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Los tiempos de la infancia, en la medida en que son tiempos de lo

simbólico, de lo real y de lo imaginario diferentes hacen que, por estar en


tiempo de construcción del fantasma, requieran de lo que llamamos «la
escena lúdica». Es decir, el juego no es una técnica, el juego es en el
análisis de un niño el espacio en donde se va a hacer producción de texto.

El juego fundamentalmente tiene la función de producir simbólico. Así


como el adulto produce y esa producción es propia de la lógica del
significante que tiene un fluir sucesivo. En el niño, justamente por los
tiempos de lo simbólico, el juego cumple una función de recreación del
ser, podríamos decir, en la escena, que permite la producción de un texto
con armado pasaje a la escena fantasmática del adulto. Es como si fuera
un productor de esa escena.

¿Qué quiere decir que hay una movilidad del ser? Cuando nacemos somos
lo que el otro nos propone. En el juego, el niño recrea el sentido, se
desprende del ser, y juega. Como dicen los chicos: «dale que era…», «soy
otro». Entonces, ponen en juego un lógica de no identidad con el ser que
el otro les propone. Es decir, el juego es productor de texto y el autor, el
guionista, es el niño, que responde con el juego con inscripción de
subjetividad diferencial respecto de lo que el otro le dijo que sea.

Entonces, el juego es una de las especificidades del trabajo con los niños.

Otra de las especificidades del trabajo con los niños es la presencia real
de los padres. ¿Por qué? Porque si volvemos a la cuestión de la
temporalidad, la transferencia, que es la palanca esencial de un análisis,
también se construye en tiempos. Freud dijo que el adulto «es capaz de
neurosis de transferencia única de la que cura un psicoanálisis». Esta
transferencia inicialmente se va construyendo en la relación, en la
dialéctica del sujeto con el otro; del niño con sus padres. Entonces, este es
uno de los motivos por los cuales la transferencia es compartida en la
infancia, y no se puede desconocer. Por un lado está esta cuestión.

La otra cuestión es que los tiempos del sujeto se van a transitar en una
dinámica por la cual el otro: el otro que lo aloja, el otro que le propone, el
otro que le demanda; es un otro real.

Un adulto también habla de los padres. Yo suelo decir que los padres
siempre están presentes porque el adulto viene y habla de sus padres,
pero nos muestra con claridad la diferencia entre padres reales y padres
del fantasma. Para que se produzca esta sustitución, esta operación
sustitutiva, y los padres pasen a ser los padres del fantasma, es necesario
que se cursen los tiempos.

En la infancia, los padres son los padres presentes y reales. Es decir, no


podemos dejar de considerar que la estructuración se juega en la
dinámica, en la dialéctica con los padres o lo que llamamos ‘el otro real’.
Entonces, entiendo que esta es otra de las especificidades: transferencia y
padres reales, no padres del fantasma.

Otra de las especificidades son los objetos llamados juguetes…

Los juguetes son un gran tema en psicoanálisis del trabajo con niños
porque tienen que ver también con los tiempos y la función que tiene el
objeto para recrear este lugar del sujeto. Entonces, en ese sentido, es otra
de las especificidades del trabajo con niños.

El dibujo también lo reconozco como una especificidad que lejos estoy de


tomarlo como un test evaluatorio sino como un tiempo de escritura. Creo
que el dibujo es un tiempo necesario de operación escritural para que se
pueda alcanzar la lectoescritura.

Es muy frecuente que cuando no se atraviesan estos tiempos haya


después dificultades que se suelen llamar trastornos de aprendizaje pero
en realidad son traspiés en los tiempos del sujeto.

Sí, hay especificidades, sin duda. Si no hacemos dogma por edades, a


veces un adulto puede requerir como intervención, lo he hecho de hecho,
decirle: «a ver, dibújame cómo es este lugar». Cumple una función.

Tendría que contar un poquitito el caso, mínimamente. Se trataba de una


situación muy traumática donde la posición de ese sujeto, que en edad
era un adulto, había sido una posición donde quedó muy coagulado. No
podía relatar la situación traumática porque había quedado congelado en
esa posición como objeto. Entonces no encontraba palabras…

Proponerle que dibujara el lugar es una intervención ligada a que


cualquiera que hace un dibujo se tiene que colocar en perspectiva. Es
decir, implicaba un cambio. La intervención apuntaba a un cambio en la
posición de la mirada. Al dibujarlo, se destrabó y pudo porque cambió la
posición. En lugar de estar tomado en el espacio de lo traumático, pasó
hacia una perspectiva de mirada de la escena. No tenía ninguna
importancia el modo en que lo dibujó, pero sí el cambio de perspectiva.
Esa fue una intervención con un adulto.

Así que, bueno, esa es mi manera de pensar las especificidades: más por
tiempos que por edad.

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