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El otro amor de
María Magdalena
Vicente Durán Casas, S.J.
En 1911 el poeta alemán Rainer María Rilke (1875-1926) presente y vivo; la constancia de su amor por Jesucristo muerto y
caminaba distraído por la Rue du Bac de París, y al entrar en una sepultado; las impaciencias y los transportes, los arrebatos, los
librería de anticuario se puso a curiosear un viejo manuscrito desmayos y los excesos de su amor desamparado por Jesucristo
que contenía un sermón anónimo francés del siglo XVII. Co- resucitado y ascendido a los cielos”.
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Rilke tuvo que comprender, de
inmediato, que se trataba de algo
verdaderamente profundo, esto es,
de algo más profundo e importan-
te que el mero dato histórico en el
cual parece que se enredan Brown
y sus émulos. Hoy en día sabemos
que el personaje que llamamos
María Magdalena en realidad es el
resultado de identificar, en una
misma persona, a tres mujeres di-
ferentes: a María de Betania, her-
mana de Martha y de Lázaro
(Lc10, 38-39; Jn 11, 1), a María
Magdalena o de Magdala (Mc 15,
40-41, 47; 16, 1; Mt 27, 55-56,
61; 28, 1; Lc 8, 2-3; 24,10), y a la
pecadora anónima que mojaba los
pies de Jesús con sus lágrimas y los
secaba con sus cabellos (Lc 7, 38).
Se trata sin lugar a dudas de tres
mujeres diferentes que tanto la
imaginería popular, como también
la liturgia católica romana occi-
dental —no la oriental—, fusio-
naron en un mismo personaje.
Pero más allá de saber quién era
exactamente María Magdalena, al
autor del sermón de marras le atraía
el corazón de esas tres mujeres que
hoy veneramos en una y la misma. María Magdalena penitente, El Greco
Y ese corazón revela mucho más de
lo que uno cree. En el trasfondo de María Magdalena es la mujer que ama, o mejor, ella representa a las
todo está el amor de la Sulamita en
el Cantar de los Cantares: “He veni-
muchas mujeres que aman de verdad. Pero ese amor, de ser tomado en
do a mi huerto, hermana mía, es- serio (el amor de las mujeres suele ser banalizado y neutralizado por los
posa mía… ¿A dónde se fue tu ama- hombres) revela más belleza y profundidad de lo que solemos pensar.
do, para que juntos lo busque-
mos?... Ponme cual sello sobre tu
corazón, como un sello en tu brazo, porque es fuerte el amor como bello: eso es amor; para enjugar los pies de Jesús: eso es pecado.
la muerte”. Es ávida e insaciable: eso es amor; no osa pedir nada: eso es
María Magdalena es la mujer que ama, o mejor, ella repre- pecado. Pero llora, suspira, mira, calla: eso es a un tiempo amor
senta a las muchas mujeres que aman de verdad. Pero ese amor, y pecado. ¡Qué amable es el amor penitente en sus osadías su-
de ser tomado en serio (el amor de las mujeres suele ser misas, en sus libertades reprimidas y en sus licencias tembloro-
banalizado y neutralizado por los hombres) revela más belleza sas! Y de nuevo, ¡qué amable porque ama, porque honra, por-
y profundidad de lo que solemos pensar. Por eso Rilke se con- que practica la justicia y renuncia a los derechos que le confie-
movió tanto al leer cosas como estas: “Cuando miro a Magda- ren el nombre y la calidad de amor para que, con sentimientos
lena a los pies de Jesús me parece ver al amor extraviado que de penitencia, reine la justicia” (El amor de Magdalena, Herder,
deplora sus extravíos y busca el recto camino a los pies de Aquel Barcelona 1996, p. 23).
que es el camino mismo… El amor une, el pecado distancia, Hacer de Magdalena una supuesta esposa de Jesús, además
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pero el amor penitente participa de ambos. Magdalena corre a de ser una invención atrevida y arbitraria pero altamente lucra-
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Jesús: eso es amor; Magdalena no osa acercarse a Jesús: eso es tiva, no es otra cosa que intentar aplacar y someter la fuerza
pecado. Entra intrépida: eso es amor; se acerca temerosa y con- incontenible del amor, tal y como nos lo revela el amor de
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fusa: eso es pecado. Perfuma los pies de Jesús: eso es amor; los Magdalena. ¿O será que dentro de cien años Dan Brown será
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riega con sus lágrimas: eso es pecado. Esparce y prodiga su ca- más recordado y estudiado que Rilke? Ojalá que no. M
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