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Sinopsis
El corazón.

El Dios del amor busca una novia que sea pura de corazón y llena de vida, llena de
alma. En lugar de una mujer, se encuentra con una niña con risa en su corazón. A la
espera de que crezca, se hace amigo de ella, pretendiendo ser nada más que un niño de
ojos azules con el pelo enredado y salvaje.

El alma.

A la izquierda de la puerta del templo, una niña pone del revés la vida de las
sacerdotisas… hasta que un día de verano antes de cumplir los dieciocho años, un
oráculo itinerante le dice que se casará con un extraño en una tierra extranjera.

La pesadilla.

Un antiguo demonio –mitad hombre, mitad serpiente– quiere destruir todo lo que los
dioses aman. Cuando era una niña, perseguía sus sueños, pero ahora él la acecha a
través del campo. Si él la atrapa, va a devorarla.
1
Traducido por Coral Black

Con sus pequeñas manos, Patches agarra su cobija desgastada, doblada alrededor de
un poco de pan rancio y algunas manzanas podridas. Es todo lo que tiene, a excepción
de los trapos que lleva.

Si lo deja caer…

No debe. Ella tiene que ser buena. Las chicas buenas son tranquilas y útiles.

—Deja de arrastrar tus pies como una princesa delicada. —Mamá agarra su mano y tira
de ella por el camino—. No eres una cosita remilgada para dar un paseo con pies
rojizos. El día fue un desperdicio, y tengo la intención de estar en casa cuando llegue la
noche. Voy a ser completamente feliz de tener mis manos libres de ti. —Le da un tirón
del brazo a la niña para que le duela, pero Patches mantiene la boca cerrada. Las chicas
buenas son tranquilas.

—Sí, mamá, —susurra. Ella no debería de hablar más fuerte que un susurro. Las niñas
buenas no gritan. Patches toma dos o tres pasos por cada uno de su madre, y aun así
sus pequeñas piernas cortas no pueden mantener el ritmo. Las rocas bajo sus pies
desnudos la apuñalan. Pero las rocas no son nada en comparación con mamá.

Patches no mirada alrededor; mantiene sus ojos hacia el suelo. Mirar a su alrededor
sólo molestaría a su mamá. Se supone que no debe hacerse notar. Ella se mueve detrás
de su madre y baja su cabeza y mira a los pies de su madre, mientras sus suaves
zapatos acolchados tamborilean a un ritmo rápido delante de sus propios pies
desnudos.

—Inútil como un insecto, — continúa la madre—. Por qué, per mi vida, hice ese trato
para salvar te vida está más allá de mí. Nada más que un desperdicio de espacio, eso
eres. Pero un trato con una diosa es para cumplirlo. Y tú es lo bastante mayor.
Patches escucha. Silenciosamente. Odia ser inútil. Pero por más que trate, nunca ha
hecho nada que valiese una pizca de bondad.

—Lo siento, mamá.

—Como debes. Lamento haberte tenido… eso es seguro.

Mamá hace una pausa en la parte superior de la subida, y Patches camina directa hacia
ella.

—No me golpes, mocosa llorona. Te traje este mundo; te puedo sacar. Y el mundo
también me lo agradecerá.

En la subida en la carretera se pueden ver más casas de las que Parches haya visto
juntas en un solo lugar. Tan alto. Tan alto como los árboles. Y todas aquellas personas
deambulando como muchas pequeñas hormigas marchando alrededor de su nido. Ella
quiere ir a casa. La abuela no estará contenta de verla –la abuela nunca quiso una niña
inútil como ella– pero será más seguro. Y cuando nadie la quiera, podría esconderse en
un árbol. Los árboles son siempre amables. Susurran palabras dulces. Después de sus
castigos, se queda dormida bajo sus ramas.

—No te seas llorona. Debes de estar agradecida a la diosa por haberte salvado vida y
permite ser su esclava.

—Sí, mamá.

Patches muerde sus labios y mira hacia abajo al camino de piedra a sus pies. Ella debe
estar agradecida.

—Y note me llames así más. Ya he terminado contigo.

Patches no sabe qué decir. Porque "sí, mamá" es todo lo que ella dice. Algo más es
querer un cinturón en la espalda. Así que Patches mantiene la boca cerrada y sigue,
colina abajo, a través de una puerta, en las atestadas calles. Mientras muchas personas
empujan, gritan.

Lágrimas caen por su rostro. Ella no puede dejar de llorar. Debería estar agradecida.
Las chicas buenas son agradecidas.

Se detienen en un gran lugar abierto, y en el centro se encuentra una tina donde el agua
salta alto en el cielo y salpica. Patches le echa un vistazo a través de sus pestañas. Sería
divertido bailar en el agua. Si nadie estuviese mirando. Ella piensa en su arrollo en casa
con su burbujeante risa alegre. Le cantó a ella, prometiendo traerle alegría.
Suaves bajo sus pies doloridos, los ladrillos destellaron oro en la luz del sol. A Patches
le gusta la forma en que la luz ilumina los edificios blancos. Las flores frescas crecen en
macetas en las ventanas, trayendo olores de lavanda y brezo en la brisa. Este es un
lugar feliz. Tal vez ella no pertenezca aquí.

—No quieren un esclavo en su puerta principal.

Mamá toma su mano y la dirige lejos del agua que salta, dando la vuelta en la esquina,
por una calle estrecha, hacia una pequeña puerta de madera. Ella golpea, y una cara
redonda con mejillas rosadas se asoma.

—Lo siente, mi señora, —dice ella—. Pero no estamos comprando nada ahora. Ven otra
vez mañana.

Patches siente duras manos empujándola hacia delante.

—Hice una promesa, y aquí está. Deja que la diosa la tenga y haga con ella lo que
quiera.

La frente de esa cara redonda se agrupa en una docena de líneas muy pequeñas. A
Patches le gustan esos pliegues y dobleces y los amables ojos que le sonríen. Se olvida
de que no se supone que mire. Llama la atención. Y las chicas buenas no llaman la
atención. La mano de su madre empuja su cabeza hacia abajo, y sus manos tiemblan,
sabiendo que el castigo está cerca.

—No lo entiendo, mi señora. Estas son las cocinas. Si usted va a dar a su hija a la diosa,
debe presentársela a la sacerdotisa en el santuario.

—Ella no merece tal honor.

Mamá la empuja hacia adelante y se va ofendida.

Mirando fijamente al suelo, Patches escucha los pies de su madre resonando por la
calle vacía. Es una esclava. Indeseada. Indigna.

Sola.

—Ya está, ya está, pequeña nena, no te estés llorando. Confía en la señora Howell. Voy
a arreglar esto.
Manos calientes la llevan dentro y la guían a la mesa de madera. Patches da un vistazo
alrededor de la habitación, es seguro hacerlo, porque la mujer se ha ido al otro lado de
la cocina. Unas pocas personas están mezclando y cocinando, pero cuando la miran,
ella baja su mirada.

Quiere que sepan que va a ser una buena chica. Para que no la echen. Mamá siempre
decía que cuando fuese a la diosa, era mejor que fuese útil o no la querrían.

—¿Te gusta la mantequilla y miel con galletas, cariño? —La voz es dulce. Al igual que
los árboles. Le hace pensar en una suave brisa, soplando a través de su pelo, enfriando
el escozor del golpe en su cara.

Patches no sabe qué decir. Nunca le permitieron pedir nada. Ella comía su papilla y
nunca pedía más. Si el pan estaba duro y las manzanas se volvían papilla, se las
lanzaban.

—No tengo hambre, —susurra.

Dos brazos la recogen, poniéndola en un regazo, y abrazándola.

—Ahora no me mientas, ángel. Nada más que un saco de huesos, eso eres. Así que deja
que la señora Howell te alimente con algo delicioso.

Patches apenas puede ver la mano ofreciéndole un bizcocho a través de la maraña de


pelo detrás de la que se esconde.

—Aquí tienes un bocado, pajarito. No tienes que tomarlo. Sólo tienes que abrir boca.

Las manos se mueven a través de su cara y pelo, empujando el pelo lejos de su cara y
secándole las lágrimas. Un pedazo de galleta, caliente y suave con algo dulce, llena su
boca.

—¿Cuál es nombre, amor?

Patches sacude su cabeza.

—¿Cómo te llaman?

Ella se inclina cerca y susurra.

—Una vez un hombre me llamó Patches. —Se sonroja. Nunca le permitían hablar de
los visitantes de mamá. Se suponía que ni siquiera debía ser vista por ellos. Habría
conseguido una paliza realmente mala por ello.
—¿Sin nombre?

—Es desafortunado nombrar a alguien que va a morir.

Patches mira hacia abajo a sus sucios y pequeños pies, y sacude su cabeza. Eso era más
de lo que ha dicho nunca. Ella mira a la mujer para ver si está en problemas. Todas esas
pequeñas arrugas y surcos destacan en su frente. Patches rápidamente mira de nuevo a
sus pies. Si ella frunce el ceño, ¿significa que va a golpearla?

La mano acaricia su cabello, empujándolo detrás de su oreja.

—Déjame decirte algo, pequeña. Todos nosotros vamos a morir algún día. —La mano
se mueve a su barbilla y levanta su rostro. La mujer sonríe—. Y es una suerte que
consiga nombrar a una pequeña cosa hermosa como tú. Oh, menudos ojos azules.
Claros como un día de verano.

Mirando a la mujer, Patches se traga su miedo. Sus pequeñas manos tiemblan, y trata
de alejarse. Pero esas manos la agarran con firmeza.

—Necesitamos algo diferente, pero no tan diferente que no se sienta como tuyo.
Patches no, algo… más dulce. Déjame pensar. —La mujer se inclina su cabeza—. ¿Qué
hay de Peaches? Sí, eres tan dulce como un poco de tarta de melocotón1.

¿Peaches? ¿Su nombre es Peaches? Ella no sabe realmente lo que es un melocotón, pero
le gusta la forma en que suena cuando lo dice la mujer. Casi salía de su boca como algo
dulce. Como la galleta de miel que se acaba de comer. Ella mira hacia abajo a las manos
de la mujer, que ahora están vacías. El estómago de Peaches gruñe.

—¿Todavía tienes hambre, Peaches? Carly, otra galleta por favor, y no seas tímida con
la mantequilla. Esta necesita un poco de grasa en sus huesos.

Peaches se olvida de mirar a sus pies mientras mira alrededor de la cocina. Los
cocineros bullen alrededor. Algunos cantando. Algunos silbando. Y todo el mundo
sonriendo. A ella. Y sus ojos brillan. Como la luz del sol brillando en el riachuelo. Ellos
parecen prometerle alegría, como su amigo de la infancia le cantó. Ella devuelve la
sonrisa; un pequeño tirón en la comisura de su boca. Y luego agacha su cabeza en el
hueco del brazo de la mujer.

—Ya está, ya está. ¿Tienes una ola de timidez? —La mano acaricia la parte posterior de
su cabeza. Esto hace que Peaches se sienta segura, y una sonrisa crece dentro de ella.

1 Peaches es melocotón en inglés.


Puede sentirlo, suave y tierno. La calienta en su interior como cuando los árboles le
cantan para que duerma.

—Aquí tiene, señora. —El plato hace un ruido metálico en la mesa.

Nunca antes había visto tanta comida; por lo menos, no para ella. La mantequilla se
derrite en las galletas, y la miel hace remolinos en la parte superior. Brazos fuertes y
reconfortantes la levantan hacia arriba y la colocan en el banco.

—Ahora no te seas tímida. Todo esto es para ti.

Peaches agarra una de las galletas, tan suave que se deshace en su mano, y la empuja
en su boca. Echando un vistazo a la mujer, sonríe. Una sonrisa completa, mostrando
todos sus pequeños dientes.

—¿Qué edad tienes, amor?

—Cinco cosechas. —Eso es lo que recuerda que dijo mamá. Cuando tuviese cinco
cosechas, iría a la diosa. Así que tiene que tener esa edad.

—Oh, mi… ¿eres tan mayor? Pero tan pequeña.

Peaches está confusa. ¿Qué quiere la mujer que responda? La frente de la mujer es
suave ahora. Pero lágrimas –muchas de ellas– caen por la cara de la mujer, por su
barbilla y en su regazo. Ella quiere preguntar por qué la mujer está llorando, pero
estaría pidiendo problemas. Al mirar hacia abajo a sus sucios pies, recuerda la mano
suave secándole las lágrimas.

Con sus manos temblando, se acerca más para secar las lágrimas. Pero se detiene,
congelada. Su corazón late como un tambor salvaje, apretando su estómago en nudos.

—¿Puedo secar tu lágrima? —Susurra.

La mujer asiente.

—Ya está. Vas a estar bien. Ya lo verás. —Peaches seca la lágrima de la mejilla de la
mujer.
2
Traducido por Coral Black

—Peaches, tu madre te dejó conmigo, y por la ley del templo, eso te hace mi
responsabilidad. Por la diosa Araphia, soy tu madre ahora, —dice la mujer.

La idea asusta a la niña. Si esta mujer es su madre, ¿será mala ahora? Las mamás
siempre son malas. Tienen que serlo para poder enseñar a sus niñas cómo comportarse.
Es importante ser bueno.

La mujer pone sus brazos alrededor de Peaches y levanta su barbilla.

—Como tu mamá te voy a llevar a la sacerdotisa. Sería mi derecho darte a la diosa si


fueras mi hija.

Sus manos tiemblan. La mujer no la quiere.

—Por favor, no —susurra.

—No vas a ser una esclava, amorcito. Y vivirás aquí. Te edicarán y me puedes visitar
todos los días.

—¿Todos los días? —Su voz chirría. Mordiéndose el labio, ella echa un vistazo hacia
abajo a sus dedos de los pies. No debe hacer tanto ruido. La mujer puede cambiar de
opinión.

—Sí, mamor. Cada día.

Cada día. Su corazón salta y gira en su interior. No está muy segura de cómo su corazón
podría moverse así, pero es una sensación muy agradable. Cada día, ella puede venir a
la mujer, sentarse en su regazo, y comer galletas y miel.

Cada día. Peaches la abraza –un lío salvaje de brazos– insegura de dónde deberían de ir
sus brazos. Nunca ha abrazado a nadie y nadie la abrazó a ella.
Asustada, se aleja. ¿Fue demasiado lejos? ¿La mujer está enfadada? Pero no, su rostro
es amable, y todos los pliegues de su cara parecen como de risa.

La mujer envuelve la mano de la niña en la suya y la conduce hacia la puerta. Peaches


se agacha detrás de la falda de la mujer para ocultarse, pero la mujer suavemente tira
de ella lejos –sin tirones o apretujones, sin dolor como estaba acostumbrada. Segura, su
pequeña mano en la grande.

Ella va a confiar en esta mano para guiarla.

La gente en la plaza empuja en torno a ella –sólo puede ver sus piernas, pisoteando,
empujando a través de la multitud– pero esa mano nunca la deja ir. Subiendo las
escaleras, se la lleva través de las puertas de oro abiertas.

La sacerdotisa está en el altar. Peaches mira para arriba hacia la cara severa encima de
la toga y luego aparta sus ojos. Ella quiere ser una buena chica. No debería haber
mirado a la sacerdotisa a la cara. Sus manos tiemblan, e incluso mientras las cierra en
puños, no puede hacer que paren.

Por favor, oh por favor, no me hagas daño.

La mujer junto a ella se arrodilla y tira de su mano. Se tropieza al suelo, deseando que
la tierra se abra y se la coma. La tierra sería cálida y segura donde podría dormir y
nadie le haría daño otra vez.

—Levantaros, niñas. La diosa os da la bienvenida.

La mujer se coloca al lado de ella, pero Peaches no puede moverse. Desobedecer


seguramente le hará obtener una paliza. Los azotes en su cuello aún seguían doliendo.
Pero intenta mientras puede, sus piernas no la escuchan.

Ella no quiere ser inútil. Quiere ser digna de ser conservada. Apretando sus ojos
cerrados, le ruega a la diosa.

No me hagas daño. Voy a ser útil.

Unas manos la tocan con suavidad. Debe ser la mujer. Escucha su voz, una
conversación con la sacerdotisa. Alguien la levanta, y se encuentra mirando a la cara de
la sacerdotisa.

—Oh, —llora, apenas un poco más que un susurro, y se lanza lejos. Se arrepiente de
hacer tanto ruido. La sacerdotisa creerá que es una chica mala.
Voy a ser silenciosa y buena.

—Niña, no voy a hacerte daño. —La sacerdotisa debe ser una buena chica, ella susurra.
Peaches quisiera sonar suave y susurrar así. Entonces tal vez nadie le haría daño. Ella
aprieta con fuerza sus ojos, pidiendo a todo el que pueda escuchar, esperando que
alguien vaya a escucharla.

Por favor hazme buena. Voy a ser útil. Lo prometo.

Siente manos elevándola y llevándola, pero mantiene sus ojos cerrados y reza más
fuerte. Reza con tanta fuerza que sus labios se mueven, pero no emite ningún sonido.

Seré buena. Lo prometo.

El choque de un piso mojado y frío bajo su cuerpo la obliga a abrir sus ojos. Está
rodeada por sacerdotisas. Mirándola. Se encoge, con ganas de correr y esconderse, pero
no hay ni una brecha entre las mujeres. Trata de empujar su camino a través de ellas,
pero la inmovilizan.

Le arrebatan su vestido remendado, y ella llora, sin poder ver a través de las lágrimas
en sus ojos. Ella empuja, rasguña, corre, patalea. Desesperada.

¡No! No me toques. No me hagas daño.

Un parche de tela es lanzado sobre el frío suelo de piedra. Pero allí, el parche se
retuerce como un montón de sanguijuelas revolviéndose con pequeños brazos y
piernas, sus cuerpos de grasa, sus bocas chillando. Alguien lo pisa. Grita mientras su
cuerpo explota por la presión. La sangre marrón y roja.

Peaches mira.

No está gritando más.

Más parches son sacados de ella. Más cuerpos yacen en el suelo. Una peste emana
hacia ella mientras una mano se cierra en su garganta. Se atraganta, vomitando bilis y
flema. Gusanos se retuercen en su vómito.

Desnuda y agotada, se desploma sobre la piedra al lado de los gusanos y las


sanguijuelas y cierra sus ojos. Algo se siente diferente. Su encorvada espalda está recta;
sus huesos no duelen; su estómago no se revuelve. Ella suspira y sonríe. Ahora puede
dormir.
Pero las manos tiran de ella, obligándola a ponerse de pie, y la arrastran hasta el borde
de una piscina. Tropieza y se sumerge en una tina de líquido caliente, suave contra su
piel. Aceite. Manos la empujan abajo. Se sacude, tratando de liberarse, pero cuanto más
pelea, más profundo se desliza debajo de la superficie.

Sus pulmones arden y lucha por liberarse. Por conseguir una respiración. Una sola
respiración. Grita; el aceite llena sus pulmones, quemando a través de su cuerpo,
fundiéndose con su calor. Ella abre sus ojos.

Ya no quiere respirar, y el agua es oscura mientras se desliza en los recovecos de la


piscina. Una luz en la distancia y levanta la mano hacia ella, un gesto de despedida.

Hubiera sido útil. Lo habría intentado.

La luz se desliza más cerca. Una mujer, sonriendo en medio de la luz, pelo largo
flotando en el agua a su alrededor, estira una mano. Peaches se lanza hacia ella,
desesperada por tocarla. No importa si se muere o si la mujer la deja en la piscina de
aceite, siempre y cuando toque sus dedos.

Esa luz. La luz curará, echando el dolor. La calentará y la consolará. Debe tocarla.

A medida que sus dedos se encuentran, la luz se propaga por su brazo y a través de su
cuerpo. Sonríe; la mujer le devuelve la sonrisa. Extendiendo los brazos, abarca a
Peaches y la lleva a la superficie. Más manos la levantan y la cubren con un manto
caliente.

Estoy limpia. Mis manos resplandecen, y mi piel es suave en contacto con la túnica.
Como la mujer en el agua, una luz quema dentro de mí, irradiando a través de mi piel.
Busco por la hermosa dama, pero ahora sólo me rodean sacerdotisas.

—¿Cuál es tu nombre, hija? —La voz de la sacerdotisa es gentil y amable. No es


silenciosa y buena. Pero ya no quiero ser tranquila y buena.

Levanto la barbilla y sonrío.

—Mi nombre es Peaches.

—Bienvenida, Peaches, hija de Araphia, diosa de la luz.


—¿Qué me pasó? —Miro hacia atrás al otro lado de la piscina, donde el vestido y la
suciedad han sido lavadas. ¿Cuánto fue real? ¿Cuánto una ilusión?

La sacerdotisa se agacha frente a mí. Sus ojos brillan cuando se mete un mechón de
pelo color jengibre –caído del moño en la nuca de su cuello–, detrás de su oreja.

—Todos tenemos heridas infligidas por otros. Algunas de gente bien intencionada con
palabras insensibles. Otras por el espíritu malvado que quiere destruir todo lo que es
hermoso. Algunas por los celosos y envidiosos. Otras por aquellos que quieren animar,
pero arremeten con lenguas críticas. La diosa ha drenado el veneno de tus heridas y
trajo la curación a tu corazón.

Por primera vez, estoy completa.


3
Traducido por Cat J. B
Corregido por Coral Black

Las camas se alinean en las paredes y, a mi alrededor, chicas saltan en las camas y se
tiran almohadas, bailan y ríen. Aferrando las mantas contra mi barbilla, me siento en
mi cama y observo, con mi boca muy abierta por la sorpresa. Estas chicas no son
buenas y calladas.

—¡Niñas, niñas, niñas! A sus camas. —La sacerdotisa está parada en la puerta y
aplaude. Yo tiemblo, esperando un ceño fruncido pero, en cambio, ella sonríe
sacudiendo su cabeza divertida. Y ríe. ¿Por qué no las golpea y las arrastra a sus camas
de los cabellos? ¿Por qué no les grita?

Soltando risitas, las chicas se meten bajo las mantas.

—Buenas noches, madre —dicen en voz alta.

—Buenas noches, niñas. —Ella camina a través de la habitación, arropando a cada


chica, acariciándoles el cabello, besándoles la frente, diciendo silenciosas palabras al
oído de cada una.

Cuando llega a mi cama, me acomoda las sábanas. Sus labios rozan mi frente.

—Dulces sueños, Peaches. Estamos contentas de tenerte aquí.

Nunca antes tuve una almohada suave o tantas mantas cálidas. En la casa de la abuela,
dormía en el suelo con una manta fina. Nunca nadie me arropó ni me besó. Quizás así
es como sería el cielo.

La sacerdotisa apaga las velas, sale de puntillas de la habitación, y cierra la puerta.

Un suspiro llena la habitación como si las chicas se acomodaran en sus camas. Me


llegan zumbidos somnolientos desde una cama a un par de filas; vienen susurros desde
mi otro lado. Me tumbo sobre la espalda y estiro mis pies, cubriéndome más con las
sábanas.

La luz de la luna se recorta a través de la oscuridad, el círculo de plata se asoma a


través de la ventana, sonriendo hacia mí. El mismo rostro alegre al que le susurré todos
mis secretos desde las oscuras ventanas de la casa de la abuela.

—Si te preguntas dónde estoy, querida amiga —susurro—, estoy a salvo en mi nueva
cama. ¿Puedes sentir lo suave que es mi almohada? Gracias por venir conmigo. Te he
extrañado.

Algo se deja caer en mis pies y una oscura forma me mira desde arriba.

—¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes? Siempre quise tener una amiga, alguien de mi
edad con quien jugar y hablar, así que le recé a Araphia esta mañana para que traiga a
alguien nuevo al templo. ¿Quieres ser mi amiga? Soy la más pequeña de doce
hermanos, mis padres decidieron que ya había demasiadas bocas que alimentar. No es
como si pudiera ayudar; era solo un bebé…

—Yo vengo de las colinas.

—Vaya. Tan lejos. ¿Has visto las montañas? Apuesto a que son grandes. Dicen que
Elias vive en la cima de la montaña más alta. Él puede observarnos a todos desde allí.
Todo lo que hacemos y decimos, él lo sabe. Eso es aterrador, ¿no crees? —Susurra ella y
luego mira alrededor como si pudiera atraparlo observándola—. Soy Maris. ¿Cómo te
llamas?

—Peaches.

—Vuelve a la cama, Maris, y deja a la chica nueva en paz. —Con las manos en la
cintura, una chica mayor frunce el seño hacia nosotras. Espero que el familiar miedo se
arrastre sobre mí, pero nada pasa.

—Lo siento, Lydia. —Maris aprieta mi mano antes de escurrirse y cruzar la habitación
para meterse en su cama.

El calor se extiende por mi pecho. ¿Tengo una amiga?

Cierro mis ojos, me acurruco más en las sábanas, y dejo que mi suspiro somnoliento se
una a los sonidos apagados que llenan la habitación.
—Tú no crees de verdad que estas falsas sacerdotisas se preocupen por ti, ¿o sí? —Sisea
una voz en mi cabeza.

Abro mis ojos de golpe. Una negra neblina cubre la habitación así que no puedo ver
nada más allá de mi cama. Algo rasguña en la oscuridad, y yo agarro fuerte mis
mantas, ciñéndolas a mi alrededor, mientras me esfuerzo por respirar el aire
contaminado.

—¿Qui… Quién está ahí?

—Un amigo. Un amigo de verdad que se preocupa por tu bienestar.

—¿Qu… Qué quieres?

—Dulce niña. La preferida de Elias. Quiero servirte, ayudarte, protegerte. —Él se para
detrás de mí y, curvando sus manos sobre mis hombros, inclina su cabeza hacia mí. Su
respiración es dulce, despejando el aire contaminado, y mi cabeza da vueltas.

—Pero ellas fueron agradables conmigo, e hice una amiga. Nunca he tenido una amiga
antes.

—Es solamente un truco para conseguir acercarse a ti; quieren conocer tus más
profundos secretos, las partes más oscuras de tu alma, así pueden exponerlos para que
todo el mundo los vea. Tú y yo conocemos la maldad de tu corazón. Cómo con mucha
frecuencia piensas en tomar más comida para ti. Cómo egoístamente tomas el pan por
el que tu mamá trabaja tan duro. Cómo con mucha frecuencia hablas incluso cuando
sabes que se supone que debes guardar silencio. Ellas quieren exponerte por lo que
eres. Pero yo puedo ayudarte; puedo esconderte de ellas. Debes ocultarles lo que eres.

Gimiendo, pongo las mantas sobre mi cabeza, escondiéndome de las dolorosas


palabras.

—¿Recuerdas cómo desobedecías a tu abuela y a tu madre? Una vez que esta gente te
conozca de verdad, te verán como algo sucio e inútil. Entonces, nada los contendrá de
tirarte a las calles. Pero yo puedo protegerte de ellos.

Las escenas de la noche se repiten en mi mente, deformándose, cambiando. Sus


sonrisas ahora se burlan de mí. Me empujan y se ríen cuando yo tropiezo. De rodillas,
me agarro a sus manos, trepo por sus rodillas, rogando por amor, pero me ignoran. El
miedo y el dolor se arraigan dentro de mí. Soy una chica infeliz, sucia. Nadie me
quiere.

—Pero tú puedes quedarte conmigo. Yo puedo esconderte aquí. Puedo protegerte. —


Su voz es suave y gentil. Doy un vistazo desde debajo de las sábanas, y él aparece a la
vista. De cintura para arriba, es un hombre, con cabello verde cayendo por sus
hombros, y de cintura para abajo escamas verde azuladas, resplandecientes como
gemas, cubren la larga cola de víbora.

—¿Quién eres? —Pregunto.

—Soy Naga, el Protector. —Sostiene una botella dorada hacia mí, y dentro un líquido
burbujea—. Para quedarte conmigo, solo bebe un poco. Un trago te dará una vida
eterna, conocimiento y entendimiento, belleza sin comparación, todo lo que puedas
imaginar. Serás una diosa a mi lado.

—¿Eso no estaría mal? Los dioses se enfadarían conmigo.

—¿Qué han hecho los dioses por ti? Te dejaron en ese lugar para que murieras de
hambre. Podrían haberte protegido. Podrían haberte rescatado. Pero te dejaron fría y
sola con tu dolor.

Tomo la botella en mi mano. Esta pica, enviando olas de entumecimiento por mi brazo,
mareándome. El líquido se oscurece, y la botella crece negra, una nube oscura la rodea.
Pudo ver la oscuridad trepando por mi piel, cubriéndome de baba.

—No lo sé. ¿Tengo que decidir ahora?

Con sus colmillos relucientes, el hombre serpiente se inclina sobre mí, su rostro queda
a la altura del mío. El cuerpo de serpiente se envuelve a mi alrededor y me aprieta.
Lucho por respirar, pero todo lo que obtengo es una gran bocana de su respiración, que
ahora apesta como algo muerto.

Chillo, pero ningún sonido sale.

—Estoy dormida. Tengo que despertar. Abrir los ojos. —Pero no puedo despertar.
Rasguñando y dando patadas, me retuerzo para soltarme de su agarre, pero mientras
más me muevo más fuerte se enrosca y se aprieta a mi alrededor.

—Nunca te dejaré ir —sisea, su lengua bífida cosquillea contra mi mejilla.

—Por favor. Ayudadme —susurro.

Una corriente de aire fresco sopla contra mi rostro. Aléjate de él. Apártate.

Me retuerzo, el dolor se dispara por mis extremidades entumecidas, hasta que me


suelto.

Finalmente el sueño se desvanece, y me despierto en mi cama.


La sacerdotisa está arrodillada a mi lado; con lágrimas corriendo por su rostro.
Susurrando oraciones, ella sostiene un trapo húmedo contra mi frente. Cuando
nuestros ojos se encuentran, me aprieta contra su pecho y me mece.

—Estás despierta. Oh, gracias a Elias.

—¿Está bien?

Miro a mi alrededor para encontrarme con todas las chicas reunidas alrededor de mi
cama.

—Estará bien. Gracias a los dioses; estará bien.

—¿Qué pasó? —Me atraganto.

—Araphia, la Luz, nuestra diosa sagrada… —Ella hace el signo sagrado—, me


despertó diciéndome que estabas en peligro. Pensé que no respirabas; que la muerte te
había llevado.

Me estremezco, recordando las frías escamas arrastrándose sobre mí y el aliento de


muerte en mi rostro.

Si no le hubiera pedido ayuda a los dioses, ¿seguiría aún con vida?

La sacerdotisa me abraza más fuerte, y los recuerdos del terrible sueño se desvanecen
mientras la luz de la habitación, las risas de las chicas y la bondad del toque de la
sacerdotisa llenan mis sentidos. Estoy viva y a salvo.

Gracias, Araphia, diosa de la luz, por salvarme. Si el mundo puede ser así como esto,
me gustaría vivir un poco más.
4
Traducido por katherin
Corregido por Florpincha

Como de costumbre, estoy despierta antes del amanecer, pero no estoy segura de qué
hacer. Normalmente, estaría fregando los suelos o preparando el desayuno y el té para
la abuela; y atrapando el último momento de paz antes de cometer un error y que me
gritasen. Pero ni siquiera sé dónde están los productos de limpieza y la cocina tiene un
cocinero.

Trepando al asiento de la ventana, veo la luna hacer su descenso hacia su propia cama
para dormir todo el día. Tal vez si pudiera encontrar su lugar de sueño, podría
despertarla. El pensamiento trae una sonrisa a mi corazón. Pensar que mi amiga la luna
podría venir y jugar.

Tal vez podríamos atrapar libélulas juntas.

—Despierta. La Madre quiere que te lleve a ella. —Lydia sacude mi hombro. Su cara es
delgada, más aún con su trenza apretada. Sus labios presionados juntos en una línea
delgada, y no puedo evitar preguntarme si sería bonita si sonriera.

Me froto los ojos soñolientos.

—¿La Madre? ¿Hice algo malo?

—Vamos. Vístete y date prisa. —Ella gira sobre sus talones y camina con paso
majestuoso hacia mi cama. Salto para seguirla.

—Se supone que debes hacer la cama al levantarte. Esas son las reglas. —Ella endereza
las mantas y ahueca mi almohada—. Puedes conseguir algo de ropa del armario.

Los gabinetes se alinean en la pared al frente de la habitación. En los dos primeros,


encuentro mantas y sábanas adicionales, y en el tercero, toallas que llenan los estantes.
Cuando cierro la puerta, una pila se viene abajo en mi cabeza, dejando un montón en el
suelo. Las recojo y las pongo de vuelta, pero no encajan.
—Oh, por el amor de Dios. Lo pliegas así. —Lydia agarra una toalla de mi mano y la
dobla en un pequeño cuadrado perfecto y lo coloca cuidadosamente dentro.

Agarrando otra toalla, trato de copiar lo que había hecho, pero en su lugar me sale un
rectángulo desequilibrado.

—Arregla los bordes o no ajustará. —Lydia me quita el deforme bulto y lo termina.

Ella ya consiguió poner las otras toallas de regreso en su lugar, y estoy parada de pie
con torpeza, sin saber muy bien qué hacer, esperando a que termine. Ella coloca la
última toalla en su lugar, un cuadrado perfecto como todos los demás, y luego abre el
último armario.

—Los armarios están claramente marcados; si prestases atención verías que éste dice
“ropa”. —Ella apunta a la señal de letras indescifrables.

—Aye, me las arreglaba para abrir esa. —No quiero decirle que no puedo leer.

—Estabas a punto de abrirla. No hables como una chica de las montañas. —Ella escoge
un vestido para mí y niega con la cabeza antes de colocarlo de regreso pulcramente en
la pila.

Muerdo mi labio. ¿Qué hay de malo en mi forma de hablar?

Ella agarra otro vestido y lo sujeta hacia mí.

—Éste es el más pequeño que tenemos, y podría engullirte. Podrías tropezar con el
dobladillo en cualquier momento que intentaras caminar. Voy a tener que decirle a la
Madre que debemos llevarte a la costurera.

—Puedes usar uno de mis antiguos vestidos, y luego voy a trenzar tu pelo. —Maris
coloca un vestido blanco con pequeñas flores cosidas de color púrpura en el dobladillo
sobre mi cama—. He bordado las flores. Se supone que todos tenemos una hora para
relajarnos al final del día de trabajo, y esto me llevó mucho tiempo. Tuve que
descoserlo y hacerlo de nuevo; y no mires con detenimiento la parte posterior de la
costura o vas a ver todos mis errores.

—Te doy un agradecimiento. —Me pongo el vestido por encima de mi cabeza, y Maris
lo abotona.

—Quieres decir “las gracias”. No “un agradecimiento”. —Lydia rueda los ojos.

—Un poco grande, pero servirá. En mí muestra mucha pierna.

—Te faltó un botón —señala Lydia.


—Lo tengo bajo control, Lydia. Deja de ser quisquillosa. Peaches, tienes un cabello muy
bonito. —Sus dedos trabajan a través de mi cabello—. Mi cabello castaño parece
estiércol de caballo.

—Ejem. —Lydia le frunce el ceño a Maris.

—Oh, no me regañes. La señora Howl dice “estiércol de caballo” todo el tiempo.

—Ella es grande y puede decir todo lo que le guste. Tú, por el contrario, eres una hija
de Araphia y has aprendido a no dejar salir malas palabras de tu boca. —Sus cejas se
aprietan juntas en el medio, haciendo dos líneas largas. Si se mantiene frunciendo el
ceño de esa forma su rostro podría quedar como una tallada calabaza enojada—. Hay
un nudo en su cabello. Voy a buscar un cepillo.

Lydia desaparece y vuelve tan pronto como Maris coloca mi cabello en su lugar.

—Llegas demasiado tarde.

—Déjame ver. —Frunce los labios mientras me inspecciona de pies a cabeza antes de
acomodar un mechón en mi trenza—. Estás lista.

Ella marcha hacia la puerta, y camino penosamente detrás de ella a regañadientes. No


quiero hacer frente a la Madre sola. Estaba empezando a sentirme cómoda y aceptada.

—Voy contigo. —Maris, con su cara tan brillante como un tulipán amarillo, agarra mi
mano, mi brazo y se balancea hacia atrás y adelante—. A Lydia no le va a gustar. Ella
quiere que todo siga igual a como lo planeó, y puesto que la Madre no preguntó por mí
no soy parte del plan. ¿Dónde están tus zapatos?

—No tengo ninguno. —Agachando la cabeza, refriego los dedos de mis pies sobre el
suelo de baldosas marrón.

—Está bien. —Su cola de caballo marrón se balancea, ella me empuja por la puerta y
me arrastra por el pasillo detrás de Lydia—. La Madre se hará cargo de ello. Una vez,
Alice rasgó sus sandalias jugando en las zarzas, y casi se rompió el tobillo. Ella pensó
que iba a estar trabajando en la cocina durante semanas, pero la Madre se limitó a decir
que los zapatos son mucho más fáciles de reparar que los tobillos.

Durante todo el paseo por el templo, ella parloteó sobre las niñas y la escuela del
templo. Nos dirigimos esquina tras esquina hasta que estoy completamente perdida.
La última puerta se abre a una gran sala sin techo. La abuela podría acomodar cuatro
cabañas aquí con espacio de sobra. Flores, árboles y otras plantas llenan el espacio, y en
el centro, una tina brota con agua brillando a la luz del sol, al igual que la que está
fuera, en la plaza de la ciudad. Pero con esta tina, líneas de pequeños canales se
extienden a lo largo de los jardines.

—¿Por qué se pone una tina al aire libre? ¿Es aquí donde la gente se baña? —Le
pregunto a Maris.

—Oh no, es una fuente. Es para regar el jardín. En nuestras clases hemos aprendido
que regar y el pez koi evitan que el agua se estanque.

—¿Qué significa err… es…anque?

—Solo significa que propaga el agua a través del jardín, de modo que no tienes que
llevar un cubo de agua. Eso sería mucho trabajo.

Las sacerdotisas trabajan en un jardín más allá de la fuente, y la música suena; una
encantadora melodía con flauta, laúd, y tambores. Me paro en puntillas y miro por
encima de los arbustos; los músicos están colocados cerca de la fuente.

Pilares tallados en diferentes formas, uno es una niña con una cola de pescado por
piernas y otro es un niño con alas que sobresalen alrededor de los bordes del jardín.
Doy un paso por debajo de la sombra y la luz del sol salpica mi cara. Cerrando los ojos,
inclino mi cara para atrapar el calor en mi piel.

—Alice dice que no debes hacer eso o vas a tener pecas. Vamos. Mejor nos apuramos.
Lydia se molestará si llegamos tarde. —Ella sonríe, no tiene sus dos dientes delanteros,
y luego hace sus pasos más lentos.

—Me las arreglo para saludar al sol.

—¿Me las arreglo? ¿Qué significa eso?

Frunzo el ceño, confundida.

—Significa que me las arreglo para hacerlo, eh… arreglo.

—Quiere decir que está a punto. —Lydia sale de detrás de un pilar—. Estás en el templo
y hablar como una tonta sin educación es una blasfemia. ¿Qué haces aquí, Maris?

— Peaches, debe tener a alguien para que se sienta cómoda.

—Tsk, la Madre encajará tus orejas por no ir a clases; no digas que no te lo advertí.

—Madre siempre dice que mi sonrisa le levanta el ánimo. Estoy segura de que no le
importará. —Maris le da una sonrisa complacida y Lydia se aclara la garganta
ruidosamente antes de abrir otra puerta y desaparecer en el interior.
Miré vacilante hacia la puerta. Una inquietud desagradable se instala en mi pecho.
Lydia dice que hay algo mal con la forma en que hablo y no sé lo que estoy haciendo
mal.

No es mi miedo usual de ser golpeada o el deseo de ser la chica perfecta, esos


sentimientos fueron aliviados por la luz de Araphia, pero de todos modos, quiero
agradarle a la Madre.

Maris aprieta mi mano y, cuando miro hacia arriba, sonríe.

—Todo está bien. Lydia puede ser un poco pesada, pero la he visto rescatando a un
gatito de un árbol y la Madre se preocupa mucho por todos nosotros. Además, voy a
estar aquí contigo.

Entramos juntas.

La habitación está alumbrada por el sol que entra por las ventanas abiertas y las
cortinas blancas ondean con la brisa. Un gran escritorio de madera se encuentra en el
centro de la habitación, pero en lugar de sentarse detrás de él la Madre está regando
sus plantas, hablando con ellas, llamándolas a cada una por su nombre, y tarareando
mientras trabaja. Pensé que era la única que hablaba con las plantas.

El pelo rojo de la Madre está envuelto en un moño, y cuando gira y me vislumbra en la


puerta, me sonríe.

—Bueno, aquí estás. Nuestra nueva adición. Ven aquí, niña.

Sentándome, ella me tira en su regazo y acaricia mi cabello. Miro hacia arriba a los ojos
de color marrón, moteados de oro. Su dedo debajo de mi barbilla, inclina la cabeza y
me estudia.

—No te han tratado bien, ¿verdad? Y por eso la diosa se aflige. Te prometo que tu vida
será diferente aquí. Es mi responsabilidad verte desarrollar tu carácter. A veces eso
significa misericordia. A veces significa disciplina, pero nunca te voy a castigar. El
castigo es para hacer pagar por crímenes. La disciplina es para enseñar una mejor
manera de comportarse.

Asiento con la cabeza, porque parece esperar alguna clase de respuesta. Sé lo que es un
castigo, pero nunca he oído hablar de disciplina o piedad.

—Voy a esperar que te apliques a tus estudios y aprendas lo que las sacerdotisas te
enseñan. Y si alguna vez tienes preguntas, mi puerta está siempre abierta para ti. —Ella
me baja y luego busca a través de una bolsa, sacando una moneda de oro—. Lydia,
quiero que la lleves a la ciudad. Visita a la costurera y al zapatero y ve que consiga el
traje adecuado.

La moneda brilla en la mano de Lydia. Nunca he visto tanto dinero. La abuela o mamá
a veces compraban una baratija con un centavo al vendedor ambulante o pagaban una
moneda de cobre por el pan y las manzanas, tal vez un pastel de carne, de un
comerciante.

Y esta moneda de oro es para comprar ropa y sandalias.

Para mí.

Quiero decir gracias, pero las palabras se quedan en mi garganta.

Maris dice: —¿Puedo ir también?

La Madre la estudia y luego a mí, antes de sonreírle de nuevo.

—Creo que sería una idea maravillosa.

Mi corazón salta.

Con el día de mercado terminado, las calles de la ciudad son más tranquilas. Mis pies
descalzos caminan sobre los suaves ladrillos. Un adolescente que barre la puerta
delante de su tienda nos hace una reverencia. Al igual que una sacerdotisa de verdad,
Lydia le da el signo de la paz. Se ve tan importante hacerlo; desearía poder hacer eso y
dar bendiciones.

—Vamos a jugar un juego —sugiere Maris.

—No conozco ningún juego.

—Nada de juegos —dice Lydia.

—Vamos a pretender que soy una princesa atrapada en una torre blanca.

—Nunca he oído hablar de ese juego.

—¿Nunca has pretendido antes?

—Nada de juegos. —Lydia toma mi mano y acelera el paso—. Tenemos tareas y


lecciones esta tarde. No estoy perdiéndome la práctica de laúd porque vosotras perdéis
el tiempo en las calles.
Ella me arrastra a una tienda con una señal que contiene la imagen de zapatos de baile.
Tal vez las palabras dicen el Zapatero Danzante, pero no puedo leer. En el interior, la
sala está a oscuras y yo parpadeo rápidamente para adaptarme a la penumbra.

El zapatero arrastra los pies, con los hombros encorvados y balancea la cabeza.

—¿Qué desean en mi negocio? Feliz de servir a una acólita del templo.

—Esta pequeña niña está en la necesidad de zapatos, gentil señor. —Lydia habla más
amablemente con el viejo que con nosotras.

—Aye, ella los necesita. —Él mueve su cabeza a mis lamentables pies, ahora sucios
después del paseo por la ciudad, estropeados por el largo viaje del día anterior, y
callosos de veranos trabajando al aire libre descalza. Mide mis pies en todas las
direcciones posibles, y siseo entre dientes cuando su palo de medida golpea el corte en
el talón de mi pie.

—Muchacho, tráeme un cubo de agua caliente y jabón. Y un cepillo.

No había visto al aprendiz en la esquina, el que barre el suelo. Él deja a un lado su


escoba y alcanza el cubo de agua, poniéndolo en el suelo derramando sólo un poco. He
estado encerrada por desperdiciar el agua, pero él sólo resopla y le dice que vaya a
buscar toallas.

El viejo lava mis pies y quita las rocas y un poco de vidrio de mi pie.

—No lastime sus pies en las carreteras de nuevo, señorita. Tengo un buen par de
sandalias para usted. Es mejor que las use.

—Aye, señor.

—Quieres decir, sí, señor. —Lydia levanta una ceja hacia mí.

—Sí, señor. —El calor se arrastra hasta mi cara, pero cuando Maris saca la lengua a
espaldas de Lydia, agacho la cabeza para no reírme.

Él ajusta los zapatos en mis pies y luego me ayuda a levantar.

—Se ajustan perfecto. Ahora intenta sacarlos. Muéstrale al viejo Jude cómo te vienen
bien.

Me tambaleo por el suelo, pero hago todo lo posible para ocultarlo. Él sonríe con
orgullo hacia su obra, y no quiero que vea lo incómodo que es no tener tierra firme bajo
mis pies.

—Dale las gracias.


—Gracias, señor. —La vergüenza quema en mi vientre. Niña de la montaña o no, no
deberían tener que recordarme dar las gracias a alguien. Mamá me habría golpeado
con el cinturón por una violación a tales costumbres.

Lydia le paga al hombre y, dándole un gesto de respeto, nos conduce fuera de la


tienda. Agarrando mi mano, ella marcha hacia adelante y Maris salta detrás de
nosotras para mantener el ritmo.

Con zapatos nuevos en mis pies tambaleantes, sigo a Lydia a la tienda de la costurera.
La luz natural se filtra a través de ventanas en el techo, iluminando la tienda más que
la del zapatero. La costura necesita una gran cantidad de luz. Lo sé porque yo había
cosido y remendado mi propio vestido mientras me sentaba en el arroyo.

—Se llaman ventanas del cielo —Maris susurra en mi oído—. Mi hermana Adie fue
aprendiz aquí antes de casarse. Mi mamá me contó todo sobre ello en su visita anual el
año pasado, dijo que Adie era la mejor costurera. Todas las señoras querían que
colocara encaje y bordado a sus vestidos.

Lydia le lanza a Maris una mirada enojada, y Maris aprieta la boca cerrada… pero un
poco de risa se desliza hacia fuera y presiona la mano en su boca para mantenerla
dentro.

En el centro de la habitación, diez niñas se sientan realizando puntadas. Una mujer con
el pelo gris y un rostro severo se aleja de una de las mesas.

—¿En qué puedo ayudarle, joven acólita?

—Esta niña está en la necesidad de ropa nueva. La Madre me ha enviado con la


petición de dos pequeños vestidos blancos y un vestido con adornos de oro para los
días del templo.

La mujer me mide –costillas, cintura, caderas y de la barbilla hasta el tobillo– y hace


tsks cuando ve mis uñas irregulares. Mi cara arde y escondo las manos detrás de la
espalda.

Cuando termina, Lydia y la costurera discuten el precio y la fecha de entrega. A lo


largo de una pared pernos de material colorido iluminan la habitación. Nunca he visto
tantos colores y texturas tan suaves al tacto.

—No tocar. Niñas, podéis esperar afuera. —Lydia hace gestos hacia la puerta.
Maris agarra mi mano y su vestido revolotea mientras se mueve, saltando conmigo a
cuestas.

—Pensé que nunca tendríamos la oportunidad de alejarnos de ella. Vamos a jugar un


juego.

—¿Que juego?

—Voy a ser la princesa en apuros, atrapada por un dragón, y tú serás la princesa con la
espada que salva el día.

—¿Cómo puedo hacer eso?

—Blandes tu espada y luchas contra el dragón.

—Pero no tengo una espada.

Maris mira a su alrededor y agarra un palo del suelo.

—Ahora tienes una espada.

Muerdo mi labio.

—Pero primero, tengo que encontrar al dragón. Vamos, creo que había un dragón
escondiéndose en la plaza del pueblo.

Corrimos por las calles, escondiéndonos en los callejones cada vez que el dragón se
acerca y se lanza hacia su madriguera cuando su espalda está volteada. El enemigo está
al acecho en cada esquina y deslizarse sobre los edificios. Es decir, deslizándose. A punto
de atraparnos, respira aire caliente en mi cuello, pero nos escapamos.

Jadeando, tropezamos con la fuente en el centro de la ciudad, me gusta esa palabra


fuente, y salto en la pared de la fuente encarando al enemigo con la espada de palo.

—Pon atención o te cortaré.

—Bájate de ahí. Estás haciendo una escena —Lydia sisea, agarrándome.

Me tropiezo y caigo dentro de la fuente con los nuevos zapatos y todo.

—… y finalmente encontré a las dos niñas haciendo un espectáculo como monos


bailando en el día de mercado. —Lydia cruza los brazos sobre su pecho.
—Gracias, Lydia. Lo tomaré desde aquí. —La Madre ve a Lydia saliendo con paso
majestuoso de la habitación, un golpe enojado mientras la puerta se cierra detrás de
ella, y tan pronto como Lydia se ha ido, la sacerdotisa se sienta en la silla, inclina la
cabeza hacia atrás y se ríe hasta que las lágrimas fluyen de sus ojos. Sorbiendo por la
nariz, se limpia la cara—. Parece que pasasteis un buen rato. Oh, las alegrías de la
infancia.

—¿No estás molesta? —Pregunta Maris en voz baja.

—Bendita niña, no. Jugar como niños es estar cerca de los dioses. Sería negligente en
mis deberes como sacerdotisa si prohíbo la risa de la diosa en nuestros muros. Ningún
daño se ha hecho. Ningún castigo será puesto. Os podéis ir.

Arrastro los pies hacia la puerta. Todo lo que hice hoy parecía ser incorrecto, desde la
forma de hablar a la manera en que me veo. Hago una pausa antes de salir.

—¿Hay algo mal conmigo?

—Peaches, ven aquí. —Ella me levanta en su regazo cuando me acerco—. ¿Qué te hace
preguntar eso niña?

—La forma en que algunas personas me tratan. Yo…

Sus ojos brillan mientras me sonríe.

—La infancia es un buen momento para desordenar las cosas. Te da un montón de


tiempo para aprender de tus errores.

—Creo que voy a necesitar mucho tiempo antes de hacerlo bien.

—Al igual que todos nosotros. —Besa mi frente.

El dolor ardiente en mi pecho se desvanece, y mis pasos son más ligeros mientras salgo
junto a Maris esperándome fuera de la puerta.

Ella agarra mi mano y salta por el pasillo.

—Vamos a visitar a la señora Howl. Ella siempre tiene algo delicioso para comer y las
historias más increíbles.

Felicidad burbujea dentro de mí, salto a su lado.

Hoy, tengo zapatos y vestidos nuevos, pero aún mejor, tengo una amiga.
5
Traducido por katherin
Corregido por AmiNatera

Pasaron los años. La vida en el templo estuvo llena de amistades y sol, lecciones y
tareas. En el templo, Madre nos dijo que la educación crea comprensión y sabiduría, y
que una joven apropiada debe comportarse con equilibrio y buenos modales. Ella
siempre me mira con su ceja levantada cuando dice eso, pero sus ojos parecen brillar al
mismo tiempo.

Así que aprendemos historia, literatura, escritura, matemáticas, práctica de tiro con
arco, esgrima, baile –oh, y el arte de servir el té. Siempre derramo mi té, y la profesora
niega con la cabeza.

Trato muy duro para complacer a la Madre –no porque le tema, sino más bien porque
sus sonrisas de aprobación florecen en mi corazón. Pero no importa lo mucho que me
enseñen en mis clases, no llego a mostrar ningún sentido o gracia. Preferiría estar
jugando en la fuente o subir a un árbol o leer un libro. Cinco años han pasado, y
aprendí una cosa: no importa cuánto lo arruine, la Madre siempre me amará.

En la primavera de mi noveno año, me siento en el aula, solo medio escuchando las


aventuras de Gabin, el dios del amor, hijo de Elias. Soñando con días de campo por el
arroyo con emparedados de pepino y tartas de fresa, miro por la ventana, observando
las bocanadas de crema recorriendo el cielo. ¿Cómo sería tumbarse en las nubes,
mirando a la gente en forma de muñecos con sus pequeñas casas de bloques muy por
debajo de mí?

Corriendo en mi nube, me gustaría perseguir dragones y vencer a villanos. Me gustaría


subir a la cima del Monte Andal.

—Despierta, Peaches. —Lydia se inclina sobre mi escritorio, una mueca enmarcando su


cara. Ella ha pasado de la chica-encargada-del-dormitorio a la ayudante de maestro y
cierne su nueva autoridad sobre nosotras como si fuéramos pequeños esbirros listos
para cumplir sus órdenes.
—Fruncir el ceño hace una pobre representación del amor de la diosa. —No puedo
creer que esas palabras salieran de mi boca. Mis compañeras me miran boquiabiertas.
Puede que sea verdad, pero nadie se atreve a hablarle a Lydia así. Pretendiendo estar
arrepentida, doblo mis manos en mi escritorio y miro hacia abajo.

—Repórtate en la oficina de la Madre. Ella te va a enseñar una lección sobre cómo


respetar a tus mayores. —Me agarra del brazo, llevándome a la puerta y dejándome en
el vestíbulo, cerrando la puerta de la clase detrás de ella.

La silenciosa sala se extiende ante mí. Líneas de luz solar se filtran a través de las
puertas abiertas.

Una brisa reconfortante trae los aromas de tortas recién horneadas y galletas de azúcar,
sabrosa carne asada para la cena y de patatas condimentadas desde la cocina. Echando
un vistazo por encima del hombro, me escapo para visitar a Mamá Howell y para
conseguir un plato de galletas y miel.

Tal vez Lydia se olvide de decirle a la Madre que me ha enviado.

La cocina me recibe con calidez, envolviéndome en los sabores de la primavera.


Montones de fresas, frescas de los jardines del templo, cubren la mesa. Mi boca se hace
agua.

—Allí está mi chica. —Mamá Howell vierte una taza de leche de una jarra de plata,
enfriándola con agua fresca del pozo, y la coloca delante de mí con un plato lleno de
galletas, mantequilla y miel, y un tazón lleno de fresas—. Come. Hay que poner un
poco de carne en esos huesos.

—Olí las golosinas en el pasillo. —La mantequilla y la miel se funden en mi boca, y las
bajo con un trago de leche cremosa.

Las fresas son dulces y jugosas, estallando mientras las muerdo.

Desplegando una bola de masa, mamá la dobla, lo golpea, y le da vueltas, y la rocía con
harina.

—He oído que las ranas están cantando por el arroyo. Apuesto a que te están
llamando.

—¿En serio? —Mi corazón salta. El arroyo es mi lugar secreto. El lugar especial al que
solo voy para escuchar el viento y el agua burbujeante. Desde mi posición en un árbol,
puedo ver los ciervos y los zorros viniendo a beber. Una vez incluso vi un coyote.
Seguramente, nadie me echaría de menos por una tarde.

—Ya que debes haber terminado tus clases temprano, ¿por qué no bajas? —Sus ojos
brillando.

Saltando de mi asiento, le doy un beso rápido en la mejilla y correteo por la puerta.


—Lávate las manos y la cara, ¡Peaches! Estas toda pegajosa.

—Sí, mamá —le grito, corriendo por el callejón, las sandalias golpeando el camino de
piedra.

Yendo a través de los edificios familiares, hago mi camino por la ciudad y hacia las
colinas.

Saltando de rama en rama, los pájaros parlotean en señal de saludo y las ardillas
sacuden furiosamente sus espesas colas, regañándome por invadir sus dominios. Los
árboles se mecen con el viento, y destellos de luz solar atraviesan los árboles mientras
sonrío.

En lo profundo del bosque, encuentro un claro lleno de flores silvestres. Persigo


mariposas hasta que mis piernas se cansan y luego recojo flores mientras canto una
cancioncilla sobre una chica y su amante, algo que las sacerdotisas nos dijeron que era
inadecuado cantar. Un ramo de primaveras llena mis manos, así que me siento en una
roca y las tejo en una corona que pongo en mi cabeza.

—Oh, me encantaría bailar. —Pretendiendo que el viento es mi pareja, danzo el vals


por el sendero a un ritmo perfecto para la canción en mi cabeza.

El viento me hace cosquillas en la cara con mi cabello.

Es tarde cuando llego al arroyo. Las lluvias de primavera enlodaron el camino, y me


deslizo por el terraplén, ensuciando mi vestido blanco. Riendo, me tropiezo con mis
pies y chapoteo a través del agua hasta el abuelo árbol que se eleva al otro lado.

—Estás asustando a los peces. —Un niño de rodillas al lado del agua, me frunce el
ceño. Su cabello castaño colgaba en una maraña; sus penetrantes ojos azules me miran
desde una cara sucia.

Me dejo caer junto a él y miro hacia el agua, todavía ondulándose donde me tropecé.

—Lo siento. ¿Encontraste algún renacuajo? He oído que las ranas han despertado de su
siesta de invierno.

—Eres una chica. A las chicas no les gustan las ranas.

—Parece que no lo sabes todo. —Agarro un cangrejo de río debajo de una piedra del
río. Se retuerce, sus tenazas tratando de pellizcarme—. A algunas chicas no les
importa lo que es viscoso.

Él sonríe.

—Apuesto a que puedo encontrar una rana toro más grande que tú.
—No creas eso solo porque soy una chica, no puedo golpear tus calcetines de ti2. —
Cruzo los brazos sobre el pecho.

—No estoy usando calcetines.

Miro hacia abajo, a sus dedos de los pies con barro.

—Estás perdiendo el tiempo. En sus marcas. Listos. ¡Ya!

Nos apresuramos en direcciones opuestas, y me dirigí hacia las hojas de nenúfar,


donde sé que a las ranas les encantaba sentarse. Busco encima y debajo de cada cojín de
lirio y luego me apresuro a través del barro. No escucho un graznido o salpicaduras,
no se ve un solo salto de rana. Nada.

Y entonces lo veo. La rana toro más gorda que he visto nunca. Me mira fijamente, como
si quisiera decir: “No hay manera de que me puedas atrapar”.

Yo salto y se desliza a través de mis dedos. Tropiezo detrás de ella, y salta fuera de mi
alcance.

—Vuelve aquí, rana loca.

Risa suena detrás de mí. Me giro para encontrar al niño sentado en una roca,
mirándome con una gran sonrisa en su rostro. Sus manos tan vacías como las mías.

—La voy a perseguir hasta ti y tú la agarras. —Él salpica a través del agua, y la rana se
vuelve y nada directa hacia mí. Usando mi falda como una red, la recojo. Croa y se
mueve, casi no la pueda aguantar. Es tan grande que necesito de las dos manos para
recogerla.

—Deja que la vea. —El chico la levanta y la mira a los ojos—. Oh, mi… eres grande,
compañera. Puede que encuentres un novio gordo y tengan muchos bebes gordos
juntos.

La rana croa de vuelta.

—Sí, te dejaré ir. —Luego la tira de nuevo al agua y me da una sonrisa de medio lado—
. Apuesto a que puedo subir a la cima de ese árbol más rápido que tú.

—De ninguna manera. Soy una campeona escalando.

—Bien. —Se pone de pie, y yo lo sigo a la base del árbol y me quito las sandalias.
Agarrando una rama, él apoya un pie contra la corteza. Sólo unas pocas pulgadas más
alto que yo, sonríe hacia abajo—. En sus marcas. Listos. Ya.

Agarro una de las rama más baja y me empujó hacia arriba. Un pie tras otro, mano
sobre mano, me enfoco en la parte superior, moviéndome más rápido que nunca, pero
cuando llego a la cima, él me espera.

2
En inglés “I can’t beat the socks off you”, significa derrotar definitivamente a alguien.
Quiero borrar esa sonrisa de su cara.

—¿Hiciste trampa?

—¿Cómo se puede hacer trampa al subir a un árbol?

—No hay manera de que me ganaras.

—Pero lo hice.

Dándole la espalda, miro sobre el paisaje. Puedo ver la ciudad a la distancia, los
edificios blancos brillan a la luz del sol poniente.

—Por los dragones, estoy en un gran problema. La Madre me va a cortar en trozos y


me servirá como estofado de carne. —Y va a ser peor si se entera que había sido
enviada a su oficina y me salté mi castigo.

Me escabullo hacia abajo, mi corazón latiendo en mi pecho. ¿Cómo puedo meterme


siempre en problemas? Al menos esta vez no será tan malo como la vez que la ardilla
escondida en mi escritorio se escapó a la clase.

Aterrice en mis pies, apresurándome hacia el camino que lleva a casa.

El niño agarra mi brazo.

—Shh. ¿Has oído eso?

—No.

Él me tira lejos del río. Nos agachamos en la maleza, mirando a través del espeso
follaje. Un hombre se levanta fuera del agua, su torso desnudo reluce con el agua; de
cintura para abajo, escamas verdes cubren su cuerpo. Un frio nudo quema en el
interior mi de estómago, y muerdo mi nudillo para no gritar.

Naga recoge mi corona tejida y luego estudia el terraplén. Olfatea el aire.

—Peaches, sal. Sólo quiero hablar contigo.

Mi estómago se agita dolorosamente.

Conteniendo la respiración, el chico a mi lado agarra mi mano, su cálido tacto


confortándome, pero no es miedo lo que veo en sus ojos. Sus ojos azules destellan con
dureza hacia la criatura en el río.

Fijo la mirada en Naga, su mirada me atrapa y la imperiosa necesidad de ir hacia él me


tira de los pies. Doy un paso hacia él.

El niño hunde sus dedos en mi brazo.

—No lo mires. Mantén tus ojos en mí. Tu miedo lo atrajo aquí; debes calmarte.
Sus ojos son el cielo azul en un día de viento de otoño, y mi reflejo llena su pupila
oscura.

—Tienes algunos enemigos despiadados, pero no te preocupes. No voy a dejar que te


pase nada. —Su aliento me hace cosquillas mientras susurra en mi oído.

Asiento con la cabeza y trago de regreso el miedo que me ahoga.

Él toma una piedra y la arroja a los arbustos cerca de diez pies de distancia.
Envolviendo su mano en la mía, nos adentramos más en el bosque. Echo un vistazo
detrás de mí para ver a Naga desgarrar los arbustos a la orilla del río, donde el chico
había tirado la piedra. Unos pocos pies arriba del arroyo y nos habría encontrado. Me
estremezco al recordar sus escamas frías deslizándose sobre mi piel, envolviéndose a
mí alrededor.

—No mires. Tienes que confiar en mí. Sólo enfócate en mí y todo irá bien.

—¿Pero que si viene a por nosotros?

—No se lo permitiré. Vamos a dar un rodeo y correr río abajo. —Me aprieta la mano—.
No tengas miedo o va a oler el rastro.

Lo seguí a través de la maleza. Me centro en la mano sosteniendo la mía y en observar


sus pies descalzos sobre el camino de tierra. Se mueve a través del bosque como si
conociera cada curva, cada árbol, cada raíz a lo largo del camino, cada rama que pasar
por debajo.

Al caer la noche, una brisa fría me hiela la piel desnuda, y mi vestido, todavía un poco
húmedo, se aferra a mí. Temblando, sigo mi camino a través de las espinas que
rasguñan mis brazos y los arbustos que se enganchan en mi cabello.

La luna está alta en el cielo cuando llegamos al menos a una milla río abajo. La luz
brilla inocentemente en el agua, pero tengo miedo de atravesarla. ¿Qué pasa si Naga
había continuado su búsqueda por este camino?

—Cierra tus ojos.

—¿Por qué?

Se encoge de hombros.

—Solo confía en mí.

Cuando cierro los ojos, envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y, por un
momento, mis pies flotan sobre el suelo antes de aterrizar en una roca lisa.

—Abre los ojos ahora.

Ahora estoy en el otro lado del río.


—Gracias. Tengo que ir a casa.

Sonríe.

—Fuiste valiente. Cuando sea grande, voy a casarme contigo. —Y me da un dulce beso
directo en mis labios.

Mi primer beso. Creo que voy a derretirme.

Da un paso atrás.

—Es mejor que llegues a casa.

Vuelvo por el sendero iluminado por la luna. El viento despeina mi cabello y miro
hacia atrás.

No hay nadie ahí.

La noche cae sobre mí cuando hago mi camino por el callejón al templo. Ni idea de qué
hora es, pero la luna se ha alzado en el cielo. Mis miembros pesan mientras me arrastro
a través de la puerta de atrás hacia la cocina.

Todo ha sido limpiado y ahora yace tranquilo y oscuro, una sola vela en la mesa.
Mamá Howell y la Madre se sientan a cada lado, y la culpa se retuerce dentro de mí
cuando veo sus rostros demacrados. Saltando arriba, lanzan sus brazos a mi alrededor.

Apartándose, la Madre pone los puños en las caderas.

—Mírate. Cubierta de barro y tu vestido está desgarrado y, ¿dónde están tus sandalias?
La cena ya está fría. No te hará daño esperar un poco más, mientras te das un baño.

—Voy a calentar un plato de comida para ella. —Pans tintinea detrás de mí.

La Madre me lleva de la habitación hacia un baño caliente. El calor penetra en mi


cuerpo cansado y me hundo más profundamente, dejando que el calor y las burbujas
me envuelvan.

—Dame tus pies.

—Soy lo suficientemente grande para lavarlos.

—Dame tus pies, Peaches. Me has tenido muy preocupada como un ganso que vigila
su nido, y solo tienes que aguantar un poco de cuidados maternales.

Adormilada saco un pie del agua, y la Madre lo friega con un cepillo hasta que estoy
segura de que ha raspado unas pocas capas de la piel con el barro.

—Tienes espinas por tu cabello. ¿Qué en la tierra estabas haciendo?


—Me escondí en una zarza.

—¿Qué voy a hacer contigo? —Suspirando, desliza un peine por el pelo enredado.

—Ouch. —Me aparto, pero ella me da un tirón de regreso.

—Quédate quieta, o te lastimaras más.

Realmente merezco lo peor en lugar de un baño caliente y un peinado de cabello.


Cuando termina con mi cabello, me ayuda a salir de la bañera y me seca. Un pijama
suave me espera, y una vez vestida, me envuelve en una manta y me sienta en su
regazo.

—Peaches, te has perdido la práctica de esgrima, una parte importante de tu


educación.

—Lo siento. —Agacho mi cabeza.

—Por encima de eso, huir en la tarde para salir del paso sólo empeoró las cosas. Nunca
te hubiera castigado por decirle la verdad a la señorita Lydia. Ella puede ser mayor,
pero Elias sabe cuánto he aprendido de la honestidad de los niños en los últimos años.
La señorita Lydia necesita aprender que el amor es más importante que la perfección.
Es su debilidad, al igual que soñar despierta es la tuya. Pero ahora tengo que encontrar
una disciplina adecuada por asustarnos a la señora Howell y a mí. Sin embargo, estoy
agradecida de que volvieras segura, no puedo dejar eso atrás. No vas a asistir al picnic
de la clase este próximo día santo y vas a asumir la responsabilidad adicional de
ayudar a la señorita Lydia en el aula. Si tienes tiempo para soñar despierta durante las
clases, entonces no debes estar lo suficientemente desafiada. ¿Alguna pregunta?

Niego con la cabeza y ella sonríe, sus ojos verdes brillan, su cabello ámbar usualmente
recogido en un moño estricto, tiene mechones cayendo sobre su rostro. Apoyo la
cabeza contra su hombro.

—Lo siento. No voy a hacerlo de nuevo. —Y lo digo en serio. Con Naga alrededor, el
arroyo nunca será seguro para mí otra vez, pero no me atrevo a decirle lo que pasó.
Nunca conseguiría hacer cualquier cosa de nuevo.

—Te perdono. Ahora ve con la señora Howell por tu cena.


6
Traducido por katherin
Corregido por AmiNatera

El sol se filtraba a través de la ventana, e inclinando mi cabeza hacia fuera, siento el


viento en la cara. Mi fino cabello rubio roza mi mejilla y me hace cosquillas en la nariz.
Lo meto detrás de mi oreja.

—Juega conmigo. —Susurra el viento.

—Hoy no. Hoy es el día de mi santo. Tuve mi primera luna de sangre, sabes. Ya tengo
trece. Lo que me hace muy grande. Así que no debería jugar más contigo.

El viento se enfría contra mi piel.

—No te preocupes. Mañana voy a ser una niña otra vez.

Se agita a mí alrededor.

—Baila conmigo.

—Un baile. —Me río, volteando y girando, el viento en mi pelo. Me arrastra por la
habitación. Cerrando mis ojos, vuelo por el cielo en el viento, entonces caigo en la cama
con un fuerte golpe.

—¡Peaches! ¿Todavía no estás vestida? —Maris llama desde el atrio afuera de mi


ventana.

Miro hacia abajo, a mis pantalones de algodón.

—¿Peaches? ¿Me has oído?

—¡Un momento! —Tirando el vestido por mi cabeza, corro por la puerta, con el
material todavía cubriendo mi cara. Golpeo algo y caigo al suelo. Tirando del vestido
hacia abajo, echo un vistazo. La Madre está por encima de mí, con las manos en las
caderas.

—Peaches, qué te he dicho…

—Estoy lista. De verdad.


—Tú vestido esta al revés.

Mis mejillas arden mientras acomodo el vestido. En su lugar, se enreda.

—Deja que te ayude. —Riendo, ajusta el vestido, y deslizo mis brazos en las mangas.

—¿Ves? Estoy lista. —Me giro—. ¿Le gusta la manera en que me veo? ¿Cree que
alguien apuesto…?

Apretando los labios, la Madre levanta mi pelo fuera del vestido y endereza el cuello.

—La hermosura es un tesoro. Algún día, encontrarás a alguien galante. Pero no hoy.
¿Recuerdas lo que te dije?

Asiento. Hoy voy a ser presentada a Elias, dios de los cielos, como una sacerdotisa de
Araphia. Voy a recibir mi nuevo nombre. Soy una mujer ahora, por lo que debo tener
un nombre de mujer.

—No quiero ser una mujer, y me gusta el nombre que tengo. Se supone que Maris debe
ser llamada Rose ahora, pero para mí, ella sigue siendo Maris. —Estudio a la Madre,
buscando sus ojos, esperando cambiar su mente—. Me gusto en la forma en que soy.

La Madre enarca una ceja.

—No todo lo nuevo es agradable, pero eso no es una excusa para evitarlo. Mañana será
otro día y no lo veras tan mal como lo haces ahora.

—Sí, Madre. —Suspiro.

—Ven. —La madre abre el camino hacia el atrio.

Junto a la fuente, mis hermanas saltan y bailan, abrazándose unas a otras y bailando
alrededor. Cuando Maris me ve, lanza sus brazos a mi alrededor.

—Lily tiene un regalo para ti. —Maris coge mi mano y me arrastra a través de la
multitud de chicas. Ahora estando al frente de Lily, estudio la cara de la niña mayor.
Lily es alta, esbelta, y elegante. Todas las chicas en el templo quieren ser como ella,
para ser tan hermosa.

Ella tiene algo detrás de su espalda.

—Tus hermanas y yo hicimos algo especial para tu primer baile. Así que cierra los ojos
y date la vuelta.

Obedezco y una sonrisa se extiende por mi cara. Manos colocan un círculo coronando
mi cabeza.

—Está bien. Puedes mirar ahora.

Toco el anillo de flores de seda en mi cabeza.


—Flores de color púrpura para tu cabello —dice Maris—. Se verá mejor en tu cabello
blanco, y todos los chicos creerán que eres el ángel más hermoso que hayan visto en su
vida.

Mis mejillas queman, miro hacia abajo a mis pies descalzos. Al igual que las otras
chicas listas para bailar, bandas de oro anillan los dedos de mis pies, y campanas
envuelven mis tobillos. Mi vestido cubre mis piernas; la vestimenta apropiada para
una doncella.

—Mira cómo te ves. —Maris apunta a la fuente.

Mirando en el agua, veo mi reflejo. Sorprendentes ojos azules miran hacia mí, y mi
largo cabello largo rubio platino cae hacia adelante mientras subo sobre el borde de la
piscina y me inclino hacia el agua.

—Vas a ser una princesa húmeda sin un hermoso vestido para el baile si no bajas. —La
Madre me arrastra hacia atrás por una oreja.

—Lo siento, Madre. Sólo estaba…

—Sí, lo sé. Ahora ponte en línea. La ciudad está esperando que la ceremonia empiece.

Me apresuro a encontrar mi sitio. El orden es de mayor a menor. Aunque soy la última


chica en obtener la primera luna de la sangre, no soy la última de la fila. A diferencia
de las demás, mi primer sangrado llegó tarde. La enfermera dijo que era porque vine a
ellas tan pequeña y frágil.

—Pero no es para preocuparse. Crecerás más fuerte cada día y tu ciclo de mujer vendrá
cuando estés lista.

A los diecisiete años, Lily –la chica soltera más mayor –, se coloca en la parte delantera
de la línea. Espero que se me dé un nombre tan bello como una flor, como Lily; o Rose
como el de Maris. Quizás Violet o Heather. Ah, soy una flor silvestre, creciendo en un
campo, levantando la cabeza hacia el sol en la ladera de la montaña.

El viento juega con mi cabello. No eres una flor.

Lily baila a través de la puerta y el público aplaude. El viento sopla sobre las chicas,
azotando el cabello y se viste de alegría tumultuosa. Un cosquilleo de emoción me
atraviesa. Incluso los árboles cantan en este día.

La línea se adelanta a tiempo al ritmo de la música. En la plaza del pueblo, escucho


flautas y tambores y gaitas hechas de bolsas, mis favoritas.

Mirando a las chicas mayores, encuentro mi ritmo y ajusto mis movimientos con los
suyos. Echo un vistazo a la multitud. ¿Van a reírse de mí? ¿Qué pasa si tropiezo?
Cientos de ojos me están mirando.
Se supone que tengo que girar a la izquierda, dentro del círculo. En cambio, giro a la
derecha. Pivoteando de nuevo al centro del círculo de las niñas, deseo que la tierra se
abra y me trague.

Mi amiga Maris aprieta mi mano.

—¿Recuerdas lo que dijo la señora Howell? No prestes atención a la multitud. Sólo


diviértete.

Diviértete. Tomo una respiración profunda y luego la dejó escapar lentamente. Miro al
rededor a mis amigas, sus rostros llenos de sonrisas y risa. Estas son mis hermanas.
Estas son las personas que me protegen y me aman. Con ellas a mi lado, nunca estaré
sola.

Tirando la cabeza hacia atrás, río. El viento en mi pelo. La música me llama. Canta para
mí. Ven y juega. Baila conmigo. Juntos giramos y bailamos y nuestros pies siguen el
ritmo. Agachándome dentro y fuera, de lado a lado con los brazos, y luego giro de
nuevo.

La alegría se extiende hasta mi vientre y en el pecho, haciendo erupción en mi boca con


un grito salvaje.

Como fuego que brota.

La multitud se desvanece mientras el mundo da vueltas alrededor en colores


danzantes. Un bosque me rodea. Soy una ninfa del bosque, bailando con el canto del
viento. Las flores de cerezos se levantan sobre nosotros con bendiciones de los dioses y
el canto del río nos tienta a dejarnos llevar de forma salvaje.

Con un torbellino final, Lily nos lleva a detenernos. El público nos aplaude. Nos
reverencia.

Mi corazón late violentamente en mi pecho, y mi respiración viene entrecortada. Me


quito el cabello de la cara y lo meto detrás de las orejas. Mi corona de flores de color
púrpura cuelga torcida, a punto de caerse, pero indiferente, sonrío.

Las familias se separan del resto para abrazar a sus hijas que han dado a la diosa. Estoy
sola, mirando a las otras chicas recibiendo cálidos abrazos y besos. Sonrío con
melancolía. La felicidad de mis hermanas no borra el vacío hueco en mi corazón.

—Ah, allí estas. — Dice una cálida voz familiar detrás de mí. Me vuelvo para ver a
mamá Howell sonriéndome. Rayas blancas se extienden en su cabello, pero sus ojos
todavía brillan con risa.

—¡Mamá! —Lloro y lanzo mis brazos alrededor del cuello de la mujer. Sus brazos me
rodean, reconfortándome como una manta caliente.

—Lo juro, estás toda crecida, Peaches.


—¡Pero me viste ayer!

—Ayer, pero eso es lo que se dice a menudo en tales ocasiones. No me gustaría que te
falte algo ahora.

—Oh, mamá, todo lo que necesito son tus abrazos para ser feliz.

—¿Y tal vez unas galletas y miel? Voy a estar esperándote en la cocina con tu bocadillo
de medianoche.

Me río.

—Sí, y galletas y miel.

La Madre palmea sus manos para llamar a las chicas de nuevo juntas.

—Damas, de nuevo en línea. Es hora de visitar el templo de Elias.

Abrazo a mamá Howell y luego sigo a las otras chicas, de regreso junto a la Madre. Un
golpecito en mi hombro me interrumpe y me vuelvo para decir adiós a mamá por
última vez. Pero en cambio, una anciana mujer arrugada, con ojos blancos por la
ceguera, está detrás de mí.

Un cosquilleo pasa por mi cuello y espalda. El mundo se detiene, las voces de la


multitud se silencian; la gente pululando se detiene.

Con voz crepitante, la mujer dice: —Hija de la diosa Araphia, has sido llamada como
un oráculo para Elias, dios de los cielos y de la tierra. Se te ha dado el don de la visión.
Eres la que camina en sueños durante el día. No te asustes, pero debes decirles a los
otros lo que ves.

—Sí, lo haré. —Mi respuesta es reflexiva, pero sus palabras no las he asimilado del
todo. ¿Oráculo? ¿Yo? Ella debe estar bromeando.

—¿Vienes, Peaches? —La Madre me llama.

Echo un vistazo a la Madre y luego a la mujer. Pero la mujer se ha ido. Todo el mundo
está en línea, esperándome. La multitud baila. Algunas personas se quedan a los lados,
comiendo y bebiendo. Nadie me mira. Nadie me presta atención, como si nada hubiera
pasado.

Un cosquilleo que se extiende por mi espalda de nuevo y se siente pesado en mi


estómago.

—Sí, Madre. —Con manos temblorosas, me apuro hacia la línea y sigo a las niñas
delante de mí. Un pie delante del otro. Nada se siente real. Como si estuviera en un
sueño.

Formándonos de regreso al templo, entramos en la sala del trono. Pongo mi cara en el


suelo, al igual que las otras chicas. Nunca se me ha permitido estar aquí antes.
Solamente sacerdotisas, la Madre me regañaba cuando trataba de echar un vistazo.
Entonces era pequeña. Ahora sé que esto es un santuario sagrado. El lugar donde
reside el dios Elias, donde se adora a la diosa Araphia.

—Deja que las jóvenes sacerdotisas den un paso al frente para recibir sus nuevos
nombres —dice el sacerdote. Su voz es severa y dura, haciendo eco a través de la sala
de mármol.

Me levanto, con la cabeza inclinada, y doy un paso adelante con las chicas más jóvenes,
quienes estamos listas para recibir nuestros nuevos nombres.

El monaguillo del sacerdote –un adolescente con familiares ojos azules– da un paso
hacia mí. En sus manos, sostiene un cuenco de agua bendita y, sumerge los dedos y
murmura una oración, frotando la humedad en mi frente.

—¿Te conozco? —Le susurro.

Él sonríe.

—Todavía podría ganarte a subir a la cima de ese árbol.

—No estás pagado de ti mismo.

Echo un vistazo rápidamente antes de dejar que mi mirada caiga de nuevo al suelo. Su
cabello castaño es un desorden, pero al menos sus pies están limpios.

Maris agarra mi mano y la aprieta.

—Shh.

El chico se mueve, y pierdo su pista; se supone que debemos mantener nuestras


cabezas inclinadas con verdadero respeto, sin mirar hacia la habitación o a los acólitos.
A través de mis pestañas, me asomo. La habitación es grande, con un gran trono de
mármol colocado en el medio. En ese trono se encuentra una figura, brillante como el
sol del mediodía. Puedo ver sus pies, pero no me atrevo a mirar más arriba.

Solo los pies son impresionantes a la vista, brillando como brasas ardientes, y no puedo
quitar mis ojos de ellos. Ninguna joya sería suficientemente preciosa a la gracia de sus
pies. Tocarlo sería mágico. Las palabras de mis primeros días, el aprendizaje en el
templo, vuelven a mí.

El Monte Andalynoran es su trono.

Demaria su reposapiés.

Los dragones se doblan en homenaje.

Podemos aprender a hacer lo mismo.

El sacerdote da un paso delante de mí, bloqueando mi punto de vista.


—Mantenga sus ojos hacia abajo, hija. No es apropiado para alguien tan humilde como
usted mirar el trono de Elias.

—Sí, padre.

Vuelvo la cara hacia abajo como se me indica, pero una vez que pasa, miro hacia arriba
de nuevo. No hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Maris tira de mi manga y sisea en mi oído: —Basta. Vas a meterte en problemas. Es


sólo una silla vacía.

¿Vacía? ¿Ella no puede ver al hombre que está sentado ahí? Él es tan grande que sus
pies son tan altos como yo. ¿Cómo podría perder eso Maris?

—Hagan sus oraciones a Elias —manda el sacerdote—. Cuando él esté listo para darles
su nombre, las llamaré hacia adelante.

Pongo mi cabeza hacia el suelo. ¿Qué le digo a alguien con un pie como el suyo?

—Dime que quieres ver mi cara.

Oh, cualquier cosa menos eso. Ver su cara significaría mi muerte.

—Te voy a mostrar mi cara. Quiero que me conozcas.

Tengo miedo.

—Pequeña Peaches, yo estaba allí cuando naciste. Yo era el agua que jugaba contigo; yo era el
árbol que te cantó para dormir. Envié al viento para susurrar comodidad en tu oído. Yo era el
que te amaba cuando nadie más lo haría. Te traje a este lugar de paz. Por favor, ven a mí. Ven a
ver mi cara.

¿Me amas? ¿A mí? ¿Incluso a mí?

—Incluso a ti, hija mía. Ven y siéntate conmigo, yo te daré un nuevo nombre.

—Yo… yo quiero ver tu cara. —Doy un paso hacia el trono.

Maris agarra el borde de mi vestido.

—No te han llamado todavía, Peaches —susurra Maris. Pero no contesto. Tengo que ir
hasta la persona que me llama. Si no lo hago, mi corazón se romperá. Para entonces lo
iba a decepcionar, y entonces me marchitaría y moriría.

Doy un paso hacia adelante. Los sacerdotes jadean y se dan prisa para detenerme. Pero
ya estoy allí, en esos pies.

—Estoy aquí. Por favor, tómame en tu mano. —Él se inclina y me levanta. Me coloca en
su regazo. Él es ahora más pequeño. Soy como un bebé en sus manos.

—Desapareció. —Un jadeo colectivo se levanta de la multitud, pero no les echo un


vistazo.
Relámpagos y truenos retumban a través de él. Sus ojos son feroces y salvajes, y sin
embargo, brillan como la risa del arroyo cuando el sol brilla sobre la superficie del
agua. Sus mejillas son de color de rosa, y su sonrisa me hace saber que estoy a salvo.
Siempre estaré a salvo.

Una barba blanca como la nieve cae por su pecho. No como la nieve fina y suave del
Padre Invierno, sino más bien como una avalancha rompiendo en los montes,
consumiéndolo todo. No es la barba dulce de un hombre de edad. Es la melena de un
león, fuerte y listo para saltar.

—¿Puedo… puedo tocar su barba?

—Sí, hija.

Llevo mi mano hacia adelante. Me detengo con miedo, y luego empiezo de nuevo. Mis
dedos se deslizan en los rizos. El hormigueo de la magia recorre mi brazo con dolores
deliciosos. Entierro mi cara en ella. El arroyo fluye a través de mí como salpicaduras de
agua en mi cara.

—¿Me das un nuevo nombre?

—Veamos, te daré un nuevo nombre. Tu nombre es Nephecia. Porque has nacido de


mi respiración.

Nephecia. Alma. Esencia de vida. Ya no era más una niña vestida con parches; ahora
soy la abundancia de la vida respirando en la magia de Elias.

—Mira a lo largo de mis dominios. De todos los que dicen que me honran, sólo tú has
subido a mi regazo. Eres la única persona que se sienta y habla conmigo.

Miro hacia la habitación. El templo se ha desvanecido y, en su lugar, una sala del trono
destella con columnas de mármol y un suelo de cristal. Sobre el trono, un arco iris brilla
como una promesa en espera de ser cumplida. A nuestro alrededor se encuentran
animales con alas de colores, caballos y unicornios, corderos y cabras, perros y gatos,
monos y doppelgangers3, y extrañas criaturas que nunca he visto antes, y hombres que
brillan con una luz dorada.

Con ellos estaba el adolescente sonriéndome, sus ojos azules parpadean de la manera
que lo hicieron cuando cogimos esa gorda rana toro. En lugar de las túnicas de
monaguillo, lleva ropa sencilla de agricultor con botas de piel de oveja y tiene un
bastón de madera en sus manos.

3
Vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico de una persona viva. La palabra
proviene de doppel, que significa «doble», y gänger, traducida como «andante».
—Majestad. —Mi mirada se dirige a un hombre-serpiente enroscado en el centro de la
habitación—. Dame a esta hija de Araphia. Su carne humana es imperfecta y débil.
Ponla a mi cuidado, y yo te mostraré lo poco que te ama de verdad.

Escamas brillan, lisas y suaves contra su cuerpo como plumas brillantes. Sus labios
sonríen, pero su mirada hunde dagas en mi corazón. Me estremezco y me aferro a la
barba blanca de Elias.

—¿Qué piensas, hija? —Elias da una palmada en mi espalda—. ¿Quieres ir con Naga?

Niego con la cabeza.

—¿Puedo quedarme aquí contigo? No quiero volver a irme.

—Entonces debes decirle que se vaya.

—¿Cómo puedo? Sólo soy una niña.

—Yo estaré detrás de ti. Mi fuerza será tuya.

—Vete, Naga —susurro.

Naga tiembla como si una brisa fría lo mordiera, pero él no se mueve.

Ira llena mi núcleo y quema con un poder que nunca he conocido antes.

—Por el Rey de este trono, por la luz de Araphia, y por los dragones del cielo, ¡ordeno
que te vayas! —Empujo mi mano hacia él y el viento sale de repente a mi orden.
Capturando a Naga, el viento lo gira en la habitación.

Subiendo en el regazo de Elias, me quedo dormida mientras respiro la magia de su


barba.

—Despierta. Es hora de meterse en la cama. —La Madre empuja mi hombro.

Me levanto aturdida, bostezando y frotándome los ojos.

—¿Dónde estoy?

—Estas en el templo. Te quedaste dormida. —Su brazo me envuelve, ella me ayuda a


levantarme.

—¿Dónde está todo el mundo? ¿Los sacerdotes? ¿Mis hermanas? ¿El chico que estaba
ayudando al sacerdote?

—Tus hermanas han ido a casa. El sacerdote esta de un lado a otro, retorciéndose las
manos… y Peaches, no había ningún chico. El cura trabajaba solo.

No me lo imagine estando allí, ¿verdad?


El sacerdote está de pie en el vestíbulo, parece que se ha tragado un limón.

—En todos los años nadie ha tenido la osadía de subir sobre el trono de Elias, como si
fuera un mero juguete. ¿Confío en que tome las medidas apropiadas?

La Madre se vuelve hacia él.

—Si no son conscientes de lo que ha pasado aquí, entonces usted ha perdido su


camino. Debe ayunar y orar hasta que Elias venga a usted y reaviva su alegría de él.

Tambaleándose hacia atrás, el sacerdote hace un ruido ahogado.

Arrastro los pies hacia la puerta, la Madre que me lleva. En el exterior, las calles están
tranquilas en la oscuridad, la luna y las estrellas nos dan suficiente luz. Me siento
tranquila y segura. Los caminos de ladrillo me llevan a casa; estos edificios blancos son
tan familiares para mí como la cocina de mamá Howell. La fuente en la plaza de la
ciudad se ha convertido en una querida amiga.

Tanto ha cambiado desde que llegué aquí. He cambiado tanto.

—¿Qué me pasó, Madre?

Ella sonríe hacia mí.

—Sólo tú puedes responder a eso. Te vimos desaparecer y el sacerdote supuso que


fuiste golpeada por atreverte a tocar el trono. Pero oré a Araphia por tu retorno seguro,
y di gracias a los cielos cuando reapareciste. Aunque creo que el sacerdote estaba
decepcionado.

Me río.
7
Traducido por katherin
Corregido por AmiNatera

—Devuélveme mi pala, pequeño gato-mono. —Niego con el puño a la criatura en el


árbol.

Con los bigotes temblando, el pilluelo viene hacia mí oscilando su dedo y farfullando
algo que suena casi humano. Como un mono, tiene dedos para subir y agarrar cosas y
es de naturaleza traviesa; como un gato, tiene bigotes, orejas puntiagudas, una
pequeña nariz de color rosa y una actitud estirada.

—No me maldigas, o voy a subir hasta ahí y…

Una lengua rosada sobresale de la cara blanca y negra. Agarro la primera rama y me
impulso. El descarado; robando mis herramientas y burlándose de mí con ellas.

—Nephecia, niña. —Una mano da un tirón a mi tobillo—. Baja en este momento. Este
es un comportamiento inapropiado; perseguir al pilluelo es absurdo para una joven
sacerdotisa.

Una sacerdotisa de rostro severo con una nariz apretada y ojos pequeños y brillantes se
me queda mirando. Suspiro; tenía que ser Lydia quien me atrapara causando
problemas.

—Sí, pero él robó mí…

—Nephecia.

Cerré la boca.

¿Cuántas veces la Madre me ha regañado por discutir? Otra palabra y la suma


sacerdotisa definitivamente escucharía sobre esto. Sería relegada a las tareas de la
cocina durante semanas.

No, eso fue la última vez. Esta vez van a ser años.

Le lanzo dagas con la mirada al diablillo, quien ondea mi pala y cacarea. Luego,
deslizándome por el árbol, aterrizo en mis pies.
—Lo siento, sacerdotisa Lydia. No sé qué me ha pasado. —Pinto una sonrisa en mi cara
y cruzo los dedos detrás de mi espalda con la esperanza de que me crea.

—Eso está mejor. El por qué la Madre no ha zurrado tu trasero como en los viejos
tiempos, está más allá de mí. En mis días, las acólitas jóvenes sabían cómo
comportarse. —Inclina su nariz hacia mí. Me retuerzo.

¿En sus días? Sólo es diez años mayor que yo.

La mirada de Lydia cortó la leche que había tomado en el desayuno esta


mañana. Puedo sentirla revolviéndose en mi interior.

No había hecho nada malo. Ese pilluelo merece todo lo que consiguió. Por los
dragones, si alguna vez pongo mis manos en ese demonio…

—Recita tus lecciones de comportamiento, Nephecia. —Lydia levanta la nariz en el


aire, tan alto que creo que un pájaro puede posarse en él.

Ruedo los ojos.

—Una dama habla con gentileza. Nunca levanta la voz. Siempre camina de una
manera tranquila.

—¿En qué situación se incluyen trepar a los árboles, niña?

Inhalo. Ya no soy más una niña; estoy a punto de cumplir dieciocho años el próximo
ciclo de la luna. Además, mis lecciones no dicen nada acerca de dejar a un pilluelo
robar mis herramientas de jardín.

—Eso no quiere decir…

Lydia levanta una ceja y aprieto los labios para contener las palabras de enfado en mi
interior.

—La Madre se enterará de esto. Ven aquí, pilluelo. —Extiende su brazo, y él salta en
sus manos extendidas. Ella toma la pala y me la da.

Posándose en su hombro mientras ella se aleja, sisea hacia mí. Le saco la lengua.

Tonto pilluelo.

Mi parte del jardín se extiende hacia el sol caliente, como un gato perezoso tomando el
sol. Arranco otra maleza y la tiro en la pila.

Tomo una respiración profunda y miro alrededor del atrio. El aire está lleno de vida;
abejas perezosamente investigan las flores, los niños charlan a la distancia, sacerdotisas
cantan a Araphia, acólitas se apresuran a terminar sus tareas de la mañana. Así es
como la vida debe ser. A pesar de todo.

Me encanta esto; la fuente burbujeante en el centro del jardín, el aire caliente


acariciando mi piel, el viento llamándome para jugar, el olor de la tierra húmeda,
picante, terroso, como la vida a punto nacer en pleno florecimiento.

—Mi alma, Nephecia —canta el viento.

Alzando mi sombrero, me inclino hacia atrás, para dejar que los rayos calienten mi
cara, cerrando los ojos. Una sombra cae sobre mi rostro y me asomo, protegiéndome
los ojos del sol.

—Vas a tener pecas. —Maris sonríe, de pie sobre mí con las manos en las caderas.

—¿Y? Me gustan las pecas. Me dan color no como esta cosa clara. —Aparto un mechón
de mi cabello. Un soplo lo lleva a mi nariz, cosquilleando, y lo coloco de regreso en mi
sombrero de sol.

—Pero Nephecia, no vas a encontrar un marido adecuado de esa manera. Las bellas
señoritas se suponen que son pálidas y delicadas. —Se arrodilla a mi lado y arranca
una mala hierba, sus manos cubiertas con guantes.

Estudio mis dedos sucios, capas de barro bajo las uñas.

—No quiero un marido. Me gusta estar aquí y puedo hacer más bien mediante la
educación de los huérfanos y alimentando a los pobres. —Una repentina ráfaga de
viento sopla el sombrero en las rosas.

—Hey, vuelve aquí. —Lo busco, pero el viento lo arroja por el sendero del jardín y en
las zarzas.

—¿Realmente vas a pasar por ello; terminando la formación y convirtiéndote en una


sacerdotisa? Estás loca. Esta vida no es para mí. Estoy destinada para el matrimonio
con un lord o príncipe. ¿A quién va a escoger la Madre para mí? —Maris es todo lo que
no soy; preciosos rizos castaños, mejillas rosadas con hoyuelos, y una figura curvilínea.
Pero estoy bien con eso. Me gusta como soy.

—Va a ser rico y poderoso. —Arranco el sombrero del suelo y lo ato en su lugar en mi
cabeza.

—Él va a ser guapo. —Sus ojos soñadores sonríen.

—Vas a entretener a los lores, damas, y embajadores en tu hermosa sala de té.

—Bailes formales y danzas todas las noches.

—Por Dios, Lady Maris, que hermoso vestido. Por favor, dígame quién es su costurera.
—Hago una reverencia.
Ella ríe, y con el sombrero firmemente posado en mi cabeza, me siento a su lado.

—Te extrañaré. El templo será demasiado tranquilo y no habrá nadie con quien
bromear.

—Oh, créeme, tendrás suficientes problemas por tu cuenta. Nephecia, la alborotadora;


agrega agua y agita, luego, mira comenzar el desorden.

—No soy tan mala.

—Tienes razón. Estoy siendo demasiado indulgente.

Suspiro.

—Oh, oíste lo de Lydia.

—Oh, no. ¿Qué hiciste esta vez?

—Digamos que es bueno que me quede aquí. No haría el papel de una dama recatada,
sirviendo el té y conversando con la realeza.

—Déjame adivinar. ¿Te encontró corriendo de nuevo?

—Peor. Me subí a un árbol y le grite a un pilluelo. —Me mordí el labio.

Ella abrió la boca en estado de falso shock y puso la mano sobre su corazón.

—¿Cómo pudiste?

—Luego, cuando Lydia me regañó, discutí.

—Hey, anímate. Esa vieja mujer necesitaba algo para darle sabor a su día. Imagínate
cómo de muerto estaría este lugar sin ti.

Resoplo.

—Lo digo en serio.

—Gracias. —Acaricio su hombro.

Ella se escabulle a la distancia.

—Sin tocar. Estás cubierta de lodo.

—Cubierta de lodo, pero mi sección del jardín producirá los mejores guisantes y
tomates en todo el reino.

—Con cuidado. Si la Madre te oye jactándote, te encontrarás limpiando los aseos y


fregando los platos.

Tenía a cargo una pequeña parte del basto jardín que mantiene las mesas del templo
llenas. La Madre cree que necesito responsabilidades para mantenerme fuera de
problemas. Sonrío al recordar sus palabras.
—Estas muy dada a soñar despierta, niña. ¿Cómo voy a encontrarte un matrimonio
conveniente si te comportas como un pez sin recuerdos del día anterior?

Esta es mi casa y si tengo algo que decir al respecto, nunca me iré.

—Nephecia. Maris. Rápido, vengan a ver; hay un visitante. —Tres niñas, de no más de
siete años de edad, serpentean desde el porche del atrio. Con el cabello bien trenzado
por sus espaldas, y sus rostros radiantes, se encuentran juntas, los brazos unidos en
amistad; la huérfana, la hija de un granjero, y una dama nacida en cuna noble. No hay
distinción de clases.

Eso es lo que me gusta del templo. Cualquier niña dada a la diosa puede recibir una
educación y un matrimonio adecuado, sin importar el dinero o el estatus.

—Vamos a ver. —Me levanto y me estiro.

—¿Qué hay de tu jardín?

—Estará aquí cuando vuelva. —Agarrando su mano, la arrastro hacia el vestíbulo de


entrada.

—Ve más despacio. Vas a estropear mi cabello. No quiero que nuestro huésped me vea
hecha un desastre.

Al doblar una esquina nos estrellamos con un hombre y los tres caemos en un montón.
Mi cara arde y mi estómago se anuda. Acabo de arruinar cualquier posibilidad de
alejarme de los problemas.

—Lo siento, señor. ¿Está bien?

—Estoy bien, niña. Hace un tiempo yo también corría imprudentemente y causaba más
problemas de los que resolvía. —Riéndose, el extraño se limpia a sí mismo.

Me gusta el brillo en sus ojos y su boca se convierte en un arco en las esquinas, como si
una sonrisa hubiera sido grabada de forma permanente en su rostro. Su cabello es de
color gris y su barba está salpicada de blanco.

—¿Alguna vez derribó a un invitado?

—No, querida, ese es un problema único para ti. Mi nombre es Wistle. Es un honor y
un privilegio conocerte finalmente. He viajado muchas lunas para encontrarte. —Con
una gran inclinación, besa mi mano sucia.

¿Encontrarme? Arqueo las cejas, echo un vistazo a Maris, pero ella niega con la cabeza
y se encoge de hombros.

Pisadas hacen clip en el azulejo detrás de mí.

—La Madre… —Lydia se detiene cuando ve al desconocido de pie allí—. ¿Lo ha


molestado, señor?
La falsa Lydia me hace un ceño de finalmente-vas-a-saber-lo-que-se-te-viene y luego
gira hacia el hombre con una sonrisa.

—Deje que lo acompañe a su habitación, mientras que esta niña visita a la Madre.

Suspiro, observándolos caminar lejos. Estoy en tantos problemas como la vez que
accidentalmente deje fuera los fuegos artificiales antes de la cosecha del festival,
arruinando el espectáculo del alquimista y destruyendo varias cabinas.

—Voy a orar por ti en el templo. —Maris se escabulle.

Los nervios que revolotean en mi estómago se hacen pesados y caen en mis pies,
llevándome abajo, mientras me arrastro hacia el despacho de la Madre.

—Siéntate, Nephecia. —La Madre pasea por la habitación, deteniéndose para mirar por
la ventana. El silencio zumba como un ensordecedor rugido; ella no es típico de ella no
ir directamente al grano. Me retuerzo.

Finalmente vuelve a mirarme, metiendo un mechón detrás de su oreja, un gesto


familiar que recuerdo de cuando su pelo era todavía jengibre. Su cara tan blanca como
las columnas de mármol, pliega las manos temblorosas delante de ella. Apunto de
pronunciar mi sentencia de muerte, estoy segura.

Se aclara la garganta.

—Tenemos un visitante.

—No tenía la intención de derribarlo, honesta…

Las cejas de la Madre se alzan.

—Nephecia.

—Fue un accidente lo juro por la Diosa. Él no fue herido en absoluto. —Salto de mi


asiento, tirando mis manos al aire.

—Nephecia. —Su voz se quiebra.

Su voz tiene algo que nunca había oído antes, algo doloroso y triste. Su ceño no es de
ira como esperaba.

—¿Cuál es el problema? —Me hundo en mi asiento.

—Te vas mañana, Nephecia.

Salto hacia arriba.

—No, fue solo una discusión con un pillue…


—Siéntate. —Ella me da palmaditas en el hombro—. Nuestro visitante es un oráculo de
muy al norte. Elias, señor de los cielos, lo envió por ti, para llevarte. Has sido
desposada a un regente que vive más allá de las montañas. Sé poco sobre él, aparte de
que Elias y la diosa Araphia han aprobado el matrimonio.

Líneas de preocupación cubren su frente. Plata tiñe su pelo, enrollada apretadamente


en su moño de costumbre. Pequeña y frágil, se inclina sobre el escritorio; nunca me
había fijado cuánt había envejecido.

—No me quiero ir. Pertenezco aquí.

—Elias ha llamado, hija. —Niega con la cabeza y me da palmaditas en la mano. Sus


manos son suaves—. Has sido un rayo de sol en nuestras vidas, Peaches; en mi vida.
Has sido como mi propia hija. Cuando la diosa te trajo a nosotros, todo este templo se
iluminó con tu sonrisa.

Peaches. Ella debe hablar en serio. Nadie utiliza mi nombre de la infancia jamás.

—Pero esta es mi casa. No me puedes enviar lejos. Voy a intentarlo más duro. Nunca
voy a causar problemas de nuevo. —Una lágrima resbala por mi cara y la quito con el
dorso de mi mano.

La Madre retira el cabello de mi cara y me besa en la frente.

—Oh, Peaches. Nephecia. Toda una adulta. Te has convertido en una bella dama.
Quiero que te quedes aquí, a salvo conmigo, pero he aprendido las consecuencias de la
desobediencia.

—¿Quieres decir que te agrado?

—Te quiero, hija. Has sido mi luz de sol en los días nublados. —Me abraza.

—Quería ser una hija de la diosa y servir aquí en el templo.

—Ya eres una hija de la diosa, Nephecia. Fuiste dada a ella en una edad temprana, y
ella te purifico y te presentó a Elias para tu nombramiento. El permanecer o irte nunca
va a cambiar eso.

Miro por la ventana. El viento, soplando a través de las cortinas despejadas, revuelve
mi cabello y seca las lágrimas en mi cara. Hoy es silencioso, no me llama para jugar,
pero en esa quietud, la paz se mueve.

—Tengo un regalo para ti. —La Madre cojea hacia el baúl a través del cuarto.
Arrodillándose, inserta la llave de latón grande, la gira y abre el baúl—. Este es uno de
los tesoros del templo, pero cuando llegaste a nosotros, la diosa me dio instrucciones
para entrenarte para manejar una espada y me dijo que cuando llegara el día en que te
fueras, debías llevar esto contigo.
Ella levanta un largo paquete del baúl y comienza a desabrochar las correas. La tela se
desliza lejos, revelando una vaina de cuero marrón, decorado con hilos de oro.
Deslizando la hoja de su vaina, la mantiene en alto, brillando a la luz del sol.
Incrustada en la empuñadura, una piedra roja arroja un resplandor a través de la
habitación.

—¿Recuerdas lo que significa tu nombre? —Pregunta.

—Significa alma.

—El alma es la esencia de la vida, Elias respira dentro de nosotros, y tú, Nephecia,
estás viva. Puedes hacer más en el mundo que atrapada en esta jaula de oro. Necesitas
ser libre, para estirar las alas y dejar que la fuerza del aire te lleve a mayores alturas.

Me trago el nudo en la garganta.

—Voy a ir.

El frío de la mañana me despierta, dejando golpes en mi piel desnuda. Mi vestido


blanco y sandalias revelan mi estatus como una acólita de la diosa, pero hacen poco
para calentarme.

Nutty –una yegua castaña está de pie a dieciocho manos de altura– patea el suelo y
deja caer su melena. Al igual que ella, quiero correr hacia la salida del sol, en busca de
aventuras, salvar el mundo, pero también quiero volver a meterme en la cama y vivir
todos los días mundanos, como siempre lo he hecho.

Maris envuelve el chal más apretadamente alrededor de ella.

—No te vayas, Peaches.

—Pero vas a irte algún día también.

—Sí, pero no tan pronto.

—Voy a echarte de menos. —La abrazo.

Con la espada sujeta en la espalda, me subo en la silla de montar y saludo en


despedida. Mi casa, mis amigos, mis maestros, mi mundo, se han ido para siempre.

¿Por qué yo? Era feliz.

—Debido a que nadie más jugaría cuando llamé. —Susurra el viento.

Tirando de las riendas, sigo a Wistle a sólo Elias sabe dónde.


8
Traducción SOS por katherin
Corregido por Coral Black

La fecha vibra golpeando en un árbol, y el conejo de cola blanca brincando hacia el


crepúsculo, corriendo a toda velocidad entre la maleza. Suspiro. Los blancos en
movimiento son mucho más difíciles de disparar que la diana en la que practicaba.

Me dirigí como una tormenta hacia adelante, arco listo con una nueva flecha.

Wistle sofocó una risa, rascándose la barba blanca.

—A estas alturas ya se metió en su madriguera. Será pavo seco y pan, y un poco de


queso sobrante que tenemos del templo.

—¿Tenemos al menos manzanas?

—Una huerta de manzanas a una milla atrás más o menos.

Resoplando, me dejo caer al lado del fuego. Me duele el cuerpo de las largas horas en
la silla de montar; mi estómago se queja de hambre y hasta la última onza de mi cuerpo
quiere acurrucarse en mi cama de plumas suaves con mis cálidas mantas y dormir
durante semanas.

La oscuridad extiende su manto sobre nosotros, mientras veo a Wistle al otro lado del
fuego. Tarareando, talla un trozo de madera, su tosca forma luce como nada que haya
visto antes.

—¿Qué estás tallando?

—Un elefante.

—¿Qué es un elefante?

—Un animal más alto y más ancho que un caballo, y tiene un hocico que llega hasta el
suelo.
Me río.

—Estas inventando eso.

—Algún día, verás de lejos cosas más grandes que esto.

Inclinándome hacia atrás, miro hacia el cielo oscuro. La estrella del Norte brilla hacia
mí. Si pudiera pedir un deseo a esta estrella, me gustaría un guisado de conejo lleno de
zanahorias, patatas y judías, condimentado a la perfección. Mi estómago gruñe,
pensaba que vivir en el camino sería divertido, no una tortura.

—¿Estás seguro de que no tienes ningún otro alimento?

Él suspira y baja su trozo de madera.

—Nos conseguiré un conejo si consigues agua para hervir.

Saltando a mis pies, tomo el cubo y me encamino hacia el arroyo. El agua helada
quema mis dedos mientras pasa por encima de ellos hacia el cubo. Una brisa fría me
hace cosquillas en el cuello y tiemblo. La última vez que había estado junto a un
arroyo, el monstruo casi me agarra. Me estremezco. Si no fuera por ese niño, quién
sabe lo que podría haberme pasado.

Cierro los ojos y tomo una respiración profunda. Sin miedo. Desterré a Naga hace
mucho tiempo.

Pero cuando me escabullo por el terraplén hacia el campamento, las sombras se aferran
a mi espalda como si la arañaran para agarrar mi piel.

La luz de la fogata me anima cuando regreso, desterrando las sombras, y coloco una
olla de agua para hervir. Wistle regresa pronto con un conejo, sin piel y limpio, el cual
había cortado y lo lanza al agua hirviendo. Añadiendo algunas especias de su bolsa,
comienza a moverlo.

No hay patatas o verduras, pero las especias huelen delicioso.

—¿Cuánto tiempo falta para que esté listo?

Él ladea una ceja.

—Lo siento. —Le doy una sonrisa tímida.

—Tal vez una hora.

Me quejo.
Él resopla.

—Hay un libro de historias en mi mochila. Puedes leerlo en voz alta mientras


esperamos.

En su mochila, encuentro un libro encuadernado en piel, y justo encima, hay una


imagen de una mujer con cabello dorado en ondas. ¿Quién es ella? ¿Su esposa? ¿O una
hija? Siento que estoy tocando algo sagrado mientras la meto de nuevo dentro de la
bolsa.

La palabra "Trascendente" se extiende a través de la piel oscura, y abro la tapa


cuidadosamente. En el interior, cada cuento contiene algo hermoso y mágico: una
sirena que puede cantarle al mar, una chica que podía cambiar en la forma de un
pájaro, un fantasma tratando de corregir un error. A medida que leo, me olvido de mí
misma, transportándome a otro mundo.

Una hora más tarde, mi voz es ronca, mis piernas duelen, pero mi estómago ya no se
queja mientras subo en mi saco de dormir. Wistle ya ronca al otro lado del fuego, pero
ni siquiera una manada de caballos al galope me podía mantener alejada del sueño.

Cada músculo grita de dolor mientras subo de nuevo en la silla a la mañana siguiente.
Me estremezco por la brisa fría, pero si este día se parece al de ayer, el sol quemará
sobre mí hasta que se chamusquen las raíces de mi pelo y sólo quiera refrescarme. ¿A
quién le importa unas pecas más?

—¿Cuánto tiempo falta para llegar?

Alza una ceja.

—Correcto. Paciencia. —Suspiro.

Día tras día, vamos de camino al oeste; las semanas se convierten en meses, y ahora un
toque de otoño está en el aire. Grito de alegría cuando finalmente se pueden ver las
montañas a la distancia, pero Wistle me dice que pasarán una semana o dos antes de
llegar.

Cada noche las distantes montañas crecen más cerca, el azul adorna el cielo, la cima
blanca parece flotar sobre nosotros. Todas las noches practico el manejo de la espada y
Wistle me muestra cómo cazar de verdad. Cada noche, me quedo bajo las estrellas, la
dura tierra inquebrantable a mi peso y los grillos corean que duerma.
Hacia el atardecer, nos dirigimos a una ciudad. Unos días más y dejaríamos el bosque,
el último tramo de desierto antes de subir la montaña.

—Dale agua a los caballos y llévalos a los establos. Voy a encontrar la posada y
asegurar nuestro alojamiento para pasar la noche. —Wistle desaparece entre la
multitud, dejándome con un millar de extraños. Nunca me sentí tan sola.

Tras semanas en el camino, ya debería estar acostumbrada a esto, pero ni siquiera sé a


dónde nos dirigimos y mucho menos cuál es mi propósito en todo esto. Wistle dijo que
yo estoy destinada a casarme con un noble en un país extranjero. ¿Pero por qué yo?

Nutty y Midnight me siguen, sus pezuñas golpean los caminos de piedra de la ciudad.
Después de un largo día, inclinan sus cabezas y se arrastran con sumisión. Si no
estuviera tan cansada, Nutty se inclinaría hacia las flores y las manzanas de los carros
en el mercado, y Midnight estaría saltando con cada grito o caída de barril. Sus colas ni
siquiera se sacuden.

—Buena chica, Nutty. —Quito su silla de montar y la coloco en el guardanés4. A


continuación, la cepillo hasta que su pelo está seco, compruebo sus patas y saco el
barro y las piedras.

Ella resopla.

—Sí, tengo una manzana para ti. Malcriada. —Le doy una manzana dorada y rasco su
melena antes de encerrarla en su puesto con agua fresca, heno y avena.

Sólo para volver a iniciar todo el proceso con Midnight. Él me empuja con el hocico
negro y luego besa mi mejilla.

—Por supuesto, también tendrás una manzana.

Ambos caballos se apostan durante la noche, mis deberes están cumplidos, vago por la
ciudad, mirando a la gente bullir en sus quehaceres. Un aprendiz de sastre barre el
polvo de la acera fuera de su tienda. Una joven mujer, con su bebé llorando en los
brazos huele una cesta de fresas maduras; su bebé mayor escapa alrededor de una
esquina para perseguir a un pájaro picoteando en la basura. Un agricultor carga sus
productos en la carreta, de regreso a su casa.

Muchos se detienen para mirarme, algunos con miedo, otros con temor. Supongo que
no muchas sacerdotisas visitantes llevan espadas atadas a sus espaldas.

—La Diosa te bendiga. —Señalo el símbolo de la paz a cualquiera que me reconozca.

4
Lugar donde se guardan los arneses, sillas y guarniciones de la caballería.
—Dame una bendición también, sacerdotisa. —Un hombre toma mi muñeca y excava
sus dedos en mi brazo. Un hombre de mis pesadillas. Naga, solo que caminando como
un hombre. Su parte de serpiente ahora tiene piernas, pero no hay duda de que
conozco esos ojos.

—Déjame ir.

—Elias no está aquí para salvarte —sisea—. Los dioses te están enviando a la montaña
para librarse de ti. Tu belleza desafía a la de Araphia y, en sus celos, ella te ha
desterrado a donde nadie pueda verte de nuevo.

—No es cierto. —Pero por lo que sé, él dice la verdad. Nadie me había dicho por qué
Whistle había venido a por mí, aparte de mi compromiso con un extraño.

—Busca en tu corazón. Sabes en tu interior que Elias se deshizo de ti para apaciguar a


la diosa.

Sin Elias detrás de mí, no tengo poder para echarlo. Lo pateo en la espinilla y hago una
llave con mi mano en la suya antes de lanzarlo contra la multitud. Su risa resuena a
través de la multitud, y mi corazón se llena de miedo. Él está jugando conmigo,
dejándome ir, así me puede atrapar más tarde como un gato con un ratón.

Oculta entre la gente del pueblo, tejo mi camino a través de las calles de ladrillo, yendo
más profundo hacia el corazón de la ciudad. Echando un vistazo a mí alrededor, busco
la cara conocida, pero no veo a Naga en ningún lugar. Todavía puedo oír su risa,
burlándose de mí, haciendo eco en mi cabeza.

No tengo ni idea de dónde estoy ni cómo encontrar la posada desde aquí.

Cansada, me dejo caer al lado de una fuente y me quito las sandalias, hundiendo los
pies en el agua fría, escuece. Me gusta. El dobladillo del vestido blanco hace senderos
en el agua, pero no me importa. Inclinándome hacia atrás, saco mi pie y veo el agua
escurrirse. Casi puedo oír una voz en el tintineo de la salpicadura.

Haciendo olas, se aviva a través del agua. El brillo del sol contra el agua me recuerda a
cuando jugaba en la fuente del templo (cuando Lydia no estaba viendo, por supuesto).
El sol, el agua, el viento caliente contra mi piel… al igual que hace unos días atrás
cuando ellos eran mis únicos compañeros.

—¿Estás perdida? —Un joven hombre se sienta a mi lado. Está vestido como muchos
agricultores: con pantalones cortos y sandalias, y una túnica que deja al descubierto sus
brazos.
Su cabello castaño es largo y enredado; su rostro demasiado desaliñado para ser
guapo; su nariz demasiado grande. Pero me gusta la risa en sus ojos azules.

Y me gusta su fuerte mandíbula y los músculos de sus brazos desnudos. Si tan sólo no
estuviera comprometida…

De todos modos, un poco de coqueteo no haría daño. Copio la sonrisa que Maris
siempre le daba a los chicos del pueblo y espero no tener nada en mis dientes.

—Una sacerdotisa nunca se pierde. Estoy donde me necesitan. —Espero. Trato de


ralentizar el martilleo de mi corazón, pero se atora en mi garganta; ahogando mis
últimas palabras. Supongo que no soy buena coqueteando. Me parece que no puedo
lograr la actitud casual que tiene Maris.

Él lanza hacia atrás la cabeza y se ríe. Me gusta la forma en que su risa se propaga
hacia arriba. Como si amara la vida y disfrutara de cada momento.

—Estas lejos de casa, sacerdotisa.

—¿Qué me delató? ¿Mi acento? ¿O porque soy el único rostro extraño en una ciudad
que no conoce extranjeros?

—Viajas con un viejo que canta antiguos romances desafinando y cuyos ronquidos te
mantuvieron despierta.

—¿Nos has seguido? ¿Te conozco de algún lado? —Lo estudio.

Él sonríe y su rostro se ilumina, transformando sus características oscuras en una


sonrisa muy apuesta, podría quedarme solo para disfrutar de su rostro.

—Sé que el viento canta para ti. —Se encoge de hombros y el gesto parece tan familiar.

—Por los dragones, eres un oráculo. Entonces dime algo, oráculo: ¿qué quiere de mi
Elias? ¿Por qué me envía al otro lado del mundo? Podría haber ayudado en mi pueblo.

—No soy un oráculo. Si supieras lo que soy, no me pedirías respuestas, por lo que
tengo en mi poder puedo darte algo más duradero. —La sonrisa se ha ido, su rostro
está serio. Me entrega una copa de barro. No sé de dónde vino; no estaba allí hacía un
momento. No tiene asas y mi mano roza la suya mientras la tomo. Sus manos están
calientes y ásperas, callosas como un granjero o tal vez un luchador.

—Bebe.

La última vez que un desconocido me dio algo de beber, resultó ser un vial de muerte.
Miro a sus ojos. La honestidad me devuelve la mirada.
Dreno la copa. ¿Agua de rosas endulzada con miel? ¿O tal vez néctar? Fluye a través de
mí, hormigueando como un buen vino. Los colores de los árboles se agudizan; la risa
de los niños tintinea más fuerte; la luz del sol brillando en el agua se ilumina.

Echo un vistazo hacia él.

—Algún día Gabin, el hijo de Elias, caminará entre nosotros.

Él asiente con la cabeza, su mirada fija en mí.

—Los oráculos dicen que va a acabar con la pobreza y difundir el amor y la igualdad
entre las personas.

Su mirada se queda en mí.

—Él va a buscar en la tierra una novia que lo adore con su corazón y alma, no sólo con
los labios. Alguien que luche junto a él por la eternidad y trate de corregir los errores
de los poderosos, para salvar a los débiles de la injusticia. Alguien que lo adorará por
el hombre que es.

No sé qué decir.

—Nephecia, no tengas miedo de tu destino. No te haré daño. Lo prometo. —Toma mi


mano. Una oleada de calor recorre mi brazo. Siento que mi cara arde por la intensidad
de sus ojos.

—Ahí estas. ¿Qué haces aquí sola?

Mirando hacia atrás, veo a Wistle de pie detrás de mí, con el ceño fruncido, como si
hubiera arruinado su cena.

—Solo estaba… —Cuando me vuelvo hacia el hombre a mi lado, se ha ido.

Ato mis sandalias y me levanto.

—Lo siento, Wistle. No era mi intención hacer que te preocuparas. Quería ver la puesta
de sol.

Él gruñe y gira sobre sus talones. Lo sigo de vuelta a través del mercado. Sus largos
pasos lo llevan varios pasos por delante de mí y me apresuro a ponerme al día.

—Wistle, ¿Qué te contó el oráculo cuando te envió a buscarme?

Me lanza una mirada por la esquina de sus ojos.

—¿Por qué tanta preguntas? Ya te lo he dicho.


—Oh, nada. Sólo pregunto. —Mi mano todavía arde por el tacto del extraño. ¿Sólo
había sido un producto de mi imaginación?

El mercado está casi vacío. La mayoría de los comerciantes y los agricultores se habían
ido; los únicos rezagados cargaron el último de sus productos y dirigieron las carretas
hacia las puertas de la ciudad. Unos mendigos, la mayoría niños sucios con caras
delgadas y trapos sucios, miraban las cestas de fruta y el pan rodando.

Mi corazón cae en mi estómago, como ladrillos pesados tirándome hacia el suelo. Aquí
estaba yo, con mi limpio vestido blanco, sandalias bonitas y el estómago contento, y
estos niños morían de hambre. Lo que es peor, a nadie le importa.

—Deja ir esa manzana. —Un agricultor agarra a una niña, tan pequeña que apenas le
llega hasta la cintura, y la sacude.

—Por favor, señor, tengo hambre.

—Entonces trabaja por tu comida como todo el mundo. Me he esclavizado por esta
manzana y que me condenen si dejo que tus sucias manos la obtengan sin pagarme un
centavo. —Arrastrándola por la oreja, la deja caer a los pies de un hombre de uniforme
—. Encierra a esta inmundicia. Es una amenaza para la sociedad.

—¡No! —La levanto del suelo—. Ella no tiene ni cinco cosechas de edad. ¿Cómo
puedes ser tan cruel?

La cara del agricultor quema de color rojo violáceo; creo que sus ojos van a estallar en
llamas y balbucea sonidos ininteligibles, apretando los puños y alzándolos sobre mí
como un volcán a punto de estallar.

—¿Condenarías a uno de los hijos de Elias por un centavo? —Puse a la chica a mi lado
y ella entierra su cara en mis faldas.

Él escupe en la cara.

—Que le den a tu diosa y a tu padre en los cielos, eres…

Desenvaino la espada de mi espalda, señalándolo, y él carcajea como un burro. Por


supuesto, es una espada larga, y tengo que sostenerla con ambas manos. Pero soy hábil
con muchas armas y he practicado cómo manejarla cada noche durante tres semanas
para acostumbrarme al peso.

Azoto la punta alrededor de manera que melle en su barbilla antes de presionarla


ligeramente contra su garganta.
—No trague o va a cortarse usted mismo. La generosidad se le da al generoso, por lo
que le dará su manzana a esta niña y la bendecirá por la oportunidad que tiene de
compartir. Luego, agradecerá a Elias por darle tanta abundancia de manzanas, que
darle una manzana a cada mendigo no le empobrecerá de ninguna manera.

Da un paso atrás y asiente.

Cuando miro alrededor, cada ojo está en mí, y hacia mí, la cara del oficial es de color
blanco.

—Lo siento, no fue mi intención usurpar su autoridad, oficial —le murmuro.

—Realmente eres una hija de Araphia, sacerdotisa. —Inclina la cabeza y me da el signo


de la paz.

—Bendiciones para usted. —Toco su frente como la Madre habría hecho a los visitantes
en el templo. Una extraña sensación de hormigueo se desplaza por mi brazo y un
resplandor descansa sobre la cabeza de él.

No envaino la espada de nuevo hasta que el agricultor ha cargado su carreta y el ruido


de sus caballos ha desaparecido a la vuelta de la esquina.

—Ya se ha ido. —Me agacho hacia la niña a mis pies y sonrió. Ella todavía agarra con
las dos manos su manzana sin tocar, y las lágrimas surcan su cara sucia.

Pero sus ojos azules brillan, un caballo salvaje que nadie podría dominar, como si nada
pudiera romper su espíritu. Ella me recuerda a mí misma, excepto que el mundo una
vez me había roto.

—¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Stone, mi señora.

—¿Y cómo conseguiste un nombre como ese?

—Por lanzar piedras a los abusones, mi señora. No dejo que hagan daño a los más
pequeños. —Ella encierra la mano en un puño y golpea su palma.

Me río.

—Elias ama tu espíritu guerrero, Stone. Prometo encontrar un lugar seguro donde
alguien va a amarte y cuidarte.

Debido a que una vez, alguien lo había hecho por mí.


9
Traducción SOS por Coral Black

—No tenemos espacio para otra, y estamos suficiente apretados. —La rechoncha mujer
se mueve para cerrar de golpe la puerta en mi cara, pero deslizo mi pie en su camino.
Sus pequeños ojos se abren con sorpresa.

La fulmino con la mirada.

—Lo siento, sacerdotisa. De verdad. Pero tengo a cinco niños además de los dos hijos
de mi hermana. Elias bendiga su alma. Es difícil, reunir comida para alimentar a los
que tengo. Mi marido es un duro trabajador, pero el dinero es escaso en estos días.

Asiento con la cabeza, dándole la señal de paz.

—Que la bendición de Elias caiga sobre usted y su hogar, señora.

Arrastrando los pies por el camino, cuento el número de casas que ya he visitado esta
mañana. Esta es la quinta solo en esta calle.

¿Por qué me molesto? Encontrar un hogar para un niño todavía dejaría a diecinueve
niños sin hogar en las calles de este pequeño pueblo y este es un pequeño pueblo de
cientos. Las ciudades deben ser peor.

¿Qué les pasó a estas personas para aplastar su espíritu? ¿Por qué la vida es tan dura?

—Lo siento, Stone. —Me giro hasta la silla detrás de ella y dirijo a Nutty para seguir a
Wistle y a Midnight hacia las afueras de la ciudad. Tal vez el próximo pueblo –el
último pueblo antes de llegar al bosque– será más prometedor.

Las risas estridentes y el tintineo de la música obscena manan a través de la puerta


abierta en la calle oscura. Las mujeres, con caras pintadas de colores chillones,
desfilando en su ropa interior, y los hombres, sus ojos en blanco con el estupor
alcohólico, maltratan cualquier cosa que pudieran tener en sus manos. Mirando
fijamente con los ojos abiertos, tiemblo, sintiendo un calor punzante de malestar en el
estómago.

En la silla frente a mí, Stones se estremece, y la abrazo más cerca. Si no fuera por el
hecho de que este es nuestro último pueblo antes de llegar a las montañas, no me
molestaría en buscarle una casa aquí. Incluso en la tenue luz, puedo ver las viviendas
en mal estado, las calles embarradas y los harapientos espectadores.

Wistle agarra la soga de mi caballo y nos arrastra más cerca.

—No mires, niña. No es espectáculo para ojos inocentes.

Con la cara roja y gritando borracho, un hombre tropieza en la calle arrastrando a una
mujer por su cabello. Desabrochando su blusa para revelar una enagua sucia, su
vestido rojo se desliza fuera de sus hombros.

—Saca tu manos sucias de mí —llora—. ¡Alguien, maldición, ayudadme!

Seguramente alguien le ayudaría. Pero las personas a lo largo de la calle vuelven sus
rostros, como si no hubieran visto nada.

El hombre le da un rodillazo en su barriga.

—¿Vez? Ni siquiera la dioza ze preocupa por una puta fea. ¿De verdad creez que
alguien te rezca…?

La mujer escupe en su cara y él levanta la botella, todavía agarrándola con una mano
mugrienta.

Pestañeando, cierro mis ojos. Pánico brota dentro de mí. Puedo sentir los golpes del
hombre. Alrededor de mi cara. Sobre mi cabeza. Cruzando mi espalda. Como si fuera
la mujer yaciendo indefensa en la calle.

—¡Suéltala! En el nombre de Araphia, la diosa de Elias, suéltala. —Las palabras fueron


arrancadas de mí.

El hombre, con sus ojos bizcos, mira hacia mí.

—¿Quién podría zer? Toda veztida de blanco, ¿eh? Honorando a la dioza. —Riendo,
levanta la botella hacia mí y toma un trago, y luego con la otra mano, le da un tirón al
pelo de la mujer otra vez.
Ella lucha para escapar, golpeando su bebida contra el suelo. La botella se rompe,
derramando cerveza, empapando la calle. La emoción en su rostro se convierte en
malicia –golpeando, dando bofetadas, puñetazos, patadas.

—Dije que la sueltes. —Pero mi voz cae al vacío, nadie me escucha; la chica tonta en su
caballo.

Rascando, mordiendo, agitándose, la mujer se defiende, hasta que se deja caer al suelo,
inconsciente. El hombre levanta su mano para golpearla de nuevo, una sonrisa
maliciosa en su rostro.

—Una bebida perfectamente buena vertida…

Wistle agarra a Stone y se la lleva en su caballo, y deslizo la espada fuera de su vaina.


El hombre me mira y luego deja caer su mano levantada.

—Ni una pizca de diversión. Bien, toma a la puta. Ella no es nada para mí.

Deslizando la espada en la vaina, desmonto y agarro la cintura la de la mujer.

—Deja que te ayude.

Un golpe en mi espalda y me tropiezo al suelo, dejando caer la mujer. Me giro para


hacer frente a mi agresor. El hombre, con los ojos ávidos de violencia, me mira
lascivamente. Un cuchillo en su mano brilla en la luz de la calle.

—Penzabas que podría dezacerte de mí. ¿Penzabas que estaba demaziado borracho
para penzar con claridad?

Agarro la empuñadura de la espada, pero me da un rodillazo en el vientre y me tira al


suelo antes de que pueda desenvainar la misma. Gimiendo, gateo lejos. ¿Dónde está
Wistle?

No quiero hacerle daño.

—A veces hay que luchar para proteger a los débiles. —El viento despierta.

El hombre ataca contra mí. Desde mi lugar en el suelo, lo pateo lejos, y rodando a mis
pies desenvaino mi espada y corto en rodajas el brazo del hombre. Una herida
superficial, pero lo suficiente como para llamar su atención, espero.

La cara roja del hombre palidece.


—Me… ¡Me cortazte! —Agarra su brazo cortado y luego se queda mirando su mano
empapada de sangre. Alzo la espada, lista para golpearlo con la parte plana de mi
espada, pero el hombre se gira y corre, tropezando.

Stone salta desde su asiento en lo alto de Midnight y lanza sus brazos a mi alrededor.

—Estoy bien.

—Tenemos que movernos. —Detrás de mí, Wistle levanta a la mujer inconsciente hacia
su caballo. Él echa un vistazo alrededor; sigo su mirada. Los peatones tienen su mirada
fija en nosotros. El hambre se oculta en muchos de esos ojos. Hambre de destruir.

—¿Por qué no me ayudaste? —Le susurro.

—Mi maestro me dijo que no lo hiciese. Él sabía que podías manejarlo por tu cuenta.

La mujer se despierta de un sueño intranquilo y, arrodillándome a su lado, le limpio la


cara con un paño caliente y aparto su pelo de su cara. Su piel cetrina se extiende sobre
sus mejillas magulladas e hinchadas.

Estoy sola con ella en la habitación del hotel, pero si hay algún problema, Wistle y
Stone esperan justo al otro lado de la habitación.

—¿Está bien, señora? —Le tiendo una cucharada de caldo.

—Sí, estoy bi… —Ella me estudia, asimilando mi caro vestido blanco y el oro colgando
de mis orejas y decorando mi cuello. Mi cara arde en vergüenza por mis ropas
elegantes.

Ella se hunde de nuevo en la cama, sonriendo débilmente.

—Me… Me siento un poco débil, mi señora. Un chupito de brandy ayudaría con este
dolor de cabeza.

—No tengo brandy para dar. —Tampoco te lo daría.

—¿Lo has matado? —Ella asiente con la cabeza hacia la espada sobre la mesa.

—No, por… por supuesto que no.


—Una pena, eso. El mundo estaría mejor sin él. —Su cara se distorsiona con una mueca
siniestra.

He oído esa voz antes; desagradable, fría, de odio. La memoria me da una bofetada, un
vaso de agua fría estallando en mi cara. Su mirada, todavía aguda, penetra a través de
mí y retuerce mis entrañas.

¿Dónde he visto esos ojos antes? Recuerdos, fríos y pegajosos, desgarran mi piel como
una serpiente tratando de salir de dentro. Me agarro el estómago para no vomitar.

Feliz de verdad, lo seré por tener las manos libres de ti. Nada más que un desperdicio de espacio,
eso eres. Las palabras me ahogan, apretando. Las sanguijuelas, chupando hasta
secarme.

—Yo… Yo la conozco. Usted… usted es la mujer que me dejó en la puerta de la cocina


del templo. —Las escenas de violencia –retazos de recuerdos– destellan delante de mí.

—Disparates. Un trozo inútil de una cosa, era ella. Nunca digna de llevar las vestiduras
blancas de una sacerdotisa. —La mujer mueve su mano en rechazo.

—Yo… yo no era digna. —Cerré los ojos, empujando las visiones a la parte posterior de
mi cabeza.

¿Soy digna? No podía recordarlo.

Agarro la empuñadura de la espada y la saco de su vaina. Las lágrimas caen por mi


cara. ¿Soy útil? ¿Soy buena? Debería ser buena…

La habitación despierta con una repentina ráfaga de viento desde la ventana.

—Eres hermosa. Mi alma.

¿Estás seguro? Quiero tanto complacerte.

—Te he elegido. Te he amado. Te he buscado para ser mía.

Me pongo derecha, calmando mis manos temblorosas.

—Soy la hija de Araphia, oráculo de Elias. Ponte de rodillas, mujer.

Ella palidece y tropieza fuera de la cama, inclinándose.

—Te lo ruego, mi señora. Soy sólo una humil…


—Silencio. —Pongo la parte plana de la hoja en la parte posterior de la cabeza
inclinada de la mujer. Ella gime. Cuando me acurruqué en un rincón, tratando de no
gemir, esperando que nadie me hiciese daño, ella no tuvo piedad. Ahora yo tengo la
vara.

Como una sacerdotisa, es mi derecho administrar justicia. Puedo cortar la cabeza de su


cuerpo y no sufrir ninguna desgracia por hacerlo.

Le estaría haciendo un favor al mundo.

¿No es eso lo que siempre decía sobre mí?

Me imagino la cabeza cortada, la acumulación de sangre en el suelo, los ojos sin vida
mirándome, pero la imagen no a calmar mi dolor. ¿No debería desear que pague por
todos sus crímenes?

¿Realmente soy mucho mejor?

Aprieto mis ojos cerrados. Recuerdo mi jardín. Maris sonriéndome. Los ojos de la
Madre, brillando con amor y diversión, incluso cuando me regañaba. Galletas y miel y
manos suaves y una mujer que me llamó "hija".

Estoy bendecida y esta mujer está abandonada. ¿Quién soy yo para juzgar?

El viento se agita.

—Mi alma.

Cayendo de rodillas, pongo mi mano bajo la barbilla de la mujer.

—Sólo quería que me amaras.

Tentativamente, ella me abraza.

—¿Realmente eres mi pequeña niña? Has crecido para ser tan refinada. Hice algo
bueno para salvarte.

—¿Qué quiere decir? ¿Salvarme?

—Naciste antes de tiempo, estabas luchando por respirar, y sabía que tomarías tu
último aliento. Sosteniéndote apretada, oré con todo mi corazón para que la diosa te
perdonase. Ella se presentó ante mí, deslumbrando el cuarto con color y te bendijo.
Pero su condición era que debía renunciar de ti.
—¿Por qué me golpeabas? ¿Por qué me odiabas?

—No te odiaba. So estaba enojada y herida. Esperaba que algo de ese dolor apareciese
en ti. —Expone su cabeza.

La Madre nunca me castigó –haciéndome pagar por mis crímenes–, en lugar de eso me
dijo que hiciese una compensación. Cuando pisoteé la cama de flores mientras
perseguía a otra chica con una rana, volví a plantar toda la cama de flores y me hice
cargo de ella hasta que las flores crecieron. Cuando pedí prestado lo último de la
harina en la despensa para hornear pasteles durante una excursión de media noche,
quedé esclavizada en la cocina durante la siguiente semana.

—Tengo una tarea para ti. Hay una niña que necesita un hogar. Llévala al templo
donde me llevaste, y vas a presentaros a ambas a la sacerdotisa. Darás el resto de tu
vida para servir a la diosa.

—Sí, lo que quiera.

—Júralo. —Agarro la hoja contra su garganta de nuevo.

—Te lo juro. —Ella traga por aire.

—Júralo por Araphia, diosa de la luz.

Ella palidece pero asiente.

—Lo juro por la diosa.

—Di su verdadero nombre.

—Araphia.

La promesa se asienta sobre nosotras, uniendo sus palabras a nuestro alrededor.


10
Traducido por Lobeth
Corregido por Coral Black

La mujer –mi madre– tira de mi cuello y mete un mechón detrás de mí oreja.

—Mantente caliente y sé cuidadosa en esos pasajes de montaña.

Es la cosa más maternal que nunca ha hecho por mí; calienta mi corazón, aumentando
más caliente, hasta creo que estallará. Sonrío y tomo su mano. Stone sostiene mi otra
mano y aprieto sus manos juntas.

—Stone, esta mujer cuidará de ti. Te llevará a un lugar donde ambas seréis felices y
estaréis a salvo.

Cruzando sus brazos, Stone arruga su delgada cara en un ceño fruncido.

—Puedo cuidar de mí misma.

—Pero ella necesita a alguien que cuide de ella. —Levanto su barbilla y estudio sus
brillantes ojos.

Se encoge de hombros, y le sonrío. Tomando una bolsa de dinero de mi bolsillo, lo


meto en su bolsillo.

—Tu responsabilidad.

Asiente con la cabeza, ella me da la espalda y conduce a la mujer quien ha sido mi


madre por el camino, pero entonces Stone se detiene y corre devuelta a mí, lanzándose
a mis brazos.

—Gracias —susurra.

La abrazo fuerte. Las lágrimas me ahogan cuando esos pequeños brazos se aferran a mi
cuello, y una vez más se lanza de vuelta a la mujer esperando por ella. Entonces se han
ido junto a los hombres que contraté para escoltarlas, la multitud del mercado
tragándoselas. Por lo menos los escoltas tenían caras honestas, pero de todos modos,
susurré una oración a Araphia para que las protegiera.

—¿Está lista, mi lady? —Wistle se balancea en la silla y le chasquea al caballo.

Lo sigo. Nutty resopla un saludo mientras me acomodo en la silla.

—¿Por qué estoy haciendo esto? Quiero ayudar a estas personas, sin casarme con algún
extraño y pretender ser una buena esposa. Jugando a la anfitriona y atendiendo una
casa;tareas vacías. Quiero mucho más.

—¿Por qué crees que la vida de casada será tan vacía?

—No hay aventuras. —No hay amor.

Brama en risa.

—Yo tenía una esposa. Ella hizo cada día una aventura. Es todo de la manera en que lo
mires.

—¿Fue un matrimonio concertado?

Disminuye el paso de Midnight hasta que Nutty lo alcanza.

—Recuerdo el día que mi madre me dijo que mi padre me había encontrado una buena
mujer. Estaba asustado y nervioso, pero cuando la conocí, ella tenía los ojos azules más
grandes y los rizos dorados más suaves que jamás había visto. Cuando sus ojos se
posaron en mí, tembló como ciervo salvaje delante de un león. Pensé que tenía que
dominarla primero, pero con el tiempo aprendí que ella era la leona y nadie podría
domarla.

—¿Qué pasó? —Pienso en la imagen en su alforja, la mujer del cabello dorado con la
hermosa sonrisa.

—Ella murió en el parto, junto con nuestro hijo. Han pasado muchos años, pero nunca
podría casarme de nuevo. —Baja la cabeza. Sus hombros se encorvan como si su fuerza
se hubiese filtrado fuera de él, dejando un hombre roto, viejo y frágil.

—Lo siento —me ahogo. Pero nada que pueda decir o hacer parece adecuado para
calmar el dolor asfixiándolo.
Alrededor de nosotros, la ciudad bulle alrededor de sus negocios, y las pezuñas de los
caballos suenan al andar en el camino de ladrillo. Observando con cautela y mirando la
espada en mi espalda, la gente del pueblo se dispersaba lejos de nosotros.

—¿Deseas no casarte nunca?

Levanta la vista bruscamente.

—Perdiste el punto de la historia. Ella era mi mundo y sin ella nunca tendría la
experiencia de vivir. Puedes encontrar placer en salvar el mundo y viviendo aventuras,
pero nunca te sentirás satisfecha si debes vivirlo sola.

—Pero ni siguiera lo conozco. Él podría ser feo. Tal vez ronca fuerte como un oso y
mastica su comida con la boca abierta. Quizás no me guste.

El viento se levanta, azotándose a mi alrededor en una ráfaga furiosa. Me aferro mi


sombrero con ambas manos y luego, tan de repente como ha llegado, el viento amaina.

Wistle coge mi mano y la sostiene en su mano callosa.

—Quizás estas siendo ridícula. Prométeme algo.

—¿Sí?

—Dale una oportunidad. Quizá no será lo que temes. Quizás será el león aventurero a
tu lado.

Estudio las nubes moviéndose a través del cielo matutino. El verano convirtiéndose en
otoño y el olor fresco de la tierra llena el aire llevado por un buen viento.

¿Cómo será él? ¿Amará este momento del año tanto como yo lo hago? Largos paseos
por el río, corriendo con el viento, bailando con la música de la naturaleza, riendo con
el arroyo que rebosa, leyendo junto al fuego en invierno; ¿podría compartirlo con él?

¿Se preocupa por la gente rota y que sufre como yo lo hago? Tal vez podría viajar con
él, ayudando a los necesitados.

—Lo prometo.

Wistle suspira.

—Bien.
Fuera de la ciudad, el camino vacío se extiende hacia el oeste delante de nosotros; una
sucia cinta roja sinuosa a través de las manchas verdes de los jardines.

En la distancia, las montañas acercándose –mi destino se esconde en la cima del pico
más alto. Al pie de la montaña, un bosque se encuentra centinela. Solo unas pocas
millas más y entraremos en el último viaje antes de subir la ladera.

Echo un vistazo detrás de mí. Mi última oportunidad de dar marcha atrás. Pero le
prometí a Wistle que le daría a mi matrimonio concertado una oportunidad.

Cabalgamos a través de las tranquilas tierras de cultivo, los pájaros revolotean de árbol
en árbol, cantándonos. A diferencia de las semanas previas, no nos encontramos con
otro viajero.

—¿Cuánto tiempo queda antes de llegar al bosque? —Pregunto.

—Al anochecer.

En la entrada del bosque, extendemos nuestros sacos de dormir bajo las estrellas. Un
fuego arde en el hoyo que Wistle ha cavado, y revuelvo el estofado, dejando caer un
puñado de cebollín y salvia. Quién sabía que todos estos años de trabajo duro en el
jardín serían tan útiles.

—Bien hecho. Despellejaste todo el conejo por ti misma.

Sonrío. Me estaba convirtiendo en una leona.

Aplastando maleza. Las figuras saltan del bosque, rodeándonos. Wistle vuelca el
estofado sobre el fugo con su pie, y el mundo se oscurece alrededor de mí.

Sonidos de pelea llenan el aire: un gruñido, un siseo de respiración, un golpe, un


gemido. Alcanzo la espada en mi espalda, pero la dejé atado a la silla de montar en mi
saco de dormir.

Estúpida. Hasta aquí ser una leona.

Wistle grita –un grito desgarrador de dolor mortal– y luego manos ásperas se sujetan
sobre mi boca. Me retuerzo, intentando patear y morder, pero el agarre me sostiene
firme.
—Bien podrías acomodarte. Tu amigo está muerto y no hay nadie en millas para
ayudarte. —Reconozco la voz del ebrio de anoche. Su aliento huele a carne rancia. Sus
manos viscosas bajan por mi brazo.

Me estremezco pero aún así espero.

—Buena chica. —Me empuja contra la hierba. —Atenla. Alguien ha ofrecido unas
cuantas piezas de oro por ella, así que no la dañéis demasiado. —Su risa se desliza
como gusanos retorciéndose en mi intestino.

Una antorcha ilumina el campamento y busco a Wistle por la zona. Su cuerpo se


encuentra a unos pasos de distancia. Con su espalda hacia mí y, en la penumbra, no
puedo decir si su pecho sube y baja con cada reparación. Me arrastro hacia él y
presiono mi mano en su pecho. Por favor que esté vivo.

No se mueve. Sin latido. Sin aliento para calentar mi mano.

Mi amigo.

Presiono mi cabeza contra su pecho para escuchar su corazón. Nada.

Presiono mis labios para evitar sollozar.

El ebrio se agacha frente a mí.

—Tan alta y poderosa, una sacerdotisa que piensa que gobierna el mundo. Bueno, no
me asustas. —Apoyando su cara cerca de la mía, sonríe, envolviéndome en su horrible
aliento. Contengo las ganas de vomitar.

Agarrándome mi estómago, corro hacia atrás hasta que mi espalda golpea un árbol.

—Pero ciertamente te asusto. —Sonríe.

Manos ásperas me atan y me tiran en la parte posterior de un caballo. La soga se clava


en mis muñecas y mis dedos se entumecen.

Montamos hasta que el cielo se ilumina con una tonalidad rosa. Mi cabeza contra el
costado del caballo, solo puedo ver cuatro pezuñas golpeando un sendero de tierra.
Cuando ellos nos hacen detenernos, un grupo de hombres sucios, sus rostros
estropeados por la ira, nos rodean.

Su campamento descansa contra la base de las montañas, escondido entre la copas de


los árboles.
—Encerradla.

Me arrastran a una cabaña en la copa del árbol y me echan dentro. La puerta se cierra
detrás de mí.

La oscuridad me presiona y con mis manos todavía inmovilizadas, agarro la manija de


la puerta y tiro. El cerrojo se desliza en su lugar con un sonido metálico.

—¡Dejadme salir! —Golpeo la puerta.

—Tu nuevo amigo estará aquí para recibirte lo suficientemente pronto. —Ríen, sus
pisadas se alejan a lo largo del sendero de madera.

Hundiéndome en el suelo, me retuerzo para liberar mis manos hasta que se deslizan de
la cuerda. Una fresca brisa mueve mi falda, la piel de gallina corre por mis brazos
donde el viento me hiela la piel desnuda. Froto mis brazos para calentarlos, pero el aire
se pone más frío, colándose en mi piel.

—Te daré una oportunidad para escapar. Entonces corre a las montañas. Te guiaré.

Asiento a la voz invisible.

Pisadas golpean en los tablones de madera de fuera y luego paran en mi prisión. Mi


corazón se para mientras aguanto la respiración. Esperando.

La cerradura se desliza con un tintineo, y la puerta se abre. Las grandes formas


bloquean la luz del sol. Parpadeo, mis ojos ajustándose a la repentina luminosidad.

La abultada forma se acerca hacia a mí.

Naga. Tropezando, retrocedo al fondo. Él solo sonríe.

—Nos encontramos de nuevo, sacerdotisa. Esta vez nadie te protegerá.

Sin miedo. Me levanto en toda mi altura y lo miro con furia, mis manos en mis caderas.

—Te ordeno que te vayas. No tienes ningún poder sobre mí.

Él retrocede, dolor cruzando en su rostro. Entonces agarra un mechón de mi pelo y me


arroja a través de la habitación.

—Tengo el control aquí. Repite después de mí: “Haré lo que Naga diga”.
Retrocedo, tratando de romper su agarre. Me levanta más alto de forma que pueda
verme a la cara y respira su mal aliento en mi rostro. Me ahogo, respirando con
dificultad, cubriendo mi boca.

La habitación da vueltas alrededor de mí, aturdiéndome en una confusión de colores


oscuros.

Su voz suave, sisea en mi oído.

—“Obedeceré lo que Naga diga”. Dilo.

La voz es suave y amable, el aliento dulce, pero algo no está del todo bien. No puedo
recordar qué. Balbuceo, tratando de decir las palabras, pero salen ilegibles.

—“Soy fea e inútil. Nadie me ama. Nadie podría jamás quererme”. Dilo.

—Por favor, no. Seré buena. Seré una buena chica —susurro. Las buenas chicas son
tranquilas. No quiero ser fea e inútil; quiero ser una chica buena.

—No hay nada bueno en ti. Eres irremediable.

—Soy irremediable —me hundo amontonada en el suelo.

—Incluso Elias te odia. Él quiere destruirte porque no eres apta para ser parte de su
creación. Mereces morir.

La confusión de grises oscureciéndose y empujándome alrededor, apretándome,


estrangulándome. No puedo respirar, pero eso es lo que merezco. Pongo mi cabeza en
el suelo. Debo morir aquí. Espero morir aquí. No merezco vivir.

—Sí, eso es verdad —canturrea la voz en mi oído—. Morirás ahora y tendré mi


venganza. Él pensó que solo podría echarme de su corte y que simplemente me
alejaría. Pero ahora te tengo aquí. Su “preciosa novia”. ¿De verdad creíste que podrías
escapar de mí? Detuve tu corazón cuando naciste, pero esa maldita entrometida de
Araphia interfirió, respondiendo la oración de la puta. Ah, pero ella fue tan fácil de
manipular. Su odio era delicioso. Disfruté haciendo tu vida un infierno. Deberías
haberte visto, rota y raquítica; una cosa de belleza, al igual que lo estás ahora. He
disfrutado destruyéndote.

—¿Q-qué? —Parpadeo, levantando mi cabeza del suelo—. Pero dijiste que era Elias
quien quiere destruirme.
Su sonrisa burlona retumba a través de la habitación; como el estruendo de un martillo
golpeando contra mi cabeza. Naga se cierne sobre mí. Su aliento podrido me hace
sentir arcadas, y vomito todo sobre él. Vacío mi estómago hasta que no hay nada más
que bilis, y todavía vomito. Con un sollozo, me dejo caer en el suelo, pero ahora, puedo
ver la luz que entra por la puerta. La libertad se encuentra a unos pies de distancia.

—En el nombre de Elias, te ordeno que te vayas. —Es solo un susurro, pero toma toda
mi fuerza decirlo.

Sujeta sus manos sobre sus oídos, chilla y se retuerce.

Empujando mis rodillas, me levanto temblorosa y miro hacia la puerta.

—Por el nombre de Elias, ¡fuera!

Él huye, dejando la puerta abierta detrás de él.

Me tropiezo con la puerta y caigo en los brazos del hombre joven que conocí junto a la
fuente; el oráculo de la última ciudad. Su cabello está tan enredado en una maraña
como lo recuerdo, pero sus ojos azules brillan con amabilidad.

Mi corazón salta al observarlo y pongo una mano en mi cabello. Soy un desastre. No


puedo ni siquiera reunir una sonrisa encantadora.

—No me detengas o te haré lo que le hice a él —articulo.

—Supongo que eso me pone a tu merced, entonces. —Sonriendo, me estabiliza en mis


pies. Sus manos en mis hombros son cálidas a través de mi delgado vestido y mi
turbulenta mente se despeja—. Tu caballo y tu espada están ensillados y esperando por
ti. Si te diriges a la montaña, nunca te encontrarán.

—¿Qué tipo de oráculo eres tú?

—Del tipo que rescata damiselas en apuros. —Se encoge de hombros—. Pero date
prisa. Los guardias se están emborrachando y no te notarán si te escapas ahora.

Al final del sendero de madera, una escalera de cuerda cuelga hacia el suelo y me
apresuro hacia ella. Cuando echo un vistazo hacia atrás, él se ha ido. Bajo, con cuidado
y en silencio, pero nadie me molesta. Los guardias alegres se tambalean en una de las
cabañas; suena como una pelea que se ha salido de las manos.

Nutty espera por mí al límite del campamento. Tal y como dijo él. ¿Qué tipo de oráculo
se junta con bandoleros y luego ayuda a los cautivos a escapar?
11
Traducido por Lobeth
Corregido por Coral Black

—Aquí es donde debemos decirnos adiós, Nutty. —Presiono mi cara contra la suya.

Resopla; su cola da vueltas como si discutiera conmigo. Acaricio su nariz y rasco detrás
de sus orejas.

—De aquí a la cima, el camino es demasiado empinado para un caballo. No dejaré que
corras el riesgo de romperte una pata por mí. —Quitando su silla de montar, la dejó
caer al lado del camino. Mi espada está sujeta a mi espalda una vez más, lanzo la bolsa
de la silla de montar –llena de manzanas, un pedazo de queso, avena, un pedernal5,
una pequeña cacerola, calcetines caliente y guantes, suministros– sobre mis hombros y
tiro de mi capa de lana para cerrarla. En lo alto de la montaña, el viento de otoño se
clava en mi piel expuesta.

Vigorizante contra el viento, subo por el sendero. Sobre mí, las nubes se ciernen
oscuras, el anochecer llegará en pocas horas. Necesito encontrar asilo pronto.

Oigo pezuñas contra las rocas detrás de mí. Doy una vuelta alrededor y agito los
brazos.

—Vete a casa.

Sacude su melena.

—¡Vete a casa! —Empujo su nariz hacia atrás, forzándola a bajar por el camino. Una
vez que se da la vuelta le doy una palmada a su trasero y trota alejándose. Se detiene
para mirarme, sus grandes ojos llenos de anhelo.

5
Sílex,variedad de cuarzo de color gris amarillento más o menos oscuro que produce chispas al
golpearlo con el eslabón.
—Lo siento, pero no puedo llevarte. Debes volver al templo. Sé que recuerdas el
camino.

Con otra sacudida de su melena, trota de vuelta hacia abajo de la montaña, nunca
mirando de nuevo hacia mí.

Miro hasta que su cola desaparece alrededor de la curva. Mi última oportunidad de


cambiar de parecer.

Pero le prometí a Wistle que lo intentaría y murió esforzándose por traerme aquí.

El viento abrasa mi cara y pica mis oídos, pero me obligo a avanzar, enfrentando mi
futuro. El camino estrecho se extiende delante de mí y, usando rocas para hacer
palanca, escalo la cara de la montaña.

Lluvia helada cubre el camino con hielo. No puedo agarrar los asideros, resbalo en las
rocas. Mi tobillo golpea los bordes afilados; el dolor se dispara por mi pierna.

La ropa mojada se aferra a mi entumecida piel. Mis dientes castañean.

No pares. Sigue moviéndote. Otro paso. Las palabras martillean en mi cabeza como si el
aire susurrara en mi oído.

Me agarro a la siguiente roca del camino, pero no puedo sentirla por el


entumecimiento en mis dedos. Esperando que mi brazo me sostenga, me arrastro más
arriba.

No te rindas. Solo unos pocos pies más.

La lluvia se vuelve nieve. Mis dientes ya no castañean y todo lo que quiero es


quedarme dormida.

Una mancha oscura en la montaña revela una cueva. Me arrastro hacia delante y trepo
dentro. Jadeando. Me despojo de mi ropa mojada, me pongo calcetines los frescos y
secos y los guantes de mi bolsa, y me envuelvo en una cálida cobija. Cuando me
caliento, mi piel se estremece y mis dientes castañean.

Un arañazo y un resoplido y entonces noto el sonido de suaves ronquidos.


Asomándose en la oscuridad, encuentro un oso durmiendo.

Conteniendo la respiración, me arrastro lejos hasta que me golpeo con la pared de la


cueva. El oso se mueve y gruñe, seguido por un ruidoso resoplido. Dejo mi aliento salir
en una lenta y silenciosa exhalación. Quizás si soy lo suficientemente silenciosa
podemos compartir la calidez de la cueva. O quizás solo estoy tratando de matarme.
Después de todo, escapar de ladrones y la repentina tormenta de nieve no hicieron el
trabajo.

Vagabundeo alrededor de la pequeña cueva y preparo un pequeño fuego para secar mi


ropa y hacer algo de avena. La nieve se derrite en mi pequeña olla mientras sostengo
mis manos sobre el fuego. El calor se extiende sobre mí a través de mis manos y hacia
mis brazos. Podría derretirme en un charco y ser feliz para siempre.

El agua hierve y suelto un puñado de avena y pulpa de manzana en el agua. Mi


estómago retumba.

Cuando la comida esta lista, meto la cuchara en mi boca quemando mi lengua. Jadeo
pero luego llevo mi mano a mi boca, lanzando una mirada al oso. No se mueve.

—Te llamaré Duerme-a-pesar-de-todo —susurro.

Me quedo dormida, esperando que mi ropa se seque, y cuando despierto, la nieve ha


parado y mi fuego se ha extinguido.

Acurrucada junto al oso, absorbo su calor protegiéndome de la corriente de aire fresco


que se filtra desde la entrada de la cueva.

—Gracias, Duerme-a-pesar-de-todo.

Abre sus ojos y parpadea hacia mí, bosteza, y se da la vuelta. Sonrío. Algunos días, tal
vez Elias cuida de mí. Pero ahora tendré que cambiar el nombre de mi amigo oso.

Vestida, me ato mis botas y cubro mis manos con guantes de lana. Con un suspiro, doy
un paso hacia la luz del sol.

—Ahí estas, —las palabras resuenan a través de la ladera de la montaña. Naga corre
por la ladera.

Busco una manera de escapar, pero no hay ningún lado a donde ir excepto arriba
donde él no puede atraparme; o volver a la cueva. Me agacho dentro y me escondo en
la esquina. Se ríe mientras pisotea dentro.

Sostengo mi espada lista.

—No puedes escapar de mí tan fácilmente, pequeña Patches. No eres nada, y


finalmente te destrozaré. Elias no te ayudará ahora. Que patética princesita falsa eres.
Inútil como un bicho, nada más que un desperdicio de espacio. ¿Realmente pensaste
que Elias podría amar a la asquerosa hija de una puta?

Sus palabras me golpean como una patada en el estómago; dejando caer mi espada,
desciendo en espiral y aterrizo en el barro. Soy solo una asquerosa niñita. Mamá está
castigándome de nuevo. Estoy tratando de no llorar; las chicas buenas no lloran. Le
ruego que se detenga. Ella va a matarme si no se detiene-

—Elias, ayúdame —respiro.

El oso deja salir un bostezo refunfuñado, rompiendo la ilusión y trayéndome de vuelta


al presente. Quejándose, se estira y se para, sacudiendo su pelaje marrón.

De pie en la entrada de la puerta, Naga se ríe.

—Niña, soy más viejo que esta montaña. He derrotado legiones. Un oso domesticado
no puede ni siquiera empezar a hacerme daño. Tu miedo me condujo aquí; me da
fuerzas. Te destruiré y no hay nada que puedas hacer para detenerme. Arrodíllate y
suplica, y podría matarte rápidamente. Si no, podría tomar semanasss. —Sus últimas
palabras se distorsionan cuando cambia a su forma mitad serpiente.

—Elias, protégeme.

Naga abalanza hacia mí más rápido de lo que mis ojos pueden seguirlo. Con garras
destellantes, el oso lo intercepta, excavando rayas en el pecho de Naga y luego
lanzándolo lejos. La serpiente demonio revota en la pared de la cueva y se escabulle a
la esquina.

Naga se detiene, poniendo su mano en su pecho. Su mano se retira cubierta de oscura


sangre negra.

—¿Qué? ¿Cómo? ¡Eso no es posible!

Las garras del oso y sus colmillos resplandecen con un resplandor blanco. Elias; él está
conmigo. Responde a mis plegarias. En verdad se preocupa por mí.

Mis ojos se llenan con lágrimas: el placer de ser amada mesclado con el remordimiento
dudar siempre. Los ojos del oso comienzan a resplandecer con un fuego dorado.

La serpiente demonio sisea y se enrolla, lista para golpear.

—En el nombre de Elias, ¡te ordeno que te vayas y nunca vuelvas! —Las palabras
rasgan desde mi pecho. Con un rugido, el oso, ahora rodeado en un charco de luz, se
levanta en toda su estatura y golpea al intruso. Naga se desliza de vuelta por donde
vino, y el oso lo persigue. Escucho sus gritos afuera de la cueva cuando el oso lo
desgarra. Temblando, me tapo mis oídos.

Después de un momento, silencio.

El oso camina de vuelta, el resplandor desapareciendo de su cuerpo, ni una gota de


sangre manchando su pelaje, se mueve con pesadez hacia mí; una sensación de paz
colándose sobre mí mientras acaricia mi rostro y casi me derriba con su peso.

Luego se da la vuelta y se acuesta, mira hacia mí, ¡y luego me guiña!

Gracias a Elias por las cuevas cálidas y los osos somnolientos.

Una cabaña se encuentra contra las rocas cerca de la cima de la montaña. Dentro,
alegres luces se asoman por las ventanas, como si dijeran “Bienvenida a casa”.

Fría, cansada, hambrienta, quiero abrirme camino por la puerta, pero vacilo. Mi destino
no ha parecido real hasta que lo encontré, silencioso y solitario, esperando por mí.
Muerdo mi labio.

Llegué hasta el final, ¿y ahora me acobardo?

Mirando hacia atrás al camino, pienso en cada cansado paso, cada momento doloroso a
lo largo de mi camino. Wistle debería haber estado aquí. Él dio su vida para obedecer a
Elias. Me tambaleo adelante y toco la puerta.

Sin respuesta.

Podía oler la carne asada y las galletas frescas. Giro el pomo y la puerta cruje al abrir.

—¿Hola?

Sin respuesta.

Sacudo la nieve de mis botas. La Madre me habría entregado un trapo y un balde si me


atrapara arrastrando la nieve dentro. Cerrando la puerta detrás de mí, dejo caer mi
bolsa junto a la puerta y cuelgo mi capa y espada en una barra de madera.
Un fuego arde en la chimenea y dos sillas están puestas en una áspera mesa. Paso mi
mano por la superficie de madera lisa; alguien la había lijado hasta que no quedaron
astillas. En frente de una de las sillas, ha sido dispuesta una comida. Cordero asado y
patatas, cebollas y frijoles verdes, galletas frescas y miel, un jugo de sidra de manzana,
un plato de calientes cerezas en conserva con leche; mi estómago ruge.

—¿Hola?

Cuando nadie responde, me siento en la mesa. Intentando comer lenta y


educadamente, pero mi hambre me obliga a engullir cada bocado.

La comida se termina, descubro una puerta que conduce a un dormitorio. Un vestido


blanco se encuentra al otro lado de la cama. Una nota dirigida a mí que me dice para
qué es el vestido.

Mi vestido de novia.
12
Traducido por Coral Black

El espejo refleja una imagen que no reconozco. Mi cara ha cambiado –ni de lejos tan
soñadora– mayor, más madura. Mis ojos son más profundos, más perspicaces; he visto
los problemas del mundo.

Llevo puesto un vestido de color crema, adornado con encaje, y alrededor de mi cuello
cuelga un collar de perlas. Un mechón de escaso pelo blanco ha caído de los rizos
apilados en la parte superior de mi cabeza. Lo meto de vuelta con un alfiler.

¿Qué pensará de mí? ¿Le gustaré?

Hormigueos de miedo, placer y curiosidad palpitan dentro de mí. Esta noche, mi novio
vendrá a mí, como decreta la tradición, y en la intimidad de mi cámara, vamos a
intercambiar nuestros votos y luego…

El calor sonroja mi cara. Consumar nuestro pacto. ¿Cómo será eso? ¿Dolerá? He oído
historias, y la Madre me explicó las cosas lo suficientemente bien. Sin embargo, todavía
parece un revoltijo confuso de ideas que no puedo visualizar. Un desconocido,
compartiendo mi cama, durmiendo a mi lado, tocándome…

Me tiemblan las manos mientras aliso mi vestido de nuevo y meto ese mismo mechón
de nuevo entre los rizos. ¿Y si no le gusta la manera en que me veo? ¿Y si me envía de
vuelta a casa?

Entonces me rio. Después de todo el esfuerzo para llegar aquí, y luego ni siquiera le
gusto.

Estoy sola en una habitación que ha sido dispuesta para mí. Una crepitante chimenea
llena la habitación con calidez y alegría. Un baño caliente. Un vestido de novia. Una
gran cama en medio de la habitación. ¿Cómo puede alguien dormir en una cama tan
grande?
Me estudio en el espejo.

¿Quién soy realmente?

Un golpe en la puerta, y mi estómago brinca hacia mi garganta. ¿Qué se supone que


debo decirle? Deteniéndome en la puerta, cierro los ojos, dejando escapar una
respiración entrecortada.

Entonces abro la puerta. El hombre de la fuente que me salvó en el campamento de los


ladrones está delante de mí. Su pelo corto de color marrón se levanta violentamente
como si el viento hubiese soplado sobre él mientras un barco se aventuraba sobre el
mar tempestuoso. Como el fuego golpeado alrededor de una ráfaga en la montaña. Mi
mirada se clava en él –oscuro e incoloro, piscinas profundas ocultas en las sombras.

—Mi señora. Finalmente has llegado. —Él toma mi mano y la besa. Siento un
hormigueo cuando sus labios tocaron mi piel. Su mano está caliente; olas de fuego
corren por mi brazo.

Su mirada se clava en la mía; no aparta la mirada. Lava fundida se mueve en mi


interior, en el fondo de la boca de mi estómago, hundiéndose hacia abajo hasta mis
dedos de los pies, expandiéndose por mi pecho. Derritiéndome.

—Tú.

—Yo. —Se muerde su labio inferior.

—¿Me seguiste durante todo el viaje?

Él sonríe.

—¿Puedo pasar?

—Oh, sí.

Doy un paso a un lado para dejarlo entrar, ocultando mis manos temblorosas en mi
espalda. Él me lleva a la chimenea y se sienta a mi lado en la suave alfombra. Una
bandeja –llena de pequeños sándwiches, frutas, quesos, una botella de vino, dos vasos–
está sobre el suelo. Eso no había estado ahí hace un momento.

La sala se llena con un incómodo silencio. Debería decir algo, pero cuando abro la boca,
no sale nada.

—¿Un sándwich? —Me ofrece.


Lo alcanzo y tomo un bocado. Tiene un sabor suave, delicado, dulce, se deshace en la
boca, cosquilleando. Lo saboreo en mi lengua, cierro los ojos.

Cuando los abro de nuevo, su rostro está tan cerca. Él sonríe.

Él me sirve un vaso de vino y toma uno para sí mismo. Tomo un sorbo. El líquido
caliente se extiende hacia abajo a través de mí, quemando, adormeciendo mis nervios.
Tomo otro sorbo.

—Cuando eras una niña sin nombre, una niña vestida en parches, te vi bajo los árboles;
te canté para dormir, te consolé, te sequé las lágrimas con el viento. —Delinea con su
dedo mi mejilla.

—¿Eras tú? —Escuchando la melodía incluso ahora, cierro los ojos. Me envuelve en su
calor, alivia mi dolor. Su mano acaricia mi mejilla al igual que el viento lo había hecho
tantas veces antes—. Eras tú.

—Jugué contigo en el jardín del templo. Tú iluminaste mi alma incluso mientras tu risa
iluminaba las vidas de las sacerdotisas. ¿Recuerdas cuando te robé el sombrero?

Asiento.

—Yo era el niño en el bosque que te protegió de Naga, y bailé contigo en tu día del
nombre y entonces te presenté a mi padre Elias. Nephecia, fuiste nombrada para ser mi
alma, la vida dentro de mí. —Toma mi mano y me levanta. Su mano se extiende a
través de la parte baja de mi espalda mientras me balancea alrededor de la habitación
en sus brazos—. Soy el viento que te ha llamado. Te he cortejado y amado.

—Has sido mi amigo leal. —Lo miro.

—Tú eres mi corazón. Mi alma. Te he buscado desde el principio de la eternidad y


ahora por fin te tengo en mis brazos.

Dejamos de girar, y su cabeza se inclina hacia la mía. Sus labios son suaves caricias,
persistentes, con hambre.

—Por favor, sé mi esposa y quédate a mi lado para siempre. Ayúdame a llevar


bendiciones a nuestro pueblo. Permítenos luchar contra el mal juntos.

—Sí —le susurro.

Mi novio. Mi alma.

Por siempre.
Epílogo
Traducido por Coral Black

—¿Te gustaría una manzana? —Le paso una a la pequeña niña que me mira con sus
ojos de ciervo. Mi corazón se derrite cuando toca la manzana, estudiando mi cara como
si fuera una serpiente, antes de arrebatármela y correr hacia el callejón. Sus pies
descalzos golpean sobre el pavimento de ladrillo.

El invierno se agita en el viento de otoño, enfriando el aire. La niña necesitará


calcetines y zapatos calientes, tal vez un chal de lana. Podría dejar algo de ropa de
abrigo en el callejón para ella y el hermano pequeño que cuida.

Suspiro. Miles de años ayudando a los necesitados, y apenas he hecho mella en el


sufrimiento humano. Mis hijos y nietos extendieron alegría, buena voluntad y
prosperidad a través del mundo. Ni siquiera una diosa puede salvar al mundo sola.

Vi a Maris casarse con un granjero –eligiendo el amor sobre la elección de ser la esposa
de un noble– y criar a sus doce hijos. Stone se convirtió en la siguiente Madre del
templo y debido a sus administraciones misericordiosas, su región del país floreció.
Todavía estoy atenta a sus descendientes.

—Feliz aniversario. —Gabin camina desde detrás y me rodea mi cintura hinchada,


donde nuestra nueva alegría duerme en paz. Me acurruco en sus brazos.

—¿No estás decepcionado por haber tomado a una humana ordinaria como esposa? —
Sé la respuesta, pero me gusta escuchársela decir.

—Nunca. ¿Todavía deseas explorar sola? —Me besa la oreja.

—Nunca. —Me vuelvo para mirarlo de frente y encajar mis brazos alrededor de su
cuello. Se inclina y me besa.
Créditos
Moderación: Coral Black

Staff de traducción: Staff de corrección:


Cat J. B AmiNatera
Coral Black Coral Black
katherin florpincha
Lobeth

Revisión final:
Diseño:
Coral Black
Coral Black

Muchas gracias al staff por hacer posible este proyecto :)


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