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Estos hechos básicos hacen consecuente todo tipo de preocupación por dotar
mi obra de un contenido nacional, o sea, expresivo del pueblo de El
Salvador. Pero al hablar de «pueblo salvadoreño», hablo de los obreros y de
los campesinos, de la clase media y, en general, de todos los sectores
sociales sometidos a la opresión oligárquico-imperialista cuyos
fundamentales intereses comunitarios coinciden con el gran interés de
construir una nación libre, soberana y llena de los mejores estímulos para
el progreso del hombre. Por ello, persigo asimismo una creación de
tendencia democrática.
Este último hecho ha llegado a ser consciente en mí, es decir, para los
fines autocríticos generales que todos perseguimos ahora, cuando el pueblo
reclama limpios y claros a sus hijos. Ahora bien, lo que no puedo hacer a
su respecto es borrar los efectos actuales de un plumazo. De manera que -y
por lo menos para el análisis de mis posibilidades literarias- es mejor
aceptarlo como una realidad vigente. De un análisis serio de mi propia obra
poética -que es la que considero más representativa, la que más me expresa-
puedo decir que aún priva sobre el punto de vista del comunista que ahora
soy, la actitud del burgués que antes fui; sobre las intenciones del
comunista, los resultados de raíz burguesa. En uso de las consideraciones
hechas más arriba y persiguiendo la funcionalidad que la obra de arte debe
tener en el medio concreto de El Salvador (y Centroamérica, en general)
creo hacer bien al preguntar: ¿Es que este punto de vista, burgués, ha
agotado ante nosotros todas sus potencias? Yo en lo personal creo que no y
que además es positivo aprovechar de él todas las posibilidades creadoras,
tendiendo no sólo a dejar atrás sus aspectos negativos fundamentales, sino
a usarlo de instrumento para crear las condiciones ideales de surgimiento
del nuevo arte popular que vendrá, pese a quien le pesare, y que será
reflejo de la nueva vida que sabremos conquistar los salvadoreños. No se
han agotado las posibilidades de la cultura y el arte burgueses (que por
otra parte la oligarquía y el imperialismo han impuesto al creador y
receptor salvadoreños en una forma groseramente carente de matices) y por
ello es positivo que los escritores revolucionarios iniciemos el camino del
futuro arte, de la futura literatura revolucionaria salvadoreña desde las
entrañas mismas de la cultura burguesa, acelerando al mismo tiempo su
propio hundimiento y descomposición al confrontarla con sus insuperables
contradicciones internas, al ponerla frente a sí misma y frente a las
fuentes de su nacimiento, llevándola, en fin, conscientemente y con santa
malicia popular, al callejón sin salida donde de todas maneras llegaría, si
dejamos que siga desarrollándose apaciblemente en manos de sus creadores
lógicos, los creadores burgueses, los creadores-ideólogos de la burguesía.
Ampliando más la consideración y yendo por lo tanto más allá de lo que toca
a mi propia obra individual, cabría hacer las siguientes preguntas: ¿En qué
medida ha sido expresada la nación en la literatura que se ha hecho hasta
ahora en El Salvador? La historia de la literatura salvadoreña, ¿es capaz
de darnos una visión de conjunto de nuestro desarrollo social, de la lucha
de clases que ha impulsado ese desarrollo? Parece ser que no. Pero si lo
más importante de esa literatura se ha producido en los últimos cincuenta o
sesenta años, es decir, el lapso en que nuestro país ha llegado a ser un
yermo semifeudal y dominado por el imperialismo norteamericano, con una
gran masa campesina desposeída por un lado, una voraz oligarquía
terrateniente por el otro y en el medio una incipiente y débil clase
obrera, una pequeña burguesía enajenada y un germen de burguesía nacional
sin expectativas de desarrollo, ¿podemos seguir en nuestra literatura la
pista de las expresiones de algunas o cada una de esas clases y definirlas
como auténticas con respecto a ellas? ¿O es debido a las deformaciones
económicas, políticas y sociales -y por lo tanto culturales- que en nuestro
desarrollo implica la dominación imperialista, deformación que impide el
ascenso clásico de las diversas clases sociales a una toma de conciencia
particular sobre sí mismas, hay que plantear todos los problemas de la
superestructura artística como respondiendo a una sola, básica y general
contradicción, o sea, la existente entre el pueblo, la nación por un lado,
y el imperialismo y sus intermediarios por el otro? Porque de ser así,
todas las preguntas anteriores podrían irse contestando sobre la base de
dividir nuestra literatura en dos partes; la que en general responde, o no
se opone, a los intereses del «monstruo bifronte» dominante y la que,
también en general, ha pretendido ser la expresión del pueblo, de su vida,
sus problemas, sus luchas y sus esperanzas. Pero sospecho que la cuestión
no es tan simple.
Por eso vengo diciendo desde hace algún tiempo que el gran poeta de hoy
debe tener para construir su obra dos puntos de partida necesarios: el
profundo conocimiento de la vida y su propia libertad imaginativa. Así,
deberá haber vivido intensamente, en el centro de lo humano y la
naturaleza, haber descendido a las terribles concavidades del fuego interno
y ascendido a los esplendorosos dramas populares, haber sido testigos de la
desnudez de los insectos y de las catástrofes de la orografía. Sobre esta
experiencia adquirida a través de los años, en duro y maravilloso trajinar
cotidiano, la imaginación, con sus instrumentos expresivos (estilos,
géneros artísticos), podrá trabajar para construir la gran obra de arte, si
su dueño tiene una clara concepción de la libertad creadora y de sus
responsabilidades ante la belleza. En ese camino hay muchos medios
materiales que ayudan: la incorporación (asimilación crítica) de la
tradición cultural de la humanidad a la obra del creador moderno, el trato
adecuado de los mitos, la utilización del símbolo con sentido apropiado a
cada época.
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Ahora bien, ¿de qué belleza hablamos, a qué nos referimos al enunciar «lo
bello»? Advertimos claramente el peligro de trabajar con términos que ha
tratado de reivindicar para sí el idealismo. Desde Platón hasta los
modernos suspirantes que se aferran a eso que nunca dejó de ser una
idiotez, la concepción del «arte por el arte», algunas palabras han sido
manipuladas con tal sentido desconcertante, que ahora es bien difícil para
un revolucionario utilizarlas sin hacerse sospechoso de posiciones que
marcan el otro polo filosófico. Como se hace evidente en nuestras
expresiones de más arriba, al hablar de la belleza y de lo bello, no hemos
abandonado un solo instante los territorios de la forma. Ahora bien, la
forma y el contenido componen la unidad inseparable que configuran la obra
de arte. Por ello en ese sentido es que decimos que la belleza es cuestión
de la esencia misma de la poesía. Además, consideramos el concepto de la
belleza y de lo bello como realidades culturales, dotadas de ámbito
histórico y de raíz social.
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La labor creadora del poeta comunista, creo que es evidente, tiene varios
niveles. Según las necesidades cotidianas de la lucha, el poeta sumergido
en el partido de los trabajadores y de los campesinos tendrá que elaborar
ágiles consignas de agitación, coplas satíricas, poemas que inciten a
elevar la rebeldía contra la opresión antipopular. ¿Hasta dónde el
resultado de esta labor es poesía? Hay casos extraordinarios, pero en
general el resultado suele ser desde el punto de la forma sumamente pobre,
aunque en el terreno histórico- político puede llegar a ser, según las
circunstancias, de inmenso valor.
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Hay que desterrar esa concepción falsa, mecánica y dañina según la cual el
poeta comprometido con su pueblo y con su tiempo es un individuo iracundo o
excesivamente dolido que se pasa la vida diciendo, sin más ni más, que la
burguesía es asquerosa, que lo más bello del mundo es una asamblea sindical
y que el socialismo es un jardín de rosas bajo un sol especialmente tierno.
La vida no es tan simple y la sensibilidad que necesita un marxista para
ser verdaderamente tal, lo debe captar perfectamente. Es deber del poeta
luchar contra el esquematismo mecanicista. Este método impide el desarrollo
de la poesía -que como la conquista del Cosmos debe conservar siempre
fresca su sed aventurera- y lesiona el posible contenido conceptual
positivo.
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