaban averías y, en
general, carecían de munición para enfrentarse con garantías
a una escuadra como la inglesa, que podía reabastecerse en
sus puertos. En esta situación, el duque convocó a los
capitanes de la flota a un consejo de guerra para decidir qué
se debía hacer. Tal era el desánimo que algunos sugirieron
incluso entregarse al enemigo; otros capitanes, en cambio,
proponían combatir hasta las últimas consecuencias:

Finalmente se acordó que si el viento seguía soplando en


contra, la flota emprendería el regreso a España. Y en efecto,
al día siguiente, 10 de agosto, «se publicó la vuelta a España
por toda la Armada».

Todos sabían que ese retorno no iba a ser fácil. Para evitar
más choques con los ingleses, se seguiría la ruta del norte,
bordeando las costas de Escocia e Irlanda para descender
luego hasta La Coruña. No era una ruta desconocida para los
marineros de la época; de hecho, los vientos dominantes del
sudoeste hacían relativamente fácil la marcha hacia el norte.
Además, el 12 de agosto la flota inglesa, sin provisiones ni
munición suficientes, abandonó toda persecución, y las
aproximadamente 114 naves de la Armada que quedaban –es
decir, casi todas– pudieron avanzar sin miedo a ser
sorprendidas.

También podría gustarte