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La chica con un corazón inocente sabe todo sobre las malas decisiones, pero
todavía tiene que tomarlas por sí misma. En busca de la libertad, la encuentra en el
delincuente al final del pasillo.

El alborotador con ojos azules del color del cielo de verano sabe que debe
permanecer lejos, pero no puede resistir la feliz maravilla que hace de su casa un hogar.

Es una romántica desesperada. Él está desesperado.

Ella es su razón, pero puede que no la atrape cuando caiga.

Ella lo ama. Él la ama con locura.

Esto es lo que sucede cuando un amor hecho de secretos se guarda con reglas en
lugar de promesas.

Dusty #1
Traducido por Sitahiri

Corregido por Bella’

uándo regresaste? —Paso mis dedos por el sauce de mi madre,


manteniendo la voz y la cabeza baja. Las largas, verdes y
aterciopeladas hojas me hacen cosquillas en los brazos, y me
recorren escalofríos desde la punta de mis dedos hasta los codos.

—Hace poco —dice, caminando detrás de mí, echando un


vistazo entre los sauces—. Vine aquí primero. No he ido a mi casa.

Miro por encima de mi hombro descubierto, arriesgándome a mirar. Los ojos de


Thomas se ven cansados y su piel no tiene color. Su cabello usualmente corto y de color
rubio castaño está largo y sucio, rizándose ligeramente sobre sus orejas. Los vaqueros
negros que cubren sus piernas y la playera gris que cubre su pecho más delgado de lo
normal, son nuevos.

Se ve asquerosamente guapo. Beneficios de un pecador con dinero.

—Leigh, dije que lo lamentaba —se disculpa, pegándole a las ramas del árbol.

Siempre lo haces.

—No es como si fueras mi novia.

Me doy la vuelta y Thomas está más cerca de lo que esperaba. Casi me está
tocando, observando mis movimientos con sus totalmente oscuros y arrepentidos ojos,
y sus hombros caídos. Hay un cigarrillo detrás de su oreja izquierda, y sé que lleva más
vergonzosa adicción en su bolsillo.

—Tienes razón —argumento—. Soy tu víctima.

—Siempre te desearé —susurra, rozando la nariz a lo largo del borde de mi


mandíbula.
Su súbita proximidad es abrumadora después del tiempo separados. No
dispongo de un momento para adaptarme antes de que tome mi mano y presione mi
palma contra el pulso en su cuello.

—¿Sientes eso? ¿Sientes lo rápido que late?

Lo hago.

—Haces que mi corazón palpite, princesa.

Lo siento.

Está más lejos de lo que nunca ha estado, y sus ojos son imperceptiblemente
negros, pero el pulso del amor es tan seguro y rápido bajo mi toque como siempre ha
sido.

Esto, lo sé.

Thomas quita mi mano de su cuello y besa mis nudillos. Muestra el destello de


su sonrisa curvada, convirtiendo mis mariposas en alfileres.

—Estás drogado —susurro.

—Así es.

Sonríe.

Me aparto de él, extendiendo la mano para acariciar el sauce.

—¿Estuviste con ella?

—¿Con quién, Bliss? —pregunta, perdiendo la sonrisita.

Me rio. Y no porque sea gracioso, sino porque esto es patético.

—No me llames así —digo, sacudiendo la cabeza incrédula antes de darme la


vuelta.

Poco impresionado con mis paredes construidas, lo percibo estudiando cada uno
de mis movimientos y detalles tratando de encontrar el modo de entrar. Es irreal ser
capaz de olerlo de nuevo: pasto verde húmedo y frío y goma de mascar Double Mint. He
tratado tan duro de olvidar su aroma, pero solía amarlo en mi ropa, mi pelo, en toda mi
piel. Solía saborearlo.

Eso era antes.


Cierro mis ojos, imaginando por un momento que mi corazón no está roto, que
me ama tanto como yo lo amo a él. Intento convencerme a mí misma tras ojos cerrados
de que Thomas no elige continuamente a las drogas por sobre mí. Me hago la tonta al
creer que un día solo seremos él y yo.

—¿Qué piensas? —lloro, limpiando las lágrimas conforme caen.

Su silencio aplasta.

—¿Qué quieres escuchar? —pregunta con suavidad, finalmente. Thomas estira


la mano, reclamándome—. ¿Quién quieres que sea?

Susurros de para siempre tocan el lugar bajo mi oreja con sus labios.

—Cuando cumplas dieciocho, todo será diferente, Leighlee.

Excusas.

Como si nunca se hubiera ido.

Pero lo hizo.

—Luces hermosa con ese vestido. Déjame quitártelo y amarte —suplica, declara,
y promete—. Déjame estar contigo.

Sé que me ama. Nunca dudé de su amor. Dudo de sus intenciones y su respeto.


Desconfío de sus motivos y lealtad.

¿Amor?

Me ahogo en amor.

Él es un traidor del amor.

—Mis padres están en casa —digo.

Thomas se inclina hacia delante y besa el costado de mi garganta, subiendo la


mano por el costado de mi blanco vestido. Tira del cabello en mi nuca.

—¿Qué hiciste mientras estuve fuera? —pregunta, su voz tranquila conforme la


tensión lo recorre.

Me rio tristemente en sus brazos.

—¿Quieres decir que con quién estuve cuando te fuiste por más de un mes?
Thomas gruñe en mi oído, tirando un poco más fuerte de mi cabello. Aprieta sus
dedos en un puño y presiona la nariz contra mi mandíbula.

—Juro por Dios —respira—. Lo mataré.

Me agarro de su brazo y entierro las uñas en su piel. Los ladrillos que se apilaron
más alto cada noche que estuvo lejos, y así como así, me derrumbo.

—Nadie —digo, moviendo mi mano bajo su barbilla. Obligándolo a verme,


sostengo a Thomas por su rostro.

Éste no es el chico que crecí amando; éste es un hombre que me lleva a lo largo
de su viaje.

—Porque te amo —me rehúso a permitir que el miedo se filtre en mi voz—.


Porque te amo, nadie más me tocará nunca. A pesar de que tú eres constantemente
tocado.

Cierra los ojos, sacudiendo la cabeza con una pequeña sonrisa de suficiencia.
Todavía estamos tocándonos de cerca. Puedo sentir sus palabras en mi piel.

—No he estado con nadie.

Mi corazón se rasga, y lo odio por esto.

Sus ojos se abren, y extraño el azul.

El agarre de Thomas en mi cabello se afloja, pero me abraza completamente


contra su pecho. Me sostiene hasta que todo lo que he escuchado o sentido, me he
preguntado y preocupado, decidido y convertido en su ausencia, se disipa. Me sostiene
ahí hasta que no hay nada entre nosotros más que mi vestido y su camiseta.

El amor es un desastre, pero amor es todo lo que hay.

Thomas pone su mano derecha plana contra la parte baja de mi espalda,


presionando y manteniéndome cerca. Arrastra su nariz lentamente al costado de la mía
y besa mi labio superior.

—Ven conmigo —susurra.

Inhalo sus palabras, y cuando exhalo mi respuesta, es fácil.

—Está bien —digo.

Y no se siente nada como caer.


Traducido por NinaStark

Corregido por Bella’

amina cerca detrás de mí, Bliss. Casi llegamos. —Mamá baja la mirada
hacia mí, perfilada frente al sol del amanecer—. ¿Vas a comer una paleta
de plátano como desayuno?

—Me dijiste que tomara algo.

—Desayuno, no azúcar —dice.

Me encojo de hombros, rompiendo un pedazo con mis dientes.

Mamá pone los ojos en blanco y aprieta mi mano suavemente.

—Vamos. Llegaremos tarde en tu primer día.

Mi cerebro se congela mientras me conduce por las puertas principales de la


primaria Sam Case. Sosteniendo la paleta entre mis labios, empujo la palma de mi mano
contra mi frente y gruño fingiendo dolor. Tal vez me pueda librar de esto.

—No vas a perder clases, Leighlee —responde mamá de inmediato.

—¿Tengo que llevar esta etiqueta con mi nombre? —Le doy un golpecito a la
etiqueta roja y blanca pegada a mi playera que dice “Hola, mi nombre es”.

El cabello rubio rizado de mamá se mece en el aire, y puedo oler su champú


aroma a cítricos en el aire.

—Sí —contesta—. Quieres que todos sepan quién eres, ¿no es cierto?

Mi papá prometió que todo saldría bien, pero no me quería mudar aquí. Extraño
mi vieja escuela en Nevada, con mis antiguos amigos y mi antiguo maestro. Extraño el
aire cálido y el suelo arenoso. Todo en Oregón está… cubierto de pasto, pero no digo
nada. El pequeño pueblo y la playa cercana no están mal.
—Espera aquí. Voy a entrar y tomar algunos papeles. —Trata de actuar calmada.
Soy la única hija de mamá y papá, su Leighlee Bliss. Pero se preocupan demasiado. Haré
amigos. Quizás les diré a todos que ahora mi papá es un juez. Si no son buenos conmigo,
él los arrestará.

Mamá desaparece tras las puertas dobles, y se supone que debo quedarme ahí,
pero puedo oírlos, a los otros niños. Con mi mochila rosa alta sobre mis hombros, me
paro en un charco de agua, mojando mis sandalias transparentes cuando apoyo una
mano contra un árbol y me asomo por la esquina del edificio para ver a mis nuevos
compañeros.

Me paro directamente frente a la entrada de la escuela, a punto de ser lanzada a


la guarida del león. Y todo lo que comí por desayuno fue una paleta de plátano.

Malas decisiones.

—¿Crees que habrá una sola persona en todo este pueblo que no vaya a amarte,
Bliss? —me preguntó papá anoche.

—Tu nuevo mejor amigo está esperando encontrarte —me juró.

—Sí, claro —mascullé.

—Estoy hablando en serio, Leighlee. Hay alguien en esa escuela que nació para
ser tu amigo.

—¿Solo uno? —Sonreí.

¿Pero una persona nace para otra?

—Oye tú, la del vestido morado, ¡muévete!

Me doy la vuelta y me aparto del camino cuando una persona loca pasa veloz
frente a mí en su patineta, casi sacándome los zapatos. Ella derrapa hasta detenerse y
patea su patineta antes de caminar pisando fuerte en mi dirección.

—¡Casi me matas! —grita la niña. Reduce la distancia entre nosotros—. Ya no te


pares ahí.

—Está bien —digo, reclinándome contra la cerca—. Lo siento.

Con cristalinos ojos azules, huele a masa para galletas de chocolate y recreo,
sudando y con la cara roja como si hubiera estado bajo el sol toda la mañana. Sin estarse
quieta vestida con una falda de mezclilla, su playera es nueva y rosa pero estirada en el
cuello. Sus zapatos están sucios, y el derecho está envuelto con cinta de aislar. Lleva un
moño en su largo cabello rubio cenizo, pero está ahí porque alguien le dijo que lo usara;
puedo decirlo por su malestar.

—No quise casi matarte —digo.

Pone la patineta bajo su brazo e inclina la cabeza.

—¿Está comiendo una paleta como desayuno?

—Sí.

—Eso es genial. Quería comer pastel como desayuno, pero mamá dijo que no. Tu
mamá probablemente es muuuuchooo más genial que la mía. Afortunada. Eres
afortunada. Me llamo Rebecka Castor.

Es una cápsula de energía y a duras penas puedo llevarle el ritmo.

—Soy Leighlee McCloy.

Observa la etiqueta con mi nombre con ojos entrecerrados.

—¿Qué clase de nombre es Leelee? ¿Es francés o algo así?

Mis mejillas se sonrojan. Nadie entiende mi nombre al primer intento.

—Es Leighlee. Lay~lee. Es americano.

—Lamento casi haberte atropellado. —Rebecka como que se sonroja—. Iba


rápido porque mi hermano estaba siendo odioso, y no prestaba atención porque mi
mamá me obligó a usar esto… —Tira del borde de su falda—… y después levanté la
mirada y ahí estabas. Era demasiado tarde para detenerme, y casi mueres.

Niego con la cabeza.

—No es verdad. Me aparté, ¿recuerdas?

Con los pensamientos de muerte olvidados, Rebecka se queda mirando fijamente


mi paleta.

—¿Me la das? Es decir, ¿vas a comerte el resto? Digo porque se está derritiendo
sobre tus dedos.

—Está bien. —Se la doy.

Sonríe y uno de sus dientes del frente está roto.

—Gracias.
Tengo el presentimiento de que va a zamparse mi desayuno de un bocado
cuando un grupo de tres chicos se nos acerca.

—Becka —dice uno de ellos—. Devuélvele la paleta.

Se detiene y los otros dos siguen caminando. Alto y obviamente mayor, este
chico se parece mucho a Rebecka con el pelo más oscuro y una sonrisa torcida. Es guapo,
supongo. No lo sé. Me gusta su franela.

—Yo se la di —digo, curvando los dedos de mis pies en mis sandalias mojadas.

—Sí, Thomas. Ella me la dio. —Rebecka se come la paleta de un bocado, como


supuse que lo haría—. Cállate.

—Bonita falda, Becka —se burla, todo juguetón.

Rebecka tira el palito de la paleta al piso antes de balancear su patineta contra la


cabeza del chico. Cuatro sucias ruedas rosas giran y cinta de aislar suelta. Él esquiva sus
golpes juguetones que tratan de quitarle la cabeza, y ambos se ríen, como si fuera un
juego.

Una vez que se han reconciliado, es hora de las presentaciones.

—Este es mi hermano, Thomas —revela Rebecka, señalando al chico con el


mismo color de ojos que ella—. Él jura que es genial porque va en sexto grado, pero no
es verdad.

Thomas la empuja.

—Soy genial.

Se burla de él, saltando de nuevo en su patineta. Hace un círculo alrededor de


Thomas y yo.

—¿Eres nueva? —pregunta, pasándose los dedos por su largo cabello. Tiene
ligeras pecas esparcidas por su respingada nariz. Y cejas de un tono más oscuro que el
cabello en su cabeza se curvan sobre las pestañas más largas y ojos más brillantes que
haya visto.

—Hoy es mi primer día —digo encogiéndome de hombros, tratando de sonar


como si no fuera algo importante.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

Señalo la etiqueta con mi nombre.


—Leighlee Bliss.

Me quito la etiqueta de un tirón y la arrugo en mi mano. Solo mi familia me dice


Bliss.

—Leigh —respondo de nuevo, pronunciando cuidadosamente Lay como hice


con su hermana—. Me llamo Leigh.

Thomas me mira fijamente durante un momento. Sigo su mirada conforme mira


desde la punta de mi cabeza, pasa por mis huesudas rodillas, a mis aún mojados zapatos.

—Tengo que irme —responde.

—Adiós —digo demasiado rápido, aflojando el agarre en la arrugada etiqueta en


mi mano.

Thomas vacila antes de irse.

—Me gusta el color —dice.

Miro alrededor, tratando de ver lo que él ve. Hay unos cuantos árboles frente a
la escuela, pero no son nada especial. Bajo la vista a mi conjunto morado, pero dudo que
sea eso a lo que se refiere.

—¿De qué? —pregunto.

—Tu pelo.

—Oh. —Toco mis suaves rizos—. Mi mamá dice que es rubio rojizo. La dejé que
me lo rizara esta mañana.

Se ríe relajado, caminando de espaldas lentamente.

—Ella suena genial.

—Lo es —respondo, pegada al lugar. Mi corazón late a un ritmo que nunca antes
he sentido, demasiado rápido y saltándose un latido.

Los chicos son raros.

—Bliss —me llama mamá.

Me despido de Rebecka y corro hacia mi madre.

—Aquí estoy.

Su rostro se tranquiliza, notablemente aliviada.


—Tengo tu número de salón. ¿Dónde estabas?

Señalo hacia la niña que casi me atropella.

—Ahí.

Mi tal vez nueva amiga está ocupada patinando cuando un hombre mayor con
un walkie talkie se le acerca. Señala su patineta, regañando a mi nueva amiga con el
dedo en su nariz, sacudiéndolo como si le dijera “no, no, no” y “malo, malo, malo.” Debe
ser un maestro o supervisor.

—Mamá —digo, deslizando mis pies en el concreto. Trata de arrastrarme.

—¿Qué, Leigh? —Está nerviosa, más ansiosa sobre mi nueva escuela de lo que
yo estoy, lo cual es tonto. Soy yo la que va a pasar el día aquí, no ella.

Apunto hacia Becka, y mamá comprende porque el nerviosismo pasa a ser


diversión.

—¿Hiciste una amiga?

Mamá cree en agobiar con muestras de cariño y vigilar atentamente, pero nunca
en avergonzar. No cree en gritar, o golpear, o en señalar con el dedo a los niños. Mi papá
dice que es una atrocidad golpear a los niños. No dará detalles, pero es un juez y un
abogado antes que nada; ha presenciado su buena parte de niños “golpeados” a lo largo
de los años.

Mis padres constantemente me recuerdan de la importancia de tomar “buenas


decisiones”, y “respetar mi espacio personal.” Ese hombre definitivamente no está en
su espacio personal. Está siendo grosero.

—Es suficiente —susurra mamá. Las pulseras en su muñeca tintinean y repican


mientras nos apresuramos hacia allá. Su falda flota tras ella, y su cabello rizado se
balancea con sus pasos.

—¿Le molestaría explicarme por qué está gritándole a esta pequeña? —Mamá
me suelta la muñeca y apunta con el dedo al rostro del hombre—. ¿Qué le parece, eh,
eh, eh?

Rebecka y yo soltamos una risita mientras el hombre calvo con los feos lentes
balbucea.

—Bueno, verá, ya se le ha dicho.

—Tu mamá es genial —susurra Rebecka, tomando mi mano.


La suya está pegajosa de azúcar color amarillo, sudorosa y caliente, pero se
siente como si tal vez ella hubiera nacido para sostener la mía.

Becka y yo tenemos el mismo maestro, y nuestros pupitres están el uno al lado


del otro.

—¿Qué estás comiendo? —pregunto, sacando todos mis útiles de mi mochila.

Me ofrece la bolsa de su almuerzo llena de postre aplastado.

—Mamá dijo que no podía comer pastel en el desayuno, pero no dijo que no
podía comerlo.

Una vez que todos están sentados, la Sra. Perkowski, nuestra maestra de quinto
grado, me presenta al resto de la clase. Unos cuantos me miran como si fuera rara, así
que la chica con olor a dulce sentada a mi lado los amenaza con el puño.

—Yo te cubro —dice.

Durante nuestro primer recreo, me columpio mientras ella persigue niños.

—No puedo correr con esta maldita falda. —Su cara se pone ligeramente
sonrojada mientras estira la mezclilla, descosiendo algunas puntadas.

En el almuerzo, comparto mi sándwich de pavo con ella. Ella me ofrece un poco


del suyo con mantequilla de maní y mermelada.

Conozco algunos nuevos amigos.

Laura: a ella le gusta mi conjunto morado, y me gusta su diadema rosa. Creo que
quiere ser mi amiga, pero ambas somos igual de tímidas. Estamos en la misma clase.

Oliver: dice oye y eso es todo.

Jackie: me sonríe, y me siento mal por no decirle que tiene lechuga en los dientes.
Sería grosero avergonzarla frente a sus amigos.

Hal “Smitty” Smith: es el mejor amigo de Oliver.

Kelly: exige la atención de todos. Es amiga de esta niña Katie, y no creo que le
simpatice a ninguna de las dos.
Después de comer, Becka y yo vamos al patio donde veo a Thomas jugando futbol
en el campo. En el lateral, un grupo de niñas sonríen, sueltan risitas y se susurran las
unas a las otras. Becka les lanza Tater Tots.

El chico rubio pateando la pelota saluda con la mano al grupo de chicas, pero
Thomas está en su propio mundo. Su concentración es inquebrantable, y mientras se
apresura al otro lado del campo con una estela de seguidores persiguiéndolo, el cabello
le cae en los ojos.

Cuando patea la pelota dentro de la blanca red, el chico rubio salta sobre su
espalda, y otro chico con cabello más oscuro taclea sus rodillas hasta que los tres están
en el suelo.

Las chicas aplauden, todavía susurrando y soltando risitas. Solo que ahora
apuntan hacia Thomas y sus amigos, y me parece extraño.

—¿Tater Tot? —pregunta Becka, lanzando uno a su boca.

Aparto la vista de su hermano y la miro a los ojos. Tiene las mismas pecas que él
tiene y una pequeña cicatriz sobre la ceja derecha. Me pregunto si alguna vez me dirá
cómo se la hizo. Me pregunto si será mi mejor amiga, porque quiero que lo sea. Me
pregunto si piensa que soy extraña porque me la miró fijamente. Me pregunto si se da
cuenta de lo difícil que es no mirarla de cerca.

—No, gracias —digo, decidiendo que mañana por la mañana voy a traerle a
Rebecka su propia paleta de plátano.

Cuando llego a casa lo primero que hago es llamar a mi papá y contarle sobre la
escuela.

“Mi maestra estuvo bien, pero ella huele a mantequilla de maní”, y “A todos les
gustó mi conjunto morado, así que creo que usaré el de color rosa mañana”, y “Hice una
nueva amiga, pero es algo diferente, y lleva pastel de chocolate a escondidas a la escuela
en bolsas de almuerzo.”

Ahí es en donde me detiene, diciendo que llegará a casa pronto.

Cuando entra por la puerta, no le doy la oportunidad de acomodarse antes de


hablar de Rebecka Castor de nuevo. “Tiene una patineta y un hermano, ¡pero tiene una
patineta!” y “Sostuvo mi mano de camino al almuerzo hoy, y le lanzó Tater Tots a esa
niña porque dijo que era mala con ella, y…”

Mis padres están felices de que haya encontrado una persona con la que formar
un lazo de inmediato. Casi, les cuento sobre Thomas, pero papá me mira de forma
extraña ante la mención de un chico. Le pregunto sobre su día en su lugar.

—No fue tan emocionante como tu día, Bliss —dice.

Becka y yo nos volvimos cercanas en las semanas siguientes al comienzo del año
escolar. Somos mejores amigas, y a pesar de nuestras diferencias, nos llevamos
maravillosamente. Me gusta Rebecka de la forma en que es, y ella soporta mis
tendencias femeninas.

Todos los días tenemos una especie de rutina: mamá me deja al frente de la
escuela en la mañana, y Becka se reúne conmigo frente a la puerta en donde puede
montar su patineta; le doy una paleta, y ella me da cualquier comida chatarra que
encuentra en su casa antes de venir a la escuela. A veces Thomas está con ella, a veces
no.

En el recreo, Rebecka persigue a Smitty o se burla de Kelly, y yo miro a Thomas


jugar futbol. He aprendido que su amigo de pelo rubio es Petey, a quién a veces llaman
Pete, y el chico de pelo oscuro es Benjamin, a quién llaman Ben.

Ellos son su Becka, y él es su Bliss.

Solo he hablado con Thomas unas cuantas veces. No ha dicho nada más sobre mi
cabello, lo cual es un alivio. Pienso en lo que diré si alguna vez habla sobre eso de nuevo,
y todo lo que invento es bastante tonto. “Mi mamá dijo que no puedo hablar con chicos,”
y “Cállate, Thomas”.

Mientras agosto, septiembre y un montón de octubre pasa, comienzo a pensar


que tal vez nunca me hable de nuevo. No es que me importe, porque no es así. Solo lo
hace más incómodo cuando Thomas pregunta de la nada:

—¿Por qué tu mamá te dice Bliss?

Petey y él andan por ahí con su hermana y me esperan antes de que la clase
comience. En lo particular no me gusta la forma en que Petey me mira, pero pensándolo
bien, no me gusta la forma en que cualquier chico lo hace. Incluso Thomas, porque a
veces me mira fijamente con esos anormales ojos azules y da miedo.
Esperan por mi respuesta, y no quiero decirles. Le doy un mordisco a mi Twinkie,
cortesía de Becka, y mastico lentamente. Cuando termino el primer mordisco, le doy
otro.

Los ojos de Thomas están fijos en mi boca, y Petey pregunta algo como:

—¿Es una niña de quinto grado?

Becka gruñe aburrida con mi lento masticar y monta su patineta alrededor del
estacionamiento. Thomas como que murmura algo a Petey, y Petey como que pone los
ojos en blanco antes de cruzarse de brazos y suspirar.

Cuando trago lo último de mi Twinkie, estoy triste porque ya no está. Mamá no


compra comida azucarada. Dice que es mala para mis dientes, así que no le digo de mi
intercambio diario con Rebecka.

—No tienes que decirme, Leigh —dice Thomas tan suavemente que sus labios
apenas se mueven. Sus ojos están al frente mirando a su mejor amigo y su hermanita
jugar. Parece estar un poco molesto con Petey, solo que no.

—Es estúpido —susurro.

Thomas me mira y admite:

—Mi familia me llama Dusty.

—¿Por qué? —pregunto.

Se ríe como si supiera exactamente por qué, solo que no quiere decirme.

—No tengo ni la más maldita idea.

Raramente escucho maldecir a mis padres, así que me parece escandaloso que
Thomas diga la palabra con M sin reservas. Debería acusarlo, pero entonces siento que
hace al Thomas de sexto grado más genial.

—Bliss es mi segundo nombre. —Me encojo de hombros y trato de controlar mi


sonrojo—. Mis padres tuvieron dificultades para tener un bebé, así que cuando por fin
nací, mamá dijo que era una dichosa maravilla.

Sonríe antes de meter las manos en sus bolsillos.

En la clase Becka me cuenta que a Thomas le dicen “Dusty” porque cuando era
pequeño escuchó a su papá decir idiota. Él lo repitió una y otra vez y sus padres
pensaron que era gracioso, declarando que su boca era mini sucia, polvorienta, no
mugrienta. Sin embargo, su lenguaje solo empeoró con los años. En especial
últimamente, dice ella.

—Pero es demasiado tarde para llamarlo Filthy porque ya es Dusty —añade.

Halloween en Newport, Oregon no es nada diferente de lo que lo era en Nevada;


todos en la escuela se visten para el desfile de disfraces.

Kelly es una catarina con una falda corta.

Becka dice que es “escandalosa.”

Me gusta la palabra.

Escandalosa.

Smitty es Freddy Kruger, y ha estado persiguiendo a mi mejor amiga alrededor


de las canchas de básquetbol toda la mañana. Ella está disfrazada de Michael Meyers,
pero definitivamente grita como una niña.

—¿Qué eres tú? —pregunta Thomas, viniendo detrás de mí. Su voz está cerca de
mi oído. Su aliento me hace cosquillas en el cuello.

—¿Qué quieres, Thomas? —Salta frente a mí y grito.

Su rostro está cubierto de maquillaje gris blancuzco, y sangre falsa cubre su ropa.
No muy lejos detrás de él están Petey y Ben, y se ven iguales que él, solo que no tan
terroríficos.

—Pareces una princesa. ¿Eso es lo que eres, Bliss? ¿Una princesa? Empujo su
hombro.

—Soy la Bella Durmiente.

—Aww, una hermosa princesa —se burla Thomas. Enreda uno de mis rizos
alrededor de su dedo.

—Déjame en paz —gruño, apartándome de él otra vez.


Petey salta frente a mí, moviendo las manos como un idiota. Exhalo, apartándolo
de mi espacio personal de un empujón mientras Ben estira mi vestido. Golpeo con
fuerza su mano y aliso el sedoso satín rosa.

—Oigan —advierte Thomas a sus amigos. No escuchan.

—Petey, para. —Doy un pisotón, pero ellos solo se ríen más fuerte.

Comienzo a llorar.

—Bliss —susurra suavemente Thomas—. No llores, princesa.

No le hago caso.

La hermana del zombi viene a mi rescate y está enojada.

—Demonios, Dusty, mira lo que hiciste.

Fingir sollozar para hacer sentir terrible al muerto viviente no es amable. Entre
Becka gritándole a Thomas y él sintiéndose mal por hacerme llorar, bajo las manos de
mi cara y grito:

—¡Es broma!

La broma les salió al revés.

Petey y Ben se ríen con nerviosismo, pero los agudos ojos de Thomas se enfocan
en mí como diciendo: “Que comience el juego, Bliss”.

Le saco la lengua al molesto trío antes de tomar la mano de Becka y alejarnos


saltando juntas al desfile de Halloween.

Ella gana el premio al disfraz Más Terrorífico en el concurso de la escuela.

Yo recibo un Snickers tamaño snack de Oliver.

—¿Crees que tu mamá te dejará quedarte? —pregunta Becka, tomando la mitad


de mi sándwich mientras yo tomo sus galletas de avena.

Resulta que tengo una enorme debilidad por los dulces de que la no tenía
conocimiento hasta antes de conocer a esta niña hace nueve meses.
Me encojo de hombros, mordiendo la pegajosa azúcar morena.

—Tal vez.

Me intercambia su leche blanca por la mía de chocolate.

—Mi mamá dijo que está bien si pasas la noche. Dijo que hará la cena, lo que es
raro porque mamá no cocina.

Levanto la galleta.

—Hace galletas.

Pone los ojos en blanco, abriendo mi leche antes que la suya.

—No, Bliss. Mamá se las compra al panadero.

—Preguntaré cuando llegue a casa —digo.

—Dirá que sí —me asegura Becka con la boca llena de comida.

Thomas se acerca a nuestra mesa del almuerzo y toma mi leche.

Mi corazón late de todas las formas, inflexible y rápido. Me muerdo el labio


inferior y tiro de las puntas de mi cabello. Nunca antes me han permitido pasar la noche
en casa de una amiga, pero pronto estaré en sexto grado. Casi es verano, y ya soy lo
suficiente mayor.

—¿No hay un chico en esa casa? —pregunta papá, doblando su periódico. Sus
tupidas cejas se fruncen.

Dejo de jugar con mi cabello.

—Thomas no es un chico. Es un hermano.

El hombre que me dio la vida se reclina en su sillón abatible de cuero negro,


meciéndose un poco. Tiene una cantidad de casos en la mesa frente a él, y mi madre a
su lado.

—No me siento cómodo dejándote dormir bajo el mismo techo que un chico,
Bliss —dice.
La frustración quema detrás mis ojos. Pero el riesgo de lagrimones no le hace
nada al Juez McCloy. Esto bien podría ser su juzgado, y yo bien podría ser algún niño
bandido. Toma decisiones basadas en hechos. Era de ese modo antes de que fuera
designado a la banca el verano pasado.

—Pero Rebecka es mi mejor amiga —le recuerdo, luchando por controlar las
lágrimas.

—Ella es una buena niña, Thaddeus —dice mamá, no completamente confiada


en sus propias palabras.

Mi padre levanta la vista.

—He conocido a Lucas Castor, Teri… —su voz se desvanece, sin decir otra
palabra. Su incómodo silencio hace que el estómago me dé vueltas.

Desde que me hice amiga de Becka y Thomas, puedo ver cuán estrictos son mis
padres en comparación con los suyos y ni siquiera los he conocido. Nunca he querido
gritarle a mi papá y mamá antes, pero sentada en ese sillón mientras se observan con
medias miradas de inseguridad, siento que quiero gritar.

—Por favor déjenme pasar la noche con mi amiga —digo con firmeza, teniendo
cuidado con mi tono—. Significaría mucho para mí.

He repasado la única vez que escuché a Thomas maldecir en mi cabeza una y otra
vez desde que sucedió, pero nunca he tenido el coraje de decirlo en voz alta.

Maldición.

“No tengo ni la más maldita idea.”

Se lamió los labios, ajustando su mochila, y pasando la mano por su cabello.


Estaba

seguro de sí mismo.

Maldición, déjame ir, papá.

Maldita sea, quiero ir a casa de Rebecka, mamá.

¡Esto no es justo, maldición!

Nunca podría hacerlo.

Pero cuando pienso en que no puedo soportar la indecisión por más tiempo,
papá se aclara la garganta. Ha llegado a su veredicto.
—No hagas que me arrepienta de dejarte ir, Bliss.

Me paro y grito. Salto de arriba abajo y aplaudo y bailo un poco. Abrazo a mi papi
y no le presto atención cuando refunfuña cosas acerca de chicos preadolescentes y algo
llamado cinturón de castidad.

—Gracias, gracias, gracias —chillo, subiendo disparada las escaleras.

—Leighlee —el profundo tono de papá hace eco en las paredes.

—Estamos confiando en ti.

—Pueden confiar en mí —juro rápidamente, empacando mi mochila.

En el viaje en auto hacia allá, apenas puedo quedarme quieta en el auto. Papá no
viene con nosotros, pero mamá conduce con instrucciones estrictas: hablar con los
padres y asegurarse de que el chico no parece una amenaza.

Son totalmente embarazosos.

Después de girar para entrar en el acceso a la casa de Rebecka, mi mamá mira


alrededor y silba asombrada.

—Este lugar es bonito —dice, más que nada para sí misma.

Es la casa más bonita que he visto en este pequeño pueblo. Blanca con molduras
azules, dos pisos de alto, está rodeada por altos y hermosos árboles. El pasto es de un
verde irreal, y las rosas naranjas, rosas y rojas rodeando el porche están perfectamente
florecidas.

Huelo su dulce aroma en el aire tan pronto como salgo del auto.

—Hola —dice Becka, que sale corriendo del costado de la casa. Su patineta está
en su mano derecha y su flequillo está pegado a su frente sudorosa.

—Acabo de llegar —digo, levantando mi mochila y poniéndola en mi hombro. Mi


mamá espera a mi lado, saludando a Becka con una sonrisa y un abrazo cortés.

No soy tan valiente. Rebecka apesta.


Descalza, con las rodillas sucias y el pelo enredado por la brisa, mi amiga más
cercana toma mi mano limpia con su mano llena de lodo. Nos conduce a mi madre y a
mí a la casa cuando la puerta del frente se abre y sale una mujer.

Me roba el aliento.

Vestida con una ceñida blusa color azul cielo y una falda de tubo color negra, sus
tacones resuenan en la madera mientras camina por el porche y baja los pocos
escalones hacia la entrada en donde esperamos. Veo un poco de Thomas y Becka en sus
rasgos, pero su cabello es de un antinatural tono de rojo, peinado y rizado
impecablemente.

No se parece en nada a mi madre.

A la distancia de un brazo, extiende su mano hacia mi mamá y sonríe.

—Tú debes ser Teri.

Mamá se alisa el pelo alborotado por el viento antes de tomar la mano de la Sra.
Castor.

—Sí, ¿y tú nombre?

—Soy Tommy Castor. Lamento que mi esposo no esté aquí. Está metido en la
oficina. —Tommy despide carisma y encanto.

Rebecka se mete un dedo a la boca como si fuera a vomitar.

Las mejillas de mamá se ruborizan.

—Está bien. Quería asegurarme que un padre estaba aquí.

—Estará bien —promete Tommy, apartando el cabello de mi hombro. Su roce es


reconfortante e irradia riqueza. Estoy locamente enamorada—. ¿Quieres entrar y dar
un vistazo antes de que te vayas?

Mi mamá lo rechaza con un rápido movimiento de cabeza.

—No es necesario. —Me besa la frente—. Regresaré por ti mañana, ¿está bien?

—Claro —respondo. El latido de mi corazón se acelera y la anticipación corre


por mis brazos. Estoy lista para que se vaya.

Cuando lo hace, Becka y yo corremos a toda velocidad a la casa.


Dentro de la puerta principal, me detengo, anonadada. Creía que el exterior era
impresionante. Hay arte en las paredes y una enorme TV de pantalla plana en la esquina.
Tommy tiene estantes llenos de libros y grandes lámparas de cristal en las mesitas
ratonas de madera.

Thomas está sentado en el sofá demasiado grande. Petey y Ben están a su lado
jugando videojuegos, tres latas de soda y una bolsa de papas están a sus pies.

Puedo ver los dedos de los pies de Thomas Castor, y es algo, raro.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta.

—Cállate, Thomas. Leighlee puede pasar la noche si quiere. —Rebecka se para


frente a mí, tapándome la vista.

Thomas mira más allá de ella, hacia mí.

—¿Vas a dormir aquí? ¿Por qué?

Petey resopla, presionando los botones del control demasiado fuerte. No creo
que Ben se haya dado cuenta que estoy aquí.

Rebecka está a punto de atacar cuando su madre entra con el correo en la mano.
Le echa un vistazo a Thomas y hace un ruido de desaprobación con los labios.

—Thomas, ten algo de malditos modales y sé educado. —Tommy se para y mira


alrededor—. Y limpia este desorden antes de que llegue tu papá.

Thomas se hunde en el sofá.

Sonrío.

La habitación de Becka se ve exactamente como dijo: posters de bandas e


incienso, sedosas sábanas con diseño de cebra y pilas de ropa sucia. Hay patinetas rotas
bajo su cama y envolturas de caramelos en su mesita de noche.

Nos sentamos en el piso frente a su cama tamaño queen, y pinto sus uñas llenas
de tierra de color Frambuesa California mientras asiente con la cabeza al ritmo de la
canción tocándose en el estéreo. Solo tengo una de sus manos terminada cuando se abre
la puerta de su habitación y se cuelan tres chicos.
Petey agarra mi frasco de esmalte de uñas, lanzándoselo a Ben. Él se lo lanza a
Thomas, que lo cuelga sobre mi cabeza.

—¿Lo quieres? —tienta, sosteniéndolo entre el dedo índice y el pulgar.

—Sí. —Me estiro para alcanzarlo, pero el hermano de mi mejor amiga es más
rápido que yo.

El revoltoso retrocede unos pasos. Becka trata de ir tras él, pero Petey y Ben la
sostienen contra el suelo y le hacen cosquillas en los costados hasta que su cara se pone
de todos los matices de rojo.

—¿Crees que puedes atraparme? —se mofa Thomas, dándose la vuelta y


corriendo fuera de la habitación.

Lo persigo por el pasillo a la parte de la casa que no aún no he visto. El ladrón


abre la última puerta a la derecha y desaparece en el interior. No me doy cuenta que es
su habitación hasta que lo he seguido dentro y estoy parada al lado de su cama.

Mala elección.

—¿Qué pasa, Bliss? —pregunta, riéndose. Thomas está sentando en el escritorio


de su computadora, dando vueltas en círculos.

—Devuélvemelo —exijo.

Niega con la cabeza, sonriendo con suficiencia.

—Creo que me lo quedaré, rubia rojiza.

Frunzo el ceño con las manos en mis caderas. El último lugar en el que debería
estar es en esta habitación, pero no voy a irme sin mi esmalte de uñas.

—Dámelo.

Thomas se levanta, lanzando el pequeño frasco de cristal en el aire antes de


atraparlo. Su cabello se aparta de sus ojos y puedo ver cuán vivos están.

—Di por favor —dice.

—Por favor.

Se acerca más. No puedo respirar.

—Dilo de nuevo, L.

Estoy a punto de hablar cuando…


—Dusty —alguien dice detrás de mí en un tono profundo, toda autoridad—,
devuélvele a la chica su barniz de uñas.

Me doy la vuelta, para enfrentar a un hombre alto, imperioso. Su traje gris oscuro
está completamente planchado y su cabello está perfectamente peinado con gel. Está
rasurado, y huele bien. Veo mucho de Thomas en su seguridad.

—Papá, ésta es Leighlee. La amiga de la escuela de Rebecka —me presenta


Thomas, empujando el barniz de uñas de vuelta en mi mano antes de salir de la
habitación, pasando a mi lado y al lado de su padre.

—Es un placer conocerte, Leighlee.

—Hola, papá de Becka —respondo, extendiendo la mano como Tommy hizo con
mi madre antes. Tiene cuidado de acunar mi mano más pequeña dentro de la suya más
grande. No aprieta, pero puedo sentir el músculo tras su agarre.

Sus ojos no son exactamente confiables, pero son cariñosos.

—Llámame Luke, dulce niña. —Suelta mi mano y se aparta a un lado con un


ligero asentimiento de cabeza.

Thomas está parado frente a la puerta de Becka, como si tal vez estuviera
esperándome. Tiene los brazos cruzados, y está parado como su progenitor, poderoso
y seguro.

Lucas me da una palmadita en el hombro. Su voz es optimista y paternal. Me


siento envuelta en completo cariño, y creo en él sin dudar cuando dice:

—Eres bienvenida aquí siempre, princesa.

Miro a Luke, después a Thomas y lo comprendo inmediatamente.

Hay más de una persona en Newport que nació para ser mi amigo.

Hay una familia entera.


Traducido por NinaStark

Corregido por Bella’

l aire de pleno verano huele a algodón de azúcar, banderillas y pasto recién


cortado. Banderas y estrellas cubren las ferias, y música de desfile se
escucha por los altavoces. Desde niños a abuelos, el pueblo entero de
Newport se mezcla alrededor de Becka y yo mientras caminamos hacia el
puesto de comida de churros.

—Lo siento, Dusty nos hizo llegar tarde —dice, soltando mi mano para recogerse
el pelo en el calor del Cuatro de Julio—. Nos llevó eternidades encontrar mi zapato.

—¿En dónde estaba esta vez? —pregunto.

—En el gabinete con los sartenes, en la olla de la pasta.

Rebecka busca en los bolsillos de sus shorts de mezclilla, sacando un billete de


veinte de uno y pulseras de la amistad del otro. Mete el dinero de nuevo y amarra una
pulsera tejida rosa alrededor de mi muñeca. Cuando Smitty llega mientras esperamos,
amarra una negra en la suya.

Una vez que tenemos dos churros dorados y perfectamente recubiertos, nos
dirigimos a una fila de mesas de picnic detrás de la Pirámide Milk Bottle. Smitty se
sienta con nosotros, y no pasa mucho tiempo antes de que Oliver se nos una también.

—Hola. —Se sienta a mi lado.

—Hola —le respondo, balanceando mis pies bajo la mesa. Mis dedos chocan
contra vasos vacíos y platos, y una servilleta se queda atascada en mi zapato. Sacudo el
pie para quitármela, lanzándole la basura a Becka.

—¡Oye! —grita. Me he detenido a mitad de la mordida y ella también, pero


después se ríe y patea la basura de regreso hacia mí.

Con una mejilla llena de masa frita, le pregunta a Oliver:

—¿Tu papá se encarga otra vez de los fuegos artificiales este año?
—Sí, con el papá de Hal. Están trabajando ahora mismo en ellos —dice,
sonriendo cuando el vaso vacío golpea su pie. Me encojo de hombros como si no hubiera
sido yo.

Cuando el sol comienza a ponerse, los chicos se van para ayudar con la
demostración. Langostas y grillos comienzan a zumbar, e incluso más gente llega
habiendo esperado a que el calor pasara. Hieleras y tumbonas cubren el pasto mientras
los chicos con uniforme de béisbol caminan por ahí como las estrellas del show.

Estoy revolviendo azúcar sobrante del churro con la punta de mi meñique,


comiéndomela poco a poco, cuando escucho la voz de Thomas sobresalir entre toda la
conmoción.

—Rebecka —llama. Saliendo de entre la multitud con la gorra hacia atrás, es fácil
de encontrar con su uniforme de béisbol blanco y azul marino.

—¿Qué pasa? —pregunta Becka mientras él camina hacia nosotros, y tomo otro
poco de azúcar.

—Mira —extiende su mano derecha. Lo que sea que le da la hace jadear.

—Oh, por Dios. ¡Oh, por Dios! —Salta arriba y abajo en su asiento, mirando
cuidadosamente entre sus manos cerradas. El azul en sus ojos brillando.

Me inclino para ver mejor, levantándome sobre la pegajosa mesa de picnic.


Becka está sosteniendo lo que sea que tiene cerca de su pecho como si pudiera escapar.
Alzo la vista hacia Thomas, que está medio sonriendo con suficiencia, medio radiante.
Está verdaderamente orgulloso de sí mismo por hacer feliz a su hermana.

—Hola, Leighlee —dice él, mirándonos de una a la otra. Se limpia el labio inferior
mientras se ríe, y es un sonido que sería cálido si los sonidos tuvieran temperatura. No
es fría como cuando está con sus amigos y me avergüenza. Está es diferente. Mejor.

—Esto es tan genial. ¿Dónde lo encontraste? —Becka pone las manos a la altura
de su rostro, abriéndolas lentamente para ver lo que es tan genial.

—En el campo de juego —Thomas se inclina hacia delante, echando un vistazo


entre los dedos de su hermana. Su gorra está lo suficientemente levantada sobre su
frente que algo de su cabello rubio cenizo cortado corto por el verano sobresale.

—¿Qué es eso? —pregunto, impacientemente curiosa, inclinándome más cerca.


Pero entonces lo veo, y estoy lejos de la mesa y escondiéndome tras Thomas.
Completamente poco sorprendidos por mi reacción, ambos se ríen mientras mi corazón
salta entre mi estómago y mi garganta.
Le trajo una pequeña lagartija verde, y la está sosteniendo entre sus manos
desnudas.

—Es un bebé —dice Becka en lo más cercano a una voz tierna que le he
escuchado hacer—. Tiene más miedo de ti que tú de ella, Bliss.

La deja trepar alrededor de su mano y dedos, a la parte de arriba de su mano, y


subir por su brazo.

Thomas mira hacia el campo y gira su gorra para mirar del lado correcto. El juego
debe estar comenzando dentro de poco; la gente está llenando las gradas.

—Quería mostrártelo. Y tal vez asustar un poco a Bliss —dice, mirando de mis
ojos a mi boca. Esboza una sonrisa torcida y se enfoca de nuevo en Becka—. Tienes que
liberarla.

—Lo sé. —Balancea la pequeña cosa verde en su muñeca. Parece un poco menos
asquerosa en todos sus brazaletes.

Saltando fuera de multitud, Ben llama a Thomas. Se da la vuelta para dirigirse al


campo.

Cuando él ya no está lo suficiente cerca para quitarle la lagartija de la mano a su


hermana y lanzármela como secretamente pensaba que quizás haría, me siento al lado
de ella. Incluso me inclino para ver más de cerca. Nos reímos y señalamos los puntos en
su espalda, mirándola arrastrarse por un minuto o dos antes de que ella suspire.

—Vamos —le dice a la lagartija—. Vamos a llevarte de regreso con tus amigos.

Deja libre a la lagartija al borde del pasto mientras tiro nuestros platos de papel
a la basura. Becka se ríe cuando nos miramos la una a la otra de nuevo.

—Leigh —se ríe—. Límpiate el azúcar en polvo del labio.

Subo la mano rápidamente, y como era de esperar, pegajoso polvo blanco


aparece en las puntas de mis dedos. Lamiéndome los labios, me doy cuenta que Dusty
se estaba riendo por eso y froto mi boca hasta que mis dedos salen limpios mientras
nos dirigimos a las gradas.

Mamá está sentada con Tommy, y papá está al lado, hablando con el papá de Hal.
No sé dónde está Luke, pero a Tommy no parece importarle. Está sonriendo
ampliamente y gesticulando con las manos. Desde su peinado recogido hacia arriba
hasta su maquillaje sin correr, se ve impecable incluso en este calor. Mamá saluda
cuando nos ve, pero no parece tan relajada. Juega inquieta con su vestido y toca
constantemente sus rizos encrespados por la humedad. Se pone así alrededor de
Tommy, como si quisiera todo perfectamente en su lugar.

Las luces del campo se encienden cuando nos acercamos, convirtiendo la noche
en un día creado con mega watts. Becka toma mi mano.

—Vamos —dice, y la sigo a un lugar vacío unas cuantas filas arriba.

Aplaudo cuando el juego comienza, silbando cuando es el turno al bate de Petey.


Becka abuchea juguetonamente, pero vitorea mientras balancea y golpea. La bola viaja
hacia el campo derecho, y no hay una sola persona que no esté parada cuando se desliza
hasta tercera base. Salvado, Pete se para y sacude la arcilla de sus rodillas. Saluda y a la
multitud le encanta.

Después de unas cuantas entradas, bajamos de las gradas para tomar ventaja del
puesto de comida de nuevo. Ordenamos sodas suicidas, encontrándonos con Katie y
Kelly cuando regresamos. El sol se ha puesto desde hace unos treinta minutos, pero
ellas aún tienen sus lentes de sol puestos.

—Tontas —murmura Becka, lanzándole hielo de su vaso a Kelly al pasar.

El resto del juego es excitante. Ben anota un home run, Petey lanza, y Thomas no
deja que nadie del otro equipo llegue a primera base. Con una ventaja de siete carreras,
su equipo gana eventualmente. Todos los chicos entran al campo para chocar manos, y
después de que los últimos dos jugadores se han felicitado el uno al otro por el “buen
juego”, Becka sacude mi brazo.

—¡Mira! ¡Mira! —Señala a las grandes luces que se apagan.

—¡Fuegos artificiales! —Sonrío ampliamente.

Esfuerzo mis ojos a través de la oscuridad, buscando a Thomas. Medio espero


que venga a sentarse con nosotros porque, a pesar de que siempre está con sus amigos,
es el Cuatro de Julio y creo que debería hacerlo.

La primera explosión me hace saltar. Siento el sonido en mi estómago y alzo la


vista para ver explotar chispas verdiamarillas. Iluminan todo el cielo, y los
amortiguados sonidos de shhhhpop que siguen después no me sobresaltan. Ruidos
sordos y explosiones hacen eco en mis tímpanos mientras más fuegos artificiales de los
que puedo contar son lanzados al aire y se abren como flores quemándose. El aroma del
humo y las chispas fluye a través de la brisa, y la emoción hace que mi corazón lata más
rápido.
Destellos más grandes, más fuertes explotan sobre nosotros, y no solo iluminan
el cielo. El campo de béisbol también se ilumina con cada explosión. Veo a unos cuantos
jugadores al filo del campo. Cuando otro fuego artificial explota abriéndose, sus luces
naranjas son tan brillantes que por fin diviso a Thomas frente a la caseta. Está parado
con Ben y Petey, que tiene la vista alzada mirando el espectáculo con Kelly. Incluso
ahora, sigue usando sus estúpidos lentes de sol.

No alzo la vista mientras las explosiones se vuelven más fuertes y más cerca las
unas de las otras. Estoy viendo cómo se ven las manchitas de luz azul verdosa en el
rostro de Thomas. Él no sabe que lo estoy viendo, pero cuando sonríe, no puedo evitar
sonreír también.

La gente comienza a salir después del gran final. Sigo a Becka bajo las gradas.
Tiene luces de bengala, pero la emoción se desvanece a decepción cuando nos damos
cuenta que no tenemos ningún modo de encenderlas. Giro el borde de la mía entre mis
dedos mientras ella busca alrededor.

—Lo tengo —dice Thomas en voz alta, trotando hacia nosotros después de que
nos ve.

Cambio mi peso de un pie a otro mientras saca un encendedor. Me pregunto de


dónde lo ha sacado y por qué lo tiene, pero nadie dice nada mientras enciende nuestras
luces de bengala.

Encienden con brillantes llamas rosas. Becka escribe su nombre en el aire con la
suya, y yo escribo Bliss porque Leighlee es demasiado largo. Thomas se mantiene
alejado hasta que Petey y Ben llegan. Tienen luces de bengala, pero no escriben sus
nombres. Cuando las llamas rosas se convierten en chispas amarillas, los chicos se
comportan como si sus luces de bengala fueran espadas. Pelean entre ellos mientras
Becka y yo dibujamos espirales, rodeándose los unos a los otros.

El amarillo se quema de verde a azul, y puedo sentir calor de mi luz de bengala


quemando cerca de mis dedos. Rápidamente deslizo la mano al final del palito, no lista
para que se apague. Estoy dando vueltas dibujando círculos en el aire cuando Becka
grita.

Volteo a tiempo para ver a Petey ayudarla a sacudirse chispas de su cabello. Mi


corazón se salta un latido, pero ella está bien y sonriendo, más que bien.

—Estoy bien, estoy bien —insiste, alejándose corriendo de él.


Con lo último de mi luz, dibujo un corazón. Rebecka dibuja una flecha. Hinchando
sus mejillas, sopla, como si estuviera disparando su felicidad a través del corazón
dibujado con mi luz de bengala, directo hacia mí.

Lo siento en mi corazón.

Unos cuantos días después, Becka se levanta con el sol. Mientras practica saltos
con la patineta en la entrada, estoy sentada en su jardín del frente. La luz de la mañana
se siente bien en mi cara y brazos, mientras el cálido pasto cosquillea mis pies desnudos
y piernas. Tengo flores que recogí con el permiso de Tommy extendidas en pilas a mí
alrededor: margaritas, ásters, alegrías de la casa y hortensias.

Estaba haciendo anillos para nosotras, pero esos eran demasiado difíciles.
Cambié a collares, pero Becka dijo que nos usaría un collar de flores.

—¿Qué tal coronas? —pregunto, dándole vueltas a un tallo alrededor de mi dedo.

Becka hace un flip con su patineta.

—Sí —dice, sin mirar—. Las coronas son geniales.

Comienzo a atar flores de nuevo.

La mayoría de las mañanas Tommy hornea rollos de canela de lata. A veces


tuesta pastel de hojaldre comprado en la tienda, pero todo es azúcar que no me
permiten en casa. Cuando nos llama para desayunar, entro ansiosamente, ganándole la
carrera a su hija a través de la puerta del frente. Solo cuando veo lo que nos espera, mi
estómago gira incómodamente.

Me siento en la mesa de la cocina frente a Thomas. Un vaso de leche blanca está


esperándome al lado de un plato de huevos y tostadas. Me obligo a mí misma a sonreír.
Es grosero no comer lo que te dan, pero los huevos revueltos siempre han hecho que
me duela el estómago. Sin querer ser grosera o parecer ingrata, tomo mi tenedor y tomo
un lento y pequeño bocado.

—No tienes que comerlos si no quieres —me dice Becka, bañando un tenedor
lleno de esponjosos huevos amarillos en kétchup.

Thomas alza la vista y su mamá se voltea desde la encimera.


—Está bien, cariño —dice, bebiendo su café—. A Lucas tampoco le gustan los
huevos. Le producen acidez estomacal.

—Me dan dolor de estómago —explico, más tranquila al instante—. Aunque solo
cuando son revueltos.

Mientras Tommy me ofrece diferentes tipos de cereal, su hijo pone su tenedor a


un lado de su plato y fija sus ojos azules en mí.

—¿Cómo te gustan los huevos, Bliss? —pregunta.

Tommy me da un tazón de Fruit Loops y yo sonrío agradecida.

—Estrellados.

Más tarde durante el día, con una corona de flores en mi cabeza, estoy dibujando
en la entrada con mi tiza de colores, llena de polvo rosa, verde y amarillo en mis rodillas
y codos. Es algo de mi mejor trabajo, pero Becka piensa que es divertido patinar sobre
mis pétalos de violeta, y cuando Thomas sale de la casa, me doy por vencida.

—Oye, Leigh —dice, acuclillándose a mi lado. Thomas toma un trozo de tiza—.


¿Vas a estar aquí mañana, ¿no?

Miro sus manos mientras dibuja una sola línea blanca al lado de mi buqué.

—Es mi cumpleaños —continúa, más callado. Dibuja un tres al lado.

Trece.

Thomas será oficialmente un adolescente.

Me enderezó la corona mientras me encojo de hombros.

—Claro.

Mamá lleva la bolsa del regalo de Thomas, y yo la de Becka. No es su día, pero es


mi mejor amiga. Insistí en comprarle algo a ella también. Mientras mamá está ocupada
liándose con su cabello y su ropa, Rebecka abre la puerta de los Castor con mejillas
sonrojadas y la sonrisa más grande.

Ella literalmente me jala al interior de la casa.


—Los chicos están jugando algún juego de boxeo. Pete dijo que las chicas no
saben cómo jugar. Tenía que mostrarle que podía pelear mejor de lo que él podría…

Va a ciento cuarenta kilómetros por minuto, y me estoy riendo cuando entramos


a la cocina. La casa está fría por el aire acondicionado y huele a una combinación de
sudor de chico y bandeja de pastel.

—Llevo dos intentos, pero Petey fue un resentido perdedor cuando por fin, lo
destruí. Hay pastel —me dice, señalando hacia la encimera—. Es de crema de
zarzamora.

El pastel de cumpleaños está cortado y casi la mitad ha desaparecido. Puedo ver


las pegajosas, dulces y azul oscuro líneas de maravillosa zarzamora entre capas de
vainilla. Sí quiero un poco, pero no lo entiendo. Sé que no llegamos tarde. ¿Cantaron
“Feliz Cumpleaños”?

—¿Qué hay en la bolsa? —pregunta Becka, sentándose a la mesa con un vaso de


agua.

—Oh —recuerdo que sigo sosteniendo su regalo—. Es para ti.

Sonríe como hizo Thomas cuando le dio la pequeña lagartija verde mientras saca
una camiseta Danny Way de la bolsa de regalo.

—Esto es genial. Y ni siquiera es mi cumpleaños —se la pone sobre su top de


tirantes antes de tirar de mí para darme un abrazo—. Gracias, Bliss.

—De nada —digo, devolviéndole el abrazo—. Me alegra que te gustara.

—¿Que le gustara qué? —pregunta Thomas. El chico cumpleañero no tiene


puestos los zapatos y sus calcetines puestos bajo unos shorts de básquetbol y una
simple camiseta blanca. Se ve sonrojado, pero no como su hermana.

—Esta dulce nueva camiseta que Leigh me regaló —se da la vuelta para
mostrársela—. Es más genial que cualquiera de las tuyas.

—Ni siquiera es su cumpleaños —provoca él, pasando el pulgar por la esquina


de su pastel intentando manchar de betún la nariz de su hermana.

Becka lo esquiva, lista para contraatacar con un rápido uno, dos, cuando suena
el timbre.

—¡Dusty, atiende la puerta! —grita Tommy desde la otra habitación.


Con una sonrisa y una pausa, en lugar de embarrar betún en el rostro de su
hermana, lo lame de su pulgar mientras se aleja.

Estar aquí es divertido cuando somos nosotras dos, o cuando Thomas está
alrededor convirtiéndonos en tres. Ni siquiera me importa cuando Pete y Ben están aquí
y somos una fiesta de cinco… pero hoy es simplemente loco. En menos de una hora, la
casa Castor se llena de gente fiestera. Los adultos toman la cocina, y hay más chicos en
la sala de los que puedo contar.

Reconozco a algunos de ellos de la escuela, y otros del equipo de básquetbol,


pero Thomas es el único con el que siquiera medio vale la pena juntarse, y es su fiesta.
Está felizmente rodeado.

Probablemente no debería estar en una habitación llena de chicos de todos


modos. Papá no estaría feliz, y mamá probablemente se está preguntando en dónde
estoy.

Además, ellos apestan.

Me inclino y ahueco la mano sobre el oído de Becka para que pueda oírme
susurrar:

—Los chicos son asquerosos. ¿Quieres salir?

Asiente.

—Oh, sí.

Afuera hace calor, pero el aire fresco es bienvenido. Huele a gardenias y carbón,
y los rayos del sol hacen cosquillear mi piel. Becka patina mientras camino por la línea
de flores del porche a la entrada.

Los cumpleaños aquí son diferentes de lo que son en mi familia. Si fuera uno de
los nuestros, abuelita y abuelito vendrían a nuestra casa. Encenderíamos velas y
cantaríamos “Feliz Cumpleaños.”

Pero no hay hoyos de velas en el pastel de Dusty, y nadie aquí es lo


suficientemente viejo para ser un abuelo. No cantamos cuando mamá nos llama
adentro, pero Dusty si abre sus regalos mientras todos nos mantenemos alejados y
miramos.

Thomas se pone de inmediato la gorra que le regalé.

—Gracias, L —dice él, usando solo la primera inicial de mi nombre en lugar del
nombre completo.
—Aún no es tan genial como mi camiseta —comenta Becka, hablando por sobre
los demás. Le da un codazo a Petey en el costado y toma pastel de las manos de Ben,
comiéndose su último bocado.

Un par de horas después, cuando solo estamos nosotros cinco de nuevo, todos
manchamos su nariz de betún.

El sol de julio brilla hasta convertirse en agosto, y agosto se desvanece para


convertirse en septiembre. Antes de que lo sepa, el verano termina y es el primer día de
escuela. Sexto grado.

Este año, Thomas está en la secundaria, así que es solo su hermana quién sale
del auto de Tommy antes de que suene la campana. Vamos tan apuradas que no
tenemos tiempo de hablar antes de entrar a nuestros salones de clases separados. Pero
nos reunimos de nuevo en el almuerzo.

Nos sentamos afuera en los escalones. Me estoy comiendo mi plátano mordida a


mordida, y Becka está a mi lado ignorando su salsa de manzana. No tiene uno de sus
zapatos, y Smitty está en el otro lado sin uno de sus zapatos también. Intercambian una
agujeta cada uno, la nueva blanca de ella por una de las de él a cuadros, antes de ponerse
sus Chucks de nuevo.

—Están tan… limpios —gruñe Becka—. Toma… —Saca un marcador de su


bolsillo y me da su otro zapato nuevo—… escribe en él.

No sé qué escribir, así que le doy la vuelta a su zapato en mis manos. Un minuto
antes, pensé que estaban perfectamente limpios, pero ahora que los veo, noto que hay
algo escrito en el exterior, a lo largo de la base.

Cuídate de las esquinas de la cama.

—¿Qué significa esto? —pregunto.

—Me compraron una cama nueva cuando tenía seis. Thomas y yo estábamos
saltando en ella, y mi pie se resbaló. Me caí y me corté la cara con la esquina del marco.

Señala la pequeña cicatriz en su ceja.

—Seis puntadas. —Se encoge de hombros, poniéndose su zapato cuando le puso


de nuevo las agujetas—. Aunque, Thomas se metió en graves problemas. Se suponía que
él debía saberlo mejor porque es mayor. Cuando estoy a punto de hacer algo genial, me
dice que me cuide de las esquinas de la cama, incluso si no hay ninguna en un metro a
la redonda.

Esta chica es la persona más dura que conozco. Casi se abre la cabeza y me lo
dice como si no fuera nada.

—Eso es loco —le digo, mirando su escritura.

Es un recuerdo escalofriante, pero la última parte de la historia me hace sonreír;


la parte en la que Thomas le dice que debe cuidarse. Es como un código interno que
nadie conoce aparte de ellos.

Quiero códigos secretos internos también.

Destapando el marcador con mis dientes, comienzo a dibujar un corazón.


Después, lenta y cuidadosamente, porque es difícil de escribir en el filo de un zapato,
escribo, Te quiero como a las paletas de plátano.

Septiembre se desvanece para convertirse en octubre. Los rayos del sol que
cosquillean se convierten en nubes que llueven y viento que enfría. Cada día es más frío
y gris que el anterior, y hoy es mi cumpleaños.

Mamá cuelga banderines de papel crepé y hace ponche con jugo y sorbete. Pone
bolsas con cosas para fiesta como serpentinas, cornetas y otras cosas parecidas y
hornea un pastel ángel de comida. Abuelita y abuelito no pueden venir, pero papá
accedió a que Becka se quedará anoche y a dejarme invitar a más amigos hoy.

Laura llega primero, después Jackie. Sin la escandalosa Kelly, y sin chicos
odiosos. Al menos, hasta que Tommy llega. Sus brazos están llenos de regalos cuando
abro la puerta. Está nublado afuera, pero se ve radiante.

—¡Feliz cumpleaños, cumpleañera!

Cuando la dejamos pasar, vemos a Thomas y Pete en el poche de entrada. Con


sudaderas negras y grises con el cierre hasta arriba, también están cargando regalos.

—¡No podía cargarlos todos! —escucho a Tommy decirle a mi mamá.

—¿Qué están haciendo aquí? —le pregunta Becka a los chicos, cruzándose de
brazos—. ¿Mamá no te dejaría quedarte en casa después de ayer?

—¿Qué pasó ayer? —pregunto, mirándola.


—Papá los atrapó robando de su armario de licores.

Los ojos azules de Thomas bajan como si estuvieran escondiendo una travesura,
pero su sonrisa es buena incluso a través de la pantalla.

—Es tu cumpleaños, L —dice, ignorando lo que Becka dijo como si no fuera


nada—. Tú eliges. ¿Vas a dejarnos entrar?

Comienzo a sonreír, pero me aguanto. Sin contestar, cierro con pestillo la puerta
y doy la espalda. Becka vitorea victoriosamente cuando doy unos cuantos pasos. Pero
me detengo y veo sobre mi hombro.

—Oigan, vamos —dice Pete, dando un paso al frente—. Déjennos entrar. —Se
pone la caja de regalo bajo un brazo y prueba la puerta mientras su amigo se queda
atrás.

Thomas está silenciosamente petulante como si supiera que estoy jugando, pero
hay algo en sus ojos que no puedo descifrar. El modo en que me mira hace que mi
estómago dé vueltas, y mi corazón como que se salte un latido.

—Sin bromas de princesa —les digo.

—¿No eres una princesa cumpleañera? —provoca Thomas.

Regreso a la puerta como si fuera a abrirla para darle un golpe justo en su


sonrisa.

—Leighlee —llama mamá, haciendo que Becka y yo nos demos la vuelta. Viene
hacia nosotros y abre la puerta—. Déjalos entrar. Hace frío afuera.

—Sí, hace frío —repite Pete cuando entran. Becka lo empuja al pasar.

Thomas me sonríe con suficiencia.

—Gracias, princesita.

En una sala llena de decoraciones rosas y chicas con risas nerviosas, Dusty y
Petey destacan como una mosca en la leche. Son los únicos vestidos de negro, pero no
puede ser debido a sus sudaderas. Mientras todos los demás me cantan, Thomas pone
las manos en sus bolsillos y se recarga de la encimera. No parece importarle para nada
la tradición familiar, pero Pete sigue cambiando el peso de un pie a otro y mirando
alrededor. Entre destellos de cámara y cumplidos mientras abro los regalos, hablan en
voz baja en su mayoría entre ellos. Son educados cuando mamá les ofrece bebidas, pero
si la rebeldía tuviera una apariencia y sonido, sería esos chicos: con el cierre hasta
arriba, hablando entre dientes, furtivamente frente a todos.
—Hay un último regalo —dice mamá, levantando moños sin deshacer y
envoltorios deshechos—. Arriba en tu cuarto.

Jackie chilla, y Becka sale disparada hacia las escaleras. La persigo.

—Espérame —grito, riendo—. ¡Es mi cumpleaños!

No planeo quedarme arriba, pero hay un tocador que no estaba ahí esta mañana,
y mamá lo llenó de maquillaje. Pierdo la noción del tiempo con mis amigas, y cuando
bajamos de nuevo, mamá y Tommy están en la cocina bebiendo café.

—¿A dónde fueron los chicos? —pregunto, feliz, un año mayor y un poco
maquillada.

—Están afuera, en la parte de atrás con tu padre.

Echo un vistazo por la ventana con Becka. La mochila de béisbol de Thomas está
en el suelo, rodeada de hojas naranjas y amarillas, mientras que él batea y Petey lanza.
Mi papá está más lejos, usando un guante que ni siquiera sabía que tenía.

Los chicos sospechosos que destacaban fuera de lugar en mi cocina ahora están
riéndose en mi patio, y me hace sonreír más.

La gente se va cuando el sol se pone. Los chicos entran, y Tommy me da un


abrazo.

—Gracias —le digo por los aretes y el collar y los otros regalos que todavía no
abro.

Rebecka se queda conmigo mientras nuestras mamás se despiden. Le saca la


lengua a Petey cuando se acerca a nosotros.

—Feliz cumpleaños —dice, mirando de reojo mi brillo de labios y ofreciendo su


mano para un bajo choque de cinco. Me acerco para chocar los cinco, pero quita la mano,
haciendo que falle. Se ríe, pero sube la mano para un alto choque de cinco que no quita
esta vez.

Cuando se une a su amigo, Thomas se sube la capucha de su sudadera. Sus


mejillas están rojas por jugar en el frío, pero la mirada que me da me hace sentir cálida.

—Gracias por dejarnos entrar a tu fiesta —dice. Y después, más bajo para mí—.
Feliz cumpleaños, solecito.
Traducido por Sitahiri

Corregido por Bella’

o sé por qué ella me compra esta mierda —Rebecka lanza una pila
de ropa recién comprada por su habitación—. ¿Me veo como este
tipo de chica, Bliss?

Sonrío y niego con la cabeza, soplando mis uñas húmedas.

—Está tratando de ser amable.

—No lo entiendes.

—¿Qué es lo que hay que entender? —pregunto, limpiando el exceso de color de


mi dedo con la punta de la uña de mi pulgar.

Ella resopla, pateando otra pila de ropa. Es viernes y acabamos de salir de la


escuela. Mi mamá y papá se fueron por el fin de semana, decidiendo realmente celebrar
su aniversario de bodas este año. Estaré con los Castor hasta el domingo.

Papá no estaba precisamente de acuerdo con la idea de estar al cuidado de gente


que no era miembro de la familia mientras estaban fuera de la ciudad, pero cedió. A
veces no sé cuál es su problema, y no estoy convencida de que le guste Luke. Sé con
seguridad que lucha una batalla interna en cuanto a Thomas.

Pero él es solo un chico. Thomas es como un hermano para mí.

“Eres demasiado joven para comprenderlo” dirá papá. “No puedes confiar en las
intenciones de un adolescente, Leigh.”

Aunque los papás hacen eso.

También las mamás, al parecer.

Cuando llegamos a casa de la escuela hoy, encontramos un montón de ropa


doblada en la cama de Rebecka, cortesía de su madre. Yo estaba emocionada, pasando
mis dedos por los lazos de encaje, la sedosa seda, y el algodonoso algodón. Becka hizo
un berrinche, uno que todavía está haciendo.

Si hay algo que he aprendido en el año que llevo de conocer a Tommy, es que ella
quiere que su única hija fuera más como yo y menos como… Rebecka. Ella obliga los
rosas, y los lazos, y las sandalias, pero Becka no es un pelele.

Si fuera por mí, sería una hija feliz.

—¿Quieres estas cosas? —Mi mejor amiga sostiene en alto un vestido veraniego
color rosa claro—. Nunca usaré nada de esto, y ella —Rebecka escupe—… no devolverá
nada de esto.

Toco la superficie de mis uñas para ver si están secas. Una vez que estoy feliz
porque no van a arruinarse, pongo las manos en mis piernas y le hago un mohín a Becka.

—No puedo tomar tu ropa nueva.

Ella sopla su flequillo demasiado largo para apartarlo de sus ojos.

—Diles a tus papás que te las presté o algo así. Diles que te las di por tu
cumpleaños. —Toma la docena o más de blusas, y los cuatro o cinco vestidos, y los mete
en mi maleta—. Ahí están, ahora son tuyos.

—Mi cumpleaños fue hace cinco meses —digo lentamente. En casa tengo todo lo
que necesito y si alguna vez necesito algo todo lo que tengo que hacer es pedirlo, pero
mis padres no pueden costear el comprarme esos vestidos y esas blusas. Por supuesto
que las quiero.

—Leigh… —Rebecka pone los ojos en blanco, comenzando a hablar, pero es


interrumpida cuando la puerta del final del pasillo se cierra de un golpe, sacudiendo los
marcos de las fotos en su pared. Salto, y Becka dice cantarina—. Llegó Thomas.

—¿Qué le pasa? —pregunto, sacando lentamente su ropa de mi mochila


mientras ella endereza el poster colgado sobre la cómoda.

—Hormonas —contesta con un encogimiento de hombros.

Alzo una ceja.

—¿Hormonas?

—Mamá dice que Thomas tiene hormonas de un chico adolescente. Algo sobre
pelo creciendo en lugares extraños y testosterona extra y fuera de lugar. Como sea, es
por eso que siempre está gruñón.
Estupefacta, pienso en ello un momento y digo:

—¿Eso quiere decir que Petey y Ben están sufriendo de hormonas, también?

Thomas siempre está de mal humor, pero también sus amigos. Nadie puede
pedirles que hagan algo sin que reciban una mirada asesina o sean ignorados. Thomas
les responde a sus padres, y siempre está golpeando puertas: puertas de auto, de
habitaciones, puertas correderas.

Becka se burla.

—Dios, sí.

—¿Cuánto dura eso? —Espero que a Thomas no le crezca pelo en sus nudillos
como a nuestro asqueroso bibliotecario de la escuela.

—Al menos durante el séptimo grado.

Mis ojos se abren como platos.

—¿Quieres decir que Thomas va a estar de mal humor por otros cuatro meses?

Asiente.

—Al menos.

—¿Quieres ir a preguntar por qué está de mal humor?

—No, no en realidad —dice. En el piso, está usando su pie literalmente para


comprimir la ropa de modo que quepan dentro de mi mochila. Aprieta y empuja y
golpea hasta que las costuras se estiran y el cierre se atora en uno de los vestidos. No
va a cerrar, pero es suficiente para ella—. Pero podemos ir.

Thomas está parado frente a su cómoda con la espalda hacia nosotros, mirando
entre sus CD. Recién salido de la práctica de béisbol, su gorra está hacia atrás y sus
pantalones blancos cuelgan bajo. No se da cuenta que Becka y yo hemos entrado en su
espacio personal, aunque deseo que lo hiciera. Sus hormonas lo hacen impredecible, y
no quiero que se enoje porque estamos aquí sin invitación.

Nos sentamos al borde su cama y esperamos a que nos vea. Cambia el CD y le


sube el volumen a la música antes de poner la gorra hacia delante y girarse en nuestra
dirección.

No se asombra.

—Hola —murmura.
El frente de su uniforme de béisbol está cubierto de polvo de barro naranja y su
labio está partido. Rebecka se ríe, pero yo estoy un poco más preocupada. Lo examino
desde los zapatos hasta la gorra; sus nudillos están rojos e hinchados, pero aparte del
labio partido y la ropa sucia, parece estar bien.

Irritable, pero bien.

—¿Qué te pasó? —pregunta su hermana, hojeando una revista que toma de la


mesita de noche. Se recuesta en sus almohadas, poniendo sus sucios Chucks en su
sábana.

Thomas se quita la camisa y la lanza en dirección al cesto de la ropa sucia. Trato


de no mirar, pero lleva puesta una camiseta sin mangas blanca y sus brazos desnudos
lo hacen difícil.

—Tuve un malentendido con ese chico Jordan —Thomas saca la silla de su


computadora y se sienta. Con el lado derecho de su boca curvado hacia arriba, lanza un
encendedor azul al aire y lo atrapa en la palma de su mano—. Es un idiota.

Estoy acostumbrada a su lenguaje, es algo típico de Thomas.

—Mamá está enojada —dice Rebecka indiferente—. Le va a decir a papá.

Thomas pierde la sonrisa y deja caer su cabeza hacia atrás. Se hunde en la silla y
sus rodillas se separan.

—¿Y qué?

No sé cuándo pasó, o si las hormonas de chico adolescente tienen la culpa, pero


Thomas creció. La suavidad infantil que solía tener en su rostro se ha endurecido y
vuelto muy seria. Es casi tan alto como su papá, y hay músculo en sus brazos que no
estaba el año pasado. Sus ojos azul cristal se han profundizado y perdido la franqueza
que tenían cuando me quitó mi barniz de uñas y me hizo perseguirlo a la misma
habitación en la que estamos todos sentados ahora mismo.

Es demasiado maduro para su edad.

—¿Te quedaras esta noche, Bliss? —Thomas me toma por sorpresa.

—Sí —digo, sacudiendo la cabeza… mirando, preguntándome.

Thomas asiente, dándole vueltas al encendedor entre sus dedos.

—Es genial. Esa fiesta en la playa es esta noche. Mamá quiere que vayamos.
—Sí, lo sé —Rebecka pone los ojos en blanco—. La firma de papá está donando
algo de dinero para el faro. Lo que es genial, pero son un montón de abogados idiotas si
quieres mi opinión.

Mis ojos se abren cuando ella maldice.

—Probablemente debería vestirme. Debo ser el chico bueno esta noche. —


Thomas se para y su hermana deja caer la revista de nuevo en la mesita de noche.

Sin ningún respeto por la cama de él, camina por el colchón y salta por el borde,
aterrizando en sus pies. La sigo como una persona normal, pasando al lado de Thomas
con una pequeña sonrisa. No me sorprende cuando estira la mano y toca un mechón de
mi pelo.

Enrollándolo alrededor de su dedo, tira un poco.

—Nos vemos, chica bonita.

Quito su mano de un golpe como he hecho varias veces antes y me echo el pelo
sobre el hombro. Después de mirar al final del pasillo para asegurarme de que Becka no
me está esperando, me recargo del marco de la puerta frente a Dusty y pregunto:

—¿Por qué te peleaste?

—Cosas de chicos —dice, dejándolo así.

—¿Cómo qué? —pregunto. No me pone nerviosa como solía hacerlo. No me pone


de ningún modo solo curiosa—. ¿Te quitó la pelota o algo así?

Thomas echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Puedo ver todos sus dientes y el
sonido es verdadero.

—No, Bliss, no me quitó la pelota.

Sonrío, deseando que lo haga de nuevo… reírse.

—¿Entonces qué pasó?

Thomas se lame la cortada en su labio y hace una pausa antes de contestar:

—Me peleé por una chica.

Suelto una risita porque, ¿qué?

Novios y novias no son nada nuevo para mí. He escuchado a Petey hablar de las
chicas en su nueva escuela. Ben dijo que Petey besó a Kelly una vez. Sé que Smitty quiere
que Rebecka sea su novia, y sé que Becka quiere que Smitty sea su novio, pero porque
ella es ella, siempre le está diciendo que no.

Pero nunca he oído nada como esto de Thomas. Es un poco escandaloso.

—Esa nueva chica en la escuela. Valarie —explica, medio sonriendo.

Me mofo y Thomas se ríe de nuevo, pero no como antes. Apresura el resto de los
detalles.

—A Jordan le gusta, pero a ella le gusto yo, y nos peleamos por eso en la práctica
de béisbol. Eso es todo.

—¿A ti te gusta? —pregunto, tentada. Este es un lado intacto de Thomas.

—¿Qué? —Se ríe entre dientes, pasando una nerviosa mano por su pelo
alborotado—. No lo sé. Tal vez. Es linda.

Inhalo lentamente.

—¿Crees que es linda?

Thomas se aleja de mí, de regreso hacia su cómoda. La canción cambia y su


habitación se llena de la baja guitarra y lenta, y del suave flujo de “D’yer Mak’er”. Mi
mamá solía escuchar esa misma canción cuando era pequeña. Con un cucharón como
su micrófono y la cocina como su pista de baile, movía las caderas y daba vueltas a su
cabello.

Ahora esta canción siempre me recordará a Thomas y este momento en su lugar.

—No se trata de ella, Bliss. Ella es cualquiera. —El encendedor está de nuevo en
el aire, en su palma. Arriba y abajo, una y otra vez.

—Oh —digo, empujando a mí misma de la puerta. No entiendo qué quiere decir


o qué es la pesadez en mi pecho, pero la idea de Thomas peleando por una chica que
pueda gustarle es… dolorosa.

Cuando me doy la vuelta para irme, Thomas dice en su normal tono


condescendiente.

—Leigh, tú sigues siendo la más hermosa.


En el camino a Agate Beach, me siento en mi lugar habitual entre Rebecka y
Thomas en la parte de atrás del Mercedes de Luke. He asistido a bastantes
recaudaciones de fondos con los Castor. La firma de Lucas dona a la comunidad y se
espera que su familia aparezca en estas actividades con rostros perfectos y felices. A
veces eso me incluye a mí.

La Firma de Abogados de Lucas T. Castor es a dónde vas cuando necesitas pelear


por tu libertad. Debido a que él es el abogado defensor más solicitado en Portland, está
ocupado y las cosas de casa pasan a segundo plano. Eso quiere decir que Luke apenas
ahora se está enterando de la pelea de hoy en el campo.

—No tienes ningún respeto por la autoridad —reprende Lucas. Sus mejillas
están rojas y su mandíbula está tensa.

Thomas pone los ojos en blanco.

—Si pasa de nuevo, te sacaré de ese maldito, perdona mi lenguaje, Bliss, te sacaré
de ese maldito equipo de béisbol, Thomas. No tenemos que dejarte jugar.

Tommy se retoca el labial en el espejo retrovisor mientras su esposo y su


primogénito discuten. Indiferente, Rebecka me pasa uno de sus audífonos para que
pueda escuchar música con ella. Me inclino y lo pongo en mi oído, pero permanezco
enfocada en padre e hijo.

—No puedes evitar que juegue —responde Thomas, guiñándome un ojo. Lo hace
a propósito. Le gusta meterse bajo su piel.

El abogado as no puede controlar a su hijo de trece años. Imagínate.

—Juro por el maldito —Lucas se detiene, encontrándose con mi mirada en el


espejo retrovisor—. Lo siento, dulce niña —se disculpa de nuevo.

Hago un ademán con la mano indicando que no importa.

Estoy acostumbrada a esto de maldecir también… es algo típico de la familia


Castor.

Sonrío y señalo el audífono en mi oído.

—Apenas puedo escucharte —le digo en voz alta, fingiendo hablar por sobre la
música.

La lucha de poder continua hasta que el auto se detiene en la playa. Como un


interruptor, las caras de póker aparecen; Luke y Tommy sonríen, iluminados y
despidiendo orgullo y prosperidad.
—¿Patético, cierto? —susurra Thomas en mi oído. Pasa a mi lado antes de que
pueda responder, dirigiéndose hacia Petey y Ben. Ellos saludan. Saludo de regreso.

La patineta de Becka golpea al pavimento, y yo la sigo detrás mientras ella patina,


feliz de estar fuera en el aire de febrero. El océano es relativamente nuevo para mí, y
nada se compara al sonido de las olas y al aroma de la sal en la brisa. No teníamos esto
en Nevada.

El faro Yaquina Head está iluminado por enormes focos presentes para
enfocarse en la antigua estructura. Lámparas de exterior iluminan las aceras y una
pequeña porción de la playa. Proveedores de comida y unos cuantos stands de postres
están abiertos al público a lo largo del estacionamiento. Hay arte y confección para los
niños y tiendas de información sobre Newport y el faro para todos los que donan para
el fondo de restauración.

Becka pierde la cabeza en el bar de bocadillos, ordenando una bolsa grande de


maíz hervido, un hot dog y Red Hots. Para el final del discurso de su papá sobre la
importancia del faro para tanto la ciudad de Newport como el estado de Oregón, su hija
ha terminado su tercer chocolate.

—¿Viste los símbolos de dólar en sus ojos? —se mofa Rebecka, dejando que el
chocolate del fondo de su taza gotee sobre su lengua.

Tiene un bigote de chocolate que limpio con mis pulgares, solo para tenerla
agarrando mi mano y limpiando lo último de su bebida.

—Estás loca, ¿lo sabes? —Me rio.

—¡Hal! —grita Becka sobre mi hombro, divisando a Smitty. Hace que su no novio
le compre otro chocolate caliente.

Embriagada de azúcar y coqueta, Rebecka persigue a Smitty por la costa de la


playa mientras Oliver y yo nos sentamos en la arena. La glacial brisa proveniente del
agua manda un escalofrío a través de mi cuerpo y tiemblo.

—¿Tienes frío? —Oliver se quita su sudadera con capucha negra y me la da—.


No tengo frío. Está bien —asegura.

Deslizo los brazos a través del suave algodón, y cuando mi cabeza sale por el
agujero, gimo. Oliver se ríe, pero yo suspiro y me hundo en su calidez remanente.

Me mira con gentiles ojos cafés.

—Mi mamá dice que siempre he sido de sangre caliente.


Creo que se supone que debe ser una broma, pero él es dulce y sencillo. La
sinceridad en su rostro mata el pequeño juego de palabras como un hecho, y creo que
su mamá está en lo cierto, porque su sudadera está muy calentita. Pero eso también
puede ser porque yo soy anormalmente friolenta.

Mi mejor amiga y Smitty han llevado su pelea justo cerca del agua, literalmente
rodando en la arena. Cuando a ella se le mete un poco en los ojos, grita. Hal parece
aterrado, y yo corro a ayudar.

—Rebecka, deja de parpadear —ordeno, abriendo su ojo parpadeante y lleno de


arena.

—¡No puedo evitarlo! —chilla, exagerando.

—Quédate aquí —La suelto—. Voy por una botella de agua para que podamos
lavártelo.

Dejo a Smitty y Oliver cuidando a Becka como si fuera una persona salvaje
mientras me saco mis zapatos de la arena y troto descalza playa arriba. La fría arena se
hunde bajo mis pies, y mi aliento se pone blanco frente a mi rostro cuando exhalo.
Cuando llego a la acera, sacudo los zapatos y me los pongo de nuevo, pensando en
comprarle a Becka su quinto chocolate caliente porque sé que la hará sentir mejor.

Pero escucho mi nombre.

Sé que es Thomas incluso aunque no puedo verlo.

Parada bajo el brillo naranja de la farola, miro alrededor. Todo está


completamente negro, además del estacionamiento y el puerto.

Entonces él está bajo la misma luz naranja que yo.

—Hola, princesa —dice. Su voz es lenta y ligeramente mal articulada. Se acerca


un poco más, mirando la sudadera de Oliver—. ¿De quién es esto?

Antes de que pueda contestar, Petey y Ben vienen tambaleándose de detrás del
puerto, y algo está definitivamente mal con ellos tres.

Los chicos voltean y tiran de mi cabello y también me abrazan demasiado cerca.


Petey me levanta y me da vueltas. Huele chistoso, pero, por otro lado, ese es Petey.
Thomas se queda atrás con una curiosa sonrisa en su cara. Sus manos están en sus
bolsillos y su pelo está más desordenado de lo que estaba cuando llegamos aquí. Como
si me leyera la mente, pasa sus dedos por él, mostrándome cómo tiene que estar en
semejante desarreglo.
Cuando soy capaz de apartar a Petey y Ben, acomodo mi sudadera y arreglo mi
cabello.

—¿Qué demonios pasa con ustedes chicos?

—Ven con nosotros, Bliss —dice Thomas.

Pete mira a Thomas como si hubiera perdido la cabeza; Thomas me mira como
si Pete no existiera.

—Es hora de romper tu burbuja de princesa rosa. —Dusty mira de nuevo la


sudadera de Oliver—. Obviamente.

Me rio nerviosamente, cruzando mis brazos sobre mis hombros.

—¿Qué significa eso?

Thomas está justo frente a mí. El aroma de Petey es más fuerte en él: malvaviscos
asados, verano, y pastel, lluvia oscura y pasto húmedo. Huele dulce, pero incorrecto.

Thomas huele ilegal.

—Significa que no todo es tan fácil. —Sonríe con suficiencia de nuevo, cerca de
mi cara. Está mirando mis labios, mi nariz y mis ojos—. Quiero que vengas por un rato.
No le quitamos las alas a las mariposas. Lo juro.

—¿Por qué están rojos tus ojos? —Me inclino hacia él, colocando mi nariz justo
arriba del cuello de su franela. Cierro los ojos e inhalo—. ¿Qué es ese aroma en ti?

—Un poco de marihuana —contesta con sus labios justo sobre mi oído. Inhalo,
encontrando su mirada. Ellos capturan y retienen. No podría apartar la mirada ni
aunque quisiera—. Ven a divertirte conmigo, Bliss —susurra, moviendo un mechón de
mi cabello detrás de mi oreja.

—Es mejor que hermanita no sea una soplona. —Puedo sentir la mirada asesina
de Petey sin verdaderamente mirarlo.

Thomas se lame el labio inferior y niega con la cabeza, por fin apartándose de mí.

—Ella no va a decir nada.

Cuando Ben, Thomas y Petey salen de debajo de la luz naranja, aunque soy
sensata, los sigo. Entre más nos acercamos a la parte de atrás del puerto, el mismo olor
de la ropa y la piel de Dusty es más penetrante en el aire. Me quema los ojos.
Thomas se detiene, esperando a que lo alcance y no es hasta ahora que me doy
cuenta de lo separado y lejos que está. No me mira, y cuando lo hace, está ausente.

—Bliss —dice Thomas. Está mirando a todos lados menos a mí—. No puedes
decir nada de esto a mis padres, ¿de acuerdo?

Meto las manos más adentro en los bolsillos de la sudadera de Oliver,


preguntándome si fue una mala idea dejar a Rebecka atrás.

Entre nuestros silencios, más abajo del callejón detrás del puerto, escucho la risa
de una chica y la reconozco inmediatamente como la de Kelly. Una nube de humo blanco
flota sobre un grupo de personas que resplandecen bajo una brillante luz blanca de
seguridad unida al estuco azul del edificio.

Si mis padres supieran que estuve aquí, estaría en graves problemas.

—No lo haré —digo.

Tan pronto como nos acercamos a sus amigos, la noto de inmediato.

Thomas no nos presenta o reconoce su presencia. No tiene que hacerlo. Nunca


la he visto antes, pero solo toma una mirada a la hermosa morena fumando un cigarrillo
para saber que ella es Valarie.

Tiro de la manga de Thomas, pero está jugando con Ben. Cada movimiento que
hacen es muy lento y exagerado. A su lado, Petey tiene sus manos en los bolsillos, y está
mirando alrededor como si algo pudiera salir de la oscuridad y agarrarlo. Kelly y Katie
no dejan de reírse tontamente, y entre sus risas y la paranoia de Pete, todo me parece
estúpido.

Estas personas están locas.

—Voy a buscar a Rebecka. —Retrocedo unos pasos, a punto de salir corriendo.

—Espera. —Thomas trota tras de mí—. Lo siento, ¿somos estúpidos?

—¿Por qué estás drogado? —pregunto, deteniéndome hasta que se acerca un


poco más.

—No lo sé —dice, pasándose una mano por su cabello rubio oscuro—.


Estábamos aburridos.

—¿Has hecho esto antes?

Se encoge de hombros.
—Un par de veces.

—¿Esa es Valarie? —Muevo la cabeza en dirección a la morena recargada de la


pared.

Thomas sonríe con suficiencia.

—Sí, ¿estás celosa?

Me sonrojo con fuerza, súper rojo cereza con brillo.

—¡No! —digo demasiado fuerte.

Thomas me señala.

—Leighlee Bliss está celosa. ¿Me amas, Bliss? —me provoca.

La vergüenza me quema desde el interior, y siento el calor de mis mejillas


extenderse hasta mi pecho.

—No te amo. Eres un hermano. Hueles a sudor de béisbol y ropa sucia.

Se lleva su franela a la nariz y huele.

—No, no es así. —Me mira—. Leigh, no huelo a ropa sucia. —Está tan, tan serio.
Demasiado serio.

—Sí, así es.

—No, ven a olerme. Lo digo en serio, Bliss. ¡Ven a olerme!

Corro y me persigue. Aire frío y salado recorre mis cavidades nasales y el


movimiento rápido descongela mis congeladas articulaciones y músculos. Mi risa flota
muy por encima de los idiotas riéndose al final del callejón, y la humillación se
desvanece para convertirse en dicha juguetona.

Va a atraparme, y cuando lo hace, el hermano de mi mejor amiga me abraza con


fuerza y me obliga a oler su camisa.

Es vainilla y marihuana y noche y prados y humo y Thomas… solo Thomas.

—Hueles a problemas —digo finalmente, diciendo la absoluta verdad.

Thomas, treinta centímetros más alto que yo, mira mis labios a través de ojos
inyectados de sangre y pesados párpados. Toma mi cabello sobre mi hombro izquierdo
y enrolla un rizo alrededor de su dedo.
—Regresemos.

Lo hacemos, y nadie excepto Valarie parece notar que nos fuimos. Se acerca a
nosotros con otro cigarrillo encendido entre su dedo índice y el medio. Esta chica es
obviamente demasiado joven para fumar, pero la hace ver genial.

Se parece mucho a Thomas en ese sentido.

—Hola, hermanita —dice, exhalando humo de nicotina sobre su hombro—. Soy


Val. Petey me dijo quién eras.

Le echo un vistazo a Thomas y él está aturdido, todavía oliendo su ropa y


sonriéndome.

—Soy Leigh.

—Bliss —corrige Thomas—. Me gusta más Bliss.

—Leigh —le digo a Valarie. Solo me gusta que mi familia y amigos me digan Bliss,
y esta chica no es ninguno de los dos.

La sonrisa de Valarie es fácil y sus ojos son de un impresionante verde,


completamente excitante. Su piel parece naturalmente bronceada, y su cabello castaño
oscuro es largo, ligeramente rizado, y suelto abajo de sus codos. Pero es la confianza en
sí misma lo que la hace sorprendente. Mantiene los hombros hacia atrás y su cabeza
está alta. Sabe que es hermosa, pero no da la impresión de ser arrogante como Kelly y
Katie. Valarie parece sociable y tolerante.

Estamos a treinta grados aquí afuera, pero lleva una falda de mezclilla corta y
una franela desabrochada. Sus Chucks están algo sucios y tiene dos cadenas de plata
alrededor de su tobillo izquierdo. Sus uñas están pintadas de un morado oscuro,
astilladas y mordidas, y huele a humo y lirios.

Sus labios son grandes y sus senos también, y quiero odiarla, pero parece que no
puedo.

—¿Qué te parece si te digo hermanita? —Estira la mano y toca uno de mis rizos—
. Desearía tener el cabello como tú. Eres hermosa.

Sonrío, absorbiendo su afecto como luz de sol.

—Gracias.
Hace unas cuantas preguntas sobre mi relación con los Castor, y le pregunto
sobre su familia. Me entero de que se mudó de California aquí hace dos semanas cuando
sus padres finalizaron su divorcio. Ella y su mamá viven con su tía en Newport.

Enciende otro cigarrillo.

—¿Quieres uno?

Niego con la cabeza.

—Mi papá es tan cretino —dice con el final del cigarrillo entre sus labios. El fuego
de un encendedor, el de Thomas, ilumina su rostro antes de que lo apague y lo meta de
nuevo en su bolsillo—. Encontró una nueva familia, y de repente la antigua ya no era lo
suficientemente buena. —Sacude la cabeza, exhalando el humo al aire—. No es que me
importe, en realidad. Nunca me prestó atención. Me hice un tatuaje y mis padres no se
enteraron. ¿Quieres verlo? —Se gira y levanta la parte de atrás de su blusa. En su
espalda baja está una mariposa de color violeta, jade y carmesí.

Y quiero arrancarle las alas.

Estoy estupefacta, imaginando una vida en la que puedo hacer lo que quiera. No
tengo permitido caminar por la cuadra yo sola, mucho menos estar lejos el tiempo
suficiente para hacerme un tatuaje a espaldas de mis padres. Mi mamá sigue
metiéndome en la cama de noche, pero algo me dice que Valarie no recibe ese trato de
su mamá, y es triste. Es demasiado dura para su joven edad.

Estoy sorprendentemente interesada en las historias de Valarie. Tengo el


presentimiento de que tiene un montón de historias y un montón de antecedentes, pero
cuando escuchamos ruedas de patineta y una pequeña voz grita “¡Leighlee Bliss!”
ninguna de nosotras se mueve.

Al final del callejón hay tres sombras: Rebecka, Oliver y Smitty.

Thomas entrecierra los ojos, y Petey aprieta el hombro de Thomas, susurrando


algo en su oído. Y después veo lo que ven: B y Smitty se están tomando de las manos.

—Bliss, ¿estás ahí abajo? —grita Rebecka.

Me rio, porque vamos, está gritando.

Thomas aparta la mano de Petey de su brazo de un empujón y camina en


dirección a su hermana. Valarie mira cada uno de sus pasos con una sonrisa tonta en su
rostro, como si el drama que está punto de desarrollarse sobre Smitty la excitara.
Probablemente es todo lo que conoce.
Es sencillo alejarse de ella. Muevo la mano en el aire y camino más rápido,
pasando a Thomas. Él grita mi nombre, pero sigo caminando.

—Estoy justo aquí —le grito a Becka.

—Dios —exagera—. Te estuve buscando por todos lados. Mi ojo podría haberse
caído a esta altura, Leigh.

Me meto entre Smitty y Becka y espero lo mejor. Thomas está al tanto de la


relación (no realmente una relación) de su hermana, pero no parece demasiado
entusiasta ante la idea de ella tomándose de las manos con el súper lindo, tranquilo y
tímido chico.

—Vámonos —sugiero.

—¿Qué? No. ¿Qué estás haciendo? —Huele la sudadera de Oliver—. Hueles a


humo.

Pero es demasiado tarde para explicar algo porque Thomas está aquí y está
invadiendo el espacio personal de Becka, apartándola de Smitty. Petey y Ben no están
muy lejos, así que mientras Thomas habla entre dientes sin compasión en la cara de
Rebecka, empujo a Ben hacia el hermano de ella y le dijo que haga algo.

Smitty permanece en silencio, y Oliver parece confundido, pero es fácil decir que
ambos se sienten incómodos con el agarre que Thomas tiene en la muñeca de Becka.
Ella es dura, pero sigue siendo una chica. Cuando se queja y le pide que la suelte, Smitty
cambia de posición como si estuviera a punto de intervenir.

En su lugar, pongo una temblorosa mano sobre el agarre de Thomas. Él


inmediatamente se suaviza y afloja. Su rostro permanece duro y firme, pero afloja.

—Qué demonios, Thomas. —Rebecka aparta su brazo.

Thomas exhala por la nariz, más enojado de lo que nunca lo había visto antes.
Parece despiadado con el corte de su labio y los ojos inyectados de sangre. Su mandíbula
está tensa y sus puños apretados.

—Ve a buscar a mamá y papá, Rebecka.

—¿Qué te pasa? Solo estaba buscando a Leigh. —B se escucha como si estuviera


a punto de llorar, y nunca llora. Nunca.

—Tal vez deberían calmarse —dice de la nada Valarie. No sabía que estaba cerca.

Rebecka la mira.
—¿Quién carajos eres tú?

Todos se ríen y Petey, amablemente, de un modo odioso, le aconseja a Valarie


que nunca se meta con las hermanitas.

—Si eres lista, te callarías, Val.

Ella hace caso.

Thomas se voltea hacia Smitty y dice con desdén.

—Mantén tus manos alejadas de mi hermana.

Rebecka explota, pero Smitty mantiene la calma. Sonríe un poco y mete las
manos pasivamente en sus bolsillos.

Thomas y yo estamos en medio de ese círculo de nerviosos chicos y chicas. Las


emociones son intensas y mis manos tiemblan. No comprendo lo que está pasando, o el
por qué Thomas se puso tan enojado tan rápido, pero es agotador. Me siento pequeña
comparada a esas personas que se comportan más maduras.

Mantengo el agarre en la muñeca de Thomas, para mantenerme calmada. No se


da cuenta, o no le importa. Él y su hermana discuten mientras Petey y Ben instigan y
Valarie y Kelly rumorean, aburridas de las peleas de los hermanos.

—¿Podemos irnos? —pregunto, interrumpiendo.

—Sí, vamos. —Thomas aparta la mano de mi agarre—. Los veré en el auto.

Becka y yo estamos a medio camino del entablado con Oliver y Smitty cuando
Thomas, Petey y Ben aparecen de repente de nuevo. Thomas se empuja entre su
hermana y yo, poniendo su brazo sobre mis hombros. Petey toma a Rebecka por sus
caderas y la rueda hacia delante mientras ella grita emocionadamente.

Adora ser empujada, y Petey siempre la está empujando.

—Diles adiós a tus amigos, Bliss. —Thomas nos gira a ambos. Oliver y Smitty no
se ven muy felices. Mientras caminamos, me despido con la mano.

—Espera —digo, deteniendo nuestra caminata—. Tengo la sudadera de Oliver.


—Saco los brazos de las mangas y Thomas tira de la sudadera sobre mi cabeza
lanzándosela al pecho de Oliver. Articulo una disculpa cuando Thomas me mete bajo su
brazo de nuevo. Le saca el dedo a Oliver y nos da la vuelta otra vez.

—Eres malo —digo.


Los cinco dejamos el drama para comer grasientas hamburguesas y beber más
chocolate caliente. Becka se da cuenta que los chicos están drogados y le gusta
totalmente. Piensa que es chistoso. Eventualmente nos dirigimos a la playa en donde
Becka y Pete luchan como ella lo hacía con Smitty hace una hora.

—¿Ves eso allá abajo? —pregunta Thomas, señalando el final de la playa hacia
los acantilados. Prácticamente está al otro lado de la costa, y apenas puedo ver lo que
está señalando, pero cuando entrecierro los ojos lo suficiente, puedo divisar un viejo
muelle para barcos—. Deberíamos ir ahí.

—¿Ahora? —pregunto.

—No ahora. Después.

—Está bien.

En el viaje de regreso a casa, Lucas huele a marihuana y hay un montón de gritos.


Esta vez me pongo los audífonos y trato de no escuchar.
Traducido por Sitahiri

Corregido por Genevieve

s fácil perder la noción del tiempo en un pequeño pueblo. Un día se


convierte en otro y otro, y antes de que lo sepas, el verano está de regreso.
Solo que este viene con un montón de cambios.

Es la primera semana de junio y mi mamá y papá me dejaron pasar


un par de días con Rebecka. Estamos en su casa y me siento horrible. Me
duelen las piernas, el estómago, y estoy anormalmente gruñona. Petey y Ben me miran
desde detrás de dedos en forma de cruces.

—¿Se van a casa? —digo.

—¿Y tú? —dicen ellos.

Thomas me ignora.

Estoy acostada en la cama de B, gruñendo, jurando que el mundo va a terminarse,


cuando lo siento. Salgo disparada de la cama y corro al baño, cierro la puerta de un
golpe, y me siento en el inodoro. Miro mi ropa interior y grito.

—¿Qué? —Rebecka entra de prisa, lista para pelear con alguien—. ¡Estás
sangrando!

—¿Qué hago? —pregunto, más confundida que asustada.

—Iré por mi mamá —Rebecka sale corriendo del baño regresando con Tommy
dos minutos después.

Rebecka me señala y Tommy dice:

—Nena, comenzaste tu periodo —me ofrece una mano—. Bienvenida a ser


mujer.

Comienzo a llorar. También Rebecka. Tommy se ríe, abriendo el gabinete y


sacando una varita con una cuerda.
Con ropa interior limpia alrededor de mis tobillos, mis rodillas juntas y mis
pantorrillas abiertas, Thomas elige ese momento para entrar y averiguar por qué
gritaron las chicas.

—¡Creí que había una araña! —cierra los ojos y se queda parado en la puerta,
riéndose.

—Maldición, Dusty —Tommy lo saca de un empujón y cierra la puerta.

No puedo verlo a los ojos por una semana.

Es julio y Thomas cumple catorce. Yo sigo teniendo once. Lo odio.

Hay pastel de cumpleaños y helado. Estoy sentada a la encimera con Rebecka


cuando Thomas entra y pregunta si hice crecer mis nuevos senos para él, porque si lo
hice, le gustan.

—Probablemente mi regalo favorito —bromea.

Creo que está drogado. Normalmente lo está.

Pero sí me crecieron los senos.

Es raro.

Mi mamá no me deja pasar la noche en casa de Rebecka este fin de semana. Dice
que nunca estoy en casa y que mi papá está de mal humor. Estoy creciendo y a él no le
agrada. Ahora uso sostén, uno de verdad, no uno de entrenamiento. Mi mamá me
compró uno de algodón blanco, pero Tommy me compró uno de seda rosa.

Mis padres estaban molestos.

Es mi preferido.

Puedo rizarme el cabello sola, y uso rímel y brillo de labios todos los días. Atrapo
a Thomas mirándome raro a veces.
—Hola, Blissy Bliss, ¿por qué no estás aquí? Te lo estás perdiendo.

Pongo los ojos en blanco y me acuesto en mi cama.

—¿Dónde está Becka? —le pregunto por el teléfono.

—¿Dónde están tus senos?

—¿Estás drogado?

—Sí… espera, aquí está Rebecka.

—Hola.

—Tu hermano es estúpido —digo, deseando estar ahí.

—Oh, lo sé.

Es la última semana de julio y Thomas tiene a Valarie de visita. Sigue siendo


hermosa, más hermosa a la luz del día. Sigue siendo amable, y sigue estando bronceada.

Rebecka la odia.

—Vete —le dice a Valarie—. Dime hermanita de nuevo y te arrancaré el cabello.

—Detente —le advierte Thomas.

—Tienes un tatuaje de zorra —Rebecka no se detiene—. Te desprecio.

Thomas nos echa a ambas de su habitación.

Es la primera semana de agosto y estoy haciendo compras para la escuela con mi


mamá. Ninguna de la ropa que ella me compra es tan linda como la que me regaló
Tommy la semana pasada, pero no se lo digo a mi mamá porque estoy agradecida.

En verdad lo estoy.
Es el día antes de que las clases comiencen y mamá invitó a los Castor para que
todos podamos despedirnos del verano juntos. Papá no le ve la importancia, pero él es
feliz porque ella es feliz, y yo estoy feliz de que ellos estén felices.

Lucas y papá se sientan en lados opuestos del comedor. Yo estoy al lado de


mamá, y Tommy está sentada frente a nosotros entre Becka y Thomas. Mamá cocinó
todo el día, comprobando y comprobando otra vez para asegurarse de que todo se vea
y tenga un sabor perfecto. Inclusive fue tan lejos como comprar dalias frescas y
margaritas para decorar la cocina.

Nuestros platos están llenos y el vino está fluyendo entre los adultos. Pero
ninguna cantidad de comida o merlot o flores podría ocultar la tensión entre mi padre,
el juez, y Luke, el abogado defensor. Luke es fascinante y es adulador, pero es evidente
que mi padre normalmente nunca se haría amigo de una persona como este escurridizo
abogado. Lo veo poniendo los ojos en blanco y lo escucho murmurando entre dientes.
Nunca ha manejado bien la arrogancia, pero está haciendo esto por su única hija, y eso
significa más para mí de lo que él nunca sabrá.

—Esto está bueno —dice Thomas con su cuchillo en el filete asado.

Mi madre sonríe, ingenua y agradecida por llenar un estómago.

Conforme avanza la cena, miro alrededor de la mesa y veo las diferencias entre
mis dos familias. Tommy lleva su tercera copa de vino, y mi mamá apenas ha dado un
sorbo a su primera copa. Lucas está lleno de historias sobre la corte, y mi papá solo
habla cuando se le habla. Rebecka no puede con el tenedor y el cuchillo y eventualmente
toma su filete y come con las manos. Y Thomas, comportándose distinto a como
siempre, no pone sus codos en la mesa o maldice cuando habla. Es educado, cortés y
respetuoso. A mitad de la cena, me da un golpe en el pie con el suyo por debajo de la
mesa y me guiña el ojo cuando nuestras miradas se cruzan.

Y decido en ese momento que, si quiero conservar esto, puedo fingir, debo fingir,
puedo seguir fingiendo por el bien de mi madre y padre que nada está cambiando, que
nunca cambiaré. Mis padres necesitan creer que puedo seguir su ejemplo y confiar en
sus antiguas reglas y conceptos. Necesito que mis padres estén convencidos de que
siempre seré su pequeña niña.

Incluso si necesito encontrar mi propio camino.


Traducido por Kenzie

Corregido por Genevieve

l gimnasio está abarrotado con cada estudiante y maestro por el show de


porristas de navidad. Los entrenadores alientan. Las porristas animan. La
banda toca, y los otros cientos de nosotros deambulamos por ahí hasta
que encontramos a nuestros amigos y fingimos prestar atención.

Balanceo las puntas de mis zapatos, buscando entre perfiles por el


cabello rubio de Becka.

—¡Leighlee Bliss!

Volteo ante el sonido de mi nombre en una voz amistosa y familiar. Dos gradas
arriba, Jackie y Laura saludan con la mano. Oliver se sienta solo una grada abajo, y Becka
y Smitty están parados en el piso. Ella está de puntillas, capucha arriba, haciendo
trompetillas en mi dirección.

Se supone que debemos estar en lados opuestos del gimnasio, pero los chicos de
séptimo y octavo se mezclan. No es que me importe. Estoy segura que los únicos de
octavo grado que conozco que valen la pena se han ido, y probablemente estén medio
desmayados para entonces.

Desmayados, otra palabra que aprendí de Becka para describir a Thomas y sus
amigos cuando están tan drogados que apenas pueden mantener los ojos abiertos. Más
drogados que unas cuantas fumadas, un poco más que drogados, cuando se comunican
en nada más que risas y murmullos.

—Hola, amor —dice mi mejor amiga con un fingido acento, soplando una de sus
trompetillas en mi mejilla. Está animada y emocionada; puedo sentirlo.

Nos iluminamos entre nosotras.

Becka y yo apenas podemos estar sentadas quietas. Entre más cerca de las tres
están las manecillas del reloj demasiado grande, más inquietas nos volvemos por
escapar y comenzar las vacaciones de invierno. Estoy lista para salir de ahí y estar en
su casa, en su habitación, disfrutando la vida.

Dado que Thomas se fue con sus compinches, me pregunto si estará en casa esta
noche. No lo he visto desde esta mañana, cuando me bajo el sombrero sobre los ojos.

Estaba en mi casillero quitándome el abrigo y hablando con su hermana cuando


se acercó sigilosamente por detrás e hizo que todo se pusiera oscuro. Me subí de nuevo
mi gorro tejido de suave lana a tiempo para verlo pasar con tonto y retonto a cada lado.

—Hola, Bliss —provocó Thomas. Capucha arriba con nieve blanca derritiéndose
sobre ella. Mientras siguen caminando, tira de la bufanda de Becka—. Mocosa.

Ese es el alcance de nuestra relación con ellos en la escuela. Estamos en el mismo


edificio, pero nuestros mundos están muy lejos y Thomas es bueno en hacer que eso
sea algo inolvidable. Yo soy una princesita y él es nada más que problemas. Cuando
empiece la preparatoria el año que viene, estaremos en dos mundos completamente
separados.

Cuando volteo para preguntarle a Becka a qué hora saldrán a cenar sus padres
esta noche, me detengo cuando mi chica arruga un pequeño trozo de papel y se lo lanza
al desgreñado pelo de Smitty. Mientras lo hace, docenas de pulseras de la amistad
tejidas, trenzadas estilo V sobresalen debajo de su manga.

Hemos hecho e intercambiado miles de pulseras en los últimos dos años. Yo


conservo las mías a salvo en una pequeña caja blanca en mi tocador, usando solo una o
tal vez dos en un día. Pero una vez que atas una pulsera en la muñeca de Rebecka, no
sale. Lo que llama mi atención ahora es la conexión que hago cuando Smitty saca el
papel de su cabello y le muestra a mi chica la esquina de su sonrisa sobre su hombro.

Mientras ella finge inocencia, y él le lanza el papel de regreso, me doy cuenta de


una pulsera negra con blanco alrededor de la muñeca derecha de él hace juego con la
nueva en la muñeca izquierda de B.

Becka Tomboy ha recorrido un largo camino de perseguir a Freddy Kruger


alrededor del patio de juegos.

Me hace pensar en lámparas de luz naranja, Newports y dos pulseras de tobillo.


Echando un vistazo por el gimnasio cuando por fin nos dirigimos hacia el pasillo y la
libertad, me doy cuenta que no solo Thomas y sus amigos no están. Valarie tampoco
está aquí.

Seguramente Thomas no usa una pulsera alrededor de su muñeca hecha por ella
o por alguien más, pero he aprendido un montón de mirar a Becka y Smitty.
Principalmente: las etiquetas no significan mucho, pero los detalles secretos sí. He visto
las ligas para el cabello de Valarie en el piso de Thomas. También la he visto sacar el
encendedor de él del bolsillo de ella, pero si les preguntas a cualquiera de los dos,
negarían ser una pareja tan rápido como Smitty y Becka.

Poniéndome primero mi gorro y bufanda de lana rosa, después me pongo mi


chaquetón estilo marinero y busco en mi casillero mi mochila llena de suministros para
pijamada. Becka y yo salimos, y Tommy está esperándonos en su auto. Nos detenemos
por comida china camino a casa, ordenando extra para Thomas y Petey.

Becka y yo estamos en la mesa de la cocina, a punto de abrir las galletas de la


fortuna, cuando entra Tommy.

—Quiero que me llamen si Thomas trata de meter a sus amigos cuando vengan
a dejarlo esta noche —dice ella, poniéndose aretes de diamantes.

—¿Por qué? —pregunta su hija.

—El vicedirector me llamó de nuevo hoy —responde Tommy con una sonrisa
sarcástica y poco sorprendida.

Hay un montón de cosas en las que Thomas sale impune. A diferencia de mi casa,
los padres de Becka y él les dan libertad. Apenas tienen restricciones, pero todo el
tiempo él empuja más contra aquellas que puede encontrar, y no lo entiendo.

—Metió una nota en el casillero de una chica. ¿Kelly? —pregunta Tommy,


sacudiendo largas ondas color bronce, haciendo que las pulseras en su muñeca
tintineen.

Becka resopla. Rompo mi galleta de la fortuna sin querer, pero me rio porque,
¿en serio? ¿Kelly?

—Sí, ¿y? —B insiste a su madre.

Tommy se encoge de hombros como si no supiera qué sacar de ello excepto por
el hecho de que Thomas está en problemas, de nuevo.

—Su mamá la encontró ayer y Kelly le dijo que Thomas lo hizo. No es su letra,
pero las cámaras lo muestran poniéndola en su casillero. Y ya que él le dijo al director
que quería hablar con el mejor abogado defensor de Portland en lugar de decir quién la
escribió en realidad, esta es su segunda advertencia. —Sacude la cabeza con un suspiro
decepcionado—. Tiene dos días de suspensión después de las vacaciones.
Mientras que parte de mí quiere reírse ante lo que probablemente decía la nota,
y por la imagen de Thomas siendo un chico listo justo en la cara de la autoridad, la otra
parte de mí ve cuán frustrada está su mamá. Silenciosamente deseando que se
comporte mejor antes de que las recientes amenazas de Luke sobre una escuela militar
se vuelvan realidad, leo mi fortuna.

Haz lo correcto, no lo que deberías.

La lanzo a la mesa cuando suena el teléfono y Tommy lo contesta. Becka me da


un empujoncito en el codo, señalando con la cabeza hacia las escaleras. Tomo mi
mochila y la sigo escaleras arriba.

—Desearía que fuera verano —dice ella, dejándose caer en su cama y mirando
de cabeza por la ventana.

Mientras comienza a nevar otra vez, hojeamos revistas. Su barniz de uñas verde
mar está astillado, evidencia visual de lo genial que es, y cuando saco un frasco de azul
marino de mi mochila, accede a dejarme pintárselas. Estiro mis piernas, moviendo los
dedos de mis pies cubiertos por calcetines mientras ella trae el quitaesmalte del baño.
Cuando regresa, escucho la puerta del frente abrirse escaleras abajo. Sus cejas se elevan,
y con un taimado intercambio de miradas, me deslizo fuera de su cama y salimos al
pasillo.

Echando un vistazo sobre el pasamanos, veo a Thomas —un destello de su


cabello castaño claro yendo por todas partes cuando baja su capucha cubierta de nieve.
Entonces se pierde de vista, y la voz de su madre, proveniente de la sala, tiene una calma
helada.

—¿Tienes algo que quieras explicar?

Si yo fuera él, creo que odiaría esa pregunta. Con todas las reglas que rompe
Thomas, es como una trampa.

—Eres más listo que tus amigos —dice Tommy—. Compórtate como tal.

—Mira quién habla —le dice casualmente.

—Esto no se trata de mí —su voz se eleva.

—Sí —replica Thomas, sin ningún cambio en su relajado tono de voz—. Claro.

—Mírame cuando te estoy hablando. Esta es tu segunda advertencia escrita…

—Tranquilízate —interrumpe—. No es para tanto, mamá. Toma algo de vino.


Está completamente en silencio y siento mi corazón caer a mi estómago. Estoy
acostumbrada al desafío y atrevimiento de Thomas, pero no puedo creer que dijo eso.

—¡Vete! —grita Tommy, haciendo que Becka y yo saltemos—. Ni siquiera puedo


verte.

Intercambiamos miradas ante el sonido de los pasos de Thomas, y aunque su


madre le dijo que se fuera, sus tacones suenan como si lo estuviera siguiendo.

—Esta vez puedes decirle a tu padre sobre esto —continúa, amenazando y


sonando desesperada—. Dado que no es para tanto.

—Como sea —murmura él.

—¿Qué fue eso? Thomas Levi, date la vuelta y contéstame ahora mismo. Juro por
el maldito Dios…

Becka y yo regresamos corriendo a su cuarto, y antes de que mi mejor amiga


cierre su puerta, lenta y cuidadosamente para que no haga ruido, escucho a Thomas
murmurar algo. No creo que Tommy lo escuche, pero yo sí.

—No puedo esperar para largarme de aquí.

Azota la puerta de su cuarto, y tras la de Becka, escucho su mochila golpear el


piso al otro lado de su habitación.

Mi corazón late fuerte y rápido. Miro a todos lados del piso en lugar de a mi amiga
porque no quiero que se sienta más incómoda de lo que probablemente se siente. Me
recargo del escritorio y frunzo los labios, desconchando el barniz de uñas rosa con el
que las pinté esta mañana.

Becka se mueve en mi visión periférica, y yo levanto la mirada.

—Ahora regreso. —Abre su puerta, y cuando me deja sola, mi estómago da


vueltas incómodamente.

Lo que me inquieta no es la discusión con su mamá o el que azotara su puerta y


lanzara su mochila. No son los problemas en los que siempre insiste en meterse o el
preguntarme cómo va a reaccionar Luke cuando se entere. Son las últimas tres palabras
que dijo que flotan en mi cabeza y revuelven mi estómago.

Largarme de aquí.

Becka regresa con una bolsa de bolas de algodón, y recuerdo que iba a pintarle
las uñas.
—Olvidé estos —dice ella, encogiendo sus fuertes y delgados hombros como si
todo estuviera bien.

Tragándome mi nerviosismo, la sigo y me siento frente a ella.

Cuando Lucas llega a casa más tarde esa noche, no entra. Tommy llama a su amor
arriba antes de que se vaya. Nosotras llamamos al nuestro al unísono, pero Thomas no
dice nada. El bajo retumbando de su habitación es lo suficientemente fuerte que
probablemente no escucha nada más.

—Tengo antojo —dice Becka, con las manos arriba y mirando a sus recién
pintadas uñas—. ¿Quieres bajar?

—Claro.

Mientras ella asalta la alacena, yo escojo películas. A mitad de la primera Volver


al Futuro, Thomas apaga su música. Las tres palabras en las que estoy tratando de no
pensar resuenan en mi mente. Las empujo, pero ellas empujan de regreso.

Largarme de aquí.

Me hacen sentir enferma y nerviosa. Peor que cuando como huevos revueltos.
Peor que el primer día de escuela en una nueva ciudad. El pensar en que Thomas se
escape de casa…

Sin un segundo para preguntarme el por qué, paso de nerviosa a asustada al


instante. Se desliza como goteo de un témpano de hielo por mi nuca. Thomas es duro,
pero no es un adulto y el mundo es peligroso. Mis padres me ocultan las partes oscuras,
pero sé lo suficiente. Newport es un buen pueblo, pero los criminales y pervertidos
existen en todos lados, y son despiadados. Son fríos.

Thomas no es así. Él es cálido. Es un chico grosero con algunos pasatiempos


impropios. Tiene cero respetos por la autoridad, pero su corazón es bueno. Puedo
escucharlo cuando se ríe. Está en el modo en que siempre nos ha cuidado a su hermana
y a mí, y en cómo a veces besa la mejilla de su mamá sin motivo alguno. Su bondad se
revela sola en destellos de luces de bengala y envases de leche robados.

Casi estamos al final de la secuela antes de que escuche sus pasos en las
escaleras.
—Hola —dice Becka tranquilamente, mirando a su hermano dar la vuelta al sofá
y sentarse en la silla a mi izquierda.

Echo un vistazo hacia arriba mientras tomo un caramelo de regaliz de nuestra


extensión de bocadillos cubriendo la mesita de café.

—Hola —nos dice a ambas. Sus pies están descalzos y lleva puestos pants negros,
una sencilla camiseta blanca, y su pelo obviamente ha sido secado con toalla después
de una ducha y se ha pasado los dedos por él. Su humor parece el doble de ligero que
era antes, pero la calma después de la tormenta a menudo es tan impredecible como el
trueno.

—Está bien, vamos —comienza Becka—. ¿Le escribiste una nota sucia de amor
a Kelly?

Thomas resopla, sacudiendo la cabeza mientras se pasa la mano por la cara. Su


mirada se divide entre nosotras y la televisión.

—Maldición, no —dice, extendiendo la mano cuando ella toma la bolsa de


Twizzlers—. Petey lo hizo.

Sosteniendo uno entre sus dientes del frente, B toma dos caramelos de regaliz
más y me los da. Me quedo con uno y le doy el otro a Thomas. Dando un pequeño bocado,
miro entre Doc Brown y el chico delincuente con ojos azules como un cielo de verano.

—Lo sabía —Becka tamborilea el dulce entre sus dientes, mordiendo un


bocado—. ¿Qué decía?

Él como que se ríe entre dientes, tomando un bocado de regaliz antes de


continuar. —El miércoles estaba drogado y escribió algunas cosas que quería decirle,
pero era demasiado cobarde para dársela él mismo.

Rebecka no pregunta el motivo por el que no le dijo al director que fue Petey
quién escribió lo que sea que fue inapropiado, tampoco yo. Lo que quiero preguntar, lo
que está tomando el control de mi cerebro, es si va a escaparse de su casa. Pero no tengo
la valentía para sacarlo a relucir. Afortunadamente, su hermana sigue haciendo
preguntas.

—¿Qué vas a decirle a papá?

Se encoge de hombros.

—Lo que sea. ¿Qué va a hacerme, castigarme?

—Solo digo que la última vez dijo que…


—No van a mandarme a un campo de entrenamiento, Rebecka —la interrumpe
con una mirada medio reafirmante, medio no seas ridícula—. Si fuera así, papá lo habría
hecho la semana pasada cuando encontró mi bolsa.

Nuestras mandíbulas caen al unísono. Hace que se ría.

Sé que Dusty fuma, pero hay algo sobre saber que lo trae encima, que lo lleva
consigo y lo tiene ahí, como que lo hace más genial.

—¿Papá te encontró una bolsa? —pregunta Becka—. ¿Qué dijo?

Thomas sonríe con suficiencia, sin estar afectado.

—Que era mejor que la mierda que fumaba en la universidad.

Mientras el que Lucas fumara marihuana alguna vez me deja medio atónita, su
hija se burla, molesta.

—Dame otro regaliz, Bliss. —Su bajo tono es cálido como el verano y sus ojos
azules son cristalinamente persuasivos. Tomo dos piezas más y se las doy.

Mientras la película sigue, miro a Thomas reclinarse, dejando que su cabeza


descanse contra la atestada silla. Dobla una de sus rodillas y estira un brazo sobre su
cabeza; el otro descansa sobre su estómago. Lo hace parece despreocupado y mayor de
catorce años, pero su paz y proximidad reemplaza la preocupación en mis nervios con
un firme latir por Dusty.

Estiro mis piernas, apoyando los dedos de mis pies contra los cojines, y me
acurruco con satisfacción. No me doy cuenta que me dormido hasta que escucho a
Thomas decir mi nombre.

—Leigh. —Su voz es grave y su mano está ligeramente en mi hombro mientras


me da un empujoncito para que me despierte.

Abro los ojos para ver un destello de faros en la entrada. La televisión está
apagada y Becka se quedó dormida en el otro lado del sofá. Me alzo sobre el codo cuando
Thomas se da la vuelta.

—Nos vemos. —Se dirige a las escaleras antes de que entren sus padres.

La preocupación y la duda regresan a mí cuando se va, pero no puedo culparlo.


Si yo estuviera en sus zapatos, probablemente habría hecho lo mismo. Becka se
despierta cuando entran sus padres. Lucas besa nuestras frentes y dice buenas noches
mientras Tommy se entretiene por unos minutos. Recoge nuestros bocadillos,
contándonos sobre el horrible implante de cabello del cliente de él y el labial rojo de su
esposa en sus dientes antes de subir las escaleras.

Siempre la pareja rara, B y yo nos metemos a la cama como opuestos que se


complementan el uno al otro. Ella duerme con calcetines disparejos, mientras yo adoro
el deslizar de las sábanas a lo largo de mis pies desnudos.

—Te quiero como a pastel de chocolate aplastado —me dice con un bostezo.

Sonrío en la oscuridad.

—Te quiero como a pequeñas lagartijas verdes.

Nos damos la vuelta juntas, poniéndonos cómodas bajo las mantas y sobre
almohadas que huelen a ambas. Me hundo en la familiar suavidad y dejo que mis ojos
se cierren, pero no se quedan de ese modo.

Se ajustan a la oscuridad mientras el sueño no llega. Me pongo boca arriba. Me


doy vuelta al otro lado. La luz de la luna invernal brilla a través de las cortinas,
delineando todo con blanco plateado mientras me estiro y me acurruco.

Lo que dijo Thomas acerca de irse de aquí da vueltas en mi cabeza y aprieta mi


estómago. El resto de su familia no parece preocupada, y trato de decirme a mí misma
que era la frustración saliendo en palabras que todavía no había escuchado. Pero no
funciona. Mucho después de que Becka está roncando, yo sigo completamente
despierta: inquieta, incómoda y nerviosa.

Con cuidado en la quietud de la noche, abro su puerta para encontrar el pasillo


tan sombrío y silencioso como su habitación. Toda la casa está silenciosa y tranquila.

Excepto Thomas.

La luz brilla por debajo de su puerta, y escucho el amortiguado zumbido de la


televisión cuando paso por su cuarto. Con la puerta del baño cerrada conmigo dentro,
no sé si es el agua fría que me echo en la cara o el hecho de que él está despierto, pero
me siento mejor. Me seco la cara, y la aparente cura a mis aprensiones es súbitamente
inconfundible en mi mente.

Pienso vacilante.

Pienso en mis padres.

Probablemente debería regresar a la habitación de mi mejor amiga y trata de


dormir, pero no puedo hacerlo. No quiero hacerlo.
Camino de puntillas silenciosamente por el pasillo hacia la habitación de Thomas
en lugar de la de Becka. Para cuando llego a su puerta, mi corazón se agita. Insegura
pero animada, doy un golpecito contra la madera de roble pintada de blanco tan
ligeramente como puedo. La televisión al otro lado de ella se apaga, y es el estímulo
exacto que mis nervios necesitan. El pomo de la puerta se siente como fría confianza y
confirmación cuando lo giro y abro su puerta.

Thomas está en cama, sobre las sábanas, recargado contra la cabecera con la
misma ropa que tenía antes. Se sienta derecho, interrogándome con ansiosos ojos
azules.

—No puedo dormir —susurro, cerrando su puerta.

—¿Dónde está Becka? —pregunta—. ¿Quieres que vaya por mi mamá?

—No. —Mis mejillas se calientan por la vergüenza—. Becka está bien —le digo,
poniéndome el cabello sobre mi hombro, jugando con las puntas—. No puedo dormir.

Thomas parece tan inseguro como yo, así que dejo de jugar con los mechones
rubio rojizo y me siento en el mismo lugar en su cama en el que me he sentado cientos
de veces antes. Me siento un poco tonta por alarmarlo, pero mis nervios se han calmado
y no quiero regresar a dar vueltas en la cama del cuarto de Becka.

—¿Puedo… ver televisión contigo? —pregunto.

Sus ojos se suavizan y asiente. Es fácil. Es Thomas y yo.

Me subo a la cama y tiro de las sábanas mientras él cambia el canal. Curvo el


brazo bajo una almohada gris. Está fría contra mi mejilla y puedo olerlo a él —pasto
dulce, problemas, humo y vainilla. Hay un edredón gris a juego sobre las sábanas negras
haciéndome sentir calentita y segura, adormilada y cómoda.

No hablamos, pero no es incómodo. Solo vemos televisión.

—Biss —susurra Thomas.

Estiro mis brazos y piernas bajo cálida ropa de cama que huele a travesura pura
y sin reservas. Es familiar y bienvenida, y no quiero abrir los ojos todavía.
—Oye. —La cama se mueve y siento su mano en mi hombro, dándome
empujoncitos suaves para despertar de mi ensueño con Dusty.

Las luces de la mañana brillan a través de sus cortinas y hay la suficiente para
que pueda ver a Thomas. Todavía sobre las sábanas, todavía con su misma ropa, está
apoyado sobre su codo y mirándome. Su cabello es un frenesí rizado de rubio oscuro, y
sus adormilados ojos azules son amables. Lo he visto de este modo en la mesa del
desayuno, pero esto es mejor.

La apariencia de recién levantado de Thomas es de ensueño.

—Es temprano —dice, su voz es más grave de lo usual, suelta, pesada y


seductora. La luz del sol invernal lo ilumina cuando sonríe con una media sonrisa—.
Debes regresar a la habitación de Becka antes de que despierte.

Estoy renuente a bajar las sábanas, mi pelo probablemente se ve como loco.


Estoy rodeada de calidez y tranquilidad que no quiero dejar, pero la cansada sonrisa de
Thomas es tanto reafirmante como alentadora. Es suficiente para hacerme asentir y
pararme.

Camino suavemente a su puerta y giro la manija con las dos manos por silencio
extra cauteloso. Me asomo al pasillo para estar segura que todas las puertas siguen
cerradas antes de mirar sobre mi hombro.

—Gracias —susurro, mirando sus ojos azules de recién despertado una vez más
antes de salir.

Con su puerta cerradas tras de mí, el resto de la casa está en silencio. Lucas y
Tommy siguen en su cuarto, y Becka está roncando cuando regreso a su habitación.
Estoy a salvo, no me atraparon, mis actos de medianoche desconocidos, y hay una ráfaga
de revuelo en mi estómago. Emociona y seduce, y me pregunto si es así cómo se siente
Thomas cada vez que se sale con la suya cuando rompe una regla.

Me acurruco y abrazo las almohadas a cuadros y las sábanas verde neón de


Becka, pero huelo como a vainilla, los bosques y problemas.

Y como que lo adoro.


La vida es fácil, y sigue. Entre regresar a la escuela, la tarea y los exámenes, y los
fines de semana con mi mejor amiga, el helado invierno se derrite lentamente para
convertirse en la resbaladiza y brillante primavera. Por fin está lo suficientemente
cálido para usar vestidos de nuevo, y Becka le pone nuevas llantas rosas a su patineta
esta tarde.

Es después de la una de la mañana de nuestra primera noche de vacaciones de


primavera, y después de un día pasado bajo el sol, está profundamente dormida.

Yo estoy lejos de tener sueño.

Lucas y Tommy están en la casa de enfrente con sus amigos vecinos, y Ben, Petey
y Thomas están al final del pasillo. Con ningún otro sonido excepto el ventilador de
techo de Becka, puedo oírlos reírse y charlar.

Me volteo sobre mi espalda, preguntándome qué están haciendo.

Mientras las nubes invernales se han desvanecido por cielos despejados, los
chicos se han vuelto más altos, más furtivos y más rebeldes. Cuando sí van, estoy
bastante segura que van a la secundaria, porque han comenzado a usar sus lentes de sol
todo el tiempo, esté brillando el sol o no.

Valarie usa los suyos todo el tiempo también. “Porque cuando eres genial,” me
dijo ella, “el sol siempre está brillando.”

Estiro mis piernas y saco los dedos de mis pies bajo las sábanas mientras mis
pensamientos van a la deriva.

Valarie es simpática, incluso con Becka que nunca deja de provocarla. Me enseñó
cómo hacer una trenza de cola de pescado y siempre me ofrece goma de mascar. Quiero
agradarle. A veces creo que le agrado, pero somos diferentes. Ella vive en un mundo que
no puedo imaginar.

Ella y Thomas siguen negando que sean una pareja, pero ella usa sus viejas Ray
Bans. He visto Dusty escrito en su palma izquierda con tinta negra, y él se lleva el
teléfono a su habitación y cierra la puerta cuando ella llama.

Ruedo los ojos en la oscuridad. Los cierro y doblo las rodillas, incapaz de
ponerme cómoda.

Las hormonas de Thomas han menguado, pero cada vez que su puerta se cierra
de un golpe, sigo preguntándome si va a huir. Algunas de las peleas que tiene con sus
padres me hacen sentir segura que saldrá disparado hacia la puerta principal en lugar
de la suya, cualquier día.
No me he escabullido de nuevo en su habitación desde la noche que pasé en su
cama, en parte porque estoy asustada de que me atrapen y mis padres no me dejen
regresar nunca aquí, y en parte por lo avergonzada que me sentiré si me dice que me
vaya. Pero decir que no he pensado en ello sería mentir, en especial cuando me pongo
así de inquieta.

Debería contar ovejas, pero aparto las sábanas en su lugar. Salgo de la cama, me
pongo una de las camisetas de B sobre mi camisola, y recuerdo mis acciones de hace
meses.

En el pasillo, los sonidos provenientes del cuarto de Thomas no están tan


amortiguados. Mientras camino de puntillas al baño para beber agua, escucho la risa de
Ben y Petey insultándolo por los disparos de un videojuego. No entiendo por qué los
chicos disfrutan insultar, pero con la puerta del baño cerrada detrás de mí, sonrío. La
cercanía de su caos y cruda camaradería es tranquilizadora y familiar, como casa.

Llenando la pequeña taza al lado del lavabo, doy unos sorbos y me miro en el
espejo. Las pecas por el sol han salido en mi nariz y mejillas, y cuando me pongo de lado
y miro mi perfil, me doy cuenta que la camiseta de Becka se ve diferente en mí que en
ella. Mis pequeñas curvas son sutiles, pero puedo verlas bajo algodón negro desteñido.
No soy tan alta o bronceada como Valarie, pero he crecido.

Vacío lo que queda de agua en el lavabo y pongo la taza en su lugar, apagando de


nuevo la luz mientras abro la puerta. Mientras lo hago, la puerta de Thomas se abre.

Petey pone un pie en el pasillo, pero mantiene el otro en el cuarto de Thomas,


con la cara hacia sus amigos.

—Mira —escucho reír a Ben—. Lo estás haciendo mejor en pausa que cuando
estabas jugando, perdedor.

—¿Un perdedor le habría metido el dedo a Kelly detrás de las bancas hoy? —
replica Petey, haciendo que mis ojos se abran como platos y risitas más intensas hagan
eco desde el cuarto de Thomas mientras se voltea.

Anonadada e instantáneamente con las mejillas rosas por lo que dijo, soy
atrapada.

—Hola, princesa Blissy Bliss —dice Petey. Su sonrisa es boba y sus pasos parecen
torpes y pesados—. ¿No pasó ya tu hora de dormir?

Suspiro y me cruzo de brazos.

—¿No pasó la tuya? ¿No se suponía que te convertirías en un duende?


—Tal vez. —Camina hacia mí—. ¿Eso no sería genial?

—Cierra mi puerta —grita Thomas desde su cuarto.

Su mejor amigo resopla, ignorándolo y agarrando mi mano.

—Ven —dice, tirando de mí desde la puerta del baño y arrastrándome al cuarto


de Thomas. Echo un vistazo por un costado de su hombro cuando ambos chicos
levantan la mirada.

—Miren quién no se convirtió en una calabaza después de medianoche —se


burla Petey.

Los ojos azules de Thomas son oscuros y relajados, eufóricos, cuando se sienta
más derecho. Me recuerda la última vez que vine aquí en medio de la noche, y me siento
tonta.

—Hola —saludo con la mano.

Es rápido, pero Ben se sienta y le pregunta a Petey:

—¿Creí que ibas por comida?

Los ojos de Thomas se mueven de los míos al agarre de su amigo sobre mi


muñeca.

—Oh, sí —recuerda Pete. Me suelta y sale de nuevo mientras Thomas me lanza


una sonrisa. Es la misma de la mañana en que me despertó. La que me da en el pasillo
de la escuela cuando nadie está mirando.

Sentándose contra el pie de su cama, se aparta.

—Ven a sentarte a mi lado, Bliss.

Al lado de Thomas, cualquier preocupación de ser atrapada se desintegra. Cada


aprensión, duda y terminación nerviosa no es nada en comparación con la emoción de
estar incluida en su travesura de la noche.

Su agitación no es la misma que mi inquietud. Petey regresa con bocadillos, y


todo lo que están haciendo es robar autos y golpear policías en la pantalla, pero es
detrás de la puerta de Thomas, y es emocionante.

También están compartiendo una gran botella de vidrio color verde entre ellos.
Jameson, creo que dice la etiqueta blanquecina, y es más que excitante. Hace cosquillear
mi conciencia y acelera mis latidos.
Mientras se pasan los mandos y la botella, tengo la esperanza silenciosa de que
no sea del gabinete de Lucas. No pregunto, porque no quiero sonar como la molesta
hermanita en un cuarto de chicos geniales, pero puedo sentir mi sentido del bien y el
mal desafiando lo bien que se siente ser mala.

Estirando mis piernas frente a mí, echo un vistazo a Ben por el rabillo del ojo.
Sus mejillas están rosadas y está más encorvado de lo que estaba cuando llegué. Petey
no puede dejar de reír, incluso cuando dice sentirse atontado. Sus párpados están bajos
y sus hombros están caídos. Sus movimientos son torpes y sus sonrisas ridículamente
torcidas. Incluso la sonrisa de suficiencia de Thomas parece enyesada en su rostro.

Los chicos están borrachos.

Parte de mí lucha para evitar no soltar una risita, y parte de mí quiere ir por
Becka para que pueda verlos. Otra parte de mí se vuelve precavida al instante, y sin
embargo otra parte se siente innegablemente curiosa.

Cuando el personaje de Petey muere, le pasa el mando a Ben y toma la Jameson.


Después de darle dos tragos, empuja la botella en mi dirección sin mirar. Como si no
fuera nada importante. Como si no fuera nada, pero nunca he sentido la presión de ser
genial como la siento en este momento.

Tomo la botella con ambas manos, y Petey se ríe.

—Eres tan jodidamente como una chica, Leigh —se estira torpemente,
mostrándome cómo tomar la botella por su delgado cuello con una mano.

En mi visión periférica, Thomas aparta la mano de la televisión y nos mira.

—Espera. —Baja el mando a medio juego.

—Oye, vamos. Qué demonios, cobarde. —Ben se ríe.

Thomas no contesta. Su sonrisa torcida se curva aún más mientras se enfoca en


la botella y yo.

—Espérame, L —dice, acercándose y ajustando su postura, haciendo que


nuestros hombros choquen. El contacto alienta mi confianza, y leo la etiqueta para
distraerme más de la presión.

Destilado triple.

Whiskey irlandés.

40% de alcohol
Llevo la botella a mi nariz e inmediatamente me arrepiento de oler. El aroma
quema mis senos paranasales y hace picar mis nervios. Los pocos vellos en mis brazos
se paran y mi estómago cae. Siento los ojos de Thomas antes de que me quite el whiskey.

—Está bien —me dice suavemente, como si percibiera mi vacilación.

Aprieto los labios, mirando las puntadas de la parte baja de su camiseta y los
dientes cobrizos del cierre de su sudadera abierta. No se burlará de mí si no tomo un
trago, pero aun así quiero hacerlo de todos modos.

—Lo sé —digo, encontrándome con sus sinceros pero borrachos ojos azul
oscuro—. Quiero hacerlo.

Las esquinas de su sonrisa se estrechan y como que se endurecen. No aparta sus


ojos de mí, y su voz es muy baja cuando habla de nuevo.

—No tienes que hacerlo —insiste, sonando tan sincero como serio, como si tal
vez prefiriera que en realidad no lo hiciera.

—Quiero probarlo —replico igualando su insistencia, quitando la tensión y


estirando una mano para tomar el contrabando en las suyas.

—Bien —dice—. Bien.

Sosteniendo el Jameson por su cuello como Petey me enseñó, Thomas toma un


trago y gira su cuerpo más hacia el mío. Nuestros hombros se separan, pero nuestras
rodillas chocan. Levanto la mano para tomar mi turno, pero él levanta la botella para
mí.

Sosteniendo la botella verde sobre mi boca, susurra:

—Última oportunidad.

No le hago caso, cierro los ojos y esbozo una amplia sonrisa. Echo la cabeza hacia
atrás, y él pone la botella en mis labios. Lo vierte lentamente, y el licor golpea mi lengua
como una salpicadura de fuego.

Es lo peor, lo más asqueroso que he probado en mi vida.

Mi rostro se contorsiona en una expresión absurda cuando trago. La botella ha


desaparecido en el segundo en que el Jameson ha bajado por mi garganta, y estoy
tosiendo. Parpadeo y exhalo por la boca todo el oxígeno en mi pecho, dejando que el
aire fresco golpee mi lengua con la esperanza de que se lleve la abrasadora sensación
de probar algo podrido.
—Ya. Ya, Leigh —dice Thomas, una de sus cálidas manos tocando la parte
exterior de la mía mientras empuja una lata fría contra mi palma con la otra.

Mis ojos lagrimean cuando lo miro, contemplándome con una mezcla de


diversión, orgullo y responsabilidad. Todo es demasiado. Dejo caer mis párpados y
tomo un gran trago de 7UP. Ayuda al escozor en mi pecho, así que tomo dos más, más
lentos, y cuando abro los ojos de nuevo, Thomas sigue mirándome.

No dice nada mientras trago un hipo y respiro a través de labios fruncidos.


Observa, y su atención, el modo en que sus ojos azules se sienten como peso, como
gravedad, la implicación y responsabilidad con la que me mira, me hace sentir un poco
loca.

Y me gusta.

Dos semanas después, estoy de nuevo en la habitación de Thomas, ayudándole a


Becka a buscar su otro zapato.

Hoy es Día de los Inocentes, que también resulta ser su cumpleaños. Está
cumpliendo trece antes que yo, pero estoy demasiado emocionada para estar celosa.
Los cumpleaños siempre son días grandiosos.

—Thomas, estúpido chico —se arrodilla al lado de su escritorio, hurgando.

Él le dijo que no estaba aquí dentro, pero ha estado buscando por la mayor parte
de una hora. Donde sea que esté su Chuck Taylor izquierdo, Thomas lo ha escondido
bien está vez.

—Rebecka Marie, hombre, vamos —dice el chico de ojos nublados que lo


escondió mientras pasa al lado de donde estoy parada en la entrada, mirando. Lanzando
su chamarra a su cama sin tender, se ríe. Está de buen humor, pero lo que en realidad
está diciendo es claro: deja mis cosas en paz.

—Dame mi zapato —exige su hermana.

Thomas le esboza una sonrisa torcida, después a mí mientras ella regresa a hacer
pedazos su cuarto.

—Tal vez Jameson aquí presente puede ayudarte.


Por suerte para mí, Becka está demasiado ocupada revisando dos veces bajo su
cama para darse cuenta de lo que dijo. Pero eso no evita que mis mejillas cosquilleen
por el calor. Sé que están rosas, y no es el rubor que les puse esta mañana. Muevo mi
mano derecha bajo mi barbilla, de ida y vuelta en el universal movimiento de oh, por
Dios, cállate la boca y deja de hablar ahora mismo.

La sonrisa de Thomas se rompe en una risa entre dientes tan profunda que mis
rosadas mejillas se ponen rojas.

—Nos vemos, pelirroja. —Pasa a mi lado, lanzando una de mis coletas sobre mi
hombro.

Media hora después, Becka y yo estamos sentadas en el sofá mirando un


documental de Rodney Mullen. Cada una tenemos puesto un zapato, y el otro pie
descalzo, el mío por solidaridad, y el suyo porque sigue sin poder encontrarlo. Mientras
el padrino del patinaje callejero hace una voltereta en el aire con su patineta en la
pantalla, Tommy abre la puerta principal cargando un harapiento Converse All Star en
una mano y dos cajas de pizza bajo su otro brazo.

—Esto estaba en el buzón —dice ella, el zapato colgando de su sucia agujeta.


Sonríe mientras lo deja caer en el regazo de su hija—. Creo que le pertenece a la
cumpleañera.

La risa de Thomas llega desde la cocina.

Lucas y él se nos unen a la mesa para la cena, y la gente comienza a llegar más
tarde. Jackie llega primero, después Oliver y Smitty llegan juntos, seguidos de Ben y
Petey. Mis padres también, y los vecinos de enfrente. No hay velas o canciones, pero hay
pastel de helado y una montaña de regalos, incluyendo un enorme estéreo nuevo para
el cuarto de la cumpleañera.

Smitty mete un CD mezclado en la mochila de ella cuando no está mirando.


Cuando ellos están hablando sin palabras unos minutos después, Petey mete su dedo
en su pastel. A ella no le divierte el hoyo que deja, pero es una buena fiesta en general.

—Los trece van a ser maravillosos —me dice con sus ojos azules mostrando el
subidón de azúcar—. Apúrate y vuélvete mayor para que podamos ser adolescentes
juntas.

—Apúrate, octubre —concuerdo, levantando mi vaso en el aire mientras ella


levanta el suyo para brindar.
—Pero no demasiado rápido —reprende mamá desde el otro lado de la
habitación. La gente se ríe, y su tono es juguetón, pero reconozco la renuencia y
protección bajo él.

Choco mi vaso contra el de Becka y me trago mi ponche, fingiendo que no la


escuché.

Cuando el sol comienza a ponerse, nos deshacemos de molestos chicos mayores


y aburridos adultos para ir afuera. El patio trasero de los Castor es un espacio abierto
lleno de pasto y flores nuevas abiertas por donde quiera que mires. La brisa lleva el
aroma de barbacoas y madreselva, y la luz del día desvaneciéndose colorea todo de
dorado y sombras.

Cuando la noche oscurece todo a nuestro alrededor, las charlas y el intercambio


de bromas se convierten en un juguetón juego de empujones sobre chistes, y un
juguetón empujón se convierte en el juego de tú las traes. No lleva mucho tiempo
después de eso para que ese juego se convierta en las escondidillas, y ese es un juego
que puedo jugar. Soy excelente para esconderme.

Con el antiguo bebedero para pájaros en medio del patio como base, Becka es la
primera. Encuentra y atrapa a Smitty, que la atrapa de nuevo. Después encuentra y
atrapa a Jackie, que también la atrapa de nuevo. Lo mismo conmigo, y Oliver. Todo el
que encuentra y atrapa, la atrapa de nuevo. Es su cumpleaños después de todo.

Agachada al lado de los enormes matorrales de peonias de Tommy, rodeada de


su más dulce y floral aroma, puedo ver a Becka buscándonos. Si todavía hubiera sol,
probablemente podría ser vista también, pero la luna es solo un trocito esta noche. Todo
son contornos.

Mientras B se acerca lentamente a donde está escondida Jackie bajo la


plataforma, me mezo sobre los talones de mis Mary Janes, lista para correr a la base.
Casi me paro de un salto, pero la puerta del patio se desliza, abriéndose, y me toma por
sorpresa. Me agacho rápidamente, los pétalos y hojas haciéndome cosquillas en mis
piernas desnudas mientras estiro el cuello para ver salir a Thomas, Petey y Ben.

Todos están riéndose, riéndose de verdad. Sus pasos carecen de medida y


dirección, pero conllevan distante audacia y persuasión. Cuando sopla el viento,
prácticamente puedo oler el humo proveniente de ellos.

Ben señala a Becka, y los tres la persiguen. Thomas la atrapa primero, y la levanta
para robarle uno de sus zapatos. Ella corre detrás de él, quitándose el otro zapato y
lanzándoselo a sus pies cuando no puede alcanzarlo. Después Petey la atrapa, y ella lo
persigue también, el pasto y la tierra bajo nada excepto sus calcetines no la molestan en
lo más mínimo.

—¿Dónde está tu amiga? —Pregunta Thomas, alborotando el pelo de su


hermana cuando pasa a su lado, mirando alrededor.

Me acurruco más en las flores mientras lo veo desde mi secretamente segura


distancia.

—¡Uno, dos, tres por mí! ¡Voy a encontrarte, Bliss! —grita con una sonrisa que
muestra sus dientes en la tenue luz de la luna.

Mientras todos los demás salen corriendo de sus escondites, yo me agacho más
abajo cuando Thomas pasa. Estira el cuello y escanea el perímetro, y entre más se
acerca, más atrás me escondo. Mi sonrisa se hace más amplia con cada uno de sus pasos,
hasta que tengo que taparme la boca con las dos manos para no soltar una risita.

—¿Me estoy acercando, L? —pregunta, sus Converse negros se acercan. En tres


o cuatro pasos más, me encontrará, y el pensar en ello hace latir mi corazón.

Surgiendo de las peonias, corro tan rápido como puedo, riéndome desde el fondo
de mi vientre mientras paso corriendo justo al lado de Thomas. Pero no soy
competencia. Sus piernas son más largas que las mías, y el bebedero de pájaros está
muy lejos.

—¡Corre, Bliss! —grita Becka, sonriendo de oreja a oreja triplemente perforada,


saltando de arriba abajo.

Aunque es difícil correr con un vestido, y más difícil porque ahora también me
estoy riendo. Echo un vistazo sobre mi hombro, y Thomas está cerca. Demasiado cerca.

Me obligo a ir más rápido, pero él estira las dos manos y me atrapa por la cintura.
Por unos segundos, estoy volando. Mi pulso se dispara y me rio libremente en el aire
nocturno. Thomas agarra mis costados, dándome vueltas mientras también se ríe, y el
sonido es profundo, rico y pleno en mi oído.

Termina antes de que esté lista para que termine. Estoy de nuevo en el suelo
sobre mis dos pies, tratando de equilibrarme mientras aparta las manos de mis
costados.

De forma casual, retrocediendo, susurra:

—Te toca a ti.


Traducido por Kenzie

Corregido por Genevieve

ué decía la nota? —pregunto por tercera vez, jugando con la


esquina de la almohada de Thomas.

La alfombra de lana color beige raspa mis piernas


desnudas, y la cola de caballo desordenada en la parte de arriba
de mi cabeza está pesada y ladeada.

Los chicos comparten una mirada y Thomas suspira, frustrado por mi molesta
determinación de saber acerca de las cosas vulgares que Petey le escribió a Kelly. He
sido advertida dos veces para que me ocupe de mis propios asuntos, pero ellos lo sacan
a relucir frente a mí en modos que no entiendo. Siento que tengo el derecho de estar
dentro de la broma.

—Leigh, no quieres saberlo… —comienza Pete.

Lo interrumpo, hablando con firmeza y claridad. No quiero escucharme como


una niña.

—¿Cómo sabes lo que quiero?

Pero es así exactamente como me hace sentir esto.

—No lo entenderías —dice Petey. Checa con Thomas en busca de confirmación


de que está en lo correcto: soy demasiado joven—. ¿Qué edad tienes de todos modos,
como, doce?

Dusty asiente.

—Tendré trece en tres meses —argumento.

—Jesús —murmura Thomas entre dientes—. No deberías juntarte con nosotros,


Bliss.

Está en lo cierto, pero eso es algo nuestro.


Nuestro secreto.

Mío y de ellos.

No sé cuándo se convirtió en una rutina, pero me las he arreglado para enterrar


el buen juicio y poner a un lado las advertencias sobre chicos, alcohol, drogas y malas
decisiones, y pasar al menos tres noches de verano a la semana con estos chicos después
de que mi mejor amiga caiga rendida al mundo de los sueños.

Ya ni siquiera toco la puerta de Thomas. Tengo permitido entrar.

La mayor parte del tiempo yazco en la cama mientras los chicos se pasan una
botella de licor robado o se reúnen cerca de la ventana que da al patio de atrás para
fumar hierba. Me han dejado jugar videojuegos con ellos, pero Thomas se molesta por
mi falta de conocimiento sobre el robo de autos simulado, así que mis turnos son
escasos y espaciados.

Nadie la dice a Rebecka del tiempo que pasamos juntos de noche. Es una regla
tácita que se queda entre nosotros.

—Estoy más cerca de los trece de lo que estoy de los doce. No soy tan joven, y tú
no eres tan mayor, así que cállate.

—Tengo quince —replica Thomas, sonriendo con suficiencia como si lo supiera


todo.

—Cumpliste quince hace dos semanas, Dusty. —Me recargo en la esquina entre
el marco de su cama y su mesa de noche y aferro su almohada contra mi pecho. Mis ojos
comienzan a arder, pero no voy a dejar que estos chicos me hagan llorar.

—¿Qué pasa? —canturrea Ben. Sus ojos castaño oscuro están pesados por el
whisky y su sonrisa es más amplia de lo normal.

Thomas toma el mando y comienza a jugar su videojuego de nuevo,


ignorándome.

—¿Qué decía la nota? —pregunto una vez más. El sudor empapa mi cuero
cabelludo y una pequeña gota se desliza hacia abajo por mi espalda baja. El aire
acondicionado está encendido, pero hay algo acerca de tres adolescentes que hace que
un cuarto se caliente.

Petey y Ben se miran, como si de hecho estuvieran considerando revelar la


verdad. Thomas maldice y deja su mando a sus pies. Enciende un cigarrillo y abre la
ventana al otro lado de la habitación. Denso humo blanco se escapa hacia la oscura
noche. Con algo de aire fresco, deja entrar el aroma de los árboles y pasto húmedo,
enmascarando el aroma de chicos sudorosos y alcohol.

—Probablemente deberías irte a la cama, Bliss —dice él, exhalando el humo en


el aire de verano.

Sonríe con suficiencia cuando lo fulmino con la mirada.

—Vamos, princesa, ya pasó tu hora de dormir —se burla. Sus normales y


brillantes irises azules están atenuados.

—Pequeña —añade el idiota cuando no reacciono al modo condescendiente con


que me dice princesa.

Usualmente lo dice con voz suave.

—No quiero —digo, sonando exactamente como él quiere que me oiga: joven.

Thomas me da la espalda, recargando sus brazos en el alféizar. Su misión de


torturarme está cumplida.

Pero Ben no es tan serio.

—¿Todavía quieres saber, Bliss? —pregunta, dándole una palmada con el dorso
de la mano a Petey en el pecho cuando éste comienza a protestar.

Me siento derecha y cruzo las piernas.

—Sí.

Los gemelos se acercan un poco más. El cabello rubio de Petey cae sobre sus ojos,
y cuando se sacude para apartarlo, me recuerda a un cachorro. La parte de debajo de
los calcetines blancos de Ben está sucia y sus mejillas están sonrojadas.

—Dile. —Ben codea a Pete.

—Dile tú. —Petey codea a Ben.

—Era tu nota.

—Tú quieres que ella sepa.

—Kelly es tu novia.

—No, no lo es.

—Es lo que dijo a Val.


Abrazo la almohada de Thomas, escondiendo mi sonrisa en su funda gris
mientras su dueño me guiña un ojo, dándole un golpecito a su cigarrillo.

—Yo le diré —se ofrece, cerrando la ventana antes de sentarse frente a mí entre
sus amigos—. No puedes contarles a tus padres, Bliss.

—No lo haré —respondo de inmediato.

Thomas se carcajea con sus amigos.

—No puedo creer que quieras escuchar esto, princesa.

Suave como una pluma.

—No lo diré. Lo prometo.

—Eso está bien —dice—. Tus padres ya no te dejarían quedarte aquí si supieran
que estaba contaminando tu inocente mente, L.

—No lo sabrán. Tengo cuidado con mis palabras.

Thomas se inclina hacia delante, enroscando un mechón de mi cabello alrededor


de su dedo. Suelta el mechón y coloca su boca justo sobre mi oreja izquierda. Con su
mano en mi hombro, el aliento de este chico me hace cosquillas en el cuello. Después,
con cuidado, me dice lo que decía la nota para Kelly.

Estoy estupefacta e impactada.

Thomas se aparta, asimilando mi rostro: con los ojos abiertos como platos y la
mandíbula caída. Los tres chicos rompen en carcajadas más ruidosas de lo que han sido
todas las risas combinadas de las noches que hemos estado juntos.

—Espera, ¿eso pasa? —pregunto, totalmente confundida.

Hacen una pausa por un momento para ver si estoy hablando en serio, y después
se ríen más fuerte que antes.

—¿Puedes poner eso ahí?

—Rebecka, ¿sabes lo que es una mamada? —Me siento en el porche con mis
codos en mis rodillas y mi rostro en mis palmas.
Becka patina en su entrada para el auto, descalza y con la cara sucia. Suelta una
risita, haciendo una voltereta con su patineta.

—¿En dónde escuchaste eso?

—Lo oí en la TV —miento.

Mi mejor amiga rueda hacia mí. Se sienta sobre su patineta y despega la cinta
aislante.

—No lo sé. Como que sí. —Sus sudorosas mejillas están un poco rosas—. ¿Por
qué?

Me encojo de hombros, sentándome frente a Rebecka. Me recargo contra su


pecho; nos mueve de ida y vuelta en pequeños pasos.

—Por nada. Pensé que era raro.

—Es raro. Y asqueroso. —B envuelve sus brazos a mi alrededor, empujándonos


por la entrada del auto. Subo los pies mientras Becka rodea mi cintura con sus piernas.
Gritamos en el empapado viento de verano, aferrándonos a la otra con fuerza. Y cuando
llegamos al final de la colina, caminamos de regreso arriba y lo hacemos de nuevo.

Rebecka trata de convencerme de ir sola. No va a suceder.

—Tengo un casco, coderas y rodilleras —insiste, soplando su flequillo fuera de


sus ojos.

—¿Rodilleras? —pregunta Thomas al otro lado de la puerta con tela metálica—.


Somos un poco jóvenes, ¿no, princesa?

Mis ojos se abren como platos, pero es Rebecka quien grita hasta que una vena
azulada salta en el costado de su mejilla.

—¡Cállate, Thomas! Ve a fumar un porro o algo así, maldito perdedor.

—Rebecka —grita Tommy desde algún lado de dentro de la casa—. Tu lenguaje,


por favor.

He estado haciendo cosas afuera con Rebecka todo el día: el clima para giros de
ciento ochenta grados y ensuciarse las manos. Fuimos a escalar por el bosque, metimos
nuestros pies en barro helado, y nos lavamos la cara en el arroyo detrás de la casa. Estoy
sucia y probablemente huelo como me veo. Tiro de los bordes de mis shorts de mezclilla
y subo el tirante de mi sostén de nuevo a mi hombro cuando Thomas y sus estúpidos
amigos se nos unen en la entrada.
Thomas me mira los pies, sacudiendo la cabeza, sonriendo. Curvo mis dedos de
los pies, escondiendo la pequeña cantidad de suciedad.

—Tienes algo… —comienza, lamiendo su pulgar y estirando la mano hacia mi


cara para quitarme algo de la tarde.

Golpeo su mano y trato de escapar, pero me persigue al garaje, alrededor de la


casa, a lo largo de la entrada, y por el porche donde por fin me atrapa.

—Suéltame. Suéltame —suplico, retorciéndome y pateando en sus brazos.

Con mi espalda contra su pecho y su brazo izquierdo alrededor de mi estómago,


sosteniéndome cerca, Thomas repulsivamente lame su pulgar de nuevo y lo frota en
una mancha a lo largo de mi mandíbula.

—Estás sucia, pequeña —se burla, frotando demasiado fuerte.

Haciendo a un lado la saliva de Dusty, él huele bien. Este chico huele como su
papá. Y está vestido, como si se fuera a salir.

Curvándome para salir de su agarre, me limpio la cara y me dejo caer en el


columpio del porche, cansada de ser perseguida. Thomas se sienta a mi lado, cansado
de perseguir.

—¿A dónde vas? —Pregunto.

—Afuera —responde.

Como que esperaba que se quedara en casa esta noche. La desilusión debe verse
en mi rostro, porque Thomas me hace cosquillas en el punto detrás de mi oreja.

—Sonríe, es una regla.

Lo hago. Sonrío.

—¿Una regla? —pregunto.

Puedo ver el color enrojecer sus mejillas.

—Sí, la regla número uno es que tienes que sonreír cuando estoy cerca.

Uso mis sucios pies para mecer el columpio.

—Bien, pero tengo una regla para ti.

—¿Cuál es?
—Siempre tienes que decirme dónde estás —digo.

—No.

—Sí.

—No es lo mismo, Leigh. —Thomas usa sus Chucks para mover el columpio.

—Sigue siendo una regla. —Me encojo de hombros—. Y la regla número tres es
que tienes que seguir la regla número dos, sin importar qué.

—Bien, entonces la regla número cuatro es que no puedes usar el suéter de otro
chico.

La cara de Oliver destella por mi mente.

—¿Pero y si tengo frío? ¿O si derramo algo en mi camiseta? —Pregunto,


codeándolo juguetonamente en el costado.

—Hablo en serio.

—Está bien —replico, dejándolo por la paz.

Una suave incomodidad se asienta entre nosotros, pero no es completamente


molesta. Thomas empuja el columpio, y yo echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos.
Todo detrás de mis párpados se vuelve rojo. El sol se siente bien en mi piel, estiro las
piernas y mis enlodados dedos de los pies. El sudor se forma en mi cuello cabelludo,
pero podría dormir en esta cálida luz.

—Voy a casa de Valarie.

Abro los ojos y todo está distorsionado y borroso por el sol. Thomas me mira,
pero aparta la vista, tocándose los bolsillos en busca de un paquete de cigarrillos. Por
hábito; no fumará con sus padres cerca.

Un viejo Toyota se estaciona en la entrada, y Tommy sale al porche sosteniendo


el teléfono de casa.

—Es tu mamá, Bliss —dice ella.

Acepto el teléfono, pero espero para hablar.

Deteniendo el columpio con su pie, Dusty se para y se pasa una mano por su
cabello antes de besar a su mamá en la mejilla.

—Nos vemos —me susurra.


Thomas baja los pocos escalones del porche y camina al auto. Ben y Petey lo
siguen, deslizándose en el asiento de atrás. Valarie está al frente y su mamá está
conduciendo. Mientras retroceden por la entrada, Rebecka les muestra el dedo.

—Hola, mamá —digo al auricular, deliberadamente alegrando mi tono. Mi


corazón se siente como si estuviera en mi garganta.

—Quiero que vengas a casa esta noche —está a la defensiva, pero no quiero ir.
No todavía.

—Una noche más, por favor —digo lo suficientemente alto para que Tommy
escuche. Sus ojos son gentiles. Toca mi rostro, limpiando el mismo lugar que Thomas
trato de limpiar.

Mamá exhala.

—Has estado fuera por dos días, Leigh. ¿Qué haces allá que no puedas hacer
aquí?

Desesperadamente, me encuentro con la expresión considerada de Tommy con


la mía en pánico. Extiende la mano por el teléfono y yo se lo doy fácilmente.

—Hola, Teri. —Su voz es calmada—. Debería haberte llamado antes, pero ordené
pizza para las chicas. No tengo problema en llevarla a casa en la mañana.

Unos segundos pasan en los que Tommy asiente como si mi madre pudiera verla,
y después una amplia sonrisa se extiende por su cara. Sé que me he salido con la mía.

Guiña un ojo como su hijo.

Pongo de nuevo el teléfono en mi oído a tiempo para oír:

—No vuelvas a socavarme de ese modo de nuevo, Leighlee.

Oculto mi emoción y digo:

—Está bien.

Después de un día completo bajo el sol de verano, mi cabello está más rojizo que
rubio, y me he ganado pecas en la nariz y mejillas. La parte superior de mis hombros
está quemada de un ligero rosa, y mi hambre no tiene fondo.
—Deberíamos hacer flotantes de soda de vainilla después de esto —digo,
llenándome la cara con queso y tomates. Mi mejor amiga y yo estamos boca abajo en el
piso con nuestros platos frente a nosotros.

—Bien —accede Rebecka, haciéndole muecas a la TV—. ¿De verdad estamos


viendo esta mierda?

—Es mi segunda película favorita —me rio, defendiéndola—. Es tierno cuando


salvan a las tortugas, y después el chico confiesa que quemó la iglesia. Es dulce.

Becka parpadea como si me hubiera vuelto loca.

—Vomité un poco en mi boca.

Veo a Thomas en su sonrisa de suficiencia, y pone ese latido de nuevo en mi


garganta.

—¿Cuál es tu favorita? —pregunta. Choca su pie con el mío.

—El Mago de Oz.

—Pareces tanto una chica.

—¿La tuya? —pregunto, sabiendo que va a ser algo de terror o masculino.

—Terminator II: Día del Jucio y Miss Simpatía, pero si le dices a alguien te mataré
mientras duermes.

Me muero de la risa.

Alrededor de la medianoche, nos vamos a la cama y caemos sobre las sábanas.

Nunca hacemos los flotantes.

—Leighlee.

Entierro mi cara más en la almohada.

—Bliss.

Me hago una bola, escondiéndome de la voz.

—Princesa, despierta.
Abro los ojos.

—Déjame en paz.

Se ríe. Me siento derecha y cubro mi aliento con mi mano.

Thomas se arrodilla a mi lado de la cama, poniendo un dedo sobre sus labios.

—Silencio, pequeña.

Asiento y gesticulo.

—Está bien.

—Sal afuera conmigo. Necesitarás esto. —Tomo la mano de Thomas y me deslizo


lentamente fuera de las desordenadas sábanas. Me da su sudadera de béisbol azul con
Castor y el número uno en la espalda.

Deslizo el algodón lavado y desgastado sobre mi cabeza, rodeándome en su


aroma de vainilla y humo. Las mangas caen más allá de mis manos y el dobladillo roza
la mitad de mis muslos. Me siento protegida dentro de lo que es suyo.

—Y zapatos. ¿Dónde están? —pregunta Thomas, buscando por la habitación


oscura.

Señalo hacia mis sandalias que están al lado de la puerta.

Thomas deja caer mis zapatos a mis pies, tirando de la capucha de la sudadera
sobre mi cabeza. Toma mi mano y me dirige fuera de la habitación.

—Está haciendo algo de frío afuera.

Rebecka está muerta para el mundo y el resto de la casa está en silencio. Lucas y
Tommy están en casa; la luz de la TV brilla por debajo de la puerta de su habitación.
Camino suavemente de puntillas cuando pasamos por su cuarto.

—¿Qué hora es? —pregunto, susurrando.

—Un poco más de las tres. —Thomas enciende la luz de la cocina—. Acabo de
llegar.

Entrecierro los ojos contra la luz y bostezo mientras saco un taburete de la


encimera. El chico que no se ve cansado, pero absolutamente drogado, posa frente al
refrigerador con las manos en sus bolsillos. Parece arrepentido, con ojos tiernos. Y
confundido, con su labio inferior entre sus dientes.
—No debería haberte despertado. Puedes regresar a la cama si quieres.

Niego con la cabeza.

—¿Quieres un flotante de soda de vainilla?

Thomas exhala.

—Sí, eso sería genial.

Los bebemos afuera en el bosque, lejos de la casa. Afuera está oscuro, solo
iluminado por la luz de la luna, y puedo oír pequeñas criaturas reptando por ahí,
haciendo sus casas en los árboles y tierra. Pero amo el sonido de la voz de Dusty entre
las estrellas. Se recarga de un árbol, y estoy frente a él con las piernas cruzadas.

Se termina su flotante y trata de beberse el mío, pero no lo dejo. Lo he querido


desde la rebanada número dos de pizza margarita.

Pero las caras tristes de Thomas son difíciles de resistir.

—¿Valarie es tu novia? —pregunto, dándole a comer una cucharada.

Se limpia una gota de soda de vainilla de la barbilla y traga.

—¿Por qué?

—Parece como si lo fuera.

—¿Lo crees? —pregunta.

—Estás con ella un montón. Llama a la casa. Usa tus lentes de sol. La dejas entrar
en tu habitación y cierras la puerta.

Thomas sonríe.

—Te dejo entrar a mi habitación y cierro la puerta, ¿eso quiere decir que tú eres
mi novia, Bliss?

—No. —Toma una cucharada más de helado—. Pero yo soy diferente, y ella es
bonita.

Tal vez ella lo intenta demasiado, pero exactamente cuán despampanante es


Valarie solo se vuelve más obvio con el paso del tiempo. Ella es sexy. Y su belleza
siempre eclipsará sus defectos.

—Tú eres más hermosa, Leigh. Confía en mí. —Thomas apoya la cabeza contra
el árbol, cerrando los ojos—. Y ella no es mi novia. No es de ese modo.
—¿Por qué no? La besaste. Te vi. —Tiene que recordarlo.

Fue el último día de escuela antes de las vacaciones de verano. Valarie estaba
parada con su espalda contra los casilleros, vestida con shorts cortos y botas Doc
Marten. Recuerdo haber pensado, ¿por qué usaría esas botas con esos shorts? Después
ella me vio y saludo con la mano. Le devolví el saludo, pero ella estaba… ocupada.

Thomas estaba ahí, presionado contra ella. La besó en la boca.

He visto el beso de mis padres, simple y moderado. Y he visto el beso de Lucas y


Tommy. Ellos están llenos de pasión. Se besan con las bocas abiertas, y usan sus lenguas.
Tommy suelta risitas entre besos, y es dulce. A Lucas le gusta besarla bajando por su
cuello.

Thomas no besó a Valarie de ese modo. La besó con su lengua, pero fue excesivo
y lejos de ser agradable. Fue como si estuviera loco.

—La beso a veces —dice cuidadosamente. Su voz me trae de nuevo al presente.

—¿Y qué tal otras cosas?

—No voy a hablar de esto contigo, Leigh. Ella no es mi novia. Yo no… —se
detiene—. No siento nada por ella. No de ese modo.

—¿Entonces por qué la besas?

Ambas manos están en su cabello. Sus mejillas están llenas de aire.

—Leigh, vamos.

—Esa cosa en la nota, ¿haces eso? —pregunto.

—¿Que si la dejo chuparme el pene? —pregunta, parándose. Se oye más sucio al


decirlo en voz alta—. ¿Es eso lo que quieres saber, Bliss? ¿Por qué?

—Solo tengo curiosidad. —Me paro, también. No le tengo miedo, no como todo
el mundo le tiene. Solo es Thomas.

—Eres pequeña, Leighlee, permanece pequeña.

—Tú tienes quince, actúa como de quince.

Se aleja de mí y flexiona sus manos en puños. Patea una roca puntiaguda por el
sucio suelo. Golpea un árbol y un pájaro vuela de sus ramas.

—No tienes idea.


—¿Sobre qué? —Cruzo los brazos sobre el pecho. Entonces se me ocurre que,
sus compinches no están aquí—. ¿Dónde están Petey y Ben?

—No aquí, obviamente —se mofa Thomas.

—¿Dónde?

—En casa.

—¿Por qué?

Se ríe, mirándome por encima de su hombro.

—Eres molesta.

—Eres cruel conmigo. —Me oigo joven de nuevo. Es por esto por el que no me
cuenta cosas. Solo tengo doce. Soy una princesita para él.

—Regla número cuatro: sin peleas en el bosque después de haber tomado


flotantes de soda de vainilla —bromea en un intento de alivianar el humor. Sus manos
están flojas a sus costados.

—Regla número cinco —digo, sentándome de nuevo—. Nunca ocultarme un


secreto.

—Tal vez.

Una pequeña hormiga negra corre por la parte superior de mi pie. La quito y
digo:

—Regla número seis: sin mentiras.

Niega con la cabeza, sonriendo con suficiencia.

—No. Regla número seis: sin promesas.

—Bien —accedo fácilmente—. Sin promesas, nunca.

—¿Lo prometes? —pregunta.

—Lo prometo.

—Y eso es todo.

—Esa es la única.
El suelo se vuelve húmedo y la brisa empieza a soplar con la lenta salida del sol.
Ha sido una larga noche, y me estoy desvaneciendo con las estrellas, bostezando y
obligando a mis ojos a abrirse. Dusty, cómodo y completamente despierto contra el
árbol, da un golpecito a mi pie con el suyo.

—¿Quieres regresar, pequeña? —pregunta con una pequeña sonrisa en los


labios.

Pongo los ojos en blanco y estiro los brazos frente a mí, extendiendo mis
cansados músculos.

—Regla número siete —digo—. Ya no puedes decirme pequeña.

Se para y se limpia la tierra de sus jeans antes de ofrecerme su mano. Mientras


tira de mí para levantarme, dice:

—Regla número ocho: no puedes hacer una regla para todo.

—Regla número nueve: no puedes hacer una regla para censurar mis reglas.

—Bien, pero la regla número diez es que tenemos un límite diario de reglas
creadas. Diez reglas por día. Eso es todo. Cinco para mí. Cinco para ti.

—Bien.

Sonríe radiante en la oscuridad.

—Bien.

—Eres un idiota.

Thomas se agacha para que pueda treparme en su espalda.

—Súbete, Bliss.

Apoyo mi barbilla en su hombro y me quedo tranquila en el camino de regreso.


Sus pies se arrastran sobre hojas empapadas, y se resbala en el lodo, apenas
enderezándose antes de que me caiga. Me agarro un poco más fuerte después de eso; si
caemos, caemos juntos.
Una pesadez se asienta en mi pecho cuando la casa Castor aparece a la vista. Le
digo a mi corazón que se calme, temerosa de que Thomas pueda sentirlo contra su
espalda. Si lo siente, no lo dice.

Pero él ve las luciérnagas antes que yo.

—Bájate, nena.

Para no asustarlas, caigo sobre mis pies en silencio, con cuidado de no respirar
demasiado fuerte. Thomas es capaz de acercarse sigilosamente, en silencio. Atrapa una
entre las palmas de sus manos, acunándola de forma segura entre diez dedos.

—Nunca son tan brillantes como en la TV —dice, mostrándome el destellante


insecto.

—Tienes razón —digo—. Pero me encanta de todos modos.

—Por supuesto que sí —susurra, dejándola ir.


Traducido por Sitahiri

Corregido por Genevieve

s mi decimotercer cumpleaños y no puedo esperar para cumplir catorce.

No invitamos a los Castor a celebrar con nosotros este año. Estoy


decepcionada pero no lo muestro. Es una noche de escuela y estar pasando
algo de tiempo con mis padres en el restaurante favorito de papá no es
malo.

—Oficialmente eres una adolescente, Leighlee. ¿Te sientes algo distinta? —


pregunta, raspando su tenedor contra el plato, cortando un entrecot.

No tienes idea de lo diferente que me siento.

—No —sonrío, comiendo mi filete frito de pollo—. Me siento igual.

—Bien, porque sigues siendo mi nenita.

Mientras mis padres hablan del trabajo, educación y el hogar, mi mente vaga. La
escuela ha estado en sesión por algunos meses y es extraño no tener a Thomas
alrededor de nuevo. Ahora él está en secundaria. Le gusta. Lo ama. Parece pensar que
me gustará, también.

Es fácil perderse, me dijo hace unas semanas.

Te encontraré, le dije.

Sonrío y subió el volumen de la TV, su modo de decirme que la conversación


había terminado.

Ben y Petey no se quedan tanto como antes, lo que nos deja a Dusty y a mí
nosotros solos más a menudo. Cuando pregunto, Thomas sale con una pobre excusa en
respuesta al porqué los chicos no están ahí. Pero creo que sé el motivo.
Pero este fin de semana será diferente. Le dije a Becka que quería ver películas,
pero se burló y me dijo que no fuera estúpida.

Su boca es tan mala como la de Thomas. —No vamos a ver malditas películas,
Leigh. Es tu cumpleaños. Haremos cosas de cumpleaños. Mamá compró un refrigerador
de vinos.

Rebecka me está haciendo una pequeña y secreta fiesta de cumpleaños. Todos


van a pasar la noche. Un día más y este fin de semana es mío.

Una vez que nuestros platos están vacíos y nuestros estómagos llenos, nuestra
mesera trae a nuestra mesa una rebanada de pastel de chocolate con una vela rosa
encendida encima. Ella y el resto del staff se paran en círculo alrededor de mi silla y me
cantan su versión de “Feliz Cumpleaños.” Mis padres observan orgullosamente.

No puedo evitar preguntarme si estarían así de orgullosos si supieran que


duermo en la cama de Thomas cada fin de semana. ¿Que a veces nos escapamos al
bosque y jugamos nuestra propia versión de las escondidillas? ¿Papá me llamaría su
nenita si descubriera que me gusta usar las sudaderas con capucha de Thomas tanto
como me gusta tomar su mano?

Deseo que ninguno de mis padres nunca tenga que descubrirlo antes de soplar
la vela.

Cuando llegamos a casa, tomo el teléfono del receptor y me lo llevo a hurtadillas


a mi cuarto. Mi tocador está cubierto de tarjetas de cumpleaños y flores. Tommy hizo
que me enviaran un buqué de cosmos rojas, naranjas y violetas, la flor de nacimiento de
octubre.

Flores a la Leighlee Bliss, dijo Becka, besando mi mejilla.

Hacían que mi cuarto oliera maravilloso.

Rozo mi pulgar sobre un pétalo naranja antes de tomar la tarjeta que Oliver
dibujó para mí. La abro, mirando a un retrato en carboncillo de mí misma. No sabía que
Oliver podía dibujar. Pero es asombroso.

Es imposible no sonreír mientras pienso en el cumpleaños que he tenido. Hay un


nuevo par de pijamas yaciendo en mi cama de parte de mi madre. Después de quitarle
las etiquetas, me deslizo dentro de los pantalones morados de franela y el top a juego y
me trepo a la cama. Apago la lámpara y bajo el timbre del teléfono inalámbrico.

Diez minutos después, suena.


—Feliz cumpleaños, Bliss.

Mi corazón se salta un latido.

—Gracias, Thomas.

Rebecka chasquea su pulgar frente a mi cara. He estado soñando despierta toda


la tarde.

—Mis padres me tuvieron despierta hasta tarde —miento. Estuve en el teléfono


con su hermano hasta después de la medianoche.

Rebecka acepta mi mentira, amontonando su suéter rojo en una bola parecida a


una almohada y empujándola en mi dirección. Toma mi libro de álgebra y mi tarea
incompleta y comienza a resolver mis problemas.

—Duerme un poco, Leigh. Tenemos una larga noche por delante. —La paleta de
cereza negra que tiene en la boca se mueve contra sus dientes traseros.

Pongo los ojos en blanco, pero no discuto. El algodón rojo huele a amistad: piñas
y Hechizo de Amor.

Para el almuerzo, mi cabeza está tolerable, pero todavía confusa por la falta de
sueño. No puedo dejar de pensar acerca de lo que está pasando entre Thomas y yo. No
hemos hablado acerca del por qué mantenemos en secreto lo que hacemos, pero los
motivos no se necesitan decir en voz alta. Si sus padres lo descubren, podrían sentirse
obligados a decirle a mi mamá y papá. Y no quiero que Becka se sienta como si la
estuviera usando. Ella es mi mejor amiga más que nada, pero quiero conservar mi
tiempo con Dusty. No voy a dejarlo.

—¿Supiste lo de tu hermano, Rebecka? —pregunta Kelly desde el otro lado de la


mesa de almuerzo.

Ella nos hace imposible olvidar que está con Petey. Él lo niega, pero todos los
hemos visto juntos. A Rebecka le vuelve loca cuando esta chica finge conocer a los chicos
más de lo que lo hace ella misma.

—No he oído nada acerca de Thomas. Pero Pete sí trajo a su novia a la casa esta
semana. Era amable, no una zorra como tú —Becka se mete una rebanada de naranja a
la boca y esboza una sonrisa con la cáscara de naranja al frente.
Smitty resopla, mirando a su no novia con una expresión fácil de leer. Ella saca
la cáscara de naranja de su boca y se la lanza a Kelly. Golpea a Katie y ella grita.

—Ahora, ¿qué estabas diciendo de mi hermano? —Pregunta.

Los ojos castaños de Kelly se llenan de lágrimas y sus mejillas de porcelana se


sonrojan. Probablemente no se siente bien enterarse una y otra vez que la persona que
piensas que es tu novio no te devuelve los sentimientos, pero ella se hace esto a sí
misma. Todo lo que Kelly tiene que hacer es cerrar la boca y dejar en paz a Rebecka.

—Tuvo sexo con Valarie, pero probablemente sabías eso —dice Kelly, botando
la cáscara de naranja fuera de la mesa.

Todo dentro de mí se cierra. No respiro. No hablo. El trozo desprendido de


plátano en mi mano cae a mi bolsa de papel del almuerzo, pero la mentirosa en mí se
recupera rápidamente. Pongo los ojos en blanco.

—No le hagas caso —le digo a mi chica.

Pero Rebecka es terrible para esconder sus verdaderos sentimientos. La rabia se


derrama de ella por galones. Antes de que Smitty o yo podamos hacer algo, mi mejor
amiga tiene uno de sus sucios zapatos sobre la mesa y se está lanzando contra la
instigadora. Becka la tiene en una llave de cabeza, pero no puedo evitar sentirme
decepcionada.

Quiero matar a Kelly.

Después de que mi otra mitad es arrastrada a la oficina del director y Kelly es


llevada a la enfermería, me dirijo al baño de chicas y dejo caer mi mochila en la
encimera. Me veo fijamente al espejo mucho después de que la campana de clase ha
sonado. Mis ojos deambulan por mis manchadas pecas, labios carnosos y pálida piel.

Escépticos ojos verdes me devuelven la mirada.

Me esponjo el cabello y pellizco mis mejillas hasta que están de un rosa brillante,
pero no soy esta chica. No soy dura como Valarie. O sexy.

No sé qué parte de mí duele o de dónde viene, pero lloro antes de limpiarme las
lágrimas y pararme derecha. Soy importante para Thomas. Valarie es alguien con quién
tengo que lidiar hasta que… no lo sé. Hasta que algo pase.

Al final del día de escuela, Tommy está en frente esperándome. —A Rebecka no


le está permitido estar en los terrenos de la escuela hasta el miércoles, pero está en casa
esperándote —dice ella.
Me deslizo dentro del Mercedes, aliviada. He pasado la última mitad de este día
insegura de si todavía tendría una fiesta.

—No creí que se me permitiría quedarme allá.

—¿Por qué? ¿Porque mi hija no puede controlar su temperamento? No es nada


comparada con Thomas, y no dejaría que esto arruinara tu cumpleaños. —Tommy pone
el auto en marcha y sale de la cuneta.

Si hubiera sido yo quién hubiera estado en una pelea, no hubiera visto la luz del
día por un mes. Pero Thomas y Becka no les temen a sus padres, y no hay razón para
que lo tengan. No hay consecuencias.

Tommy y yo platicamos un poco en el camino a casa. Ella habla de los clientes de


su esposo y de cuánto odia a sus esposas.

—Tengo que ir a estas cenas y fingir que me agradan estas personas. Preferiría
quedarme en casa con mis hijos.

—Debe ser duro —digo, cautivada. Me encanta oír acerca de su vida. Es elegante
y lejos de lo que experimento en casa.

—Es duro, Leigh. No tienes ni idea… —Ella sigue y sigue y sigue.

Estoy fascinada.

Rebecka me espera en el porche vestida con una playera de una banda y unos
jeans de novio. Las bailarinas negras adornadas con tachuelas que se compró ella sola
hace unas semanas están en sus pies, y ella las señala así que me doy cuenta.

—Es injusto —se queja cuando pongo un pie en el porche de madera.

Beso su frente y tomo su mano.

—No puedes golpear a la gente, chica.

—Pero escuchaste lo que dijo.

Suspiro, suprimiendo un relámpago de desilusión que quiere quemarme. —Sí, lo


hice.

—Petey la llamó. Él explotó por completo. Ella estaba llorando.

Los chicos siempre están en casa antes que nosotros, pero hoy Rebecka nos
venció a todos.
—¿Están aquí? —pregunto, tratando de ver a través de la puerta principal.

—No, se fueron hace un rato. Van a encontrarse con este tipo Casper. No lo sé,
pero estarán de regreso para tu fiesta.

Parece como si el otoño hubiera explotado en el interior de la casa de los Castor.


Cálido y reconfortante, el aire huele a especias y ponche. Hay buqués de flores, como el
que Tommy me envió a la escuela, colocados y floreciendo por todos lados. La mesa de
café está llena al máximo de regalos, y hay un espantapájaros sosteniendo una calabaza
en la esquina.

—Se siente como Acción de Gracias —susurro, agarrando fuerte la mano de


Rebecka.

—Bueno, no lo es. Es tu cumpleaños. Ven a ver a la cocina. —Tira de mí,


llevándome con ella. Su madre está parada frente al horno como un chef complacido—
. Ella no hizo nada. No te dejes engañar —bromea Rebecka. Tommy pone los ojos en
blanco y admite que no cocinó nada.

En la encimera, justo al lado de la pequeña fuente de chocolate, hay bocadillos


de Rice Krispies, Twinkies, bizcochos, pastelillos y cubos de fruta. Rebecka abre el
refrigerador, y hay dos packs de cuatro Bartles & Jaymes de fresa colocados en el
estante superior al lado de la leche descremada.

—Vamos a divertirnos tanto —promete.

Me lleva una hora beberme el primero.

Estoy sentada en la encimera bebiendo a sorbos las últimas gotas entre


mordidas de un Twinkie cuando Thomas, Ben y Petey entran por la puerta principal.
Thomas y yo hacemos contacto visual, y él sonríe antes de subir las escaleras de tres en
tres. Sus amigos se quedan.

Petey me abraza por detrás.

—Las hermanitas ya no son pequeñas. Feliz cumpleaños —susurra, besando mi


sien. Sus labios están fríos y huele a mota.

—Gracias —digo antes de meterme en la boca lo último de un Twinkie.

Ben tira de mi cabello y dice: —Sigues siendo pequeña para mí.

—Cielos, gracias —digo con una boca llena de masa amarilla.


Una vez que mi botella está vacía, Rebecka me da una nueva. Ella está a mitad de
su tercera. Las mejillas de mi mejor amiga están rojas y sus ojos brillan achispados. Está
saltando por todos lados, pidiendo patinar en la casa. Luke se rehúsa, así que se
conforma con un bizcocho que se come sentada en la rodilla de él.

Thomas baja las escaleras, murmurando un feliz cumpleaños cuando pasa y abre
el refrigerador. El buscapleitos residente saca la Coca. Alinea tres vasos rojos, vertiendo
Captain Morgan en cada uno antes de salpicar algo de soda encima.

—Tómalo con calma, Dusty —advierte Lucas con humor en su voz.

—Claro, papá —dice Thomas, tomando un sorbo. Pequeñas burbujas de


efervescencia explotan de la parte de arriba de su vaso—. ¿Estás lista para festejar,
fiestera? —Pregunta con una tonta sonrisa.

—Sí —Rebecka se para, tomando su botella y la mía antes de salir disparada de


la cocina a la sala.

Petey y Ben están justo detrás de ella. Ligera y algo achispada de los pies, soy la
siguiente en seguirlos. La puerta principal se abre y casi me pega justo en la cara, pero
Thomas me aparta del camino de un tirón a la parte de atrás de mi suéter.

Son los vecinos del final de la calle con una botella de vino.

—Estarán fuera de nuestro camino toda la noche —susurra Thomas,


refiriéndose a los adultos, soltando mi suéter. Pasa a mi lado, sentándose al lado de
Petey en el sofá más pequeño. Me siento junto a Rebecka.

Ella me pasa una pequeña caja de regalo. —Abre tus regalos.

—Pero Smitty y Oliver no están aquí todavía —digo.

—¿Los necesitas para que te sostengan la mano o algo así, Bliss? —Pregunta
Thomas burlonamente, jugando con el control remoto del estéreo.

—No —respondo—, pero no quiero ser grosera.

—Abre tus regalos. —nunca me mira.

La casa se llena de voces susurrantes y ritmos graves, ahogando los ruidos más
pequeños. El bajo vibra a través de mi pecho, lanzando adrenalina por mis venas.
Thomas me mira ahora, sonriendo, esbozando una sonrisa de suficiencia. Levanta las
cejas y toma un trago de su vaso.
Sacudo la caja. Petey y Ben me dicen tramposa. Thomas me mira indiferente. Lo
conozco mejor.

Rebecka se deja caer frente a mí, apartando su flequillo de sus ojos azules de un
soplido. —¡Abre, abre, abre! Te va a encantar.

Desenvuelvo la caja y pienso, mis padres van a estar molestos.

—Todos tenemos uno, mira… —Rebecka saca su celular de su bolsillo trasero—


. iPhones. Ha sido duro mantener esto en secreto de ti todo el día.

Ya puedo escuchar a mis padres:

Eres demasiado joven. Debes devolverlo. Eres nuestra hija, no suya. Solo tienes
trece, Leighlee.

Rebecka enciende mi teléfono, mostrándome brevemente cómo usarlo. —


Programamos tus contactos para ti anoche.

Me desplazo a través de los números: Becka. Dusty. Luke. Tommy.

Casa.

No mi casa. Su casa. Esta casa.

Miro a Thomas. Él teclea algo en su celular, y el mío hace beep. Dice que tengo
un mensaje de Dusty. Rebecka se ríe, quejándose de que ella quería ser la primera en
escribirme.

Lo reviso.

Hola, princesa.

Y sé exactamente lo que significa esto.

Se siente como demasiado, pero hay una mesa entera de regalos todavía por
abrir. Smitty y Oliver llegan entre un nuevo par de jeans y un vestido que mis padres
nunca me dejaran usar fuera de la casa. Es corto con la parte de abajo con un diseño
floral y la parte de arriba sin mangas de color grisáceo, definitivamente uno de mis
regalos favoritos. No solo porque es hermoso, sino porque es diferente a cualquiera que
tengo. Muestra que me estoy haciendo mayor.

—Póntelo —Rebecka me empuja al sofá y me saca las botas negras de un tirón.

—Becka. —Me rio—. Me puedo vestir sola.


Me quita los calcetines. Muevo los dedos de los pies. Los pinte, y están lindos.

—Llévala al baño —dice Thomas, pareciendo molesto. Petey y Ben tienen los
ojos tapados con sus manos, pero ambos están echando un vistazo.

Parada sobre pies descalzos, Becka me saca el cárdigan negro, dejándome con
una camiseta sin mangas blanca. El vestido va sobre mi cabeza y abajo por mi cintura.
Me quita la camiseta y desabrocha mis jeans, tirando de ellos hasta mis tobillos donde
me los quito a patadas.

—Te ves hermosa —dice efusivamente mi mejor amiga.

Empujo mis dedos a través de mi cabello, separando los rizos, y dando vuelas de
puntillas. La falda se balancea a mi alrededor, rozando mi piel.

Quiero mirar a Thomas, pero no lo hago.

—Uno más, Leigh. —Rebecka me da la última caja. Dentro está mi primer par de
zapatillas altas. De yute y de color crema, son de punta abierta y lo suficientemente
altas. Las deslizo en mis pies y levanto un pie para mostrarles a todos. Esta vez miro
directamente a Thomas.

Esboza una sonrisa de suficiencia.

Corro a la cocina y le agradezco a Tommy un millón de veces. Lucas pone su


brazo alrededor de mis hombros y me presenta a los vecinos como su tercera hija,
Leighlee.

—Ella no es mía, pero la quiero como si lo fuera y es hija del Juez McCloy, pero
puede que tenga que quitársela.

De nuevo en la sala, Rebecka baila en las envolturas de papel de regalo.

—Oh, por Dios. —Se detiene, apuntando un dedo hacia mí—. Hagamos un
brindis. Nuestros primeros tragos.

Thomas alinea los vasos, y los cuento, dándome cuenta que nos faltan dos.

—Thomas, necesitas dos vasos más.

Me mira brevemente, después a Hal y Oliver.

—Oh. ¿Ustedes quieren uno? —pregunta de modo indiferente. La travesura


brilla tras sus hermosos ojos azules.

Ambos dicen que no.


—Por Leighlee Bliss en su dulce decimotercer cumpleaños. —Thomas guiña un
ojo, echando su bebida hacia atrás.

Huelo el licor de color claro antes de poner mis labios en el borde, dando sorbos.

Rebecka toma el suyo y grita:

—¡Es como un infierno líquido!

Me siento cálida después de los tragos, así que los dejo. Nos sentamos, reímos y
bromeamos. De algún modo la pelea en la escuela sale a relucir y Becka deja de bailar
lo suficiente para recrear todo el asunto. Aunque dramático, hace un gran trabajo al
imitar el tono exacto del grito de Kelly.

Entonces suena el timbre.

—Las Zorras están aquí —dice Thomas.

Saboteada por el hermano de mi mejor amiga, la desilusión mata mi alegría y se


asienta pesada en el fondo de mi estómago. No somos nada más que momentos, pero
creí que éramos más que esto.

Petey abre la puerta y Valarie está al otro lado sosteniendo una botella de vodka.
—La fiesta está aquí —dice ella.

—¿Qué está haciendo ella aquí? —pregunta Becka lo suficiente fuerte para que
todos oigan.

—¿Sin Zorras? —Petey cierra la puerta de golpe en la cara de Valarie. Él las


enviaría a casa si Becka lo dijera.

Si yo lo dijera.

—No —dice ella—. Maldición, Thomas. Deja de traer a tu novia puta a mi casa.

Thomas sonríe y bebe.

Pero esta no es la fiesta de él; es mía. No le tengo miedo a ella. No le tengo miedo
a él.

—Déjala entrar —digo.

Mi traidor mira en mi dirección sobre su vaso. La llamó porque Oliver estaba


invitado; él creyó que le diría que se fuera. Pero no lo entiende. Yo no tengo sexo con
Oliver. Nunca he besado a un chico. Esto me duele más de lo que la presencia de Oliver
le molesta a él.
—Zorras. —Petey abre la puerta y hace una reverencia sarcásticamente.

Como si Petey no la insultara, Valarie entra y me abraza antes de presentar a su


amiga Mixie.

—Hermanita, te ves tan mayor —dice ella. Valarie huele a nicotina y cerveza. Al
igual que la chica con la que está.

—Gracias —digo, retrocediendo. No quiero que contamine mi vestido.

—Deben ser la ropa —dice ella—. Digo, apenas tienes, trece, ¿cierto?

—Sí —respondo con falso entusiasmo. Ella no va a arruinar esta noche.

No interesada en el modo en que la fiesta se está tornando, me disculpo y me


dirijo a la cocina. Tomo un trozo de piña del tazón de fruta y la meto bajo el chorro de
chocolate de la fuente. Cuando la exquisitez toca mis labios, Thomas entra y se para al
otro lado de la encimera.

—Sé lo que oíste hoy —admite en voz baja—. Lo siento.

—¿Sentirlo por qué?

Se ríe entre dientes, mirándome por fin. —No tengo la menor maldita idea, Bliss.

—Ella no debería estar aquí —digo, metiendo una fresa esta vez.

—Lo sé.

De repente ya no tengo hambre.

—Tengo un par de cosas para ti. Una de ellas es de parte mía y de los chicos. ¿La
quieres ahora?

Me encojo de hombros. —Claro.

—Vamos.

Valarie y Mixie están hablando con Oliver, y Becka está ocupada besándose
intensamente con Hal. Nadie se da cuenta que Thomas, tonto, más tonto y yo vamos
arriba.

En el cuarto en el que paso noches robadas, me siento en el piso mientras Pete,


Ben y mi traidor se sientan en un semicírculo a mi alrededor. La ventana está abierta y
dos de los tres chicos están soltando risitas como chicas.
—Solo un par de caladas. No la dejen echa mierda. —Thomas pone un porro en
la esquina de sus labios y lo enciende con ojos entrecerrados.

Petey y Ben hacen lo mismo.

—Feliz cumpleaños, princesa —dice Thomas antes de dar una profunda calada.

Los tres retienen el humo en sus pulmones, acercándose un poco más, un poco
más y un poco más, hasta que están justo frente a mi cara.

Thomas eleva una mano, contando: uno, dos…

A las tres soplan el humo en mi cara.

Jadeo.

Lo hacen cuatro veces más.

—Oh, por Dios —digo, cayendo hacia atrás en el piso.

—Tío —Pete se ahoga con su mierda—. Está achispada.

Mientras sus amigos van a la ventana, Thomas se inclina sobre mí.

Quiero besarlo.

—¿Estás bien? —susurra en voz baja por encima de mí.

—Siento que ardo.

Thomas se carcajea, tomando mi mano. —No me digas eso, Bliss. Eres demasiado
joven… no tienes ni idea.

—¿Estoy teniendo un ataque cardíaco? —Mi corazón está acelerado.

—No. Eres demasiado joven —dice de nuevo.

—Tengo trece —digo, apartando el cabello rubio de su frente con un roce.

—Exactamente. —Se lame los labios.

—Puedo besarte como lo hace ella —digo, mirándolo, mordiendo mi labio


inferior.
—Sé que puedes.

Thomas se sienta derecho y sigo sus movimientos, asegurándome de que se


queda cerca. Indeciso, Dusty se pasa una mano por su cabello y exhala un profundo
aliento. Me mira, pero no por mucho. No me sorprende o estoy dolida cuando se para
para fumar con sus amigos en la ventana.

Afuera y dos pisos abajo, Lucas se queja de las cenizas.

Estamos en la cocina. Estoy muerta de hambre. Nunca he estado así de


hambrienta en mi vida. Me estoy comiendo todos los Twinkies y bebiendo soda
directamente de la botella.

—¿Me harías un sándwich de mantequilla de maní y jalea? —le pregunto a


Thomas.

Lo hace.

—El mejor sándwich que he probado —digo, en la tercera mordida.

Tommy y Lucas entran a tomar dos botellas más de vino. Me echan un vistazo y
se ríen como los chicos.

—Dusty. —Tommy le da un golpecito en el pecho a su hijo—. Tus padres me


matarían, Bliss.

—Ella no fumó. No en realidad —le dice Thomas, haciéndome otro sándwich.

Sigo comiendo. Después comienzo a reírme y no me detengo.

Para las dos y media de la mañana, Becka está completamente dormida boca
abajo en el sofá. Tommy le quita las bailarinas a su hija y la cubre con una manta. Lucas
está en la cocina con Petey y Ben, dándoles un sermón a los holgazanes acerca de “hacer
algo importante con su vida,” y sobre “la importancia de ser importante.”

Está borracho.

Smitty y Oliver se fueron, y las únicas que todavía quieren festejar son las Zorras.
Valarie balancea y sacude su trasero frente a Thomas, a pesar de que la música
está apagada. Ella trata de besarlo, pero él la aparta de un empujón. —Mis padres están
aquí, Val. Ten algo de respeto.

Ella trata de comenzar una pelea. Él le dice que se vaya.

Thomas y yo esperamos a que todos los demás estén dormidos antes de irnos a
la cama nosotros.

Su cuarto está frío porque dejó la ventana abierta. El vago aroma de la hierba se
mezcla con el usual aroma a vainilla y problemas de Thomas. Saco los pies de mis
nuevas zapatillas y me deslizo bajo las sábanas con mi vestido puesto, poniendo una
alarma en mi celular para despertarnos a las cinco.

Thomas se cambia de ropa. No miro. —Ponla a las siete, nena. Todos dormirán
hasta tarde.

Viene a la cama sosteniendo una bolsa de regalo. —Toma.

Sonrío como una lunática y arranco el papel de regalo. Es su sudadera de béisbol.

—¿Es tonto que te la dé? —pregunta, riéndose, inseguro.

—No. —Salgo de la cama—. Date la vuelta —digo. Me mira por un momento más
largo antes de hacerme caso.

Me quito el vestido, lo pongo cuidadosamente en su cómoda, y me paso la


sudadera por la cabeza. —Puedes mirar, pero ten cuidado porque estoy en ropa
interior.

Quedándose sobre las sábanas mientras yo me meto bajo ellas, extiende su mano
hacia mí. La tomo, y él juega con mis dedos bajo la larga manga de su sudadera,
haciéndole cosquillas a mi piel hasta que me quedo dormida.

La alarma suena a las siete a.m. Thomas tiene su brazo sobre mí y no quiero
moverme, pero lo hago, tomando mi vestido y mis zapatos conmigo. Segura y a salvo en
el cuarto de Becka, me cambio de ropa con un par de pijamas de ella y escondo la
sudadera hasta el fondo de mi maleta para pasar la noche.

Sonrío más radiante que el amanecer.

No puedo evitarlo.
Traducido por Sitahiri

Corregido por Brisamar58

e alegra que sea viernes —dice Rebecka desde el final del pasillo.
Se pone un suéter encima de su camisa de franela—. Ha pasado
tanto tiempo.

Los otros estudiantes se dirigen hacia las puertas dobles que


conducen a la libertad del fin de semana. El viento frío sopla desde
la puerta abierta, mandando a volar hojas sueltas por sobre la multitud mientras me
deslizo dentro de mi abrigo. Apenas es el primero de noviembre, pero el otoño apenas
se está poniendo más frío.

—Lo sé —respondo a mi mejor amiga. Me pongo la bufanda y abrocho el abrigo,


todo saltando de emoción—. Ha pasado una eternidad.

Dejé la casa de los Castor el domingo por la tarde. No ha pasado una semana,
pero se siente como mucho más tiempo. Extraño su cuarto, su casa, a su hermano.

—Una semana no es una eternidad, Bliss —escucho detrás de mí.

Oliver sonríe amigablemente con una paleta entre sus muelas. El palito está
apoyado en la esquina de sus labios, y sus manos están en los bolsillos delanteros de los
pantalones vaqueros. Smitty está con él, haciéndole ojitos de enamorado a Becka
mientras ella se baja su boina sobre su largo flequillo rubio y marcha hacia nosotros
como un soldado del punk rock.

—Oh, sí que lo es —digo.

Él no tiene ni idea de lo que es vivir con padres como los míos. Se volvieron locos
cuando regresé a casa con un celular, y como resultado, he pasado cada minuto de mi
tiempo libre siendo una Bliss extra maravillosa. Tuve que prometerle a mamá un día de
chicas en el jardín cuando llegue a casa para salir de la casa esta noche.
Rebecka choca los cinco con Smitty y me mira con ojos azules que destellan y
alegran. Cuando está emocionada, sonríe un montón, y hace que todos los demás lo
hagan.

Le subo la capucha y amarro las cintas hasta que algodón negro se apila
apretadamente alrededor de sus mejillas. Ella arruga la nariz y hace una cara chistosa.

—Una semana son como diez años en tiempo de mejores amigas —le explica la
mía a Oliver como si fuera un hecho.

—Es cierto. —Me pongo la mochila—. Casi muero de un corazón roto en su


ausencia.

Oliver sonríe con suficiencia. Es linda, pero conozco una mejor.

—No puedes morir de un corazón roto —dice él.

Una vez más, no tiene ni idea.

Entrelazo mis dedos desnudos entre los de Becka cubiertos con guantes. Ella
lleva mi mano arriba y besa el dorso de ésta para que todos lo vean, pero el pasillo casi
está vacío a excepción de nosotros, y estoy lista para irme. He esperado toda la semana
por la libertad bajo su techo.

—De hecho, sí —dice Becka con certeza y seguridad bajo su apretujada


capucha—. Sí puedes.

Tan pronto como entramos por la puerta principal de Becka, lo siento. El aire en
el interior es cálido, pero se siente más cortante y amargo que afuera. No me quita el
frío, porque antes de que pueda ver qué está pasando, lo escucho.

—No puedes seguir haciendo esta mierda, Thomas. ¿Cuántas malditas palancas
crees que puedo mover?

El silencio con el que se encuentra el sermón de tercer grado de Luke pesa mucho
en mi corazón que late ansiosamente. Tommy se dirige hacia la conmoción mientras su
hija deambula por la cocina. La sigo, pero no puedo evitar echar un rápido vistazo a la
sala.
Thomas no alza la vista cuando su madre se aproxima. Está despatarrado con
sus largas piernas estiradas y abiertas frente a él. Su cabeza está echada hacia atrás en
donde sus brazos están colocados sobre la parte de atrás del sofá. Sus ojos están
abiertos, pero está mirando al techo.

—No dejas que nadie se meta contigo. No te críe para que seas un vándalo, pero
no te desquites con cualquiera que te mire mal. Y dejarás de saltarte clases. Estoy
cansado de esta…

—¿Qué pasó? —pregunta Tommy en la pausa de su esposo.

—Le rompió la nariz a un chico. Mientras se suponía que debía estar en biología.

—Maldición, Thomas… —La voz suave como seda, dulce como una sonrisa de
Tommy Castor se convierte en una de disgusto y exasperación más rápido de lo que
puedo parpadear.

He visto a mis padres enfadados. Me trajeron aquí de regreso para devolver el


teléfono cuando lo vieron, pero no alzaron la voz. No sé si los he escuchado gritar alguna
vez, y no maldicen. No con otras personas ni entre ellos, y ciertamente no conmigo.

Y, son constantes.

Las reglas no son borrosas en mi casa como lo son aquí. En mi casa, lo malo es
malo. Beber, drogas, pelear, todo es malo. Aquí, está bien mezclar algunos cócteles o
fumar un poco de hierba, siempre y cuando se quede aquí. Aparentemente pelear
también está bien, mientras que alguien más lance el primer golpe o realmente se lo
merezca.

Tal vez si me metiera en la mitad de problemas en los que Thomas se mete, vería
un lado diferente de mis padres.

—Vamos —dice Rebecka, tomando sodas y una bolsa de papas—. Subamos.

Soy incapaz de evitar dar otro vistazo a la sala en nuestro camino arriba. Los ojos
de Tommy están entrecerrados. Está fulminando a su hijo como si estuviera resistiendo
cada deseo de retorcerle el cuello.

—¿Cómo pudiste ser tan estúpido, Dusty? ¿Qué se supone que vamos a hacer
cuando alguien finalmente decida presentar cargos?

Thomas está despreocupado, totalmente al descubierto como un blanco


mientras sus padres le lanzan preguntas que no tiene intención de responder. Lo
soporta, y todo lo que puedo pensar es, cada segundo que se queda ahí sentado es otro
segundo más cerca de que se vaya. Todo este interrogatorio lo está haciendo querer
escapar aún más, aún más pronto.

A él no le importa.

Cuando llegamos al cuarto de Becka, mi semana digna de anhelo y anticipación


se siente como conflicto y decepción. Thomas siendo sermoneado, cuestionado y
amenazado no es algo nuevo. Se está volviendo normal conforme se hace mayor.

Con la puerta cerrada y la televisión más fuerte de lo necesario, no puedo oír


nada de lo que se dice abajo. Espero a que la puerta de él se cierre de golpe, o a que su
mochila golpee la pared, o la música resuene desde su habitación a la de Rebecka, pero
no pasa nada. La tarde se desvanece hacia el anochecer, y el no saber qué pasó, cómo
terminó el juicio y castigo, me molesta.

¿Se fueron todos?

¿Esta pelea fue tan mala que finalmente se llevaron a Thomas al campamento
militar sin dejarlo empacar o que se despidiera?

El pensar en eso hace que mi estómago duela hasta mi pecho.

Cuando bajamos para cenar, Lucas y Tommy se han ido, pero hay luz y música
provenientes de la puerta cerrada de Thomas. Me siento mejor al saber que está aquí,
pero no por mucho. No realmente, en especial una vez que Becka y Smitty comienzan a
enviarse mensajes. Mi teléfono está en el bolsillo para que pueda sentirlo, pero nunca
vibra.

Lo reviso alrededor de la medianoche para estar segura que no se le ha acabado


la batería. No es así. Y duele de alguna manera.

Tal vez todavía está molesto, pero Thomas sabe que estoy aquí. Podría
mandarme un mensaje o algo así. Cualquier cosa. No hay regla que diga que se supone
que me trate diferente que a los demás, pero tal vez debería haberla. Porque meterme
a la cama con Becka y preguntarme en dónde voy a dormir esta noche no está bien.

Se suponía que estaría con él.

Boca arriba, al lado de mi mejor amiga de rápido dormir, observo las sombras en
sus paredes mientras los minutos pasan.

Diez.

Quince.
Vagamente puedo oír música proveniente de su cuarto, y quiero ir, ¿pero por qué
debería?

Ni siquiera pudo decirme hola.

Doblo mis rodillas y saco los dedos de mis pies por debajo de las mantas
compartidas.

Después de la primera noche que pasé con Thomas, pasaron tres meses antes de
que me escabullera de nuevo en su cuarto. Ahora, es un hecho: quedarme con Rebecka
significa noches robadas con Dusty. Estamos a un mundo de distancia el resto del
tiempo, y él raramente me deja olvidarlo, hasta que estamos en su cuarto. Solos, somos
nosotros: un inocente secreto hecho de malos hábitos extendidos sobre su cama.

Atesoro eso. Lo anhelo.

Es lo que hace tan desalentador el no saber de él.

Pasan otros diez minutos. Quince. Becka está durmiendo profundamente


después de otra media hora, y pienso de nuevo en ir. El mal humor de Thomas no me
desanima, pero el pensar en que tal vez prefiera estar solo, o peor, que tal vez esté al
teléfono con alguien más, hace que mi estómago se anude y el latir de mi corazón se
sienta energético.

Pasan otros diez minutos. Luke y Tommy regresan a casa, y odio lo que siento.

Hermanita.

Indecisa.

Confundida.

Estoy de costado, a punto de levantarme e ir cuando mi teléfono por fin vibra


bajo las almohadas.

Un nuevo mensaje de Dusty.

¿Qué estás esperando, princesita?

Mi estómago cae alrededor de los nudos y el latido de mi corazón da un pequeño


palpito, pero no respondo. Bloqueo la pantalla e inhalo lento a propósito. Yazco en la
calidez de su invitación por un minuto, amando el modo en que se siente hacerlo
esperar.

Después de tomarme mi tiempo poniéndome su sudadera y recogiendo mi


cabello en una cola de caballo, camino furtivamente hacia la puerta detrás de la cual he
querido estar toda la semana.

Thomas está parado frente a su ventana cuando me deslizo dentro. Iluminado


solo por el brillo de su lámpara de escritorio, está descalzo bajo pantalones de ejercicio
negros y lleva puesta una sencilla playera blanca. Su cuarto es cálido. Huele a jabón y
humo, y suena como el verano en medio del otoño gracias a la guitarra acústica saliendo
de su estéreo. Las esquinas de sus labios se alzan cuando me ve, y desaparecen toda mi
ansiedad y dudas.

Contemplando mi pijama, sus ojos azules entrecerrados brillan.

—¿Por qué tardaste tanto? —pregunto, medio jugando, medio seria, todo
suavemente, tratando de tantear su humor.

Thomas se lleva el porro de nuevo a sus labios. Mientras inhala una bocanada, la
visión de sus nudillos abiertos y amoratados hace que mi corazón de un vuelco. Quiero
preguntarle sobre la pelea, pero parece que tiene algo que decir.

Suelta el humo y lanza la colilla por su ventana. Cuando la cierra, ningún frío
permanece mientras camina hacia mí. Entre más se acerca, más abrigada estoy.

Dedos de los pies contra dedos de los pies, pero ni de cerca de la misma estatura,
levanto la mirada. Quiero una respuesta, pero Thomas me observa con cejas arqueadas
y ojos que están a partes iguales drogados, sinceros y seguros.

Estoy a punto de provocarlo, no me ignores toda la noche, pero él sonríe con


suficiencia. Exhalando una risa que es todo aliento, pasa a mi lado, apaga su lámpara de
escritorio y toma mi mano.

El modo en que se siente en la oscuridad no tiene comparación.

Me conduce a mi lado de su cama sin decir una palabra. Me subo, tratando de


desenredar las sábanas y las mantas que huelen tan bien que todo lo que quiero es
tararear cuando se desliza detrás de mí. Me ayuda con las mantas y da vuelta a mi
cuerpo, con cuidado, pero con seguridad, llevando mi espalda contra su pecho.

Rodeada por frescas y acogedoras sábanas, Thomas envuelve su brazo a mi


alrededor y hace que corazón lata más ansioso. Toda mi confusión, todo lo que quería
preguntar y decir, mengua hasta desaparecer. No hay nada más que sus brazos, su
fuerza, la sensación de su aliento en mi cuello: él. Solo él.

Sonrío para mis adentros y me pregunto si puede sentir mi corazón, porque yo


definitivamente siento el suyo. Está latiendo de forma uniforme entre mis hombros, y
quiero más de él. Más de esto. Quiero esto todo el tiempo.

Thomas encuentra mi mano bajo sus sábanas. Me abraza un poco más cerca, y es
abrumador… el efecto que su toque tiene en mi pulso. En frente de mí, curva sus dedos
entre los míos y mi corazón late tan intensamente que lo escucho en mis tímpanos. Lo
saboreo en la parte de atrás de mi lengua, y lo siento en mi palma.

—No hagas eso de nuevo, nena —me dice suavemente. Vacilo, pero aflojo mis
dedos, preocupada de que haya lastimado sus nudillos cortados, pero él acaricia la parte
de arriba de mi mano con su pulgar.

—No me hagas esperar por ti —dice, y entiendo.

Moviendo de lugar nuestras manos, cubro la suya con la mía y cierro los ojos. Me
quedo dormida suavemente tocando alrededor de nudillos abiertos y cortados y
saboreando nuestro secreto en la oscuridad.

Tres semanas después, estoy en la sala de mi mamá, comiendo una segunda


rebanada de tarta de calabaza previa a la cena, deseando en su lugar estar bebiendo
chocolate caliente frente a la chimenea de los Castor.

Es Día de Acción de Gracias y los padres de papá están de visita. Estar en algún
otro lugar que no sea aquí hoy y mañana está de sobra. Interpreto mi papel y no es
terrible. Estaré libre de nuevo el sábado, pero eso se siente a millones de años de
distancia.

En la mesa, tomamos turnos para dar gracias. Bliss es una de las muchas cosas
que tanto mamá como papá dicen. No comparto todas las mías en voz alta, pero
agradezco que abuelita y abuelito estén aquí. Doy gracias por mis dos familias. Mis
padres son irremplazables, pero amo a Lucas y Tommy, también.

Agradezco que nos hayamos mudado a Newport, y que papá estuviera en lo


cierto acerca de hacer amigos.
Estoy más que agradecida por Becka. Ella es mi compañera y mi cómplice, y mi
mejor amiga por sobre todas las cosas.

Entre bocados, sonrío para mis adentros. En el fondo, estoy más que agradecida
por Thomas.

Tan insistente como es con que me comporte como alguien de mi edad, Thomas
me trata más como un adulto que nadie más, porque compartimos el mayor de los
secretos. Nuestra confianza en cada uno va más allá de la confianza entre mejores
amigos, y estoy doblemente agradecida por ello.

He encontrado a un amigo de por vida en Thomas, así como en Rebecka. No sé


cómo sobrevivimos antes de conocernos. Mi vida se siente como si hubiera estado tan
vacía antes de ellos.

Después de la cena, mientras le ayudo a mamá a limpiar, abuelita se voltea hacia


mí entre platos.

—¿Algo extra especial en tu lista de Navidad este año? —pregunta.

—Nuevas botas para la nieve —digo en lugar de más libertad, unas cuantas
oportunidades y un poco más de fe de las personas que me dieron la vida—. Grises, con
agarre extra en la suela.

Cuando parto la espoleta del pavo después con abuelito, secretamente pido que
Thomas se quede en casa el sábado por la noche. Lo extraño. Extraño el arrebatador,
acelerador de pulso, indefinible y abrumador modo en que nuestro tiempo prestado me
hace sentir. Extraño su risa y su cama, y su cara de recién levantado y somnolienta voz.
Extraño el suave tono que usa cuando me dice nena, y tomarnos de la mano en la
oscuridad, y el modo en que me mira en la mañana. Extraño sus brazos, y el latido de su
corazón, y… a él.

Llena y somnolienta, digo buenas noches y me voy a mi cuarto. Con mi puerta


cerrada y la música encendida con volumen bajo, me cambio de ropa por unos
pantaloncillos a rayas rosas y marfil y el top de tirantes a juego antes de ir a mi armario.
Tomo la sudadera de Thomas de su esquina oculta y me la pongo sobre mi pijama.

Está perdiendo su aroma silvestre, a vainilla y problemas, pero con la capucha


puesta y respirando profundo, todavía tengo rastros de Dusty.

Pienso en mandarle un mensaje, pero no sé qué decir. Apagando la luz del techo,
enciendo mi lámpara de noche y abro The Giver.
Mis párpados pesan después de unas cuantas páginas. No puedo evitarlo; tengo
las mangas de Thomas cubriéndome los dedos y mis dedos cubiertos por la tela puestos
contra mi barbilla y labios. Las mangas son suaves encima de mi piel, y el aroma de
problemas alrededor de mis sentidos arrulla mi consciencia y manda mi somnolienta
curiosidad a un lugar al que nunca ha ido antes.

Cuando la idea de quitarme el top de tirantes de debajo de su sudadera se me


ocurre por primera vez, me detengo bajo una ola de timidez. Me siento algo tonta.

Pero estoy sola en mi cuarto. Puede ser mi propio secreto. Nadie lo sabrá nunca.

Sentándome, me quito tanto la sudadera y mi playera de dormir.

Momentáneamente desnuda de la parte superior, separo algodón azul marino de


béisbol del pijama rosa pálido, y lanzo mi top de tirantes hacia mi armario.
Mordiéndome el labio inferior mientras sonrío, deslizo mis brazos dentro de sus
mangas y me meto la sudadera de nuevo por la cabeza.

La sudadera de Thomas sobre mi piel desnuda es mejor que nada de lo que


podría haber imaginado. Me engulle en un peso cómodo y se siente como un refugio
confiable. Subiendo la capucha de la sudadera, me acuesto y estiro los brazos a lo largo
de mi cama. Caliente, algodón gastado se desliza con el movimiento, rozando a lo largo
de estómago y pecho y lugares delicados.

Entusiasma, captiva y excita. Así que, agarro la parte de abajo con ambas manos.
Doy el más ligero tirón, para poder sentir eso de nuevo.

Aprieto los labios para evitar jadear cuando la suave tela roza y estimula puntos
sensibles. Mi piel se siente estremecida y tensa, como cuando tengo frío, pero esto es
diferente. Mis mejillas se sonrojan, y mi pulso se acelera, y mis manos repiten el ligero
movimiento de nuevo por sí mismas.

Volteando la cara hacia la capucha de la sudadera, cierro los ojos. Todo es


Thomas, por todos lados. Estiro y muevo, haciendo que el material desgastado se deslice
de un modo que intensifica el hormigueo/estremecimiento por toda mi piel y debajo de
ella hasta que se siente tan bien que casi duele.

La excitación de las caricias del algodón como que me sorprende, y me pongo de


costado y tomo mi teléfono. Le envió un mensaje a Thomas:

Sé que sabes que me encanta, pero es Acción de Gracias. Estoy agradecida por tu
sudadera. Eso es todo.
Metiendo mi teléfono bajo mi almohada y apagando la lámpara, me acurruco
bajo la calidez con aroma a Dusty y las nuevas sensaciones. Cierro los ojos y suspiro, y
un segundo después mi teléfono vibra. Las palabras que brillan en la oscuridad
iluminan todo mi mundo.

Deberías estar a mi lado.

Abuelita envía mis nuevas botas en el correo dos semanas después. Están
esperándome cuando llego a casa de la escuela, y una vez que están puestas no quiero
quitármelas nunca.

—Están como blindadas —le explico a Thomas con mi voz más baja. Le di las
buenas noches a mis padres hace horas, pero todavía tengo cuidado. Y sigo usando mis
botas.

—Son invencibles. Como, si pudiera caminar sobre o a través de cualquier cosa


con ellas —continuo, golpeteando las puntas juntas encima de mi cobertor.

Thomas se ríe, todo aliento y pulmones y hermoso.

—Son botas, nena.

Él es un chico. No espero que entienda por completo la grandeza que tienen las
botas para nieve, pero adoro escucharlo reír. Así que sigo.

—No, no lo son. Me hacen invulnerable —insisto, subiendo la capucha de su


sudadera y deseando estar con él—. Soy intocable con ellas. Invencible.

Se ríe alrededor de la calada de un porro, y mi corazón da vueltas con cada latido.

No puedo estar en ningún lado más que en casa el Día de Navidad y la Víspera de
Navidad, pero mamá accede a dejarme pasar la noche antes de eso con Becka. Es la
traicionera mitad del invierno y hay nieve sobre hielo en cada dirección, haciéndome
extra agradecida por las súper botas.
Tommy nos recoge después de la escuela, y no podría estar más emocionada por
intercambiar regalos con mi chica.

O tal vez podría.

Tal vez tan solo estoy igual de emocionada por ver a Thomas. Le compré un
regalo, también, pero en su mayoría estoy deseando estar con él.

Cuando entramos, Becka se quita las botas a patadas en el recibidor. Yo me


quedo las mías mientras la sigo escaleras arriba, y es algo bueno que lo hiciera porque
cuando damos la vuelta a la parte de arriba de los escalones, la puerta de Thomas se
abre.

Chamarra medio cerrada, la capucha de la sudadera medio caída, apenas


sosteniéndose de su cola de caballo con rayitos rosa eléctrico, Valarie sale al pasillo y
me toma totalmente por sorpresa. Está sonriendo drogada, y siento como si el piso se
desmoronara debajo de mí.

—Hola, hermanitas —saluda, reventando con un fuerte sonido una bomba de su


goma de mascar cuando pasa a nuestro lado. Huele a hierba y se ve demasiado bien con
pantalones con agujeros en las rodillas. Ella es tan hermosa que me duele. Tan hermosa
que me repugna.

—Muérete —espeta Becka, dentro del radio de audición antes de que Valarie
cierre la puerta del baño.

Sin querer quedarnos ahí, B toma algunos CD y regresamos abajo.

Cuando Becka dice:

—Mamá, llévanos al centro comercial. No podemos quedarnos aquí. Cogeremos


alguna enfermedad. —Tommy ineficazmente regaña a su hija, pero nos lleva de todos
modos.

No estamos en el auto cinco minutos cuando mi teléfono vibra en mi bolsillo.

¿A dónde vas, niñita?

Lo pongo de nuevo en mi bolsillo sin responder, y no lo saco en toda la noche.


Cuando regresamos a casa horas después y me meto a la cama, sigo sin decirle nada.

Porque, ¿qué hay que decir?

Porque, ¿por qué me está poniendo en esta situación?

Porque, ¿qué soy yo cuando la tiene a ella?


Exhalando lentamente, me pongo boca arriba, en la misma posición que estaba
hace meses: sabiendo que él está en casa, pero incapaz de decidir si debería ir, y por
qué.

Cierro los ojos bajo las brillantes luces de manguera de Becka.

Todos estaban en el cuarto de Thomas esta tarde, no solo Valarie. Escuché a


Petey riéndose, y a Mixie, y Ben. Pero ver a Valarie abrir su puerta así…

Me digo a mí misma que no importa. No es como si algo estuviera pasando con


todos ahí, pero no funciona.

Porque sí importa.

Me pongo de costado y respiro a través de la frustración.

Thomas tiene quince años y es independiente, con su propia vida. Cómo pasa su
tiempo, y con quién decide pasarlo, es su problema, como es el mío con quién decida
pasarlo y qué decida hacer. No debería preocuparme. No debería importar, porque a
pesar de que Valarie tenga partes de él que yo no, ella no tiene las mejores partes.

No tiene su sudadera o su respeto. No recibe llamadas que duran toda la noche,


o se queda dormida en sus sábanas con sus brazos y el latido de su corazón, y no
consigue despertar con…

Mi siguiente pensamiento me hace sentir enferma. Boca arriba, me siento


mareada. Mi garganta y nariz arden por dentro, y mi corazón patea mis costillas. Aparto
las sábanas y salgo de la cama tan silenciosamente como puedo, tratando con todas mis
fuerzas de sacudirme el pensamiento que hiere más que cualquiera

Me rehúso a pensarlo. No puedo.

Ellos no lo han hecho. Ellos no podrían.

Él no podría.

Echándome el cabello sobre los hombros y respirando hondo, tomo mis botas
para nieve en lugar de los regalos que se suponía intercambiáramos.

No me importa.

No importa, me dice el cerebro. A él no le importa ella, no como le importas tú. Él


piensa que tú eres más hermosa. Lo dice todo el tiempo…

Pero sí importa.
No pueden hacer esto, no aquí. Esto importa. Esto es mío.

Cuando llego a su puerta, su luz sigue encendida.

Vacilo entre no importa e importa tanto.

Porque este cuarto ya no es solo de Thomas.

Es donde vive nuestro secreto.

Inhalando, envuelvo una temblorosa mano alrededor de la manija de su puerta


y la giro.
Traducido por Sitahiri

Corregido por Brisamar58

ompletamente vestido, Thomas está con los ojos entrecerrados y brillantes,


fumando un porro en su ventana. Recargado contra su alféizar, alza la vista
y su buen humor cambia con la helada brisa que entra. El frío cala en mi
determinación, y su fácil disposición me rodea en donde estoy parada.

Mirándolo a los ojos a través de la corta distancia, cierro la puerta y


me recargo en ella. Con una mirada que no dura y lo define, temerario,
incorregible, irresistible, le da otra calada a su porro y exhala el humo hacia la noche.
Con mi visión periférica, veo que su cama sigue hecha.

El alivio es mínimo.

Thomas regresa sus azules ojos de parpados caídos hacia mí, y cuando se ríe, sé
que es por mis botas.

—¿Vamos a algún lado, rubia rojiza?

No puedo responder. Me siento ridícula. Siento la diferencia entre nuestras


edades. Me apresuré a venir aquí, pero siento como si fuera la amiga idiota de la
hermanita de Dusty. Me siento fuera de lugar.

Me aparto de su puerta, hacia él. El aire es más frío con cada paso que me acerca,
pero ahí es dónde está, ahí es adónde voy. Me recargo en el otro lado de su ventana
abierta, encarándolo. Estamos cerca, pero el espacio entre nosotros está hecho de aire
de invierno, inconsistencia y conjeturas.

Detesto esto.

—¿Cómo estuvo tu noche? —pregunto, pero mi voz despreocupada resuena en


sus paredes. Se siente deshonesta en mi garganta, y sé al instante y sin ninguna duda
que no puedo fingir cosas con él como hago con todos los demás.
—Espera… —Thomas exhala otra calada y se pone derecho. Es más alto que yo.
Me obligo a levantar la mirada.

Tira la colilla del porro por la ventana y señala mis botas.

—¿Te pusiste esas porque venías para acá? ¿Para verme?

Mi corazón se hunde como una piedra congelada en mi estómago revuelto. Estoy


avergonzada, y quiero decirle que deje de ser un chico estúpido para que pueda dejar
de sentirme como una chica loca.

Thomas exhala un aliento frustrado por su nariz y va hacia su cómoda. Abre el


cajón de arriba, y dándome la espalda, dice:

—No necesitas tus botas aquí dentro, Bliss.

Hay seriedad en las palabras por sí mismas, pero no se oye enojado. Su tono
coincide con su ánimo despreocupado y postura relajada.

Me cruzo de brazos contra el frío. Quiero que él esté en lo correcto. Quiero


sentirme bien, pero no es así. Y no lo digo porque no quiero sonar como una niña, pero
no quiero quitarme mis jodidas botas.

—Mis pies están fríos. —No lo están.

Thomas sigue buscando en su cajón dándome la espalda.

—Mientes.

Cuando se da la vuelta, está sosteniendo una caja de regalo envuelta en papel de


color rojo. Hay una sonrisa en la esquina de sus labios.

—Quítate las botas y siéntate —dice él—. Es nuestra noche de Navidad, ¿cierto?

Camina al pie de su cama, y mis nervios consumen mi estómago con rabia entre
más se acerca. Me cruzo de brazos con más fuerza. Miro la alfombra, sus zapatos, a todos
lados excepto su cama o a él.

—No quiero sentarme —digo honestamente.

Thomas se ríe.

—¿Qué carajos, nena?


Mi cuerpo entero se está congelando porque estoy frente a la ventana, pero no
quiero moverme. No quiero estar en su cama si ella ha estado ahí. No quiero ni
acercarme a ella si ellos han…

Ni siquiera puedo pensar la estúpida palabra.

Entre eso y el frío que siento por todas partes, me estremezco. Thomas sigue
sosteniendo la caja de regalo, y sus cejas se arquean. Sus ojos azul claro ya no están tan
despreocupados. Hay preocupación y confusión bajo sus párpados caídos, y me está
mirando como si le importara.

—¿Por qué estás con Valarie si no te gusta? —pregunto.

Sus hombros caen mientras voltea sus ojos hacia el techo. Inhala y sus dedos
cambian su agarre en el regalo.

—No estoy con ella —dice tranquilamente, despectivamente—. ¿Creí que


íbamos a darnos regalos?

Lanza la caja a su cama y extiende su mano vacía en busca de la mía.

—No —aparto mi mano antes de que la alcance—. No quiero sentarme ahí


contigo.

Thomas me mira como si lo hubiera quemado, el modo en que retira su mano y


la mete en su bolsillo.

—Bliss, ¿qué pasa? ¿En dónde no te quieres sentar?

—En tu cama.

Los silenciosos segundos que vienen después me hacen pensar en el océano… en


cómo puede tragarte entera, sin hacer preguntas.

Las cejas de este chico se arquean más. Mira su cama por encima de su hombro,
después a mí, y abre la boca para decir algo, pero entonces lo veo comprender.

Mis mejillas congeladas arden sonrojadas.

—Es eso lo que estás… tú crees que… —comienza y se detiene, parpadeando


como si no pudiera creerlo. Se pasa las manos por el cabello y las arrastra por su cara,
apoyando las puntas de sus dedos en su barbilla mientras comienza de nuevo,
cuidadosamente sereno.

—Ni siquiera una vez —dice sencillamente—. Nunca.


Con el corazón necesitado, respiro alrededor de nervios torcidos y hechos nudos
que no me soltarán. Cuando me obligo a alzar la vista de nuevo, los ojos de Thomas
están esperando.

—Bliss, yo no…

Sé que está tratando de ser paciente. Él es todo maldiciones y medias frases,


hombros tensos y mandíbula apretada, y no sabe qué hacer con sus manos.

—No puedo… ni siquiera la dejo sentarse en mi cama. Tú eres la única…

Hace una pausa, y puede que nunca lo admita, pero puedo oír el dolor en su voz,
y hace que mi corazón, estómago y cada parte de mí se sientan terribles mientras aparta
la mirada. Se da la vuelta, vaciando sus bolsillos en su cómoda, y el modo en que respira
lo hace estar de pie más derecho cuando me encara de nuevo.

—Nunca he dejado que nadie más esté en mi cama, ¿de acuerdo?

Es la verdad. Lo sé porque mi corazón late más rápido. Me estremezco entre el


viento y mi necesidad de él.

—¿Me darías tu mano, por favor? —pregunta, y levanto la mirada. Es solo ahora
que me doy cuenta que está esperando. Que ha estado esperando desde que dije que no.

Demasiado congelada para hacer algo más, asiento.

Thomas acorta los tres pasos entre nosotros, y doy uno apartándome de la
ventana. Cuando él extiende su mano en busca de la mía esta vez, no la aparto. Lo
encuentro a mitad del camino.

Roza su cálida mano contra la mía congelada y tira de mí inmediatamente dentro


de sus brazos y completamente contra su pecho.

—Nena, nena, nena —susurra, su voz y fuerza envolviéndome mientras me


levanta. Con un brazo alrededor de mi cintura, cierra su ventana con su mano libre—.
Te estás congelando, niña. —Su susurro derrite mi cuello, y ahora me rodea con ambos
brazos. Frota mi espalda, y exhalo. Temblando y asintiendo, me aferro.

—Nunca vuelvas a alejarte así de mí, L.

—No lo haré —prometo—. Regla cuarenta y uno.

Poniéndome en el suelo, Thomas se quita su chamarra y me envuelve en un


calentito algodón gris. Abotonándola hasta mi barbilla, sube la capucha y saca mis
puntas rubias rojizas. Sus ojos azules están genuinamente abiertos y deslumbrantes, y
sé que nadie más consigue ver esta parte de él. Ni Rebecka. Ni sus padres. Valarie
definitivamente no. Ni siquiera sus amigos.

—Esto es nuestro —dice él, amable y perceptivo en un momento sin ningún


sentido.

Se siente inmenso, lo que sea que sea esto. Como un acantilado, pero también
como el hogar: inestable, pero esencial. Como el principio y como un siempre, y quiero
conservarlo, esto, para siempre.

—¿Regla cuarenta y dos? —pregunto.

Este chico saca otro de mis rizos y me levanta por las caderas para que pueda
ponerme en el borde de su cama.

—Más que eso —me dice.

Arrugo el entrecejo y observo sus ojos mientras se agacha más cerca, levantando
mi pierna izquierda por mi tobillo cubierto por la bota de nieve.

—¿Cómo una ley? —pregunto.

Thomas se ríe mientras me saca la bota y la lanza al piso con un ruido sordo.

—Más que eso —dice de nuevo, tomando mi bota derecha y quitándomela


también.

Las mariposas que han reemplazado los nudos en mi estómago revolotean por
todo el camino subiendo detrás de mi sonrisa cuando mete mis pies desnudos bajo su
pierna para calentarlos.

—Solo la verdad.

Tal vez viva para los viernes.

Durante unos cuantos años ya, han sido mi día favorito de la semana. Estoy
somnolientamente feliz y tranquila en las mañanas, pero los viernes estoy saltando
eufórica por dentro.

Hoy no es diferente.
Es viernes por la mañana, lo que quiere decir que tendré la oportunidad de ver
a Becka. Y el pensamiento que viene con ello tan natural como impaciente: tendré la
oportunidad de ver a Thomas.

La sonrisa con la que despierto se hace un poco más amplia.

Recién bañada y envuelta acogedoramente en una toalla, uso otra para secarme
el cabello e inhalo dulces panqueques de canela y café recién hecho de camino a mi
habitación.

Soy una firme creyente de que la música correcta es esencial para que cualquier
mañana sea una buena, en especial una más temprana de lo normal. Con la puerta
cerrada, pongo la mezcla de Beatss with two s’s que Rebecka hizo específicamente para
el Año Nuevo y subo el volumen. No demasiado fuerte, solo lo suficiente para sentir el
ritmo y las percusiones y timbres mientras me muevo con ellos.

Subo por mis piernas la ropa interior color rosa pálido y abrocho el sostén a
juego, echándole un vistazo a mis botas.

El invierno ha cubierto de nieve resbaladiza al mundo entero por kilómetros en


cada dirección, y mis botas son mis salvavidas. Hacen por mi sentido del equilibrio lo
que el delicado encaje hace por mi confianza en mí misma. Segura con unas y
secretamente sexy con el otro, cada día me siento menos como una torpe niña y más
como una encantadora adolescente.

Mezclilla ceñida y oscura estirada sobre valentía rosa pálido, me deslizo dentro
de una blusa de tirantes y un cárdigan, calcetines de lana y mis súper botas. Camino
bailando a mi tocador en donde rizo mi cabello y pongo brillo en mis párpados. Para
cuando termino y tomo mi mochila hecha anoche, hago todo menos saltar escaleras
abajo mientras sigo moviéndome al ritmo de la música.

Mamá me deja en la escuela y me recuerda que llame si necesito cualquier cosa,


y enfatiza el a cualquier hora.

Mientras estoy en mi casillero, Becka corre y derrapa por el pasillo de octavo


grado cuando suena el timbre. Me cambia un puñado de dulces Lemonheads por dos de
mis dulces en polvo Pixy Stix.

—¿En dónde estuvo esta vez? —pregunto, cada una caminando hacia atrás en
direcciones opuestas.

—En el maldito refrigerador. ¡En el cajón de las verduras! —se ríe, intentando
vaciar la tirita en su lengua, pero el polvo azucarado azul vuela por todos lados.
—Necesitas empezar a poner tus zapatos bajo llave. —Tengo que darme la
vuelta para subir las escaleras.

—¡Lo sé! Es un cabrón. —Mi chica esboza una sonrisa fácil y deslumbrante. Ella
está tan enamorada de las mañanas de los viernes como yo.

Unos cuantos minutos en álgebra, trituro Lemonheads entre mensajes con su


hermano.

Buenos días, chica soleada.

Buenos días, chico alborotador.

Deslizo mi teléfono de nuevo a mi regazo. Sé que se supone que no debo sacarlo


durante clases, pero es ahora cuando Thomas casi siempre me manda mensajes.

¿Vas a venir esta noche?

No, pensé en quedarme en casa y trabajar en algunas lecturas para créditos extra.

Observo la presentación en PowerPoint que está pasando en el frente del salón,


pero estoy imaginando a Thomas sentando en la parte de atrás de una de sus clases. O
recargado en el pasillo. O pasando el rato en el estacionamiento, haciendo una pausa en
cualquier cosa que esté haciendo en algún lugar para enviarme un mensaje de texto.

Como todas las niñas buenas deberían en las noches de viernes, dice su mensaje.

Esbozo una sonrisa ácida alrededor de un nuevo dulce Lemonhead.

Como si fuera a estar en cualquier otro lado un viernes por la noche, respondo.

Pienso en guardar mi teléfono, pero decido cambiar el tema.

¿Ya está lista mi sudadera?

Más tarde en la noche de Navidad, después de que estaba descalza y calentita,


me escabullí de nuevo en el cuarto de Rebecka. Regresé con sus regalos… y su chamarra
de béisbol.

—¿No es algo grosero regresar un regalo al que lo da? —pregunta Thomas, ceja
oscura arqueada sobre curioso ojo azul.

—Lo es —digo—. Obviamente, eso no es lo que está pasando —le pasé la


sudadera con capucha que olía más a mí que a él y aparto hebras sueltas de rubio rojizo
de mi cara—. Haz que huela bien de nuevo.
La esquina izquierda de su boca se curva hacia arriba. Frena su sonrisa como si
fuera demasiado genial para ello.

—¿Qué?

—Ya sabes… —Me encojo de hombros—… como a un polvoriento delincuente.

Desatando los lazos del regalo que le había pasado sin apartar la vista de mí,
pregunta:

—¿Crees que huelo bien, Bliss?

Mi propio par de Rayban estaban en la caja de regalo que me había dado, y me


las pongo en respuesta. No pude ocultar mi sonrisa, así que me acosté en su cama y le
mostré mi dedo medio.

—Cállate, Thomas.

Eso fue hace aproximadamente tres semanas. Estoy lista para tener de regreso
mi sudadera ahora.

¿Ya conseguiste rodilleras?

Escondo mi sonrojo tras mi mano izquierda y regreso a tomar notas del


PowerPoint.

Las horas del viernes pasan más lentas que las de cualquier otro día de la
semana, pero eventualmente estoy en el asiento trasero del Mercedes de Tommy con
libertad y euforia recorriéndome. Estamos de camino al centro comercial en Toledo,
pero mi mejor amiga tiene otras ideas.

—Sabes… —Le da un golpecito al codo de su mamá y la mira con ojos azules de


taimados destellos altamente esperanzados—… hay un estudio de tatuajes bajando la
calle. Me perforaran el labio gratis si compramos la joyería…

—Claro. —Tommy asiente. Le esboza a su hija una sonrisa de sí, claro, e incluso
su sarcasmo es hermoso. Sus ojos chispean y su sonrisa de suficiencia me recuerda a su
hijo—. Y tal vez tu padre no te lo arrancara de tu hermosa cara.

Rebecka se conforma con un mohín y otros dos agujeros en la oreja izquierda.


Todavía hay solo uno en la derecha, y adoro que los únicos estándares de belleza que
ella quiera igualar son los suyos propios.
Mientras su oreja está en la pistola perforadora, como que deseo en secreto que
mi mamá estuviera aquí. Tal vez podría conseguir un segundo agujero en cada oreja
también.

Mamá no ha sido muy entusiasta en pasar tiempo con Tommy recientemente. No


son hostiles, pero las cosas no han sido las mismas desde mi cumpleaños.

El deseo pasa mientras nos dirigimos al cine. Smitty y Oliver están ahí, y estoy
bien con no tener nuevos agujeros perforados en mis lóbulos, y con mamá y Tommy no
siendo las mejores de las amigas. Estoy a una ciudad entera de distancia de casa,
comprando y haciendo cosas de las que mamá y papá no tienen ni idea. Estoy
despreocupada y feliz, y más agradecida que nada.

Regresamos a casa de Becka un poco después de las once. Thomas está fuera con
sus amigos. Luke está en Portland por el fin de semana, y Tommy se va a su habitación
a dormir. Rebecka y yo básicamente tenemos la casa para nosotras.

Después de una hora en el sofá, Thomas sigue sin estar en casa, y estamos
cansadas. Quiero estar despierta cuando regrese, pero estoy exhausta.

Meto mi teléfono bajo mi almohada en el cuarto de Becka y trato de permanecer


despierta a través de mis bostezos, pero mis ojos se rehúsan a hacer mi voluntad.

Mi pantalla muestra las 2:13 a.m. cuando el zumbido bajo mi mejilla me


despierta.

Despierta, niña.

Mi sonrisa se hace más amplia segundos antes de que cada otra parte de mí
misma y mi corazón se agiten por la parte del viernes que he estado deseando más que
ninguna otra.

Parpadeando para despertarme por completo, mensajeo en respuesta:

Voy para allá.

Thomas me encuentra en el pasillo con la gorra de su sudadera todavía arriba.


Su sonrisa está torcida y el modo confiado en que usualmente se mueve es algo
torpe. Con ojos apenas abiertos y la sonrisa más taimadamente drogada que he visto,
toma mi mano.

—Hola, borracho —susurro, amando cuán cálidos están sus dedos entre los
míos.

—¿Qué? —Llena su tono con inocencia mientras entramos en su cuarto y cierra


la puerta—. Estoy completamente sobrio.

—Borracho, borracho, borracho —me burlo, mirándolo echar su capucha hacia


atrás y tropezar un poco. Su cabello rubio es un desastre, y sus mejillas parecen cálidas
con indulgencia excesiva. Sus achispados ojos azules divagan, incapaces de enfocar, y
se ríe, palmeando sus bolsillos.

—No estoy borracho —murmura alegremente—. Solo un poco perdido, nena.

Hablamos de nuestros días y noche mientras separa marihuana en su libro de


geometría. Estoy relajada, pero lejos de estar somnolienta, y estoy fascinada por cosas
de las que sé que debería alejarme. Observo atentamente mientras él esparce hierba
verde en el pliegue abierto de delgado papel blanco y después toca la esquina con la
punta de su lengua. Lame ligeramente de un extremo del porro al otro, y miro al papel
volverse translúcido. Veo sus ojos y las puntas de sus dedos y sus labios…

Puede que Dusty sea el hermano de mi mejor amiga.

Puede que esté dos años por delante de mí todo el tiempo.

Puede que además ahora mismo sea un rufián borracho, pero el verlo sellar un
porro con pequeños lametazos y cuidadosos dedos hace tremendas cosas a mis
mariposas.

Mi corazón palpita a ritmo inspirado en Thomas, y siento un


cosquilleo/estremecimiento por todos lados. Si tuviera puesta su sudadera, me
acurrucaría más profundo en ella, pero no la tengo. Este alborotador la tiene puesta, y
no hay palabras para lo bien que va a oler cuando la tenga de regreso.

Aparto el pensamiento y pongo las manos en mi estómago, jugando con el botón


de la parte de arriba de mi pijama. Mientras Thomas arregla el final del porro, trazo un
círculo alrededor de mi ombligo con la punta del dedo a través del algodón.

Mamá se pondría como loca si tan siquiera le preguntara. Nunca me dejaría de


ningún modo.
Pero eso no hace que el pensamiento se vaya. No puedo evitar imaginar algo
pequeño y brillante en mi pequeño ombligo.

—¿Estás bien allá, L? —pregunta Thomas sin mirar.

—Ajá —asiento, sintiéndome pillada y algo tonta. Subo mis dedos al siguiente
trocito de perla—. Los botones son preciosos —digo.

El lado izquierdo de su boca se curva hacia arriba.

—Tú eres preciosa.

Silenciosamente me embeleso un poco ante su dulce comodidad y familiaridad.


Mientras pone el porro al lado de donde todavía hay hierba en su libro de texto, regreso
a mis botones. Thomas saca otro papel del paquete y lo dobla para llenarlo.

—Dime lo que estás pensando, niña.

Lo único en mi mente son pequeños diamantes y zafiros, y la hermosa manera


en que enrolla un porro.

—¿Y si me perforo el ombligo? —propongo, levantando el mismísimo borde de


mi playera para mirar dicho ombligo.

Thomas esboza una sonrisa torcida. Echo un vistazo y no está mirando, pero está
sacudiendo la cabeza.

—No hagas eso.

—¿Qué? —pregunto, el cosquilleo por toda mi piel hundiéndose más profundo


en algún lugar mientras sus dedos presionan y enrollan blanco y verde—. Solo una
cosita delicada. Nada alocado. Un pequeño diamante.

—Ni siquiera te atrevas —dice él. Sus labios curvados hacia arriba de nuevo tras
sellar el segundo porro. Su tono es poco exigente, pero no cambia lo que está diciendo.

—¿Por qué no? —No entiendo por qué está en contra de la idea. O por qué le
importa. Estoy bastante segura que Valarie tiene el suyo perforado. ¿No es eso lo que le
gusta a él?

La respuesta de Thomas es sin censura.

—Amo tu ombligo del modo en que está.

Tuerce el final del porro, inmerso en trabajo cauteloso y prohibido. No creo que
se dé cuenta de lo que dijo.
Mi corazón late pura e inflexible alegría. Resplandezco radiante. Tiemblo con
invencible felicidad, y no puedo creer lo que salió de su boca. Me siento un poco más
derecha y hundo las puntas de mis pies bajo su pierna por calor. Fijo mis ojos en su
perfil demasiado hermoso para su propio bien y espero a que él lo pille.

Cuando me mira, la sonrisa torcida de Thomas crece para volverse una sincera
sonrisa. Baja el porro y acaricia mi tobillo derecho. Su toque hace que mi pulso se
acelere.

—¿Qué? —pregunta, desteñido, azul oscuro y curioso.

De ninguna manera voy a dejar pasar esto.

—¿Amas mi ombligo?

Las mejillas de Dusty, sonrojadas por el alcohol, se ponen un poco más rojas.
Echa un vistazo a mi playera levantada, mi ombligo expuesto, y después sube la mirada
a mis ojos.

—Regla número… lo que sea. Ese es mi ombligo, Bliss.

—No puedes tener mi ombligo —casi chillo.

—Puedo. Es una regla. No puedes decir que no.

Con un latido totalmente embelesado, sacudo la cabeza y me siento sobre mis


rodillas. Ojo con ojo, sonrisa con sonrisa, mis rótulas cubiertas por el pijama tocan la
mezclilla de su pierna izquierda, pero no me siento como la amiga de su hermanita en
este momento. Me siento más cerca de ser su igual de lo que nunca me he sentido.

—Dijiste que amabas mi ombligo —le recuerdo—. Dijiste “amo,” Thomas. Amo
—arrastro la palabra al decirla—. ¿Eso quiere decir que me amas?

Mueve su libro de geometría a su mesita de noche y se sienta sobre sus rodillas,


también. Levanto la mirada, y sus ojos están firmes en los míos.

Y entonces dice:

—Por supuesto que te amo.

Siento mis labios y párpados, mi corazón, y el profundo lugar en que residen mis
cosquilleos todos un poco más abiertos.

La voz de Thomas es suave y amable cuando pregunta:

—¿No me amas tú a mí?


Apretando los labios para contener toda mi dicha, asiento. No puedo negarlo.
Siento que he amado a este chico por siempre. Explica todo. Se siente como todo.

—Por supuesto que te amo —le digo.

Thomas se agacha un poco, haciendo que estemos más cerca. Me siento rodeada
por su vainilla y problemas y amor, y cuando respira, quiero lamer sus labios.

—¿Tú me amas también? —me incita, arrastrando la palabra como lo hice yo con
su voz tenue y suave como el aire.

Asiento de nuevo y siento su mano izquierda en la parte baja de mi espalda, justo


antes de sentir la otra en mi estómago. Es relajado y apenas un roce en lo más mínimo.
Él es dulce, pero no está bromeando.

—Dime que es mío —susurra.

Suelto una risita al pensar en ceder, en él queriendo mi ombligo, y niego con la


cabeza. Es tonto. No puede ser dueño de una parte de mí.

Pero entonces me empuja hacia atrás.

Y no estoy rodeada, estoy atada, contorsionándome, riéndome y dándole al amor


todo lo que he tenido.

Entre más nos reímos y nos callamos, y hacemos cosquillas y enredamos, más
segura estoy de que Thomas ya tiene una parte de mí. Como yo tengo una de él. Es más
grande que mi ombligo… está bajo mi piel. Es ilimitada. No tengo una palabra para ella.
Es suya.

Ya lo era.

Jugueteo y ruedo bajo él, partiéndome de la risa tan silenciosamente como puedo
contra sus almohadas mientras me hace cosquillas bajo las costillas.

—¡Está bien! —susurro entre risitas, indefensa—. ¡Está bien! ¡Está bien!

Thomas aminora las cosquillas, sonriendo con la sonrisa llegando a sus


iluminados ojos azules. Me tiene atrapada y tiene la mano presionada contra mi ombligo
una vez más, esta vez bajo mi playera.

—Dime que es mío —dice de nuevo, riéndose suavemente.

Me pregunto si es porque él también lo siente, esta… esta cosa que es nuestra


para la que no tengo un nombre pero que se siente como todo.
Volteando mi cabeza a un lado y apartando mi ridículamente enredado cabello
de mi cara, estiro la mano alrededor de la suya. Pongo la mía contra su estómago, sobre
su sudadera, para que sepa cómo me siento.

—Dime que el tuyo es mío —digo, todavía recuperando el aliento.

Dusty se ríe, la cabeza hacia atrás, la sonrisa de cuerpo entero de la que nunca
puedo tener suficiente. Roza su pulgar arriba y abajo sobre mi piel cuando baja la vista
hacia mis ojos.

—Está bien, Bliss. Trato hecho.

Es más fuerte justo bajo su mano, pero mi corazón late por todos lados.

—Trato hecho —acepto—. Mi ombligo es todo tuyo.


Traducido por Kari_Val

Corregido por Brisamar58

ué estás haciendo?

—Comiendo caramelo de maíz.

—¿Por qué?

—Porque me encanta.

Thomas ríe a través del teléfono.

—Es marzo. ¿Dónde conseguiste caramelo de maíz, princesa?

—Fue el regalo de un amigo.

Hay un orden nítido al consumir caramelo de maíz: blanco, amarillo, naranja.


Cualquier otra forma es simplemente inaceptable.

—¿Becka?

—No. —Blanco.

—¿Laura?

Mordisqueo el amarillo.

—Adivina otra vez.

—¿Quién?

—Oliver —digo, estallando el naranja en mi boca. Azúcar ceroso rompe entre


bocado y bocado y se disuelve en mi lengua, satisfaciendo mi gusto por lo dulce, pero
no mi amor.

—¿Oliver te dio caramelo de maíz? —Había una sonrisa en su tono.

Me incorporo en la cama, deslizándome fuera de las cobijas.


—Mencioné que eran mis favoritos.

—Pensé que los Twinkies eran tus favoritos, Bliss.

Sonrío en mis mantas.

—Los Twinkies son mis dulces esponjosos favoritos, pero el caramelo de maíz
es mi dulce clásico favorito.

—Es bueno saberlo —dice—. Pero dile a Oliver que dije que, si te compra
caramelo de maíz de nuevo, voy a romper sus malditas manos.

—Le dije que me gustan los granizados de Coca Cola, también, pero él no me
compro uno de esos. Dijo que era demasiado frío. No es que me importe. Me congelaría
por granizados de Coca Cola.

—Vas a tener caries, nena, con todo el azúcar que comes. —Thomas suena
despistado. No me sorprendería si él está enrollando un porro.

Cambio mi teléfono celular a mi otra oreja, hundiéndome aún más en la cama.

—Tuve carencias cuando niña.

—Sigues siendo una niña, Bliss.

El rápido destello de su encendedor me absorbe dentro de su habitación. Puedo


ver como luce Thomas con su humo blanco filtrándose entre sus labios. Cierro mis ojos
y me imagino, sus parpados rojos y pesados.

—Me gustaría que estuvieras aquí —dice en voz baja, dando una calada. Sé
exactamente como luce la curva de su sonrisa probablemente en este momento: un
poco torcida, una gran cantidad de problemas.

—Yo también. —Él está claro para mí. Prácticamente lo puedo oler.

Él está tosiendo ahora, y estoy frotando mis labios contra el cuello de algodón de
su sudadera.

—¿Dónde diablos está mi agua?

—Mira debajo de la cama —le digo, presionando mi mejilla contra el interior de


la capucha.

—Nena, voy a… —Thomas tose—, colgar el teléfono por un segundo. —El


teléfono cae.
Escucho mientras él busca alrededor en su habitación, luchando por respirar.
Pero cuando hay un golpe en mi puerta, suelto el teléfono y lo escondo debajo de la
almohada. Retiro rápidamente mi capucha y tiro rápidamente las mantas sobre mi
pecho antes de decir que está bien para entrar.

Mamá es una silueta en mi puerta.

—¿Todavía no estás dormida? Son más de las diez, nena.

—Casi —miento. La adrenalina fluye por mis venas, enviándome un subidón que
es casi imposible de contener la explosión a través de mi cuerpo. Mis manos tiemblan
de emoción, y espero que ella no pueda ver la sombra de una sonrisa en mi cara.

—Puedes venir a dormir conmigo y papá. —Su tono es expectante. A mi mamá


le gusta abrazar, pero no he dormido con ella desde que empecé a pasar mis noches en
el teléfono con Dusty.

—Me quedaré aquí —le digo, sacando un bostezo de mis pulmones.

Ella asiente y se va, cerrando mi puerta con un clic silencioso.

Enterrada debajo de las mantas, presiono mi teléfono a la oreja. Thomas no se


da cuenta que volví, así que le escucho fumar: ligero, inhala, exhala, suspira, ríe.
Escucharlo es casi tan bueno como ver realmente sus labios alrededor del extremo de
un porro.

—Estoy de vuelta —le susurro.

—Hermosa, hermosa, nena Bliss. Nena, nena Bliss. —Él se está riendo, dando
una calada.

Mi padre es un juez de menores. Nuestra conversación en la mesa a la hora de


cenar por lo general consiste en él quejándose de los chicos que ve entrar y salir de su
sala. —Es una epidemia —dice—. Los chicos usan drogas Leighlee. —Y siempre termina
con—: Bliss, nunca cedas a la presión de grupo. Siempre comienza con un poco de hierba.

Tal vez es una especie de epidemia extendiéndose, pero la hierba no influye en


Thomas de la forma en que mi padre afirma que hace en otra gente. Tranquiliza a Dusty.
Lo hace divertido y honesto y tolerable.

El Juez McCloy no lo sabe todo.

—Pensé en ti todo el día —dice Thomas perezosamente—. Extraño tu cara. Echo


de menos tus envoltorios de caramelos por toda mi habitación. Echo de menos tus
dedos de los pies fríos en mis piernas bajo las sábanas.
—¿Ah, sí? —Agarro el teléfono con más fuerza, presionando mis rodillas juntas.
El sonido de su voz baja envía escalofríos arriba y abajo de mis brazos. Me muerdo el
labio inferior y hundo mis dedos de los pies.

—Ven —exhala.

Ruedo a mi lado y vuelvo mi rostro hacia la capucha de la sudadera, inhalando el


olor débil de la vainilla. Estoy iluminada, llena de mariposas locas y felicidad primordial.
Este muchacho me hace sonreír brillantemente.

—Tomaré el auto de mi mamá. Iré por ti. —Él está solo bromeando a medias—.
Di que sí.

—¿Conducirás drogado?

—No estoy drogado. —Hay un momento de silencio antes de que él se ahogue


con su risa—. Estoy tan jodidamente drogado.

Me deleito en su tono, y su voz y sus palabras tontas, medio arrastrando las


palabras mientras me acuesto en la oscuridad fingiendo que está cerca.

—Tengo hambre, Leigh nena. Si estuvieras aquí, probablemente me comería tu


codo. Me gustaría comer tu…

—Thomas —le interrumpo—. Dime un secreto.

—Te amo.

El fin de semana siguiente estoy donde los Castor, agitando la mano delante de
la cara dormida de Becka, pero ella está realmente muerta para el mundo. El largo
flequillo rubio sobre sus ojos, y se quedó dormida con un chicle de canela en la boca. En
lugar de despertarla para que pueda escupirlo, me alejo de puntillas.

Cuando me arrastro a la habitación de Thomas, él está sentado en su escritorio


de la computadora fumando un cigarrillo, chasqueando la ceniza en una lata de refresco
vacía, hablando por teléfono. Habla en voz baja y da respuestas rápidas de una palabra.
No puedo oírlo todo, pero por la tensión en sus hombros y la preocupación en su rostro,
algo no está bien.
Me siento en la cama, pero termino metiéndome bajo las cobijas debido a que
pasa una hora antes de que cuelgue. Se rasca la frente y me explica antes de que tenga
la oportunidad de preguntarle.

—La mamá de Pete es una borracha. —Se aclara la garganta, frotándose los
ojos—. Él no sabe dónde está, y ella no pagó la factura de la calefacción.

Echo un vistazo por encima del hombro hacia la ventana abierta donde fuera el
suelo está cubierto de hielo. Las ramas de los árboles desnudas son arrastradas por el
viento y congeladas, y las estrellas se ocultan detrás de las nubes porque la nieve está
pronosticada.

Mi corazón se hunde por el chico frío.

—¿Va a venir? —pregunto.

—Se está quedando con Ben. Le pediré a mi padre dinero en la mañana, o se lo


daré a Pete de mi cuenta.

Además de la asignación semanal de Lucas, Thomas y Becka recibieron grandes


herencias cuando su Nana Castor murió hace unos años. Viejo dinero del petróleo o algo
así. Ellos técnicamente no pueden tocar los fondos hasta su cumpleaños dieciocho, pero
una excepción tiene que ser hecha cuando su amigo casi hermano está sin calefacción.

—¿Dónde está? —pregunto en voz baja, sin esperanza.

Thomas se levanta y levanta los brazos sobre su cabeza, levantando el dobladillo


de su camisa blanca por encima de la cintura de sus pantalones vaqueros. Cae en la cama
junto a mí y se inclina contra la cabecera. Le doy mi mano y él juega con mis dedos.

—Es viernes —responde—. Día de pago. Ella probablemente esté


desperdiciándolo en el bar.

—¿En donde trabaja? —pregunto, sorprendida. La idea de pasar sin una


necesidad básica es indignante para mí. Me siento apenada y enojada por Petey.

—Sí. Ella no va a estar en casa hasta que se ha ido.

Todo el mundo sabe que el padre de Pete se fue cuando él tenía seis años. No veo
mucho a su madre, Rachel, pero me he reunido con ella un par de veces. Es buena.
Atrevida con el pelo largo y rubio rizado; y grandes ojos marrones. Su hijo de ninguna
manera habla mal de ella, pero tiene sentido el por qué él está aquí a menudo.

Lucas y Tommy son proveedores naturales. Nunca dejarían ir a Petey sin cosas
fáciles, como calor y amor.
En bajos susurros, con nuestras piernas enredadas y nuestros cuerpos cerca,
mantengo a Thomas hablando. Nuestra conversación cambia de un amigo a otro: Ben.

Lealtad Italiana, sus padres acaban de llegar y son mayores que otros padres
para nuestra edad. Ben no solo es el más joven, sino que también es el único chico de
cuatro hijas. Él es tratado como un rey bajo su techo. Sus padres son completamente
ajenos a lo que Ben hace y no hace.

—Él se sale con la suya —le susurro, desapareciendo lentamente bajo el tono de
voz de Thomas.

—Todos lo hacemos —dice, ocultando su rostro en el hueco de mi cuello. Siento


sus labios en mi piel, sin besarme, solo allí.

—Odio a esa perra —Becka lanza un palo de apio medio mordido hacia Kelly
mientras pasa caminando.

Pongo los ojos en blanco, tirando un poco más hacia abajo de la cabeza mi gorrita
tejida. Mi nariz está de color rojo, los dedos congelados, y los dedos de los pies
suplicando clemencia dentro de mis botas maravilla. Es una tarde de marzo
anormalmente fría en Newport, pero el aire helado no me podía mantener lejos.

Petey está en el montículo del lanzador mientras que Thomas está en primera
base, y Ben se destaca en el jardín central, escupiendo semillas de girasol sobre la
hierba. Tommy abandonó hace veinte minutos y está mirando el partido desde el auto.
Pero hay algunos fanáticos aquí, como yo y Rebecka. Y Kelly, Katie, Mixie y Valarie.

Las Zorras.

Becka me entrega una vara de apio de su bolsita. Lo tomo, rompo la punta, y


considero lanzar el otro extremo en la parte posterior de la cabeza de Valarie. Ella no
diría nada si lo hiciera. Ella sabe muy bien.

—¿Quieres ir al auto con mamá? —pregunta mi mejor amiga.

Niego con la cabeza. Tenemos que estar aquí para los chicos, especialmente Pete.

Mirándolo ahora, arrogante y perfectamente planteado para lanzar la siguiente


bola, nunca me imaginaria que está viviendo una pesadilla.
Él logra sacar al bateador.

—Los muchachos están a la altura. —Becka señala con la cabeza hacia los nueve
jugadores corriendo. Mis ojos arden de parpadear menos por soñar despierta.

Thomas tiene un asiento en la silla de plástico azul situada en frente del


banquillo. Comiendo semillas de girasol de la palma de su mano, su capucha alzada y
los talones de sus zapatos cavan en el sucio polvo naranja de la arcilla. Él grita consejos
de bateo a su compañero de equipo balanceándose en el plato.

El no mira en mi dirección, y yo no digo su nombre.

No podemos.

Pero lo sabemos.

Sin embargo, un par de filas por debajo de nosotros, Valarie silba y dice en voz
alta el número de Thomas. Se inclina hacia Mixie, diciendo en voz lo suficientemente
alta para que todos oyeran:

—Él se ve bien en esos pantalones de béisbol, pero mejor sin ellos.

El asco que siento quema mis frías mejillas y saca ampollas en mi rápido corazón
palpitante. La idea de que ella lo toque me ennegrece de adentro hacia afuera, me
quema.

Becka se burla.

—Qué asco.

Inquieta, me muevo en mi asiento, pero no doy ningún otro signo de lo que


realmente siento cuando Valarie sigue y sigue acerca del chico que amo. Actúo
simpática para mi amiga, quien tiene que quedarse sentada en medio de una
conversación detallada de lo increíble que es su hermano besando, pero por dentro me
estoy muriendo. Quiero gritar un sangriento asesinato, no acariciar la mano de Becka y
decirle que no escuche.

—Puta. —Mi chica tira un tallo de apio en dirección a Val, golpeándola en la


espalda.

Cuando el vegetal verde cae entre las gradas sobre el piso de cemento, Thomas
finalmente se aproxima a la puerta entre las tribunas y el campo y hace señas a Valarie.
Radiante y con exceso de confianza, ella se levanta de un salto como si hubiera ganado
algún tipo de premio. Cuanto más se acerca a él, más ánimo pone en su paso, y más
quiero caer entre los bancos.
Froto con aire ausente la parte superior de la mano de Rebecka cuando le da la
vuelta y captura mis dedos, aquietando mis movimientos y mi corazón.

—Ben está arriba —dice, señalando a nuestro amigo de cabello oscuro.

Me digo que ignore lo que está pasando en frente de mí y preste atención al


bateador, pero es imposible; me siento atraída por Dusty.

Valarie casi tiene la nariz pegada a la valla de tela metálica con los brazos
cruzados a la defensiva sobre el pecho. Thomas escupe la última de sus semillas de
girasol y se limpia las manos en la parte delantera de sus pantalones. Habla bajo por lo
que solo Val le oye, pero puedo decir por la forma en que apunta con su dedo y la
postura rígida de sus hombros y la de ella que su conversación no es agradable.

Ella no dice otra palabra por el resto del juego.

—¿Becka?

—¿Sí?

—¿Amas a Smitty? —Echo un vistazo, pero lo único que veo es su pequeño


cuerpo cubierto en grandes mantas, acunado por almohadas gigantes.

—Sí —dice entrecortadamente—. Lo hago.

Nos enfrentamos la una a la otra, pateando la colcha y sacándola de nuestro


camino. Ella se escabulle más cerca hasta que nuestras rodillas desnudas se tocan y
puedo oler la pasta de dientes de menta en su aliento. Luz y sentimientos buenos salen
de ella en oleadas, y es imposible no ahogarse con ella.

En secreto, yo sé cómo ella se siente, estar enamorada.

Amor.

Maldito amor.

El amor se siente como un hormigueo y rayos de sol.

Es una opresión en mi pecho y latido extra en mi corazón. El amor es la


integridad sensible. Mejor que el mejor chocolate siempre.
El amor me da escalofriantes cosquillas y súper grandes, grandes, grandes
sonrisas. Me impide dormir. Hace que sea difícil respirar, parpadear, preocuparse.

El amor es indescriptible, torpe, tontamente egoísta, consume, cambia la vida,


hace que la piel se ponga de gallina, excitante como saber toda la letra de la canción,
abrumador tipo no puedo pensar bien sin él, te hace suspirar embelesada, ansiosa como
reírse a carcajadas sin ningún motivo.

Es divertido y siempre cercano.

Es motivo de reglas, patear piernas, creador de celos, te da sueños, maravilloso,


te sacia, te hace temblar y te sacude, obsesivo como el preguntarse siempre en dónde
estás, necesario, exigente, proveedor de alegría.

Nuestro amor es mantener secretos, andar a hurtadillas de noche, dar regalos,


amar la soda mezclada con helado, vainilla, problemas e inigualable como princesita y
dusty.

Su amor está entrelazado alrededor de mis huesos.

Su amor es por siempre, nunca me deja.

El amor de Thomas por mí es simple.

Es para nosotros y nadie más.

Quiero decirle a Becka todo acerca de esto. Quiero gritar: —¡Estoy enamorada,
también!

Pero en su lugar, pregunto:

—¿Qué se siente?

—Es difícil de explicar. —Rebecka sopla el flequillo de sus ojos. Ella es toda
energía nerviosa y rebote, y se desplaza más cerca hasta que estamos nariz contra nariz,
de corazón a corazón. Amor a amor.

—Inténtalo.

—De acuerdo. —Suspira con los labios hacia arriba—. Ya sabes cuando haces un
sándwich con mantequilla de maní y jalea y es tan bueno, ¿sonríes durante todo el
tiempo que dure? —pregunta.

Asiento.
—Y es demasiado bueno para comérselo muy rápido, entonces te lo comes
despacio y sin parar porque sabes que una vez que lo termines, si haces otro, este no
sabrá de la misma manera.

Asiento.

—Te lo comes todo, comiéndote la corteza primero, yendo a ninguna parte cerca
de la mitad.

—Sí —digo.

—Ahora lo único que te queda es el centro del sándwich, entonces esperas unos
momentos para comértelo porque va a ser la mejor parte. Esa parte gruesa con trozos
de maní y la jalea es pegajosa y se atasca en tus dedos.

Asiento.

—Por último, haces estallar el último bocado en tu boca y es mejor de lo que


imaginabas. Es el mejor bocado de todos los tiempos. Es un acuerdo nunca más.

Asiento.

Rebecka sonríe.

—Bueno, el amor se siente así.

Después de Becka y yo nos volviéramos a enterrar debajo de plumas y pesado


algodón, ella tiene su pie en mi espalda. Tengo mi codo en su cuello, y Thomas me
despierta de un profundo, sueño caliente.

—Ven conmigo —susurra, sacándome de la cama sin tener en cuenta a la chica


durmiendo a mi lado.

Es un cuarto para las cuatro y estoy medio despierta en la caminata escurridiza


a su habitación. Dusty no volvió a casa después del partido, y ahora que lo veo,
caminando descuidado, con olor a hierba, y pronunciando mal al hablar, no necesito
que me diga dónde estaba ni lo que hacía.

Cuando abre su puerta, digo con voz cansada:

—No puedo quedarme. Es tarde.

Replica casualmente,

—Trata de dejarme. Te reto.


Me quedo.

Estamos acostados en su cama y su teléfono suena. Él lo ignora la primera vez,


pero después de un rato Thomas no puede pretender que esto no está sucediendo.

—Déjame solo —responde finalmente antes de tirarlo al otro lado de la


habitación.

—¿Quién es? —pregunto.

—Valarie —responde, rápido e indiferente. Enreda su dedo alrededor de mi


cabello.

—¿Por qué? —Me siento.

Thomas me tira de vuelta.

—¿Por qué, qué, Leigh?

—¿Por qué está ella llamándote a las cuatro de la mañana? —Trato de no sonar
insegura y desconfiada, pero es difícil. Con Valarie, es difícil.

No me contesta.

Con esto, es difícil.

Thomas toca dentro de mi rodilla desnuda con los dedos, tratando de


distraerme.

—Cierra los ojos, duérmete nena.

—No.

Él me aprieta el muslo bruscamente, gruñendo en mi oído.

—No voy a hacer esto contigo, Leighlee.

—Tienes que hacerlo —le digo con voz suave—. Porque me lo debes. Porque me
amas.

Está fuera de la cama antes de que pueda decir otra palabra, y no sé dónde las
cosas salieron mal. ¿Por qué el cambio repentino? ¿Por qué está achispado? Él siempre
está achispado. Esto es otra cosa. Algo más. Algo peor.

—Suenas como una puta niña. —Él pone su capucha negra sobre su cabeza. Su
camisa aparece y puedo ver su espalda, y estoy como, ¿qué? ¿Qué? ¿QUÉ?
—No lo harías. —Tengo las manos sobre mi boca.

Thomas da palmadas en sus bolsillos, en busca de cigarrillos. Tropieza. Está


borracho. Es un montón de cosas.

—¿No haría qué? —Su llama enciende la habitación mientras se sienta en el


suelo contra la cómoda, esperando a que responda.

Me muevo al borde de la cama. Thomas da una calada a su cigarrillo, viéndose


mayor que sus quince, haciéndome sentir de exactamente trece.

—Volviste —le digo.

Sus ojos están inyectados de sangre y su camiseta esta estirada y arrancada en


el cuello. Trae sus rodillas hacia arriba y deja caer su cabeza hacia atrás, incapaz de
sostenerla por más tiempo. Averiguar la razón de mi miseria no puede ser fácil a través
de la nube de su propia bruma, perezosa y suave embriaguez.

Mientras tanto, mi corazón se está haciéndose pedazos.

Sacudo mis manos y las froto hacia arriba y hacia abajo por mis muslos. Me duele
la mandíbula. Quiero llorar.

Entonces.

Entonces.

Entonces él lo entiende.

Instantáneamente sus ojos están muy abiertos y conscientes, Thomas arroja el


cigarrillo por la ventana y se arrodilla delante de mí, destruido.

—No significa nada —jura con la voz quebrada. Una mano temblorosa intenta
tocar mi cara; la abofeteo lejos.

Pensé que el amor hace las cosas diferentes e incluía todas las comodidades
normales, como no dormir con otras personas.

Si él está enamorado de mí, ¿por qué la necesita?

Estoy aquí.

Enamorada.

¿Qué es ella?

¿La última mordida de mantequilla de maní y jalea? Soy estúpida.


El amor es robar la infancia.

Mi corazón de trece años está pasando a uno de cien.

Crecí.

—Bliss. Por favor. —De pie, inestable, inquieto, este chico está loco. Caliente, frío,
amoroso, sin amor, desvanecido. Thomas tiene sus manos en su cabello y está
caminando de un lado al otro, rápido y lento—. Vete a la mierda si no te gusta.

Está en mi camino, así que no puedo salir.

—Leigh, lo siento. Me vi envuelto. Tenía que. ¿Qué se supone que debo hacer?

Él pone su mano sobre mi boca, así que no puedo responder.

—Tú no eres mi chica. Yo no soy tu novio.

Lo empujo lejos. Él llega a mí.

—No quise decir eso. Sabes que no quise.

Lo sé.

Son las seis de la mañana y no puedo derramar otra lágrima. Thomas se sienta
en el borde de la cama, de espaldas a mí. Su cara está en sus manos y los codos están
sobre sus rodillas. La alarma en su teléfono se apaga, y se supone que debo ir a
deslizarme de nuevo en la cama con Rebecka antes de que ella se despierte, pero no me
puedo mover.

El amor está drenando.

—No la quiero aquí nunca más.

—Está bien —responde humilde. La valentía falsa con la que llegó a casa se ha
ido—. Es una regla.

—No es una maldita regla, Thomas; es un motivo de ruptura.

Dusty es fácil de perdonar o yo soy fácil de convencer. De cualquier manera, no


he visto a Valarie en la casa ni una vez desde que le dije cómo me sentía. Son amigos, y
oigo cosas acerca de ellos a veces, cosas que me hacen temblar, cosas que me hacen
poner los ojos en blanco, cosas que me vuelven un poco loca, pero él jura que es
inocente.

Hemos seguido. Pero es diferente. Soy un poco más fuerte y él es un poco más
disimulado.

El amor hace la vista gorda.

Y es impredecible.

En los escalones del porche de su mamá, mi mejor amiga, con su nueva pasión
por el delineador de ojos negro pesado y rojos, rojos labios, come cuidadosamente una
manzana de caramelo, cuidando de no arruinar el trabajo que había hecho en su diente
astillado la semana pasada. Me sentí sorprendida y entristecida de que lo haya
arreglado, pero estamos creciendo, y de repente ella se preocupa por cómo se ve.

—Tengo catorce —dice con una boca entumecida y perfecta sonrisa—. Los de
catorce años no tienen dientes astillados.

Le doy un mes antes de que lo rompa de nuevo. Porque al parecer, los de catorce
años todavía intentan trucos que desafían la gravedad en sus patinetas.

—Sostén esto. —Ella me pasa su manzana y salta en su patineta para unirse a


Smitty y Oliver en el camino de entrada.

Celebramos su cumpleaños. Sin pastel. Sin fiesta. Solo nosotros. Solo amigos.
Iluminado solo por la luz del porche, está fresco y vigorizante entre los árboles oscuros.
Laura y Jackie se mueven con pequeños movimientos en la mecedora del porche,
enviando un sonido crujiente al eco con el choque de las ruedas golpeando el
pavimento.

Es una buena noche de cumpleaños. Cuando Becka tropieza, y Hal le impide


caerse y romperse la cara como predigo que lo hará, dice:

—Sé mi novia.

Y porque él le ha preguntado cerca de medio millón de veces, cuando ella dice:

—Claro, lo que sea, Smitty —todos estamos gratamente sorprendidos.

Con Smitty viene Oliver. Siempre ha sido así. Son los mejores amigos,
inseparables y compatibles, ambos tranquilos y agradables. Yo nunca he prestado
atención a los chismes, y aunque Oliver está saliendo con esta chica Erin, nuestros
amigos piensan que él y yo haríamos una linda pareja.
—Ustedes deberían besarse —se burla Becka, señalando entre nosotros.

Él se levanta de nuevo con sus manos en señal de rendición, con la cara roja y
ligeramente riendo, mientras que nuestros amigos tratan de ligarnos.

Es el momento exacto en que Thomas y los chicos salen de la casa.

—Hola, Dusty, la niñita Bliss tiene novio —dice Petey en voz alta, enganchando
su brazo alrededor de la nuca de Oliver, sujetándolo en una llave de cabeza. Oliver
intenta forzar los dedos de Pete para que se alejen, pero se mantiene la calma mientras
las burlas persisten.

—¿Es eso cierto? —Mi chico mira hacia abajo desde el porche, justo a mis ojos—
. ¿Quién es el imbécil? —pregunta, bebiendo de una botella de agua.

—Niñita. Princesa infantil —añade, volviendo al interior antes de que pueda


reaccionar.

Una culpa inmerecida pesa como loca en mi corazón, matando el hecho divertido.
Le doy diez minutos antes de seguirlo a la casa, diciéndoles a mis amigos que necesito
un suéter.

—Sí, bueno, hay treinta grados aquí fuera y estás en un vestido —se burla Becka
cuando la puerta se cierra entre nosotros.

La luz en la cocina está encendida, pero la sala está oscura y vacía. Mi corazón
martilla contra mi pecho, furioso y corriendo, enviando nerviosismo a través de mis
extremidades. Tomo las escaleras lentamente a la parte superior; no puedo irrumpir en
la habitación de Thomas y exigir que me hable, pero no voy a pasar el resto de la noche
llena de ansiedad.

Pierdo los nervios cuando veo que la puerta del dormitorio de Dusty está
cerrada. Los disparos y explosiones seguidas de chicos sobreexcitados que pasan
demasiado tiempo jugando videojuegos retumba por el pasillo por detrás de la puerta
de roble cerrada. Una cosa es ir allí cuando todo el mundo en la casa está durmiendo,
pero otra es hacerlo cuando mi mejor amiga está justo fuera.

Con un suspiro y un poco menos entusiasmo, voy al baño a lavarme la manzana


de caramelo pegajosa de mis dedos.

Abro la puerta para encontrarlo ocupado.

Pies entreabiertos, cabeza baja, Thomas cierra sus pantalones mientras yo


pongo mis manos sobre mis ojos y rápidamente me retiro de su espacio personal.
—¡Perdón! —digo, con pánico y confundida.

Él captura mis caderas, me hala al baño, y cierra la puerta. Con travesura me


levanta sobre la encimera de granito fría y abre mis rodillas para encajar sus caderas
entre mis muslos. Tarros de crema hidratante y botellas de perfume se caen y ruedan
al suelo y las plantas de mis pies golpearon el gabinete inferior.

—Hola. —Dusty alza mi cabeza. Inhalo y muero un poco—. ¿Dónde está tu novio?

Ahogándose en la niebla, extraviado con la droga, los ojos de Thomas inmersos


mientras sus manos se deslizan por mis rodillas hasta la longitud de mis muslos. Sus
dedos se dirigen bajo el dobladillo de mi vestido y me toca a lo largo de mi ropa interior
de algodón blanco, encendiéndome. Cuando pierdo el aire, el tirante de mi vestido cae
de mi hombro. Mi chico la empuja hacia arriba antes de tocar con su cálida palma mi
cara ardiente.

—¿Por qué estás vestida así? —pregunta, frotando la parte posterior de sus
dedos por el lado de mi garganta—. No te gusta el chico, ¿verdad?

—¿Oliver? —pregunto, jadeante y temblorosa.

Thomas engancha su dedo debajo de mi escote florido y tira hasta que las
costuras se estiran y se rompen. Me dan escalofríos.

—¿Podrías amarlo como me amas, Bliss? —pregunta en voz baja, mirando a


todas partes, excepto mis ojos.

El amor es escéptico.

—Yo no lo quiero para nada.

Cuelgo mis brazos sobre sus hombros y acerco más, deslizando la parte trasera
de mis pantorrillas a lo largo de su espalda. Está caliente a través de su fina camisa,
sudada y teñido de hierba. Besa mi frente, y me pregunto si debería preguntarle porque
fuma.

—Aléjate de él —dice de manera uniforme, acallando mis pensamientos.

Con su ayuda, me deslizo a mis pies y arreglo mi vestido mientras que Thomas
me observa. Como cuchillos, su perspicaz mirada me corta desde mis tobillos a mis
labios.

Me giro ante su solicitud y rio mientras él dice:

—Eres hermosa, chica.


Me sonrojo y sé que está diciendo la verdad.

Cuando me dirijo abajo, dice en voz alta:

—Ponte un suéter antes de que le rompa la cara.

El amor es implacable.

—¿Por qué no me tocas? —pregunto, deslizando la yema de mi dedo entre sus


labios.

Después de medianoche, solos en su habitación, Thomas fuma un porro y estoy


en su regazo, dándole de comer caramelos entre caladas. Hay mucho sobre los chicos
estoy segura de eso, pero no soy estúpida. Apenas vestida con pantaloncillos cortos de
pijama y camiseta a juego, mis piernas están tendidas sobre las suyas y mi pecho está
lo suficientemente cerca para que probablemente pueda ver a través de mi camisa. Él
no mira.

Sonríe dulcemente, evitando mi mirada.

—Shh.

—Becka y Smitty se besan; los he visto. Y tu…

—Shh. —Sus ojos están afectados por el fuego. Las mejillas de Thomas se ven
rojas y su conducta tranquila se está fracturando lentamente—. Por favor.

Decepcionada, cierro mis ojos y lucho contra la frustración construyéndose y la


ira. Cuando los abro, mi chico está fumando, como si no estuviera furiosa en su regazo.
Él sopla humo blanco pesado por encima del hombro, y en un momento de sorpresa, se
pone de pie conmigo en su agarre.

El amor son risas fáciles y rápidos corazones latiendo.

Cierro mis brazos alrededor de su cuello y engancho mis tobillos alrededor de


su espalda baja a medida que cae en la cama, entre mis piernas. Aplana sus palmas en
el colchón, y me aferro a sus costados mientras besa mi frente y luego mi cuello.

—Lo que tenemos es bueno, Bliss —dice—. Sé que odias cuando digo esto, pero
eres joven.
—Soy…

Thomas se sienta en sus rodillas.

—Aquí es donde yo trato de ser un caballero y te diré que tenemos un montón


de tiempo para toda esa otra mierda más tarde.

Yo juguetonamente lo pateo y él captura mi pie, masajeando mis pies fríos.

—Vamos, Bliss. Dime que sea un caballero. —Sus ojos están medio suplicando,
medio presionando. Él parece joven. Se ve vacilante. Se ve de su edad.

Sonrío dulcemente y susurro suavemente:

—Sé un caballero.

Dusty me levanta el pie izquierdo y besa el interior de mi tobillo antes de caer a


la cama junto a mí. Enciende la televisión, pero podría también ser estática. Mi mente
corre, mi cuerpo se enciende, y no sé qué hacer conmigo misma. Quema en la boca de
mi estómago, hace cosquillas en mi piel sensible y duele en lugares preciosos. Enrojece
mis mejillas y vuelve mi respiración agitada. Es un deseo que se despierta cuando
pienso o ver o tocar a Thomas.

—¿Qué somos? —pregunto, limpiando la necesidad de mi garganta.

Sentándose, apaga la televisión y sostiene una almohada sobre su regazo.

—¿Qué?

—Estamos juntos, ¿no?

—¿Ahora mismo?

—Sabes lo que quiero decir —le digo.

Se mueve incómodamente, pasándose una mano por el pelo.

—Sí, supongo, Bliss.

—¿Qué significa eso?

Nuestra diferencia de edad es un blanco fácil y la mejor excusa, pero este secreto
es la soga del verdugo, y nuestros actos son de memoria. Somos estrellas cruzadas, pero
eso no significa que seamos menos reales. Mi relación con Thomas es una traición a mi
amistad con Becka. Le miento cada vez que salgo de su cama y entro en la de él. Le
miento cada vez que lo toco, suspiro por él, o le digo que lo amo.
Somos deshonestos con todos. Necesito que esto valga la pena.

—Quiere decir que te amo, pero, no sé, Leigh. —Thomas se levanta de la cama y
enciende un cigarrillo por la ventana—. ¿Realmente tengo que ser tu novio? Pensé que
esto estaba bien, Bliss.

—Lo está.

—Entonces, ¿qué? —Él sacude la ceniza por la ventana—. Ya somos


complicados.

—Lo sé —admito.

—Eres mi lugar seguro. —Thomas cierra la ventana y se cuela de nuevo en la


cama, tirándonos a ambos debajo de las sábanas—. Tienes mi corazón. No hay nada
más.

—No vas. —Lucas deja caer su tenedor en el plato—. Soy indulgente, pero no soy
tan jodidamente indulgente.

—Voy a volver a casa —presiona Thomas—. No es un gran problema.

Hay una fiesta donde Pete para el cumpleaños de Ben, pero Lucas no quiere a
Thomas allí sin un adulto cerca. El hijo del abogado no tomará un no por respuesta y ha
estado dando a sus padres un tiempo difícil toda la noche.

—Thomas, tu padre dijo que no —añade Tommy. Ella toma un trago de su copa
de vino, distante.

Rebecka y yo compartimos una mirada desde el otro lado de la mesa. Ella sonríe
tímidamente. La actitud de Thomas hacia su familia se ha deteriorado rápidamente en
las últimas cuatro semanas. Él está fumando todo el tiempo, y si no está fumando, está
bebiendo, o ambos. Su decimosexto cumpleaños es el próximo mes, y yo no sé qué tipo
de puerta va a abrir eso, pero puedo sentir que va a ser dramático.

Está en la forma en la que habla: “Cuando tengas dieciocho años, Bliss, nos vamos
de aquí”, y “Un día no vamos a vivir en esta mierda de ciudad con estas malditas
personas.”
Por lo menos yo estoy incluida. Estamos completamente enamorados y
completamente tomados, y encuentro seguridad en sus palabras.

Él nunca va a ir a ningún lado sin mí.

—Me voy. —Thomas bebe el resto de su soda y sale del comedor.

La mesa está en silencio, con la salida del residente alborotador. Tommy se sirve
otra copa de vino. Becka aleja su plato, y Lucas empuja su silla hacia atrás para seguir a
su hijo.

—¿Quién crees que te va a llevar? —Su voz es nada menos que exigente.

—Valarie —responde el problemático. Su voz se extiende desde el salón.

—No vas a dejar esta casa con esa chica. —El poder y la firmeza de su tono
detiene mi corazón.

Mantengo mi rostro sereno, tomando un bocado de mi ensalada.

—No me puedes decir de quien puedo ser amigo, papá —responde Dusty.

Mientras Tommy levanta su copa a sus labios, Lucas le grita:

—¿Me veo como un maldito estúpido para ti, Thomas? ¿Me veo como si hubiera
nacido ayer?

Hay una pausa y una risita sofocada.

—¿De verdad quieres que te responda eso?

—Si la dejas embarazada…

Mi estómago se retuerce.

La cabeza de Becka cae.

Tommy se ve sorprendida.

—¿Qué? —pregunta Thomas, bajando la voz.

Lucas baja la voz, como si se diera cuenta que su primogénito solo tiene quince
años.

—Valarie es el tipo de chica que haría cualquier cosa por una salida.

Después de unos segundos de nada, Thomas finalmente accede.


—Me quedaré en casa.

No me apresuro a la habitación por el pasillo después de que mi mejor amiga se


quedara dormida como normalmente lo haría. La última discusión con Dusty pesa
profundamente en todos nosotros esta noche. He oído historias y veo la televisión, sé
que las adolescentes se embarazan, y que a veces es a propósito. He aprendido mucho
acerca de las realidades de la naturaleza humana al hacerme amiga de Rebecka y
cercana al resto de su familia. No estoy tan protegida del mundo como mis padres creen
que lo estoy.

Pero la idea de Valarie quedándose embarazada me hace sentir enferma.

A pesar de las cosas que oigo, esquivar la verdad es fácil cuando es evitable. Pero
en pocas semanas, Rebecka y yo estaremos en la escuela secundaria. Una cosa es fingir
delante de nuestra familia, pero va a ser un nuevo peligro hacerlo allí, especialmente
con pensamientos como este rondando por mi cabeza.

Veinte minutos después de la medianoche, dejo la cama caliente de Becka y bajo


de puntillas por el pasillo fresco y silencioso. No hay una luz encendida en toda la casa.
Lucas y Tommy fueron a la cama antes que nosotros. Están en su habitación, pero el
pálido resplandor de costumbre de su TV está ausente bajo su puerta. Y de la de
Thomas.

Él no está aquí.

Cierro la puerta con cuidado detrás de mí y me enfrento a su habitación vacía.


Cerrando la ventana abierta, respiro aire caliente en mis manos mientras me dirijo
hacia su cama. Nada está fuera de lugar o desaparecido. Las mantas en su lado de la
cama están torcidas, y la forma de su cabeza todavía está impresa en la almohada. Sus
padres no saben que se ha ido. Él debe haberse ido después de que entraron en su
habitación.

En casa, en lo que es suyo, me meto bajo sus sábanas y entierro mi cara en su


aroma, ahuyentando los pensamientos sobre Valarie.

Y me despierto con Thomas entre mis piernas.

—Estás aquí —susurra contra mi piel, besando mi cuello. Su voz es pesada,


chorreando desesperación.
Yo, naturalmente, paso mis brazos alrededor de él, sonriendo mientras mueve
sus manos sobre mí acariciando mis brazos, agarrando mis costados, apretando mis
muslos. Su nariz roza a lo largo de mi clavícula, y sus labios rozan a través de mi pecho.

—Te sientes tan bien, Bliss —susurra incoherentemente, rozando sus dientes en
la parte superior de mi hombro.

—Thomas, ¿qué estás haciendo? —pregunto soñolienta.

Dejándome vacía y casi fuera de mi mente, se levanta de la cama y se quita los


zapatos y los manda al otro lado de la habitación antes de abrir el cierre de su suéter.
Sus ojos viajan a mi cara, mis piernas, mi estómago, mis pies, mientras que su suéter
cae sobre la alfombra.

Sus ojos están inquietos de manera distinta.

Agarrando la botella de agua medio llena de su mesita de noche, la tapa y la deja


caer al suelo. Bebe el agua de un trago antes de lanzar el plástico vacío a través del
cuarto. Antes de subirse a la cama, se quita la camisa.

—Te amo —susurra.

Sus palmas están en mi estómago, empujando mi camisa hasta que sus manos
sienten por encima de mi sujetador. Sus palabras queman. Su toque excita. Mis mejillas
brillan. Mis dedos se mueven temblorosos. Mis dedos de los pies se enroscan en las
sábanas. Mis rodillas oscilan y se tambalean, y mi voz está pegada, atrapada en mi
garganta.

El dolor punzante está de vuelta, matándome suavemente.

—Dime que me amas, Leigh —dice él, besando hacia abajo por mi brazo.

Mi voz es pequeña y está hecha de nuestro secreto.

—Te amo.

El pecho de Thomas está anormalmente cálido, y mientras deslizo mi mano


desde allí, por su lado, y froto mi mano sobre su espalda baja, él quema. Sus ojos se
cierran bajo unas cejas arrugadas, y sus labios están rojos e hinchados. Susurra palabras
que no puedo distinguir, palabras sobre el amor y la belleza y el propósito, que me
ponen la piel de gallina y me dan escalofríos. Cerrando mis ojos y me concentro
únicamente en la forma en que sus músculos se estiran, flexionan y contraen bajo mi
tacto.

El amor es fuerte.
Thomas agarra la ropa de cama de al lado de mi cabeza. Él gime en mi cuello,
mordisqueando con cuidado sobre la piel sensible.

—Estoy jodido, princesa. Me tienes tan jodido.

—Tu corazón está latiendo rápido —le digo, porque lo está. Puedo sentir su
corazón latiendo en mis dedos, rápido, suave, demasiado rápido.

Besa el interior de mi rodilla y en la cima de mi pie. Frota su mejilla a lo largo de


la longitud interior de mi pierna, y cuando él se acerca a mi centro, los dos nos movemos
y respiramos más fuerte.

Desvaneciéndonos en la nada, sin peso y expuestos, me hundo en algodón gris y


muero por su toque.

—Nunca, nunca, nunca —susurra—. Mi chica, mi niña princesa —dice, pasando


despacio sus dedos por mis huesos de las costillas—. Nena, nena, nena.

Mis piernas están bien abiertas. Él está sobre mí. Suspendido en el aire.

—Thomas —le susurro, vencida y delirante.

En un rápido movimiento, todo el cuerpo de Thomas cambia. Sus labios están en


los míos, cálidos, llenos y duros. Y su centro está empujado contra mi centro, caliente,
pleno, ancho.

Grito contra sus labios. Mi espalda se arquea. Mis dedos se clavan en el colchón.
El dolor se intensifica, envolviendo todo el cuerpo en su hormigueo y arde.

El amor es interminable.

Con solo la ropa entre nosotros, Thomas empuja contra mí por segunda vez.

Mis manos sujetando sus costados.

Grito.

Cuando su lengua toca mi labio inferior, estoy fuera, todas las otras sensaciones
completamente dormidas excepto por el sabor y la sensación de su lengua en mi boca,
totalmente dulce y unido de forma permanente.

Mis rodillas caen dolorosamente abiertas para adaptarme a él, para conseguir
tenerlo más cerca.

Thomas me besa otra vez. Y otra vez. Y una vez más.


Me besa como Lucas besa a Tommy.

Me besa toda la noche.

Me besa hasta que la alarma se apaga.

Entonces él me besa con un hola antes de salir de su habitación.

Porque el amor nunca dice adiós.


Traducido por Kari_Val

Corregido por Brisamar58

abía que me iban a dar a este pedazo de mierda; ha estado al lado de la


casa durante los últimos siete años.

—Esto es fabuloso —digo, actuando sorprendido de todos modos.

Estoy agradecido, no soy un completo idiota.

Un par de meses atrás me di cuenta que mi padre le había puesto neumáticos


nuevos a esta bestia. Le pregunté qué pasaba. Él sonrió y dijo que no sabía de lo que
hablaba. Para ser un abogado, es un mentiroso horrible.

Pintarlo no hubiera matado a nadie.

Mamá se queda atrás, con una sonrisa forzada. Ella odia este auto. Encarna los
días antes de que mi padre fuera un éxito, cuando nuestra familia no era una puta foto
perfecta, torturados con préstamos abrumadores de la escuela, niños no planeados,
avisos vencidos, suegras perras, y altas horas de noche en la oficina.

Mis padres tienen un buen juego ahora, pero no siempre fue ideal. Mamá era una
joven camarera de dieciocho quien recibía educación superior tomando una clase de
inglés o dos en la universidad comunitaria mientras decidía lo que realmente quería
hacer con su vida. Mi padre se mudó a Oregon desde Texas a trabajar en su título de
abogado. Se conocieron, una cita, se mudaron juntos, y se quedó embarazada de mí en
un poco más de un año.

La mesera y el estudiante de leyes se casaron dos semanas antes de que yo


naciera.

Un embarazo inesperado es una mierda, pero superable. Un segundo es una


cagada e inmanejable. Ellos no van a admitirlo, pero las cosas fueron de mal en peor
cuando nació Rebecka. Vivíamos en un apartamento de un dormitorio en Portland con
menos que nada a lo que llamar nuestro. Mamá no podía trabajar, así que papá tenía
que hacerlo. Mantener un techo sobre nuestras cabezas y pañales en el culo era mucha
presión para un par de veinteañeros, y en algún momento, mi madre se convirtió en una
resentida y mi papá era un amargado. Él se negó a renunciar a su futuro, y ella ya no
tenía uno que no incluyera biberones y entrenamiento para aprender a usar el baño.

Todo lo que queda de esa imperfección es este pedazo de mierda Audi.

Y el daño emocional eterno.

—Espero que no estuvieras esperando otra cosa. Este es tu primer auto, Dusty.
Se supone que sea jodido. —Papá sonríe, entregándome las llaves. Las arrebato de su
mano y abro la puerta chirriante.

En el borde de la calzada, Leigh está con sus manos detrás de su espalda. Le guiño
para que sepa que la veo y me meto en el auto.

Becka da golpecitos en la ventana del lado del pasajero.

—Déjame entrar.

Me estiro y desbloqueo la puerta antes de ajustar el retrovisor.

—Esto es bueno, papá.

—¿Vas a llevarnos a Bliss y a mí a la escuela? —pregunta mi hermana, mirando


la parte de atrás a los asientos de piel dañados por el sol.

No sé si está pensando lo que estoy pensando, pero nosotros solíamos sentarnos


en la parte trasera de este auto, mientras nuestros padres peleaban, antes de que se
rompiera el cuero. Me pregunto si recuerda lo duro que la puerta se cerró cuando mamá
salió a un costado de la carretera después de que acusó a nuestro padre de tener una
aventura.

¿Ella recuerda los neumáticos chirriando cuando mamá salió del camino de
entrada más tarde esa noche después de que se enterara de que sus temores eran
ciertos? ¿O cuán frío estaba el auto cuando nos despertó a las tres de la mañana para ir
de casa a algún hotel cuando nuestro padre prometió que no volvería a suceder?

Yo sí.

Lo recuerdo todo.

Mi mamá les dice a todos que me dicen Dusty porque escuché a mi papá
maldiciendo y repetí lo que dijo, no es cierto. Yo la escuché. Tenía cuatro años, sentado
en el sofá viendo dibujos animados los sábados por la mañana. Mamá sostenía a
Rebecka en la cadera, y papá acababa de llegar a casa de la escuela.
Su discusión exacta es difusa, pero recuerdo la cara lívida de mi mamá. Su cabello
estaba desordenado y ella tenía su mano en la parte baja de la espalda como si le doliera.
Mi padre se sentó a la mesa de la cocina con la cara entre las manos.

Él dijo:

—Estoy tratando, Tommy.

Y ella dijo:

—Eres un maldito idiota.

¿Se supone que los niños recuerden mierdas así?

—Las llevaré chicas —digo, moviendo la palanca de cambios. Miro por el


parabrisas hacia Leigh y mi madre, cuya mueca ha sido reemplazada con una sonrisa
tan grande que lucha con el sol por el brillo.

Mi chica tiene ese efecto en nosotros.

Ella es la amiga que mi hermana necesita, la hija que mi mamá quiere, una niña
por la que mi padre no se siente culpable, y la razón de que mi corazón lata. Leighlee
Bliss es la obra maestra. Ella es nuestra gracia salvadora. Es mi pulso y mi nerviosismo
y mi… todo.

—No vas a llevar a nadie a ningún lugar hasta que obtengas una licencia —dice
papá en voz baja—. Lo último que necesito es que te atrapen y terminemos delante del
Juez McCloy.

—Papá. —Los ojos de Becka abiertos ampliamente—. Ella va a escucharte.

Papá pasa sobre mí e inicia el auto.

—No, no lo hará —dice, comprobando el kilometraje—. Tomo nota del


kilometraje, Thomas.

—Lo que sea —murmuro.

—Mira, chico. Solo porque tienes dieciséis años no quiere decir que no voy a
golpearte duramente.
—No quiero que te vayas —susurra Leigh, dividiendo su pedazo de torta. El
glaseado rojo mancha sus labios y sus dientes de color rosa claro.

—Lo sé.

—Entonces no lo hagas —dice ella.

Sonrío y tiró de su lóbulo fácilmente.

—Regresaré.

La rubia rojiza pone su plato en la mesa de noche y vuelve a caer sobre las
almohadas con los brazos cruzados sobre el pecho. Ella está poniendo mala cara porque
la dejaré sola esta noche. La mamá de Petey está trabajando hasta tarde. Él me hará una
fiesta. No puedo perdérmelo.

Es mi cumpleaños.

—Voy a volver a la cama con tu hermana —dice mientras me acerco a mi


armario.

Cierro los ojos, aferrándome a la paciencia. Pasé por esta misma cosa con mis
padres hace dos horas. Hice lo del cumpleaños con ellos. Me comí el pastel y sonreí por
el auto. Hice todo bien, y en el momento en que les pregunté si podía ir donde Pete, me
derribaron.

—Haz la fiesta aquí —dijeron ellos.

No tienen problema con la bebida y el tabaco, siempre y cuando sea con ellos.
Pero no necesito a mi mamá y papá cerca como si fueran mis amigos. Quiero salir con
mis chicos y volver con mi chica.

Me están obligando a ir a escondidas.

Me pongo una camisa de franela negra y roja de la percha y la deslizo sobre mi


camiseta blanca, abotonándola y sin decir una palabra hasta que me estoy poniendo un
sombrero plano de pico negro en la cabeza.

—No lo hagas.

—¿Por qué no quieres quedarte aquí? —pregunta, tan infantil que mi conciencia
culpable punza.

Busco alrededor de mi habitación por las llaves del auto.

—¿Para hacer qué, Leigh?


Ella se encoge de hombros.

—Te echaré de menos —le digo, girando las llaves situadas alrededor de mi
dedo.

No se suponía que me enamoraría de Bliss. Mi idea del amor es distorsionada. El


único ejemplo que tengo es la relación de mis padres, y ellos pasaron los primeros diez
años de mi vida engañándose, gritando y llorando. Utilizaron a mi hermana y a mí como
armas en sus batallas, y su supuesto amor como arma para superar al otro.

Ahora es diferente. Resentida y Amargado son apasionados y considerados el


uno con el otro. Son ellos contra el mundo entero, y quiero eso con Bliss algún día,
supongo. Pero no puedo olvidar lo que sé. Ha sido difícil para mí olvidar cómo eran al
principio. Leighlee está protegida de sentirse así, pero yo no.

Pero nos tenemos cariño en formas que no puedo comprender. Mientras todos
los demás esperan de mí una cagada o esperan que les ayude, ella me ama. Y yo soy lo
suficientemente imprudente para dejarla.

Ella es mi lado más suave, y yo soy su monstruo de mierda.

—Bliss, vamos. —Cubro sus piernas con las mantas, arropándola para que así se
quede, pero las patea completamente fuera de la cama.

—Estás actuando como una niña —le digo, frotando las palmas de mis manos
sobre mi cara para evitar molestarme.

Demasiado tarde.

—Pero eso no debería sorprenderme, ¿verdad, princesa?

Leigh se sienta, colgando sus piernas sobre el lado de la cama.

—No seas malo conmigo.

—No lo soy. Eres una bebé. Dime que estoy equivocado. —Enciendo un cigarrillo
y me apoyo en mi escritorio de la computadora.

Ella tiene las cobijas en un puño, y sus mejillas están empezando a arder. Estoy
haciendo que le duela. Ella odia cuando la molesto por su edad. Es por eso que lo hago.

—Dilo, Bliss. ¿Qué tienes en mente, niña?

—Cállate, Thomas —susurra.


—¿Por qué? ¿Quieres que me quede en casa y coloree contigo, dulce niña? Tal
vez podemos trenzarnos el cabello el uno al otro y decirnos nuestros putos secretos. —
Tiro la colilla por la ventana—. Eso es para lo que está mi hermana, Leigh. Yo no.

El amor es malo.

No estoy fuera de la entrada antes de que suene mi teléfono.

—Estoy en camino, Pete —respondo.

—¿Tus padres te dejaron salir de la casa? —Oigo voces y risas detrás de ritmo y
flujo.

Al final del camino de entrada, enciendo los faros y me desvío por la carretera
principal.

—Esperé hasta que se fueron a la cama.

Él ríe.

—Lo que sea, hermano. Ven aquí. Las putas están en camino.

—Nos vemos en poco.

Con mi muñeca izquierda sobre el volante, tengo mi teléfono celular en la mano


derecha después de colgar. Este cumpleaños ha sido tranquilo en comparación con el
último par. Para el desayuno, las chicas me hicieron panqueques que sabían como a
cartón. Vi a mi hermana patinar por un rato con Leighlee a mi lado. Mis padres me
dieron el auto con el depósito lleno de gasolina. Besé a L cuando no había nadie
alrededor, y apagué dieciséis velas después de pedir un deseo.

Mirando el camino, marco el número de Leighlee, pero ella no responde.

—No puedes estar enojada conmigo en mi cumpleaños. Es una regla —le digo a
su correo de voz.

Estaciono detrás del auto de Valarie en la calzada manchada de aceite de Pete.

Mi mejor amigo vive en el lado equivocado de la ciudad, y al igual que todas las
otras casas en su bloque, su casa está deteriorada. La cerca alrededor del patio está rota
y la hierba está muerta. El interior no es mejor. Huele como a laca de cabello y spray
para cucarachas. El mobiliario es usado y no hace juego. Las paredes tienen agujeros y
la alfombra está sucia.

Justo antes de que entre en la casa, mi teléfono suena con un mensaje Bliss: Es
más de la una. Ya no es tu cumpleaños.

Petey abre la puerta principal y se mueve a un lado para que pueda caminar.

—¿Cuánto tiempo has estado aquí?

Detrás de él hay una casa llena de gente, que, con la excepción de Ben y Pete, no
se preocupan por mí. Ellos están aquí para emborracharse, drogarse, follar. Ellos no
están aquí para celebrar mi nacimiento. Hice eso antes, cuando y donde importaba,
dónde está mi corazón.

Deslizo mi teléfono en mi bolsillo trasero.

—Casper está en la cocina —me dice Pete al oído antes de abrazarme, me


deseándome un feliz cumpleaños.

—Son más de la una, Petey. Ya no es mi cumpleaños —le digo, tomando su


botella de Jack y bebiendo un trago.

Duele.

El amor jodidamente duele.

—Lo que sea. Te traigo algo, vamos. —Sigo a Petey a través de su pequeña sala,
diciendo hola a quien sea.

Ben está fumando un tazón, sentado en la mesa de la cocina rota de la mamá de


Petey. Se pone de pie con una bocanada de humo, me abraza, y ahoga.

—Feliz cumpleaños.

Después de un tiempo, Leigh todavía está en mi mente y el teléfono quema un


agujero en mi bolsillo. La conmoción alrededor no hace nada para hacer que eso
desaparezca, así que tomo el gran porro de Ben y las bebidas de Petey.

Él me da un codazo, señalando a Val, Kelly, Mixie, y Katie.

—Están jodidas —dice, mirando desde las Putas a Casper.

De rodillas, con su pelo empujado por encima del hombro, Val tiene un billete de
dólar enrollado en la mano. Ella se inclina sobre la mesa, colocándose el billete en su
nariz, y cierra los ojos antes de que rápidamente inhale tres líneas blancas como si
fueran nada, como lo hace todo el tiempo.

—¡Oh, mierda! —Ella se ríe, cayendo de nuevo en sus pantorrillas con los ojos
todavía cerrados. Deja caer el billete sobre la mesa y se frota la nariz—. Maldición —
dice perezosamente, finalmente abriéndolos.

—Esa no fue la primera vez, maldita mentirosa. —Ríe Casper.

—Sí, lo fue —insiste Val, dándole una palmada en el pecho.

Es una mentirosa.

—¿Es eso coca? —pregunta Petey tranquilamente.

—Sí. Supongo que Casper está vendiendo esa mierda ahora. Les dio a las Putas
una probada gratuita. —Petey me entrega la botella. Tomo otro trago.

Mi bolsillo aún arde.

La siempre seguidora, Kelly es la próxima. Estornuda y desdibuja sus líneas, y


Casper la molesta por eso y sus amigas se ríen de ella. Con los ojos llorosos manos
temblorosas, ella lo intenta de nuevo, pero no va mejor que en el primer intento.
Inquieta bajo las duras miradas, lo hace por tercera vez.

Entre Petey y Val, Kelly debe estar lleno de pesar.

—¡El chico del cumpleaños! —grita Valarie. Ella se apresura, con los ojos
abiertos y frotándose su nariz en carne viva.

Le doy un abrazo con un solo brazo y un paso atrás.

—¿Eres una puta de coca ahora? —Petey ríe, echando la cabeza hacia atrás. Está
arruinado, que es donde necesito estar.

Ella pone los ojos, trenzando los extremos de su pelo.

—Casi.

Ben sopla el humo en la cara de Val; ella le da un puñetazo en el brazo. A su otro


lado, Casper se ríe.

V nos presentó a mí y a los chicos a Cas al comienzo del año escolar. Hasta ahora,
ha sido estrictamente marihuana, de poca categoría, bolsas de diez centavos y esas
cosas. Él vende unas pastillas, y nos conectó a mí y a los chicos con E hace unos meses,
pero esto es nuevo.
Es un hijo de puta flaco, pero les gusta a las chicas. Especialmente a Mixie.
Probablemente porque él tiene las drogas. Va a ser un junior este año, así que no tengo
que preocuparme de dónde voy a comprar por un rato. Dice que va a ir a la universidad
después de la secundaria, pero no lo hará. Los tipos como él están condenados en una
ciudad como esta. Su papá conduce un camión, y su madre trabaja en el banco. No va a
ir a ninguna parte.

—Feliz cumpleaños. —Deja caer una bolsa en la palma de mi mano—. Invita


Petey —dice, cubriendo con su brazo los hombros de Mixie. Ella está besando su cuello,
agarrando su camisa.

—Increíble. —Abro la bolsita e inhalo.

—Enrolla un cigarrillo, vamos a celebrar. —Él saca una silla donde las chicas
estaban haciendo sus porquerías—. A menos que…

—Estoy bien con la verde, Cas.

Estoy cortando un cigarro cuando Valarie se cuela detrás de mí y me cubre los


ojos con sus manos frías como el hielo.

—¿Adivina quién? —susurra en mi oído.

Sonrío, bajando el cigarro y la cuchilla.

—Deja de jugar un poco.

—Solo si me prometes que compartirás.

Me encojo de hombros.

—Lo que sea.

Valarie se sienta en mi regazo e inclina la cabeza hacia atrás en mi hombro.


Caliente y pegajosa, esta chica huele a cigarrillos y se siente como energía cruda. En
lentos círculos, se frota contra mí y respira profundamente.

Es jodidamente asqueroso.

—Tócame, Dusty —dice, totalmente desvanecida.

Petey resopla, y Ben esconde el rostro entre las manos y se ríe, tan drogado que
sus ojos apenas están abiertos. Kelly y Katie comparten el mismo aspecto que Valarie,
intoxicadas. Mixie se sienta a horcajadas en el regazo de Casper, literalmente follándolo
en seco delante de todos nosotros mientras él me guiña un ojo por encima del hombro
de ella.
La empujo fuerte de mi regazo y enrollo mi regalo.

Tres horas más tarde, la habitación gira. Sin inmutarme, moviéndome con el
golpe de la música, la espalda de Valarie en mi regazo y sosteniéndome de sus caderas
para mantener la habitación quieta. El mareo rápido por demasiado alcohol y el subidón
de suficiente droga combaten dentro de mí, y pienso en Bliss para mantener la calma.

—Me tengo que ir —murmuro.

Solo en ropa interior de encaje negro y un sujetador verde neón, Valarie se


desliza por mis piernas.

—No te he dado tu presente todavía.

—No quiero nada de ti, V —le digo.

Me siento atrapado y no veo ni escucho a ninguno de mis chicos por aquí. Retiro
a Valarie y saco el celular de mi bolsillo trasero. Necesito un segundo para que mis ojos
enfoquen.

Nada de Bliss.

—Me tengo que ir —le digo de nuevo, poniéndome de pie, pero Valarie me tira
hacia abajo.

Ella es desordenada, persistente, e igual que mí. Cuando su boca choca con la
mía, este beso seco sabe mal, pero toco a Val para escapar del pesar.

Leigh no estará en mi cama cuando llegue.

Lo arruiné.

Beso a Valarie hasta que ella se aleja y grita, clavándome las uñas en los hombros.
Ella está de espaldas, y estoy entre sus piernas… Estamos en una sala llena de gente.

Ella no es Leighlee.

Pero si mi chica me quería en casa, ella debería haber contestado.

Al diablo con ella. Al diablo Bliss y a sus envolturas de dulces, a sus dedos de los
pies fríos y a sus ronquidos suaves y a sus toques soñolientos cálidos. Al diablo ella
llamando a la puerta de mi dormitorio y durmiendo en mi cama cuando no debería, y
por hacerlo noche tras noche. Al diablo por ser hermosa y suave y sincera, y por
preocuparse por mí. Al diablo por hacerme sentir culpable por ser lo que soy.

No puedo evitar estar atrofiado emocionalmente.

Es por eso que soy bueno con Valarie. Ella es fácil. Sin dolor. No hay expectativas
o momentos dulces. La follo y he terminado. No hay ideas de último momento
persistentes o sentimientos retorcidos de responsabilidad y devoción.

El amor es corrupción.

El amor es falso.

El amor es un trabajo duro. Es sofocante y utilizado. Es joder la cabeza y arruinar


el alma. Es aprensivo y apuñala por la espalda, apasionado y escalofriante. Es entregar
sonrisas, pero rompiendo el cuello. No vale la pena, pero vale la pena. Es todo lo que
pensé que era, y todo lo que yo sé que no lo es.

Se supone que el amor entiende, pero el amor está en mi casa, ignorando mi


inquietud.

Se supone que el amor no debe tener esfuerzo.

Se supone que el amor es leal.

Pero mi amor es traidor del amor.

No recuerdo de dejar el sofá, pero estoy en la habitación de Petey ahora, y está


más caliente y más oscuro que el resto de la casa.

Toco mi pecho sobre mi corazón latiendo fuera de control y levanto la cabeza.


Mis piernas están colgando a un lado de la cama, y Valarie se halla entre mis rodillas,
bajándome la cremallera. Quiero decirle que se detenga, pero mi voz no funciona.

Toco mis bolsillos, buscando mi teléfono.

Nada de Bliss.

Alejo a Valarie de mí.


Ella se ríe, y no está sola.

—Feliz cumpleaños, chico —susurra Valarie seductoramente, crudamente,


antes de besar a Mixie.

La habitación empieza a retorcerse.

Valarie me mira de reojo mientras sus labios se mueven con su amiga. Mixie besa
su cuello. Ella toca sus pechos mientras Val desabrocha mis jeans y les empuja hacia
abajo lo suficiente. Ella llega a mi bóxer, envuelve su mano fría alrededor de mi pene, y
lo saca.

—Val, para.

Pero su boca está sobre mí. Caigo de espaldas y aprieto mis dientes, cerrando los
ojos y agarrando las mantas.

Ella me lleva profundo, más profundo, más profundo.

Se me revuelve el estómago.

—Detente. Detente. Valarie, para. —Ella lo hace, pero entiende todo mal.

La chica que tenía su boca en mí se ríe.

—¿Demasiado?

Ella sube hasta la cama y sujeta mis muñecas contra el colchón. Abro los ojos a
tiempo para ver a Mixie poniendo sus labios donde estuvieron primero los de su amiga.
Dejo caer mi cabeza hacia atrás y respiro por la nariz, pensando en mi todo.

El amor está en la pequeña chica con su paleta amarilla.

El amor es mirar los fuegos artificiales en sus ojos.

El amor es una rubia rojiza, mentirosa, niña bromista, princesa chica, tortura.

Salgo de la cama y afuera, vacío mi estómago en la calle.

Mi mente está vacía y no tengo ni idea de cómo llegué a casa, en la ducha de mi


hermana en el pasillo al otro lado de su habitación. El agua fría recorre la piel manchada,
reuniéndose a mis pies antes de filtrarse lentamente por el desagüe obstruido por
cabello. Champú de savia y limón es mi única opción, y el cosquilleo cítrico es bien
recibido por mis sentidos.

Descartada, la ropa sucia se amontona en el suelo. Doy un paso por encima de


ella, limpiando el espejo nublado con mi mano. Como gotas de condensación, ojos azules
son implacables, y pienso para mí mismo, Yo no soy esa persona.

Pero soy exactamente esa persona.

Soy una decepción.

Paso la puerta de la habitación de mi hermana con un peso en el corazón y me


dirijo hacia mi habitación. La decepción es gruesa, y mientras camino en mi espacio
oscuro, toma todo mi control para no deshacer nuestro secreto, ir a mi chica y gritar:
¡No tienes permiso de abandonarme!

Pero entonces oigo su ronquido, y cuando enciendo mi lámpara de escritorio, la


veo dormir.

—Despierta —le susurro, de rodillas junto a la cama.

Me deslizo cerca de ella y beso su cuello. Le beso los labios. Le beso el cabello. Le
beso los dedos. Le beso la muñeca y la parte interior de su codo.

—Bliss, despierta. —Alejo las mantas y paso por encima de ella. Ella está
soñolienta, cálida y huele como debería: a mí.

Deslizando su pantalón negro de algodón por sus piernas, lo tiro a un costado de


la cama y beso el interior de su rodilla.

Ella sonríe.

Ruedo sobre mi espalda y la llevo conmigo. Apoyando su mejilla en mi pecho,


ella me pregunta si la pasé bien.

El amor está luchando una batalla perdida.

Leigh besa el lugar donde mi garganta se reúne con mi hueso de la mandíbula


cuando no contesto. Se sienta a horcajadas en mi vientre bajo, pero no hace círculos con
sus caderas. Ella no es así. Nunca será la chica de rodillas delante de líneas blancas.
Nunca va a tener los ojos dilatados y sequedad en la boca por las drogas.

Ella siempre va a ser esto.

El amor es tranquilizador.
—Te eché de menos. Llamé. —Mis ojos arden. Me siento como que estuviera
llorando. Este alivio es abrumador.

—Estaba durmiendo —susurra en la oscuridad—. Lamento haberte


preocupado.

Estamos callados, y está bien. Puedo estar aquí, haciendo esto, con ella, para
siempre.

—¿Thomas? —La palma de Leigh está en mi pecho—. Solo tenemos un poco de


tiempo.

Abro los ojos y ella está sacando su camiseta de pijama blanca por su cabeza. La
coloca con cuidado en la cama a mi lado y se cubre el rostro antes de suspirar y
mostrarse por completo. Froto círculos suaves y lentos en su estómago con mis
pulgares, estudiando su pecho, su cara y la forma en que respira. Toco su sujetador de
encaje de color rosa, y Bliss sonríe.

Pelo largo, rubio rojizo cae sobre su hombro, enmarcando la belleza en su mayor
parte sin tocar.

El amor es valiente.

—Pensé que podríamos tratar —dice en voz baja.

Sentándome, manteniéndola en mi regazo, le beso la parte superior de su


hombro y la abrazo fuertemente. Ella coloca sus brazos alrededor de mi cuello, pero no
empuja su pecho contra el mío ni abraza con firmeza. Nena es de voz suave y perfecta,
y me gusta la forma en que su piel se siente rozando, yaciendo y apretándose contra la
mía. Froto mi mejilla a lo largo de su brazo y deslizo mis labios por su cuello hasta que
se ciernen sobre los de ella.

El amor es perfecto.

—¿Podemos seguir así? —pregunto, besando la comisura de su boca.

—Yo pensé…

—Lo haremos —prometo sin prometer, besando sus labios para evitar que
insista—. No esta noche. Necesito más esto.

Leigh le hace cosquillas a mi nuca con sus cálidos dedos, recordándome:

—Sé un caballero, Thomas.


Mi chica juega con mi cabello y susurra contra mi piel. Ella se ríe mientras nos
besamos y suspira cuando respiro en su cabello. Me toca hasta que estoy adormecido y
me frota para que descanse. Bliss me lleva a la alegría y me promete el para siempre.

Y yo le creo.

Porque el amor es muchas cosas, pero sobre todo, el amor es lo que lo hacemos.

Y vamos a hacer que esto nunca termine.


Traducido por Antoniettañ y Flochi

Corregido por Kish&Lim

stoy estresada por algo que no puedo controlar.

Todo lo que veo, cada conversación que escucho, cada canción que
empiezo a cantar me recuerda a la persona en la que más pienso. Como
que el universo está tratando de decirme algo, el mundo y todos mis
pensamientos constantemente se remontan a él.

Amar a Thomas es todo en mi vida reducido a las preocupaciones y deseos de mi


corazón. El amor por él no escucha lógica, practicidad o consecuencia.

Se parece mucho a él de esa manera, nuestro amor. Quiere lo que quiere, cuando
lo quiere. Y cuando lo quiere, lo necesita.

Solo entre sábanas que huelen ilícitamente dulces, pero no se sienten como casa
sin él, cierro mis ojos y trato de dormir, pero mi mente vuelve a mi pensamiento
estresante: Dusty.

Sé que él es malas noticias. Oculta detalles de mí, pero no soy ciega ni sorda, y no
estoy, no prestando atención. Amo a Thomas, pero lo hago con conocimiento. Puedo
sentir el asimiento que nuestro amor tiene en mi vida entera. Este sentimiento
permanente y colosal. Astronómico y sin límites.

Vinculante.

Y estúpido.

Esto es tan estúpido.

No es normal.

Becka y Smitty son normales. Mis padres demasiado estrictos son normales.
Incluso Lucas y Tommy Castor son normales.
Esto, tendida aquí sola, mientras solo una persona en el mundo sabe dónde
estoy, y esa persona está fuera haciendo quién sabe qué con ni siquiera quiero saber
quién, no es normal.

Pero eso no hace que dejar esta cama sea más atractivo.

Quiero estar aquí cuando mi chico desaparecido regrese. Un puñado de horas


secretas antes de que salga el sol cada poco día es todo lo que conseguimos. Es
irresponsable quedarse y seguir quedándonos. Corremos el riesgo de perdernos el uno
al otro, arriesgar mi amistad con Becka también y debilitar completamente la confianza
de mis padres. Sé que ser la mitad de este enorme y devorador secreto no es inteligente.

O justo.

Lo sé.

Pero me encanta cómo me siento cuando estoy con Thomas. Siento que sea
injusto para todos los demás en nuestras vidas, pero no quiero ser inteligente. Esta
persona es adecuada para mí. Quiero la manera tan enamorada en la que besa en la
oscuridad y la forma en que me despierta antes de la primera luz: todos susurros
soñolientos y brazos para nada impacientes en dejarme ir. Lo quiero aquí ahora, bajo
estas mantas, tocándome con su nariz, sus mejillas, su barbilla, cepillando mi piel
desnuda con sus labios.

Mi amor por este tremendo secreto es igualmente tremendo, y aquí en nuestro


lugar más seguro, el amor es más fuerte que la preocupación. Es comodidad y facilidad
mientras me curvo en las mantas de Thomas y lentamente voy a la deriva.

Está limpio con jabón y frescamente caliente, tirando de mí cerca. Está por
encima y por todos lados, aliento y labios en la comisura de mi boca, y me despierto por
la pizca de sangre.

—Thomas…

—Shhh. —Trae las cobijas a nuestro alrededor, sobre nuestras cabezas como
una tienda improvisada. Está oscuro, pero sé que está sonriendo. Lo siento en la forma
en que mi pulso revolotea rápidamente y se precipita profundamente, y luego lo siento
cuando sus labios tocan los míos. Su labio superior está cortado.
—¿Qué pasó? —pregunto.

Thomas besa la risa sin aliento de mi mejilla hasta mi cuello.

—Estaba luchando por tu honor.

Pero mi honor no necesita defensa. Mi inocencia no está en cuestionamiento. Así


es como Dusty me dice que no me va a decir nada.

—Déjame hacerte un paquete de hielo —digo, trayendo su mano derecha a mis


labios y besando sus nudillos que están ásperos con cortes y calientes con dolor.

—No. —Él empuja las mantas hacia atrás y respira de mi piel en su lugar, y puedo
sentir su fuerza. Siento lo que él podría hacer si quisiera, cómo podría herir a otra
persona si esa fuera su intención.

Thomas es capaz de destrucción total.

—Eres una chica suave y soñolienta. —Él desliza su mano debajo de la parte
inferior de mi camisa de dormir—. ¿Me dejas quitarte esto?

Perdida en el amor, yo asiento. Sus sábanas son suaves en mi espalda y su


camiseta es delgada entre mi estómago y el suyo. Pasa sus dedos y palmas arriba de mis
costados desnudos, dándome sus toques más ligeros. Me inclino, y se inclina, y nos
besamos.

El sabor de la violencia persiste en su labio superior, negándose a dejarme


olvidar que somos de, y vivimos en, dos mundos totalmente diferentes.

—No deberías pelear —susurro bajo sus labios.

Está oscuro, pero puedo sentir a este chico sonreír contra mi mejilla, él lo sabe,
como yo lo sé.

Frota su pulgar a lo largo de la parte inferior de mi sostén, sobre mis costillas.

—No deberías dejarme quitarte la camisa —replica, tocando sus labios con los
míos de nuevo, abriendo mi sonrisa con la suya.

Cerrando los ojos, me sujeto con ambos brazos alrededor de su cuello. Cedo al
amor y siento todo mi cuerpo rodar como una cinta bajo el peso de su beso.

—Te extraño cuando te vas —susurro cuando estamos sin aliento y mi corazón
late locamente—. Te extraño en todas partes.

Thomas cepilla sus labios justo sobre él.


—Lo sé.

Late más duro por él.

Un cosquilleo profundo por él.

Su silueta es cortada por una tenue farola brillando a través de su ventana. Sus
ojos están cerrados mientras arrastra sus dientes ligeramente sobre mi corazón, pero
los míos están abiertos. Puedo ver mi piel cambiando de blanco y luego a rosa antes de
que él presione sus labios suavemente sobre el latido que es tan intenso lo siento
alrededor de mis pulmones, en cada respiración.

—No deberías ir a lugares que no puedo —digo mayormente en la oscuridad—.


No es bueno para ninguno de los dos.

Levantando su cabeza, cubre mi pecho ligeramente marcado, con su mano.

—Lo sé, nena —me dice, concesión suavizando su tranquila voz—. Lo sé.

—Mamá, ¿dónde están mis aretes? ¿Los de pequeñas gotas de perlas?

—Están en el baño con tu collar. —Mamá echa un vistazo a mi habitación en


camino a la suya con una reconfortante sonrisa tranquila.

—Gracias. —Saco mi vestido de mi armario. Estoy tranquila. Es el primer día de


secundaria y quiero llevar un atuendo muy específico.

Estoy nerviosa, pero sabiendo que Becka y todos los demás estarán allí, calma la
mayoría de mis nervios. Los que no se calman, no pueden serlo.

Estar de vuelta en la misma escuela que Thomas significa tener que ver cosas
que preferiría no ver. Concretamente, Valarie. Pasé más tiempo donde los Castor que
ella en el verano, pero no me engaño. Sé que ella todavía tiene partes de él que yo no.
Ella llega a tener lo que solo a veces llego a sentir, pero no puedo evitar la escuela
porque es uno de los lugares donde los mundos de Dusty y mío se superponen.

Me pongo mi blanco vestido de verano y ato las tiras de mis alpargatas de


plataforma. Peino mis dedos a través de mis rizos todavía cálidos, coloco rubor en mis
mejillas, y empolvo mis párpados.
Ojalá pudiera ir con Becka esta mañana, en el asiento trasero de Thomas, pero
mis padres nunca lo permitirían. Preguntar plantearía problemas que no estoy lista
para enfrentar.

Tal vez el año que viene.

Sacudo lo que quiero y no puedo tener antes de ir abajo. Mamá está esperando
con una tortilla blanca de huevo y una rosa blanca. Papá entra cuando estamos
terminando el desayuno y besa su cabeza primero, luego la mía.

Mamá me abraza.

—Que tengas un buen primer día, Bliss.

Beso su mejilla y meto la rosa en la presilla de la parte delantera de mi mochila.

—Gracias, mamá.

Cuando llegamos a Newport High, hay grupos de niños esperando fuera de las
puertas, pero nadie me reconoce.

Sombras, me paseo por el edificio en el que nunca he estado y encuentro un lugar


soleado en la acera para esperar a mi chica. Me envía un mensaje un minuto antes de
que suene la campana.

¡No entres sin mí!

La campana suena, pero no hay forma de que entre sin ella. Me empapo de los
rayos de sol del final del verano mientras espero, y unos minutos más tarde el viejo Audi
Quattro aparece en el estacionamiento trasero. Rebecka sale del asiento delantero con
su largo, y rubio cabello recto y sus labios caramelo de manzana rojos.

—Bonito vestido, princesa. —Se ríe mientras se acerca. Camino punta-talón-


punta a través del concreto para encontrarla a mitad de camino. Su hermano aún no ha
salido del auto.

—Bonitos labios, nena punk.

Sobre el hombro de Becka, la puerta del lado del conductor del Audi se abre.
Thomas sale con gafas de sol que coinciden con las mías, solo que las suyas
probablemente están cubriendo una resaca u ojos drogados.

Becka engancha su brazo a través de mi codo, y nos dirigimos hacia adentro.


Espero que su hermano me mire antes de que cierre la puerta. Usé este estúpido vestido
para él.
Entre clases, los pasillos están repletos. La gente es ruidosa y descuidada, y me
recuerda lo que Thomas dijo, acerca de cómo puedes perderte.

Como que lo vigilo, pero mirar mis pies en la multitud es una prioridad más
inmediata. La única cara conocida que atrapo es la de Oliver, pero en toda la conmoción
todo lo que él puede decir es:

—Oye.

Sonrío y digo:

—Oye. —Pero eso es todo.

Tengo la suerte de por lo menos almorzar con Jackie. Caminamos juntas a la


cafetería, y cuando nos ponemos en línea, espío a Ben sonriendo alto y hablando bajo a
un grupo de chicas riéndose. No levanta la mirada mientras pasamos, y sus dos mejores
amigos no están con él.

Nadie viene y roba mi leche.

Luego del almuerzo, me dirijo al tercer piso a la clase de francés. Con cada paso
que doy, lamento mi elección de lenguaje extranjero un poco más.

Lo supe cuando Becca dijo: ¿Qué pasa con eso? ¿Quién toma francés?, que tomé la
opción menos popular. Probablemente habría cinco personas en la clase, y las
probabilidades de conocerlas era de escasas a inexistentes.

Pero francés suena tan lindo.


Soltando un suspiro desanimado de arrepentimiento, abrazo mi carpeta con más
fuerza a mi pecho y abro la puerta de la clase. Lo que veo una vez estoy dentro me
confunde y sorprende.

Deseé tener mis botas de nieve.

Podría quitármelas y arrojarlas hacia su maldita cara perfecta.

—Oye, maldita sea… ¡Hola, hermanita! —saluda Valarie. Una chica que no
reconozco está sentada a su lado, pero Valarie es la única que me mira.

Cada célula de mi cuerpo la rechaza. Incluso a medio camino de la sala, puedo


sentirlo.

—Hola —ofrezco, mirando alrededor a los otros seis estudiantes—. Pensé que
esta era una clase de primer año.

—Lo es. Tomé español el año pasado. Quería cambiar. —Mete mechones negros
detrás de sus orejas con tres perforaciones.

Empujo de mi mente marcas de rasguños, besos, y cada espantoso, estúpido y


horrible toque que la he visto depositar en Thomas.

—¿Por qué? —pregunto, indiferente.

Valarie se encoge de hombros, agitando sus pestañas brillantes con púrpura


lenta y llamativamente, como si estuviera atrapada en algún tipo de romance.

—Francés es el idioma del amor, ¿correcto? —Suspira con ojos soñadores—.


L’amour.

Ella es una pesadilla.

—Vamos, siéntate conmigo —insiste, quitando su mochila del asiento a su otro


lado.

Preferiría masticar vidrio.

—Leighlee belle fille —dice una dulce voz detrás de mí, salvándome.

Me doy la vuelta para encontrar a Daisy Howard, autoproclamada rarita, con


leotardos púrpuras y un vestido jumper marrón. Desde sus gafas con diseño de
caparazón de tortuga, me mira con grandes y esperanzados ojos avellanas.

—¿Parlez-vous francaise?
Me pregunto si ella puede ver mi alivio de agradecimiento. No conozco
realmente a Daisy, pero nunca he sido más feliz ante la perspectiva de llegar a hacerlo.

—Un petit peu. —Sonrío y sostengo mi pulgar como a dos centímetros de


distancia de mi índice para mostrar el poquitín. Mirando a Valarie para despedirme, me
siento unos cuantos asientos más allá, junto a mi nueva amiga.

Cuando la clase comienza, la presencia de Valarie es fácil de ignorar, pero cuando


suena la campana, todo se estrella sobre mí una vez más. Su teléfono está en su mano
cuando sale al pasillo.

—Hasta después, hermanita. —Sonríe, segura de hacer contacto visual otra vez.

No quiero mirarla a los ojos, pero lo hago. Y porque me niego a verme


desalentada por ella, también lo digo.

—Nos vemos.

No es suficiente que esté en el mundo de Thomas. Ahora también está en el mío.

A medida que estoy acercándome a mi casillero al final del día, Petey camina a
mi lado y me revuelve los rizos. Hay un chico alto y delgado con él que no reconozco,
pero siento que debería. Entre sus jueguitos y toda la conmoción, el chico más alto me
pisa el pie.

Presionando mis labios con fuerza para contener mis gritos, exhalo por la nariz.

—Lo siento —masculla el chico delgado de alguna manera familiar sobre su


hombro cuando pasan.

Mi casillero se traba al primer intento.

Y al segundo.

Lo golpeo con la palma de la mano.

Al tercer intento, me doy cuenta que estoy usando la combinación del año
pasado. Cuando giro los números correctos, la puerta se abre. Con una larga exhalación,
recojo las cosas y contemplo el pasillo vacío por una cara amistosa. Cuando no veo a
una, regreso a mi casillero para comprobar que tengo todo.

No lo tengo.

En el suelo de mi estante de metal, doblado descuidadamente, hay un trozo de


papel de un cuaderno con los bordes de espiral arrancados. Mirando alrededor antes
de agacharme con cuidado y recogerlo, miro una vez más antes de desdoblarlo.

Probablemente no debería hacerme sentir mejor.

Pero lo hace.

No hay un nombre firmado en la nota, pero no es necesario. Reconozco la


puntiaguda letra desde la Navidad secreta y los regalos de cumpleaños con Leighlee
Bliss escritos en ellos.

Mordiéndome el labio para evitar sonreír ampliamente, demasiado


abiertamente, bajo la mirada a las palabras escritas única y completamente para mí.

Te ves lo bastante bien como para comer, pastel de princesa.

Cuanto más estoy en la secundaria, más siento como que estamos de regreso en
la escuela media.

Los chicos son igual de odiosos, y Becka y yo somos hermanas menores de nuevo.
El tratamiento es el mismo. La diferencia es el lugar y el contexto.

Todos los chicos están ensanchándose. Petey, Ben y Thomas están más altos y
anchos de hombros con cada día. Sus manos se ven más fuertes y sus risas suenan más
profundas.

Es raro ver a Tweedle Dumb y Tweedle Dumber interactuar con las chicas. Kelly
usa la gorra de Pete, y él le voltea la falda de animadora en los pasillos. Es obvio que
están juntos, incluso si no andan de la mano.

Ben es una historia diferente. Lo he visto andar de la mano con Heather. Y Elise.
Y Sofia. Y Zoe. La semana pasada, el niño Benny tenía los brazos alrededor de April y su
mejor amiga Holly, una a cada lado de él, y a ninguna pareció importarles.

Thomas sigue siendo su líder polvorita. Es el más alto, pero anda solo. Ni muerto
sería atrapado con el brazo alrededor de una chica o con una mano más chica y suave
entrelazada con la de él. Ni en los pasillos. Ni en ninguna parte donde cualquiera pudiera
ver, pero eso no significa que no sea tan perro como lo es Ben. O que incluso esté
encariñado a una chica como Petey. Thomas se queda con el pastel, el helado, y se lo
come todo.

Sé esto.

Estoy en el baño de mujeres en este momento, sabiendo esto con certeza.

Y es una tortura.

—Le dije a mamá que se trataban de cólicos, pero… como, oh Dios mío. Ni siquiera
podía caminar.

—¿Pensé que él estaba con Valarie?

Escucho a Clarissa, la chica que no podía caminar, burlarse. Detrás de mis ojos
apretados con fuerza, puedo imaginarla poniendo sus ojos en blanco.

—Al parecer, Valarie no se lo está haciendo.

Puedo escuchar su orgullo al ser elegida para ser usada, y no sé cómo manejar
esto. Valarie es una cosa, pero esto…

Me siento atrapada, destrozada y desolada. Estoy lo bastante enojada como para


traspasar la pared de la cabina con el puño, y al mismo tiempo, siento celos que me
hacen querer arrastrarme en un agujero y desaparecer.

—Val está demasiado usada. Probablemente ni siquiera puede sentirlo cuando lo


hacen.

Me cubro la boca con las dos manos para evitar gritar en voz alta.

—No sé, cómo alguien no podría. Ni siquiera Valarie. —Clarissa le da una calada
a su cigarrillo—. Dusty tiene alguna locura reprimida dentro de él.

—¡Rissa!

Su amiga la regaña y se burla. Ríen como si debieran dejar de hablar, pero no lo


hacen y mi corazón da patadas desde adentro.

—¿Qué? —Su inocencia rodeada de humo de cigarrillo suena tal y como es:
barata y falsa—. No es que te haya dicho lo grande que es su polla. Solo digo.

Al otro lado del suelo del baño, Clarissa mueve los pies y estira las piernas un
poco.

—Como que todavía puedo sentirlo…


Esto no puede ser real.

Quiero traspasar la puerta y desgarrarla. Quiero reducirme a la nada. Quiero


encontrar a Thomas y gritarle a todo lo que den mis pulmones, porque ¿cómo él no lo
sabe? ¿Cómo es que no puede entender lo horrible que es esto para mí?

Lágrimas se deslizan por mis mejillas, acumulándose a lo largo de mis manos


mientras Clarissa y su amiga se ríen entre caladas.

—¿Vas a ir a lo de Casper el viernes?

—No lo sé, quizá.

—Thomas podría estar allí.

—Exactamente.

No puedo soportarlo.

Las chicas hablan y muchas mientes, sé de esto porque soy una mentirosa, pero
soy mejor que esto. Incluso si todas las chicas dicen la verdad, sigo siendo mejor que
ellas y Valarie porque no estoy engañada.

Amo a Thomas con los ojos abiertos.

Al igual de bien que conozco el sonido de su corazón, sé que el sexo no es lo


mismo que el amor o respeto. Conozco este lado prudente y devoto de Dusty del que
nadie más cree que es capaz y sé que no hay nada que pueda hacer para detenerlo de
ser él.

El amor es descubrir cómo lidiar con las cosas, y el truco es seguir adelante,
seguir respirando.

Soy una mentirosa, pero me niego a ser la chica llorando escondida en la cabina
del baño.

Exhalando a través de los labios fruncidos, me froto las lágrimas de las mejillas.
Mis rodillas tiemblan mientras me pongo de pie, pero me obligo a hacerlas funcionar.
Echo los hombros hacia atrás, alzo la barbilla y abro la puerta. Dejo atrás la impotencia
y miro a Clarissa directamente a sus manchados, crédulos, chupados y agotados ojos.
Le doy una suave sonrisa y me dirijo al lavabo para ponerme brillo labial como si nada
de esto significara algo, porque conozco a Thomas y soy una contradicción respirando
y lamentando amor tortuoso.
Sé que no importa lo que escuche u oiga, o lo ausente que él sea o con quién ha
estado, esto es lo que hacemos: soportamos y subsistimos entre horas robadas. Somos
completamente irreconocibles e imposiblemente necesarios. Todo lo demás mientras
tanto es insignificante. Todo esto es irrelevante y debemos esperar el momento hasta
que podamos ser solo nosotros.

Una discrepancia de un solo corazón latiendo.

Partes iguales de absurdas, fuera de los límites e inevitable.


Traducido por Smile.8 y Genevieve

Corregido por Indiehope

a nieve para, pero los vientos en mitad de enero son brutales. Becka lleva
un gran gorro con orejeras flojas y peludas, esperándome en la mecedora
del porche. Cuando mamá y yo aparcamos en la calzada de los Castor, mi
chica saluda y me da la sonrisa más grande. Apenas puede contener su
emoción.

Rebecka y Smitty casi tuvieron sexo anoche.

—Oh, Dios mío, L —dice, radiante. Mi madre desaparece por la calle y Becka
aplaude con sus manos enguantadas antes de tomar la mía mientras subo las escaleras
del porche—. ¡Oh Dios mío, mierda, vamos!

Estamos apenas atravesando la puerta, y no me muevo lo suficientemente


rápido. Ella se quita sus Chucks y va por mi bota derecha mientras yo me quito la
izquierda.

—Buenos días, Bliss. —Tommy bosteza en su camino a la cocina con una sedosa
bata blanca. Mientras su hija está luchando conmigo por mi bota y sacándome mi abrigo,
ella comienza a preparar café. El aroma de avellana y vainilla llena la casa, y lo amo.

—¿Quieren desayunar chicas? —pregunta Tommy.

—No —responde Rebecka, desestimándola por completo. En cuanto cuelgo mi


abrigo en el perchero, B agarra mi mano—. Vamos, tortuga.

Verla tan excitada por un chico es un increíble. No ha estado tan excitada sobre
algo desde que hizo su primer inward heelflip1 hace unos meses.

—No puedo… solo espera… —Se detiene bruscamente, casi chocando con su
hermano en la parte inferior de la escalera—. Muévete, Dusty.

1 Inward heelflip: truco que consiste en hacer girar la patineta horizontalmente dando una vuelta
completa donde la patada es hacia adentro.
La sonrisa cansada de Thomas y sus ojos apenas abiertos despiertan mis
mariposas, pero Becka no nos da la oportunidad de entretenernos. Mientras da pasos
con una rapidez insuperable, comparto un rápido vistazo con mi chico. Sus soñadores
ojos azules coquetean y hacen que mi pulso aletee, y es más de lo que está permitido,
pero no lo suficiente.

En el cuarto de Rebecka con la puerta cerrada tras nosotras, enciende la música


y salta sobre la cama. Pienso en peligrosos pomos de puertas, pero no hay esquinas
duras aquí.

—Dime. —Salto a la cama con ella—. Cuéntamelo todo.

Rebecka sonríe y estira el cuello de su camiseta negra, exponiendo piel.

—Voilà.

La parte superior de su hombro y la base de su garganta está salpicada de


deformes chupetones morados y rojos. Mis ojos se abren, y entonces me levanto,
bajando el cuello de su camiseta para ver más de cerca. Pienso en la manera en que
Dusty pasa sus dientes sobre mi pecho a veces, pero esto es diferente. Estos son
profundos besos rosas que parecen flores hechas solamente con labios, lengua y amor.

—Ni siquiera es la mitad —dice, tocando sus labios. Sus ojos azul bebé se
iluminan antes de que los cierre y exhala con una lentitud medida—. Ni. Siquiera. La.
Mitad.

Me siento de vuelta sobre mis pantorrillas y empiezo a preguntar.

—¿Has visto su…?

Loca de amor, niega y abre sus ojos. De hecho, se sonroja.

—Realmente no. Lo sentí, sin embargo.

No me lo puedo imaginar.

Se hace la dura, poniendo su pelo rubio desordenado detrás de su oreja izquierda


y ajustando su sombrero.

—Como que, más o menos… le dejé meterme los dedos un poco.

Mis ojos van de amplios a increíblemente amplios.

—Bueno, mucho.
—Beck —digo desde detrás de mis manos mientras ella cubre su cara con las
suyas, derritiéndose en risitas y aleteos.

—Vi estrellas, Bliss. —Se ríe. Como una niña—. El mejor primer orgasmo.

Vuelvo a caer sobre mi trasero, aturdida, pero no realmente. Están saliendo.


Están enamorados. Son pareja. No estoy tan sorprendida como envidiosa.

—Es como Navidad —continúa—. Es como todas las luces, y las galletas, y el
chocolate bien caliente, y las sorpresas, y copos de nieve en tus pestañas, y esa
sensación cuando llegas a casa, cuando pasas de estar tan frío a tan caliente, y el amor
está alrededor, en todas partes.

Habla rápido y estoy siguiéndola lo mejor que puedo, pero mis pensamientos
van a la deriva hacia Thomas y lo que él no me dará.

—Es como la Navidad extendiéndose a través de todo tu cuerpo, corazón y alma,


y luego explota como el Cuatro de Julio en tu pecho. Y tu vientre. Y tus dedos. Y los dedos
de tus pies. —Hace cosquillas a las puntas de mis dedos cubiertos con calcetines y
suspira, el suspiro más absolutamente feliz y relajado—. Es como fuegos artificiales. En
todos lados.

Sonrío con ella, pero no puedo seguirla a donde se ha ido.

—Guau —exhalo.

—En serio, Leigh. Deja que un chico ponga sus manos en tus pantalones para
poder compartir historias de orgasmos.

Miro alrededor de su habitación y finjo timidez.

—Vamos. —Empuja mi rodilla—. ¿No quieres besar chicos? Eres tan bonita, L.
¿Qué estás esperando?

De repente parece increíblemente afortunado que hayamos evitado esta


conversación durante tanto tiempo. No puedo decirle a Becka que hay un chico al que
beso, o que me está haciendo esperar al Cuatro de Julio en Navidad porque cree que soy
muy pequeña.

Llena de endorfinas por el primer orgasmo, Rebecka sonríe.

—Deja que Oliver lo haga.

Mi proceso del pensamiento se tambalea y me rio.

—¿Qué?
—Él lo haría —insiste—. Es probable que esté muriéndose por hacerlo.

—De ninguna manera. —Niego, sin considerarlo—. Oliver está con Erin, y…

¿Que se supone que debo decir?

Jamás podría.

No quiero. Y si lo hiciera, soy de Thomas.

Vuelvo a empezar.

—Tal vez estoy…

Piensa, Bliss.

—¿Qué? —Becka levanta sus cejas.

—Tal vez me estoy guardando —digo, manteniendo un tímido orgullo y una


inocencia indiscutible en mi tono—. A mí, quiero decir. Me estoy guardando.

—Bueno, ¿no es eso dulce? —se burla, manteniendo una de sus cejas levantadas
como si no estuviera segura. Pero luego la deja caer y entrecierra sus ojos—. La virtuosa
y prístina Leighlee Bliss. La tonta y pequeña niña virgen.

—Oye. —La golpeó con una almohada.

—Tan mojigata —se burla, golpeándome en la espalda.

Mientras jugamos con sus almohadas, creo que esto puede funcionar porque no
le estoy mintiendo. Estoy aguardando por alguien especial. Esta es una parte real de lo
que soy y de quién tengo que ser.

El chico que amo me está obligando a hacerlo.

—Está bien, está bien —digo, cediendo—. Sigues siendo técnicamente una tonta
y pequeña niña virgen también, sabes.

Becka lanza su sombrero hacia atrás, sacude su pelo rubio enmarañado y dice:

—Pero no por mucho tiempo. Y no te preocupes. Te dejaré vivir a través de mi


increíble vida amorosa.

Rebecka está enamorada.

Rebecka tendrá sexo. Pronto.


Y estaré atrapada en primera base hasta que tenga dieciocho años.

Las dos caemos sobre nuestras espaldas y miramos arriba a la cadena de tenues
luces cálidas sin decir palabra, relajándonos en su satisfacción. Apoyo mi cabeza en su
hombro; sus rubios mechones sueltos me hacen cosquillas en la nariz mientras escucho
mi corazón y su respiración.

—¿Estás nerviosa? —pregunto al cabo de unos segundos.

Ella ausente, juega con mis dedos.

—Más o menos. Creo que lo estoy, por si duele o lo que sea. Pero…

—¿Pero?

—Es Smitty —dice, como si fuera la respuesta a todo—. Hal se preocupa por mí
más que por sí mismo. Haría cualquier cosa por mí. El amor es así, ¿sabes?

Quiero decirle que sí lo sé.

Pero no es así.

Y hace que el músculo latiendo en mi pecho duela.

—Él me ama de la misma manera que lo amo —me dice—. Tal vez eso es tonto.
Pero vamos juntos.

El dolor en mi corazón aprieta mientras pasa su pulgar sobre mis uñas.

—No te preocupes —dice una segunda vez—. Adelante, guarda tu inocencia,


Princesa Bliss. Cuando encuentres la rana adecuada para el trabajo, lo sabrás.

Sus palabras me hacen sonreír, y al segundo siguiente, el dolor en mi pecho se


convierte en una sensación totalmente diferente.

—¡Dusty! —grita Tommy desde un piso debajo de nosotras—. Llama a las chicas
y vengan a desayunar.

Cuando el hermano de mi mejor amiga llama y abre la puerta, su cabello sigue


siendo un lío mañanero. No está vestido, pero su sonrisa es despierta y sus ojos están
claros. Quiero envolverme en la sensación de su muy buen humor y besar sus labios
elevados y perezosos.

—¿Vienen o qué? —pregunta.


—Sí, sí. —Rebecka mueve su mano para que se vaya mientras nos levantamos,
pero él se demora contra del marco de la puerta. Ella pasa por su lado, y mientras yo lo
hago, este chico riza unos mechones rubios rojizos en sus dedos.

—Buenos días, chica soleada. —Su sonrisa hace que me balancee, y la vista de
sus labios me hace pensar en besarnos hasta que nuestros labios sangren. Cuando se da
la vuelta, quiero saltar sobre su espalda y besarlo, besarlo, besarlo hasta que me dé
vueltas.

Pero el amor es inadmisible.

Somos miradas robadas, secretos, y fracciones de un toque de su pie desnudo a


la planta de mi pie cubierto con un calcetín bajo la mesa del desayuno.

Somos tenues e insustanciales. Somos fragmentos. No tenemos esperanza, pero


estoy agradecida cuando Thomas me guiña el ojo entre su padre pasándole a su mamá
el jugo de naranja y su hermana haciendo burbujas en su leche de chocolate.

Los fragmentos son más de lo que alguien sin esperanza podría jamás pedir.

El final de febrero calienta el mundo poco a poco, así que cambio las botas de
nieve por bailarinas y voy por Newport High con conocimiento y confianza. Me niego a
ser intimidada por las cosas que escucho por casualidad.

Veo a Thomas en los pasillos de vez en cuando, y ocasionalmente reconoce mi


existencia con el mismo tipo de atención a una hermana pequeña que sus amigos me
muestran. Es molesto e insuficiente en partes iguales, pero aún más de lo que le da a
cualquier otra chica en la escuela.

En el lado positivo, almuerzo al mismo horario que Becka este semestre.

Estamos sentadas en nuestro lugar habitual en la esquina de la cafetería, arriba


de la mesa con nuestros pies sobre las sillas. La blanca luz del día invernal se vierte por
las ventanas detrás de nosotras, y la amplia habitación está llena de adolescentes. Huele
a chile y a panecillos de canela y suena como un caos desagradable.

Mientras mi chica agita la fruta en el fondo de la taza de yogur que trajo de su


casa, un sinnúmero de brazaletes cuelga sobre las pulseras de cáñamo trenzado.
—Así que —comienza sin levantar la vista—. Sé que mañana es noche de escuela,
¿pero crees que tu madre te dejaría quedarte en mi casa?

Me encojo de hombros, clasificando un puñado de Skittles.

—No lo sé. ¿Por qué, qué pasa?

Está escondiendo algo y mientras más la miro, más difícil es para ella mantenerlo
oculto. Levantando la mano, tose para aclararse la garganta. Paso de curiosa a ansiosa.

—Becka, ¿qué?

—Debería haber preguntado si estabas haciendo algo.

—No. —Hago un rápido chequeo mental. Estoy bastante segura que haré la
tarea, cenaré y me iré a la cama, tal vez me quedé despierta y hablé con Thomas por
teléfono—. No estoy haciendo nada.

Mientras toma un bocado, miro las mesas y paredes alrededor de nosotras, todas
decoradas con anuncios rojos y blancos y corazones de papel rosa.

Por supuesto.

El chico al que beso nunca haría ese tipo de planes.

—Es totalmente estúpido —divaga Becka—. Es tonto. Porque somos novio y


novia o lo que sea. Es otro día del año que las compañías de tarjetas decidieron
aprovechar…

Frente a ella, mostrando la sonrisa que no se atreverá a mostrar en sus propios


labios, bajo mi voz, pero mi emoción por esto es incontenible.

—De ninguna manera, Rebecka Castor, ¿tienes planes para el Día de San
Valentín?

Ella rueda los ojos.

—Los tienes —digo, emocionada y ansiosa por ella.

—Está bien, está bien. —El mismo rubor de hace más de un mes colorea sus
mejillas, pero ella lo ignora—. No es nada. Smitty casualmente mencionó que sus padres
van a salir esta noche.

—Chica… —Tomo su yogur para que no pueda ocultar la emoción por más
tiempo—… ¿es esto?
—No. Tal vez. No sé… Tal vez. —Encuentra mi mirada y lo veo. Sus ojos azules
brillan de anticipación—. Mis padres son permisivos o lo que sea, pero de ninguna
manera papá me dejaría pasar la noche en la casa de un chico. Especialmente mañana.
Y nunca me he escapado antes, y si estás allí, nunca sospecharán nada.

—Totalmente —le digo. Alguien debe disfrutar de las vacaciones—. Por


supuesto que iré a cubrirte. Vamos a resolver algo.

—Gracias, amor. —Se apoya en mi hombro—. Yo haría lo mismo por ti.

Le beso la parte superior de la cabeza, pero mi corazón se astilla dentro porque


ese es el problema.

Nunca tendrá que hacerlo.

Convencer a mis padres para que me dejen quedar fuera de casa en una noche
de escuela no es una hazaña fácil. Cuando trato de hacerlo después de la cena, mamá se
pone dramática y confiesa que tenía una noche sorpresa de películas esperando por las
dos. Se necesita no solo explicar que no puede estar molesta conmigo por arruinar
planes que no sabía que existían, sino que entromete a papá también.

Cuando no están a su favor, es un fanático de los hechos.

—Es una buena niña, Teri —dice—. Saca solo As y es una noche con su amiga.
Puede quedarse en casa el viernes.

No es parte de mi plan, pero.

—Además… —Sonríe, tocando la mano de mamá— …podría ser agradable tener


la casa para nosotros mañana.

Mamá se ríe.

Grito.

Y lo aceptan.
Desafiando a Cupido, ignoro todo los rosado y blanco en mi armario a favor del
negro esta mañana. Recojo mis rizos rubios de modo que mis extremos no se estiran y
opto por sombra oscura en lugar de brillante.

Dusty no es el único que puede ignorar un día entero dedicado a amar.

En la escuela, los niños están comprando rosas rojas de la mesa de tesorería de


los estudiantes, y los que no están emparejados ignoran la idea del romance
descaradamente. Todos aman a su manera. Todo el mundo, por supuesto, a excepción
de Thomas y sus amigos.

Los chicos no solo ignoran el día festivo, aparentemente han dejado la escuela
por completo.

Kelly no parece molesta. Camina con ojos brillantes que dicen que Petey se hizo
cargo de ella. Y cuando llego al francés, Valarie viste de negro.

Ojalá pudiera cambiarme la ropa.

En el almuerzo, Becka se presenta con dos Ring Pops.

—Son de Smitty —dice ella—. Para nosotras. Él sabe quién es mi verdadero San
Valentín.

—Qué bueno —me burlo, deslizando el anillo de uva en su dedo antes de que
deslice el de cereza en el mío—. ¿Estás emocionada?

—Tal vez. —Se encoge de hombros—. De acuerdo, tal vez mucho. Mucho.

Es curioso y maravilloso verla enamorada.

El resto del día pasa bastante normal. No escucho de Thomas, y aunque


realmente no lo esperaba, tal vez lo anhelaba. Era con la parte más pequeña y más
profunda de mi corazón secreto, pero duele.

Estoy enojada con él.

Mientras que pasamos noches secretas acercándonos, pasamos días


separándonos cada vez más y más. Y cuanto más grande él se vuelve, está sucediendo
exponencialmente. Thomas tendrá diecisiete este verano, ¿y entonces qué? Somos
quienes somos, pero ¿dónde quedo yo cuando no puedo alcanzarlo?

Tomando mi asiento en biología con un suspiro, trago la amargura y aparto el


amor de mi mente.
—Oye —dice Oliver, colocando su lápiz y pluma sobre la mesa. Hay pintura en
sus manos, amarillo sol, rayas de blanco y un millón de matices de rojo—. Sé que Becka
es tu Valentín. —Saca un paquete de Fun-Dip de su mochila—. Pero felices fiestas
comerciales.

—Gracias. —Apoyo mi cabeza en su hombro y apretó su brazo mientras se


sienta. Es sólido bajo su manga larga negra, fuerte. Desgarro la esquina del paquete,
abriendo primero el azúcar azul en polvo. —No he comido un Fun-Dip desde que era
niña.

Se ríe a través de su perfecta sonrisa. Es el sonido del desinterés, y me hace sentir


caliente hasta mis huesos. Lamo el palo para meterlo en el azúcar, y abrimos nuestros
libros cuando la clase comienza.

—¿Qué conseguiste para Erin? —susurro un poco más tarde, una vez que el
profesor se ha sentado y nos ha dejado con nuestros microscopios.

Oliver me mira con un iris marrón oscuro que nunca podría mentir. Hay cariño
verdadero allí, y no puedo evitar recordar lo que dijo Becka hace unas semanas. Que le
gusto y se muere por hacerme… explotar. Aparto el pensamiento cuando el
aburrimiento impregna su mirada.

—Algunas rosas o lo que sea —responde.

Lo veo montar nuestros portaobjetos y revisar el microscopio. Toma notas en


nuestra hoja de trabajo, y sumerjo la paleta una vez más antes de morderla.

—Bastante sobrevalorado, ¿verdad? —pregunto.

Oliver se encoge de hombros.

—Por supuesto.

Después de la clase, Smitty y Becka nos encuentran en el pasillo. Su Ring-Pop ha


desaparecido hace mucho tiempo y sus ojos también podrían ser grandes corazones de
dibujos animados de color rosa.

—¡Fun-Dip! —dice, mirando entre Oliver y yo antes de pasar su brazo sobre mi


hombro. Ella nos lleva delante de los chicos, y pongo mi brazo alrededor de su cintura,
ofreciéndole un poco del caramelo que tengo en la punta del dedo meñique que sumergí
en el paquete, dado que terminé el palillo.

—Eso fue amable —dice, declinando y luego mirándome de reojo—. Y


considerado.
—Cállate —le digo—. Él le consiguió flores a su novia. Un Fun-Dip no es nada.

—Todo el mundo tiene flores —dice—. Esa mierda es básica. Necesaria. Como,
estándar. —Me mira mientras caminamos, esperando que lo entienda—. Mencionaste
Fun-Dip en las películas hace un mes, genio.

Recuerdo, y debe mostrarse en mi cara, ya que hace que Rebecka ría. Ella elige
meter su dedo meñique en mi azúcar y me guiña mientras lame su dedo.

—Te lo dije —bromea. A continuación, se da la vuelta y agarra a Smitty.

Él la persigue por el pasillo como recuerdo de la escuela intermedia, y me quedo


con un chico que ya no puedo negar siente algo por mí.

Fuera de la escuela, Tommy nos espera con la misma mirada en los ojos que
todas las parejas en la escuela. Estoy tan harta.

—¿Por qué tan feliz? —pregunta Becka mientras se abrocha el cinturón en el


asiento delantero. Me deslizo en la parte de atrás cuando Tommy empieza a conducir.

—Tu padre despejó su noche y reservó un hotel —explica—. Ahora está en casa
preparándose.

Lo que significa que Lucas realmente canceló todos sus compromisos por un
capricho, o ha estado planeando secretamente esta sorpresa por un tiempo. De
cualquier manera, si yo fuera Tommy, estaría brillando también. Porque es muy
romántico.

Entonces Becka me pasa una caja de Tortugas de chocolate sobre el asiento, que
son también de Lucas.

—Son los favoritos de mamá —dice.

Estoy harta de nuevo.

El amor me vuelve temperamental.

—Dejé mi Visa en la mesa para cuando quieran cenar. No me esperen —Tommy


se burla mientras nos detenemos en la calzada.
Becka está demasiado distraída por el mensaje que le envió Hal como para estar
asqueada. Cuando llegamos a su habitación, su emoción se ha duplicado con el hecho
de que sus padres no estarán en casa. Puede irse antes, y más fácil. Me siento en su cama
mientras se cambia unas cuantas veces, diciéndole que sí a esta camisa, no a esa, pero
por dentro estoy amargada.

Echo un vistazo a mi teléfono mientras revisa su armario. No he oído de Thomas


en todo el día. San Valentín nunca ha sido gran cosa antes, pero él me ama ahora. Debe
ser diferente.

Cuando Rebecka emerge de nuevo, lleva otra camiseta de una banda, una con el
cuello cortado de modo que su hombro delgado y el tirante del sujetador de color
púrpura se muestran.

—Sabes —le digo—, siempre puedes usar uno de esos vestidos que todavía
tienen las etiquetas en ellos. Fácil acceso.

Una hora más tarde o algo así, Lucas y Tommy se han ido y Rebecka está a punto.
Estamos en el sofá, y ella está con el mismo conjunto en el que empezó.

—¿Estás segura que no te importa hacer esto? —pregunta, retorciendo sus


brazaletes.

—Pregúntame una vez más, B —advierto. Estoy bromeando, más que nada. La
quiero, pero he terminado con todo esto. Las escapadas, los estúpidos ojos de corazón,
Ring Pops, Fun-Dip, ser ignorada, estoy drenada. Estoy celosa. Y estoy lista para
mostrarle a San Valentín mis dos dedos del medio.

Necesito algo.

—Está bien —le digo a Becka—. En serio, en serio. Voy a allanar todo ese
caramelo que tu mamá dijo que podríamos comer y ver los programas que mis padres
nunca me dejan ver. Está bien.

Cuando está tranquila, me siento mal. Debería estar feliz por ella.

—Además —añadí—, alguien tiene que mostrarme el camino.

Ella sonríe, y afuera, Smitty aparece en el auto de su hermano.


—Gracias, Bliss. —Me abraza—. En serio, gracias.

El viejo Pontiac verde en el camino de entrada pita dos veces.

—Vete. —La empujo.

—Me voy. Te quiero. No esperes —dice ella—. Volveré con lecciones


importantes.

Luego, sale por la puerta.

Y estoy sola en la casa Castor.

Un poco de mi molestia se levanta sin la carga de nadie para ocultarla, y cambio


mi peso de pie a pie antes de ir a la cocina. La vista sobre la mesa es irrazonable. Hay
globos, rosas y cajas de confecciones especiales amontonadas.

Me doy la vuelta y me dirijo arriba.

La luz del sol de la tarde ilumina la habitación de Thomas. Su escritorio está


desordenado, pero su cama está hecha. Hay una cesta de ropa limpia al lado de ella, a la
espera de ser guardada y dándole al aroma a vainilla y problemas tintes de suavizante
de tela. Normalmente, es decepcionante cuando vengo a este lugar y me encuentro a
solas, y sé que él no estará aquí, pero de repente, me siento mejor.

Cuando me acerco a su cama, noto que las sábanas negras sobresalen de la


esquina de su edredón gris. Son un desastre debajo, y sonrío mientras me doy la vuelta,
cayendo sobre su colchón.

Saber que soy la única chica que sintió sus sábanas y oyó los sonidos suaves que
hacen cuando nos torcemos entre ellas en la oscuridad, convierte mi frustración en
mariposas. Cuando inclino mi cara hacia sus almohadas, huelo marihuana y azúcar en
polvo juntos, y hace que mi corazón lata más y más rápido.

Me encanta cuan seguro es este lugar. Me encanta que sea solo nuestro.

Doblando mis rodillas y juntando mis piernas, extiendo mis brazos hacia fuera,
sintiendo el algodón fresco antes de llevarlas de nuevo a mi cuerpo. Deslizo las manos
bajo el borde de mi suéter sin dudarlo, cubriendo mi ombligo y cerrando los ojos.

Es arriesgado y destruye mi cordura, pero realmente pertenezco a Thomas.


Ombligo. Corazón. Alma. Todo de mí, es todo suyo. Tengo la sensación de que debo ser
cautelosa, pero nada en el mundo me hace sentir como él lo hace.
Girando un poco, respirando más profundo, dibujo pequeños círculos alrededor
de mi ombligo y la parte inferior de mi estómago. Pienso en la forma en que su
respiración cambia cuando le toco y en los sonidos que hace cuando nos besamos. Trazo
el borde de mis vaqueros y pienso en su peso contra mis caderas, y me siento caliente.
Por todas partes. Dentro y fuera.

Rozando solo con las puntas de mis dedos debajo del vaquero, sigo dulcemente,
extendiendo el calor con recuerdos que incitan mi corazón. Me olvido de hoy y repito
nuestro primer beso, tan perdida que cuando mi bolsillo trasero vibra, casi salto de la
cama.

—Mierda… —digo en voz alta. La cara de Thomas aparece en mi pantalla, y mis


mejillas arden más. Mi pulso late fuerte en mi pecho, y mi teléfono sigue vibrando.

Soltando las respiraciones lentamente, salgo de la exuberancia del sueño y


vuelvo a la realidad.

—Hola —respondo de manera calmada.

—Hola, princesa. —Oscura y alegre, la voz de Dusty llena mis oídos y va


directamente a mi pulso, más de lo que mis propios pensamientos o toque jamás
podrían—. ¿Qué estás haciendo?

—Nada. —Miro hacia el techo—. ¿Qué estás haciendo?

—Pensando en ti —dice, su tono suave y contento. Los sonidos del tráfico y el


exterior llenan su pausa, y sé que está manejando—. ¿Qué estás haciendo ahora? ¿Están
tus padres en casa?

Mis cejas se levantan y se arrugan, y miro a mi pantalla en ese momento. Son casi
las seis. Me sentaría a cenar si estuviera en mi casa.

—Sí, están en casa —le digo—. Pero yo no.

—¿Dónde estás? —pregunta él sobre una brisa llena de ruido de música.

—Adivina.

Se ríe ligeramente.

—¿Estás con mi hermana?

—No.

—¿Daisy?
—No.

Thomas se ríe de nuevo, más profundo esta vez.

—Adelante, nena —dice, y puedo ver su sonrisa tan claramente en mi mente—.


Dime que estás con Oliver para poder golpear al hijo de puta.

Va directamente al lugar donde están todas mis mariposas, alimentándose y


aumentando al mismo tiempo el precioso dolor que me da. Mis ojos están en su techo,
pero mis dedos están de nuevo en mi ombligo, y puedo verlo, conduciendo con la palma
de su mano izquierda, recostado en una confianza totalmente arrogante.

—No lo estoy —le digo suavemente.

—Bien —dice—. Quiero verte.

—¿A mí? —Mi corazón salta.

—No, a Cupido —bromea—. Si, a ti. Eres mi jodida chica, ¿verdad?

Mantengo mi voz firme, pero la anticipación se abre como una cosa salvaje
dentro de mí. Es una contracción en mis dedos y una opresión en mi pecho. Hace que
mi estómago de vueltas, y mi mente se vuelve loca.

—Sí —le digo.

—¿Dónde estás? —pregunta de nuevo, el viento acalla su voz mientras cierra la


puerta del auto. El sonido hace eco. Está aquí, afuera, y la idea de sorprenderlo me
ilumina.

—¿Dónde quieres que esté? —pregunto a su vez, doblando y desdoblando mis


piernas.

Escucho sus llaves.

—¿Ahora mismo?

La puerta principal se abre, y la anticipación en mí da vueltas y vueltas.

—En mi cama —contesta después de una pausa, su sinceridad hace que mi


corazón esté ansioso y mi impaciente dolor se extienda—. Debajo de mí. Esperando.

Mi sangre arde bajo mi piel, a través de todos mis miembros, por todas partes.
Medio murmullo y presiono mi palma contra el fondo de mi estómago.

—Vamos, L. ¿Dónde estás?


Lo oigo un piso debajo de mí, arrastrando los pies, tomando demasiado tiempo.

—Ven a buscarme.

Durante uno, dos, tres latidos, Thomas está callado. Luego cuelga, y el sonido de
sus pasos aumenta mi pasión. Mi ritmo cardíaco se eleva y mis dedos se cierran con
ansiedad alrededor de nada mientras aprieto mis manos. Doblo las rodillas otra vez,
exhalando cuando abre la puerta.

Los labios levantados y sus impresionantes ojos azules están llenos de


delincuencia juvenil y sorprendida satisfacción que me hace sonreír. Suéter
desabrochado, mochila en un hombro, el chico problema sostiene sus gafas de sol en su
mano izquierda y empuja su pelo hacia atrás con la derecha.

—¿Dónde está Rebecka? —pregunta, acercándose a mí.

Sostengo su mirada.

—Con su Valentín. ¿Dónde has estado?

—Por ahí —dice, agarrando cada uno de mis tobillos y enderezando mis piernas.
Me deslizo desde mis codos a mi espalda, riéndome mientras me lleva al borde de su
cama para que mis pantorrillas y pies cuelguen.

Pasando cada una de sus manos por mis piernas, curvándolas detrás de mis
rodillas, pregunta.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

Sobre mi espalda mientras se coloca sobre mí, muerdo mi labio para evitar
sonreír tanto como deseo. Lo amo desde este ángulo. Quiero saborear esto. Cuando no
contesto de inmediato, Thomas me acaricia las rótulas a través de mis vaqueros, y curva
mis tobillos alrededor de la parte posterior de sus piernas.

—¿Cuánto tiempo necesitamos? —pegunto, algo juguetona, algo seria.

—Todo —contesta, mirando mi boca. Él mira mi pecho y mis manos, y de nuevo


a mis ojos, como si buscara algo. Su sonrisa se levanta en el lado izquierdo, como si lo
hubiera encontrado—. ¿Qué hacías cuando llamé?

Dejando caer mis párpados, encuentro sus manos y entrelazo mis dedos con los
suyos.

—Nada.
Pero su agarre se aprieta, y él me acerca más. Se inclina sobre mí, y sus ojos
azules, que parecen saber la verdad, son imposibles de evadir. Rodeándolo con mis
piernas, me sostiene bajo sus ojos y baja su voz.

—Dime qué hacías en mi cama sin mí, Bliss.

Cruzo mis tobillos detrás de él, tratando de acercarlo más cuando mi corazón se
abre.

—Pensaba en ti.

Deslizando sus manos por mis muslos, Thomas se inclina más cerca, llegando al
final hasta que sus labios están sobre los míos y su pecho está justo encima del mío. Me
besa suavemente, apenas separado y dulce, levantándose antes de que esté lista.

—¿Cuándo volverá Becka a casa? —pregunta, poniéndose de pie mientras mi


pulso se eleva y mi deseo queda insatisfecho.

Me siento, arreglando los pasadores de pelo que casi se soltaron.

—No lo sé. Probablemente tarde. Me va a enviar un mensaje cuando esté en


camino.

Sentándose en el borde de su cama y agarrando su mochila, Thomas dice:

—Está bien.

Abre uno de los bolsillos, y cuando me pongo de rodillas junto a él, saca tres
paquetes negros y multicolores. Miro al chico frente a mí, y puedo sentir la emoción que
sale de él mientras extiende varios cigarrillos en sus manos. Pienso en lo correcto y lo
incorrecto, y casi puedo probar la emoción que me recorre.

—Tengo fresa-kiwi, algodón de azúcar y vainilla —dice, ofreciéndomelos.


Levanta la mirada, y lo entiendo.

Thomas fuma con ZigZags o Phillies, nada como esto. Compró esto conmigo en
mente. Es el Día de San Valentín, y él está poniendo el regalo más “Dusty perfecto” en
mis manos. Mirando cada uno de ellos, la elección es una obviedad.

Tomo el de vainilla y Thomas sonríe. Abre su ventana y baja la música, y mientras


se sienta a mi lado y comienza a romper su libro de historia, lo observo atentamente.

Enrollando todo, me entrega el producto acabado. Mientras lo llevo a mi nariz,


inhalando vainilla oscura y árboles húmedos, él se levanta y tira de mi calcetín derecho.
—¡Oye! —Meneo los dedos de mis pies desnudos, pintados de rosa. Agarra mi
pie izquierdo y me hace cosquillas en la planta—. ¡Para!

—Ven aquí —dice, tirando de mi tobillo como si pesara casi nada. En el borde de
la cama, saca mi otro calcetín y levanto las cejas.

Deslizando sus manos bajo el dobladillo de mi suéter, él lo levanta. Levanto mis


brazos para que pueda sacarlo por encima de mi cabeza, dejándome en una camisola.
Quiero esto, pero cuando sus dedos se deslizan a mis vaqueros, no lo entiendo.

—¿Thomas?

Encontrando mi mirada, desabrocha el botón debajo de sus pulgares, y mi


corazón late con fuerza.

—No puedes regresar a la casa de tus padres con este olor en tu ropa —dice,
rozando las yemas de los dedos sobre la misma piel que toqué antes de llegar aquí, justo
donde mi anhelo está fuertemente concentrado—. Tu padre no te dejaría volver.
Tendría que entrar en la casa del juez McCloy para verte.

El pensamiento solo aumenta cuán bien se siente esto.

Nos sentamos frente al otro en el medio de su cama, mis rodillas desnudas


tocando las suyas cubiertas de mezclilla. La luz del sol de su ventana calienta mi piel y
hace que su cabello, sus manos y su rostro parezcan sensibles al calor. Mi conciencia
hormiguea mientras saca el cigarrillo, pero una vez que está en sus labios y lo enciende,
con el humo saliendo lentamente, haciendo que la cereza arda, mi sentido de lo correcto
y lo incorrecto está abrumado con humo flotante y el sonido de su inhalación.

Con un ardor lento y constante, toma una calada larga y profunda y la expulsa
hacia su techo. Este chico hace que se vea fácil, y sexy, y cuando me lo pasa, quiero que
se vea así de suave también.

—Yo solo… ¿inhalo? —pregunto, sosteniendo el cigarrillo entre el pulgar y las


yemas de los dedos.

—Inhala hasta que lo sientas aquí —dice, acariciando la parte frontal de mi


cuello—. Entonces, cuando lo sientas, para, toma un poco de aire y contenlo.

Thomas levanta el cigarrillo para que sus dedos toquen mis labios. Sus ojos no
se apartan de los míos mientras lentamente empiezo a inhalar el humo, y lo siento
mirándome mientras mis propios párpados caen. No siento nada en mi garganta, así
que inhalo un poco más, y luego ahí está, como él dijo.
Inclinándome hacia atrás con un rápido resoplido, contengo mi aliento hasta que
es imposible. El humo se filtra poco a poco en mis pulmones, y cuando lamo mis labios,
que saben a vainilla, lo hago de nuevo.

Toso la segunda vez, pero ambos estamos riendo. En algún momento, me subo a
su regazo, donde soplo nubes de humo, y él exhala las suyas sobre mí. Él sostiene el
cigarrillo en mis labios con cada calada, y me aferro a él.

Humo, luz del sol y suaves acordes de guitarra flotan alrededor nuestro. Thomas
pasa su nariz por mi cuello, y no puedo quitar mis manos de su cabello. Es suave entre
mis dedos, y su cuero cabelludo es cálido. Creo que podría volar por lo bien que se
siente, pero su brazo izquierdo permanece a mi alrededor en todo momento. Estoy a
salvo, amada y drogada.

El tiempo se arrastra con la brisa. Nos giramos de costado en su cama, cubiertos


con nada más que este sentido aumentado de conexión, y juro que puedo sentir la tierra
moviéndose.

—Nena —susurra Thomas, tocando mi cabello, besando mi mejilla, mi barbilla,


mi cuello—. Nena, nena…

De alguna manera, el cigarrillo termina en mi mano y llevarlo a sus labios es algo


natural. Él toma una calada profunda antes de quitármelo y ponerlo en su mesa de
noche. Inclinando mi cabeza hacia atrás, presiona su pulgar en la esquina de mi boca, y
yo separo mis labios para él. Su frente en la mía, sus labios en mis labios, exhala su humo
en mí.

Lo que no puedo inhalar flota alrededor y entre nosotros, y mi conciencia se


siente como que está nadando. Nuestros labios se rozan, pero no nos estamos besando.
Su frente descansa contra la mía, y cuando envuelvo mis brazos alrededor de su cuello,
tratando de acercarnos, planta sus manos firmemente sobre mis hombros. Desliza su
nariz a lo largo de la mía, y aquí está: el dolor que él da, pero al que no cede.

Agarrando sus mangas, respirando más rápido, me arqueo, me estiro y susurro:

—Toca, toca, toca…

Sus manos se quedan, pero me besa y mi corazón late con un amor abrumador.
Inunda todos mis sentidos, abrumándome por todas partes. No hay ningún lugar que
no pueda ver, oler o probar. La sensación de su pantalón en mis piernas desnudas es
todo en un segundo, y luego es la fuerza en sus brazos, sosteniéndose sobre mí, el peso
de sus labios en mi piel, el sonido de su respiración. Puedo oírla tan claramente cómo
puedo oír la mía, los pájaros afuera, la música y su teléfono.
Ignorando el sonido, Thomas aparta la correa de mi camisola, besando mi
hombro hasta que el timbre se detiene. Pero empieza de nuevo, y lo odio. Estoy debajo
de él, abierta de amor, pero en todo lo que puedo pensar de repente es en Valarie.

—Detente —le digo, mi voz ronca por el humo de vainilla y ni la mitad de fuerte
que necesito que sea—. Tu teléfono, detente.

Alejándose abruptamente, este chico saca su teléfono del bolsillo trasero, lo abre,
saca la batería y tira todas las piezas a través de la habitación. Me mira con ojos que me
dicen que debo saberlo mejor. Que esto es amor y nada de lo demás importa, pero es
demasiado tarde.

Saberlo no trae las ganas de nuevo.

Aún abrumada y malhumorada, me inclino contra Thomas mientras cambia de


canales. No quiero sentirme como lo hago, pero no quiero pelear, así que nos sentamos.

Toqueteando el final de mi suéter, permanezco en silencio hasta que ya no puede


soportarlo.

Apagando el televisor, suelta el control remoto y me empuja.

—Vamos —dice, agarrando su sudadera—. Coge tus zapatos.

Con las ventanas entreabiertas, estamos relajados en la parte posterior del viejo
Audi de sus padres y todo se siente bien de nuevo.

—La cafeína no es buena para ti, sabes —dice Thomas, mirándome.

El sol se ha puesto, y el cielo púrpura y el faro de Yaquina pintan a mi alborotador


temperamental en suaves matices. El olor y los sonidos del mar se combinan con la
brisa, mezclándose con el humo del cigarrillo que encendió y las melodías bajas de
Citizen Cope cantando sobre una chica que no se rendirá y él nunca olvidará.
Tomando otro sorbo del café que me compró, me encojo de hombros. No sé lo
que dijo para conseguir que los baristas hicieran un latte de especias de calabaza en
febrero, pero la canela y la cafeína me llenan de un cálido alivio.

En voz baja, Thomas se ríe entre dientes.

—Es malo para tus huesos y tu piel —dice, sonriendo mientras meto los dedos
bajo su pierna—. Y tu corazón. Los latidos incontrolados son un preludio de un ataque
al corazón, princesa.

Ruedo mis ojos y me rio un poco, porque los siento. Los sentí antes en su cama,
y antes de eso, cuando pensé en él. Mis latidos inestables no tienen nada que ver con el
café.

—Me haces palpitar —digo antes de tomar otro trago, dejando que Dusty me
hable de malos hábitos, como si yo fuera demasiado joven para entender la ironía.

—Hablo en serio —continúa, fumando y exhalando—. Tu cuerpo construirá una


tolerancia. Cuando sientas que se está volviendo malo para ti, querrás más. Necesitarás
más. La cafeína es una droga, Leigh.

Me rio. No puedo evitarlo. Tal vez todavía estoy drogada.

—Oh, sí —pregunto—. ¿Como la marihuana?

Este chico sopla una nube de humo, y la veo girar, extendiéndose a través del
techo del automóvil.

—La marihuana es de la tierra —dice, soltando anillos de humo mientras yo


envuelvo ambas manos alrededor de mi taza, absorbiendo su calor a través de mis
palmas. Inhalo el cremoso y dulce aroma de canela y nuez moscada y jengibre, y puede
estar lleno de estimulantes, pero me siento tranquila.

La presencia de Thomas es el mejor regalo del Día de San Valentín. El caramelo


es agradable, y los cigarrillos de caramelo fueron creativos, pero esto es lo que más
deseé. Solo nosotros.

—Las calabazas son de la tierra —digo—. Y los granos de café.

—¿Crees que hay calabaza real en eso? —pregunta. Cuando no puedo hacer más
que sonreír y mirar sus labios, se sienta recto.

—La cafeína es analéptica. Jode con tu control de impulsos y tu resistencia a la


insulina.
Me rio.

—¿Qué?

Da una calada.

—Esa mierda te dará hormonas de estrés, Bliss.

—¿Cómo sabes todo esto?

—Béisbol.

Estamos callados por un segundo, mirándonos. Su despreocupación ha


regresado, pero su sonrisa es subestimada.

—¿Estás seguro que no te preocupa que impida mi crecimiento?

Entre lamer su labio inferior y levantar el cigarrillo, Dusty mira a mi pecho sin
una puntada de modestia.

—Estás creciendo bien, chica.

Mis mejillas se calientan, y escondo mi sonrisa con otro sorbo.

Después de que he terminado mi café, Thomas me ofrece el cigarrillo. Cuando


me niego, mi adicción real se inclina hacia mí, empuja su capucha de mi cabeza, y exhala
su humo por todo mi cuello.

El imbécil juguetón que me estaba enseñando ha desaparecido. Esta honesta,


imprudentemente inquebrantable, demasiado hermosa, y llena de juventud es una
persona que solo yo conozco. Esta es mi persona.

Él tira el cigarrillo por la ventana mientras suelto mi taza vacía en el piso, y nos
movemos. Nos besamos abierta y profundamente, reclamando y entrelazándonos. Nos
besamos como antes, con los ojos cerrados y los corazones abiertos, y sé que la
verdadera droga está aquí. Está entre nosotros y dentro de nosotros.

Es la forma en que abre mis labios con los suyos para besarme más
profundamente, y la forma en que mi pulso se siente como si su nombre estuviera en
mis venas.

Es la manera en que no puedo permanecer herida, enojada o celosa, y la forma


en que él no puede soportar que lo esté.

Es el anhelo que nunca se va, la necesidad de más que crece a medida que la
alimentamos. Es la tolerancia de la que hablaba y de la que sabe tiene razón.
Es esto, nuestro secreto.

Somos la droga.
Traducido por AnnaTheBrave y VckyFer

Corregido por Kish&Lim

homas, despierta.

Mis ojos pesados de resaca se abren con el sonido de la voz


desaprobadora de mi madre. Me siento, en pánico, entrecerrando
los ojos contra la dura luz del sol y un dolor de cabeza palpitante. El sabor repugnante
de la cerveza plana y la nicotina persiste en mi boca, lo que hace difícil de tragar, pero
el lado de Leigh de la cama está vacía, aliviando mi corazón borracho.

Me echo hacia atrás, cubriendo mi cara con la almohada perfumada de Leighlee.

—¿Qué quieres? —pregunto, cada sílaba más dolorosa que la anterior. Mamá
sacude mi pequeña salvación y tira la almohada por la habitación. El aroma potente de
su perfume de alta gama me revuelve el estómago. No sé cómo ella está despierta y
vestida cuando el mundo está obviamente terminando.

—Ya son más de las dos. Levántate antes de que llame a tu padre —dice, tirando
la ropa sucia de mi cama a una pila en el suelo—. Eres un cerdo.

—Lo siento. —Froto mis manos sobre mi rostro. El olor a cigarrillo entre mis
dedos es peor que la esencia de su cruel fragancia.

La mujer que me dio vida camina por mi habitación, apilando platos sucios uno
encima del otro, tirando latas de refresco vacías, y resoplando a las quemaduras de
cigarrillos en la alfombra debajo de mi ventana.

—Eres un trabajo, ¿lo sabes? —Ella pone un par de pantalones en la creciente


pila de mierda que necesita ser lavada junto a mi cama—. Sé que sacaste el auto anoche,
y tienes suerte de que lo haya movido antes de que tu papá lo viera estacionado en el
maldito césped.

—Fui a casa de Petey. Su mamá…

Ella levanta la mano, deteniéndome.


—No me importa una mierda Petey. Estás bebiendo y manejando, y estás
tomando el auto cuando te han dicho que no lo hagas. Hazlo otra vez y las llaves son
mías. —Saca ropa de mi armario al azar, que no combina, y me las lanza—. Levántate.
Eres un ejemplo horrible para tu hermana y Bliss.

Me sonrío a mí mismo.

Ella no tiene idea.

Mi madre está a medio camino de la puerta cuando se detiene y en realidad me


mira.

—Sabes, si tienes algún problema real, el juez McCloy no permitirá que Leighlee
se quede aquí.

Puedo traducir la amenaza por su tono: jode tu propia vida, pero no la suya, y no
la mía.

—Lo entiendo—le digo.

Ella golpea la puerta, rompiendo mi cráneo penetrante. Me arrojo sobre mi


estómago. La noche anterior está borrosa. Los muchachos. Las Sluts. Tal vez estábamos
en casa de Pete. Tengo cero recuerdos de la casa.

Pero recuerdo el amor.

Recuerdo a qué sabían sus labios: azúcar en polvo y necesidad.

Fue valiente y me hizo rodar, a horcajadas sobre mis caderas. Ella se ruborizó,
atrapada. Y me reí, divertido. El envoltorio de mini donas cruje mientras lo saco de
debajo de mi espalda.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no comas en mi cama, cariño? —


pregunté.

Sonrío ante el recuerdo de sus pequeños gemidos, y en algún lugar entre los ojos
cerrados y las caderas oscilantes, me duermo otra vez. No me despierto hasta que mi
princesa de azúcar en polvo está de vuelta conmigo.

—Shh… —L presiona su dedo contra mis labios—. No puedo quedarme —


susurra en la luz baja que entra por la ventana de mi dormitorio.

—¿Dónde está mi hermana? —pregunto en voz baja, agarrándome a los lados de


Leigh, moviéndola debajo de mí.
—Está afuera. Smitty vino. —Mi chica está sin aliento. Los ojos de amor son
salvajes y sus mejillas son rosadas, enrojecidas mientras se mueve con ansia contra mí,
firme y deliberada.

Presiono mis labios contra su cuello, beso su punto de pulso antes de abrir mi
boca y tirar la piel delgada entre mis dientes. El calor de Leighlee me pone muy duro,
ella vino aquí por un capricho, pero no tenía ni idea en que se estaba metiendo.

Hay emoción en este secreto.

—Sin marcas, Thomas —dice débilmente.

Mis labios se curvan en una sonrisa a lo largo de su clavícula. Bajé su top y respiro
sobre el encaje rosa acodando su pecho ligero, tentado de rasgar el sujetador por
completo. Sé que ella quiere que lo haga, pero yo no. Mis caderas se quedan quietas y
mi pulgar no se mueve; mis labios no besan y mi boca no cubre.

El pecho de Leigh sube y baja tensa y tímidamente. Está segura, pero tan
insegura. Nunca se ha mostrado a nadie antes… Sabría si lo hubiera hecho.

Este es el nerviosismo de una pequeña princesa virgen.

No se da cuenta de lo que podría hacer con ella, pero me dejó de todos modos.
Leigh me quiere lo suficiente para darme algo. Ella me deja joder con su cabeza, me deja
follar su cuerpo simplemente porque me ama.

Ese es nuestro trato.

Podría mover los delicados interiores de color rosa y deslizar mi polla dentro de
ella si quisiera. Podría rodarla y montarla y empujar hasta que llorara, y nada de lo que
hiciera haría declinar su confianza y amor. Pensaría que debe ser así, porque soy yo, y
la hija del juez no conoce nada mejor.

A veces me olvido de que solo tiene catorce años.

Pero no importa lo bien que su cuerpo se siente listo, quiero conservar su


inocencia un poco más.

Descendiendo lentamente por la piel sin saborear, beso el estómago de Bliss


sobre su vestido. Mis labios presionan el interior de su muslo, apreciando lo intacto y
nuevo de cada pulgada de amor. No es como cualquier otra persona con la que he
estado. Valarie no se ve ni se siente de esta manera. Valarie incita y se extiende como
una puta. Se frota como una perra y folla como una prostituta. Ella chupa pollas con
experiencia, y grita palabras sucias mientras finge venirse porque piensa que es lo que
se espera que haga.

Alguien le enseñó a ser así.

Con mi cara cerca del centro de Leigh, pequeños y desnudos talones se hunden
en mi cama, y ella arquea su espalda y se muerde el labio para no hacer ruido. El sabor
de su piel es fácil en mi lengua, pero duro en mi resistencia. Chupo hasta que se retuerce
y beso el punto morado cuando siento que no puede tomar más.

Subiendo por su cuerpo, susurro en su oído mientras le toco el lado de su


garganta con la parte de atrás de mis dedos.

—No puedo marcarte aquí…—Presiono mi palma sobre el moretón que mi boca


hizo en su piel—… pero puedo aquí.

Ella respira lentamente.

—Está bien —susurra, frotando el interior de sus muslos en la parte de afuera


de los míos—. Bueno.

Leighlee es dos años y medio más joven que yo, y fuera de esta habitación, tengo
toda una vida sobre la que no sabe mucho. Las drogas, el sexo, las fiestas. Por la noche,
ella está metida en su cama, y yo estoy fuera mojando mi polla y jodiendo mi cabeza.

Escucha rumores de mierda o lo que sea. Sabía que una vez que estuviera en la
escuela secundaria iba a ser más difícil mentirle, y más fácil que averiguara sobre mí y
otras chicas. Especialmente Valarie. Leigh cree casi todo lo que le digo, pero es cautelosa
con Val. Es probablemente por qué L empuja esta mierda de sexo. En su mente, es
probablemente una cura para todos.

—Podemos hacerlo, si eres rápido. —Su tono es valeroso, pero el temblor en sus
dedos me hace saber otra cosa.

¿Qué hará si algún día lo hago?

Porque no podré detenerme.

Un día, voy a follarla.

—¿Ahora mismo? —pregunto, empujando mi polla dura a lo largo de su centro


suave, demasiado caliente.

Contiene el aliento, pero inclina la cabeza hacia atrás, abriendo su cuello para mí.
—Sé rápido.
Ella no tiene ni idea.

Tomará tiempo encajar dentro de ella. Llorará, probablemente me pediría que


me detenga.

No lo haré.

Pero tenerla ofreciéndolo, una y otra vez…

Empujando contra ella con nada más que algodón entre nosotros, hay deseo y
necesidad enjaulada en el hoyo de mi estómago, girando, aplastando, creciendo. Soy una
bomba de tiempo que hace tictac; vendré por esta chica.

Leighlee grita y curva su espalda lejos del colchón. Sus piernas están separadas,
abiertas ampliamente. Sus brazos están inmóviles a los lados, y los labios están lo
suficientemente abiertos como para respirar.

—Mierda —gimo, rodando a mi espalda y empujando hacia abajo mi polla.

La negación no es fácil.

A mi lado, Bliss jadea y sus mejillas están más que enrojecidas.

—Oh, Dios mío, ¿qué fue eso? —pregunta, apretando los muslos.

Tócate, nena, quiero decirle. Tócate y vente.

Acomodo su vestido y me siento, tirando de los extremos de mi pelo.

—Thomas —gime Leigh.

Casi me doy la vuelta y lo hago, pero el golpe en la puerta viene primero.


Entonces la manija se mueve. Está cerrada.

—Abre y mira lo que Hal trajo para mí —grita mi hermana a través de nuestra
barrera de roble.

Leigh salta con las manos sobre la boca, aterrada y tensa.

—Espera —grito, sin preocupación en absoluto.

Extraigo las manos lejos de su cara y beso sus nudillos apretados antes de
levantarla de la cama y llevar a mi chica a mi baño.

—Quédate quieta, rubia fresa.

—¡Thomas! —Se ríe ella.


Cierro la puerta del baño y vuelvo a ponerme la camisa antes de dejar entrar a
Rebecka.

—¿Qué? —pregunto, cruzando la habitación, abriendo la ventana para poder


fumar.

—Mira —dice. Por un momento, ella es la niña emocionada que huele a sudor
con un diente delantero astillado siguiéndome a mí y a mis amigos.

No tengo idea de que es eso.

—¿Por qué me muestras esto? ¿Dónde está tu amiga?

—Es una Chia Pet2. Y probablemente haya salido a cazar mariposas. No la vi en


mi habitación, así que vine aquí. —Rebecka se sienta en mi cama, la misma cama en la
que estaba follando a su mejor amiga y presenta su cabeza de gato de arcilla.

Doy un paso hacia mi hermana, tomando la figura de sus manos. Lo miro, decido
que es una mierda, y la echo de mi habitación.

—A Leigh le gustará —dice mientras se va.

Tan pronto como la puerta se cierra, Bliss aparece, de puntillas desde el baño.
Ella se sube a mi regazo, como si Becka no hubiera estado a punto de encontrarnos
juntos, y pregunta:

—¿Qué fue eso? ¿Qué me estaba pasando? Se sentía… como…—Sus ojos


ardientes buscan los míos, mirando por encima de mi cara la respuesta—. Parecía que
estaba en llamas… por dentro.

No dudo en deslizar mi mano entre sus muslos, bajo su vestido, sobre mi marca.
—Aquí —pregunto—. ¿Se sentía aquí?

—Sí —susurra, sonriendo tímidamente.

No contesto. Esta niña no necesita saber. No quiero que lo sepa todavía.

2Chia Pet: marca de piezas de arcilla con forma de mascotas a las que se les aplicaban, sobre su cuerpo
acanalado, semillas humedecidas de chia, una planta aromática de ciclo anual.
En algún momento más tarde, cuando el sol de marzo se pone y la luna se alza,
Becka, Bliss y yo nos dirigimos al patio trasero y comemos tazas de pudín, rodeamos la
chia pet sembrada mientras los rociadores del patio humedecen el aire y nuestras caras.

Leighlee lame el chocolate de la comisura de su boca, y creo que podría


quedarme esta noche. Quiero estar cerca de mi chica.

Pero cuando los rociadores se apagan y Becka golpea el fondo de su taza con el
dedo, el timbre suena y la expresión de Bliss oscila de despreocupada a cuidadosa y se
drena de color. Sé quién está aquí.

El jodido dador de suéteres.

La relajada comodidad debajo de las estrellas cambia a pesado nerviosismo bajo


el cielo ennegrecido en el momento en que Smitty y Oliver vienen alrededor del lado de
la casa. No tengo ningún problema con el callado, pero odio a ese otro hijo de puta.

—Tu madre nos dijo que estabas aquí —dice Hal en voz baja. El novio de mi
hermana se mete las manos en los bolsillos y espera al final de los escalones para ser
invitado.

Oliver está de pie, no tan tímido. Se quita el gorro de la cabeza y se pasa la mano
por el pelo, observándome mientras suelto mi taza de pudín y cuchara a la mesa y me
levanto.

—Hasta más tarde, chicos —murmuro indiferente, dando palmadas a Bliss en la


parte superior de la cabeza mientras paso y me alejo.

Entrando a la cocina a través de la puerta trasera, mamá está en el estante del


vino, sirviéndose otra copa. Libre de maquillaje, la cara que crecí amando brilla
mientras ella se gira para verme.

—Estás aquí. —Ella sonríe, entregándome lo que queda en la botella oscura.

—No hay planes —digo, tomando una bebida amarga.

Mamá descansa contra el mostrador a mi lado. Su cabello rojo oscuro y húmedo


huele a jengibre, y sus labios están manchados de color violeta. Tommy Castor puede
parecer audaz fuera de estas puertas, pero es forzado. La confianza pasa fácilmente
cuando sus sueños mueren y su marido la engaña con su compañera de trabajo que es
más bonita y delgada. Ella suprime un pasado rocoso con un par de botellas de vino,
todas las noches.
—Lo siento, soy un hijo de mierda —le digo, sonriendo mientras gira sus ojos,
sin confiar en una palabra.

Me acerco, necesitado por su atención, y digo—: Abrázame.

Más alto y más fuerte, soy yo quien la sostiene ahora.

—Te amo —digo, relajando mi barbilla encima de su cabeza. Mamá baja su


espalda sobre mi pecho y suspira, sosteniendo mi brazo debajo de su clavícula.

—Sé que lo haces, Dusty —dice con aliento que huele a bayas y licor.

Apretándola un poco más, bajo mi boca a su oreja y susurro. —Deberías decirle


a Oliver y a Smitty que se vayan porque apestan.

Mamá se ríe en voz alta y gira en mis brazos, empujándome juguetonamente. Sus
ojos borrachos caídos, libres de fingimiento.

—Sé amable con el novio de tu hermana, Thomas —dice antes de beber un


último trago.

—¿Esta ese pequeño idiota aquí otra vez? —pregunta mi papá, encendiendo la
luz de la cocina.

Sorprendido por su repentina aparición, mi madre y yo saltamos, y luego nos


reímos.

—¿Qué? —dice él, sosteniendo una caja de cereal —. Me dio hambre.

Nos sentamos en la mesa de la cocina, debajo de un candelabro de luz baja. Papá


se sirve la leche. Mamá toma pequeñas mordidas, y yo he dejado que los malvaviscos de
la suerte se vuelvan pegajosos. Comer no es posible cuando mi chica está afuera con
otro chico. El ardor en mi pecho es tan doloroso que me hace querer decir “olvídalo” y
decirle a todos Bliss fue hecha para mí.

Cobardemente, estoy enamorado de ella.

No es que su padre me volviera aprensivo. No hay duda de que él me arrojaría


detrás de las barras por tocar a su hija menor de edad, pero para eso está mi padre. Si
sus padres querían mantener a Leighlee lejos de mí, pelearía con ellos hasta que tuviera
los nudillos ensangrentados y a medio camino de la tumba por encontrarla.

A pesar de ese fuerte sentimiento acerca de ella, y en lugar de hacer que nosotros
fuéramos reales, escogí mentir y dañarnos a ambos. Pero habría un día en el que la
llevaría lejos de aquí, y sería diferente. Seríamos nosotros.
Ese es nuestro trato.

Cuando mi teléfono suena escaleras arriba, es bienvenido.

Mi madre acaricia mi mano, excusándome de la mesa ya que necesito su permiso


para levantarme. Deslizo mi silla hacia atrás y me dirijo a mi habitación. Mi celular está
en la mesa de noche al lado de mi cama, al lado de mi paquete de cigarrillos, encendido
y vibrando.

—¿Qué pasa Pete? —contesto.

—Es mi mamá —dice él.

Veinte minutos después, estoy vestido y fumando un cigarrillo, listo para irme.
Cuando lanzó la colilla fuera de la ventana al patio que está abajo, sabiendo que Bliss y
sus amigos están allí, espero que queme los ojos de Oliver para que no pueda ver a mi
chica de nuevo.

—¡Idiota! —grita mi hermana mientras cierro la ventana.

Para mi sorpresa, el amor nota que me estoy marchando.

—Pensé que te quedabas esta noche —dijo Leighlee, encontrándome en mi auto.

—Algo se presentó —dije, mirando más allá de ella —. Regresa antes de que mi
hermana venga aquí.

—Ella no lo hará.

Beso su frente y entro en el auto.

—Tengo que irme princesa.

Los viernes son malos para Petey.

Días de pago.
Su madre gasta su cheque entero en el mismo bar en el que ella trabaja duro para
ganarlo y normalmente no regresa a casa. Si ella lo hace, es en esta condición: cabeza
abajo, en su propio vómito.

—No puedo hacer que despierte —dice Pete, caminando alrededor de la sala,
tirando botellas vacías de alcohol —. Está respirando, sin embargo.

Él ha arrojado una sábana sobre ella, pero puedo decir que Rachel no tiene ropa.
Es perturbador verla de esta forma, porque siempre ha sido una borracha, pero no
siempre ha sido patética.

La casa está desordenada y huele peor de lo que se ve, así que tomo la bolsa de
basura de mi chico y termino de levantar mientras él endereza los muebles. Pasamos a
Rachel y trabajamos nuestro camino por el resto de su casa. Lavo platos mientras Petey
limpia el baño. El corre haciendo arcadas, listo para patear a su ebria y desmayada
excusa de madre antes de ir de regreso al baño con una bandana azul amarrada sobre
su nariz y boca.

Dejándola a ella, por último, nos detenemos al lado de su madre, mirando hacia
su lánguido cuerpo.

—Toma sus manos y yo voy a tomar sus pies —murmura Pete, empujándola
sobre su espalda. Las cubiertas se caen y ambos vemos todo.

Incapaz de aguantar el estómago por la pena, yo levanto las sabanas para


cubrirla de nuevo, pero Petey las arranca de mis manos, con lágrimas en los ojos.

—Que se joda, Thomas —llora por su madre, como muchas veces antes —. Deja
que se despierte así para que ella lo sepa.

Mi corazón se rompe por él.

El peso ebrio es peso muerto, y nosotros batallamos al llevarla por el pequeño


pasillo hacia su habitación. Petey suelta sus piernas y escupe palabras a su madre que
nunca escuchará.

—Déjala —dice él con ojos rojos y el mentón tembloroso.

—Vamos —digo gentilmente, envolviendo mis brazos bajo los de ella—.


Ayúdame a salir.

Una vez que ella está segura en su cama, me dirijo afuera por aire fresco y a
fumar mientras Petey limpia la bilis en la que su madre había estado durmiendo. Pero
cuando lo escucho dar tirones me dirijo hacia adentro para ayudarlo. No sería la última
vez.

No hace falta decir que lo llevaremos a la tumba.

El lunes por la mañana llega después de un alocado fin de semana, y yo no he


visto ni escuchado de mi chica desde que dejé mi casa el viernes por la noche. No porque
haya dejado de intentar sino porque estoy siendo evitado.

Manejando al parqueadero de la escuela, encuentro un lugar y apago el auto.


Rebecka se levanta y se dirige directo a clase, soplándome un beso mientras se va. En
lugar de seguir tras ella, me quedo para esperar a que el Juez McCloy llegue con su hija.
Ella no puede evitarme para siempre.

Merezco la ira de Leighlee, pero no la acepto.

Cuando el sedán plateado de Thaddeus llega, tomo mi mochila y sigo a Leigh a


través de los portones. Si sabe que estoy detrás de ella, no lo demuestra. Sus zapatillas
rojas de ballet haciendo un pequeño chillido en el linóleo del suelo mientras camina con
facilidad, sin apuros. Cabeza abajo, suaves rizos dorados cayendo sobre sus hombros,
abraza su carpeta negra hacia su pecho.

Mi amor no nota la forma en que las chicas la ven con envidia, y los chicos con
deseo. Pero cuando me ven a mí, apartan la mirada.

Ella gira en la esquina, y estoy justo detrás de ella, listo para jalarla a un lado.
Inventaré algo. Le voy a decir que lo siento y lo que sea que haya escuchado no es
verdad, y si lo es, no lo recuerdo.

Pero no logro tener la oportunidad de mentirle.

—Qué demonios Thomas —Valarie me golpea en el pecho, empujando mi


hombro contra los casilleros —. ¿Dormiste con Mixie? ¿En serio?

Me paro derecho y tomo mi mochila, incapaz de apartar mis ojos de Bliss.

Ella me ve ahora.

Ella me escucha ahora.


Petey y Ben corren por el pasillo, un poco demasiado tarde, con la Zorra en
cuestión no muy lejos de ellos. Valarie está en mi cara con los ojos rojos, como si hubiera
estado llorando, como si fuera capaz. Quiere que discuta con ella sobre esto, frente a
todos y que haga una escena. Esta chica que yo no amo quiere demostrarle a Mixie que
no soy de ella para follar.

Pero ese no es nuestro trato.

Con mis mejores amigos llegando, la Zorra esperando cerca, y Leigh observando,
digo:

—¿Y?

Val me golpea de nuevo.

Mis amigos se ríen.

Leigh se aleja caminando.

Yo no tuve sexo con Mixie. Ella me chupó la polla en el porche de atrás. Por la
mirada en el rostro de Leigh, ella sabía, y necesito saber quién le está contando.

Las hermanas pequeñas son intocables.

Esta regla parece aplicar a todos en la escuela excepto para dos personas: Smitty
y Oliver.

Cuando veo a Leihglee en el pasillo entre clases, está con él todo el tiempo,
hombro a hombro, demasiado cerca para mi gusto. Me pone de mal humor, y para el
momento en el que termina el almuerzo, la mitad del día ha pasado y ella no ha
respondido a los mensajes o a la carta que dejé en su casillero.

—¿Vienes? —pregunta Valarie.

La misma chica que me golpeó me espera. La cafetería lentamente se está


vaciando y nadie quiere ir de regreso a clases. Mientras veo a Oliver caminar con mi
amor a través de las puertas dobles, con su mano en su espalda baja, sé que no voy a ir
para nada.

Me levanto de la mesa y deslizo mi mochila por mi hombro. Camino pasando a


Val y digo:
—Te veo después.

Con mi cabeza baja y mis manos en mis bolsillos, es todo lo que puedo hacer para
no salir fuera de mi piel. Estoy atrapado conmigo mismo; la pena golpea contra mi
corazón, abriéndolo y atormentándolo. La culpa me come vivo, comenzando con mis
pulmones, haciendo que respirar sea imposible, mientras el misterio enrolla mi
estómago, ardiendo y agonizando.

Nada de eso duele más que la soledad que se coloca en lo profundo de mis
huesos, dejándome vacío sin Bliss.

—Hola.

El sonido de su voz hace cosquillas por mi espalda y me doy la vuelta.

—Hola —digo. Mi propia voz es llevada fuera de los casilleros.

Con la excepción de uno de primer año que va tarde a clase, Bliss y yo estamos
solos. La miseria y la soledad se van, pero la pena y el lamento se regocijan.

Muevo mi mentón para que nuestros ojos se encuentren. Por medio segundo ella
me deja, veo el dolor de la traición colocarse en sus iris por mí. Sin dudar. Leigh aparta
mi mano y su mirada cae al suelo.

—¿Quieres salir de aquí? —pregunto.

Ella se encoge de hombros.

—Por supuesto.

He faltado a la escuela tantas veces para saber que los de la facultad no se dan
cuenta quien va y quien viene, pero la emoción de nuestro escape emociona a Leigh.
Cuando todo lo que queda entre nosotros y el auto es el estacionamiento, suelto mis
labios cerca de su oreja y le digo—: Corre.

Color oscurece sus mejillas y su boca se curva en una sonrisa. Con nuestros
dedos entrelazados, la jalo detrás de mí, moviéndome entre los autos y apresurándome
ante la robada libertad. Finjo nerviosismo y pretendo que no puedo tomar la llave para
abrir la puerta del auto. Leighlee salta de arriba abajo, llena de emoción.

—Nos van a atrapar —dice ella, riendo.

Una vez que abro la puerta que cruje, la chica que se escapa por primera vez se
sube al asiento del pasajero y se hunde. La nena piensa que se está ocultando, pero
mientras camino hacia la puerta delantera del auto, puedo ver la parte superior de su
cabeza.

Nunca va a poder esconderse de mí de cualquier forma.

Nuestro viaje es silencioso, pero cauteloso. No voy más allá del límite de
velocidad o intercambio carriles sin verificarlo. Mis manos están a las diez y a las dos, y
nuestros cinturones de seguridad están amarrados con fuerza. Que me detengan en
horas escolares es lo último que quiero que suceda.

Leighlee se relaja cuando manejo hacia el estacionamiento de la playa Agate. No


pregunta por qué estamos aquí, y me pregunto si ella recuerda la última vez que
estuvimos en este lugar juntos. Ella estaba de pie bajo la luz naranja y yo no pude
mantenerme lejos. Para el final de la noche, había perseguido a mi amor alrededor, la
había hecho oler mi ropa, y había espantado a su novio.

Por la costa, el faro está en la cima del acantilado. El océano se rompe contra el
rocoso acantilado. Mi chica suelta su cinturón y sale del Audi sin ninguna palabra.

No es hasta que estamos caminando por la playa cuando le pregunto:

—¿Recuerdas este lugar?

Ella mira hacia el abandonado muelle de botes y asiente.

—Si.

Bajo el tibio sol, sobre la arena, cerca del océano para sentir la sal esparciéndose
por nuestros rostros, Leigh y yo nos sentamos lado a lado. Me siento mejor con ella a mi
lado, pero es obvio que está luchando una batalla interna y su mente está lejos. El
cabello rubio fresa se mueve alrededor del viento, atrapándose en su brillo labial, y las
mejillas sonrojadas se han vuelto pálidas. La cruda traición que tenía en sus ojos antes
de que fuera reducido a la infelicidad.

—Yo no quise. —La mentira se forma suevamente.

—Es asombroso aquí —dice ella, cortándome.

Mi amor cae en la playa, extendiendo sus brazos con un movimiento de ida y


vuelta, haciendo un ángel de arena. Caigo detrás de ella y beso la esquina de su boca.
Ella comienza a llorar.

—Es como si Kelly no pudiera esperar para decirle a Becka todo sobre ti. No le
está haciendo daño a Becka. Sin embargo, me está haciendo daño a mí. —Leigh se limpia
sus lágrimas, poniendo arena en sus mejillas—. No puedo detenerte de hacerlo, y no
puedo dejar que ella me lo diga.

Ella me deja besar sus suaves y salados labios, y el perdón es dulce…pero la


dulzura se vuelve amarga.

Manos desesperadas se mueven para desabotonar mis jeans. Ella está loca por
ello, está subiendo a mi regazo, envolviendo sus caderas alrededor de mi polla dura de
la que ella no sabe nada.

Si me lo pregunta, la follaría en esta playa para sentir la conectividad por la que


estamos hambrientos.

—Bliss…—digo.

Por estar dentro de ella…

—Al follar no harás que se vaya —susurro lamentándolo.

—¿Por qué ellas y yo no? —pregunta, retorciendo mi débil resistencia con sus
ojos llenos de lágrimas.

Me siento y sostengo sus brazos por sus muñecas. Crudamente, sabiendo cual va
a ser su reacción le digo:

—¿Quieres ver mi polla?

Atrevida, mantiene mi mirada.

Muevo sus caderas en un suave círculo, dejando que sienta cuán duro estoy.

—Quiero que lo hagas Bliss, quiero que pongas tus lindos labios alrededor de
ella.

Finalmente aparta la mirada, jalando sus muñecas.

—Vamos princesa. Deja que haga que tu coño virgen sangre justo aquí en la
arena.

—Jódete. —Leigh se aparta con fuerza. Suelto sus muñecas.

—No, Leighlee, jódete tú.

Una sola lágrima cae por su mejilla llena de pecas.

—¿No lo entiendes nena?


—¿Qué hay que entender? —pregunta ella.

—Que te amo.

—Bueno, tienes una manera muy mierda de demostrarlo.

Sonrío.

—Eso no lo hace que sea menos verdadero.


Traducido por Flochi

Corregido por Kish&Lim

l amor es un acuerdo irracional.

Unas semanas han pasado desde la primera vez que Leigh y yo nos
escapamos de la escuela. Tras llevar a Kelly a un lado y pedirle muy
amablemente que cerrara la maldita boca y mantuviera mis asuntos
apartados de mi hermanita y su amiga, mi chica y yo hemos regresado a
la normalidad de nuestro secreto.

Con algo de tiempo discreto compensando al amor, estoy inquieto, listo para
desvanecerme y salir de fiesta. Matando dos pájaros de un tiro, he tenido uno de mis
mejores comportamientos, por lo que mis padres están contentos y me dejan tomar el
auto esta noche. Botellas vacías y pegajosas de alcohol, cigarrillos a medio fumar, y
cenizas desordenan mi escritorio. Ben está en el suelo, rodando sobre mi libro de
geometría, y Petey está en el baño, cepillándose los dientes.

Trago un par de pastillas azules que robé del gabinete de medicina de mamá con
vino tinto que tomé de la cocina. No notará la ausencia de algo. No es la primera vez que
le he sacado de su suministro prescripto, y en la mañana, ella pensará que se bebió el
merlot.

Con la cabeza mareada y las extremidades adormiladas, tomo las llaves de


encima de mi armario y me pongo mi sudadera, manteniendo la capucha alzada.

—¿Listos? —les pregunto a mis chicos.

Pete se enjuaga la boca, se seca los labios en la parte superior de su antebrazo, y


se guiña a sí mismo en el espejo antes de salir. Ben guarda nuestros porros y nos
dirigimos abajo.

Bliss está en el sofá, mirando la televisión en una casa oscura y durmiente.

—¿No puedes dormir, hermanita? —pregunta Petey. Abre la puerta principal y


se hace a un lado para que Ben pueda pasar.
Iluminada por la enorme televisión, Bliss está pintada en tonos rojos, verdes y
azules. Está masticando un palo de regaliz con una lata de refresco de vainilla entre las
rodillas.

Como si irse pasada la medianoche no fuera nada fuera de lo común, Leighlee le


responde a Petey en un tono indiferente.

—No, y Becka ha estado durmiendo por horas.

Una vez que mis amigos han salido, invento una excusa sobre olvidarme mi
billetera y les arrojo las llaves para que enciendan el auto. Cierro la puerta y la trabo
con llave por si acaso. Mi chica, dependiente y desesperada por hacerme quedar, rodea
mis caderas con sus piernas y me aprieta los hombros.

—Estaré aquí cuando llegues a casa —dice reacia. Sus dedos diestros acarician
mi nuca antes de hundirse de nuevo en el sofá, acurrucándose debajo de suaves mantas
bajo las que yo también debería estar. Sube el volumen de la tv, ignorándome
astutamente, y acepto la indirecta: vete antes de que el amor me haga quedar.

—Más vale que lo estés —digo cuando me voy.

No me doy cuenta lo arruinado que estoy hasta que estamos en la carretera y las
líneas amarillas discontinuas comienzan a doblarse. El caucho se abraza al alquitrán, e
intento mantener los neumáticos rectos, pero mis palmas pegajosas giran el volante con
la inclinación de las rayas divisorias. Los ojos comprometidos bajan la mirada al
velocímetro; voy a quince kilómetros por debajo del límite de velocidad, pero se siente
como si estuviera volando.

Los estimulantes luchan con los depresivos, y mi corazón no puede decidir si


debería ir más rápido o más lento. Me saco la capucha, desviándome al carril contrario
sin poner ambas manos en el volante. Buscando percatarme mejor de la carretera frente
a mí, sacudo la cabeza y enderezo mi postura, inhalando hondo. Mi teléfono comienza a
sonar en mi bolsillo trasero.

En el asiento delantero de pasajero, Petey está hablando con su chica en su


celular.

—No respondas —dice—. Es Reina Ramera.

Me desvío un poco a la izquierda.

—No, tú no eres una ramera, nena. —Petey se ríe en su receptor—. Tus amigas
lo son.
Ben está en el centro de los asientos traseros, iluminando, haciendo que su suave
reflejo brille naranja en el espejo retrovisor. Espesas volutas de humo llenan el auto,
obstruyendo mi visión esquiva.

De la nada, escondiendo sutilmente la preocupación por mi seguridad y la de


ellos, comienzo a reír y no puedo detenerme. La liviandad empuja a la ansiedad, y soy
feliz, libre.

Mi teléfono comienza a sonar de nuevo. El auto gira a la derecha.

—Alguien dígale a Mega Ramera que deje de llamarme —digo, riendo. Mis faros
iluminan el lado equivocado de la calle.

En lo que se siente como un abrir y cerrar de ojos, no estamos en Newport.


Estamos en una calle vieja y dispareja que no reconozco. Echo un vistazo para
preguntarle a Pete si sabe dónde estamos solo para darme cuenta que me está hablando.

—¿Qué? —pregunto, sacudiendo la cabeza. Mi corazón late rápido, ahogando el


sinsentido.

Recibiendo una llamada, suelto el volante para buscar en mi bolsillo trasero. El


Audi gira a la izquierda, y Pete agarra el volante.

—Hola. —Me escucho decir.

—¿Dónde estás? —pregunta Valarie. Sigue hablando, pero cuelgo.

Estoy seguro que estamos perdidos y estoy demasiado drogado para conducir e
intentar mantener las cuatro ruedas derechas. Moviendo mis pesados ojos hacia el
espejo retrovisor, veo a Ben, drogado y recostado sin expresión, ausente. Pete está
fumando el porro ahora.

—No tengo idea de dónde estamos —admito. El temor se arrastra como arañas
por mis brazos, y el nerviosismo acaricia mi espalda.

—Estás bromeando —dice Petey. Siempre el paranoico, el miedo cubre su


tono—. ¿Qué, amigo? ¿Qué? ¿Estamos perdidos?

Divertido por la paranoia de su amigo, Ben sale de su coma momentáneo y


comienza a reír, cayéndose a través del asiento con las manos sobre su estómago.

Es contagioso.

—Dusty, estaciónate —dice Pete. Sus ojos son salvajes—. Estaciónate, Thomas.

Todo es diversión y juegos hasta que abre su puerta, listo para saltar.
Alargando el brazo para salvarle la vida, pierdo el control del auto y empezamos
a girar. Árboles, carretera, árboles, carretera, árboles, carretera; los faros iluminan
nuestra muerte. No hay forma de saber cuántas vueltas da el Audi antes de deslizarnos
fuera del pavimento hacia la tierra y el bosque. Inclinados y derrapando, el parabrisas
se quiebra y los cuatro neumáticos estallan antes de finalmente chocar y todo se vuelve
negro.

Cuando recobro la conciencia, los faros están oscuros pero la radio está
reproduciendo una lenta canción. Sale humo del motor, y el volante está doblado a la
derecha. No hay bolsas de aire. Ni idea de dónde están. Ni idea de si mis amigos están
vivos o…

Petey está caído hacia delante y está completamente inmóvil.

—Petey —digo con una voz temblorosa. El cinturón de seguridad ha cortado su


cuello—. ¡Peter!

Su cabeza se levanta y lo agarro del brazo.

—¿Estás bien? —pregunto, casi histérico. Mis manos tiemblan. Mi visión tiembla.
Mi corazón tiembla.

Asintiendo, mi chico toca su garganta ensangrentada.

Vuelvo a mirar hacia Ben. Está sentado con los ojos abiertos de par en par,
sorprendido, pero bien.

—Deberíamos salir del auto —digo mientras la comprensión de lo que sucedió


lentamente me ahoga.

Petey y yo somos capaces de salir por las puertas, pero Ben tiene que subirse
sobre el asiento delantero. Estamos cortados y magullados, asustados, pero vivos.

Girándome hacia el auto, me toma un momento comprender lo que estoy


mirando. Lo que solía ser el Audi está destruido. Falta todo el maletero.

Desaparecido.

Arrojado a nueve metros.

Con ambas manos en mi cabello, cierro la puerta de una patada y camino. Ben y
Petey se quedan atrás, y camino por lo que parecen horas. Una vez que siento que mi
mente está lo bastante despejada, llamo a la única persona que puede ayudarme.
He destruido el auto fuera de Newport en la carretera 20. Le toma a mi padre
menos de media hora encontrarme a un lado de la ruta luego de despertarlo con una
llamada que ningún padre debería recibir.

No necesito dirigirlo al lugar del accidente; sigue las marcas de los neumáticos.

Aire caliente sopla desde la calefacción, pero me estremezco a pesar de estar a


gusto en la presencia de papá. Por su bien, no lloro y ni una palabra es dicha entre
nosotros hasta que se estaciona y apaga el motor del auto.

—Si alguien llegar a pasar manejando, estamos jodidos. ¡Jodidos! —Papá sale y
cierra de un portazo con las dos manos, meciendo el Mercedes.

Siguiéndolo, me paro a unos pocos centímetros detrás de él con las manos en los
bolsillos mientras mira fijamente lo que queda de su viejo auto. Ben y Pete están
sentados contra un árbol en silencio, esperando instrucciones.

—Chicos —habla finalmente el abogado—. Entren al auto y espérenme.

Asumiendo que eso me incluye, me doy la vuelta para seguir a mis amigos, pero
papá me llama.

—Tú te quedas —me ordena.

Me golpea en el pecho y caigo contra el auto. No tengo ni una oportunidad de


recuperar el aire sacado de mis pulmones antes de que me alce por el frente de mi
suéter, jalándome a su cara.

—¿Cómo pudiste ser tan estúpido? —pregunta. Las mejillas de papá están rojas
por el frío y sus ojos sombríos por el enojo. La brutalidad se erige detrás de sus puños,
y sé que no debo decir nada. Me aparta del auto y me empuja hacia el de él—. Sal de mi
vista.

Pasan cuarenta minutos antes de que el remolque llegue, y reconozco al


conductor como uno de los clientes de papá que debe deberle un favor. Enganchar el
auto para ser arrastrado del bosque toma un rato. Cuando Ben pregunta si deberíamos
salir y ayudar, niego con la cabeza.

El Audi es remolcado hecho pedazos y dejamos a mis chicos en la casa de Pete.


Mi mente sigue regresando a la manera en que los faros parpadeaban entre los árboles
y la carretera a medida que dábamos vueltas. El sonido de los neumáticos estallando y
el metal aplastándose retumba en mis oídos. Me duele el pecho, pero la realidad es
doblemente severa y más dolorosa.
Rebecka y Leigh están en el porche cuando manejamos hasta casa, temblando y
envueltas con mantas sobre sus hombros. Tiro de mi puerta para salir, pero papá me
detiene.

—¿Qué pasa si alguno hubiese muerto? ¿Qué habría hecho si hubieras muerto?
—pregunta, tristemente.

—No lo sé —digo en el auto a oscuras. Aparto la mirada de Leigh hacia la silueta


de papá en el asiento a mi lado.

Se aclara la garganta.

—Vas a decirle a tu madre que fue un accidente. Dile que viraste para evitar un
ciervo. Dile lo que quieras, pero no le digas la verdad.

—De acuerdo.

—Si Thaddeus lo descubre… —comienza, mirando hacia Bliss con ojos


arrepentidos, como si podría perderla a ella también.

—No lo descubrirá —digo—. Ella nunca le dirá.

—¿Estás seguro? —pregunta papá, ya sabiendo.

—Leigh nunca lo diría.

Ese es nuestro trato.


Traducido por Kwanghs y Genevieve

Corregido por Indiehope

a escuela entera vacila mientras los rumores sobre el accidente se


difunden rápidamente en los seis días desde que sucedió. La historia
contada acerca del venado ha sido tan atrozmente exagerada, que la
verdad no será conocida por nadie más que las personas involucradas y
yo misma.

Maltratada y con moretones, la parte más culpable ha estado fuera


de clase toda la semana y su ausencia solo se suma a los chismes.

—¿Tienen alguna idea de cuántos accidentes de auto son causados por venados
cada año? —pregunta Valarie a mí y a Daisy en clase de francés.

—¿La tienes tú? —Hay cierta mordacidad en mi tono que no podría esconder
incluso si lo intentara.

—Muchos —dice con preocupación real en su voz—. Deberían ser asesinados.

Daisy sacude su cabeza, sorprendida por la ridiculez de Valarie.

—¿Venados? —pregunto.

Podría golpearla por ser tan jodidamente estúpida.

Val se encoge de hombros, defensiva porque no la estoy tomando en serio.

—Preferiría tener al venado muerto antes que a Thomas.

—No fue culpa del venado. Fue un accidente —miento. La verdad es, mi amor no
chocó a un venado; chocó a un árbol porque manejaba drogado.

El rostro preocupado de Valarie se suaviza, y sonríe.

—Sé que Thomas es como un hermano para ti, pero es más para mí, Bliss.

En lugar de golpearla con mi libro de francés, digo:


—¿No te llama zorra todo el tiempo?

—Es una broma. Es un término cariñoso, petite soeur. —Ríe.

—Imbécile —murmura Daisy.

Valarie gira hacia adelante en su asiento cuando mi teléfono suena. Es un


mensaje de dos palabras de Dusty que cambia mi humor amargo, y todo lo demás.

Píldora anticonceptiva.

—¿Cómo puedes comer esa mierda? —Rebecka señala la caja de Twinkie en la


mesita de café. Las cosas en su casa están tensas, así que vino a casa conmigo—. Vas a
tener celulitis.

Rodando mis ojos, mastico el último bocado de esponjosa azúcar procesada.

—Yo tendría varices y presión alta si comiera uno —dice.

—Nunca tendrás varices —digo riendo.

—Soy delgada porque ando en patineta y tengo muchos orgasmos —se burla—.
Tú no, y comes como mierda. El mundo es un lugar triste e injusto, Leighlee Bliss.

Como uña y mugre, lado a lado en el sofá de mi madre, sus rodillas están raspadas
y con moretones, y las mías están suaves como las de un bebé e ilesas.

—Hemos tenido esta conversación, Becka —digo, limpiando las migajas de mis
manos—. Estoy esperando al matrimonio.

—A los catorce eres demasiado joven como para hacer una decisión así de
grande. Oliver solo está con Erin porque eres frígida —dice con una sonrisa traviesa.

—¡Oye! —Golpeo su brazo. El chico artista siempre surge durante estas


conversaciones—. No lo soy.

—Entonces déjalo besarte.

Papá entra desde el jardín y nos echa un vistazo antes de sacudir su cabeza.

—¿Quiero saber?
—De ninguna manera, Juez McCloy, siga caminando. —Rebecka sostiene su puño
en alto y mi papá lo choca con el suyo mientras se aleja de nosotras.

Le doy un codazo, agradecida de que mi papá no escuchara nada.

—Sabes —susurra Rebecka—. Puedo darte un orgasmo si no vas a dejarlo a


Oliver.

Mis ojos se abren de repente. Mamá está en el supermercado, pero miro hacia la
cocina para asegurarme de que mi papá no está a la vista.

—¿Qué? —pregunto.

Se encoge de hombros.

—Somos mejores amigas. Puedo darte explosiones de Navidad si quiero.

—Cállate.

—Rasuras tu vagina, ¿cierto? —Pasea sus dedos índice y medio bajo mi muslo.

—Sí —murmuro, hundiéndome en el sofá.

—No estoy asustada de tu muffin chino. Lo tocaré.

—Rebecka —gimo.

Agarra mi rodilla descubierta y ríe.

—Es lo que las verdaderas amigas hacen por otras verdaderas amigas. Quiero
que sientas lo que yo siento, eso es todo.

Papá vuelve con un vaso de agua helada en sus labios, apresurándose de regreso
a la puerta delantera donde está a salvo de pláticas de chicas adolescentes. Temas tales
como sostenes y ciclos menstruales lo ponen incómodo, los anticonceptivos podrían
darle una apoplejía. Es por eso que fui directo con mi mamá después de la escuela hoy.

La conversación fue extraña.

—Mamá, necesito píldoras anticonceptivas.

—Bliss, tienes catorce.

—No de esa manera. Realmente tengo cólicos muy fuertes y escuché que las
pastillas anticonceptivas ayudarían.

—¿Cólicos?
—Y espinillas.

—Tú no tienes espinillas, Leighlee.

—Pero las tendré.

—Le preguntaré a tu papá.

—Mamá, papá se asusta con los tampones. No entenderá lo de los


anticonceptivos.

—No guardo secretos con él.

Entonces fingí llorar.

—¡No entiendes cómo se siente ser yo!

Mi cita es la próxima semana.

—O puedo comprarte un vibrador —sugiere Rebecka.

—Estás avergonzándome. Basta. —Pateo sus pies fuera de la mesita de café.

Me atrapa con la guardia baja y desliza su mano bajo mi vestido. Entre los muslos
que aprieto firmemente, Becka agarra mi precioso centro intacto.

—Te dije que no estaba asustada de tu vagina. —Ríe, moviendo sus dedos.

Más tarde esa noche, la casa huele como pan de ajo y mamá está poniendo la
mesa. No me he movido de mi lugar en el sofá desde que llegué de la escuela. Thomas
se presenta para recoger a su hermana mientras el temporizador en el horno suena.
Mientras mi corazón palpita en mi garganta, dejo que mi papá atienda la puerta.

Es obvio que este chico no ha dejado la cama en todo el día, con sus somnolientos
ojos rojos y su despeinado cabello escondido bajo una gorra. En pantalones cortos de
basquetbol y una camiseta blanca lisa, Dusty camina educadamente junto al brazo del
sofá, lo suficientemente cerca para que pueda oler la leve esencia de jabón en su piel,
pero lo suficientemente distante para no levantar ninguna sospecha.

Papá lo palmea en la espalda mientras se mueve más allá de nuestro invitado,


hacia el sillón reclinable. Thomas hace una mueca por el dolor que persiste.
—¿Un venado saltó de repente frente a ti? —pregunta mi padre, meciéndose
atrás en su silla, sospecha teñida en su tono.

—Todavía estoy algo adolorido —responde mi amor en lugar de mentirle a un


juez.

—Lo apuesto —responde papá, serio.

Protectora, y disgustada con la desvergonzada desconfianza y desconsideración


de mi papá hacia Thomas, una chispa de desafío quema dentro de mí. A pesar de las
circunstancias, él es un niño y pudo haber muerto, y papá ha conocido a los Castor lo
suficiente como para que lo afecte de otra manera que no sea dudando.

No hay justicia en ser idiota.

—Thomas, no sabía que estabas aquí. —Con una reacción opuesta a la de su otra
mitad, mi madre cuidadosamente envuelve al herido en sus brazos—. Estoy feliz de que
estés bien. Nos asustaste.

Sin poder resistirse a la amabilidad, Thomas se hunde en su abrazo.

—Lo lamento —dice.

—Te quedarás a cenar, ¿cierto? —pregunta.

—¿Qué hizo?

—Pollo a la parmesana —responde mamá, frotando la parte posterior de su


hombro. Su cabello está recogido y despeinado, y tiene sus lentes puestos, haciendo a
sus ojos lucir más grandes de lo normal.

—¿Lo hizo usted misma? ¿No salió de una caja?

—No, Thomas. No salió de una caja. —Mamá ríe.

Él es el primero en la mesa y el último en irse.

Después de pasar un fin de semana en casa, las cosas vuelven a la normalidad el


lunes cuando Thomas regresa a la escuela. Esquivo los baños entre clases, y ambos
actuamos como si no significamos nada el uno para el otro.
Intercambiando libros en mi casillero, Becka se acerca y suspira.

—¿Sabes del baile de fin de año?

—Sí —digo.

Un pedazo de papel doblado cae de mi casillero mientras saco mi libro de


biología. Mi corazón cae con él, y puesto que mis manos están llenas, mi mejor amiga lo
levanta antes de que yo pueda.

Mientras lo desdobla, dice:

—Vamos a ir.

—Seguro —concuerdo sin prestar atención, tratando de alcanzar la hoja de


papel de libreta. Lo gira lejos de mí y lee lo que está escrito en líneas azules.

Su expresión es ilegible, y mi estómago está lleno de plomo.

Rebecka arruga la nota y me la lanza.

—Eres una idiota.

Me agacho y la recojo mientras se aleja, rápidamente alisando lo que se suponía


que ella nunca viera. Lo que pensé era una nota de Thomas es solo una carta que
comencé, pero nunca terminé para ella acerca de los beneficios del rímel a prueba de
agua.

—Usaré un vestido en el baile si dejas que Oliver te meta los dedos en el baño —
grita desde el final del pasillo.

Estoy mortificada, pero es mejor que ser atrapada.

En lugar de escuchar la lección acerca de la teoría de la evolución, busco en


internet vestidos y peinados. Para el almuerzo, he decidido que quiero usar negro, y que
definitivamente quiero mi cabello recogido.

—Vamos a ir al baile como un grupo. No en citas —dice Oliver.

Muerdo una ácida manzana verde y asiento, pasando a través de imágenes de


rizos, trenzas, y moños en mi teléfono.
Cuando suena la campana, saco mi celular y me apresuro hacia francés con los
pensamientos de mi primer baile escolar en mi cabeza. Contemplando zapatos, oigo que
llaman mi nombre y busco la fuente en la sala de Artes del Lenguaje.

Brandon Miller, un senior con la reputación de rompecorazones, camina en mi


dirección.

—¿Me llamaste? —pregunto, insegura.

—Sí —dice, sonriendo como un idiota. Él es lindo, con el pelo castaño oscuro y
ojos marrones claros, alto y con el cuerpo de un deportista.

—¿Necesitas algo? —Levanto mi mochila por el hombro.

—Me preguntaba si vas a ir al baile este fin de semana. —Encantador, Brandon


se muestra arrogante con un toque inocente, como un jugador que nunca ha probado el
rechazo.

—Creo que sí —respondo, curvando mis labios.

Se acerca un poco más. Sonrío un poco más.

El tonto probablemente piensa que estoy sonriendo porque me está mostrando


atención, cuando realmente estoy sonriendo porque…

—Brandon, ¿cómo va todo? —Petey se apoya en los casilleros a mi derecha,


mientras que Ben se inclina a mi izquierda.

Brandon no se molesta hasta que ve a Thomas frente a nosotros. Sabiamente, el


rompecorazones pone una pequeña distancia entre mi espacio corporal y el suyo.

—Solo preguntaba si Leigh iba al baile. —Brandon se yergue, no será intimidado


por tres estudiantes de segundo año.

—Sí, ella va —dice Petey—. Es mi cita.

—Y la mía —añade Ben.

—¿Qué hay de ti, Dusty? ¿Es Bliss tu cita? —pregunta Pete por encima del
hombro de Brandon.

—Sí, ella es mi cita —dice mi loco amor con los ojos clavados en la parte
posterior de la cabeza de Brandon.

¿Cómo podría este tipo no saberlo?


Las hermanitas están fuera de los límites.

La confrontación gana un pequeño público, y Brandon mira a su alrededor,


completamente rodeado. Siempre encantador, sonríe y dice:

—Hasta luego, Leighlee. —Antes de alejarse.

Igual lo hace Thomas, sin decir otra palabra.

Camino a clase con el brazo de Pete sobre mi hombro y Ben llevando mis libros.
Valarie está detrás de nosotros, y trata de hablar con ellos, pero la ignoran y me dan una
conferencia sobre los chicos malos con mala intención.

—Déjanos saber si te molesta de nuevo —dice Petey. Ben me da mis libros, y se


van.

En clase, Val no está contenta.

—Siempre serás su hermana pequeña, Leigh —dice—. No es que Brandon Miller


realmente quisiera, como, salir contigo.

Daisy se inclina sobre la mesa hacia ella, y le dice:

—Je te déteste.

Cuando suena la campana, Valarie no se marcha antes de decir algo.

—Es gracioso que Thomas dijera que era tu cita en el baile cuando realmente va
conmigo.

Salgo de la habitación pesando lo mal que mi nota sufriría si abandonara francés


por el resto del año. Lidiar con ella no parece valer la pena, hasta que algo que vale la
pena se escabulle detrás de mí y me atrae a través de la puerta de un aula vacía. Su mano
deja mi muñeca, donde entrelaza nuestros dedos y se aferra.

—Hola, princesa —dice, sonriendo de verdad.

—Hola, tú —le contesto, combatiendo mi propia sonrisa.

Bien escondidos, me empujo contra él y entierro mi nariz en su cuello,


levantándome en puntillas para estar más cerca.

—¿Estás bien? —pregunta.

Sacudo la cabeza. Thomas abre la puerta de la sala de clase y me jala, cerrándola


detrás de nosotros. Las persianas gruesas y de color crema están cerradas, y el aire
huele a polvo. Hay unos pocos escritorios apilados en el centro de la habitación, y un
escritorio de profesor en la parte delantera. Una pizarra desactualizada está limpia, y
las paredes están desnudas, abandonadas.

Levantándome como si no pesara nada, Dusty me coloca en el desvencijado


escritorio de madera y me dice:

—Dime qué está mal.

—No quiero estar más contigo —respondo, insegura de mí misma.

Thomas sonríe y sus vibrantes ojos azules me queman.

—Estoy hablando en serio —digo—. Te odio.

—Bliss —suspira, pasando una mano por su cabello.

Su insensibilidad me abre y derrama mi resentimiento reprimido.

—Sé que estabas con Clarissa —grito—. Sé que has estado con Valarie y Mixie y
Katie. Val dijo que vas al baile con ella…

—Cállate, Bliss. Es una regla. —Intenta sonar gracioso, pero su tono de


advertencia es más que obvio.

Me bajo del escritorio, agradecida de que mis pies estén fuertes y firmes, y
sacudo mi vestido. Busco mi bolso, y cuando lo encuentro, Thomas lo lanza a través de
la habitación.

—¿Por qué hiciste eso? —pregunto, pateando el suyo.

—Promételo. —Me sostiene por mis brazos y me acerca más. Trato de


retroceder, pero no me deja—. Promételo, y pensaré en creer que no me quieres.

No respiramos. No nos movemos. Nos quedamos mirando.

Su agarre en mi brazo es fuerte, y me recuerda que su postura no es lo que siente


por lo que dije. Hay un mensaje subyacente en este firme agarre: No voy a ninguna
parte.

—No estaba con Clarissa, y nunca he estado con Mixie o Katie —dice, dejándome
ir.

Se me ha enseñado que se supone que las relaciones se construyen a partir de la


confianza, pero somos una mentira que camina, solo hecha de amor. ¿En qué tipo de
persona eso me convierte si acepto palabras que sé son mentiras? Porque sé que lo son.
Él es absolutamente honesto conmigo sobre todo menos sobre la lealtad.

—La gente dice mierda acerca de mí —me engaña un poco más—. Pero eso no
significa que sea verdad.

Asiento a regañadientes.

—¿Todavía me odias? —pregunta.

Sacudo la cabeza, pero digo:

—No eres bueno para mí.

Me levanta la barbilla.

—Bueno, es demasiado tarde para toda esa mierda.

Desechando su sarcasmo, me alejo y busco mi mochila, temerosa de ser tan


patética que no podré mirarme en el espejo. Una cosa es aceptar mentiras, pero sería
lamentable creerlas. Y si mi amor no es tan seguro como él pretende ser, debería
sentirse peor por ser un mentiroso.

Yo lo hago.

Cubierta de polvo, mi bolsa se aloja en la esquina del aula. Estoy limpiando el


polvo cuando Thomas lo agarra de mis manos.

—No voy a bailar con V. Ella me preguntó si iba. Dije que sí. Eso es todo —dice.

Miro hacia el techo, rechazando encontrarme con los ojos en los que me ahogaré.

—Princesa —dice en voz baja—. No puedes estar molesta conmigo porque


Valarie es una idiota.

Mi mandíbula cae y Thomas se ríe en voz alta, llenando la habitación con su


hermoso y desgarrador sonido.

—Tierra a Bliss. —Rebecka chasquea los dedos en mi cara—. ¿Estás soñando


despierta con pollas? Me veo así también cuando sueño con ellas.

Parpadeo y me concentro en mi mejor amiga.


Desde que perdió su virginidad, hay experiencia en su expresión. Ella sabe cosas.
Ha sentido cosas. Rebecka ha vivido más que yo.

Y pensé que lo quería, pero ya no estoy segura.

—En serio, L, ¿qué está pasando? —Se sienta a mi lado en el bordillo. Es viernes
y estamos esperando que Tommy nos recoja de la escuela.

—Nada —digo, extendiendo mis piernas, amando el ardor que estoy recibiendo
del sol.

Después de nuestra pelea el lunes, Thomas ha estado sorprendentemente cerca


de una manera tan necesaria, sofocante, pero sé que es temporal. Cuando su
culpabilidad por mentirme disminuya, las cosas volverán a la normalidad y sucederá de
nuevo.

Me está matando.

—Estás mintiendo, y Brandon Miller está mirándote. —Rebecka se pone de pie,


dejando caer su tabla en el pavimento.

—Ignóralo —le digo, volviendo la cara hacia el inminente sol de verano.

—Los vi a él y a Valarie chuparse la cara —dice Becka, rodando—. Le dije a


Thomas, pero no le importó.

No hay forma de saber si a Valarie le gusta Brandon o no, pero han estado
tonteando y es raro, él es genéricamente perfecto, y ella huele a cigarrillos. A pesar de
besar a mi peor enemiga, el chico rompecorazones no ha renunciado a mí todavía. Ben
y Petey lo echaron un par de veces más, pero Brandon me atrapó entre clases ayer.
Brillante y tentador, él es precioso y molesto.

—Ve al baile conmigo —pidió.

Crucé mis brazos sobre mi falda blanca y sonreí.

—Tengo tres citas, ¿recuerdas?

Él puso los ojos en blanco.

—¿Qué pasa con esos tipos, de todos modos?

—Confía en mí, Brandon —dije—. No quieres averiguarlo.

Cuando Tommy aparece, mi chica y yo subimos a su auto. La madre preocupada


pregunta por el paradero de su único hijo.
—No sé —dice Rebecka.

Y me encogí de hombros, porque tampoco sabía.

Horas más tarde, la luna ha salido y Becka tiene su ventana abierta, dejando
entrar la fresca brisa nocturna. Estamos en pijama con mascarillas, encogiendo
nuestros poros, así estaremos impecables en el baile mañana por la noche. Mi mejor
chica tiene sus pies en mi regazo mientras envía mensajes a su chico, y estoy pintando
sus dedos de los pies de color Rosa Bogotá Blackberry, tratando de no pensar en el mío.

Pero cuando mi teléfono vibra, sé que es él.

—Voy al baño —miento, llevando mi teléfono al baño del otro lado del pasillo
conmigo.

La arcilla verde sale de mi cara con agua tibia, y dejo el grifo abierto mientras
devuelvo la llamada de Dusty.

—Nena, nena, nena —responde de manera lenta y evidentemente drogado—.


¿Qué estás haciendo, rubia fresa?

Me siento sobre mi trasero y cruzo las piernas.

—Preparándome para el baile con tu hermana.

—¿Ese chico te llevará? —pregunta, inespecífico, pero sé que se refiere a Oliver.


Brandon Miller me pidió que fuera su cita más de una vez, pero es el chico desinteresado
que me dio su suéter cuando tenía frío a quien Thomas teme.

El chico problema está preocupado por lo que estoy haciendo, pero estoy en
casa, segura y sobria. Necesita preocuparse por sí mismo, ahí afuera, incontrolable y
loco.

Cuando escucho la voz de Valarie en el fondo, he tenido suficiente de él y su


mierda esta semana. Cuelgo. Apagando mi celular, me pongo de pie y abro el gabinete
de medicina de Becka, sabiendo que encontraré algo para adormecer el dolor en mi
corazón. Y encuentro una botella roja y blanca que parece segura, así que tomo un par.

Cuando nos vamos a la cama, sueño con un delincuente con ojos del color del
cielo.
—¿Lista para bailar, Bliss? —Becka me despierta.

Es fácil esconderse de la mirada madrugadora bajo las mantas, pero la


intensidad de la chica patinadora no es fácil de evitar.

—Oh, vamos, triste, adolescente llena de angustia. Alégrate. ¿Quieres tomar un


trago? —pregunta.

Pongo las mantas debajo de mis ojos y asiento.

Becka saca el tequila del gabinete de licor de su padre, y toma un limón de la


nevera, cortándolo en cuatro. Nos está sirviendo un doble cuando su mamá entra en la
cocina. Es la personificación de lo espectacular con un vestido rojo y tacones de
plataforma negros, Tommy es de clase alta y lo sabe.

—¿Qué están haciendo chicas? —pregunta, agarrando sus llaves del mostrador.

—Leigh está triste —responde Rebecka, molesta de que su madre no se haya


dado cuenta de mi obvia tristeza.

—En ese caso, continúen. —Tommy sonríe y guiña un ojo—. Pero no se pasen.

Becka y yo tomamos tres tragos y apenas nos estremecemos. Estoy mejorando


en esto.

Me calmo con un par de Twinkies y un bocadillo de mantequilla de maní y jalea,


y mi mejor chica no me da la oportunidad de respirar antes de que quiera empezar a
prepararse.

Mientras está en la ducha, enciendo mi teléfono.

Mi chico me ha enviado mensaje tras mensaje, correo tras de correo. En un


mensaje Thomas jura que viene a casa a derribar la puerta del dormitorio de Rebecka,
y en el siguiente que lo siente y que me ama, y por favor contesta, nena.

Claramente, no está lo suficientemente triste como para volver a casa.

Acostada en la cama de Becka, lo llamo. Contesta después del primer toque.

—Te dije que lo sentía —murmura.

Giro mechones de pelo entre mis dedos y digo:

—Lo oí.

—Me torturaste anoche, niña.


No tengo nada que decir a eso.

—¿Recibiste mis mensajes de voz? —pregunta, arrastrando los pies como si


saliera de la cama—. Ignora los malos, pero presta atención a los que digo que te amo
y te necesito, y te quiero, y por favor deja de romper mi corazón. —Su tono es divertido,
y puedo oírlo orinar—. Estoy sosteniendo mi polla, Bliss. ¿Debería acariciarla?

Me rio en voz alta y se siente bien.

—Lo siento, ¿está bien? —se disculpa, sonando genuino.

—De acuerdo —digo.

—Te veré dentro de una hora —me dice.

Cuando Becka sale de la ducha, entro, lavando los últimos pedazos de mi mal
humor. El jabón fluye por mis brazos y piernas, hacia el desagüe, mientras que el olor
de lavanda y limones eleva mis nervios. Me cepillo los dientes y pienso en cómo Thomas
me ama. Pienso en los correos de voz y los mensajes que envió anoche. Pienso en lo loco
y esporádicos que eran, y lo loco y esporádico que es. Pienso en lo apasionado que es, y
estoy loca por amarlo, pero también soy apasionada.

Enjuagada y limpia, salgo de la ducha y miro la forma de mi cuerpo en el espejo.


Ya no soy unidimensional. Mis muslos no son flacos, y mis huesos de la cadera y
clavículas no se muestran. Hay una curva agradable de mi espalda baja hacia mi trasero,
y mi cintura se ha engrosado.

Alguien llama a la puerta mientras me envuelvo en una toalla rosa.

—Espere. —Rápidamente cepillo mi melena rubia fresa empapada.

Hay otro golpe.

—¿Qué? —Abro la puerta con divertida impaciencia, esperando ver a Becka y


encontrando a Thomas.

Con líneas de sueño en su cara y el pelo desordenado, el chico que amo parece
cansado. Sonríe mientras entra, cerrando la puerta detrás de él. Me besa con una boca
que sabe a licor y pasta de dientes y me sube al mostrador del baño.

Labios apresurados se mueven por mi garganta. Le digo que no deje una marca,
y me dice que cierre la boca. Thomas se presiona entre mis piernas, y puedo sentir sus
pantalones cortos de baloncesto de nylon empujando contra mi cintura desnuda. Le
muerdo el hombro para no hacer ruido y le rodeo el cuello con mis brazos mientras él
desenvuelve mi toalla.
Me muevo. Inquieta. Cierro mis ojos.

—Está bien —susurra, empujando la toalla rosa.

Todo mi pecho se muestra, y él puede verme, me está viendo.

—Abre, Bliss —dice, pasando sus labios por mi mejilla.

Nerviosa, levanto mis párpados. Mi amor sonríe.

—Mi linda chica —dice suavemente—. Mi princesa.

Thomas frota sus pulgares sobre mis pezones, y tomo aire. Su tacto se siente
como si tuviera un millón de pequeñas mariposas revoloteando sus alas bajo mi piel.

Tierno, suave y concienzudo, este toque cruza las líneas.

Cayendo de rodillas, Dusty pone su cabeza en mi regazo y cierra los ojos. Paso
los dedos por su pelo y le cuento cosas que no son importantes, como la forma en que
Rebecka y yo bebimos y cómo tragué una pastilla para dormir ayer por la noche y cómo
mi mamá me está haciendo llevar este estúpido vestido amarillo al baile cuando quería
usar uno negro.

—Te ves bien en amarillo —dice.

El precioso, y nunca suficiente tiempo se escapa y eventualmente Thomas se


levanta y presiona su frente contra mi hombro como si lo estuviera devastando el
dejarme ir. Los suaves labios de mi chico rozan el costado de mi cuello, acariciándome
hasta que siento sus besos curvarse en una sonrisa.

—¿Qué? —preguntó silenciosamente, bajo su hechizo.

—Lamento lo de tu cuello. —Se ríe entre dientes.

Apartándolo, me vuelvo hacia el espejo.

—Thomas —susurro ásperamente—. Lo hiciste a propósito.

Mueve mi cabello seco a un lado, inspeccionando su marca ilegal.

—Puedes ocultarlo si te sueltas el pelo.

Nuestros ojos se encuentran en el espejo.

—Muchas gracias, Dusty.


Impresionante en un vestido rosado, la manera que Becka se balancea-camina
en tacones es risible. La chica que da giros y monta su patineta en barandillas, da cada
paso por las escaleras con cautela.

—Oh, vamos, no es tan malo —dice Tommy. Saca una foto de su hija.

Se supone que sea un baile tranquilo, pero por la forma en que mi madre y
Tommy lo están tomando, se podría pensar que era una gala de alfombra roja.

Cuando Smitty y Oliver aparecen, solo se pone peor.

Nos vemos obligadas a tomar fotos familiares, fotos de grupo y fotos de parejas
delante de la repisa de los Castor. Estoy emparejada con Oliver a pesar de mi insistencia
en que no es mi cita.

Thomas solo estuvo en casa el tiempo suficiente para ducharse y cambiarse de


ropa. Salió por la puerta principal mientras Becka y yo estábamos con su madre,
decidiendo qué hacer con nuestro cabello. Dado que dejó su marca de beso púrpura y
azul en mi cuello, llevarlo recogido ya no era una opción. Me conformé con llevarlo
elegante y suelto.

A pesar de su ausencia, me preocupa que vea las fotos de mí y el chico que juré
no era mi cita y tenga la idea equivocada.

—Solo somos amigos —digo, irritada mientras mi madre trata de reunirnos para
otra foto.

Siempre despreocupada y tranquila se encoge de hombros.

—Es agradable —dice.

—Es lindo —me dice Tommy con astucia, mirando a Oliver. Luego mete su dedo
debajo de la manga de mi vestido amarillo y dice—: Pensé que ibas a pedir algo prestado
a Becka.

Mis ojos se dirigen a mi madre, que está haciendo fotos de Becka y Hal con una
cámara obsoleta. La decepción en mi expresión debe ser respuesta suficiente para
Tommy. Me frota la espalda con simpatía y me dice que me veré hermosa incluso en
harapos.

Por lo que a mí respecta, es posible que los esté usando.

Antes de partir, me aseguro que mi mejor amiga lleve su bolso de gran tamaño.
Mi mamá me puede obligar a usar un vestido largo que me hubiera gustado hace dos
años, pero no puede hacer que lo siga llevando cuando no está cerca.
—Diviértete —dice mamá mientras empezamos a meternos en el auto de
Tommy.

—Lo haré —digo.

—Llámame si algo sucede. —Ella besa mi cara, manchando mi maquillaje—.


Tienes demasiado rubor.

—Para. —Me alejo, tratando de no ser deliberadamente irrespetuosa, pero me


veo guapa con rubor bronceado y labios de color rosa claro.

La mirada severa que me da mi madre me hace sentir pequeña y avergonzada


delante de mis amigos. Una amargura repugnante por la gente que me dio la vida me
revuelve el estómago, y ha sido así por un tiempo. Soy claustrofóbica bajo sus viejos
conceptos y expectativas, y me sofoco en su restricción.

El vestido que quería llevar no es demasiado maduro para mí; es precioso, y me


habría visto hermosa.

Todo me da ganas de gritar.

Pero finjo.

El corto trayecto a la escuela me ofrece la oportunidad de calmarme. El


resentimiento cambia por afán, y después de una rápida despedida a Tommy, Becka y
yo dejamos a Oliver y Smitty atrás y corremos a través de ritmos profundos y letras
fáciles hacia el baño del gimnasio para cambiarnos.

Mi chica se quita los zapatos y me los pongo, sintiéndome más como yo. Ella me
ayuda a quitarme el vestido de encaje amarillo y me ayuda a ponerme el ajustado
vestido negro, que se ajusta perfectamente a mis curvas y cubre bastante con el cuello
alto.

Becka silba.

—Mierda, Bliss. Estás ardiente.

Más confiada que cuando salí de la casa, me dirijo hacia el espejo para arreglar
mi maquillaje mientras mi chica se inclina para atarse las Chucks. Me enrojezco los
labios y aplico tanta mascara que mis pestañas se sienten pesadas, pero mis ojos verdes
brillan. B piensa que mi cabello debe ser más voluminoso, por lo que usa un cepillo
redondo.

Se queda atascado.

—¡Rebecka! —grito.

—Ups. —Ella se ríe, mordiéndose el labio inferior—. Voy a buscar ayuda.

Tirar del cepillo lo hace peor, así que me paro delante del espejo con demasiado
maquillaje y mostrando demasiada piel, y me rio.

Mi heroína aparece con Jackie y Laura, y misericordiosamente, son capaces de


maniobrar y desenrollar el cepillo sin sacarme el pelo de la cabeza. Cuando todas
estamos felices, y arregladas, tomamos algunas fotos y ocultamos nuestras bolsas en la
parte de atrás antes de hacer nuestra entrada al baile.

Baloncesto y sudor, el gimnasio sigue siendo un gimnasio, transformado en un


paraíso tropical que es completado con palmeras de papel y piña coladas virgen con
extracto de coco. Los maestros y otros chaperones con collares de plástico alrededor de
sus cuellos comen galletas viejas y mantienen un ojo en la multitud de adolescentes
bailando. La música, fuerte, optimista y censurada, vibra a través de mis piernas,
sacudiendo mis huesos. Cuando la máquina de humo se enciende, soplando niebla que
huele desagradable, sonrío.

—Vamos, Bliss —grita Becka sobre la música, llevándome a la pista de baile.

No soy una gran bailarina, pero en estos zapatos, todo es posible. Las luces
azules, verdes y amarillas parpadean en el gimnasio mientras me sumerjo, balanceo y
meneo. Las manos de Becka están en mis caderas, y cuando el ritmo lo permite,
bajamos.

Todo lo demás desaparece. Solo soy una chica que disfruta el momento de su
vida.

Estamos bailando una canción sobre encontrar el amor en un lugar desesperado


cuando veo a Thomas sentado en una mesa con su capucha arriba, bebiendo de una
botella de agua. Rodeado por sus amigos, puedo decir por sus risas demasiado ruidosas
y sus movimientos exagerados que están drogados, y lo que están bebiendo no es simple
agua.

Cuando nuestros ojos se encuentran, doy la vuelta y sigo bailando.


Olvidé que vinimos con Oliver y Smitty hasta que aparecieron con Leigh. Oliver
coloca flores de plástico púrpura alrededor de mi cuello y dice:

—Bienvenida al paraíso.

—¿Dónde está Erin? —pregunto, rozando mis dedos sobre su regalo.

Responde:

—Me gusta tu vestido. También me gustaba el amarillo, pero…

Abanicando mi cara con las manos, lo interrumpí y le pregunté:

—¿Quieres algo de beber?

Asiente con calma.

Antes de dar un solo paso en dirección al puesto de refrescos, mi corazón salta


un latido y siento a Thomas cerca, justo detrás de mí.

—Baila conmigo —susurra en mi oído.

Mi chico desliza su mano debajo de mi cabello hasta la parte posterior de mi


cuello, presionando sus cálidos dedos en la marca que dejó en mi piel mientras me lleva.
El aroma picante del licor es pesado en su aliento, y su sudadera huele a marihuana,
pero sus ojos azules exponen un tipo diferente de imprudencia, uno que no conozco.
Ardiente al tacto, Dusty toma mi mano y me da vueltas, llevándome contra su pecho.

Su corazón está acelerado.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

—Bailando con la mejor amiga de mi hermana pequeña —dice—. ¿No está en la


descripción del trabajo del hermano mayor?

Sin estar convencida de que él no es irracional y está demasiado drogado, miro


alrededor del gimnasio, más allá de Oliver. Las Zorras se amontonan, mirándome con
su jefa, susurrando entre ellas. Becka está bailando con Petey y Ben, riéndose mientras
los muchachos la hacen girar entre los dos.

—¿Estás tratando de matarme con este vestido, niña? —pregunta Thomas.

—Tal vez.

Miro por encima de mi hombro mientras mi amor agarra su corazón e inclina la


cabeza hacia atrás, fingiendo morir con una sonrisa.
La canción cambia a algo un poco más lento, un poco más antiguo. Thomas solo
se mueve y chasquea los dedos sin inhibición, y es lo más divertido que he visto en toda
mi vida.

—Mi papá me enseñó eso cuando era más joven —dice, acercándome.

—Me gusta —digo, mirando a los ojos de párpados caídos y dilatados. Con mis
brazos alrededor de sus hombros tensos, finalmente pregunto:

—¿Qué tomaste?

Con sus labios encima de mi oído, Dusty susurra:

—Éxtasis.

—Oh —digo, sorprendida, sin palabras.

Cierra los ojos y toma aliento, dejando caer sus manos a mi cintura.

—Quiero sentirte, Bliss.

—Entonces ven a casa —susurro.

Él sacude la cabeza fuertemente, moviendo sus manos por mi espalda.

—No puedo.

Moviéndose en pequeños círculos, la pesadez de la semana cae sobre mí. No hay


nada fácil en estar con Thomas, o no estar con él. Es casi imposible ver a Valarie a la
cara todos los días sabiendo que ha tenido partes de mi chico a los que no me dejará
acercar. Miento más de lo que digo la verdad, y es todo por esta persona que no viene a
casa conmigo.

Estúpidamente, lloro.

—Nena. —Thomas gime—. Detente.

—Estoy tratando —digo, pisando accidentalmente su pie.

—Esfuérzate más.

—No te vayas —digo en voz baja, secando la tristeza de mis ojos en su sudadera.

Escondida de la realidad en el centro del gimnasio de la escuela, la mano de


Thomas se desliza por la parte de atrás de mi cuello, hasta mi cabello. Agarra con
cuidado las raíces rubio fresa, inclina mi cabeza hacia atrás y expone mi cuello.
Rozando los labios sobre el moretón posesivo, susurra:

—Deberías haberte recogido el pelo.

La canción no ha terminado, pero mi amor se aleja y levanta su capucha sobre su


cabeza. Golpea el hombro de Petey mientras pasa, quien de mala gana le entrega a Becka
devuelta a Smitty.

En el borde de la pista de baile, Valarie espera en un maxi vestido azul con ojos
que emparejan los de Dusty. Él le pasa el brazo sobre los hombros, y una vez que el resto
de su grupo se les une, se van.

Juntos.
Traducido por Genevieve

Corregido por Kish&Lim

s el último día de escuela y no podría estar más feliz. Mamá piensa que iré
de paseo a Castor con Tommy, pero ella y Lucas salieron para un viaje de
negocios esta mañana y no estarán en casa hasta después del fin de
semana. Ben nos llevará, y estamos a medio camino hacia su auto cuando
recuerdo que no limpié mi casillero.

—Tómate tu tiempo, Bliss. Vamos a esperar. —Petey llama,


empujando a Becka en su tabla, mientras que Thomas y Ben esperan en su BMW.

Cuando me apresuro hacia el edificio, mis zapatillas de colores golpetean bajo


mis pies y mi mochila rebota contra mi espalda baja. Los pasillos están en su mayoría
vacíos, salvo por unos cuantos estudiantes que reciben las últimas firmas en sus
anuarios.

En mi casillero, dejo caer mi mochila a mis pies y lo abro con mi combinación. La


primera cosa que veo es un pedazo doblado de papel de cuaderno. Sonrío, buscando el
secreto.

Es una carta de una palabra: verano.

Empujando la nota en mi bolsillo, empiezo a rebuscar carpetas viejas, informes


más antiguos, y tareas olvidadas. Hago una mueca cuando encuentro una vieja manzana
y la tiro a un cubo de basura. Casi he terminado, estoy tirando fotos cuando siento un
golpecito en mi hombro.

Me doy la vuelta con un puñado de fotografías y suspiro cuando veo a Brandon


Miller.

—¿Qué pasa? —pregunto, levantando mi Jansport del suelo—. ¿Creía que los
seniors habían terminado ayer?

Él sonríe, y es un poco extraño, porque no se supone que esté aquí. Se graduó.


No debería estar hablando conmigo.
—Tuve que recoger algo de un maestro —dice.

—Oh. —No quiero ser grosera, pero estoy lista para irme.

—Entonces —Empezó Brandon—, me preguntaba si…

Las puertas dobles por las que entré hace cinco minutos se abren. Yo sonrío.
Brandon no lo hace.

Becka está en su tabla, pero salta y retrocede mientras que Ben, Thomas, y Pete
caminan hacia mí y el rompecorazones que no sabe cuándo dejar de intentar. Enderezar
mi mochila mientras mi corazón late con anticipación.

Brandon da un paso atrás, y para alguien que afirmó no tener miedo de unos
cuantos estudiantes de segundo año, parece que podría tenerlo.

A tres metros de distancia, mi pandilla de inconvenientes problemáticos se


acerca, pero todo lo que veo es Dusty llevando un par de pantalones negros a la rodilla
y una camiseta blanca con cuello en V. Sus Vans blancas chillan en el piso mientras se
acerca. Su cabello castaño rubio se asoma por debajo de la gorra de los Yankees que se
encuentra muy atrás en su cabeza, y sus manos están flojas a los costados, pero lo
conozco.

Mi amor salvaje pasa junto a mí, golpeando a Brandon en la boca con su puño
cerrado, dejándolo caer de rodillas en un movimiento fluido. Thomas le golpea de
nuevo, el sonido es sólido y contundente, y de nuevo, golpeando hasta que Brandon está
de espaldas, patético en su intento de defenderse.

Dusty levanta el caído por el frente de su camisa. —¿Cuántas veces necesito


decirte que te alejes de ella?

Deja que Brandon se desmorone en una pelota antes de darle patadas. El sonido
del aire que sale de los pulmones del graduado de secundaria tensa mi espalda y me
deja sin palabras. El labio de Brandon está partido y su nariz está chorreando,
juntándose sobre el pálido azulejo debajo de él. Su cara perfecta ya no es tan bonita, y
cuando tose, jadeando por un suspiro, gime, y una gota de sangre cae sobre mi pie.

—Hagan algo —digo, ahogándome.

Pero nadie se mueve, así que doy un paso adelante.

—Mantente alejada, Leighlee —dice Thomas sin levantar la vista.


Cuando Becka silba y grita—: ¡Seguridad! —Pete y Ben finalmente intervienen,
apartando a Thomas del abatido rompecorazones. Pero mi luchador está decidido a
asegurarse de que Brandon nunca olvide que las hermanas pequeñas son intocables.

Cuando los tres chicos caen al suelo, me asusto.

Entre la sangre, la pérdida de aire, y los guardias de camino, grito. Mientras que
Ben pelea con Thomas, Petey se levanta y cierra de golpe mi casillero antes de sacarme
detrás de Becka, que está por delante, corriendo a través de las puertas en el extremo
opuesto de la sala.

Pero estoy preocupada por Dusty.

Como una especie de chica psicópata, estoy llamando el nombre de Thomas


mientras su mejor amigo me aleja.

—Estará bien. —Pete se ríe, arrastrándome hacia el estacionamiento. La luz


solar nos ciega momentáneamente a los dos, y Petey casi se cae.

Grito. De nuevo.

Justo antes de que realmente comience a entrar en pánico, Ben y Thomas vienen
salen del edificio de la escuela, riendo y corriendo como si sus vidas dependieran de
ello.

Desconectando la alarma del auto, Ben y Pete saltan en el asiento delantero del
Mercedes Benz mientras Becka y Thomas, chocan contra la parte posterior.

—Conduce —grita Dusty, sonriendo, excitado y electrificado.

Nos inclinamos hacia la izquierda cuando Ben sale del estacionamiento y cuando
estamos alejados de los terrenos de la escuela, estallamos en una burbuja de conmoción
nerviosa y llena de adrenalina.

Sin pensar, froto los dedos sobre los nudillos rotos y ensangrentados de mi amor
y digo:

—Qué forma de empezar el verano, Thomas.

A lo que dice—: No tienes idea de lo bueno que será, Bliss.


Traducido por Genevieve

Corregido por Flochi

as velas romanas y los misiles de Saturno chispean y silban. Los fuegos


artificiales más grandes iluminan la noche con bengalas mientras que el
humo y el aroma de pólvora vuela con la brisa. Los perros ladran y las
langostas cantan mientras los niños montan sus bicicletas por las calles.
Mientras otras familias se relajan juntas, bebiendo limonada y frías
Coronas, estoy sentado en el tejado, escuchando la mía separarse.

—¿Cómo puedes no preguntarme sobre esto?

—¿Por qué? ¿Así podemos hacer esto? Tiene quince años, por el amor de Cristo.
Nosotros…

—¡Quince!

—Es una precaución, Luke. Bájate de esa nube.

Papá encontró el control de la natalidad de Rebecka. Tampoco me gusta, pero


mamá tiene razón.

—Les damos demasiada libertad.

—¿Y eso es culpa mía?

Hay un ruido de cristal en la sala y sé que papá tiró su whisky. Mamá nunca
pensaría en desperdiciar una bebida perfectamente buena, incluso con ira.

—Ella necesita una cerradura en su puerta. Los dos. Te voy a demostrar


precaución.

Mamá está callada por un tiempo. Enciendo un cigarrillo y fumo con las rodillas
en alto y los codos sobre éstas.

—¿Quieres comenzar a establecer reglas ahora? ¿Para que pueda huir?


El abogado está callado esta vez, y la oportunidad de presionarlo no es
desperdiciada.

—¿Así pueden huir juntos, y ella puede conseguir un frío apartamento de un


dormitorio mientras él se folla a su secretaria?

Papá arroja algo más, o lo golpea, sacudiendo las paredes debajo de mí entre más
ruidos de estrépito y gritos huraños y odiosos. Arrastrando el humo lentamente contra
mi inestable latido del corazón, miro a los otros tejados, pero realmente no estoy
mirando.

Estoy escuchando. Estoy absorbiendo todo.

El amor puede perdonar, pero la vida no olvida. Especialmente con los niños.

Todo lo que mis padres eran y son, lo soy. Bueno y malo. La determinación de mi
padre y la calidez de mi madre; su suave discurso y su indiferencia; un genio rápido y
una lengua afilada; excesos, celos; soy todo. Cada una de sus inestabilidades y todos sus
resentimientos me recorren. Soy volátil en el mejor de los casos y esto…

—¿Cómo que eso es lo que yo quería, Tommy? ¿Cómo algo de esto es lo que quería?

Esto es lo que voy a ser.

—Yo no habría mirado ese coño si te hubieras molestado en quitar tu bata y te


ducharas de vez en cuando, el tiempo suficiente para ser una jodida esposa…

—Tal vez me hubiera sentido más como una esposa si no estuviera pasando cada
hora con tus hijos, los que tú querías, ¿recuerdas?

—Teníamos opciones.

—¿Por ahora, cariño? ¿Hasta que termine la escuela de derecho? ¿Hasta que
trabaje? Vete al infierno. Todo el mundo sabe que eres una mentira.

—Y tú eras mucho más bonita antes de que bebieras tus sueños.

Los gritos disminuyen, y sé que mi padre se fue. Es lo que hace. Es lo que hago.

Golpeando mi cigarrillo, me recuesto. Durante unos segundos, no hay nada más


que explosiones en el cielo y el peso de mi pulso en mis oídos, entonces el Mercedes
arranca y los neumáticos chillan. Abro los ojos a tiempo para verlo alejarse en la calle.

Mientras estoy buscando otro cigarrillo, mi teléfono vibra en mi bolsillo. Entre


llamadas perdidas y mensajes que no compruebo, hay uno de la única persona de la que
quiero escuchar.
Es simple y no es nada y debo parar. Debería huir del amor, porque ¿qué soy si
la dejo, a nosotros, llegar a ser así?

Te amo, dice Bliss.

Mi pecho se aprieta. Me duele todo el cuerpo. Son dos palabras, y es todo, y es


retorcido como una mierda, porque no puedo parar o permanecer lejos. Es la única cosa
que vale la pena en mi vida. Debería protegerla, pero me tiene envuelto para siempre, y
no puedo.

Ven, respondo. Esta noche.

Su respuesta es inmediata.

Nada debería ser así de difícil.

Ven a buscarme.
Traducido por Brisamar58, Anna y Lili-ana

Corregido por Genevieve

ay algo sobre el verano.

Entre todos los juegos de béisbol de día y los porros de


marihuanas en carreteras secundarias, entre la arena de la playa y las
hogueras, llego a casa con mi amor casi todas las noches.

Ella sube al techo conmigo a veces y me deja besarla bajo la luz


de las estrellas. A veces estamos demasiado desgastados por el calor y la libertad y casi
dormimos sin oír nuestras dos alarmas. A veces hablamos hasta el amanecer, a veces
con las yemas de los dedos.

Y a veces, estamos dolorosamente quietos.

Ignoro los nudos en mi pecho y cruzo la alfombra hacia mi armario. El sombrero


que Leigh me dio hace cuatro años está descolorado por el sol y desgastado, pero lo
coloco muy atrás en mi cabeza y exhalo.

Estoy agradecido de que Leigh básicamente vive aquí durante el verano, pero
sus paredes han estado levantadas desde esta mañana. No se le permite estar enojada
conmigo en mi cumpleaños, pero protegerse y bloquearme peor.

Pateando envolturas de caramelos debajo de mi cama, tomo nuevas llaves del


auto de mi tocador. Completo con puertas que se abren la dirección contraria y 24s, el
Continental 64 se siente demasiado bueno para ser verdad, pero voy a tomar lo que
pueda conseguir, porque lo que tengo es adictivo.

Pete y yo fuimos al garaje de su primo, Easy, ayer, pero resultó que Easy estaba
en un apuro. Por suerte para él y para mí, estaba dispuesto a sacar tanto dinero en
efectivo cuanto antes, y yo guardo los ahorros escondidos en una vieja bolsa de
equipaje.
Papá estaba enojado cuando llegué a casa con el viejo Lincoln, pero después de
una mirada de mi madre, ¿qué podía hacer, excepto pagar el resto y dejarme
mantenerlo?

Metiendo dos porros en mi mochila, la coloco con la billetera y el teléfono en los


bolsillos y salgo. Pero tan pronto como cierro mi puerta detrás de mí, Becka abre la
suya. Ella y Bliss salen, y lo que veo no es lo que espero.

El pelo rubio rojizo está recogido tirantemente, y Leigh tiene en esta pequeña
cosa de una sola pieza de color espuma de mar. Los pantalones cortos son demasiado
cortos, y hay hilos de bikini blancos atados en la parte posterior de su cuello. Tecleando
algo en su teléfono, no se molesta en mirarme, y hace que mi corazón quiera darse por
vencido. Probablemente se detendría por completo si no estuviera ocupado pulsando
toda mi sangre directamente a mi polla.

—¿A dónde diablos van? —pregunto.

—Agate Beach noche de natación. —Rebecka empuja mi brazo, apretando el


cordón en sus pantalones cortos—. El hermano de Hal nos llevará.

Lo que significa que mi chica va a estar con Oliver.

Cierran la puerta del baño detrás de ellos, pero su risa se filtra, y mi pecho se
aprieta.

No es así como funcionamos.

Ignorando el teléfono que está vibrando en mi bolsillo, entro en la habitación de


mi hermana. No puedo creer que esté recurriendo a esta mierda, pero agarro su zapato,
lo guardo en la estantería superior del armario del pasillo y regreso a mi propia
habitación.

Enciendo un cigarrillo junto a mi ventana y espero sin paciencia. Estoy casi


terminado antes de que Becka se acerque.

—Usa tus Chucks —le dice Leigh.

Amor abre la ira en mí, y esta arde.

Mientras buscan, lanzo mi cigarrillo. Estoy cansado de esperar cuando escucho


a Leigh en las escaleras. Cada paso es medido intencionalmente, un poco valiente y
totalmente engañoso.

Estoy en mi puerta, abriéndola, y tirando de ella antes de que golpee. Envuelvo


mis manos alrededor de sus brazos y la mantengo contra la barrera que mantiene en
secreto nuestro secreto, pero sus ojos amorosos no se apartan de los míos. Mi nena
mantiene en alto su valor.

—¿Creciendo, niñita? —pregunto.

El fuego azul verdoso en sus ojos se enciende. Su silencio escupe queroseno en


mis ardientes nervios, y clavo mis dedos en la piel sensible y los músculos blandos de
sus brazos. La rabia me ataca, pero me trago el sentido de lo correcto y lo incorrecto y
soy lo suficientemente alto como para que cuando me inclino sobre la fuente de mi
frustración, ella esté enjaulada por mí.

Deja que me diga que no deje una marca. Deja que intente salir.

—¿Por qué me haces esto? —pregunto humildemente.

El susurro de L está cerca de un silbido.

—No todo es por ti, Thomas.

—Dime que esto no lo es. —Alcanzo las tiras blancas alrededor de su cuello,
deshaciendo el lazo. Estrecho mis ojos y quiero sacudirla, pero me contengo. Miro hacia
otro lado y luego de regreso, haciendo gestos con mi mano derecha vacía.

—Dime que esta mierda no es exactamente para mí.

Mirando fijamente de nuevo hacia mí, parece querer gritar y golpear y llorar y
exigir, pero no lo hace. Y no puedo tirar de las mantas sobre ella como el año pasado.
Estamos aquí, cerrados y testarudos, desperdiciando los pocos segundos que tenemos.

—¡Los tengo, hijo de puta! —grita Rebecka desde abajo.

Leigh no se mueve ni habla. No parpadea, pero su cara de juego se vuelve a


encender. Siento que va de mi Bliss al resto del mundo. Ella exhala por su nariz y
entierra el dolor ácido en sus ojos y se estira para volver a amarrar su top.

Con sus tiras blancas en un lazo, Leighlee abre mi puerta detrás de su espalda y
me mira a través de ojos que ha puesto para mi hermana, sus amigos, y él.

Y quiero decirle que no vaya.

Y no lo haré.

En su lugar dice:

—Tengo que ir a casa esta noche. No estaré aquí cuando regreses.


Por un segundo, hay resentimiento en sus ojos que es tan agudo como
escaldante, y mi estúpido corazón late por ello, pero luego se da vuelta.

Y se va.

Y estoy solo con la forma en que sigue latiendo.

Apagando la música y tirando los hombros hacia atrás, estaciono en la entrada


de Ben y compruebo mi teléfono, pero sé que antes de mirar no va a haber nada allí de
Leigh.

Pienso en abandonar la fiesta por la playa y hacer que Oliver cuente sus dientes
en la arena, pero Ben sale con una amplia sonrisa y una botella de Johnnie Walker Black.
La fiesta me necesita y la necesito.

Tengo diecisiete años.

Recogemos a Kelly y Pete, e intercambio con mi mejor amigo mi botella abierta


por su porro.

El calor del sol se aferra a todo a pesar de haberse puesto hace una hora. El aire
de julio sopla a través de las ventanas abiertas mientras manejamos, y huele como la
hierba apenas cortada y asfalto caliente, a cloro y helado. Las luciérnagas están todas
dormidas, pero las cigarras y los estéreos suenan alto. Cuando llegamos a la casa de
Mixie, el porche y la acera están llenos de gente.

Aire acondicionado sopla frescura dentro de la pequeña casa de dos pisos, pero
el salón está lleno de gente abrigada y la risa es alta. Los ritmos y golpeteos se
desprenden de los altavoces del suelo mientras el humo dulce se cierne y todo el mundo
me sonríe, queriendo celebrar. No reconozco todos los rostros quemados por el sol y
sudorosos, pero estoy rodeado por todos lados con abrazos y cumpleaños felices.

Val está en la puerta que conduce a la cocina, de puntillas en sus desgastados


Docs. Ella se ve como el diablo con un pequeño vestido rosa.

—¡Oye, muchacho de cumpleaños! —Estira ambos brazos.

Nuestros ojos se encuentran y extiendo mi mano, ofreciéndole la botella en lugar


del contacto que ella busca. La toma.
Pienso de nuevo en la playa de Agate, pero alguien sube la música, cambiando
mi proceso.

Rodeado por mis muchachos y algunos otros, de pie en una forma que
vagamente se asemeja a un círculo, tomamos whisky y humo, calada tras calada bajo
una luz de color amarillo.

Kelly y Katie sacan una bandeja de donuts de gasolinera con diecisiete velas
encendidas embutidas en ellas. Soplo sin pedir un deseo, pero no se apagan. Soplo de
nuevo, y otra vez. Ben salta sobre mi espalda y sopla también. Tropecé cargándolo, y
empuja el sombrero sobre mis ojos, volviéndome tan ciego como descuidado.

Cuando retiro el sombrero, Ben está de espaldas y estamos en un comedor. Me


trago bebidas más grandes y aspiro caladas más profundas.

Parpadeo y estoy fuera mostrando a Cas '64.

Parpadeo otra vez y estoy en el porche trasero encendiendo uno de mis porros,
pasándolo a Tanner.

Con otro parpadeo, estoy en la sala llena de gente. El humo, el sudor y los ritmos
lentos persisten, más pesados ahora, y Kelly está de puntillas, tratando de poner una
corona construida de papel en mi cabeza.

—¡Es tu corona de cumpleaños! —insiste, con las mejillas sonrosadas y riendo


en voz alta.

Doblando las rodillas y quitándome el sombrero, dejo que Kelly me corone.

—Dime que soy rey —le digo.

Ella vacila durante un segundo.

—El rey de Petey —dice ella, sonriéndole por encima del hombro en un tono
borracho de sinceridad.

Otro parpadeo y estoy sentado en esta silla antigua con esta corona en mi cabeza
que parece que salió de la parte trasera de un libro para colorear. El quinto de whisky
en mi mano derecha está medio vacío y mi mano izquierda está sobre mi estómago.

En ese mismo lado, encaramado en el brazo de la silla, está Shirley Temple.

Su nombre es Stacey, pero tiene estas dulces manzanas rojas alrededor de su


cara de muñeca que la hacen parecer Shirley Temple.

Ben me habló de ella la semana pasada.


—Te dejará ponerlo en cualquier lugar.

Ella juega con la manga de mi sudadera. Huele a sudor de chica y talco de bebé,
y apenas puedo soportarlo cuando se inclina como si fuera a decirme un secreto.

—¿Quieres ir a algún lugar? —Ella acaricia con sus dedos encima de mi estómago
revuelto, a través de mi camiseta mientras Johnnie Walker nada en mis venas como una
llama.

Confuso entre aburrido y molesto, tomo un trago.

—¿Por qué? —pregunto, sin mirarla. Me inclino más hacia atrás en la silla para
que no pueda alcanzar más mi oreja y quitar su mano de mi estómago. Ahora tiene que
decir la puta mierda que tenga que decir en voz alta.

—¿Por qué, qué? —pregunta.

Shirley Temple es una jodida científica.

—¿Por qué quieres ir a algún lugar? —pregunto.

Moviendo los ojos y mordiéndose el labio, tropieza con las palabras cuando
intenta una respuesta.

La ayudo.

—¿Así podemos follar?

Se ruboriza y mira el suelo, recogiendo dulces rizos rojos detrás de su oreja—.


Quiero decir… si…

—No quiero —digo, todavía aburrido y aún más molesto. Me inclino hacia atrás
en la silla, escaneo los rostros a mi alrededor, y Katie me llama la atención. Me giro en
cámara lenta por mi borrachera, y señalo a la puta frente a nosotros, viendo el intento
de conseguir mi objetivo.

—Ella —le digo con facilidad.

—¿Qué? —Parece que no lo entiende, pero la veo mirando a Katie. Está pensando
en ello.

—Prefiero verte follarla a ella —aclaro, tomando otra copa. No quema, y


mientras estoy deseando que lo hiciera, la chica a mi lado parece en conflicto por medio
segundo antes de que escabullirse del brazo de la silla y dirigirse derecho hacia a Katie.
Exhalo y siento mi corona caer a un lado mientras tiro la cabeza hacia atrás,
decepcionado de que fuera tan fácil. Es como el resto de ellos, y cuando llevo la botella
a mis labios, su reina en un vestido rosa frunce sus labios hacia mí desde el otro lado de
la habitación.

Al fondo de la escalera, los ojos dilatados de Valarie están vacíos y mendigando


para ser llenados. Ella tomaría cualquier cosa, porque todo lo que tiene es el mal
necesario, la oscuridad sin fondo, la insoportable despreocupación. La miro hasta que
el pelo en la parte posterior de mi cuello se levanta. Mientras estoy de pie y me muevo,
mi enfoque se hunde lentamente seguramente más y más cerca del fondo del océano.

Fumo mi otro porro en el '64 con Petey.

Parpadeo y estoy de vuelta en la sala de estar, sosteniendo a Ben boca abajo


sobre un barril.

Parpadeo de nuevo y estoy en el patio trasero por mí cuenta. Hay un cigarrillo


apagado entre mis labios y mi botella de Johnnie Walker se ha ido.

Parpadeo de nuevo y estoy en una puerta del cuarto de baño arriba, viendo a
Katie y a Shirley Temple toqueteándose en la ducha.

La clara cortina está abierta, y Katie tiene los labios y los dedos deslizándose por
todos lados. La chica que quiere ser ella tiene su boca en el cuello de Katie y ambas
manos en sus pechos. Sus ojos están cerrados, y el agua se desliza hacia abajo en
corrientes de color rojo débil teñidas por rizos dulces empapados.

La gente alrededor de mí ríe y grita y susurra mierdas obscenas. Sumergiendo


su mano derecha entre las piernas desnudas de Katie, los dedos de Shirley Temple tocan
el mismo lugar en el que mi polla ha estado, haciendo que Katie se arquee y grite.

Ni siquiera estoy duro.

Con otro parpadeo, estoy entrando en un gabinete de licores que es exactamente


como el de mi papá, sacando los Chivas y tomando directamente de la botella. Girando
y mirando alrededor, llamo a Pete.

Parpadeo y él está allí. Mantiene su boca abierta, y derramo un trago.

Entregando la botella a quien esté a mi derecha, echo un vistazo. Kelly toma una
copa y mi corona de papel está sobre su cabeza, torcida y casi sobre sus ojos.
Abriendo los ojos de un parpadeo, estoy en un cuarto de baño lavando mi cara
con agua fría, escuchando a alguien murmurar “mierda, mierda, mierda” una y otra vez.
La luz no está encendida, pero el tenue brillo de la noche entra por la ventana.

Estoy solo.

La persona que murmura soy yo.

Estoy en el suelo.

Mis ojos queman cuando parpadeo. Me duele el pecho. Mi visión disuelve todo a
mí alrededor en sombras sin forma de colores apagados que sangran juntos. Quiero
estar enfermo. Quiero ir a casa. Quiero que termine.

Me estoy sentando, pensando en mi amor y llamándola.

Cuando su correo de voz suena, casi tiro mi teléfono. Mi pecho ha pasado de


doloroso por extrañarla a estrecho con frustración.

Mi amor es muy difícil.

Ella es la respuesta a todo, y ni siquiera responde.

Mi amor no está haciendo nada para detener nuestra espiral.

El amor es perpetuo.

Mi amor compró un bikini blanco para joder conmigo, y funcionó.

Amor es aprender con el ejemplo, pero el amor es tonto. Ella es la única cosa en
mi mundo que no es veneno, pero es autodestructiva e inflexible en mostrarme lo fuerte
que puede ser. Estoy tratando de salvarla, pero ¿y yo?

El amor me tiene, pero estoy torcido, inconexo y enfurecido. No puedo ver


cuando me levanto, pero abro la puerta, y estoy en el pasillo. La fiesta sigue y mi amor
no está cerca, sin idea de lo buena que es.
—Amor…

La voz del diablo suena muy lejos. Está sin aliento. Ingrávida. No suena real.

Empiezo a parpadear, pero no soporto levantar mis párpados. Los aprieto y me


agarro tan fuertemente que me duelen los nudillos.

Oigo el diablo quejarse. —Te amo…

Me congelo dentro de ella y fuerzo mis ojos a abrirse.

Valarie está debajo de mí.

Desnuda.

Sacudiéndose.

Sus ojos son pesados, medio cerrados y vidriosos, como si estuviera a punto de
llorar. Realmente llorar. Está balanceando sus caderas y la siento. Realmente la siento,
y está a punto de venirse.

De venirse realmente.

—Thomas —susurra ella.

Moviéndome con una prisa que borra mi percepción y controla mis pasos,
descarto el condón en el cuarto de baño de la habitación de quienquiera que estemos.
No me molesto en encender la luz o mirar hacia arriba. No puedo controlarme lo
suficientemente rápido.

Cuando paso de nuevo a la habitación, estoy mareado. No puedo sentir el suelo


debajo de mis pies.

—¿Qué? —pregunta Valarie. Evito su mirada. Suena pequeña y me siento


atrapado.

Me pongo la camisa y acaricio mis bolsillos buscando mis cigarrillos, mi cartera,


mi teléfono.

Mi corazón se rompe como un rayo a lo largo de mi cuerpo.


La voz del diablo, rota con algo como la vergüenza o el dolor, arrebata mi
atención de nuevo cuando me giro para irme.

—Dime algo, pedazo de mierda.

El pelo negro de Valarie está enredado y alborotado por el sexo, más arriba a la
izquierda que a la derecha. Tiene las mantas de alguien sobre su pecho, pero puedo ver
sus hombros desnudos. Bronceada por la luz del sol, la piel sudorosa brillante, huesos
flacos vibran en su defensa.

Ella está esperando una respuesta.

Todo el mundo quiere respuestas.

—Vete a casa, Val —le digo humildemente, apuntando mi gorra hacia delante y
subiendo mi capucha antes de salir.

Ni la mitad de llena que la recuerdo, la sala es un mundo totalmente diferente


ahora. Pete y Kelly han desaparecido, y Ben está desmayado en el asiento del amor con
la cabeza en el regazo de una chica. Otras personas se han emparejado y están hablando
tranquilamente con bebidas que no terminarán y los ojos medio cerrados. Todo el
mundo ha caído.

Todos menos Mixie.

No puedo verla, pero puedo oírla reírse detrás de una puerta cercana cerrada.
Suena ronca, pero despreocupada, optimista, bien despierta. Feliz de coca, como si no
pudiera importarle una mierda nada, aunque quisiera.

Trayendo el cigarrillo que he sostenido hasta mis labios, acaricio mi bolsillo


delantero buscando mi encendedor. Pero no está ahí. Y tampoco está en mis bolsillos
traseros. Tengo mi billetera, mis llaves y mis cigarrillos, pero no mi encendedor.

O mi teléfono.

—Mierda —murmuro bajo mi respiración.

En el segundo escalón de las escaleras, la gravedad borra mi equilibrio y lo


recuerdo. No estaré aquí cuando vuelvas.
Hace un año, Leighlee Bliss lloró en un esfuerzo por mantenerme en casa. Sus
lágrimas son la cosa más jodida que hay, pero mi influencia sobre ella tiene que ser peor.
Se muestra. Estuvo claro hoy que nada se está haciendo más fácil. Todo se está
volviendo más distorsionado y difícil cuanto mayor nos volvemos.

Retrocediendo unos pasos, mis pies recuerdan y mi corazón se arrepiente. Giro


a la derecha en la parte superior de las escaleras.

Es sencillo con Valarie. Somos iguales por dentro y por fuera. Soy tan
desesperanzado como ella despiadada, tan egoístas y capaces de destruir vidas.

Las nuestras propias.

Las de otros.

La de Leigh.

No creo que Val jodiera con mi teléfono, pero podría si quería follar conmigo,
podría arruinar más de lo que sabe, y ese pensamiento hace que el pánico agarre mi
pecho.

Cuando llego a la habitación en la que estábamos, las malas decisiones yacen en


el aire, lo que queme respirar mientras tiro las almohadas de la cama. Arranco sus
sábanas. Cayendo de rodillas, miro bajo el marco, y cuando mi teléfono no está allí,
empujo el colchón.

Destruyo la habitación, abriendo cajones, golpeando cosas, empujando mi


capucha, atormentando mi memoria. Miro por todas partes. Dos veces.

El pánico pasa de duro a peligroso, y estoy tan concentrado en la búsqueda que


no escucho cuando Casper entra.

—¿Qué estás haciendo? —Se ríe, paseando por la puerta abierta cuando me giro
para mirar.

—Hola —digo, distraído. Miro detrás de la cabecera. Pateo el montón de mantas.

Cas se sienta en una silla de mimbre al otro lado de la habitación y comienza a


hablar, pero estoy distraído. Navegando por los charcos de alcohol y nubes de humo,
separo las mantas de las sábanas.

Si Val…

Arrastro las manos a mi rostro, enojado. Estoy nervioso, temeroso de lo jodido


que todo lo bueno puede estar para mí.
—Así que, a Mix no le importa —Casper sigue hablando, pero suena divagando—
. Ella mira directamente al guardia y le dice que se vaya a la mierda. Es jodidamente
salvaje, D.

Exhalo en mi mano, inspeccionando la habitación y volviéndome hacia él.

—Hola. —Cas corta dos líneas blancas sobre el cristal de una imagen enmarcada.
Los dirige hacia mí en ofrenda—. ¿Quieres entrar en esto?

Mi pulso me agita los oídos, y mis nervios se mantienen temblando, moviéndose,


exigiendo que haga algo.

—Algo suave —dice.

Recogiendo mi capucha sobre mi gorra mientras camino, asiento. —¿Puedes


llamar a mi teléfono?

—Sí, claro. —Sonríe mientras me entrega el Ben Franklin enrollado y mete la


mano en su bolsillo trasero.

Mientras hace la llamada, me agacho sobre el cedro en el que se asienta en el


marco. La imagen está oscurecida por la falta de luz en la habitación y mi propia sombra
más oscura. Presiono el orificio nasal izquierdo como he visto hacer a Val, y llevo el
billete a mi derecha. No respiro. No parpadeo. No pienso.

Comenzando al final de la primera línea, inhalo con cero indecisiones.

Y es rápido.

Mi sangre corre como un fusible que se quema rápidamente hacia el polvo negro.

Cambio la fosa nasal y lo hago de nuevo, y mi pecho detona como el cielo en el


cuatro de julio.

Inclino la cabeza hacia atrás y tengo las puntas de los dedos en la nariz. Hay un
ardor que duele y consume, y es aterrador, pero no físico. Esta devorando detrás de mis
ojos y la parte de atrás de mi garganta, y cuando me levanto, es como si todo el mundo
se elevara conmigo.

Siento como un ataque al corazón.

Siento el cielo como Dios y sin medida.

Me siento viviendo, respirando, latiendo, fuego candente.


Esperaba que la droga quemara, pero no lo hizo. No lo hace. Me recorre. La siento
detrás del latir del corazón, ralentizándolo más profundo que nunca, y luego late por
todas partes, más rápido que nunca. Los pulmones se expanden y las costillas hacen
espacio mientras todos los músculos se flexionan y mi espalda se endereza. Estoy ciego
y sordo de todo menos del sentimiento de absoluta y baldía energía.

Fácilmente diez veces más drogado de lo que he estado o pensé podría estar,
como el puto sol de mediodía en verano, me siento invencible. Cómo importándome un
carajo el rumor que escuche una vez.

Casper me mira con una suave sonrisa, los párpados bajo los ojos parecen
negros.

Me pregunto si lo están los míos.

—Oye shh, cállate —me dice, sosteniendo su dedo sobre los labios.

Y lo escucho también.

Mi teléfono sonando, y de hecho siento el corazón caer a mi garganta y abierto


en par en par en mi pecho.

Sigo el zumbido al baño, pero me enfoco en mi pulso. Golpeando rítmicamente


sin ningún rastro de pesar o resentimiento. Nunca se sintió tan suave o profundo. Se
siente hecho de libertad, y cuando mis pasos perfectamente estables y ojos despejados
me llevan al estante de toallas, encuentro mi teléfono. Justo donde lo dejé cuando Bliss
me envió a buzón de voz.

Bliss.

Mi corazón sin trabas envía su nombre cantando a través de mis venas.

La necesito. Voy a ella.

Agarrando el teléfono, salgo del baño. Casper me detiene al pasar.

—Para más tarde —me dice, entregándome un cigarrillo cerrado y plegado en


celofán. Hay una roca en el del tamaño de mi uña del meñique.

En mi cabeza, le digo que estoy bien y me muevo, pero en este momento, en la


vida real le digo—: Gracias hombre. —Y entierro la droga en el fondo del bolsillo
delantero derecho. Entonces sigo moviéndome, y lo siento con cada paso, soy
consciente. Soy más consciente de lo que he sido antes.
Afuera cada pedazo es tan diferente de adentro mientras subo y bajo las
escaleras. Estoy caliente con el calor del extra, pero la brisa de la noche es fresca en mi
rostro y brazos.

Quiero quitarme los zapatos y correr. Siento como si pudiera correr todo el
camino al sol y todavía no ha salido.

Solo en el Lincoln, mi pulso late más y más fuerte en el espacio encerrado. Me


quito la capucha, luego la gorra, luego me saco el suéter por completo. Mientras
conduzco, la ansiedad regresa, ardiendo con una capacidad que irradia a través de mis
miembros. Estoy respirando demasiado rápido. Hay esta asquerosa y aplastada
aspirina y Lysol en la parte trasera de mi lengua, y mi pecho se siente apretado,
demasiado lleno de golpes.

Conduciendo con una mano en el volante y la otra sobre el corazón, considero


llamar al 911 más de una vez.

Todo el tiempo, el mismo músculo que está pulsando demasiado duro está
azotando el nombre de mi amor.

Quiero a mi chica.

Nada más importa.

Mis manos y pies me han llevado a su calle sin consultar a mi mente. Cuando
pongo el auto en el estacionamiento al final de su calle, mi conciencia no discute. Quiere
a Bliss tan severamente como cualquier otra parte de mí.

El aire nocturno se lleva algo del estruendo de mi corazón de los oídos mientras
salgo y camino. Mi pulso va de un salto a constante con cada paso que es conducido por
el puro propósito y la total determinación. Me mantengo en las sombras y recorro los
patios oscuros, haciendo la línea más simple, más recta, más corta a donde está mi amor.

Me acerco a su casa, mi musculo trabajador va desde latir el nombre de mi amor


hasta exigirla. Cuando más cerca estoy, más fuerte se vuelve. Hay ventanas y paredes
entre nosotros ahora, pero no se conformará con nada menos que Bliss.

Puedo sentir su fuerza al segundo paso en el patio de su madre. Nunca se me ha


permitido entrar a la habitación de la mejor amiga de mi hermana, pero sé que ventana
es suya. Sé dónde tengo que estar.

El amor es intuición, y es el latido del corazón zumbando en mis manos y


vibrando a en mis venas.
El amor sigue la intención para encontrar el significado.

El amor me trajo aquí, y el amor vale cada riesgo y todas las leyes que estoy a
punto de romper.

El porche delantero de Thad y Teri McCloy está demasiado bien iluminado, así
que camino alrededor de la casa. Cubriéndome en la oscuridad, hay una puerta lateral
que se abre a la cocina, y tengo que estar en silencio. No hay duda en mi mente de que
el buen juez mantiene una pistola cargada cerca de donde duerme.

Sé que sí, porque mi papá lo hace.

Lo sé, porque si Bliss fuera mía para proteger, también lo haría.

Echando un vistazo alrededor del vecindario adormecido y de regreso a la


barrera delante de mí, pienso en forzar la cerradura. Pero cuando toco el pomo, la
concentrada capacidad se precipita con mi pulso. La puerta completa se siente como si
fuera a romperla con un duro empujón.

Así que, lo hago.

Y lo hace.

Con un paso, he irrumpido y entrado, y no hay vuelta atrás.

Cerrando cuidadosamente la puerta de la cocina detrás de mí, miro alrededor,


dejando que mis ojos se ajusten a la oscuridad. Busco movimiento, pero la casa McCloy
está profundamente dormida. No hay sonido salvo por el aire acondicionado que sopla
desde las rejillas de la ventilación, el refrigerador tarareando, y mi corazón late con
fuerza tan rápido que suena como ecos eléctricos en mis oídos.

La luna y la luz de la calle filtrándose a través de las cortinas color marfil en la


sala de estar, apenas iluminado mi camino mientras me dirijo a las escaleras. En la base,
me detengo, escuchando con todos mis sentidos. Me concentro en una respiración y
llevo las manos a mis bolsillos, agarrando las llaves para mantenerlas quietas.
Levantando el pie en el primer escalón espero en Dios ninguno de ellos cruja.

Cuando el primero no lo hace, tomo el siguiente, y el siguiente.

Más allá de la alerta me siento ampliamente despierto mientras me muevo, como


el potencial y la intensidad personificada. Curvo las manos en puños mientras subo más
cerca de ella. Con hombros se tensan y flexiono la barbilla mientras aprieto los dientes
superiores contra los inferiores. Mi polla se endurece, dolor y esfuerzo a cada paso,
mitad con adrenalina pura y mitad en anticipación de amor, y enderezo la columna
vertebral como una navaja cuando llego a la cima.

Los pulmones se hinchan y se clavan alrededor del corazón en un patrón que


hace doler la respiración. Está ordenando todo lo que mi cuerpo quiere: rapidez,
confort, alivio, Leigh.

Tomo el escalón superior y sé de inmediato que puerta es la suya.

El amor lo sabe.

El amor siente el tirón que es imposible desafiar.

El amor es atracción.

Cabeza abajo, ojos arriba, paso el baño y luego a la derecha por la puerta abierta
de sus padres durmiendo, directamente a la de mi chica cerrada.

El corazón me arde en un revuelo contra la caja torácica.

Bajo los dedos, el pomo de la puerta de Leign está fresco. Gira fácilmente y se
abre tan silenciosamente como lo necesito. Una vez que la he cerrado detrás de mí y
estoy en su habitación, finalmente y por primera vez, exhalo.

Incluso su aire es consolador.

Es espacio de Leigh es completamente de chica. La pequeña lámpara en su


mesilla de noche arroja un sutil resplandor dorado a través de todo lo que está envuelto
en la oscuridad. Su escritorio y tocador, su cómoda y estantería, todo está limpio y
ordenado, sin manchas, y suyo. La mitad de la noche subyugada y cortada por la suave
luz, todo es prístino, inocente, desprevenido y susceptible. Incluyéndola.

Profundamente dormida sobre su costado, las rodillas dobladas de bebé se


encuentran contra estómago. Ella tiene mantas púrpuras ligeras que descansan debajo
de su cintura y lleva mi sudadera con capucha del béisbol.

Mi sonrisa es incontrolable.

Los suaves rizos rubio fresa se han deslizado de debajo de la capucha que ella ha
colocado sobre su cabeza y con un brazo puesto debajo de su almohada, tiene el otro
doblado a lo largo de su pecho. Su mano colocada debajo de la barbilla y casi cubiertos
por completo con mi manga demasiado larga; pequeños nudillos de niña se asoman.

Leigh aspira una profunda respiración, sobresaltada de su sueño y me hundo


contra ella, moviéndome e inclinándome entonces todos nuestros cuerpos se tocan. Mi
cuello y hombro están por encima de su cara, allí durante su jadeo y pánico. Su corazón
late como un loco en su pecho, justo debajo del mío y siento su dura respiración contra
mi piel.

—Tienes que estar callada —le digo, empujando sus mantas fuera del camino.
Agarrando mis costados a través de mi camiseta, ella asiente, pero no puedo dejarlo
suficientemente claro—. No puedes hacer un sonido, nena.

Estoy mareado de amor, tragado y consumido por completo. —Nena, nena,


nena…

Asintiendo más, más rápido, gira y voltea su cabeza para mirarme con los
soñolientos verdes mientras me deja recostar entre sus piernas. Su boca se abre cuando
empujo contra ella y aprieta los puños de mi camisa. Sorprendidos ojos se cierran
fuertemente y ella presiona sus labios, esforzándose por mantener silencio.

Recorro con besos su mejilla y deslizo mis manos bajo el borde inferior de mi
sudadera y su blusa de dormir. Caliente como puestas de sol en verano y suave como
derritiéndonos entre sueños, esta chica es perfecta. Es segura, suave y mía.

Deslizando mi mano izquierda bajo su pijama y a lo largo de su espalda desnuda,


inclino su cabeza con mi mano derecha y presiono mi pulgar en la esquina de su boca
manteniendo el secreto. Ella se abre y yo beso sus labios hechos para besar.

Separándonos solo para sacar mi sudadera y su camisa de dormir, la recuesto y


beso desde la esquina de su sonrisa hasta la parte superior de su pecho. Pequeños y
suaves, sus pechos se elevan y caen con respiraciones que ella no puede estabilizar bajo
mi tacto y ella gimotea detrás de los labios cerrados herméticamente cuando yo rodeo
sus pezones y los cubro con mis palmas.

—Tienes que estar callada —susurro.

Quitando su mano derecha de mi hombro, presiona la parte de atrás de ella en


su boca mientras roza con los dedos izquierdos el pelo por la parte posterior de mi
cuello, acercándome más. Me muevo entre sus piernas, presionando contra ella y
besando sus pechos. Con mi boca en el centro de su pecho, puedo sentir su pulso y lo
sigo con los labios abiertos, un poco más alto, más a la izquierda. Cuando estoy donde
este late más fuerte, presiono mis dientes y lengua directamente al mejor sonido del
mundo.

Mi nena se arquea y reprime un grito mientras que la piel que apenas he tocado
se vuelve tierna bajo mi beso, como si esta fuera a romperse.
En lo profundo de mi propio pecho, perdido entre drogas duras y blandas, mi
pulso palpita. Me inunda con latidos que atrapan y abruman. Mis costillas se sienten
como papel fino y estoy ardiendo. No puedo agarrarme. Me siento demasiado fuerte,
demasiado grande para mi cuerpo y el pánico regresa, apretando su agarre.

Leigh se mueve, delicada y vulnerable debajo de mí. Lleva su mano a mi cara


como si quisiera que la mirara a los ojos, pero no puedo. No sé cómo contener esto y su
precioso corazón sigue latiendo más fuerte, sujetándome más completamente a ella con
cada golpe.

Mis párpados se cierran.

—Te necesito, Bliss —me oigo decirle—. Te necesito tanto. No puedo…

Todo gira, pero su latido permanece.

Mi sangre corre, demasiado fuerte, demasiado rápido. Demasiado duro.


Demasiado.

Abriendo los ojos, veo a mi amor claramente, pero esto no puede ser real. Hoy.
Esta noche. Ahora mismo. Este tipo de consumismo total no puede suceder, pero está
dentro, por debajo y por encima de mí. Es por eso que existo y no puedo manejarlo.

La vida amada palpita justo debajo de mis labios y en un rápido movimiento,


cubro la boca de esta muchacha con mi mano y clavo mis dientes en su pecho.

Bajo la palma de mi mano, Leigh grita y se agarra a mí con ambas manos.


Queriendo romper la piel y los huesos y marcar el pequeño músculo que más valoro que
el mío, muerdo hasta sentir que la delgada piel cede. Arrastro y profundizo mis dientes,
magullándola y profundizando, presiono mi lengua probando el sabor cobrizo de vida,
indefensa en la armonía de ritmos incontenibles.

Cuando sus uñas rompen mi piel, aflojo, pero mantengo la boca que amo cubierta
porque el significado y sentido están lejos de estar callados. Ella se estremece debajo de
mí, empujando mis hombros por misericordia, pero sus dedos se curvan firmemente y
los pequeños sonidos que está haciendo son de amor.

—Te amo —susurro, besando suavemente mi marca, hablando directamente a


su corazón.

L gira su cabeza hacia mí para descubrir su boca. Deslizo mi mano en sus rizos
enredados por el sueño que son del color correcto y cuando puede respirar de nuevo,
jadea que me ama, también.
Giramos y nos enredamos juntos, disculpándonos con respiraciones
compartidas y perdonando con suaves roces. No hacemos preguntas o compartimos
culpas y así es como somos.

Leigh saca mi camisa y la llevo a mi regazo, así estamos piel a piel. La envuelvo
en mis brazos y presiono mis manos bajo su espalda, sobre su coxis con hoyuelos y más
abajo. Curvando ambas manos alrededor de sus mejillas, la acerco hasta mí y ella sonríe
contra el lado de mi boca.

Podría tenerla ahora, así. Justo aquí en su habitación con la puerta de sus padres
abierta justo al final del pasillo.

—Thomas … —Ella mueve sus pequeñas caderas con mis manos.

Dejándola de espaldas, sosteniendo su mirada de ojos dilatados y llenos de


secretos, cubro la única cosa que hace que todo esté bien y giro mis caderas contra las
suyas como lo haría si estuviera dentro.

Mi amor es hermosa así, con las pestañas cerradas y los labios entreabiertos
curvados, sosteniéndose mientras me muevo.

Observando sus mejillas volverse rosadas y sus labios sonrientes se abren más,
escucho que toma pequeñas, respiraciones más rápidas más profundas en sus
pulmones, ralentizo nuestro ritmo y me inclino. Con mis labios sobre los suyos, susurro:

—Ojalá estuviera dentro de ti, Bliss.

Las caderas de mi nena se levantan y sus mejillas pecosas por el sol se vuelven
rosa y sé que tengo que parar. Esta noche no es esa noche, pero mientras la veo
montando lo que hay entre nosotros, pienso en la tortura que parar sería para ella. El
instinto de darle lo que la he hecho esperar tanto tiempo me consumen de repente y
quiero hacerla sentir bien.

—Chica. —Rozo con mis dedos desde su cadera a la parte delantera de su


estómago, trazando el fino algodón. Ella está atrapada y sus pestañas no se abren hasta
que aparto mis caderas de las suyas. Sus ojos verdes con pesada necesidad encuentran
los míos, rozo la parte posterior de mis dedos entre las piernas de Leighlee por primera
vez.

Está empapada, caliente por debajo del delicado algodón rosa y hace un sonido
entre un jadeo y un suspiro. Mi nena sostiene mi mirada mientras mis párpados
empiezan a caer, pesados por cuan lista se siente, pero no puedo soportar no mirarla.
Con los nudillos y el dorso de mis dedos recorro su lugar más suave, acaricio y Bliss
tararea.
Girando mi mano, la deslizo con más presión y me inclino.

—Voy a tocarte aquí mismo —susurro, cerca de su oído y presionando un círculo


alrededor de donde está abierta y más caliente.

Leigh me observa y veo todo lo que es. Fuerza, dulzura y dificultad, intuición y
absolución, corazón y hogar, la razón por la que pienso, siento, jodo, lucho y amo, ella
es todo.

—Dime que puedo —susurro, acariciando cuidadosamente e insistentemente.

Asintiendo, L se agacha y presiona mi mano más fuerte con la suya.

Me tomo mi tiempo, dándole presión que la hace doblar antes de moverme.


Sacando el algodón rosa por sus piernas, mis ojos la encuentran y Bliss está
completamente desnuda.

Mi amor no es tímida, pero quiero más.

Abro más las rodillas de Leigh. Ella busca respiraciones que no puede atrapar.
Deslizo mis manos desde sus rodillas y encima de sus muslos y cuando toco el rosa más
lindo, mi nena suelta mis muñecas para cubrir su boca con ambas manos.

Cediendo, me inclino, sosteniendo mi peso sobre mi amor mientras entierro mi


cara en su cuello.

—Nena —susurro, deslizando mis dedos y abriéndola cuidadosamente mientras


ella se aferra a mí con ambos brazos—. Nena, nena.

Ella tiembla y se balancea por este contacto, ardiendo y suplicando con sonidos
apenas sofocados.

—Suave chica —digo, tranquilo y atrapado. Froto un poco más duro,


extendiendo mis dedos, intencionalmente evito meterlos, sintiendo—. Eres
jodidamente suave, Bliss.

Presionando y deslizando, aprendiendo y llegando a conocerla, dibujo pequeños


círculos alrededor preciosos y puros, y mi nena casi se deshace.

Nunca he intentado hacer venir a una chica antes. Nunca he querido o me ha


importado. El sexo no es sobre eso, pero esto…

Me encanta hacer que esta chica se sienta fuera de control.

—¿Aquí? —pregunto bajo el oído de mi nena, dando vueltas lentamente,


enamorado de su virgen suavidad y sus sonidos más dulces—. ¿Aquí, Leighlee?
—Sí. —Su murmullo sin aliento marca mi mejilla y mi corazón jodidamente
pesa—. Thomas, por favor.

Inclinándome, escucho a mi chica, respirando superficial y rápido, nunca


olvidaré cómo se ve justo ahora. Encendida por la luz de la noche y ruborizada desde
sus mejillas a su pecho, ella tiene los ojos cerrados y sus cejas juntas en inocente
desesperación. Su cabeza está arqueada hacia atrás, sus rubios fresa retorcidos y sus
labios están completamente abiertos.

No hay ningún lugar donde no pueda sentir mi pulso.

El amor se vuelve extrasensorial.

—Déjalo ir, nena —susurro, observándola luchar.

Enterrando sus dedos en mis hombros, me agarra con fuerza. Se eleva más alto
por mi tacto y puedo sentir su apertura, ardiente y dando vueltas. Su pecho se llena con
un grito que puedo sentir en el mío y tengo mi mano izquierda sobre su boca antes de
que pueda soltarlo.

Mi amor es lo más excitante.

Rodando y girando, hermosa y vinculante, Leigh se sostiene de mí con todo lo


que tiene mientras se viene y es totalmente abrumadora. Es consumidora y coercitiva,
suave por lo fuerte que esto me engancha y exuberante por cómo se siente. La forma en
que mi corazón monta el amor anula todo lo demás. El miedo y el carácter incontenible
se desintegran, y por primera vez en mucho tiempo, tengo algo a lo que aferrarme.
Traducido por Genevieve, Ximena y Florff

Corregido por Genevieve

i cabello revolotea y se enreda alrededor de mi cabeza, bailando en el


aire cálido de la tarde. La grava cruje bajo la Haro de Oliver, y mis palmas
sudan por el plástico. Empujo mis sandalias sobre los pedales, girando
los neumáticos de goma, moviéndome hacia delante. Mi falda se llena de
aire y Becka ve mi ropa interior mientras pasa en su monopatín.

El cielo está pintado de rosa, púrpura, el crepúsculo. Las luces de la calle se


encienden, y cuando pasamos por diferentes casas, huele a la hora de la cena. Los niños
juegan en la calle, y los autos pasan con todas las ventanas abajo. El barrio vibra,
saboreando las últimas semanas de verano.

Becka dobla sus rodillas, extendiendo los brazos como si estuviera volando. Mi
chica grita:

—¡No puedes luchar contra la juventud!

Smitty va detrás de ella. Sus ojos están vivos con emoción y respeto, como si ella
fuera la única otra persona en el mundo. Sus ojos silenciosos, cada, suspiro, cada gesto,
cada palabra de afecto es adorable.

Tengo envidia de lo que tienen después de pasar el verano viéndolos juntos.


Mientras Rebecka y Hal hablan con movimientos codificados y tiernas frases, apenas
hablo con Thomas. He sido condenada a noches escuchando a Becka hablar sobre cómo
es el amor, y no he visto a mi chico desde el día de su cumpleaños.

Oliver copia mi ritmo, y no tengo prisa. Nos hemos acostumbrado y he aprendido


que no tiene miedo. No habla con suspiros y gestos. Arde lento, y como Dusty, es rápido
para defenderse. Ninguno de los dos tiene que ser fuerte para ser escuchado, pero
Thomas es espontáneo, donde Oliver es elocuente. Uno es desobediente, y el otro
obediente.

—Gracias por prestarme tu bicicleta —digo, girando lentamente los pedales.


Canciones sublimes han sido nuestros himnos, por lo que no me sorprende
cuando escucho Chica Mi Tipo cuando Oliver baja sus auriculares y pregunta:

—¿Qué dijiste, Bliss?

Voy a repetir cuando veo a Dusty al final de la manzana, de pie frente al Lincoln
y junto a su chico fumando cigarrillos.

Su mordedura en mi piel palpita.

—Nada —digo, capturando la mirada celosa de Thomas.

Pedaleo, haciendo todo lo posible para evitar que mis manos tiemblen mientras
que Thomas habla con su hermana y Smitty. Incluso mientras sus ojos están sobre ellos,
su atención es mía.

Ese es nuestro trato.

Toma bocanadas profundas de su cigarrillo, sonriendo mientras exhala un


delgado humo en el aire. Su cabello está sucio, y cuando me acerco, nuestros ojos se
encuentran y noto que están negros y dilatados. Hay un temblor en sus manos y un
nerviosismo en su comportamiento.

—¿Cuándo abandonaste las ruedas de entrenamiento, niña? —pregunta,


drogado y perdido.

Petey toma la tabla de Becka y se lanza.

—No seas idiota, Thomas —dice mi chica, quitándole la tabla a Smitty y


siguiendo a Pete.

Mis mejillas enrojecen, avergonzada por el muchacho que está absorto en su


droga. La audacia de su descarada arrogancia me hace desear soltar la bicicleta y
morder sus nudillos. Siento ganas de darle patadas en las espinillas, agarrarlo por la
parte delantera de su camisa, y gritar: ¿Dónde diablos has estado?

Me quedo en la bicicleta y ruedo los ojos.

Thomas se apoya contra la puerta del conductor de su Continental. Toma una


última calada de su cigarrillo y lo tira a la calle.

—No hay pompones en el manillar. Ninguna estúpida cesta blanca en el frente.


No hay campana. ¿De quién es esta bicicleta, nena Bliss?

—Mía —responde Oliver.


Los ojos azules oscurecidos de mi amor se fijan en Oliver, que es valiente bajo la
mirada de Dusty, pero no puede durar bajo su escrutinio. Él mira hacia otro lado,
exhalando una respiración frustrada, y aunque Oliver se retiró, mi chico espera su
amenaza para hacer un movimiento, más fuerte.

Pongo los dos pies en el suelo y me paro con la bicicleta roja entre mis piernas.
—Me la prestó porque no sé cómo andar.

—Dije que te enseñaría —dice Oliver.

—Lindo —murmura Thomas alrededor de un cigarrillo, levantando la mirada


con ojos despiadados mientras curva su mano sobre este, prendiendo su encendedor.

Mi corazón palpita en mis dientes y en mis sienes. Cada mechón de mi pelo


movido por el viento me duele, y quiero pasarme las uñas por la cara. Él es insoportable,
rígido, y sin remordimientos por su postura, con una cadena de humo y
autojustificación.

—Esa es probablemente una idea horrible, Oliver —dije causalmente,


encogiéndome de hombros—. No tengo los zapatos correctos.

Thomas se ríe en voz baja y mi reprimida agresión y sentimientos heridos se


desvanecen. Hemos estado separados por mucho tiempo, y ahora mis huesos
repiquetean por una nueva razón.

—¿Puedes llevarme a casa? —pregunto.

—Vamos —responde.

Con un cigarrillo encendido entre los labios, Thomas abre su camión


sobredimensionado y descuidadamente empuja la bicicleta de Oliver dentro. Escondida
detrás de la puerta masiva, soy hiper consciente del hormigueo entre mis piernas y el
calor que siento por dentro porque estoy cerca de mi amor.

Dusty me quita el pelo del cuello y me dice: —Te he extrañado, niña.

Quiero resbalar debajo de su camisa y presionarme contra su piel, y envolver


mis piernas alrededor de su cintura para sentirlo donde él se siente mejor. Quiero que
tire de mi cabeza por mi cabello, bese mi cuello, y deje moretones, marcas de dientes, y
líneas de rasguños. Quiero que las puntas de sus dedos empujen mis músculos, y sus
palabras en mi oído, en mi cabello, contra mi cuerpo.

—¿Dónde has estado? —pregunto.


Thomas cierra el baúl y camina alrededor de mí. Abre la puerta lateral del
conductor y dice:

—En casa de Pete.

Él espera con su brazo en la puerta, tomando una última calada antes de lanzarlo
en medio de la calle con los otros. Paso junto a él y me meto en el Lincoln. Huele a humo
de cigarrillo y demasiadas noches borracho, pero el interior del auto huele a
ambientador de vainilla y marihuana.

Me deslizo hacia el lado más alejado del asiento del banco, rozando mis piernas
contra el cuero cálido por el verano. Thomas se pone al volante, mete la mano entre mis
muslos y me jala a su lado.

Mete la mano en el bolsillo delantero y saca un paquete de Doublemint. Sacando


uno, pregunta: —¿Tienes que ir a casa?

Me encojo de hombros. —Puedo llamar a mi madre y ver si me deja quedarme


en tu casa.

Me da su celular porque su hermana tiene el mío en su bolsillo trasero. Mi mamá


dice que puedo quedarme con los Castor mientras esté en casa el domingo por la
mañana. La escuela comienza en un puñado de semanas y necesito volver a una rutina.
Necesito ir a la cama antes.

Como si tuviera diez años.

Me rio después de colgar, medio avergonzada por la mujer que me dio la vida,
medio furiosa con ella por tratarme así.

—Tienes a tus padres tan engañados, solecito. —Thomas se quita el chicle entre
los dientes.

—Lo sé.

El lugar entre la culpa y el orgullo es un lugar complicado, pero cuanto mayor


me hago y más Dusty y yo vivimos este secreto, más fácil es despreciar el
remordimiento. Estaré en casa el domingo por la mañana, pero pasaré cada segundo de
aquí para allá haciendo lo que sea que quiera.

La puerta trasera se abre y Becka y Petey se deslizan en el asiento trasero, hay


sudor en su cara y su respiración es dura por patinar.

—Hal y Oliver van a patinar un poco más —dice Rebecka cuando Thomas
enciende su auto y se aleja de la acera.
Pasamos el resto de la noche conduciendo con las ventanas abajo y la música
hasta las estrellas. El sonido de los rociadores y el olor del agua de la manguera llena la
cabina del auto, mientras navegamos a través de los barrios al azar. Un hombre de
cabello oscuro lava su auto y sus hijos salpican el agua con jabón mientras su madre
abre la puerta para llamarlos a la casa.

Nuestros pasajeros del asiento trasero se quedan dormidos, acurrucados con la


boca abierta, cada ronquido es ligero.

—Eso no tomó mucho tiempo —digo, quitándome los zapatos. Levanto mis pies,
debajo de mi parte inferior y se hunden en costado de Dusty.

Mi chico ajusta el espejo retrovisor para ver mejor y dice: —Petey no ha dormido
y mi hermana es una bebé. Lo sabes.

No se despiertan cuando el auto se detiene y salimos a la playa. Thomas los


encierra dentro antes de tomar mi mano y dirigirnos a nuestro muelle.

Nuestros pies cuelgan libremente sobre la descuida madera maltratada por el


océano, y agua salada fresca salpica nuestros dedos desnudos. A la derecha, el faro es
brillante, iluminando la costa de Oregón.

—Voy a romper la bicicleta de ese hijo de puta si te veo otra vez en ella —dice
Thomas en voz baja contra mi cuello.

Inclino la cabeza hacia atrás, presionando mi espalda contra su pecho. Me acerca


más, hasta que nos unimos, sin espacio entre nosotros.

—Dime dónde has estado —digo en la noche salada.

Los labios de mi amor se detienen justo debajo de mi oreja, y sus brazos rodean
mi pecho, encerrándome. —Sabes como el mejor día, muchacha.

Giro mi cara así estamos ojos frente a ojos dilatados. Thomas mira los míos por
una fracción de segundo antes de sonreír ingeniosamente como un verdadero guardián
secreto.

—Estuve con los chicos. —La brisa del mar mueve su sucio cabello de su frente,
dejándome ver claramente su pálida expresión—. No hacía nada. Perdimos la noción
del tiempo.

El lugar entre preocupado y tolerante es un lugar difícil.

El chico que no me cuenta todo mete la mano debajo de mi camisa y presiona su


palma contra mi estómago. Su dedo meñique juguetea en la cintura de mi falda.
—¿Recuerdas la otra noche? —pregunta él, su tono preocupado.

Asiento y abro mis rodillas.

Su mano se hunde en mi ropa interior y toca donde tiemblo por él. Miro a la
noche estrellada antes de cerrar los ojos y exhalar.

—¿Recuerdas cómo se sintió? —pregunta.

—Sí —susurro, sin aliento. Está duro contra mi espalda y besa suavemente mi
cuello.

—¿Puedo hacerlo de nuevo? —Thomas me muerde el lóbulo de mi oreja.

Mis labios se separan y la más pequeña respiración se escapa mientras susurro:


—Sí.

Busco en mi armario, pasando mi mano por vestidos y faldas, camisetas sin


mangas y halters. Mis ojos vagan por mis zapatillas, plataformas, y viejas botas de nieve
que ya no me quedan. El año pasado pensé que me protegerían de cualquier cosa, como
si tuvieran el poder entretejido en sus suelas.

Las empujo a un lado y pienso, que protección que hiciste.

Las Doc Martens blancas junto a mis viejas botas grises un regalo de cumpleaños
muy adelantado de Becka. Al principio las odiaba en secreto, porque me recordaban a
Valarie. Pero las probé y me di cuenta que si hubiera pateado a Valarie en la cara con
mis botas de nieve, podría haberle dolido, pero se habría recuperado fácilmente. Si la
pateo en la cara con mis nuevas Doc…

—¿Qué estás haciendo, nenita? —Mamá se encuentra con los brazos cruzados
sobre su pecho.

—Estoy buscando algo para llevar a la playa —le digo. Ojalá hubiera golpeado,
pero no lo menciono.

—¿La playa?

Cierro los ojos y respiro profundamente, armándome de paciencia. —Te


pregunté el otro día si podía ir, ¿recuerdas?
Se sienta en la misma cama en la que no hace ni cuatro semanas, Thomas me tocó
hasta que me derritió, probado el cielo por primera vez.

—¿Quién crees que irá a la playa contigo? —pregunta, doblando una camisa que
había tirado encima de mi edredón.

—Tommy y Becka —miento con facilidad.

—No lo sé, Bliss. Has pasado todo el verano…

—Mamá por favor.

Me acerco a mi tocador y saco un par de pantalones cortos y una camiseta y los


tiro en la cama a su lado antes de abrir el cajón superior, buscando el bikini que Tommy
me compró.

—Tendrás que estar en casa… —empezó, pero la interrumpo de nuevo.

—En realidad, me preguntaba si podría quedarme donde Rebecka esta noche. —


Me giro y encaro a mi madre, sosteniendo el bikini rojo en mi mano—. Sé que necesito
estar en casa temprano por la escuela, pero el verano prácticamente ha terminado, y…

—Bien. — Ella sonríe, pero su tono severo la traiciona—. Estarás en casa mañana
por la mañana, Leigh.

—Lo haré —le digo—. Estaré en casa a las doce.

—Te dije en la mañana, Leighlee.

—Bien —digo. Aparto cosas en mi armario hasta encontrar mi bolso de playa—


. Estaré en casa a las once.

Tommy nos deja en la playa y la orilla del mar está llena. El aire huele a sal y
bloqueador solar, la humedad es asfixiante de un modo agradable. Así es como quería
decir adiós a las vacaciones de verano: en la playa con mis pies profundamente en la
arena.

Petey y Ben se paran frente a mí y Becka.


—No puedo manejar esto. Las hermanitas han crecido. —Pete agita sus manos
frente a mi pecho—. ¿De dónde vienen eso, Bliss? se supone que no tengas la teta.
Tienes como… doce.

—Tengo casi quince años, Petey. —Sacudo mi toalla de playa y la coloco en la


arena, mirándolo a través de mi Ray-Bans.

Deslizo mis pantalones cortos más allá de la curva de mi trasero, Petey y Ben
chillan como chicas y se cubren sus ojos, espiando a través de sus dedos. Este bikini
dista mucho de mi traje de la infancia que llevaba la primera vez que estos chicos me
vieron en traje de baño. Estoy pateando mis pantalones cortos a un lado cuando
Rebecka se quita su camiseta blanca, mostrando su traje amarillo sin tirantes de dos
piezas.

—Mierda —dice Ben. Da un paso adelante—. ¡Las de Becka son más grandes
que las de Leighlee!

—Son solo tetas. —Ella lanza su camisa en su cara.

—Senos hermanita —Petey la corrige—. Esto es un nuevo jodido nivel.

Becka se quita los pantalones cortos de mezclilla de la bandera americana y le


da un puñetazo a Petey. Pretende mortificarse, pero su sonrisa es astuta. Me siento en
mi toalla de playa a rayas rojas y blancas y apunto mi cara hacia el sol. El calor penetra
inmediatamente en mi piel, tocando el hueso. Me encanta.

Donde hay chicos hay Zorras.

Valarie esta boca abajo sobre su toalla, absorbiendo preciosos rayos de luz
mientras sus amigas corren alrededor, gritando y siendo odiosas, bebiendo de copas de
plástico rojo y pavoneándose en sus invisibles bikinis. Su reina tiene su cabello atado y
su top está desatado por completo, exponiendo su perfecto bronceado que continúa
uniforme y limpiamente por sus piernas.

Ben deja su camisa en mi regazo. —Póntela antes de que Thomas enloquezca.

La arrojo a un lado y recuerdo. No he visto a Thomas, pero su auto está en el


estacionamiento. El latido de mi corazón se profundiza en el momento en que lo noto.

—¿Dónde está? —pregunto.

—Cerca —dice él al tiempo que alguien dice su nombre. Ben se aleja,


accidentalmente pateando arena en Valarie mientras pasa junto a ella. Ella abre los ojos
y lo primero que ve es a mí.
—Hermanita —dice ella es una voz gruesa y dormida—. Mucho tiempo sin verte.

Se inclina hacia atrás y anuda la parte superior de su top color mandarina antes
de sentarse y beber de su copa, sin decir nada sobre la arena alrededor del borde. La
vagabunda de la playa tiene líneas del sueño en su estómago, pecho, y cara. Se ve que
podría recostarse y volver a dormir sin preocupaciones del mundo.

Es una confianza que no puedo imitar.

—Ten —Becka me pasa ginger ale. Sus gafas de sol de borde blanco están sobre
su cabeza y la arena se le pegó a la piel hasta las rodillas. Ella asiente hacia el
estacionamiento detrás de nosotros—. ¿Quién piensa él, está de broma?

Valarie y yo miramos por encima de nuestros hombros. Distorsionado por las


olas de calor, Thomas se apoya en sus antebrazos en una ventana abierta del auto.
Desde detrás del volante, Casper se acerca y estrecha la mano a mi chico, pero es
extraño y toma mucho tiempo.

No sé mucho acerca de Casper, pero me ha hecho sentir incómoda desde mi


primer día de escuela secundaria cuando pisó mi pie en el pasillo.

—¿Qué pasa con ese tipo? —pregunto, abriendo mi lata de refresco. Las burbujas
aparecen en mis dedos.

—No seas tan ingenua, Leigh. Casper es un traficante de droga. —Becka deja cae
las gafas de sol sobre sus ojos.

—¿Un traficante de droga?

—¿De dónde crees que Thomas saca su hierba? —Ella se mueve de su trasero a
su estómago.

—Supongo que nunca pensé en eso. —Me encogí de hombros, tratando de


parecer desinteresada.

Valarie se pone de pie, pasando los dedos por su sucio cabello de playa. Ella tiene
una sonrisa tonta en sus labios que crece cuando Thomas sale de detrás de ella y rodea
sus brazos alrededor de su estómago. Ella inclina la cabeza hacia atrás y le susurra algo
en el oído. Valarie asiente, colocando sus manos encima de las suyas.

—Eso fue astuto —masculló Becka, sacudiendo la cabeza. Malditos idiotas.

Val empuja algo en la parte superior de su bikini y le dice a Dusty: —Tus


hermanitas están aquí.
Está frente a mí, bloqueando el sol antes de que tenga la oportunidad de
levantarme y huir.

—No sabía que estarías aquí —dice.

Becka le arroja arena y le dice:

—Es un país libre, Dusty. Podemos estar aquí si queremos.

No dejaré que me haga sentir mal. Está siendo un idiota porque vi su pequeña
interacción con Valarie y él lo sabe. Quizá imagina que también lo vi en el auto de
Casper. Tal vez no le gusta que lo pongan en el lugar.

Luego pregunta:

—¿Has invitado a Oliver y a Smitty?

O tal vez él no quiere verme con el suéter de todos los días

—Duh —responde Rebecka.

Él se aleja, sin camisa y con pecas de verano.

Cuando ya no puedo soportar el calor, Becka y yo caminamos tomadas de las


manos hasta el agua, de puntillas hasta que nos llega a la cintura. El agua de mar fresca
me estremece la piel caliente, y trato de no gritar como una niña, pero cuando Petey
corre desde la orilla y ataca a Rebecka, me salpica en el proceso, no puedo retenerlo.

El luchador y mi chica se hunden y cuando regresan, Becka grita con las gafas de
sol perdidas y un pezón al aire.

—¡Has visto mi areola! —Becka se ríe. Le encantan las mejillas ruborizadas de


Pete y sus ojos asustados.

—Cállate —sisea Petey. Mira por encima del hombro al hermano de esta chica.

—Bien, pero ayúdame a buscar mis gafas y ve a buscar un flotador para mí y


Bliss.

Deslizo mis manos sobre la línea de agua, hundiéndome lentamente hasta que
mi pecho esta debajo. Me encanta ver a estos jugueteando.

—Consigue tu propio flotador. —Petey se burla, retrocediendo en el agua.

—¡Thomas! —grita Rebecka—. Petey vio mi…


Tweedledum se sumerge bajo el agua, comenzando su búsqueda de cristales en
forma de corazón durante toda la tarde.

Con sus gafas sobre los ojos y un vaso de plástico llena de ron y soda entre
nosotros, Becka y yo nos sentamos una al lado de la otra en un enorme flotador amarillo.
La música es cada vez más fuerte y la conmoción más ruda. El sol está bajo en el cielo, y
estoy amando cada rayo de calor. Sumerjo los dedos de los pies en el agua y me recuesto,
dejando que los extremos de mi cabello se empapen de sal.

—Tengo que decirte algo —dice Becka, tomando un pequeño sorbo de su vaso.

Levanto mi Ray-Bans a la parte superior de mi cabeza y espero a que continúe.

—¿Qué?

—Bueno… —comienza—. Hablé con Smitty esta mañana, y estarán aquí esta
noche, y Oliver terminó con Erin.

—¿Qué? —Intento sentarme y casi la hundo en el proceso. La mitad de su bebida


se derrama sobre su estómago, lavándose en el agua—. ¿Cuándo?

—Anoche. Él no la ama —dice con indiferencia, pero yo la conozco mejor. Mi


amiga nunca es indiferente acerca de nada. Hay motivo en su tono.

—¿Qué hiciste, Becka? —pregunto, deslizando mis gafas de nuevo y cayendo en


el flotador.

—Nada en realidad. Tal vez dije que debía pedirte que salieras… o tocarte. De
cualquier manera, tú ganas. —Ella se encoge de hombros, sonriendo.

Pongo los ojos en blanco.

Petey nos asegura a Becka y a mí a la orilla para que no podamos flotar lejos, lo
que resulta ser un problema cuando Tanner, un amigo de los muchachos, corre hacia el
agua con Mixie en sus brazos. Como si no pesara nada, la lanza a las olas, y ella grita
hasta aparecer en la superficie. Una guerra de chapoteo me empapa y mi amiga, y Mixie
resurge todavía gritando.

La bebida de Becka está arruinada, y hay gotas de agua por todas mis gafas de
sol. Mixie se escurre el agua de su pelo castaño rizado y mira por encima de su hombro.
Se ríe de nosotras. Lo hacen todos los demás también. Incluyendo Valarie, que está
siendo llevada por Thomas en su espalda.

Empapadas y cabreadas, Becka y yo arrastramos la rueda flotante a la arena y la


dejamos caer. Las gotas de agua caen de mi pelo, y la arena me golpea la parte trasera
de los pies mientras busco mi toalla y Becka va a hacer una incursión a la nevera de Ben.
Me dejo caer de rodillas, sabiendo que la amistad de Dusty y Val es algo con lo que
lidiaré, pero lo que he visto hoy es más de lo que puedo manejar.

Extendiendo mi mano detrás de mi cuello, me desato la parte de arriba del traje


de baño y me recuesto sobre los codos, dejando que el sol acaricie mi piel con sus
deliciosos pinchazos. Esto es lo que obviamente le gusta, y puedo ser lo que Thomas
quiere.

Debe tener un sexto sentido sobre mí quitándome la ropa, porque en el segundo


en que me recuesto para ponerme cómoda, su figura bloquea el sol otra vez.

—Muévete —digo en tono aburrido, colocando mi antebrazo sobre los ojos. No


quiero mirarle.

—Vuelve a ponerte tu top, Leighlee. —No suena divertido, lo que de hecho de


alguna manera es gracioso, considerando que yo no lo he estado desde que llegué.

—Mi top está puesto. —Intento igualar su modo impaciente de hablar.

—Átalo —dice

—No.

—Bliss —gruñe, arrodillándose a mi lado.

Desliza mi brazo fuera de mi cara. Le golpeo con rapidez mientras me empuja


para ponerme derecha. Cuando mi amor captura mis dos muñecas y se lleva mi
habilidad para luchar, me quedo mirando fijamente sus oscuros ojos sin fondo y resisto
el incendio en los míos. Mi pecho se alza y cae desesperadamente, y respiro, dentro y
fuera, por la nariz, tratando de calmarme.

Me siento y Thomas se mueve rápidamente detrás de mí, anudando mis tiras de


nylon rojo detrás de mi cuello y formando con ellas un nudo doble. El chico echando
una mano a la pequeña amiga de su hermana acaricia con su dedo un lado de mi cuello
y presiona ligeramente sus labios contra la parte superior de mi hombro.

—¿Estás enojada conmigo? —pregunta tranquilamente.


—Sí —respondo, echando una mirada por encima de mi hombro hacia él—. Lo
estoy.

—Lo siento.

—Tú siempre lo sientes.

El sol se ha ido y las llamaradas de la fogata arden en una mezcla de naranjas,


rojos y azules. Una deshidratada rama de árbol y otros trozos de madera crujen y
chisporrotean, haciendo explotar las brasas en el aire, combinando el espeso aroma
ardiente de la madera de roble y las hojas. Extiendo mi mano hacia el intenso brillo
hasta que las puntas de mis dedos arden y la punta de mi nariz se calienta.

Thomas es visible entre las llamas que se alzan, pero está en las sombras por su
capucha. Sorbe de una botella de cerveza verde y habla con Ben.

—Tengo esto para ti. —Oliver está de pie cerca de mi mientras levanto la mirada.
Agarra dos latas de cerveza en la mano, una amontonada sobre la parte de arriba de la
otra.

Es incómodo verle, sabiendo que él y Erin no están ya juntos por lo que Becka
dijo. Hay una presión como de esperanza en sus gestos sinceros y lo que podrían ser
expectativas en sus suaves ojos marrones que no estoy preparada para aceptar.

Levanto la pestaña y la espuma helada se derrama por mis dedos. Riendo, sacudo
mi mano para secarla y lamo la cerveza espumosa del costado de la lata sin pensar. El
amargo líquido es contundente en mi lengua y relaja mis nervios. Después de un día
bajo el sol, es una dicha.

—¿Quieres la mía? —pregunta Oliver. El lado derecho de su boca se curva en una


sonrisilla sincera.

Sonrío y sacudo la cabeza, bebiendo otro frío trago. Mientras mi lata se vuelve
más ligera, mi cabeza se vuelve más pesada y mis ojos caen. Estoy risueña, y encuentro
humor en todo. Y estoy tocona, expresiva con mis movimientos.

El lugar entre la mezquindad y la negación es estúpido.


Entonada, quiero estar más cerca de Oliver y de su risa susurrante. Las
expresiones sinceras son la apariencia que tiene la verdad. Suaves ojos marrones
destellan con adoración.

Pero sé que Thomas está observando entre las llamas, y espero que sienta la
misma carga de corazón destrozado que yo sentí después de un día entero de verle con
Valarie. Debería saber lo que es presenciar que la persona que amas sea
descaradamente querida por otra. Puede vivir este lado del secreto durante cinco
jodidos minutos mientras pretendo que no me importa.

Por pura curiosidad y malicia, me inclino sobre Oliver e inhalo la esencia


ahumada de su jersey. Muero un poco. Oliver es la personificación de la comodidad y
una pieza de mi astillada confianza brilla.

Sorprendido por mi cercanía, con alivio cubre con su brazo mis tensos hombros
y susurra:

—He querido hacer esto durante mucho tiempo.

Salido de ninguna parte, un vidrio estalla en el fuego y fragmentos verdes de una


botella de cerveza se dispersan por la arena alrededor de la hoguera. El líquido
combustible alimenta las llamas calentándolas hasta el punto de la incomodidad.

Oliver me echa hacia atrás.

—¿Qué mierda, Castor? —Sorprendidos por su inesperado estallido, cada rostro


quemado por el sol y par de pesados ojos borrachos caen sobre la única persona aquí
que tiene el poder suficiente para cambiar el humor indisciplinado de toda la fiesta.

Thomas empuja su capucha hacia atrás, mostrando su rostro sin color y sus
profundos ojos dilatados. sus labios están presionados en una línea recta y sus brazos
se dejan caer a los lados. Mi chico escupe en la arena, limpiando su boca con la parte de
arriba de su mano.

Con la excepción de los callados tonos de los susurros, el único sonido es el del
romper de las olas y el crujir del fuego.

Hasta que Tanner dice:

—No usen drogas, chicos.

Los puños de Dusty se conectan con la nariz de Tanner en repuesta, tirando al


payaso sobre su espalda y partiéndole la cara por la mitad. Mi secreto fuera de control
tira de la capucha hacia atrás y la arroja a un lado sin darse cuenta que la lanza al fuego.
Ascuas doradas se retuercen en la noche y danzan con el humo oscuro y las cenizas,
ardiendo antes de que aterricen. El algodón gris y las costuras se iluminan y se
chamuscan más allá de la reparación.

Los músculos de la espalda de mi chico se flexionan y se mueven bajo la piel


amada por el sol. Su estómago se tensa y relaja con cada profunda respiración que toma.
Encogido, Dusty avanza y todos retroceden, tropezándose unos con otros para
conseguir escapar de este sendero de locura.

A diferencia de Brandon Miller, y a pesar de la densa sangre roja que corre por
su nariz y su boca, Tanner se levanta, preparado para plantar pelea.

Trato de correr hacia delante, insegura de lo que haré, pero Oliver atrapa mi
codo y me retiene.

—Hay vidrio por toda la arena, Leigh —dice manteniendo un firme agarre sobre
mi brazo.

Tiro para soltarme. Él no puede retenerme. No es Thomas.

La cara de Tanner está hinchada pero sus puños son rápidos. Le da puñetazos a
Dusty en las costillas, y luego de nuevo en un lado de la cabeza. Thomas se ríe mientras
su ojo izquierdo se hincha, y rodea a su oponente como un depredador siguiendo a su
presa.

Su puño derecho golpea en el pecho de Tanner, obligando a salir el aire de sus


pulmones en un siseo audible.

Me quedo mirando a las caras asustadas de la gente observando la pelea,


sorprendidos y perturbados. Mientras Tanner se recobra y arremete con el hombro
contra el pecho de Dusty, Valarie cubre su boca abierta con manos que tiemblan.

Ben y Petey se mantienen alejados, diciendo oohs y encogiéndose con dolor


solidario cada vez que vuela un golpe. Pero hasta allí llega su implicación.

—Hagan algo —grito, lanzándoles arena.

Pete se quita la arena cristalina de su brazo, indiferente a mi pánico.

—Es una cosa de chicos, hermanita —dice, retrocediendo cuando Thomas y


Tanner chocan frente al fuego.

Había olvidado que Rebecka se había llevado a Smitty a un paseo hasta que la vi
en una carrera de muerte, llegando a la orilla más rápido de lo que la había visto
moverse nunca.
—¡Apártate de mi hermano! —grita, corriendo al pasarnos. Los dedos desnudos
de Becka pintados de verde se hunden en la arena y la azotan tras ella.

Salta sobre la espalda de Tanner y le golpea una y otra vez en la parte de detrás
de su cabeza golpeada violentamente. Él trata de sacársela de encima encogiéndose de
la psicópata de menos de un metro cincuenta, pero ella le clava las uñas y le muerde en
un lado de la cara.

Petey y Ben la agarran, pero uno de ellos consigue una suela en la boca y el otro
que le claven una uña en el ojo. Y bajo Tanner, Thomas se ríe como si él no estuviese
recibiendo puñetazos en la cara.

—Todos están locos —digo, levantando mi pelo sucio en una cola de caballo y
yendo a por mi chica.

Ella me da un codazo en la barbilla, pero soy capaz de apartar a Becka una vez
que se da cuenta que soy yo y no uno de los chicos. Caemos en la arena en un manojo
de risas medio ebrias mientras Smitty la pone de pie.

Me dejo caer en la playa y observo a Rebecka explicarse mediante gestos y


movimientos, hasta que Smitty se frustra y dice:

—¿Eres tonta?

La callosa mano de Oliver manchada de carbón me alcanza, ayudándome a


levantarme. La intrusión de Rebecka tiene el efecto de serenar a una multitud sin habla
de bebidos adolescentes y zorras gritonas. No están en un círculo tan estrecho sobre los
luchadores, y algunos se están yendo.

Tanner se tambalea y se arrastra a cuatro patas hasta ponerse de pie.

—Está bien, Dusty —dice. El perdedor de esta pelea levanta sus manos
defensivamente.

Thomas está fuera de sí. Se limpia un hilillo de sangre de la esquina de sus labios
con la parte de atrás de su pulgar y hace señas a Tanner hacia adelante.

La brutalidad que mi chico despliega sobre Tanner es demoledora. Con un poder


abrupto que no poseía antes, no hay ninguna señal de que vaya a detenerse hasta que
uno de ellos esté inconsciente. La sangre cubre los puños de mi luchador y recorre sus
brazos. Chorrea por el corte de su ceja y gotea hasta su mentón en el corte de su boca.
Es un completo extraño, perdido en el abismo de una ira sin guía y una crueldad
efectiva.
—Oh, Dios mío —murmuro.

Petey y Ben al final dominan a Dusty y evitan que mate a Tanner. ajeno a la
realidad, Thomas trata de luchar con ellos también, antes de comprender que está a
punto de herir a aquellos que ama. Verdaderamente irreconocible, manchado de sangre
desde los codos hasta las puntas de los dedos, el labio superior de mi chico está
hinchado y abierto, y su ojo derecho cerrado por la hinchazón.

—Estoy sangrando. —Thomas frota su nariz y mira a Pete—. Deberíamos nadar,


¿no?


Nadie se mueve al principio, pero Petey fuerza la normalidad y levanta a Kelly.


La arroja sobre su hombro y ella grita, pero el sonido es contenido.

Thomas corre hacia mí, atemorizante de verdad.

—Thomas, no. Tengo mi suéter… —Pero es demasiado tarde. Me levanta de un


salto en un ágil movimiento y me lleva sobre el hombro como Peter tiene a Kelly

Me da un sangriento beso bajo el agua.


Traducido por Genevieve

Corregido por Indiehope

stás lista para esto? —pregunta mi papá.

Con la mano en la manija de la puerta, miro hacia el edificio que


en segundos será como el campo de batalla para mi paz interior,
y sonrío.

—Esto será bueno, papá —digo.

Me inclino sobre la consola central y beso la mejilla del juez antes de salir de su
Buick, comenzando el primer día de mi segundo año.

Las cosas no serán iguales esta vez. He dominado lo que Thomas y yo tenemos,
y mi desempeño es impecable.

Estoy lista.
Traducido por Antoniettañ y Kwanghs

Corregido por Genevieve

ste es uno de esos momentos en los que quiero tomar mi cabello en ambas
manos y gritar: “Tengo quince años. ¡Voy a usar tanto de este maquillaje
si quiero!”

Mi mamá no puede apreciar lo que un poco de rubor y rímel puede


hacer, pero eso no significa que yo no pueda. Es sombra de ojos. No me
veo mal. Es lápiz labial. No parezco exagerada. Parezco mayor. Me veo tan
guapa como debería en mi cumpleaños.

—Solo voy a casa de Becka —digo, sintiendo el peso de la máscara prohibida en


mis pestañas.

—Lávate la cara o no irás a ninguna parte. —Mamá deja su bolso gastado y el


llavero en la mesa de café. Ella se sienta y su gabardina de color caqui se amontona
alrededor de su figura enojada.

—Mamá… —Esta es una batalla que perdí el día en que nací en esta familia.

Es una de las razones por las que necesito la libertad que los Castor me ofrecen
en su casa, aunque sea solo durante el fin de semana. Me dan la oportunidad de crecer
y cometer errores bajo su cuidado mientras mis padres monitorean mi consumo de
azúcar y la música que escucho.

Son también una gran razón por la que Thomas y yo necesitamos seguir siendo
un secreto.

Sin chicos hasta que tenga diecisiete. Papá cree que son una distracción, y mamá
insiste en que solo están tras una cosa.

—Mi hija no será una de esas chicas —dice cada vez que surge el tema de los
novios.
Bajo la impresión de que me están defendiendo de los males del mundo, mis
progenitores no me dan la oportunidad de mostrarles la responsabilidad de la que soy
capaz. En cambio, me han arrinconado lentamente convirtiéndome en lo que más
temen: corrupta.

Si aprenden de lo que estoy hablando, una mitad de amor, días escolares


abandonados, noches en la cama de un chico, perdería la independencia robada que he
tomado.

Eso no es algo que pueda arriesgar.

Así que me lavo la cara.

Pero guardo mi compacto en mi bolso, porque a la mierda ella.

Con los labios rojos, vaqueros anchos y la camisa de Smitty de “Free The West
Memphis Three”, mi chica me ayuda a ajustar mi top de tubo azul mientras reaplico mi
maquillaje.

—Sostén o sin sostén —pregunto, observándome en el espejo de cuerpo entero.

Becka mira por encima de mi hombro, a mi pecho.

—Quita el sostén. Si Oliver hace que tus pezones se endurezcan, quiero ver.

Lucas y Tommy están fuera de la ciudad por el fin de semana, y Thomas no vino
a casa después de la práctica de béisbol. Mi chico dijo que estaría aquí, pero después de
un par de shots, no me preocupa. Y mientras Smitty, Oliver, Jackie, Laura, y su novio
Chris aparecen, mantengo mi teléfono cerca, pero mis amigos más cerca.

Ricos crescendos, bajo tronando, y un verso pegadizo que cantamos entre risa
ruidosa y conversación es la banda sonora de mi noche. Renunciando al pastel de
cumpleaños tradicional, Becka apila Twinkies en un plato y pega unas cuantas velas en
la parte superior. No hay adornos. Toda la casa es oscura con la excepción de la lámpara
colgando sobre la mesa de la cocina de los Castor, y los aparatos llamativos de Tommy
son mejores de lo que cualquier serpentina o cintas habrían sido.

Verlos es prueba de que estoy fuera de los confines de mi casa.

Un poco mareada, sorbo el cóctel fuerte que Oliver mezcló para mí y pregunto:
—¿Debería mi primer beso suceder durante un juego de girar la botella?

—Tienes quince años, Leighlee. Es hora —dice Laura desde el otro lado de la
mesa de roble que estamos rodeando.

—No seas tan bebé —se burla Rebecka. Montada en mi regazo, mi mejor amiga
mira por encima de su hombro y me saca la lengua.

A mi derecha, Oliver también me mira. Lo encuentro con mis ojos, y brevemente


hecho un vistazo a sus marrones dispuestos, pero se apartan cuando la culpa roe un
agujero en el centro de mi pecho.

—¿De verdad te preocupa? Es un beso —dice Becka. Ella se gira en mi regazo


para montar mis caderas.

—Más o… —empiezo, pero entonces mi mejor amiga toma mi cara en sus manos
y me besa.

Me rio contra labios brillantes, consciente de que lápiz labial escarlata manchan
mi sonrisa. Mis ojos se abren, pero los zafiros palpitantes de Becka se cierran mientras
su suave lengua roza a lo largo de mi labio inferior e invade mi boca con un beso de
licor.

Si ella fuera Thomas, enredaría mis manos en su pelo o enterraría mis yemas de
los dedos en su piel, pero ésta es la hermana de mi amor, y Becka es demasiado blanda,
demasiado pequeña. Envolver mis brazos alrededor de su espalda baja se siente mal y
demasiado íntimo. Me conformo con aferrarme a sus costados.

El beso termina cuando nuestros dientes se golpean y ambas empezamos a reír.

—Ahora has tenido tu primer beso —dice Rebecka, como si me hubiera hecho
un favor.

El asaltante de bocas salta de mi regazo y se coloca en el de Smitty. Borrachos,


mis amigos bromean sobre el lápiz labial pintado de mi barbilla hasta mi nariz, sin saber
que no me estoy sonrojando porque me gustó.

Oliver se inclina y susurra:

—Eso no cuenta.

Jackie alcanza la botella de cerveza en el centro de la mesa y la gira.

—¿Quién está listo para jugar? —pregunta.


Mientras la botella esmeralda proyecta una reflexión de color amarillo verdoso
sobre la mesa de la luz de arriba y gira, me temo que alguien que no sea Thomas esta
noche me bese.

Pero tal vez no debería estarlo.

El chico al que mi corazón pertenece no vino a casa para mi fiesta de cumpleaños.


Pero Oliver y los otros están felizmente aquí, celebrando mi vida. Nunca me harían un
desplante en un día como este, pero la última conversación que tuve con Dusty hoy fue
enloquecedora. Y sobre Valarie.

Ella se acostó con Ben.

—¿Por qué? —le pregunté a ella en el baño de las chicas.

—No es una gran cosa —dijo, doblando un palo de chicle en su boca.

—¿Te has enrollado con los tres?

Ella negó con la cabeza.

—No con Petey. Él pertenece a Kelly.

Cuando más tarde cuestioné a Thomas, su respuesta fue simple.

—No peleamos en los cumpleaños, ¿recuerdas?

Oliver empuja mi taza de plástico rojo de nuevo delante de mí mientras el primer


giro aterriza en Laura; ella y Jackie comparten un simple beso.

Estúpido lindo y patinador chico aficionado, yemas de los dedos manchadas de


carbón corren su silla más cerca de la mía. Él y Erin no volvieron a estar juntos, y no ha
hablado de ella. A veces lo atrapo mirándome, pero Oliver no es el tipo agresivo. Es
cortés en su afecto. Y en un mundo perfecto, tal vez funcionaría entre nosotros.

Laura hace girar la botella y aterriza en Becka. Becka gira la botella y aterriza
sobre mí. Después de presionar ligeramente nuestros labios, tomo un sorbo de mi vaso,
y con una cabeza inclinada, me inclino sobre la mesa y retuerzo el frío vidrio.

Becka se agacha y la botella apunta a Smitty.

—¿No debería haber una regla en contra de besar al novio de mi mejor amiga?
—pregunto, recogiendo mi cabello en una cola de caballo desordenada.

Las mejillas de Smitty enrojecen. Destrozada, su novia busca en su bolsillo y


presenta un desmoronado paquete de cigarrillos.
—Los robé de Dusty —dice. Becka coloca uno en la esquina de su boca y trata de
encender el cigarrillo con un encendedor púrpura parpadeante—. Hazlo.

Smitty me besa en la mejilla.

Becka abuchea.

Hal toma su turno y se detiene en su novia. En medio de su beso, sucio y largo,


jugamos sin ellos. Y ya que Chris y Oliver son los únicos dos que no han tenido una
vuelta, se decidió que uno de ellos tiene el control de la botella.

El chico patinador no vacila y aterriza en mí.

La habitación se vuelve incómodamente cálida, y la transpiración ligera


amortigua mi línea del cabello. Confundiendo mi improvisado miedo con nerviosismo
inocente, cubro mi rostro con mis manos, y todo el mundo se ríe.

—Puedo volverla a girar —ofrece tranquila y consideradamente en voz baja,


dándome una salida.

Atraída al chico que siempre me ha hecho sentir como si fuera suficiente, sacudo
la cabeza. Oliver gira mi silla hacia sí mismo y cuatro piernas de madera protestan
contra baldosas de piedra. Una pequeña sonrisa aparece en sus labios, y algo en la
sinceridad de su expresión desquicia una necesidad de olvidarme de Thomas y besarlo.

Oliver inhala justo antes de que nuestros labios se toquen.

Sabe a ron especiado, y su boca es tan cálida como sus ojos. Pero su beso no es
tan paciente como su comportamiento. Oliver acerca su cuerpo al mío y pellizca mi labio
inferior antes de empujar su lengua contra la mía. Mis manos fácilmente se encuentran
aferradas a mi pareja, y el miedo se desvanece, chispeando entusiasmo.

Mientras recorro pensamientos de sonrisas torcidas y ojos azules se han vuelto


negros de mi mente, la puerta se abre y sé que es mi amor.

De repente caigo hacia atrás en mi silla y me limpio los labios con la parte
posterior de mi mano. No encuentro los ojos marrones confundidos con los míos verdes
agua. Tomo mi vaso y me trago su contenido mientras los chicos colisionan con nuestra
fiesta.

—¿Qué es esto? —pregunta Petey. Él mata la música y enciende las luces de la


cocina, iluminando toda la zona y matando el estado de ánimo.

Ben tira de mi coleta antes de voltear mi vaso vacío al revés.


—¿Están borrachos chicos? —pregunta él.

—¿Lo están ustedes? —dispara Rebecka en respuesta. Sigo sus ojos en los de
Ben y veo las mismas pupilas dilatadas allí que veo en los de Thomas.

Dusty se acerca a mi lado izquierdo, vestido con pantalones de béisbol marrones


y una camisa vieja. Su gorra está al revés, y sus nudillos están con costras. El aroma de
hierba cortada y la mariguana persiste en su piel y ropa, y los ojos oscuros de mi chico
cambian del paquete robado de cigarrillos a la botella de cerveza en el centro de la mesa
señalando hacia mí.

—Todos salgan —dice monótonamente, como si lo estuviéramos aburriendo.

Jackie, Laura, y Chris todos deslizan sus sillas hacia atrás, pero Becka se pone de
pie y dice:

—Siéntense.

Petey y Ben se apoyan en la estufa con sonrisas tontas a través de sus rostros
salvajes. Su líder se aleja de su hermanita borracha a la puerta de atrás y la abre,
haciendo señas para que todos se levanten y se vayan.

—Sabías que iba a traer gente para el cumpleaños de Bliss, Thomas —argumenta
Becka, articulando mal. Se balancea en sus pies, aferrándose al hombro de Hal para
mantenerse erguida.

Miro hacia abajo, incapaz de ver este lío. Oliver me toca ligeramente el brazo,
pero lo muevo antes de que mi alborotador reubique su enojo hacia él.

—Se suponía que yo iba a estar aquí —responde Dusty.

—Son las dos de la mañana. —Rebecka golpea con su pie—. Arruinaste su


cumpleaños, idiota.

—Ella lo superará. —Ríe con travesura.

Miro el epítome del bullicio y fiestas, que engaña a la habitación haciéndolos


creer que somos el problema con su actitud descuidada y mirada lasciva. Pero hay
pánico en sus ojos que solo yo puedo ver.

—¿Conseguiste tu primer beso, Leighlee? —pregunta—. ¿Fue dulce, niñita?

Oliver se mueve en su asiento a mi lado, y los amigos lo suficientemente buenos


como para no perderse mi cumpleaños me miran con expresiones simpáticas y
pequeñas sonrisas. Su piedad me enfurece, y estoy harta de que sientan lástima por mí.
—Sí —respondo, encontrando fuerza en la verdad—. Dos veces.

El chico que tiene una respuesta para todo está sin palabras y ya no está erguido.
Sus ojos sin fondo prácticamente vibran con ira, y mi corazón duele por calmar su
sufrimiento. La mirada oscura de Dusty asesina mi determinación.

Ahogada con la culpa, estoy a punto de irme cuando Rebecka de repente tiene
las manos sobre su estómago. Petey agarra el bote de basura, pero no es lo
suficientemente rápido.

Pequeña hermana se dobla y vomita en el piso de la cocina.

—Asqueroso. —Ben cubre su nariz con la curva de su codo mientras agarra


toallas de la alacena.

Empujo mi silla y me levanto, pero la habitación se inclina y las consecuencias


de lo mucho que he bebido me golpean la cabeza. Ignorando el ligero giro de las cuatro
paredes que me rodean, retengo el cabello de mi chica mientras ella derrama sus tripas.

—Salgan —dice Thomas de nuevo. Su tono bordea la violencia.

Todos con la excepción de Hal y Oliver se van. Se detienen ansiosamente al lado


de Becka y yo mientras que Peter ayuda a mi chica sobre la papelera, y Ben lanza toallas
sobre el desorden.

—Voy a limpiarla —dice Petey, empujando el cabello sucio de la cara de Rebecka.

Ben empapa lo que puede, pero el olor es tan repulsivo que es difícil
concentrarse en otra cosa que no llegar a vomitar.

—Ustedes tienen que irse —habla Thomas.

Oliver mete sus manos en los bolsillos y dice uniformemente:

—Vámonos.

Necesito aire.

—Yo te acompañaré afuera —ofrezco.

—No dejes la entrada, Leigh —dice Dusty mientras camino frente a él hacia el
porche trasero.

Inhalo y exhalo llenando mis pulmones de aire nocturno fresco y frío mientras
mi estómago se aprieta y mi boca se llena con saliva espesa. Estrangulada con el vómito
amenazador, me apresuro alejándome de Oliver y Smitty hacia la entrada sin luz y toso
para evitar vomitar.

Guijarros dentados y pavimento agrietado apuñalan las plantas de mis pies


descalzos. Los árboles rodeando la casa de los Castor se mecen ligeramente en la brisa
y mientras camino alrededor de la casa de dos pisos, polillas y escarabajos voladores se
muestran en la luz del porche.

—Espera, Leigh —llama Oliver desde atrás.

Me detengo asustada a unos cuantos centímetros del viejo Corolla de Hal,


descolorido por el sol y empañado con condensación. El novio de mi mejor amiga
suspira, arrastrando su mano a través de su ondulado cabello rubio, múltiples cordeles,
trenzas y lazos alrededor de su muñeca representan a su chica, siendo cuidada por otro.

—Haré que te llame en la mañana —digo en voz baja.

Aceptando mi respuesta con hombros caídos y pasos lentos, Smitty asiente


mientras camina hacia su vehículo, dejándonos a mí y a Oliver solos. Con el calor de su
beso hundido profundamente en mis labios, no puedo obligarme a mirarlo.

—Debería regresar adentro —digo, mirando mis pies.

No me detiene y yo no miro atrás. Mientras subo los escalones del porche,


repentinamente me siento vergonzosa sin un sostén puesto. Mi falda se siente
demasiado corta y el maquillaje que no se supone debe estar en mi cara es pesado.
Limpio rímel untado de debajo de mis ojos y bajo el algodón ajustado por mis piernas
antes de entrar a través de la puerta trasera a la casa.

Dusty está en sus manos y rodillas, limpiando el desastre de su hermana con


toallas empapadas mientras Ben está parado a lado de él con una bolsa de basura
abierta en sus manos.

—Ve a la cama, Leighlee. —Thomas me considera con esta voz, pero no sus
ojos—. Y ponte algo de ropa.

Petey tiene a Rebecka en el baño del segundo piso apoyada sobre el lavabo,
intentando cepillar sus dientes. Borracha y desordenada escupe espuma y se ahoga con
su cepillo de dientes, incapaz de mantenerse en pie por sí misma.

—¿Un poco de ayuda? —pregunta Pete. Tiende su cepillo de dientes blanco y


rosa para mí.
Cargamos a la adolescente de dientes blancos a su cuarto y le quitamos sus
zapatos y Pete se queda atrás mientras cambio a Becka de sus ropas sucias. A pesar de
enjuagar su cabello para limpiarlo y cepillar sus dientes, mi chica huele como vómito
con una pizca de ron.

—Ustedes realmente lo jodieron —dice el cuidador de Rebecka desde la esquina


del cuarto.

Miro sobre mi hombro y tomo asiento en el borde de la cama. Una combinación


de ira y aprehensión revuelven mi estómago agitado y Petey se sienta a lado de mí con
un suspiro y una mano en su cabello.

—¿Realmente pensaste que esa mierda iba a funcionar? —pregunta, hablando


en tonos susurrantes para no despertar a la ebria.

—No estaba enterada de que necesitábamos un equipo de niñeras —digo.

—Ahora lo hacen —dice.

Ojos claros abiertos a la fuerza se desvanecen en las sombras de su rostro,


descartando la chispa normal que amo de él. Su postura es tensa y no sé si se da cuenta
que está apretando sus dientes.

—Puede que tú confíes en esos chicos —continua—, pero nosotros no.

A pesar de su extraña seriedad, me rio por lo alto. Porque que se joda.

—Estoy muy segura que son ustedes en quienes no se puede confiar —digo,
sacudiendo mi cabeza.

Pupilas negras se suavizan frente mis ojos.

—Tal vez, pero no con ustedes dos. No es lo mismo con hermanas pequeñas.

—Levántate —dice la silueta en la entrada.

—No puedo dejarla —digo de la chica quien no se ha movido desde que fue
puesta en cama.

—Estará bien.
Camino en puntillas por el pasillo, aún borracha y sucia. Quiero cambiarme esas
ropas y ducharme antes de tener esta discusión con Thomas, pero tan pronto como
entro en su cuarto, sé que eso no va a pasar.

Cierro la puerta y me siento en su cama.

Un latido y una pausa, entonces pregunto.

—¿Dónde estabas anoche?

—Consiguiendo alguna mierda —responde. El problema se inclina en su


escritorio de computadora y cruza sus brazos sobre su pecho. Pupilas dilatadas
consumen el azul que adoro.

El sabor de soda sin gas y alcohol permanece en mi lengua deshidratada y mi


necesidad por agua sobrepasa mi necesidad de mirar ojos que no reconozco. Busco la
botella de agua que siempre dejo en la mesa de noche, pero en lugar de agarrar
Aquafina, levanto una bolsa pequeña conteniendo lo que parece una masa desigual de
polvo blanco.

—Deja eso —dice Dusty desde el otro lado del cuarto.

Acerco la bolsa lo suficiente a mis ojos para ver la textura calcárea de lo que está
dentro, como harina espesa no cernida. Pero golpear la masa pequeña no causa que se
deshaga como lo harían ingredientes de hornear. La roca deslucida es sólida bajo mi
uña.

—¿Qué es esto? —pregunto.

Después de separar el adhesivo de la bolsa, llevo sus contenidos bajo mi nariz.


Antes de que pueda registrar una esencia, este chico arranca el enigma de mis manos y
lo mete en su bolsillo trasero.

—Alguna mierda —responde, tendiéndome la botella de agua que quería.

Empujo el ofrecimiento de paz fuera de mi rostro.

—Dime.

Intenta alejarse, pero agarro su muñeca; su pulso pasa bajo la punta de mis
dedos.

Con una expresión libre de emoción y un tono igual sin vida, Dusty dice:

—Coca.
—Cocaína —digo, evaluando ojos oscuros—. ¿Por cuánto has estado haciendo
esto?

Thomas toma asiento a lado de mí y se encoge de hombros.

—Desde mi cumpleaños, supongo.

Esa respuesta drena el calor de mi cuerpo mientras recuerdo la noche en que


este chico se metió en mi casa, y cada día distante desde entonces.

—¿Lo besaste? —pregunta.

Mi respuesta viene sin pensar.

—Sí.

Destrozada con malestar que incapacita, me paro, pero Dusty alarga la mano por
mis caderas y me gira. Caigo a sus pies, arrepentida, confusa y llorando. Residuo ceroso
del beso de su hermana permanece en la piel alrededor de mi boca, y recuerdo con
perfecta claridad como se sintieron los labios de Oliver contra los míos.

—Mírame —dice mi amor firmemente desde arriba. Roza sus dedos a lo largo de
mis mejillas, librándome de lágrimas saladas.

Presiono mi frente contra su rodilla así no puede tocar mi cara.

Él me levanta en un movimiento rápido y besa el lado de mi cuello, mi sien y mis


ojos llorosos.

—Mi amada —susurra—. Mi chica.

Empujo con fuerza mi palma bajo su mandíbula y empujo su rostro, pero mis
intentos patéticos por espacio son nada comparados con su lucha por cercanía. Dusty
me gira así mi espalda está contra su pecho y sostiene mis brazos a mis costados.

—No me beses —lloro.

Sus dientes se hunden en la parte superior de mi hombro y el dolor cortante


reemplaza odio con deseo. Chillidos de tristeza cambian a chillidos de placer, y en lugar
de alejarlo, me hundo más, desesperada hasta el punto de locura.

Cuando mi cuerpo golpea el colchón, toco la herida abierta en la curva de mi


cuello. La sangre mancha las puntas de mis dedos, pero gustosamente sangro por esta
persona.
—¿Piensas que solo iba a dejar que te besara? —pregunta Thomas, tirando de
mi blusa hasta que las puntadas se rompen y las costuras se deshacen.

Cuando mi pecho está desnudo, mi amor loco extiende mis rodillas totalmente
abiertas y cae en medio de mí mientras sus dientes rompen la piel sobre mi corazón.

Su mirada oscura recae sobre la mía y la sonrisa de Dusty es ridícula. Cubre mi


boca con su mano derecha antes de rozar sus dientes a lo largo de mi clavícula. Besos
suaves arriba en el lado de mi cuello provocan, pero labios abiertos y una lengua cálida
llenan. Puedo sentir vasos sanguíneos romperse y delgada piel pálida volverse púrpura
bajo su beso.

Tiro su cabeza por su cabello y rio porque él ríe.

—Vamos, niñita —provoca. Thomas se mueve duramente contra mi suave


centro caliente.

Hormigueando desde las puntas de mis pies hacia arriba, agarro el cuello de
Dusty y succiono hasta que rompo las venas y amorato la piel. Dejando un lado
lastimado con muchas marcas, me muevo al otro lado mientras hormigueos provocan
explosiones.

Respiraciones entrecortadas y gemidos necesitados rompen el silencio y mis


uñas rompen piel sobre los brazos de Dusty. No puedo quitar su camisa suficientemente
rápido y mi falda se amontona alrededor de mi cintura.

—Podemos decirles a todos —susurra de manera abatida mientras nuestros


pechos desnudos se tocan.

Mientras lágrimas caen por su rostro, me pregunto cuánto poder tiene Thomas
realmente.

—No lo beses de nuevo, Bliss…

—No llores. —Presiono mis labios en los suyos, lamiendo las lágrimas.

—Se mi novia. —Está duro en medio de mí, moviendo sus caderas en pequeños
círculos lentos.

—No.

—¿Por él? —Deja de presionar. Deja de respirar.

—Porque nadie puede saber. Aún no.


Me rehúso a ser su novia cuando es un beso con Oliver el que nos condujo en
esto. No lo seré oficialmente hasta que yo sea la que lo conduzca.

—Leigh —dice, sujetando las sábanas a lado de mi cabeza—. No me dejes.

—Estoy aquí —digo.

—¿Lo estás?

—Esto no está bien —respondo mientras una de sus lágrimas cae en mi rostro.

—Muéstrame que me amas —dice, moviéndose contra mí con golpes más


fuertes—. Muéstrame que me necesitas.

Desesperadamente, pregunto:

—¿Qué más puedo hacer?

Thomas se escurre fuera de la cama y baja la ropa interior de encaje por mis
piernas hasta que está perdida en el piso. Separa mis rodillas, sosteniéndolas
totalmente abiertas en mis muslos y mira hacia mí completamente descubierta,
desvergonzadamente con ojos caídos por llorar y labios hinchados por besar.

Cuando se para completamente, dejo mis piernas abiertas para él. Dusty
desabrocha el frente de sus sucios pantalones de béisbol y mi corazón late amor.

Su piel es suave contra el interior de mis muslos, pero es duro deslizándose a lo


largo de mí. He querido esto por tanto, y ahora que está aquí, la realidad es severa y
estoy aterrorizada. Mis rodillas se sacuden a sus lados y oculto mi cara en su cuello
mientras él mete la mano entre nosotros, alineándose a sí mismo.

—Thomas —digo en una voz tambaleante.

—Lo jodí, ¿cierto? —pregunta, mirando hacia mí con lágrimas aún en sus ojos—
. ¿Lo jodí demasiado?

—No podrías. —Toco su rostro y limpio las lágrimas. Y es la verdad, mi triste


realidad. Él nunca podría hacer algo para hacerme dejarlo.

—¿Entonces qué?

Puedo lidiar con un montón: las drogas, las fiestas, su ausencia. Pero me rehúso
a ceder en esta parte a menos que sea honesta, y ahora mismo, es una enorme falsedad.

—Déjame tocarte —murmuro, evadiendo sus preguntas y lentamente


empujando mi mano entre nosotros—. Por favor, déjame.
Thomas hace que me toque a mí misma primero, pero estar físicamente lista
nunca ha sido el problema.

—Imagina esto desde el interior, chica cumpleañera —dice empujando mis


dedos índice y medio contra mi piel sensible.

Mi chico mantiene sus manos entre mis piernas, pero dejo caer la mía más abajo,
envolviéndola alrededor de su longitud. No tengo nada con que comparar esto, pero
está duro y suave a la vez, inmaculado, y estoy enamorada.

Thomas deja caer su frente en mi hombro y susurra los más dulces todos
mientras folla mi mano en duros movimientos largos. Sus ojos están cerrados bajo cejas
apretujadas y su labio inferior está entre sus dientes. Un toque de rojo colorea sus
mejillas y las respiraciones de problema son dulces sobre mi rostro.

Me besa mientras se viene, llenando el cuarto oscuro con medias declaraciones


de amor y para siempre.

Y cuando termina, mi chico está de regreso, presionando las yemas de sus dedos
en las marcas que dejó en mi cuello.

—Apuesto a que pensarás dos veces antes de besar a ese chico de nuevo.
Traducido por Lili-ana y Smile.8

Corregido por Genevieve

icimos un trato, Bliss —dice mamá detrás del volante—. Si te dejaba


pasar el día de tu cumpleaños con Becka, volverías a celebrar
conmigo este fin de semana.

—Lo sé —digo, mirando por la ventana del auto. Las ramas


desnudas de los árboles se ven tristes bajo el ceniciento cielo, y la
llovizna de finales de octubre humecta todo lo suficiente para ser molesto—. ¿Qué
quieres hacer?

La mujer que me trajo a este mundo sonríe ampliamente, iluminando su sencillo


rostro.

—Vamos a tener una fiesta de pijamas.

—¿De verdad, mamá? —pregunto. No es la peor idea que ha tenido, pero no es


momento para pasar tiempo en mi habitación.

Ha pasado una semana desde el viernes pasado. Desde que besé a Oliver. Desde
que Tomas y yo tuvimos la pelea más grande de nuestra relación. Desde que nos
besamos y marcamos. La mayoría de las marcas de rasguños se curaron, y los
moretones se han desvanecido a un color amarillo verdoso, pero los mordiscos y la
herida de la mordedura persisten.

Evito a mis padres tanto como puedo y dejo mi cabello suelto. Pero
constantemente estoy paranoica, giraré de la manera incorrecta y expondré mi cuello,
o que mi mamá entre en mi habitación mientras me estoy vistiendo.

He llevado una sudadera a la escuela todos días de la semana, lo odio.

—De verdad, Leighlee —responde, imitando mi agudo tono—. Será divertido.


Podemos quedarnos despiertas hasta tarde.
—Supongo que Becka puede venir… —Me detengo cuando el auto se mete en el
estacionamiento de la preparatoria.

Mamá estaciona su sedan en un lugar disponible en lugar de dejarme como hace


normalmente y apaga el motor. Liberando las llaves en su bolso, pasa los dedos a través
de sus rizos y puntas abiertas y se endereza la descolorida camisa roja.

—¿Vas a entrar? —Abro la puerta y pequeñas gotas de agua caen desde lo alto
nublándome el rostro.

—Tengo que actualizar la información de tu tarjeta de emergencia con el nuevo


número de la abuela —responde.

Levanto mi mochila rosada por encima de mi hombro y sigo a mi madre mientras


se acerca hacia la oficina de administración. Soy demasiado grande para el mameluco
morado y ella tiene líneas de risa, pero siento que la única cosa que falta, es la paleta de
plátano. Incluso trata de sostener mi mano, pero finjo no notarlo y aprieto la bufanda
alrededor de mi cuello

Todo el mundo desde la facultad a los estudiantes a los extraños padres como
los míos, arrastran los pies hacia el frente de la escuela, desplazándose a través de sus
teléfonos, completando las ultimas tareas, temiendo un aula llena de adolescentes punk.
El aire lleva el ligero aroma de café mezclado con lluvia, y mi estómago gruñe,
recordándome que olvidé el desayuno.

—Hola, hermanita.

Mi cabeza gira a la izquierda, y las zorras están reunidas bajo el letrero de


Newport High School. Valarie agita la mano, azotando su cabello sobre su hombro. Le
devuelvo el saludo, pero no veo lo que hay delante de mí, choco levemente con mi
madre. Las zorras se ríen.

—Allí están tus amigas, Bliss —dice mamá. Les hace señas para que se acerquen,
sonriendo y empujando el cabello detrás de su oreja como si fuera una de ellas.

El grupo de delincuentes que mi madre solo ha conocido un puñado de veces,


trotan a través de la hierba mojada. Valarie me abraza, aplastándome el diafragma en
el proceso. La abrazo torpemente, pero la fragancia de champú que he olido en Thomas
me pone enferma.

—Hola, señora Castor. Se ve bien. —Val abraza a mi madre, y no hay nada


extraño en su abrazo.
Katie, Kelly, Mixie, y yo de pie en un semicírculo, intercambiando miradas
cautelosas y cambiando de pie de forma incómoda.

—Leighlee, invita a tus amigas a tu fiesta de pijamas esta noche —dice mama de
la nada.

Mi mandíbula prácticamente golpea el hormigón, y mi estómago se aloja en mi


garganta. Antes que pueda reaccionar, Valarie lo hace.

—Queremos ir, hermanita. También me gustaría desvelarme. —Mira a sus


seguidoras por aprobación, y todas asienten como si no estuviéramos evitándonos una
a la otra.

Cuando no respondo de inmediato, mi dadora de vida me mira con


desaprobadores ojos verdes y las manos en las caderas. Antes de que pueda señalarme
con el dedo, me rindo y fuerzo mi voz.

—¿Podrían venir a mi fiesta de pijamas? —pregunto, poniendo los ojos en la


simétrica nariz y perfecta boca de Valarie. No puedo mirar a sus ojos muertos.

Volviendo su rostro entero de siniestro a dulce, los labios de Valarie se curvan y


sonríe amorosamente. Creo que podría querer pasar la noche conmigo.

Después que la clase ha terminado. Veo a Becka en el pasillo y le doy las buenas
noticias.

—¿Qué quieres decir con que las zorras vienen? —Rebecka cierra su casillero.

—Es culpa de mi mamá. Ella las invitó. —Me hundo contra los casilleros hasta
mi trasero en el piso.

—Bueno, esto va a ser jodidamente muy épico, ¿no crees…hermanita? —bromea


Becka. Se sienta a mi lado y apoya la cabeza en mi hombro.

—Si, claro —digo, dejando caer mi cara en mis manos.

Los chupetones de Thomas son una total historia de misterio. Los baños se
llenan de charlas debatiendo con cual “zorra” estuvo el fin de semana y los chicos de la
escuela comprueban a sus novias para asegurarse de que no tienen ninguna cicatriz de
batalla, cortesía de mi monstruo. Estoy entretenida por la idea de que la persona que
hizo eso es la última persona que jamás adivinarán.

Sí, esa soy yo en todo su cuello.

Ayer, resoplé cuando escuché a Clarissa decir:

—Escuche que fue alguna modelo de Portland.

La única cosa que modelo en estos días son las estúpidas sudaderas.

Y ni siquiera puedo usar mi favorita.

—Escuché —dice Dusty mientras doblo en el ala de matemáticas, hacia el lado el


estacionamiento de estudiantes.

—Entonces sálvame.

Mi amor envuelve sus brazos a mi alrededor y me sostiene fuerte, dándome la


bienvenida a su esencia de vainilla y problemas.

—Estaré allí tan pronto como todas están dormidas.

—¿No vas a salir esta noche? —pregunto.

—Nah. —Se sienta de nuevo sobre la capucha de su Continental y me coloca


entre sus rodillas antes de encender un cigarrillo y soplar un humo denso sobre mi
hombro—. Voy a estar esperando, rubia fresa.

Me reclino contra su pecho y lo veo tomar unos cuantas lentas caladas entre los
labios que amo. Me besa la sien y pregunta:

—¿Qué?

—Nada. —Sonrío—. Estás siendo diferente

Thomas tira su cigarrillo a medio fumar en los arbustos a lo largo del edificio y
cruza los brazos sobre mi pecho, manteniéndonos juntos.

—Estoy cansado, ¿sabes? Y tengo que lograr las calificaciones si quiero ir a la


universidad.

Trato de no dejar que la pequeña declaración eleve mis esperanzas, pero es


difícil. Thomas y yo hablamos de dejar Newport, pero esta es la primera vez que
menciona algo sobre ir a la universidad después de que todo esto haya terminado.
La campana suena, indicando el inicio de la última clase del día. Aquí es cuando
Thomas y yo nos vamos si decidimos fugarnos de clases, pero nos quedaremos hoy. Él
quiere, y yo lo necesito. Una tarde con él en la playa haría la fiesta de pijamas mucho
más difícil. Es suficientemente malo que no lo vea hasta mañana.

—Tengo que irme —digo suavemente. Salgo de su agarre y tomo mi bolso del
suelo—. Debes estar allí cuando te necesite.

Aprieta las correas de mi mochila y me saca el cabello debajo de ellas. —Sé mi


novia.

—No. —El lado derecho de mi boca se curva en una sonrisa.

—¿Cuánto tiempo me vas a hacer esperar, chica fiestera?

Toco mi dedo índice contra mi barbilla y pienso en ello por un segundo, luego un
poco más… y un poco más.

Thomas me empuja de manera juguetona.

—Ve a clase antes de que te haga cambiar de opinión.

—No te olvides de mí esta noche —digo una vez más.

—No lo haré, nena. Es una regla.

—Bliss, responde la puerta.

No podemos hacer esto.

No podemos.

Miro por encima del hombro donde mi mamá está en la cocina con una bolsa de
chispas de chocolate en sus manos. Ella arregló su cabello y se maquilló,
suficientemente emocionada por todas nosotras.

—Diles que se vayan —murmura Rebecka, extendiéndose para sacarme el


pulgar de entre mis dientes—, no puedo creer que las hayas invitado.

—No fui… —No puedo corregirla por millonésima vez porque mi mamá camina
a nuestro alrededor y abre la puerta, invitando a las zorras a entrar en la casa.
—Amo su cabello, señora McCloy. —Valarie Abraza juguetonamente a mi mamá
mientras deja caer su bolso de noche en el suelo—. Oh, hola, hermanitas.

Kelly y Mixie pasan detrás de Val, quien explica que Katie lamentablemente no
pudo llegar. Llevan la ropa que llevaban a la escuela, solo que no parecen tan arregladas.
Mixie tiene una mancha en la barbilla, y Kelly se ha manchado la máscara bajo los ojos.
Ella chatea en su teléfono, pero sonríe cuando se supone y asiente cada vez que mi
mamá dice algo parcialmente interesante.

No estoy acostumbrada a que sean tan educadas y apropiadas. No creo haber


escuchado a Valarie pronunciar una frase entera sin usar “maldición”, “jodiendo” o
“jodido”, pero los cambió temporalmente por “sí”, “por favor” y “gracias”.

—La jod… —susurra Becka, tan sorprendida como yo. Me cubro la boca y sonrío
por ambas cuando mamá se gira con los ojos muy abiertos.

—Ellas todavía huelen a Zorra —susurra mi mejor amiga.

Pretendemos estar de acuerdo cuando Kelly adula las sandalias de mi mamá.

—Siempre he querido un par, pero realmente no van con mi falda de animadora


—dice Kelly, prestando más atención a su teléfono que a los zapatos de mi mamá.

—Siempre he querido que Leighlee sea una animadora —dice mi despistada


madre—. ¿Verdad, Bliss?

Pongo los ojos en blanco y digo:

—Cierto, mamá.

Rebecka me imita con tono sarcástico.

—Cierto, mamá.

Le pateo el pie.

—Deberías probar el año que viene, Leigh —dice Kelly con una sonrisa
satisfecha.

Becka se ríe en voz alta. Cuando se da cuenta que todas la miran, pregunta:

—¿Por qué estás aquí?

—¡Rebecka! —Mamá se gira, retractándose por el descaro de mi chica.


—Lo que quise decir, señora McCloy es ¿por qué ella está allí, de pie frente a la
puerta? Déjame ayudar. —Recoge la mochila de Valarie y la lanza. La bolsa roja se
desliza en el aire y aterriza hasta la mitad de las escaleras, solo para voltearse y caer.

—Trataba de ayudar —murmura Rebecka.

—Cállate —gemí.

—Tienes razón, Rebecka. Vamos chicas. ¿Alguna de sus madres está aquí? —
Mamá mira por la puerta principal, pero aparta su rostro blanco cuando ve la calzada
vacía.

—¿Nuestras madres? —pregunta Mixie, inclinando la cabeza a un lado con los


labios fruncidos.

—¿Tus padres no se molestan si pasas la noche aunque nunca nos han conocido
a mi o mi esposo? — El tono de mamá está a la altura de la decepción, cierra la puerta
con reticencia y la cierra con llave.

Estoy rojo remolacha. Mis mejillas son tan rosadas que me duelen.

Mixie se hecha a reír. Kelly de cierta forma espera a que Valarie responda, pero
Valarie parece… triste. A veces se pierde en ella misma y el duro exterior de Valarie se
derrite, dejando atrás a esta solemne chica de diecisiete años.

—Conduje hasta aquí —Valarie se retuerce las puntas de su cabello entre los
dedos—. Puedo llamarla, pero…

—¿Podemos comer? —Me uno y digo—: Soy la chica del cumpleaños y me muero
de hambre.

Valarie me mira con el labio inferior entre los dientes perfectamente rectos y
sonrientes, liberándolo.

Mamá toma una profunda respiración y asiente, pero sus ojos todavía tienen una
infelicidad para la chica con demasiada libertad. No hay nada peor para mis padres que
un niño descuidado. Es por eso que son tan estrictos conmigo. Un día mamá y papá se
tomarán el crédito por moldear a la persona en que me convierto, porque realmente
creen que su estilo de crianza es como cada casa debe ser.

—El mundo sería un lugar mejor si todos los niños tuvieran una hora de
acostarse. —Solían decir.

¿Cómo habría resultado Valarie, si tuviera que estar en la casa a las ocho de la
noche? ¿Quién sería yo si tuviera padres a quienes no les importara?
No sé mucho acerca de la casa de Mixie, aunque no me sorprendería si fuera peor
que la de Valarie. Pero Kelly, hija única de dos distantes y acomodados padres, podría
ser la más patética porque tiene el mundo en la palma de la mano, pero lo descarta
porque esta aburrida.

A mis padres les importa demasiado. A los de Valarie no les importa lo suficiente.
Los de Kelly tienen miedo de disgustarla, y los Castor lideran con conciencia culpable.
Todos somos completamente diferentes y jodidos a nuestra manera.

—¿Quién quiere hummus? —llama mamá mientras camina por delante de


nosotras hacia la cocina.

—Hummus. Yummy —resopla Kelly.

—¿Es bueno? —pregunta Valarie. Ella sigue a mi mamá de inmediato.

Becka, Mixie, y yo nos miramos los unos a los otros, y cuando se hace evidente
que no tenemos una sola cosa que decir, Mixie se encoge de hombros y sigue a su amiga
a la cocina. Kelly va tras ella.

—Tal vez tengan marihuana. —Rebecka patea la bolsa de Valarie.

Agarro su mano y la llevo conmigo a la cocina.

—¿Quieres parar? No estás haciendo esto más fácil.

—Está bien, pero no me tiene que gustar —dice ella.

—Vale.

—Vale.

Estoy a punto de decir vale de nuevo, pero me paro y me quedo en silencio


cuando escucho a Valarie decir.

—¡Este es el mejor hummus del mundo!

Dos horas más tarde, todo lo que hemos hecho es comer hummus con patatas de
pita y pasar el rato con Teri en la sala de estar. Mean Girls está en anuncios, y el aire está
espeso por el olor punzante de esmalte de uñas y acetona. Mis dedos están cubiertos
por una capa gruesa, grumosa de laca verde neón gracias a mi mejor amiga que está
viviendo su peor pesadilla en una casa llena de Zorras.

—¿Podemos ir arriba? —pregunta por décima vez en la última media hora.


—Rebecka. —Mamá la regaña en voz baja—. Sé que no te gusta hacer este tipo
de cosas, pero a Bliss sí.

Hago pucheros y pongo cara de miserable y le doy un guiño.

—Sí, Rebecka, me gusta.

El móvil de Kelly suena con otro mensaje, y Mixie sopla sobre sus uñas húmedas,
multicolores. Su cabello está lejos de su cara en apretadas trenzas francesas, y Valarie
está sentada con sus piernas cruzadas a los pies de mi madre. Su cabello oscuro ha sido
recogido y acicalado por dedos que han hecho lo mismo con mis rizos tantas veces
antes.

—¿Así que tu padre se quedó en California, Valarie? —pregunta mamá, tejiendo


su cabello en un intrincado diseño.

—Sí —responde. Valarie está sentada con su espalda recta, pero noto cómo se
apoya contra el contacto de mi madre, como si estuviera desesperada por afecto sincero
y físico—. Mi madre pensaba que los sistemas escolares eran raros, así que nos
mudamos aquí. Papá no podía mudarse por su trabajo, pero probablemente volveré
después de graduarme. Están divorciados, pero en realidad no es así, ¿sabe?

Mi madre asiente, separando más el cabello hermoso de Valarie con su dedo


meñique. A juzgar por la boca recta de mi madre y las arrugas de preocupación entre
sus cejas, no cree a la mentirosa sentada frente a ella. Pero ella no sabe que Valarie es
el producto de un alcohólico y una drogadicta. Cuando su padre criminal fue detenido
por violación con libertad condicional, su hija y su esposa escaparon, mientras fuera
posible.

Comparto una mirada cargada con Kelly y Mixie mientras que su amiga sigue
adelante como si cada palabra que sale de la boca no fuera una mentira entera.

—¿Ha estado en California, señora McCloy? —pregunta.

Con las uñas pintadas y el pelo trenzado, vamos a mi habitación. Becka y yo


estamos en la cama, listas para poner fin a esta noche, pero las Sluts tienen otros planes.

—Aún no nos vamos a la cama, pequeñas hermanas. Esta fiesta apenas comienza
—dice Val. Sosteniendo una botella de licor.
Un chupito, dos chupitos, tres chupitos… cuatro.

Bebemos directamente de la botella de vodka, tomando sorbos de una lata


caliente de soda. Es todo lo que tenía en mi habitación, y no hay forma de que vaya a
bajar.

—No puedo creer que estemos bebiendo en la casa de un juez —dice Mixie entre
tragos—. Es arriesgado.

No puedo creerlo tampoco, pero algo tenía que suceder. Y si no están listas para
la cama, no me estaré sobria. Hace que Becka se afloje un poco. De hecho, está hablando
con Kelly.

—Pete habla tanta mierda sobre ti. ¿Por qué sigues con él? —pregunta. Sus
mejillas se tiñen de color rosa y sus ojos son de color rojo mareado.

La Zorra de Petey se encoge de hombros y agarra la botella.

—No lo sé. Lo amo, y no es tan malo cuando somos los dos.

Val se burla. Me rio, porque… no sé. Estoy borracha.

—Kelly, Pete es un idiota. —Val juega con los extremos de sus trenzas, pero sus
ojos están puestos en su chica, desafiándola a discrepar.

—Como si tu pudieras hablar, mírate a ti y a Thomas —discute Kelly.

El latido de mi corazón borracho se acelera ante el nombre de mi amor,


socavando la tolerancia de mi pulso. Esta es mi casa, mi refugio seguro de escuchar
cosas sobre Dusty que no quiero creer. Pero su deslealtad personificada descansa en el
suelo de mi habitación, recogida bajo mi techo, cuidada por mi madre.

—¿Podemos no hablar de él? —dice Rebecka—. Es mi hermano. No quiero


escuchar ninguna historia sobre su pene o donde lo mete.

Valarie ríe.

—No la ha estado metiendo en mí.

—No, ese sería Ben —dice Mixie.

—Y Johnny Morris —la acusa Kelly, señalándola con el dedo. Valarie sonríe
culpable—. ¡Lo sabía, zorra!

Cuatro de nosotras estamos sentadas en un círculo alrededor de la chica que se


nutre de la atención. Todos nuestros rostros están ensombrecidos bajo la pequeña
lámpara en mi mesilla de noche. Hace mucho frío fuera, pero es lo suficientemente
caliente aquí como para asfixiarse.

—Dormí con John una vez —aclara Valarie.

No conozco a Johnny personalmente, y él nunca ha intentado hablar conmigo,


sobre todo después de lo que le pasó a Brandon Miller el año pasado, pero su reputación
promiscua es bien conocida en toda la escuela. En realidad, no me sorprende que una
de estas chicas se haya acostado con él.

—¿Por qué hiciste eso? Oí que tenía gonorrea —pregunta Becka. Hay un rastro
de repulsión en su curioso tono.

—No lo sé. Simplemente lo hicimos. Ni siquiera era tan grande. —Valarie se


incorpora sobre sus antebrazos—. Tu hermano es mejor. Pero está raro últimamente.

Hundo mis dedos de los pies pintados de verde y llevo mis rodillas hasta mi
pecho, protegiéndome de sus palabras.

—Porque dejaste caer la bomba A —dice Mixie, rodando sus ojos oscuros como
si el amor fuera una broma.

Me muerdo por dentro, apretando mi mandíbula hasta que se siente como que
mis dientes se romperán.

—No amo a Thomas —dice Valarie. Su tono de voz es definitivo, pero hay un
poco de incertidumbre en la forma en que dice su nombre.

—Seguro —murmura Kelly, tomando otro trago de la botella. Se estremece,


arrugando su pequeña nariz antes de inclinarla hacia atrás por segunda vez.

—No lo hago —responde Val, elevando su tono defensivo—. Estaba tan jodida
cuando le dije esa basura. ¿Lo que sea, porque, quién se preocupa por Dusty?

Yo.

Y preocuparme por Thomas Castor es saber qué está haciendo, pero aceptarlo
de todas formas.

El amor es retorcido.

El amor es ser fuerte cuando él es débil.

El amor es obsesivo y ofensivo y no hace ningún bien, pero él es mío.


Quiero decirle a Valarie que eso es amar a Thomas, no sexo lleno de drogas y
momentos vacíos.

Aunque odio que tenga eso para hablar sobre él.

A punto de romperme los dientes, dejo caer mi frente hasta mis rodillas y deseo
que el dolor perfore mi pecho y se vaya lejos. Fuerzo mis manos nerviosas a dejar de
temblar. Ruego que mis rígidos brazos dejen de doler.

Por favor, deja de girar, le pido a mi estómago enfermo.

—No le amo —dice Valarie más en serio ahora—. Ese chico no puede ser amado.
No deja que nadie se acerque a él.

—Creo que es parecido a ti de esa manera, ¿verdad, Val? —dice Kelly en voz baja.

Levanto mi cabeza a tiempo para ver a Kelly arrimándose a Valarie y


abrazándola. Consideraba que su amistad era de conveniencia y superficial, pero
mirándolas ahora, parece que pueden preocuparse las unas por las otras después de
todo.

—Oí que besaste a Oliver el pasado fin de semana, Leigh —dice Mixie, apoyando
su espalda en la pared justo debajo de la ventana de mi habitación—. Es guapo.
Tranquilo.

El repentino cambio de tema es discordante, y tengo que dejar de retener mi


mandíbula para responder.

—Estábamos jugando a girar la botella —digo dócilmente—. No fue nada


grande.

—Excepto que casi chupaste su cara —dice Becka, riéndose—. Juro, Bliss, que no
sabía que tenías eso en ti.

—¿En serio? —Val se ríe. Se sienta y cruza sus piernas delante de ella—. ¿Fue tu
primer beso?

Sonrío y miro a Becka.

—Más o menos.
Salir a escondidas de mi casa no es tan difícil como pensé que sería. Las escaleras
no chirrían mientras las bajo dos a la vez, y la puerta no chirría cuando la abro y salgo
al porche. Por fuera parece diferente cuando no se supone que lo veas. El aire se siente
más frío, pero más fresco… como nunca ha sido tan limpio como si fuera robado.

Estoy caminando vulnerable por el lado de la casa, pero la aceleración que siento
mientras me deslizo más allá de nuestra puerta y voy por el camino de entrada es
emocionante. El barrio está muerto para el mundo, a excepción del perro al lado. Ladra
cuando paso, pero se detiene tan pronto como ve que soy solo yo. Cuando llego al final
de la calzada, miro por la calle y veo el Lincoln.

Hay una capucha plegada en medio del asiento cuando llego, y me la deslizo justo
por mi cabeza. Abrazo el suave algodón contra mi pecho y sostengo mis manos heladas
frente las rejillas de ventilación de la cálida calefacción. Mi chico se ve tan suave y cálido
como se siente el jersey, como si, literalmente, se hubiera levantado de la cama para
venir aquí.

Me inclino y le beso en los labios.

—No llevas zapatos, solecito —dice Thomas, alejándose de la acera.

Me encojo de hombros y me hundo en el viejo cuero. No necesitaré zapatos


donde vamos.

Nuestros pies están encima del asiento delantero, la calefacción alta, y la radio
suena baja. Hablamos de nada. Hablamos de todo. Él enciende un cigarro, llenando
lentamente el auto con humo frío y húmedo. Problemas pregunta si quiero una calada,
pero digo que no y como otro Skittle del alijo de comida chatarra que me trajo.

—Me has gustado mucho esta semana, Thomas —digo, jugueteando con un
hilillo de la manta. Es la de su cama. Me encanta que la trajera ya que no podemos estar
de verdad en su habitación.

Se ríe. —Siempre me gustas, Bliss.

—Valarie dice que no dejas que nadie te ame. Dijo que es difícil estar cerca de ti.
—Encuentro su mano bajo la manta y entrelazo nuestros dedos.

—¿Piensas que tiene razón? —pregunta.

—A veces —digo honestamente. Mi voz es diferente en la noche tranquila. La


verdad suena dura—. A veces es difícil amarte, pero nunca podría imaginar no estar
cerca de ti.
—¿Sabes la mierda que encontraste en mi mesita de noche? —responde.

—¿La cocaína?

—Sí. Eso.

Asiento. Sé que él no debería estar haciéndolo, pero elijo mis batallas con
Thomas.

—Me asusta. —Su voz es tan baja y tan vacía—. Cuando estoy drogado, siento
que puedo hacer cualquier cosa. Como que soy irrompible. Era genial al principio, pero
como que ha cambiado.

—Está bien —contesto, cuidando de no hablar en voz demasiado alta o moverme


demasiado de repente.

—Necesito descansar —dice. Thomas inclina mi barbilla bajo su dedo, rozando


sus pulgares desde la comisura de mi boca hasta mi mandíbula—. Supe que le besaste
tan pronto como entré en la casa.

Trato de mirar hacia otro lado, pero mi amor me mantiene quieta.

—Y cuando vi su cara, todo se puso borroso. Podría haberlo matado.

—Thomas…

—Tenía tanto miedo de que finalmente te hubieras cansado de mí, y la cocaína


lo intensificó. Te hace sentir todo, o nada en absoluto.

Una pausa y toma una respiración.

—Pero no tengo más remedio que sentir contigo, Leighlee. —Thomas mira hacia
otro lado, mirando hacia el faro con una expresión oscura en sus ojos.

Esperamos de nuevo, y me encantan sus ojos azules. Caídos, pero son azules, y
eso es todo lo que me importa.

—Solo quiero que la mierda sea buena entre nosotros. —Él sonríe.

—Yo también —susurro.

—¿Pero no quieres ser mi novia? —Thomas aparta algo de mi pelo detrás de mi


oreja.

—Quiero, pero…

—¿Qué, Leigh? Estoy tratando, y sé que…


—No sabes nada —susurro débilmente—. No tienes idea de lo que es ser yo.

—¿No es por él? —Se levanta y alcanza sus cigarrillos del asiento delantero. Los
hombros de Dusty están tensos y su tono es afilado.

—No tiene nada que ver con Oliver. Solo quiero que la mierda entre nosotros sea
buena. —Utilizo sus mismas palabras.

Enciende un cigarrillo y mientras se quema el cigarrillo de este chico, también lo


hace la tensión en sus hombros.

—Vamos a la arena. —Empiezo a pasar por encima de él.

Thomas atrapa mis caderas, manteniéndome en el auto, a horcajadas entre sus


piernas. Pone su palma derecha contra mi cuello y retuerce los dedos de su izquierda
en mi pelo en la base de mi cabeza.

—Nunca me vas a dejar —dice con sus ojos azules rogando—. Prométemelo.

—Thomas —suspiro.

—Solo una vez, prométeme esto, Bliss.

Le miro a los ojos y envuelvo mis manos alrededor de las cuerdas de su capucha,
tirando de su cara hacia la mía.

—Nunca podría dejarte. Es una regla.


Traducido por Genevieve

Corregido por Indiehope

usty necesita un corte de pelo.

Desordenado y sucio cabello rubio oscuro se desliza entre mis


dedos mientras los paso desde su sien a su nuca. No se mueve, pero
puedo decir por su respiración que no está dormido.

Estoy sobre mi espalda, y Thomas está a mí alrededor. Junto a


mí, sus caderas yacen contra su cama y su cabeza descansa sobre mi pecho. Su oreja
está sobre mi corazón.

Las dos de la mañana se acercan, y estoy cansada, pero esta calma es muy
necesaria para dormir.

Han pasado semanas desde que tuvimos tiempo para estar juntos y enamorados.
Nos miramos en los pasillos, y deja en mi casillero notas más largas de las que solía
hacer. Nuestros dedos de los pies encuentran y tocan debajo de la mesa a veces, pero
ha pasado un tiempo desde que mi chico se sentó y cenó con su familia.

Lo extraño, y él está aquí.

Cerrando los ojos, trato de entregarme a esta presencia. El viento aúlla contra la
ventana de Thomas, amortiguando los fuegos artificiales de Año Nuevo y los disparos
que todavía resuenan. Puedo oler vainilla y árboles en mi ropa y el sabor de la champaña
Veuve Clicquot aferrarse a nuestro aliento. Su corazón golpea constantemente contra
mi costado, igualando el ritmo detrás de mis costillas, y significa tanto para mí que
podría llorar.

Deslizo mis dedos por el suave desorden, sintiendo. Solo amando.

El año escolar está a mitad de camino, pasando demasiado rápido y no lo


suficientemente rápido. El verano estará aquí en muy poco tiempo. Quiero su calor y
libertad, largos días pasados bajo el sol y noches compartidas aquí mismo, pero hay
aprensión en mi vientre. Sé que esconde ojos negros de sus fines de semana detrás de
sus lentes Ray-Ban. Él aparece en la escuela y juega béisbol. Es bueno, pero sé que no lo
hace sin compromiso.

Manteniendo nuestra armonía para una respiración más profunda, que es cálida
a través de mi camiseta, Dusty mueve la cabeza, pero no se mueve de otra manera.

Quiero preguntarle dónde estuvo todo el día. Quiero decirle que lo extrañé.
Quiero saber si está bien, si todo está bien, y si sintió la forma en que su corazón se
calmó y el mío enloqueció cuando nos acostamos así, para que pudieran latir juntos en
algún punto intermedio.

Quiero decirle que lo amo.

Pero donde ha estado no importa, y sé que puede sentir nuestros corazones. Es


por eso que tiene su oreja presionada contra el mío y sé que sabe que lo amo. ¿Cómo no
podría? ¿Cómo podría alguien dudar de algo tan fuerte que ambos lo sienten hasta su
médula cuando se tocan?

El amor se enreda fuertemente como raíces a través de nosotros y todo esto.


Fuimos hechos para amar.

Es el mientras tanto lo que me inquieta.

Cuando se mueve de nuevo, el pelo demasiado largo de Thomas me hace


cosquillas en la parte superior de mi pecho desnudo. No puedo evitar mi sonrisa, y él
suelta sus brazos de mi vientre. Sosteniendo mis costados, mi chico problema pasa su
nariz, barbilla y labios sobre mi piel, haciéndome cosquillas a propósito.

Mi risa es callada, pero fuerte, y escucho a este chico callarme, riendo también.
Mi corazón escucha el suyo, deleitándose con su simple afecto, y es en su mayoría aire,
envuelto en un susurro y lleno de aliento, pero es uno de mis sonidos favoritos en el
mundo.

Nos giramos, empujamos y jalamos, y me rio tan silenciosamente que me duelen


las mejillas, y detrás de mis ojos cerrados y profundo en el fondo de mi pecho,
revoloteando y prosperando en la parte superior de mi estómago, siento todo lo que me
hace ir hacia Dusty.

Entre enredarnos y girar, suplicar y maldecir sin decir una sola palabra, me
sostiene de costado, dejándome recuperar el aliento antes de descender sobre mí una
vez más. Dedos curvos hacen cosquillas debajo de mi camisa, mientras que Thomas me
cubre el cuello con besos demasiado suaves que hacen que mi corazón se vuelva loco.

Liberándome solo un poco, miro hacia arriba.


De rodillas, más o menos sobre mí, mi amor sonríe. Inhala, y en el margen de
espacio que me ha dado, me giro hacia atrás y tomo sus manos con las mías,
manteniéndonos quietos. Sus párpados están cansados, pero sus ojos azules brillan,
muy despiertos, y su luz me quema.

La sonrisa de Dusty crece, y el amor es abundante, prodigioso con la verdad en


sus ojos; es asombroso, porque tan bueno como esto se siente, el amor también es
problemático. Es más que desafiante. Es sobrecogedor, pero el amor es una batalla
cuesta arriba y una fuerza obligatoria, y cuando Thomas me mira con ojos de adoración,
sé que él también lo está sintiendo. Mi persona es tan fuerte como nuestro trato, y en
este momento, siento que, si él quisiera, podría comerme viva y su amor me tragaría
entera.

Pasa sus pulgares donde está sosteniendo mis caderas, solo sintiendo. Como yo.

—Amo tu corazón —me dice, haciéndolo latir—. Y tu corazón me ama.

—Thomas —digo en voz baja.

Inclinándose para tocar nuestras frentes y nuestras narices, el chico cuyo


corazón amo me besa con devoción y consideración. Nos besamos hasta que estoy sin
aliento y sonrojada, extasiada como el milagro que me hace sentir que soy.

Con mi vacilación superada, y su muy largo cabello rubio en todas las direcciones
que mis dedos lo han enredado, nos ponemos de costado y Thomas me acerca. Coloca
su palma donde estaba su oreja antes, justo sobre mi pulso.

—Fuiste hecha para amarme, Leigh —dice en voz baja, como si su toque dejara
espacio dentro de mí para la duda—. Es por eso que naciste.
Traducido por Brisamar58 y VckyFer

Corregido por Genevieve

ebecka está a mi lado en el sofá de sus padres, comiendo un tazón de


cereales Trix y Kix mezclados. Su leche es de color rosa púrpura y su
cabello todavía está enredado de dormir. Mientras ella cambia de canales,
tiro un mini rollo de canela en la leche y miro la televisión distraídamente.

Nuestra fácil y habitual mañana de sábado es una tranquila tarde


de sábado. Mientras ella se escapó con Smitty anoche, yo estaba en el techo con su
hermano, compartiendo besos y viéndolo soltar anillos de humo hacia la luna.

Él ha estado fuera de casa todo el día, pero debería estar en casa en cualquier
momento.

Becka se detiene en un comercial del estado de California.

—¿Crees que el surf es como la patineta? —pregunta sin mirar.

Me encojo de hombros.

—¿En eso tampoco podría pararme?

La luz del sol de mayo brilla a través de las cortinas de la sala, y desearía que
estuviéramos afuera absorbiéndolo. Traje mi bicicleta porque pensé que Becka querría
patinar todo el día, pero estamos teniendo problemas para dejar el sofá. Y cuanto más
se aleja la tarde, más empiezo a pensar que quizás no pueda ver a mi chico antes de esta
noche.

Si él llega a casa para entonces.

El invierno se ha calentado pasando a la primavera, y también lo ha hecho


Thomas. Extrañarlo es difícil, pero mi presencia en su cama cuando llega a casa unas
horas antes del amanecer es el trato que hemos establecido y una concesión que
aprecio.
Me siento con una taza de leche llena mientras mi chica se acomoda para una
repetición de The O.C.

—Deberíamos ir en un viaje por carretera —dice despreocupadamente.

Antes de que pueda preguntar con qué auto, el Lincoln se estaciona afuera. El
bajo del estéreo se desplaza antes de que se apague el motor, y el sonido de las puertas
cerrándose hace que mi pulso se acelere. Escucho a mi secreto estimulante del corazón
riendo con su mejor amigo mientras da vuelta la llave en la puerta de entrada, y cuando
se abre, quiero dar vuelta y saludar a mi amor con una sonrisa abierta, pero sigo el
lenguaje corporal de su hermana: indiferencia.

Solo que no completamente

Sin dejar el tazón ni darse la vuelta, Rebecka levanta la mano izquierda detrás de
la cabeza. Pete le choca los cinco, y sigue a Thomas hacia la cocina.

A la izquierda con el aroma de los adolescentes: sudor y tierra arcillosa, hierba


cortada y verde frondoso, y sabiendo que Thomas está con su uniforme, probablemente
quemado por el sol y más de una clase de polvo, despiertan a mis mariposas perezosas.

Doblando los dedos de los pies contra los almohadones del sofá, miro a los
adultos jugando a adolescentes con un amor jodido en la pantalla, pero escucho lo que
sucede detrás de mí.

—¿Qué tal les fue? —pregunta Tommy.

Su conversación es difícil de escuchar, pero optimista. Las botellas de agua se


abren y toman unos tragos antes de que triturarlas. Petey muerde una manzana y
Tommy pregunta si quiere mantequilla de maní. Puedo oír que levanta la funda de
basura y la ata antes de que Thomas la lleve afuera.

Cuando regresa, vislumbro una gorra de beisbol blanca anaranjada y la esquina


de su sonrisa. Cuando regresa a la cocina, lo que sale de la boca de Tommy hace que mi
pulso se salte un latido.

—Así qué, ¿ninguno de ustedes va a la fiesta de graduación? ¿Cómo es eso justo


para tu madre? —Su tono es burlón y un poco juguetón, pero hay persuasión allí
también.

El agua se abre de nuevo cuando Thomas se lava las manos, y escucho a los tres
hablar, pero mientras Becka inclina su cuenco para beber el resto de su leche, se traga
mis posibilidades de distinguir cualquier cosa que se diga en la habitación contigua.
Afortunadamente, ella se levanta para llevar su plato.
Cuando doblamos la esquina, Tommy nos mira y levanta la mano como si fuera
una respuesta obvia.

—Lleven a las chicas —dice, mirando de nosotros a los chicos.

Mis ojos se abren cada vez más cuando miro de mi mejor amiga a su madre a su
hijo. Por un segundo, me distraigo por lo bien que se ve con su gorra hacia atrás y sus
mejillas calentadas por el sol. Solo he procesado a medias lo que dijo Tommy cuando
Becka habla.

—¿Estás loca? —pregunta, poniendo su tazón en el fregadero—. No permiten


que delincuentes juveniles entren al baile de graduación.

Tommy golpea el brazo de su hija.

—O estúpidos —agrega Becka con una sonrisa—. Supongo que los dos están
jodidos.

Mientras se burla de los chicos, pasa sus dedos a través de nudos rubios,
arreglando su cabello de dormir.

Dejando mi leche en el mostrador, me recuesto y escucho mientras Pete se ríe


por lo bajo y Tommy comienza a hablar de vestidos, esmoquin y ramilletes. Thomas
permanece callado bajo azules desvaídos, pero aún brillantes, y yo hago mi parte, pero
dentro de mi corazón la esperanza que nunca he permitido late.

—Los padres de Leigh probablemente no la dejen ir —continúa Rebecka, y


mientras estoy mentalmente resolviendo cómo voy a preguntarles, estoy un poco
enojada porque ella me está utilizando en su ardid.

—Por favor. —Tommy se burla—. La graduación es importante. Estoy seguro


que Teri quiere que Bliss tenga esa tradición, ¿y qué podría ser más perfecto?

El chico con el número uno en su uniforme se limpia la cara con la mano. Se


encuentra con mis ojos por un segundo mientras la conversación continúa, y hay más
vaguedad de lo habitual en su mirada. Thomas también está haciendo su parte, pero
debajo de su sonrisa despreocupada, triunfo y satisfacción acechan.

—Esto no es una discusión —dice finalmente Tommy, sonriendo detrás de las


manos que sostiene levantadas inocentemente—. Tienes que hacerlo porque soy tu
madre.

—Estás loca —le dice Becka—. Necesitas ayuda profesional real.


Petey lanza su centro de manzana hacia ella. Ella lo atrapa y lo tira hacia atrás
mientras Thomas se mueve desde donde está apoyado contra el mostrador frente a
nosotros y da un paso adelante.

No nos tocamos, y no hay palabras, pero paso de las dudas a saber que esto es
todo lo que va hacer cuando Dusty deja caer su gorra sobre mi cabeza y se acerca para
robar mi leche.

—No es una cita, mamá.

No alzo la voz, pero quiero hacerlo. Ya lo he dicho tres veces, pero mantengo mi
tono calmado.

Está lavando tomates cherry en el fregadero, y se supone que debo cortar


pepinos, pero estoy concentrada en el proceso muy delicado e intrincado de saber qué
decir y cómo, y exactamente cuándo.

En la sala, papá abre y cierra la puerta de la calle detrás de él, lejos del trabajo.

—Vamos como amigos —le digo—. Si tuviera una cita, sería Becka.

Mamá echa hacia atrás su cabello y me mira con los ojos como platos. Sus mejillas
y su nariz están pecosas como la mía, y nuestros mismos ojos verdes no parecen creerlo
y suplican levemente, como si realmente prefiriera que no habláramos de esto ahora.

O nunca

Antes de que pueda continuar mi estrategia, papá entra y besa primero la parte
superior de su cabeza, luego la mía. Mamá le da un tomate.

—Déjame hablar con tu padre sobre eso —dice, caminando hacia la mesa y lejos
de mí.

Tomo un respiro para mantener todos los rebeldes nervios que se contraen bajo
control. Si hablan de eso solos, nunca me dejarán ir.

—¿Por qué no ahora? —pregunto, encogiéndome de hombros.

—Leigh… —empieza mamá, pero se detiene, reconsiderando visiblemente.

Aprovecho la oportunidad.
—Papá. —De pie, encarnando la franqueza que prefiere, lo miro directamente—
. Quiero ir a este baile con mis amigos.

Estamos posicionados en una especie de forma de triángulo. Él mira de mí a


mamá y vuelve a mí.

—Suena bastante inofensivo —dice—. ¿Quiénes son tus amigos?

—Vamos como grupo. —Calmada, tranquila, estable—. Yo y Becka, con Thomas


y Petey.

Esta vez cuando mira de mí a mamá, él sostiene su mirada. Mantienen una


conversación silenciosa y son lo suficientemente ingenuos como para pensar que no
entiendo cada palabra.

Cuando papá vuelve su atención hacia mí, me preparo y espero con fuerza.

—Entonces, cuando dices baile, te refieres a la graduación. —Su tono coincide


con el mío, y él habla con sus manos, levantando su palma, por ejemplo—. Y cuando
dices amigos, quieres decir…

—Papá —lo detengo suavemente.

No llames a mis amigos maleantes, quiero exigir. Ellos son buenos. Somos
buenos. Somos jóvenes. Déjame ser joven.

—Eres una estudiante de segundo año, Bliss. La graduación es para juniors y


seniors. —No está enojado. No hay molestia en su tono, solo simplicidad. Estos son
hechos que tal como son no significan nada para él.

—¿Es realmente porque soy un estudiante de segundo año? —pregunto—. ¿O


porque vamos con Thomas y Pete?

Mis padres parecen vacilantes. Mamá habla primero, pero elige sus palabras con
lenta precaución.

—No son exactamente modelos de comportamiento confiable, nenita. Y


Thomas…

Mi corazón late a la defensiva. Sé mejor que nadie todas las cosas que Thomas
es, y no quiero oírla decir ninguna de ellas.

—Son solo chicos —digo—. Son como una familia, y Thomas nunca te ha dado
una razón para no confiar en él.
No están de acuerdo ni en desacuerdo, simplemente me miran, y después de una
pausa demasiado larga, me siento incómoda. Es irracional, pero su silencio hace que me
pregunte si de alguna manera saben algo que yo no sé.

Pero mi corazón lo sabe.

Travesuras y delitos menores no son lo que Thomas me oculta.

Manteniendo mi voz declarativa, presiono un poco.

—¿Lo ha hecho?

Papá mira a mamá y luego niega con la cabeza.

—Queremos mantenerte a salvo —dice ella. Su voz suena débil, como si supiera
que no puede hacer eso para siempre y ese hecho la está rompiendo.

La culpa se apodera de mi conciencia, pero eso no altera mi determinación.

—Lo sé —admito, permitiendo que el más mínimo crujido de honestidad suavice


mi tono.

Papá se aparta del mostrador y toma otro tomate del cuenco. Se para junto a
donde se sienta mamá, y ya no estamos en forma de triángulo. Están en un lado de la
cocina, y yo estoy en el otro, y lo que está sucediendo tiene que suceder. Esto no puede
continuar para siempre

Mamá lo sabe. Está en sus ojos vidriosos. Ella sonríe y levanta sus manos
inocentemente, exactamente como lo hizo Tommy ayer por la mañana.

—Bueno, ¿puedo al menos inscribirme como acompañante?

Tres semanas más tarde, estoy sentada en mi tocador, y Becka está detrás de mí.
Tiene mi cabello en lo alto de mi corona y lo está cepillando por completo. Cuando hace
estallar una burbuja con aroma a uva, me rio.

—Espero que sepas que, si dejas caer tu chicle en mi cabello y tengo que cortarlo
todo, me voy a afeitar la cabeza.

—Oh, mierda, Bliss. —Se congela, provocando.


—Lo digo en serio.

—Yo también —dice, tirando de mi cabello un poco más alto—. Te verías sexy
con un mohicano.

Pongo los ojos en blanco, sonriendo mientras ella tira un poco más. Para alguien
que se ha rebelado contra esta idea, Rebecka está de buen humor.

Y con un vestido.

Lo que usamos nosotras dos.

Lo llevo tan despreocupado como mi mejor amiga, pero el verano está en el aire
y la emoción está en mis venas.

Sé que esta no es una cita real. Thomas y yo no podemos ser todo nuestro ser,
pero esta noche es algo que nunca esperé y lo está haciendo realidad. Kelly no puede
culpar a nadie más que a sí misma por ser castigada, pero todo lo que Dusty tenía que
hacer era presentar ese hecho frente a su madre.

En secreto, me embeleso por la astucia que nos condujo aquí.

Después de que Becka gire una trenza alrededor del moño que tiene sujeto en la
parte posterior de mi cabeza, desenrollé los ahora fríos rodillos calientes de su cabello.
Ella toma mi lugar en el banco, y debido a que su vestido negro de cóctel no tiene
espalda, recojo todos sus largos rizos rubios antes de sentarme a su lado.

Juntas en frente de mi espejo, coloco un poco de rubor en mis párpados y paso


el más mínimo brillo en mis mejillas mientras ella maquilla sus ojos de negro. Me pongo
brillo de labios y me recuesto, contenta con sutiles toques de brillo e iridiscencia. Mi
cutis es amado por el sol y no quiero que me obliguen a quitarme nada.

Una mirada al reloj en mi mesa de noche me dice que ya son casi las siete, lo cual
significa que los chicos van a estar aquí en cualquier momento. No puedo mostrar el
afán y casi no puedo contener las mariposas detrás de mis costillas mientras me pongo
de pie.

Tomando mi chal de mi cama, me lo pongo y dejo que las largas mantas rosadas
caigan alrededor de mis muñecas. No pienso usarlo mucho tiempo y odio tener que
hacerlo, pero mi vestido no tiene mangas. Es un corte de corazón en mi pecho, y hay
mucha piel que mis padres no necesitan ver.

Girándome un poco en el espejo detrás de Becka, veo como las capas cortas de
chiffon que es muy cercano al blanco como la vainilla giren arriba de mis rodillas. Ella
pide prestado mi lápiz labial antes de levantarse y dar un paso para tomar su chal verde
neón que la espera al final de mi cama. Tengo una sandalia de tacón y estoy levantando
mi pie para amarrar la otra cuando un suave sonido que conozco de corazón se mezcla
con mi pulso ansioso.

No puedo escuchar ningún golpe de bajo, pero el sonido de las puertas del
Continental es como música para mis oídos.

Mientras B juega con su cabello, esponjando lo que ya está recogido, contengo


mi emoción que solo está creciendo. La miro en mi espejo mientras coloco pequeños
diamantes a los lóbulos de mis orejas. Encontrando mi mirada, rubia y pelinegra
sonríen traviesamente.

—Vamos a emborracharnos —susurra ella antes de que haya un golpe en mi


puerta.

Poniéndome de pie derecha, digo:

—Adelante.

Papá abre la puerta a medio camino, inclinándose.

—Tus amigos están abajo —dice él.

—Gracias papá.

Tomo mi cartera de mi cama, y Becka golpea sus manos en frente de sus piernas.
Papá aún está de pie en la entrada, murmurando bajo su respiración.

—¿Qué? —pregunto.

—¿Estás segura que no quieres un suéter?

Palmeando el hombro de mi papá mientras pasamos a su lado, le digo:

—Esto es un suéter, papá.

Cuando llegamos al final de las escaleras, Becka camina delante de mí. Ella abre
la puerta y la luz del sol de la tarde se cuela dentro.

Inclinándose contra el barandal de madera del porche, el cabello rubio de Petey


está dividido hacia un lado, y sostiene un tulipán que sé que es del jardín de Tommy. Él
está usando sus lentes de sol y se ve bien en su traje blanco y negro, pero mientras miro
hacia el porche, Tweedledumb no es comparado con mi amor.
De pie con sus hombros atrás, Thomas sostiene un tulipán rosado-durazno en su
mano derecha. Se ve tan guapo como nunca lo he visto en su camisa negra, chaqueta
negra, corbatín negro, y se ven tan alto en sus pantalones ajustados negros. Sus ropas y
sus zapatos son brillantemente nuevos, y su piel es como tempranamente tocada por el
verano. Él sonríe tan brillante que duele al verlo. Como si tratara de enfocarse en algo
brillante mientras está ardiendo.

Me hace pensar en mi primer cuatro de julio aquí. Tengo un corazón de papel


magenta y su sonrisa es la llama.

Mientras Becka y yo salimos, nuestros tacones suenan en la madera del porche,


y Tommy y mi mamá se cubren las bocas antes de venir hacia nosotros. Luke habla en
tonos bajos de advertencia a su hijo mientras mi mamá toca mi cabello y acaricia mi
vestido, y toma un esfuerzo actuar mi papel.

Porque en todo lo que puedo pensar es: Dusty está sosteniendo una flor para mí.

Este chico alto y guapo, él es para mí. Está haciendo todo esto por mí, y hace que
mi corazón brillante se derrita como una paleta de banana.

Papá se aclara la garganta y da un paso hacia el porche.

—Las enmiendas no aplican cuando se trata de mi hija —dice él seriamente.

Luke rueda sus ojos mientas mi mamá le envía a mi padre una mirada que tiene
ambas partes de amonestación y apoyo. Becka se ríe y yo lucho contra la urgencia de
gritar.

Thomas no pierde el ritmo. Él se quita los lentes de sol y da un paso adelante.


Hermosos ojos azules que dan problemas están de pie al mismo nivel que mi padre.

Toda la cosa es muy extraña por un segundo, pero la postura de relajación de mi


chico es conformidad cuando él levanta su mano derecha.

El juez McCloy no duda en darle un firme apretón, y la rebelión en un traje nuevo


no se amedrenta.

Pete copia a Thomas casi exactamente, y papá estrecha su mano. Becka palmea
su brazo, como yo lo hice escaleras arriba.

—No se preocupe Juez —dice ella, sonriendo con sus ojos a través de sus
palabras —. Tengo todo esto bajo control.

Ella mira desde ella hacia Thomas.


—Rebecka está a cargo —dice papá.

Quiero rodar mis ojos.

Quiero reírme.

Quiero jodidamente irme de aquí.

Guardando su sonrisa satisfecha con una sincera, Thomas mira a su hermana.

—Rebecka está a cargo —acuerda él.

Todos nos juntamos para las fotografías en frente del sauce después de eso.
Estoy de pie con Becka, y luego estamos de pie entre los chicos, y luego nos quedamos
de pie con ellos separadamente; Becka con Pete, y platónico como se ve, cuando Thomas
se acerca a mí y pone el tulipán en mi mano, los latidos de mi corazón llenan mi pecho.
Sonreímos para las cámaras, mirando hacia adelante en lugar de unos con otros, pero
sintiendo el peso de su mano en mi cadera incluso si la mantiene ligera lo hace difícil no
inclinarse hacia él.

Entre flashes, nos dicen que volvamos juntos como grupo. Dusty coloca su mano
en la parte baja de mi espalda y frota su pulgar por mi coxis donde nadie puede ver. Me
sonrojo. Destello. No es por lo que piensan todos, pero rio tan alto como todos los
demás.

Excepto papá.

Mientras nos separamos, los chicos escuchan cumplidos y direcciones de mamá


y Tommy, y Luke responde una llamada telefónica. Mi padre se queda atrás. Él está
callado, pero hay una convicción en sus ojos.

Después de que mamá me acerca.

—Estás hermosa, Leighlee —susurra ella —. Te amo nena. Por favor, por favor
ten cuidado.

—Lo tendremos. También te amo —le digo a ella.

Tommy está elevando el cabello de Rebecka más cerca de Dios cuando doy un
paso a un lado, más que lista para irme. Pete abre la puerta del suicidio, y para el
momento en el que ella y yo entramos, contengo la suficiente adrenalina emocional para
iluminar el cielo.

Saludo desde la ventana, y Becka se inclina sobre mí, saludando también, y


finalmente, finalmente nos movemos.
Thomas vuelve a ponerse sus lentes de sol y se afloja a la corbata al segundo en
el que estamos en la calle. Rebecka tamborilea sus manos en la parte de atrás del asiento
de Petey mientras él le prende fuego al final de una colilla. La cabina del auto se llena
con el dulce humo, y mis mariposas empiezan a volar.

Petey le pasa el Philly a Dusty cuando damos la vuelta en una carretera, y la luz
del sol golpea el perfil de mi chico desde un nuevo ángulo. En este, me doy cuenta que
su traje no es negro. Es gris media noche, y al darme cuenta se siente como un secreto.

—Enciende la música —insiste Becka, fibras de rubio bebé vuelan alrededor de


su rostro mientras Thomas pasa el cigarro por sobre su hombro hacia ella.

—Ya escucharon al Juez, estoy a cargo. ¡Enciéndela y súbele!

La siguiente en la fila de un largo pasillo de baños, Becka cruza sus piernas,


logrando mantenerse recta.

Mi chica y yo estamos un poco más que achispadas.

La música pop y las conversaciones se filtran a través de las paredes del pasillo,
pero ambas estamos en silencio. El suave olor de gardenias y flores de peras que
decoran el salón de baile y la mezcla del olor tropical del spray de cabello y perfume
costoso, con el profundo olor del humo y brisa de verano.

Una puerta se abre más allá de nosotros y mientras Becka entra, yo ajusto mi
vestido en el espejo y retoco el botón de mi tulipán a un lado de mi moño.

Quería guardar mi flor, pero aún si continuaban cuidándola toda la noche, en


unos cuantos días se va a marchitar y a ponerse toda frágil, y eventualmente se dañaría.
Pero esta noche, es perfecta. Dejé el tallo en el asiento trasero del Lincoln con mi suéter.
Mis brazos desnudos, hombros y me pecho sienten el viento tibio que besa mi piel desde
que abrimos las ventanas del auto, y mi corazón aun hace eco al ritmo del bajo por
conducir con ellos tanto tiempo, y mantener el humo adentro.

Quiero encontrar a Thomas y decirle que sienta mi pulso. Quiero poner mi mano
sobre la de él y que lo vea.

B llama mi atención mientras se lava la cara.


—Sé que es un poco temprano para estar pensando en esto —dice, poniendo un
ahumado rosa en su sombra de ojos.

A un lado de ella en el espejo, me coloco lápiz labial fresco.

—California —dice ella—. Deberíamos ir a California.

Mi sonrisa se cae abierta.

—¿Qué?

—Para la universidad —explica ella—. Sé que es realmente al azar y aún estamos


lejos, y sé que tus padres van a necesitar algo de convencimiento, pero… —Ella cierra
sus ojos antes de hablar de nuevo, sonando como si hablara del mejor sueño que ha
tenido alguna vez.

—Luz del sol todos los días —casi está susurrando, como si algo pueda apartarla
de este sueño que yo no sabía que ella tenía—. Y el pacífico, y los surfistas, y los
patinadores, y no solo…

Esta chica abre sus azules, azules ojos y nos estamos sosteniendo las manos. Está
sosteniendo las mías en las de ella, y se ve más esperanzada de lo que alguna vez la haya
visto.

Siempre había tomado la idea de la universidad por sentado. Por supuesto que
iré, pero estaría con Thomas. Nunca había considerado nada específico. No estoy lista
para pensar en cosas tan lejanas.

—Piénsalo —dice Becka.

—Está bien —le digo a ella, apretando sus manos—. Lo haré. Lo prometo.

Porque nosotras hacemos eso.

—Pero, no esta noche —insiste ella, sacudiendo la seriedad—. Esta noche es


para bailar.

En el salón de baile, todo tiene siluetas.


Candelabros dorados con motivos y brillantes bajo la bolsa de disco, las personas
bailando se ven como un caleidoscopio de vestidos brillantes entre trajes negros. Entre
mesas negras y junto con paredes negras, todos se mezclan y brillan en la oscuridad.

Después de un par de segundos de mirar alrededor, Becka apunta hacia los


chicos, pero he encontrado el mío.

Thomas me envía una sonrisa desde el otro lado de la habitación, y mi corazón


de Cuatro de Julio se enciende en mi pecho. Sostengo sus ojos, dando todo lo que puedo
y deseando más mientras su hermana me guía hacia la pista de baile.

Sincronizando mi corazón con el ritmo y moviéndome con él a medida que mi


mejor amiga me recuerda lo muy profundamente que la amo.

Entre canciones de grandes alturas y de estabilizarse, mi compañero muestra su


cara. Toco la parte de atrás de mi cabeza para asegurarme que mi flor aún esté en su
lugar y vuelvo a ver cuando ella me apunta de nuevo. Thomas y Petey están inclinados
en las sillas, y Ben se les ha unido. No hay una cita a su lado, pero fácilmente podía ser
cualquiera de las chicas aquí.

Calentada y con el corazón corriendo, hacemos nuestro camino hacia la mesa


donde dos vasos nos esperan.

Becka se toma el suyo en tres tragos y sopla como si le quemara, y levanto mi


ceja mientras B sostiene su vaso vacío bajo la mesa. Mientras Pete lo rellena, miro a
Thomas y este asiente hacia una chica rubia que está al otro lado de la habitación y lleva
un vestido floral hasta la rodilla y medias lavanda. Está dando la espalda, pero sé quién
es ella de inmediato.

—¡De ninguna manera! —Inclinándome detrás del asiento de Thomas, coloco mi


mano al lado de mi boca.

—¡Daisy!

La rubia en zapatillas de ballet brillantes se gira, y ella tiene lentes de contacto


en lugar de sus gafas. Con una sonrisa y un saludo, apunta hacia la fila para el baño,
señalando que pronto estará de regreso.

Petey da una risa disimulada.

—El chico Benny quiere ver que hay bajo esas medias.

—¿Qué? ¿En serio? —Becka toma una bebida, pero no se atora esta vez.
Ben sonríe, amplio y arrogante, mostrando todos sus perfectos dientes y
encogiéndose como: ¿Sí, y?

Le echo una mirada que dice si lastimas a mi amiga, te lastimaré, pero él se


encoge de hombros.

—A las chicas nerd también les gusta —dice.

Cuando Daisy regresa, me abraza antes de sentarse al otro lado de Thomas, junto
a su cita.

—No tenía idea de que ibas a estar aquí —digo. Las citas no son algo de lo que
hablamos entre la conjugación de verbos en francés y las nuevas formas de llamar puta
a una zorra—. Estoy feliz de que estés.

—Yo tampoco —ella está de acuerdo, mirando a Tweedledum. Le pasa una taza
a Pete, y por la forma en que Ben la mira es obvio que se han besado.

Daisy sorbe su ponche, su meñique un poco hacia arriba.

—Folie —me dice, tímida y genuina.

Locura.

A mi lado, Thomas se reclina más en su asiento. Solo el movimiento en esta


proximidad es suficiente para inundar mis venas de revoloteos y anhelo. Han pasado
días desde que nos tocamos, y estar tan cerca, pero tener que alejarnos es un esfuerzo
y es más tentador de lo habitual.

—Folie —concuerdo, pasando los dedos que quiero sobre cualquier parte de él
por el borde de mi copa.

Debajo de la mesa, la rodilla de Dusty golpea la parte exterior de mi muslo


desnudo. Presiona en el contacto que conforta mientras atrae, y presiono para obtener
más.

Manteniendo mis ojos en los de Daisy, me muevo hacia su cita.

—¿1Êtes-vous certain de ce garçon?

¿Estás segura de este chico?

—Parfois —comienza, ojos tímidos brillando la luz de las velas mientras mira a
Ben.
Relajado con una mano en la parte posterior de su cabeza, jugueteando con sus
rizos oscuros, tiene la otra en el respaldo de su silla. Está recostado sin cuidado, y eso
me asegura que han hecho más que solo besarse.

—Parfois, les filles veulent juste s'amuser aussi —termina Daisy.

A veces, las chicas solo quieren divertirse también.

Levanto mi taza con un asentimiento y una sonrisa más cómplice de lo que


ninguno de ellos se da cuenta.

—Está bien, no tengo idea de lo que eso significa —dice Rebecka, levantando su
bebida, también—. Pero, si L está brindando, entonces sí.

Ella choca su taza con la mía, y Daisy levanta la suya con la nuestra. Y cuando Ben
hace lo mismo, también lo hace Petey.

Con su copa levantada al final, Thomas desliza su pie junto al mío, alineando
nuestras pantorrillas debajo de la mesa y dándole a mi corazón más de lo que necesita
mientras todos bebemos.

Estamos de regreso en la pista de baile, solo que esta vez estamos todos juntos.

Petey hace girar a Becka mientras Ben y Daisy bailan frente a frente. Sus caderas
se mueven y sus manos se tocan cuando Thomas Castor me hace girar en un círculo que
nunca permite que me aleje demasiado de él.

En un parpadeo del cielo azul, estamos pecho a pecho y estoy drogada solamente
con él.

—Hola —me dice bajo la música. Colocando sus manos entre mis hombros y la
parte baja de mi espalda, me da el contacto que he anhelado y necesitado y no puedo
tener suficiente.

—Hola —le respondo en un susurro, mirando hacia arriba y apretándome contra


mi amor estoy radiante.

Cuando comienza una canción lenta, nos mezclamos más en el centro de la


multitud. Inadvertido, el latido de mi corazón me acerca por completo, sin dejar espacio
entre el blanco suave y el casi negro. Con mi brazo izquierdo alrededor de su cuello y su
mano derecha firme sobre mi espalda, levanta mi mano derecha y la coloca sobre la
solapa de la chaqueta que cubre su corazón.

Más alto de lo normal, con los ojos al nivel de sus labios, levanto la mirada para
ver a Dusty mirándome con ardor y orgullo que me hacen aferrarme a él. Y sé en este
momento que esta noche no es solo para mí.

Los ojos azul oscuro destellan y parpadean en el caleidoscopio oscuro.

—¿Sabes lo difícil que es no besarte cuando sonríes así? —pregunta.

Mis mejillas se calientan con lo que les hace a los latidos de mi corazón, y Thomas
roza su nariz en mi mejilla. Con sus labios cerca de mi oreja y sus dedos doblados entre
los míos sobre su pecho, susurra— ¿Tienes alguna idea de lo hermosa que eres, Bliss?

Rodeada de vainilla y Doublemint, me mantiene cerca en un íntimo refugio,


vuelvo la cara hacia él.

—Bésame —le susurro.

—Te estoy besando —se burla, presionando los labios entreabiertos bajo el
lóbulo de mi oreja.

Me aprieto más cerca mientras mi corazón pulsa pasión y súplica, y Thomas nos
mueve lentamente hacia la música.

—Quiero llevarte a la playa y besarte toda la noche —me dice—. Quiero besarte
para siempre.

Con su mano sobre la mía, su brazo está firme alrededor de mi cintura y su


corazón golpea mi palma. Dusty me deja sentir su aliento y sus dientes mientras se
mueven por mi cuello. Ocultos de todos, envueltos en una canción sobre cada día tan
soleado y azul, me da el tipo de dolor más dulce y profundo.

El DJ recupera el ritmo cuando termina la canción, y es una transición. Mi amor


me aprieta la mano antes de bajarla y retrocede un paso. Miro por encima de mi hombro
para que siga su mirada.

Becka se mueve entre la multitud, doblando sus dedos en mi dirección.

—Somos jóvenes —susurra encima del sonido de sintetizador—. De corazón


roto a corazón roto, nos apoyamos.

Sonriendo en grande, me encuentro con mi chica a mitad de camino.


Pete está a su lado, y Thomas se mantiene un poco distanciado entre nosotros,
pero se queda detrás de mí mientras me muevo. Daisy y Ben se pasan a mi izquierda, y
aquí mismo, en este momento, parece que todos coincidimos. Como si fuéramos lo
mismo. Como por debajo de todo, Daisy, Pete, Becka, Ben, los jóvenes y los mayores que
nos rodean, yo y el matón que no me deja fuera de su alcance, somos todos iguales.

El amor puede ser un campo de batalla, pero no estamos haciendo ningún mal.
Somos niños en una multitud en la cima del mundo: drogados, salvajes e inocentes.

Un poco menos de dos horas después, la luna llena está alta y estoy en el regazo
de Thomas en el muelle con ambas piernas sobre su izquierda. Una noche llena de
caricias pero que en realidad no nos ha alcanzado, y mi secreto está cumpliendo su
susurro sobre besarme para siempre.

Junto con mis zapatos, dejamos a nuestros mejores amigos cansados y


achispados en una manta en la arena hace unos minutos.

Comenzando por mi sien, Thomas besa mi frente primero y baja por mi nariz, a
lo largo de mi cuello y sobre mis hombros. Él está en la curva de mi codo, me hace doler
a propósito. Sus labios muerden y acarician la piel, pero me toca más profundo que eso.
Mi amor llega a cada parte de lo que soy, y el chico que me enseñó a besar lo sabe.

Desliza sus labios y dientes por mi brazo y me dice que ama mis músculos y mis
huesos.

—Amo tu sangre —dice—. Amo tus venas y tus ventrículos.

Él besa mi muñeca y mis nudillos y la curva de mi pulgar.

—Amo cuando hablas francés y lo suave que huele tu piel. —Me besa en el dedo
índice, rozando la punta con los dientes—. Amo la forma en que me agarras tan fuerte
cuando te corres.

—Dusty. —Con mi corazón latiendo por todas partes, le empujo el hombro,


tratando de apartar mi mano.

Como si pudiera.

—Lo haces —insiste, besando el centro de mi palma antes de llevar mi mano


abierta a su mejilla. Cerrando los ojos, se apoya en mi toque—. Amo cuando me agarras.
Apoyando mi cara cerca de la suya, me giro así estoy a horcajadas sobre su
regazo, y lo agarro con ambas manos. Con las suya en mi cabello, perdiendo pétalos y
horquillas para meter los dedos, la fuente de todo mi dolor abre la boca y lo beso con
todo lo que tengo. Lo beso tan profundo como nuestros corazones y fuerte como sus
brazos, y hace que mi amor gima contra mis labios.

—¿No lo sientes? —pregunta cuando me separo para respirar, besando mi


cuello—. ¿No sientes lo bueno que podría ser?

—Thomas —susurro, mis ojos se cierran y mi boca se abre mientras desliza sus
manos por mis costados. Agarrándome de las caderas, me mueve en un lento círculo a
lo largo de donde también está dolido.

—Seré bueno contigo, Leigh. —Sus palabras son bajas y ardientes con
sinceridad—. Yo me ocuparé de ti.

Cruzando mis brazos alrededor de su nuca, lo beso nuevamente. Quiero sentirlo


mejor, así que me levanto un poco, de rodillas. Estarán magulladas mañana, pero no me
importa, y cuando estoy donde necesitamos, este chico me mueve contra él. Lento,
pesado y lleno de intenciones, su guía hace que todo mi cuerpo anhele y palpite con mi
descuidado flujo de corazón.

—Déjame mostrarte lo amada que eres —susurra. El dolor en su voz se retuerce


y la dulce necesidad se convierte en pura necesidad—. Déjame amarte.

Él me mueve más lento, todo el camino hacia abajo. Me sostiene con un


propósito, pero la desesperación en el tono de Thomas no es por sexo.

Ojalá lo fuera.

Esto duele peor.

Esto es más difícil

—Sé mi novia —susurra. Nariz con nariz, sonríe y la esperanza en ello hace que
mi pecho palpite alrededor de mi triste y egoísta corazón. Me abraza mientras me
separo por los dos, y besa el costado de mi boca, haciéndolo latir a través del dolor.

—Déjame ser tu novio.

Abro los ojos con lágrimas de frustración y me concentro en el azul sin nubes.

Y encuentra solo amor.


Me hace sentir que podemos hacer esto. Como si esta noche hubiera sido un
testamento. Como dejar que todas las piezas caigan donde puedan y dejar que todos a
quienes hemos mentido elijan lados. No me importa, porque esta persona me ama más
que todo eso, y el amor es más.

Llenando mis pulmones de vainilla y aire marino, estoy a punto de asentir. El sí,
está en mis labios cuando un movimiento en la playa me llama la atención.

Mi corazón se detiene y me congelo.

Thomas se congela, también, asegurándome contra él como si estuviéramos en


peligro, pero él está de cara al agua. No puede ver lo que veo, y tiene que permanecer
de esa manera.

—¿Qué? —pregunta en voz baja, cruda protección en su tono.

—Bésame —le digo rápidamente, juntando nuestros labios, sosteniéndolo como


sé que a él le encanta.

Con su rostro en mis manos y su boca debajo de la mía, intento dar sentido a lo
que sucede en la arena y cómo enfrentarlo, pero pensar mientras nos besamos no
funciona.

Retirándome hacia atrás para obtener el necesario aire, balanceo mi peso contra
Thomas para mantener sus ojos cerrados, y funciona.

Para él.

Me muevo con ritmo forzado, y tan atrapado como está mi amor, entre la presión
que emociona y la respuesta por la que él está muriendo, puede notarlo.

—Bésame, bésame —le repito, pero sus ojos azules están abiertos y mirándome
fijamente.

—¿Qué diablos? —pregunta, empujándome hacia atrás y poniéndose de pie.

Pero no sé cómo responderle.

Entonces se da la vuelta.

Nuestros amigos están despiertos, pero no estamos atrapados. Estamos a salvo,


pero es porque Pete está encima de Becka, y ella lo está sujetando. Con el pelo medio
despeinado y el vestido recogido, ella tiene sus piernas desnudas alrededor del chico
que siempre la presiona, y él tiene su boca sobre su cuello y su pecho.
Por un segundo, es imposible hacer otra cosa que mirar. Pero luego Thomas pasa
corriendo por mi lado.

Extiendo la mano y lo persigo, pero es demasiado tarde.

Él ya se fue.
Traducido por Genevieve

Corregido por Kish&Lim

a deseo.

La urgencia en mi sangre.

La opresión en mi pecho.

El hormigueo en la punta de mis dedos.

Intento alejarme, pero esta perra me llama.

El escape.

El alivio.

La picazón en la parte posterior de mi garganta y el entumecimiento en mis


encías.

Lo único que me impide consumir es la chica que duerme a mi lado.

Ella es lo que importa.

Ella lo vale.

Bliss es todo.

Ella me ayuda a negar los susurros de la cocaína.


Traducido por Florff, Ximena y Candy27

Corregido por Genevieve

reías que Smitty iba a estar bien con que tú lo besaras? —Me
reclino contra el marco de la puerta de mi hermana.

La chica que no dirá que sí y Rebecka se sientan en el suelo


contra la cama, pegadas como las mejores amigas deberían estar.
Aparte de los sonidos de gritos del corazón roto de Becka y el
ventilador del techo girando en lo alto, la mortecina habitación poco iluminada está
desprovista de la música y la risa habitual.

—Tú hiciste esto. Tú eres la razón por la que él rompió contigo —digo, curvando
un lado de la boca hacia arriba—. ¿Por qué estás llorando?


La incredulidad en la expresión de Leighlee me quita el aire de los pulmones. es


la misma mirada que me dio la última noche después de que quité a Petey de encima de
mi hermana, pero la decepción ha tenido tiempo de fraguarse durante la noche. Todo lo
que veo es su rostro cansado, la cara descolorida es indiferente y su delineador de ojos
manchado.

Te amo más de lo que ella lo hace, susurra la cocaína.

—Vete, Dusty —murmura Becka, la voz débil con las lágrimas. Su cara se
desmorona y el pelo de las últimas noches vela su perfil mientras deja caer la cabeza
entre las manos.

Siento una pequeña punzada de simpatía por los desamparados, pero mi


objetivo no es una traidora de pelo rubio. Es con la rubia color fresa que me abandonó
con las burlas tentadoras del único coño que no me deja en paz.

No arruiné el baile de promoción por defender el honor de mi hermana.

—Permanece alejada de mis amigos, Becka —digo, dando un paso atrás.

Bliss se mofa y agita la cabeza. Sus rizos sin flores cuelgan alrededor de su cara.
—Te odio —grita mi hermana.

—Ódiame todo lo que quieras. No te enrolles con Pete otra vez.

Mi chica se levanta y se aproxima a la puerta con los dibujos de la alfombra


grabados en sus piernas de estar sentada demasiado tiempo. Su mirada fija me hace
sentir de medio metro de altura, pero ella está donde quiero que esté.

—Eres un imbécil —dice.

Abro la boca para contestar, pero me cierra la puerta de golpe en la cara.

—Levanta —digo, enganchando los dedos bajo la ropa interior de Leigh.

La televisión está apagada y la habitación está a oscuras con la excepción de unas


pocas pequeñas velitas. Bliss se enciende cuando se viene. Encaje rojo se desliza hacia
abajo por sus piernas fácilmente, y amo su cuerpo medio desnudo, expuesto y
sonrojado desde donde está más cálido hasta la punta de la nariz. Beso el interior de su
rodilla en la descolorida cicatriz que consiguió cuando trató de hacer skateboard un
verano, y después me siento sobre las rodillas y me quito la camiseta.

—¿Me amas? —pregunto, abrazando con su pierna mi cadera. Bajo entre sus
muslos abiertos, y extiendo la mano entre nosotros y me saco de los pantalones de
baloncesto—. ¿Podrías vivir sin mí? ¿Querrías?

Agotando todo el autocontrol que poseo, me muevo lentamente contra mi chica,


pero no dentro de ella. Bonitos labios pintados de rojo se abren en una pequeña sonrisa,
y su espalda se alza ligeramente del colchón antes de relajarse.

Ella es una virgen. Su cuerpo es cálido y huele como el Cielo.

—¿Podrías dejar que alguien alguna vez además de mi te toque así? ¿Te vea así?
—Los pezones de Leighlee se endurecen mientras su boca se abre lentamente. Hunde
sus pies en el colchón mientras acaricio lentamente, y piezas de su pelo color rojo se
pegan a sus labios. Mi chica perfora con sus uñas de color púrpura oscura mis bíceps,
aferrándose a mis brazos hasta que ya no puede más. Entonces agarra las sábanas de la
cama y tira.

La cabeza de mi polla empuja en su abertura, y susurro:


—Déjame.

Su voz es pequeña, pero atrevida.

—¿Podrías tú? —pregunta—. ¿Podrías dejar que alguna vez alguien te tocara
así?

Empujo sus muñecas contra el colchón, sujetándola debajo de mí. Permite la


pequeña intrusión en su inocencia, pero rehúsa la infracción con su mirada vacía.

—Respóndeme —dice—. ¿Podrías tú? ¿Lo has hecho? Dime que nadie ha estado
nunca contigo así.


Párpados pesados se cierran y los aprieto fuertemente mientras mis brazos


tiemblan. Casi puedo sentir lo bueno que mi amor será desde el interior, cálida, por
estar así de cerca de ella.

Que ella amenace con alejarlo antes de que lo haya tenido es insoportable.

—¿Dónde estás? —pregunto, abriendo los ojos.

—Estoy justo aquí —dice—. ¿Dónde demonios estás tú?


—No hagas esto. —Beso sus húmedos párpados, lamo sus lágrimas alejándolas,
y bebo su tristeza—. No te alejes de mí. Es una regla, ¿recuerdas? —Labios que saben a
caramelo tocan los míos, y Bliss me besa como si lo quisiera, como si significase algo,
como si valiese la pena. Cuando no estamos lo bastante cerca, usas sus pies para
empujar mis pantalones cortos hasta mis tobillos. Llena de disposición reprimida y
amor ilícito, cada pulgada desnuda de mí toca cada parte desnuda de ella, y hay
devoción aquí.

El amor es devastador.

Sus uñas arañan desde mis hombros a mi espalda baja; la piel se abre y la sangre
cae en gotas de las pequeñas heridas.

—Tranquila, princesa, despacio —digo a través del dolor punzante.

Las mechas quemadas nadan en la cera derretida sin olor, y una a una, las tres
velas parpadean hasta apagarse. Cegado por la oscuridad, sin que ni siquiera haya
salido la luz de la luna. Mientras mis ojos se ajustan, me apoyo en mis otros sentidos y
acaricio el costado de Leighlee hacia arriba. Piel de gallina crece bajo mis curiosas
huellas, y su piel es delicada bajo mis palmas.
Mientras mi visión se ajusta y la forma de la figura de mi amor se forma, mis
orejas recogen el bajo sonido de las respiraciones ásperas y los pequeños gimoteos.
Beso cada una de sus mejillas, y lamo mi labio inferior, atesorando el trazo salado de la
lágrima más triste.

—Quiero que seamos tú y yo —dice mi chica con un susurro.

—Lo somos —respondo bruscamente, controlando mi tono antes de


continuar—. Han sido meses….

—Quiero, pero no puedo ser tu novia, Thomas. No podemos tener sexo hasta que
yo sea la única con la que estás teniendo sexo.

—Bliss, he sido sincero. Han sido meses…

—No me mientas más. —Mueve su flequillo lejos de su frente y exhala una


respiración entre sus labios.

Impotente contra el pánico desgarrador de mi pecho a mi garganta, me siento


sobre las rodillas y froto las manos por mi cara caliente antes de salir de la cama.

—Me tratas como si no lo estuviese intentando —digo, levantando mis


pantalones cortos a mi cintura.

Mi chica se cubre con la sábana y se recuesta contra las almohadas, Mira


fijamente el techo, ignorando mi alma abierta.

¿Por qué poner un esfuerzo si ella no me lo devuelve? Una sola llamada de


teléfono a Casper es todo lo que llevaría para terminar esta constante lucha por no
sucumbir al ataque de la oscuridad. Pensar en ello vuelve los susurros en gritos. La
cocaína se come mi frágil determinación, tirando de mi conciencia entre sus dientes, y
tragando bocados de mi humanidad.

Ella te quería antes de besar a ese chico, me tienta, barriendo la mortalidad de sus
labios.

—Mataré a ese hijo de puta —digo. La ira protege la poca determinación.

Mi nena rueda sus ojos vidriosos. —Esto no tiene nada que ver con él.

—Todo se ha jodido desde entonces.

—Ya llevaba jodido todo desde hace tiempo. —Se sienta y Leighlee llévala
sábana bajo sus brazos.

La aparto, mostrando su cuerpo entero.


—No hagas eso. No te ocultes de mí.

—Estás actuando como un loco —murmura, recostándose descubierta.

—No me has visto loco, nena. —Sonrío con superioridad.

Los ojos sin esperanza se levantan hacia mí con una expresión cansada.

—Sigues arrojándomelo a la cara.

—No debería haber sucedido —respondo, sentándome en el borde de la cama.

Una pausa, un latido, y una respiración.

—No deberías haberlo hecho, pero te acostaste con la escuela entera a mis
espaldas.

—No las estaría follando, si me dejases follarte.

El amor es vengativo.

El color de sus ojos se oscurece y una pizca de rosa en sus mejillas se drena. Se
lame los labios, y el espacio entre sus cejas se frunce. Observo su pecho subir y bajar, y
a través de la calma, juro ante Dios que oigo la pena.

—Eres tan hipócrita —dice.

Realmente lo eres, la cocaína florece ante las presencias del dolor de siempre.

—No me importa —respondo.

—No es solo Oliver, sino también Becka y Pete… —La poca voz de esta pequeña
chica flaquea y se convierte en llanto.

—¿Qué tienen ellos que ver? —Leighlee se sienta y se cubre con una almohada.
Su cara, roja con manchas e hinchada con agotamiento, se recompone. Con la excepción
de un temblor en su barbilla, ella es fuerte…. más fuerte que yo.

—Te enojaste —dice.

—Ella es mi hermana.

—Y está bien que estés conmigo porque yo no soy la hermana de nadie?
—Alejo


la mirada, sin una respuesta.

Nuestro amor no es perfecto. Estamos jodidos y sangramos, pero ninguno de


nosotros es lo bastante poderoso para alejarse de él como deberíamos.
No busco a Leigh.

Pero la veo.

Al final del pasillo con el dador de suéteres.

He pensado en ella todo el día. He pensado en la manera en que su vestido azul


marino se balancea contra sus muslos, y como su flequillo es demasiado largo y no se
queda quieto cuando lo empuja detrás de las orejas. He pensado en cómo este verano
puede ser diferente comparado con el último, y quizás en unas pocas semanas pueda
pedirle que sea mi chica otra vez.

Ahora la única cosa en la que puedo pensar es en romperle la cara a Oliver.

Observo como la luz del sol a través de la ventana hace resaltar el sonrojo de mi
chica. Él le dice cosas que no puedo oír, ella se ríe, echando su cabeza hacia atrás. Leigh
golpea su antebrazo, y él le pasa los nudillos por el hombro desnudo antes de deslizar
el dedo por debajo de los tirantes de su top.

Mi amor juguetonamente aparta su mano.

—¿Qué? —Leo en sus labios.

Camino en su dirección, empujando a cualquiera fuera de mi camino.

—No toques mi vestido. —La escucho decir mientras me acerco.

Petey aparece de la nada y engancha su brazo alrededor de la parte posterior de


mi cuello.

—Último día de clases —dice—. Fiesta en mi casa.

Lo suficientemente cerca para ver las pecas en la nariz de Leigh, me alejo de mi


amor y palpo mis bolsillos.

—Claro —le digo, despejando la ansiedad de mi garganta.

Pete mira por encima de mi hombro y asiente.

—Mira esos idiotas.


Echo un vistazo mientras Oliver aleja el flequillo de Leighlee de su vista. Nuestros
ojos se encuentran tan pronto como ella puede ver. Su sonrisa cae y ella da un paso
adelante.

Se necesita todo mi autocontrol para no agarrarla por las tiras de su vestido y


demostrarle que Bliss es mía.

En vez de golpear su culo y revelar el único secreto digno de mantener, me dirijo


hacia las puertas. El sonido de las zapatillas que golpean en la parte posterior de sus
pies me sigue, pero soy más rápido.

Pisando el pavimento, choco de frente con mi hermana. Su mochila se le cae por


el brazo y ella tropieza.

—Lo siento —murmuro mientras paso.

—¿Olvidaste que tú me llevarías a casa? —grita, persiguiéndome.

La cabina del auto está sin aire y el cuero color crema del tapizado está caliente
a través de mi ropa. La transpiración ligera forma una línea en mi cabello, una gota de
sudor gotea por mi espalda baja. Enciendo el Continental y pongo el cambio de
retroceso cuando Becka abre la puerta trasera y se desliza al interior.

—Espera a Bliss —dice. El aire más fresco viene con ella.

Mis ojos se desplazan hacia el espejo retrovisor mientras Leighlee se mete en el


asiento junto a su mejor amiga. Su nariz y frente tienen un ligero brillo.

Bajo mi ventanilla y sigo adelante con golpes de batería y ecos eléctricos de mi


estéreo para ahogar el zumbido constante de la compulsión. Lamo mis labios secos y
agarro el volante. Es todo lo que puedo hacer para no llamar al proveedor.

Tú sabes que quieres eso, mi acosadora susurra mientras la razón por la que no
debería, se sienta justo detrás de mí. La ira que sentí cuando la vi con Oliver viene en
segundo lugar a la súbita necesidad de la otra chica en mi vida.

En el momento en que llego a mi casa, estoy nervioso con necesidad y hambre,


por llenar el agujero en mi corazón.

Nunca estoy demasiado lejos, muchacho.

Estacionando el Lincoln en la entrada, apago el motor e inclino mi cabeza hacia


atrás contra el asiento. Cierro los ojos y coloco mi mano sobre el latido de mi corazón,
respirando con esfuerzo a través de los obstruidos pulmones.
—¿Qué…? —Rebecka sale del auto, dejando la puerta abierta.

Leighlee se inclina hacia adelante y coloca sus labios justo encima de mi oreja.
Mi nena pregunta suavemente:

—¿Qué tiene tu rostro?

La suavidad de su voz disminuye el estremecimiento en mis huesos. Miro por


encima de mi hombro y me encuentro con cálidas mejillas escarlata y ojos de un verde
preocupado.

Ella besa tiernamente el rincón de mi sonrisa y dice.

—El amor es una locura.

—Yo también te quiero —le digo.

Mi chica pasa sus dedos a través de mi pelo y asiente hacia el garaje.

—¿Sabías que ellos consiguieron eso para ella?

Estacionado detrás del Mercedes de mi padre está un Jeep rojo que nunca he
visto antes.

—Devuélvelo —insiste mi hermana, dejando caer su bolsa en el hormigón.


Lágrimas manchadas de rímel salen de sus brillantes ojos azules—. No necesito un auto.
Smitty puede llevarme donde necesito ir. Estás arruinando mi vida.

Estoy junto a mi padre mientras Bliss se acerca a mi madre, que parece


horrorizada por la reacción de su hija. Las niñas de dieciséis años normalmente no
golpearían fuertemente el suelo y levantarían polvo cuando se les da un vehículo nuevo.
Pero Becka es imposible, y esta es la manera en que mis padres la ayudan a sentirse
mejor con respecto a la ruptura.

Como si un abrazo no fuera suficiente.

—No actúes como una chiquilla Rebecka. —Yo le doy palmaditas de apoyo a la
espalda a papá.

Me da una mirada de soslayo, que claramente dice: Cállate, Dusty.

El epítome de la angustia adolescente se vuelve hacia mí, con lágrimas.

—¿Qué sabes tú sobre el amor? Que solo te has amado a ti mismo.

Miro a Bliss y guiño un ojo. Ella cubre su sonrisa detrás de sus manos.
—¿Sabes algo de mí, papá? —pregunta Becka antes de volver su ira hacia nuestra
madre—. No soy tú, mamá. Deja de meter esta mierda en mi garganta.

Me rio.

—Relaja el drama

—Vete a la mierda.

—¡Rebecka! —Mamá, papá y Leigh dicen al mismo tiempo.

—Todo lo que quiero es mi novio. Esto es culpa tuya. —Rebecka me apunta con
un dedo antes de correr hacia la casa. Bliss va tras ella.

Después de un momento de incómodo silencio entre mis padres y yo, me encojo


de hombros y digo:

—He pasado el undécimo grado.

En su verdadera forma Castor, papá no se sobresalta.

—Gracias a Dios por los pequeños milagros —responde.

Treinta minutos más tarde, paso por el dormitorio abierto de Becka. “Knockin
'en Heaven's Door” resuena desde su estéreo, y ella está en el extremo de su cama con
un pañuelo en la mano. Leighlee se mece y gira en su vestido azul, cantando lentamente
con la canción más lenta.

Cuando la canción termina, Bliss salta sobre Rebecka y dice:

—¡Conseguiste un auto nuevo!

Caen de nuevo sobre el colchón. Becka tira del dobladillo y le da una nalgada
sobre la túnica amarillo pálido.

Las chicas necesitan su momento, así que me dirijo a mi habitación.

Cuando mi teléfono me despierta de una siesta no planificada, el sol se ha


ocultado y mi habitación está oscura, los objetos están sombreados por la luz
parpadeante de mi celular. Ruedo de mi estómago a mi espalda, pero mantengo los ojos
cerrados.

Le dije a Pete que iba a ir, pero mientras estoy acostado y el bajo de la habitación
de Becka zumba a través de las paredes, lo único que quiero hacer es estar con mi chica.
Pero mi amigo es implacable, así que respondo a su llamada.
—¿Dónde estás? —pregunta él, amortiguado por la música y la risa al otro lado
del teléfono.

Me siento en la cama y me acaricio con los dedos el cabello húmedo desde las
raíces.

—Voy a quedarme esta noche.

Mi mejor amigo se burla.

—No seas marica. Casper se graduó. Ven a celebrar.

De pie, estiro los músculos apretados y enderezo mi espina dorsal.

—Llámame mañana.

—Inaceptable. Ven a que te lo chupen y bebe un poco de cerveza.

Salgo al pasillo y digo:

—Hablaré contigo más tarde.

—Marica —grita Petey en el receptor mientras cuelgo.

La puerta del dormitorio de Rebecka todavía está abierta, iluminando el pasillo


con la luz desde adentro. Las hermanitas están sobre su estómago en la cama extra
grande, hacia mí. Sus pies están desnudos y sus sucios dedos de los pies se mueven
mientras hojean un anuario. Señalando imágenes en blanco y negro, se ríen y bromean
y se inclinan una a otra.

—¿Crees que olvidaré a Smitty cuando lleguemos a California? —pregunta


Becka, volteando una brillante página.

Un peso presiona mi pecho, y mis cejas se juntan en confusión. Doy un paso


adelante.

Becka se encoge de hombros.

—Volverán a estar juntos antes de ir a la universidad. ¿No quieres estar con


Petey, ¿verdad?

El pánico ataca mi corazón y el demonio que vive en mí se despierta.

—A veces me lo pregunto —responde Becka con indiferencia.

Leigh cierra el anuario y dice:


—¿Y si nos mudamos a California, entonces qué?

Ella guarda secretos, pero últimamente me he librado de la manipulación y la


traición de mi amor. La deslealtad de la única persona con la que normalmente cuento,
es peor que la decepción que siento hacia la idea de cariño de mis padres y el vacío que
encuentro cuando soy tocado por alguien que no es Bliss.

Ella es la única que me da razón, pero ¿qué soy si ella me abandona?

—Puede venir con nosotros —dice mi hermana con una sonrisa.

Leighlee devuelve el gesto y dice:

—¿Quién?

Imaginar el cabello rubio rojizo y las pecas del verano bajo el sol de California es
fácil, ella prosperaría con las palmeras, las playas calientes, y los sueños de Hollywood.
Pero no se supone que sea así, y el pensamiento de una vida sin ella me pondría de
rodillas si el resentimiento no me sostuviera.

—El amor de secundaria nunca funciona de todos modos, B —digo.

Ambas chicas se vuelven y me miran. La sonrisa de Leigh se desmorona y el color


desaparece de su rostro, pero la sonrisa de mi hermana se acentúa.

—¿Me extrañarías si me mudara a California, Dusty? —pregunta, apoyando la


cabeza en su mano.

Hago una pausa para mantener mis ojos en Leighlee. Estar en la misma
habitación que ella en este momento me pone enfermo, pero deleita al monstruo. La
persistente compañía de la cocaína se desliza bajo mi piel, besando el pulso y lamiendo
los huesos. Ella me guía lejos de la farsante… la mentirosa.

—Sí, Becka —le digo mientras me voy—. Te extrañaré.

Desciendo por el pasillo, golpeo mi puerta y la cierro con llave, me pongo de


rodillas para llegar a una vieja caja de zapatos en mi escondite debajo de mi cama. Con
las manos temblorosas, le quito la tapa blanca a una botella naranja de medicina que no
tiene mi nombre en ella, tiro algunas píldoras blancas en mi palma y trago. En seco, sin
agua y tiro el recipiente vacío a través de la habitación.

California.

Me tiro el cabello con ambas manos y gimo mientras el espacio a mí alrededor


gira.
Me quieres. Ven a buscarme, la cocaína se remueve.

Empujo la puerta del baño y comienzo a ducharme, evitando mi triste reflejo en


el espejo. Bajo la burbujeante agua, los narcóticos recetados alivian la pesadez en mi
cabeza, pero no hacen nada por el peso en mi corazón.

California.

California.

California.

Una y otra y otra vez hasta que golpeo la pared de la ducha, rasgo la piel y agrieto
los azulejos. La sangre gotea de mi mano derecha, pero el dolor físico es enmascarado
por las píldoras flotando en mi estómago.

Envuelvo una toalla alrededor de mi cintura y abro mi armario. El agua gotea


desde la punta de mi nariz y los extremos de mi cabello. Todo es un poco lento, difuso
alrededor de los bordes. Llevo un suéter de cuello en V blanco y jeans oscuro en mis
piernas. Después de que mis pies están en los zapatos, encuentro una gorra y pongo mis
cigarrillos en mi bolsillo delantero.

Guiado por la compulsión, dejo la casa sin una palabra a nadie y abro el Lincoln
con mi mano buena.

Ven a mí, hermoso chico. Maravillosamente fácil. Bellamente mío.

Mi ritmo cardíaco se acelera antes de oír las hojas crujir bajo sus pies descalzos.
Leighlee corre hacia mí desde la casa, en el vestido que ella me dejo tocar. Mirándola a
través de ojos borrosos, me inclino contra la puerta de mi auto y espero a que la traición
venga a mí.

Ella intenta tomar mis llaves.

—No puede conducir drogado Thomas —dice mi rompecorazones.

—No lo estoy. —Me meto las llaves en el bolsillo.

Bliss está de pie con las manos en las caderas.

—No soy estúpida.

Teniendo en cuenta que quiere mudarse a un estado diferente y dejarme de una


puta vez, la conspiradora del vestido azul parece estar preocupada por mi bienestar con
estrechos ojos verdes y labios rectos de Judas.
—Yo debo serlo, ¿verdad? —Deslizo un cigarrillo desde mi paquete a la esquina
de mi boca y paso mi mano sobre el final para encenderlo.

—¿No crees que voy California, ¿verdad? —pregunta. Mi nena deja caer sus
manos de sus caderas y da un paso hacia mí.

Me echo hacia atrás y lanzo humo sobre la cabeza de Leigh.

—Así ha sonado para mí, rubia fresa.

Una brisa nocturna recorre el jardín, y el pelo de mi chica vuela alrededor de su


cabeza.

— Estas equivocado.

Su flequillo cae sobre sus ojos, y yo lo aparto esta vez.

—¿Cómo lo has hecho, Bliss?

—¿Hacer qué? —Gira su cara en mi mano y besa la parte interna de mi palma.

—Dejar de pensar en mí.

Leighlee agarra la parte delantera de mi camiseta con su mano derecha y empuja,


causando que mi cigarro se caiga de mis labios hasta nuestros pies. Riendo, pero
preocupado por sus pies desnudos, aplasto la colilla con la punta de mi zapato mientras
ella aprieta el algodón en su pequeño agarre.

—¿Estás bromeando? —chilla mi chica.

Con su mano libre, Bliss golpea mi gorra y toma un puñado de mi pelo entre sus
ágiles dedos y tira de mi cabeza a un lado.

—Tú capullo egoísta —grita—. Cobarde idiota.

Adormecido por los medicamentos que mi madre debería haber guardado con
llave, no siento nada excepto brillante pasión profundamente dentro de mí mientras me
empuja

Amo este tipo de locura.

—Lucha conmigo, pequeña —susurro en su oído mientras la camiseta se rompe


y tira de mi pelo.

Giro mi cabeza y capturo sus labios, empujando su espalda contra el auto. Pongo
mis manos a ambos lados de su cara y la sujeto hasta que gime y abre la boca. Cuando
nuestras lenguas se tocan, presiono mi estómago contra su estómago, y mi pecho contra
el suyo.

Su respiración era azúcar dulce y sus ojos son fuego salvaje. En vez de
empujarme, ella se aferra.

—Quédate —dice contra mis labios.

Beso la esquina de su boca, su mandíbula, su cuello. Silenciosamente gime y


envuelve sus piernas alrededor de mí.

—Quédate —dice de nuevo con una promesa en su voz.

—¿Sí? —preguntó.

— Solo quédate.

Pero entonces hay un sonido de ruedas al final de la calle.

Levanto la mirada para ver quién es.

Y rio otra vez.

El dador de abrigos y Smitty conducen hacia nosotros en una vieja camioneta.

Leighlee se baja sobre sus pies desnudos y se aleja, desprevenida de la


arremetida de devastación que me recorre.

—Dusty, te juro que no sabía que venían, prometo…

Antes de que los chicos se detengan, beso a mi chica en lo alto de la cabeza y digo:

—No hacemos promesas. Es una regla.

—¿Quieres esto? —preguntó Petey mientras corta una raya para sí mismo y para
Kelly en su sucia mesa de café.

Todas las ventanas están abiertas, y una ligera brisa nos rodea, pero el aire
acondicionado está averiado y el lugar nunca se enfría.

—Estoy bien —digo, tomando un sorbo de mi cerveza.


Mi mejor amigo y su chica inhalan las líneas, rápidos y precisos. Kelly frota su
nariz roja con el dorso de la mano y cae de nuevo contra el desgastado sofá. Pone los
pies el regazo de Petey, sin ser consciente o sin importarle que su vestido se ha subido
y su ropa interior morada se ve.

Pete suelta el canuto hecho con cinco dólares sobre la mesa de cristal y se sienta.

—¿Quién rasgo tu camiseta?

—Becka —miento.

La mención del nombre de mi hermana hace más rojas sus enrojecidas mejillas
y amplió sus ojos ya dilatados. Toma su teléfono y corta otra línea con el teléfono en su
oído, sujetándolo con un hombro.

Tomo otro sorbo.

—Siento haberte besado —dice Pete en el contestador. Ruedo mis ojos. Kelly se
sienta—. Pero tienes que hablar conmigo, Becka. Mi vida está incompleta sin ti.

Este chico sonaba sincero.

—¿Besaste a Rebecka? —preguntó Kelly.

—¿No me extrañas? —continúa, ignorando la chica a su lado con su marca en el


cuello.

—¿Qué mierda? —Kelly eleva su voz. Le da a Petey un puñetazo en el hombro.

Él se levanta y camina hacia la cocina. Su cinturón desabrochado rebota y hace


sonidos.

—Sabes lo que he hecho por ti. Malditamente sabes… —dijo.

Me levanto y salgo por la parte de atrás.

Un enorme error.

Ella era preciosa de una jodida manera, una gentileza para su blanco y
destrozado exterior. Era una chica perdida esperando ser encontrada. Pero no iba a
encontrar lo que buscaba montando pollas todo el tiempo.

—Hola, Dusty. —Ella echa una gran cantidad de humo hacia el aire de la noche y
tira la ceniza del cigarro a la hierba.
Mixie saca una silla verde blanqueada por el sol con el pie, haciendo señas para
que me siente a su lado. Nada bueno viene de estar tan cerca de una puta, pero me siento
de todas formas, y cuando el plástico se curva y amenaza con romperse bajo mi peso,
ambos nos reímos.

—¿Tienes un cigarro extra? —pregunto.

Me pasa un cigarro, y yo lo tomo, ignorando la longitud de sus piernas cruzadas


y el contoneo de los dedos de sus pies pintados de rojo.

—¿Quieres otra cerveza? —Se levanta y toma la que está vacía de mi mano.

—Sí. —Mantengo mis ojos en el césped lleno de hojas.

El subidón por las medicinas ha muerto, y los sentimientos de traición y


desesperación se presionan sobre mí. Tomo profundas caladas del cigarro y me agarro
al brazo de la silla para mantenerme estable. Mi corazón late con el nombre de mi amor,
pero mi ansia hace trizas mi convicción.

La puta en un corto vestido sale con una cerveza fresca y una pipa.

Bebo mientras Mixie enciende el cuenco. Después de tomar unos cuantos tragos
y lanzar la cerveza vacía a la basura es la esquina, me levanto.

Prefería ser miserable con Bliss que miserable solo.

—Necesito irme.

—No puedes irte —dice Mixie. Se pone en mi camino.

Me empuja de nuevo a la silla. Tan pronto como mi cuerpo choca contra el frágil
plástico, se rompe y me derrumbo contra el suelo con la silla. Mixie se dobla de la risa.

—Te juro que no quería que pasara.

Sin inhibiciones, sin pretensiones, sin vergüenza, por un momento, ella es


inocente.

Me levanto, me sacudo de los pantalones la hierba muerta y la suciedad. Mixie


intenta ayudarme, pero ríe cada vez que me toca. Lágrimas de felicidad caen de sus ojos
oscuros, y sus mejillas enrojecen con puro encanto.

—Te veré más tarde, Mix —digo una vez que estoy limpio.

—Espera. —Agarró mi brazo—. ¿Podemos hablar?


—¿Hablar? —pregunto, deshaciéndome de ella. Meto la mano mi bolsillo trasero
buscando mi móvil. Hay un mensaje de mi chica.

Ven a casa.

Regreso mi teléfono a mis pantalones.

—Claro.

Mixie me sienta en su silla, y se deja caer de rodillas delante de mí.

—¿Pensé que habías dicho que querías hablar? —pregunto, arañándome la cara
con las manos.

Te está dejando, me recordó la cocaína. Ven a casa.

—Lo hago —dice esta puta, desabrochando mis pantalones.

—¿A mi polla? —Rio.

La chica con los ojos vacíos empieza a bajarme la cremallera, pero yo cojo sus
muñecas y mantengo sus manos lejos. No había relación, la Mixie que rio hasta llorar se
había ido, reemplazada con la que buscaba aceptación de las maneras más enfermizas.

—No estoy de humor —digo empujándola hacia atrás hasta que cae sobre su
culo.

El rechazo aparece en su cara en forma de tímida sonrisa, y abre las piernas para
enseñarme lo que básicamente he perdido.

Pero ya lo tuve, y no estoy interesado.

Abro la puerta corredera y la cierro detrás de mi antes de que Mixie me pueda


seguir dentro. Estoy caminando y abrochándome los pantalones cuando escucho a Kelly
gemir. El culo de Petey está fuera y su vestido está subido, y follan tan fuerte que el sofá
golpea con dureza la pared.

Estoy a punto de irme cuando la puerta delantera se abre y Casper entra.

—Guau —dice dando un paso atrás.

Ríe y levanta una botella de Johnny Walker.

—Ayúdame a celebrarlo ya que nuestros amigos están absortos.

Se reúne conmigo en la cocina y la acabamos chupito a chupito.


—No se lo digas a nadie —me dice entre tragos—, pero voy a ir a la universidad.
Voy a ser profesor.

Casi escupo un trago sobre la mesa.

Mixie entra tambaleándose desde el exterior, y Petey y Kelly finalmente pararon


de follar lo suficiente como para unirse a nosotros. Valarie, Katie, y Ben aparecen,
completando la fiesta. Bebemos y hablamos, y nos sentimos como un puñado de niños
estúpidos metiéndonos en problemas. Me las arreglo para ignorar algunas de mis
preocupaciones.

Hasta que Mixie se arrastra bajo el brazo de Casper y susurra en su oído:

— ¿Tienes algo de nuestra chica?

Sus ojos rápidamente se mueven hacia su estómago, pero asiente.

Antes de que puedan sacar la tentación, me alejo con una garganta que quema y
un demonio interior que grita que la tome.

—¿Estás bien? —pregunta Ben mientras paso a su lado. Tiene su brazo sobre los
hombros de Valarie.

—Tengo que mear —respondo casualmente.

El baño de Petey huele a pis y a vómito, y el suelo de linóleo se está separando


en las esquinas. Está cubierto de ropa sucia, pero la bañera está limpia. Mi mejor amigo
no podía evitar que su madre se volviera loca y lanzara todo por todos lados, pero podía
asegurarse de que su ducha estuviera intacta.

—Hola, mamá —responde mi chica con alegre agudeza.

—¿Están cerca? —Me siento en el borde de la bañera y cierro los ojos con los
ecos de mis amigos atravesado las paredes.

—Sí.

—¿Están cerca de ti?

—No. —Su respuesta es rápida y sin emociones.

—Tira la maldita moneda, Bliss —dice Becka en la parte de atrás—. Lo siento,


Señora McCloy.

— En realidad no creen que tu madre te esté llamando tan tarde, Bliss —digo.
—Tal vez no —responde sin entusiasmo—. Pero hablaré contigo mañana. Dile
a papá que lo quiero.

—Claro —digo. Abriendo los ojos, entornándolos por la brillante luz de la


bombilla expuesta que cuelga del techo cubierto de molduras.

—Yo también te quiero —responde. Su voz es lo suficientemente suave como


para pertenecerme solo a mí.

Tomo una respiración para decir que vuelvo a casa cuando la voz de Oliver suena
a través del teléfono, y está justo al lado de mi amor.

—Cuelga —dijo.

No le doy la oportunidad de que termine la llamada primero.

De regreso en la cocina, Casper pregunta:

—¿Quieres?

No hay duda.

En el momento que golpea mi nariz, estoy completa y totalmente extasiado.


Traducido por Genevieve

Corregido por Flochi

odéalo. —Casper señala el sedán por delante de nosotros.

En la madrugada, estamos en mi auto, pero no recuerdo dejar la


cocina de Pete.

—Mierda, es el papá de Leigh —dice Petey desde el asiento


trasero, con los ojos tras el sedán que pasa.

Con toda la fuerza del mundo, el tiempo se mueve en destellos rápidos y colores
brillantes, irreal. No hay ningún daño aquí, solamente el olvido.

Pete, Kelly, Val, Mixie, y Katie están amontonados en la parte trasera del Lincoln,
y Ben está sentado entre mí y Cas en la parte delantera. Tiene una cerveza 40 oz. entre
las rodillas y una sonrisa de suficiencia en su rostro.

—¿La pequeña Leighlee McCloy? —pregunta Casper.

Los ojos de Petey se encuentran con los míos en el espejo retrovisor. Me aclaro
la garganta y me acomodo en el asiento, centrado en conducir.

—Ya no es pequeña —añade Casper con una sonrisa.

—Cas —dice Pete—. Eres genial, pero las hermanitas son intocables, mi hombre.

Thaddeus McCloy se mueve hacia el carril de la izquierda. Acelero. La energía en


el auto se vuelve sofocantemente silenciosa y rígida.

—Dusty, disminuye la velocidad —susurra Ben.

Pero por primera vez en mucho tiempo, no siento que estoy siendo estrangulado.
Soy más fuerte que el padre de Leigh. Él puede tener la ventaja ahora, pero un día voy a
quitarle a su preciosa Bliss.

Entonces, ¿qué?
Sonrío ante el juez a medida que pasamos.

Él me saluda.

Y le devuelvo el saludo.
Traducido por Genevieve

Corregido por Flochi

ué hora es? —pregunto.

—Cuatro de la mañana —responde Valarie.

Todos estamos sentados alrededor de la mesa de Ben. El comedor


está iluminado y hay comida en todas partes. Un gran plato de espagueti se encuentra
frente a mí. Se me retuerce el estómago.

—¿Esto es mío? —pregunto a V.

Asintiendo, ella se ríe.

—Ben despertó a su mamá y le dijo que teníamos hambre. ¡Son sobras!

El príncipe se sienta a la cabecera de la mesa con su gorda madre italiana


apretando sus mejillas.

—Il mio bambino —dice con entusiasmo.


Traducido por Genevieve

Corregido por Flochi

stoy en mi auto con Casper, Valarie y Mixie. Es de día y estoy conduciendo.

—¿A dónde vamos? —pregunto a cualquiera.

—Portland.

Estoy en la habitación de un extraño, en la cama de un extraño.

—Vamos —susurra Valarie.

Ella está desvestida. Yo no.

—Val, quítate.

Estoy en el baño de un extraño, desnudo en la ducha.

Estoy en la cocina de un extraño. Haciendo líneas en la encimera.


Traducido por Genevieve

Corregido por Flochi

l tiempo no tiene sentido, las caras no tienen nombres, y he recorrido


kilómetros y kilómetros a través de ciudades huecas y pueblos
desconocidos.

Pero mi corazón aún late su nombre.

Vuelve.

Pronto, respondo al mensaje de mi amor justo antes de que mi teléfono muera.

Vuelvo dentro.

Y no se siente para nada como caer.


La chica inocente con un corazón
delincuente tiene que vivir con sus malas
decisiones. La esperanza secreta y el dolor la
hacen sentirse como caer mientras aprende a
respirar de nuevo, pero aun así hay libertad en los
problemas.
El alborotador con los ojos oscuros está perdiendo su agarre. Aplastando dos
corazones con un solo puño, su adicción doblando las reglas y rompiendo los tratos,
pero el chico nacido para la felicidad no irá a ninguna parte sin luchar.
El amor es saber que deben mantenerse alejados, pero el amor es, en el mejor de
los casos, ilógico.
Ella tiene miedo de dejarlo ir.
Él no la dejará.
Así es como crecen las tonterías y necedades.
Aquí, para siempre es una mentira.

Dusty #2
Mary Elizabeth nació y se crio en el sur de California. Es esposa, madre de cuatro
hermosos hijos, y domadora de perros por un Pit Bull entusiasta y una Chihuahua. Es
estilista de día, pero autora de ficción contemporánea adulta de noche.

A menudo, se puede encontrar a Mary girando su cabello con los dedos y


masticando un palito de regaliz mientras escribe y reescribe una oración una y otra vez
hasta que sea perfecta. Descubrió su talento para contar historias accidentalmente,
pero la literatura está en su amor. Y no lo dejará hasta que cuente cada historia.
Genevieve

AnnaTheBrave Genevieve Sitahiri

Antoniettañ Kari_Val Smile.8

Brisamar58 Kenzie VckyFer

Candy27 Kwanghs Ximena Vergara

Flochi Lili-ana

Florff NinaStark

Bella’ Flochi Indiehope

Brisamar58 Genevieve Kish&Lim

Genevieve

Genevieve

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