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Poco se ha reflexionado acerca del impacto que las nuevas tecnologías tienen en el ser
humano. Pero es evidente que el uso cada vez más cotidiano e intenso de aparatos como:
smartphones, tabletas, computadoras y todo lo que se une, relaciona o depende de ellos,
ha iniciado una carrera en picada, en casi todos los ámbitos humanos, hacia un destino
incierto.
Con lo anterior no se pretende satanizar el llamado continente digital, sino hacer un alto
para reflexionar en la naturaleza de lo digital: ¿cuáles son sus alcances?, ¿de qué manera
está afectado a las personas?, ¿cuáles son sus potencialidades?, ¿qué pros y qué contras
podemos percibir con respecto al desarrollo integral de todas las dimensiones del ser
humano?
Basta que echemos un vistazo rápido a los libros de historia y de antropología para darnos
cuenta que en los orígenes de la civilización el ser humano tendió a agruparse en
«comunidades». Por eso Aristóteles, en la Política, decía que el hombre es por naturaleza
un «Zoon Politikón»1. En efecto, tanto el animal irracional como el racional se agrupan, pero
sólo el hombre es político porque vive en comunidad. ¿Qué significa esto?
«En la misma naturaleza individual de cada hombre hay una tendencia innata a lograr su
propia perfección […] Pero esa perfección no puede lograrla el individuo en su estado de
aislamiento y soledad. El individuo aislado es insuficiente para bastarse a sí mismo. Por esto
necesita de la agrupación con sus semejantes»2.
Por lo tanto, la comunidad pudiera definirse como una agrupación de personas con la única
finalidad de enriquecerse mutuamente (yo me perfecciono en la medida que tú te
perfeccionas y viceversa). Por eso dirá Aristóteles que el fin de la «polis», es decir, de la
comunidad, debe ser el bien del hombre3. Este es el primer paradigma antropológico social:
la comunidad.
En este modelo existe un rasgo distintivo: el bien común. En efecto, en este esquema de
agrupación existe un esmerado esfuerzo por cultivar, en todos miembros de la comunidad,
una fuerte conciencia colectiva, es decir, que se piense y se actúe en beneficio de todos,
nunca particularmente. Toda acción egoísta será reprochada y castigada.
1 Pol. I 2, 1253a
2 Fraile Guillermo, Historia de la Filosofía I: Grecia y Roma (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1990), p. 539.
3 Cfr. E. N. I 2, 1094a