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La chica con un corazón inocente sabe todo sobre las malas decisiones, pero
todavía tiene que tomarlas por sí misma. En busca de la libertad, la encuentra en el
delincuente al final del pasillo.
El alborotador con ojos azules del color del cielo de verano sabe que debe
permanecer lejos, pero no puede resistir la feliz maravilla que hace de su casa un hogar.
Esto es lo que sucede cuando un amor hecho de secretos se guarda con reglas en
lugar de promesas.
Dusty #1
Traducido por Sitahiri
—Leigh, dije que lo lamentaba —se disculpa, pegándole a las ramas del árbol.
Siempre lo haces.
Me doy la vuelta y Thomas está más cerca de lo que esperaba. Casi me está
tocando, observando mis movimientos con sus totalmente oscuros y arrepentidos ojos,
y sus hombros caídos. Hay un cigarrillo detrás de su oreja izquierda, y sé que lleva más
vergonzosa adicción en su bolsillo.
Lo hago.
Lo siento.
Está más lejos de lo que nunca ha estado, y sus ojos son imperceptiblemente
negros, pero el pulso del amor es tan seguro y rápido bajo mi toque como siempre ha
sido.
Esto, lo sé.
—Así es.
Sonríe.
Poco impresionado con mis paredes construidas, lo percibo estudiando cada uno
de mis movimientos y detalles tratando de encontrar el modo de entrar. Es irreal ser
capaz de olerlo de nuevo: pasto verde húmedo y frío y goma de mascar Double Mint. He
tratado tan duro de olvidar su aroma, pero solía amarlo en mi ropa, mi pelo, en toda mi
piel. Solía saborearlo.
Su silencio aplasta.
Susurros de para siempre tocan el lugar bajo mi oreja con sus labios.
Excusas.
Pero lo hizo.
—Luces hermosa con ese vestido. Déjame quitártelo y amarte —suplica, declara,
y promete—. Déjame estar contigo.
¿Amor?
Me ahogo en amor.
—¿Quieres decir que con quién estuve cuando te fuiste por más de un mes?
Thomas gruñe en mi oído, tirando un poco más fuerte de mi cabello. Aprieta sus
dedos en un puño y presiona la nariz contra mi mandíbula.
Me agarro de su brazo y entierro las uñas en su piel. Los ladrillos que se apilaron
más alto cada noche que estuvo lejos, y así como así, me derrumbo.
Éste no es el chico que crecí amando; éste es un hombre que me lleva a lo largo
de su viaje.
Cierra los ojos, sacudiendo la cabeza con una pequeña sonrisa de suficiencia.
Todavía estamos tocándonos de cerca. Puedo sentir sus palabras en mi piel.
amina cerca detrás de mí, Bliss. Casi llegamos. —Mamá baja la mirada
hacia mí, perfilada frente al sol del amanecer—. ¿Vas a comer una paleta
de plátano como desayuno?
—¿Tengo que llevar esta etiqueta con mi nombre? —Le doy un golpecito a la
etiqueta roja y blanca pegada a mi playera que dice “Hola, mi nombre es”.
—Sí —contesta—. Quieres que todos sepan quién eres, ¿no es cierto?
Mi papá prometió que todo saldría bien, pero no me quería mudar aquí. Extraño
mi vieja escuela en Nevada, con mis antiguos amigos y mi antiguo maestro. Extraño el
aire cálido y el suelo arenoso. Todo en Oregón está… cubierto de pasto, pero no digo
nada. El pequeño pueblo y la playa cercana no están mal.
—Espera aquí. Voy a entrar y tomar algunos papeles. —Trata de actuar calmada.
Soy la única hija de mamá y papá, su Leighlee Bliss. Pero se preocupan demasiado. Haré
amigos. Quizás les diré a todos que ahora mi papá es un juez. Si no son buenos conmigo,
él los arrestará.
Mamá desaparece tras las puertas dobles, y se supone que debo quedarme ahí,
pero puedo oírlos, a los otros niños. Con mi mochila rosa alta sobre mis hombros, me
paro en un charco de agua, mojando mis sandalias transparentes cuando apoyo una
mano contra un árbol y me asomo por la esquina del edificio para ver a mis nuevos
compañeros.
Malas decisiones.
—¿Crees que habrá una sola persona en todo este pueblo que no vaya a amarte,
Bliss? —me preguntó papá anoche.
—Estoy hablando en serio, Leighlee. Hay alguien en esa escuela que nació para
ser tu amigo.
Me doy la vuelta y me aparto del camino cuando una persona loca pasa veloz
frente a mí en su patineta, casi sacándome los zapatos. Ella derrapa hasta detenerse y
patea su patineta antes de caminar pisando fuerte en mi dirección.
Con cristalinos ojos azules, huele a masa para galletas de chocolate y recreo,
sudando y con la cara roja como si hubiera estado bajo el sol toda la mañana. Sin estarse
quieta vestida con una falda de mezclilla, su playera es nueva y rosa pero estirada en el
cuello. Sus zapatos están sucios, y el derecho está envuelto con cinta de aislar. Lleva un
moño en su largo cabello rubio cenizo, pero está ahí porque alguien le dijo que lo usara;
puedo decirlo por su malestar.
—Sí.
—Eso es genial. Quería comer pastel como desayuno, pero mamá dijo que no. Tu
mamá probablemente es muuuuchooo más genial que la mía. Afortunada. Eres
afortunada. Me llamo Rebecka Castor.
—¿Me la das? Es decir, ¿vas a comerte el resto? Digo porque se está derritiendo
sobre tus dedos.
—Gracias.
Tengo el presentimiento de que va a zamparse mi desayuno de un bocado
cuando un grupo de tres chicos se nos acerca.
Se detiene y los otros dos siguen caminando. Alto y obviamente mayor, este
chico se parece mucho a Rebecka con el pelo más oscuro y una sonrisa torcida. Es guapo,
supongo. No lo sé. Me gusta su franela.
—Yo se la di —digo, curvando los dedos de mis pies en mis sandalias mojadas.
Thomas la empuja.
—Soy genial.
—¿Eres nueva? —pregunta, pasándose los dedos por su largo cabello. Tiene
ligeras pecas esparcidas por su respingada nariz. Y cejas de un tono más oscuro que el
cabello en su cabeza se curvan sobre las pestañas más largas y ojos más brillantes que
haya visto.
Miro alrededor, tratando de ver lo que él ve. Hay unos cuantos árboles frente a
la escuela, pero no son nada especial. Bajo la vista a mi conjunto morado, pero dudo que
sea eso a lo que se refiere.
—Tu pelo.
—Oh. —Toco mis suaves rizos—. Mi mamá dice que es rubio rojizo. La dejé que
me lo rizara esta mañana.
—Lo es —respondo, pegada al lugar. Mi corazón late a un ritmo que nunca antes
he sentido, demasiado rápido y saltándose un latido.
—Aquí estoy.
—Ahí.
Mi tal vez nueva amiga está ocupada patinando cuando un hombre mayor con
un walkie talkie se le acerca. Señala su patineta, regañando a mi nueva amiga con el
dedo en su nariz, sacudiéndolo como si le dijera “no, no, no” y “malo, malo, malo.” Debe
ser un maestro o supervisor.
—¿Qué, Leigh? —Está nerviosa, más ansiosa sobre mi nueva escuela de lo que
yo estoy, lo cual es tonto. Soy yo la que va a pasar el día aquí, no ella.
Mamá cree en agobiar con muestras de cariño y vigilar atentamente, pero nunca
en avergonzar. No cree en gritar, o golpear, o en señalar con el dedo a los niños. Mi papá
dice que es una atrocidad golpear a los niños. No dará detalles, pero es un juez y un
abogado antes que nada; ha presenciado su buena parte de niños “golpeados” a lo largo
de los años.
—¿Le molestaría explicarme por qué está gritándole a esta pequeña? —Mamá
me suelta la muñeca y apunta con el dedo al rostro del hombre—. ¿Qué le parece, eh,
eh, eh?
Rebecka y yo soltamos una risita mientras el hombre calvo con los feos lentes
balbucea.
—Mamá dijo que no podía comer pastel en el desayuno, pero no dijo que no
podía comerlo.
Una vez que todos están sentados, la Sra. Perkowski, nuestra maestra de quinto
grado, me presenta al resto de la clase. Unos cuantos me miran como si fuera rara, así
que la chica con olor a dulce sentada a mi lado los amenaza con el puño.
—No puedo correr con esta maldita falda. —Su cara se pone ligeramente
sonrojada mientras estira la mezclilla, descosiendo algunas puntadas.
Laura: a ella le gusta mi conjunto morado, y me gusta su diadema rosa. Creo que
quiere ser mi amiga, pero ambas somos igual de tímidas. Estamos en la misma clase.
Jackie: me sonríe, y me siento mal por no decirle que tiene lechuga en los dientes.
Sería grosero avergonzarla frente a sus amigos.
Kelly: exige la atención de todos. Es amiga de esta niña Katie, y no creo que le
simpatice a ninguna de las dos.
Después de comer, Becka y yo vamos al patio donde veo a Thomas jugando futbol
en el campo. En el lateral, un grupo de niñas sonríen, sueltan risitas y se susurran las
unas a las otras. Becka les lanza Tater Tots.
El chico rubio pateando la pelota saluda con la mano al grupo de chicas, pero
Thomas está en su propio mundo. Su concentración es inquebrantable, y mientras se
apresura al otro lado del campo con una estela de seguidores persiguiéndolo, el cabello
le cae en los ojos.
Cuando patea la pelota dentro de la blanca red, el chico rubio salta sobre su
espalda, y otro chico con cabello más oscuro taclea sus rodillas hasta que los tres están
en el suelo.
Las chicas aplauden, todavía susurrando y soltando risitas. Solo que ahora
apuntan hacia Thomas y sus amigos, y me parece extraño.
Aparto la vista de su hermano y la miro a los ojos. Tiene las mismas pecas que él
tiene y una pequeña cicatriz sobre la ceja derecha. Me pregunto si alguna vez me dirá
cómo se la hizo. Me pregunto si será mi mejor amiga, porque quiero que lo sea. Me
pregunto si piensa que soy extraña porque me la miró fijamente. Me pregunto si se da
cuenta de lo difícil que es no mirarla de cerca.
—No, gracias —digo, decidiendo que mañana por la mañana voy a traerle a
Rebecka su propia paleta de plátano.
Cuando llego a casa lo primero que hago es llamar a mi papá y contarle sobre la
escuela.
“Mi maestra estuvo bien, pero ella huele a mantequilla de maní”, y “A todos les
gustó mi conjunto morado, así que creo que usaré el de color rosa mañana”, y “Hice una
nueva amiga, pero es algo diferente, y lleva pastel de chocolate a escondidas a la escuela
en bolsas de almuerzo.”
Mis padres están felices de que haya encontrado una persona con la que formar
un lazo de inmediato. Casi, les cuento sobre Thomas, pero papá me mira de forma
extraña ante la mención de un chico. Le pregunto sobre su día en su lugar.
Becka y yo nos volvimos cercanas en las semanas siguientes al comienzo del año
escolar. Somos mejores amigas, y a pesar de nuestras diferencias, nos llevamos
maravillosamente. Me gusta Rebecka de la forma en que es, y ella soporta mis
tendencias femeninas.
Todos los días tenemos una especie de rutina: mamá me deja al frente de la
escuela en la mañana, y Becka se reúne conmigo frente a la puerta en donde puede
montar su patineta; le doy una paleta, y ella me da cualquier comida chatarra que
encuentra en su casa antes de venir a la escuela. A veces Thomas está con ella, a veces
no.
Solo he hablado con Thomas unas cuantas veces. No ha dicho nada más sobre mi
cabello, lo cual es un alivio. Pienso en lo que diré si alguna vez habla sobre eso de nuevo,
y todo lo que invento es bastante tonto. “Mi mamá dijo que no puedo hablar con chicos,”
y “Cállate, Thomas”.
Petey y él andan por ahí con su hermana y me esperan antes de que la clase
comience. En lo particular no me gusta la forma en que Petey me mira, pero pensándolo
bien, no me gusta la forma en que cualquier chico lo hace. Incluso Thomas, porque a
veces me mira fijamente con esos anormales ojos azules y da miedo.
Esperan por mi respuesta, y no quiero decirles. Le doy un mordisco a mi Twinkie,
cortesía de Becka, y mastico lentamente. Cuando termino el primer mordisco, le doy
otro.
Los ojos de Thomas están fijos en mi boca, y Petey pregunta algo como:
Becka gruñe aburrida con mi lento masticar y monta su patineta alrededor del
estacionamiento. Thomas como que murmura algo a Petey, y Petey como que pone los
ojos en blanco antes de cruzarse de brazos y suspirar.
—No tienes que decirme, Leigh —dice Thomas tan suavemente que sus labios
apenas se mueven. Sus ojos están al frente mirando a su mejor amigo y su hermanita
jugar. Parece estar un poco molesto con Petey, solo que no.
Se ríe como si supiera exactamente por qué, solo que no quiere decirme.
Raramente escucho maldecir a mis padres, así que me parece escandaloso que
Thomas diga la palabra con M sin reservas. Debería acusarlo, pero entonces siento que
hace al Thomas de sexto grado más genial.
En la clase Becka me cuenta que a Thomas le dicen “Dusty” porque cuando era
pequeño escuchó a su papá decir idiota. Él lo repitió una y otra vez y sus padres
pensaron que era gracioso, declarando que su boca era mini sucia, polvorienta, no
mugrienta. Sin embargo, su lenguaje solo empeoró con los años. En especial
últimamente, dice ella.
Me gusta la palabra.
Escandalosa.
—¿Qué eres tú? —pregunta Thomas, viniendo detrás de mí. Su voz está cerca de
mi oído. Su aliento me hace cosquillas en el cuello.
Su rostro está cubierto de maquillaje gris blancuzco, y sangre falsa cubre su ropa.
No muy lejos detrás de él están Petey y Ben, y se ven iguales que él, solo que no tan
terroríficos.
—Pareces una princesa. ¿Eso es lo que eres, Bliss? ¿Una princesa? Empujo su
hombro.
—Aww, una hermosa princesa —se burla Thomas. Enreda uno de mis rizos
alrededor de su dedo.
—Petey, para. —Doy un pisotón, pero ellos solo se ríen más fuerte.
Comienzo a llorar.
No le hago caso.
Fingir sollozar para hacer sentir terrible al muerto viviente no es amable. Entre
Becka gritándole a Thomas y él sintiéndose mal por hacerme llorar, bajo las manos de
mi cara y grito:
—¡Es broma!
Petey y Ben se ríen con nerviosismo, pero los agudos ojos de Thomas se enfocan
en mí como diciendo: “Que comience el juego, Bliss”.
Resulta que tengo una enorme debilidad por los dulces de que la no tenía
conocimiento hasta antes de conocer a esta niña hace nueve meses.
Me encojo de hombros, mordiendo la pegajosa azúcar morena.
—Tal vez.
—Mi mamá dijo que está bien si pasas la noche. Dijo que hará la cena, lo que es
raro porque mamá no cocina.
Levanto la galleta.
—Hace galletas.
—¿No hay un chico en esa casa? —pregunta papá, doblando su periódico. Sus
tupidas cejas se fruncen.
—No me siento cómodo dejándote dormir bajo el mismo techo que un chico,
Bliss —dice.
La frustración quema detrás mis ojos. Pero el riesgo de lagrimones no le hace
nada al Juez McCloy. Esto bien podría ser su juzgado, y yo bien podría ser algún niño
bandido. Toma decisiones basadas en hechos. Era de ese modo antes de que fuera
designado a la banca el verano pasado.
—Pero Rebecka es mi mejor amiga —le recuerdo, luchando por controlar las
lágrimas.
—He conocido a Lucas Castor, Teri… —su voz se desvanece, sin decir otra
palabra. Su incómodo silencio hace que el estómago me dé vueltas.
Desde que me hice amiga de Becka y Thomas, puedo ver cuán estrictos son mis
padres en comparación con los suyos y ni siquiera los he conocido. Nunca he querido
gritarle a mi papá y mamá antes, pero sentada en ese sillón mientras se observan con
medias miradas de inseguridad, siento que quiero gritar.
—Por favor déjenme pasar la noche con mi amiga —digo con firmeza, teniendo
cuidado con mi tono—. Significaría mucho para mí.
He repasado la única vez que escuché a Thomas maldecir en mi cabeza una y otra
vez desde que sucedió, pero nunca he tenido el coraje de decirlo en voz alta.
Maldición.
seguro de sí mismo.
Pero cuando pienso en que no puedo soportar la indecisión por más tiempo,
papá se aclara la garganta. Ha llegado a su veredicto.
—No hagas que me arrepienta de dejarte ir, Bliss.
Me paro y grito. Salto de arriba abajo y aplaudo y bailo un poco. Abrazo a mi papi
y no le presto atención cuando refunfuña cosas acerca de chicos preadolescentes y algo
llamado cinturón de castidad.
En el viaje en auto hacia allá, apenas puedo quedarme quieta en el auto. Papá no
viene con nosotros, pero mamá conduce con instrucciones estrictas: hablar con los
padres y asegurarse de que el chico no parece una amenaza.
Es la casa más bonita que he visto en este pequeño pueblo. Blanca con molduras
azules, dos pisos de alto, está rodeada por altos y hermosos árboles. El pasto es de un
verde irreal, y las rosas naranjas, rosas y rojas rodeando el porche están perfectamente
florecidas.
Huelo su dulce aroma en el aire tan pronto como salgo del auto.
—Hola —dice Becka, que sale corriendo del costado de la casa. Su patineta está
en su mano derecha y su flequillo está pegado a su frente sudorosa.
Me roba el aliento.
Vestida con una ceñida blusa color azul cielo y una falda de tubo color negra, sus
tacones resuenan en la madera mientras camina por el porche y baja los pocos
escalones hacia la entrada en donde esperamos. Veo un poco de Thomas y Becka en sus
rasgos, pero su cabello es de un antinatural tono de rojo, peinado y rizado
impecablemente.
Mamá se alisa el pelo alborotado por el viento antes de tomar la mano de la Sra.
Castor.
—Sí, ¿y tú nombre?
—Soy Tommy Castor. Lamento que mi esposo no esté aquí. Está metido en la
oficina. —Tommy despide carisma y encanto.
—No es necesario. —Me besa la frente—. Regresaré por ti mañana, ¿está bien?
Thomas está sentado en el sofá demasiado grande. Petey y Ben están a su lado
jugando videojuegos, tres latas de soda y una bolsa de papas están a sus pies.
Puedo ver los dedos de los pies de Thomas Castor, y es algo, raro.
Petey resopla, presionando los botones del control demasiado fuerte. No creo
que Ben se haya dado cuenta que estoy aquí.
Rebecka está a punto de atacar cuando su madre entra con el correo en la mano.
Le echa un vistazo a Thomas y hace un ruido de desaprobación con los labios.
Sonrío.
Nos sentamos en el piso frente a su cama tamaño queen, y pinto sus uñas llenas
de tierra de color Frambuesa California mientras asiente con la cabeza al ritmo de la
canción tocándose en el estéreo. Solo tengo una de sus manos terminada cuando se abre
la puerta de su habitación y se cuelan tres chicos.
Petey agarra mi frasco de esmalte de uñas, lanzándoselo a Ben. Él se lo lanza a
Thomas, que lo cuelga sobre mi cabeza.
—Sí. —Me estiro para alcanzarlo, pero el hermano de mi mejor amiga es más
rápido que yo.
El revoltoso retrocede unos pasos. Becka trata de ir tras él, pero Petey y Ben la
sostienen contra el suelo y le hacen cosquillas en los costados hasta que su cara se pone
de todos los matices de rojo.
Mala elección.
—Devuélvemelo —exijo.
Frunzo el ceño con las manos en mis caderas. El último lugar en el que debería
estar es en esta habitación, pero no voy a irme sin mi esmalte de uñas.
—Dámelo.
—Por favor.
—Dilo de nuevo, L.
Me doy la vuelta, para enfrentar a un hombre alto, imperioso. Su traje gris oscuro
está completamente planchado y su cabello está perfectamente peinado con gel. Está
rasurado, y huele bien. Veo mucho de Thomas en su seguridad.
—Hola, papá de Becka —respondo, extendiendo la mano como Tommy hizo con
mi madre antes. Tiene cuidado de acunar mi mano más pequeña dentro de la suya más
grande. No aprieta, pero puedo sentir el músculo tras su agarre.
Thomas está parado frente a la puerta de Becka, como si tal vez estuviera
esperándome. Tiene los brazos cruzados, y está parado como su progenitor, poderoso
y seguro.
Hay más de una persona en Newport que nació para ser mi amigo.
—Lo siento, Dusty nos hizo llegar tarde —dice, soltando mi mano para recogerse
el pelo en el calor del Cuatro de Julio—. Nos llevó eternidades encontrar mi zapato.
Una vez que tenemos dos churros dorados y perfectamente recubiertos, nos
dirigimos a una fila de mesas de picnic detrás de la Pirámide Milk Bottle. Smitty se
sienta con nosotros, y no pasa mucho tiempo antes de que Oliver se nos una también.
—Hola —le respondo, balanceando mis pies bajo la mesa. Mis dedos chocan
contra vasos vacíos y platos, y una servilleta se queda atascada en mi zapato. Sacudo el
pie para quitármela, lanzándole la basura a Becka.
—¿Tu papá se encarga otra vez de los fuegos artificiales este año?
—Sí, con el papá de Hal. Están trabajando ahora mismo en ellos —dice,
sonriendo cuando el vaso vacío golpea su pie. Me encojo de hombros como si no hubiera
sido yo.
Cuando el sol comienza a ponerse, los chicos se van para ayudar con la
demostración. Langostas y grillos comienzan a zumbar, e incluso más gente llega
habiendo esperado a que el calor pasara. Hieleras y tumbonas cubren el pasto mientras
los chicos con uniforme de béisbol caminan por ahí como las estrellas del show.
—Rebecka —llama. Saliendo de entre la multitud con la gorra hacia atrás, es fácil
de encontrar con su uniforme de béisbol blanco y azul marino.
—¿Qué pasa? —pregunta Becka mientras él camina hacia nosotros, y tomo otro
poco de azúcar.
—Oh, por Dios. ¡Oh, por Dios! —Salta arriba y abajo en su asiento, mirando
cuidadosamente entre sus manos cerradas. El azul en sus ojos brillando.
—Hola, Leighlee —dice él, mirándonos de una a la otra. Se limpia el labio inferior
mientras se ríe, y es un sonido que sería cálido si los sonidos tuvieran temperatura. No
es fría como cuando está con sus amigos y me avergüenza. Está es diferente. Mejor.
—Esto es tan genial. ¿Dónde lo encontraste? —Becka pone las manos a la altura
de su rostro, abriéndolas lentamente para ver lo que es tan genial.
—Es un bebé —dice Becka en lo más cercano a una voz tierna que le he
escuchado hacer—. Tiene más miedo de ti que tú de ella, Bliss.
Thomas mira hacia el campo y gira su gorra para mirar del lado correcto. El juego
debe estar comenzando dentro de poco; la gente está llenando las gradas.
—Quería mostrártelo. Y tal vez asustar un poco a Bliss —dice, mirando de mis
ojos a mi boca. Esboza una sonrisa torcida y se enfoca de nuevo en Becka—. Tienes que
liberarla.
—Lo sé. —Balancea la pequeña cosa verde en su muñeca. Parece un poco menos
asquerosa en todos sus brazaletes.
—Vamos —le dice a la lagartija—. Vamos a llevarte de regreso con tus amigos.
Deja libre a la lagartija al borde del pasto mientras tiro nuestros platos de papel
a la basura. Becka se ríe cuando nos miramos la una a la otra de nuevo.
Mamá está sentada con Tommy, y papá está al lado, hablando con el papá de Hal.
No sé dónde está Luke, pero a Tommy no parece importarle. Está sonriendo
ampliamente y gesticulando con las manos. Desde su peinado recogido hacia arriba
hasta su maquillaje sin correr, se ve impecable incluso en este calor. Mamá saluda
cuando nos ve, pero no parece tan relajada. Juega inquieta con su vestido y toca
constantemente sus rizos encrespados por la humedad. Se pone así alrededor de
Tommy, como si quisiera todo perfectamente en su lugar.
Las luces del campo se encienden cuando nos acercamos, convirtiendo la noche
en un día creado con mega watts. Becka toma mi mano.
Después de unas cuantas entradas, bajamos de las gradas para tomar ventaja del
puesto de comida de nuevo. Ordenamos sodas suicidas, encontrándonos con Katie y
Kelly cuando regresamos. El sol se ha puesto desde hace unos treinta minutos, pero
ellas aún tienen sus lentes de sol puestos.
El resto del juego es excitante. Ben anota un home run, Petey lanza, y Thomas no
deja que nadie del otro equipo llegue a primera base. Con una ventaja de siete carreras,
su equipo gana eventualmente. Todos los chicos entran al campo para chocar manos, y
después de que los últimos dos jugadores se han felicitado el uno al otro por el “buen
juego”, Becka sacude mi brazo.
No alzo la vista mientras las explosiones se vuelven más fuertes y más cerca las
unas de las otras. Estoy viendo cómo se ven las manchitas de luz azul verdosa en el
rostro de Thomas. Él no sabe que lo estoy viendo, pero cuando sonríe, no puedo evitar
sonreír también.
La gente comienza a salir después del gran final. Sigo a Becka bajo las gradas.
Tiene luces de bengala, pero la emoción se desvanece a decepción cuando nos damos
cuenta que no tenemos ningún modo de encenderlas. Giro el borde de la mía entre mis
dedos mientras ella busca alrededor.
—Lo tengo —dice Thomas en voz alta, trotando hacia nosotros después de que
nos ve.
Encienden con brillantes llamas rosas. Becka escribe su nombre en el aire con la
suya, y yo escribo Bliss porque Leighlee es demasiado largo. Thomas se mantiene
alejado hasta que Petey y Ben llegan. Tienen luces de bengala, pero no escriben sus
nombres. Cuando las llamas rosas se convierten en chispas amarillas, los chicos se
comportan como si sus luces de bengala fueran espadas. Pelean entre ellos mientras
Becka y yo dibujamos espirales, rodeándose los unos a los otros.
Lo siento en mi corazón.
Unos cuantos días después, Becka se levanta con el sol. Mientras practica saltos
con la patineta en la entrada, estoy sentada en su jardín del frente. La luz de la mañana
se siente bien en mi cara y brazos, mientras el cálido pasto cosquillea mis pies desnudos
y piernas. Tengo flores que recogí con el permiso de Tommy extendidas en pilas a mí
alrededor: margaritas, ásters, alegrías de la casa y hortensias.
Estaba haciendo anillos para nosotras, pero esos eran demasiado difíciles.
Cambié a collares, pero Becka dijo que nos usaría un collar de flores.
—No tienes que comerlos si no quieres —me dice Becka, bañando un tenedor
lleno de esponjosos huevos amarillos en kétchup.
—Me dan dolor de estómago —explico, más tranquila al instante—. Aunque solo
cuando son revueltos.
—Estrellados.
Más tarde durante el día, con una corona de flores en mi cabeza, estoy dibujando
en la entrada con mi tiza de colores, llena de polvo rosa, verde y amarillo en mis rodillas
y codos. Es algo de mi mejor trabajo, pero Becka piensa que es divertido patinar sobre
mis pétalos de violeta, y cuando Thomas sale de la casa, me doy por vencida.
Miro sus manos mientras dibuja una sola línea blanca al lado de mi buqué.
Trece.
—Claro.
—Llevo dos intentos, pero Petey fue un resentido perdedor cuando por fin, lo
destruí. Hay pastel —me dice, señalando hacia la encimera—. Es de crema de
zarzamora.
Sonríe como hizo Thomas cuando le dio la pequeña lagartija verde mientras saca
una camiseta Danny Way de la bolsa de regalo.
—Esta dulce nueva camiseta que Leigh me regaló —se da la vuelta para
mostrársela—. Es más genial que cualquiera de las tuyas.
Becka lo esquiva, lista para contraatacar con un rápido uno, dos, cuando suena
el timbre.
Estar aquí es divertido cuando somos nosotras dos, o cuando Thomas está
alrededor convirtiéndonos en tres. Ni siquiera me importa cuando Pete y Ben están aquí
y somos una fiesta de cinco… pero hoy es simplemente loco. En menos de una hora, la
casa Castor se llena de gente fiestera. Los adultos toman la cocina, y hay más chicos en
la sala de los que puedo contar.
Me inclino y ahueco la mano sobre el oído de Becka para que pueda oírme
susurrar:
Asiente.
—Oh, sí.
Afuera hace calor, pero el aire fresco es bienvenido. Huele a gardenias y carbón,
y los rayos del sol hacen cosquillear mi piel. Becka patina mientras camino por la línea
de flores del porche a la entrada.
Los cumpleaños aquí son diferentes de lo que son en mi familia. Si fuera uno de
los nuestros, abuelita y abuelito vendrían a nuestra casa. Encenderíamos velas y
cantaríamos “Feliz Cumpleaños.”
—Gracias, L —dice él, usando solo la primera inicial de mi nombre en lugar del
nombre completo.
—Aún no es tan genial como mi camiseta —comenta Becka, hablando por sobre
los demás. Le da un codazo a Petey en el costado y toma pastel de las manos de Ben,
comiéndose su último bocado.
Un par de horas después, cuando solo estamos nosotros cinco de nuevo, todos
manchamos su nariz de betún.
Este año, Thomas está en la secundaria, así que es solo su hermana quién sale
del auto de Tommy antes de que suene la campana. Vamos tan apuradas que no
tenemos tiempo de hablar antes de entrar a nuestros salones de clases separados. Pero
nos reunimos de nuevo en el almuerzo.
No sé qué escribir, así que le doy la vuelta a su zapato en mis manos. Un minuto
antes, pensé que estaban perfectamente limpios, pero ahora que los veo, noto que hay
algo escrito en el exterior, a lo largo de la base.
—Me compraron una cama nueva cuando tenía seis. Thomas y yo estábamos
saltando en ella, y mi pie se resbaló. Me caí y me corté la cara con la esquina del marco.
Esta chica es la persona más dura que conozco. Casi se abre la cabeza y me lo
dice como si no fuera nada.
Septiembre se desvanece para convertirse en octubre. Los rayos del sol que
cosquillean se convierten en nubes que llueven y viento que enfría. Cada día es más frío
y gris que el anterior, y hoy es mi cumpleaños.
Mamá cuelga banderines de papel crepé y hace ponche con jugo y sorbete. Pone
bolsas con cosas para fiesta como serpentinas, cornetas y otras cosas parecidas y
hornea un pastel ángel de comida. Abuelita y abuelito no pueden venir, pero papá
accedió a que Becka se quedará anoche y a dejarme invitar a más amigos hoy.
Laura llega primero, después Jackie. Sin la escandalosa Kelly, y sin chicos
odiosos. Al menos, hasta que Tommy llega. Sus brazos están llenos de regalos cuando
abro la puerta. Está nublado afuera, pero se ve radiante.
—¿Qué están haciendo aquí? —le pregunta Becka a los chicos, cruzándose de
brazos—. ¿Mamá no te dejaría quedarte en casa después de ayer?
Los ojos azules de Thomas bajan como si estuvieran escondiendo una travesura,
pero su sonrisa es buena incluso a través de la pantalla.
Comienzo a sonreír, pero me aguanto. Sin contestar, cierro con pestillo la puerta
y doy la espalda. Becka vitorea victoriosamente cuando doy unos cuantos pasos. Pero
me detengo y veo sobre mi hombro.
—Oigan, vamos —dice Pete, dando un paso al frente—. Déjennos entrar. —Se
pone la caja de regalo bajo un brazo y prueba la puerta mientras su amigo se queda
atrás.
Thomas está silenciosamente petulante como si supiera que estoy jugando, pero
hay algo en sus ojos que no puedo descifrar. El modo en que me mira hace que mi
estómago dé vueltas, y mi corazón como que se salte un latido.
—Leighlee —llama mamá, haciendo que Becka y yo nos demos la vuelta. Viene
hacia nosotros y abre la puerta—. Déjalos entrar. Hace frío afuera.
—Sí, hace frío —repite Pete cuando entran. Becka lo empuja al pasar.
—Gracias, princesita.
En una sala llena de decoraciones rosas y chicas con risas nerviosas, Dusty y
Petey destacan como una mosca en la leche. Son los únicos vestidos de negro, pero no
puede ser debido a sus sudaderas. Mientras todos los demás me cantan, Thomas pone
las manos en sus bolsillos y se recarga de la encimera. No parece importarle para nada
la tradición familiar, pero Pete sigue cambiando el peso de un pie a otro y mirando
alrededor. Entre destellos de cámara y cumplidos mientras abro los regalos, hablan en
voz baja en su mayoría entre ellos. Son educados cuando mamá les ofrece bebidas, pero
si la rebeldía tuviera una apariencia y sonido, sería esos chicos: con el cierre hasta
arriba, hablando entre dientes, furtivamente frente a todos.
—Hay un último regalo —dice mamá, levantando moños sin deshacer y
envoltorios deshechos—. Arriba en tu cuarto.
No planeo quedarme arriba, pero hay un tocador que no estaba ahí esta mañana,
y mamá lo llenó de maquillaje. Pierdo la noción del tiempo con mis amigas, y cuando
bajamos de nuevo, mamá y Tommy están en la cocina bebiendo café.
—¿A dónde fueron los chicos? —pregunto, feliz, un año mayor y un poco
maquillada.
Echo un vistazo por la ventana con Becka. La mochila de béisbol de Thomas está
en el suelo, rodeada de hojas naranjas y amarillas, mientras que él batea y Petey lanza.
Mi papá está más lejos, usando un guante que ni siquiera sabía que tenía.
Los chicos sospechosos que destacaban fuera de lugar en mi cocina ahora están
riéndose en mi patio, y me hace sonreír más.
—Gracias —le digo por los aretes y el collar y los otros regalos que todavía no
abro.
—Gracias por dejarnos entrar a tu fiesta —dice. Y después, más bajo para mí—.
Feliz cumpleaños, solecito.
Traducido por Sitahiri
o sé por qué ella me compra esta mierda —Rebecka lanza una pila
de ropa recién comprada por su habitación—. ¿Me veo como este
tipo de chica, Bliss?
—No lo entiendes.
“Eres demasiado joven para comprenderlo” dirá papá. “No puedes confiar en las
intenciones de un adolescente, Leigh.”
Si hay algo que he aprendido en el año que llevo de conocer a Tommy, es que ella
quiere que su única hija fuera más como yo y menos como… Rebecka. Ella obliga los
rosas, y los lazos, y las sandalias, pero Becka no es un pelele.
—¿Quieres estas cosas? —Mi mejor amiga sostiene en alto un vestido veraniego
color rosa claro—. Nunca usaré nada de esto, y ella —Rebecka escupe—… no devolverá
nada de esto.
Toco la superficie de mis uñas para ver si están secas. Una vez que estoy feliz
porque no van a arruinarse, pongo las manos en mis piernas y le hago un mohín a Becka.
—Diles a tus papás que te las presté o algo así. Diles que te las di por tu
cumpleaños. —Toma la docena o más de blusas, y los cuatro o cinco vestidos, y los mete
en mi maleta—. Ahí están, ahora son tuyos.
—Mi cumpleaños fue hace cinco meses —digo lentamente. En casa tengo todo lo
que necesito y si alguna vez necesito algo todo lo que tengo que hacer es pedirlo, pero
mis padres no pueden costear el comprarme esos vestidos y esas blusas. Por supuesto
que las quiero.
—¿Hormonas?
—Mamá dice que Thomas tiene hormonas de un chico adolescente. Algo sobre
pelo creciendo en lugares extraños y testosterona extra y fuera de lugar. Como sea, es
por eso que siempre está gruñón.
Estupefacta, pienso en ello un momento y digo:
—¿Eso quiere decir que Petey y Ben están sufriendo de hormonas, también?
Thomas siempre está de mal humor, pero también sus amigos. Nadie puede
pedirles que hagan algo sin que reciban una mirada asesina o sean ignorados. Thomas
les responde a sus padres, y siempre está golpeando puertas: puertas de auto, de
habitaciones, puertas correderas.
Becka se burla.
—Dios, sí.
—¿Cuánto dura eso? —Espero que a Thomas no le crezca pelo en sus nudillos
como a nuestro asqueroso bibliotecario de la escuela.
—¿Quieres decir que Thomas va a estar de mal humor por otros cuatro meses?
Asiente.
—Al menos.
Thomas está parado frente a su cómoda con la espalda hacia nosotros, mirando
entre sus CD. Recién salido de la práctica de béisbol, su gorra está hacia atrás y sus
pantalones blancos cuelgan bajo. No se da cuenta que Becka y yo hemos entrado en su
espacio personal, aunque deseo que lo hiciera. Sus hormonas lo hacen impredecible, y
no quiero que se enoje porque estamos aquí sin invitación.
No se asombra.
—Hola —murmura.
El frente de su uniforme de béisbol está cubierto de polvo de barro naranja y su
labio está partido. Rebecka se ríe, pero yo estoy un poco más preocupada. Lo examino
desde los zapatos hasta la gorra; sus nudillos están rojos e hinchados, pero aparte del
labio partido y la ropa sucia, parece estar bien.
Thomas pierde la sonrisa y deja caer su cabeza hacia atrás. Se hunde en la silla y
sus rodillas se separan.
—¿Y qué?
—Es genial. Esa fiesta en la playa es esta noche. Mamá quiere que vayamos.
—Sí, lo sé —Rebecka pone los ojos en blanco—. La firma de papá está donando
algo de dinero para el faro. Lo que es genial, pero son un montón de abogados idiotas si
quieres mi opinión.
Sin ningún respeto por la cama de él, camina por el colchón y salta por el borde,
aterrizando en sus pies. La sigo como una persona normal, pasando al lado de Thomas
con una pequeña sonrisa. No me sorprende cuando estira la mano y toca un mechón de
mi pelo.
Quito su mano de un golpe como he hecho varias veces antes y me echo el pelo
sobre el hombro. Después de mirar al final del pasillo para asegurarme de que Becka no
me está esperando, me recargo del marco de la puerta frente a Dusty y pregunto:
Thomas echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Puedo ver todos sus dientes y el
sonido es verdadero.
Novios y novias no son nada nuevo para mí. He escuchado a Petey hablar de las
chicas en su nueva escuela. Ben dijo que Petey besó a Kelly una vez. Sé que Smitty quiere
que Rebecka sea su novia, y sé que Becka quiere que Smitty sea su novio, pero porque
ella es ella, siempre le está diciendo que no.
Me mofo y Thomas se ríe de nuevo, pero no como antes. Apresura el resto de los
detalles.
—A Jordan le gusta, pero a ella le gusto yo, y nos peleamos por eso en la práctica
de béisbol. Eso es todo.
—¿Qué? —Se ríe entre dientes, pasando una nerviosa mano por su pelo
alborotado—. No lo sé. Tal vez. Es linda.
Inhalo lentamente.
—No se trata de ella, Bliss. Ella es cualquiera. —El encendedor está de nuevo en
el aire, en su palma. Arriba y abajo, una y otra vez.
—No tienes ningún respeto por la autoridad —reprende Lucas. Sus mejillas
están rojas y su mandíbula está tensa.
—Si pasa de nuevo, te sacaré de ese maldito, perdona mi lenguaje, Bliss, te sacaré
de ese maldito equipo de béisbol, Thomas. No tenemos que dejarte jugar.
—No puedes evitar que juegue —responde Thomas, guiñándome un ojo. Lo hace
a propósito. Le gusta meterse bajo su piel.
—Apenas puedo escucharte —le digo en voz alta, fingiendo hablar por sobre la
música.
El faro Yaquina Head está iluminado por enormes focos presentes para
enfocarse en la antigua estructura. Lámparas de exterior iluminan las aceras y una
pequeña porción de la playa. Proveedores de comida y unos cuantos stands de postres
están abiertos al público a lo largo del estacionamiento. Hay arte y confección para los
niños y tiendas de información sobre Newport y el faro para todos los que donan para
el fondo de restauración.
—¿Viste los símbolos de dólar en sus ojos? —se mofa Rebecka, dejando que el
chocolate del fondo de su taza gotee sobre su lengua.
Tiene un bigote de chocolate que limpio con mis pulgares, solo para tenerla
agarrando mi mano y limpiando lo último de su bebida.
—¡Hal! —grita Becka sobre mi hombro, divisando a Smitty. Hace que su no novio
le compre otro chocolate caliente.
Deslizo los brazos a través del suave algodón, y cuando mi cabeza sale por el
agujero, gimo. Oliver se ríe, pero yo suspiro y me hundo en su calidez remanente.
Mi mejor amiga y Smitty han llevado su pelea justo cerca del agua, literalmente
rodando en la arena. Cuando a ella se le mete un poco en los ojos, grita. Hal parece
aterrado, y yo corro a ayudar.
—Quédate aquí —La suelto—. Voy por una botella de agua para que podamos
lavártelo.
Dejo a Smitty y Oliver cuidando a Becka como si fuera una persona salvaje
mientras me saco mis zapatos de la arena y troto descalza playa arriba. La fría arena se
hunde bajo mis pies, y mi aliento se pone blanco frente a mi rostro cuando exhalo.
Cuando llego a la acera, sacudo los zapatos y me los pongo de nuevo, pensando en
comprarle a Becka su quinto chocolate caliente porque sé que la hará sentir mejor.
Antes de que pueda contestar, Petey y Ben vienen tambaleándose de detrás del
puerto, y algo está definitivamente mal con ellos tres.
Pete mira a Thomas como si hubiera perdido la cabeza; Thomas me mira como
si Pete no existiera.
Thomas está justo frente a mí. El aroma de Petey es más fuerte en él: malvaviscos
asados, verano, y pastel, lluvia oscura y pasto húmedo. Huele dulce, pero incorrecto.
—Significa que no todo es tan fácil. —Sonríe con suficiencia de nuevo, cerca de
mi cara. Está mirando mis labios, mi nariz y mis ojos—. Quiero que vengas por un rato.
No le quitamos las alas a las mariposas. Lo juro.
—¿Por qué están rojos tus ojos? —Me inclino hacia él, colocando mi nariz justo
arriba del cuello de su franela. Cierro los ojos e inhalo—. ¿Qué es ese aroma en ti?
—Un poco de marihuana —contesta con sus labios justo sobre mi oído. Inhalo,
encontrando su mirada. Ellos capturan y retienen. No podría apartar la mirada ni
aunque quisiera—. Ven a divertirte conmigo, Bliss —susurra, moviendo un mechón de
mi cabello detrás de mi oreja.
—Es mejor que hermanita no sea una soplona. —Puedo sentir la mirada asesina
de Petey sin verdaderamente mirarlo.
Thomas se lame el labio inferior y niega con la cabeza, por fin apartándose de mí.
Cuando Ben, Thomas y Petey salen de debajo de la luz naranja, aunque soy
sensata, los sigo. Entre más nos acercamos a la parte de atrás del puerto, el mismo olor
de la ropa y la piel de Dusty es más penetrante en el aire. Me quema los ojos.
Thomas se detiene, esperando a que lo alcance y no es hasta ahora que me doy
cuenta de lo separado y lejos que está. No me mira, y cuando lo hace, está ausente.
—Bliss —dice Thomas. Está mirando a todos lados menos a mí—. No puedes
decir nada de esto a mis padres, ¿de acuerdo?
Entre nuestros silencios, más abajo del callejón detrás del puerto, escucho la risa
de una chica y la reconozco inmediatamente como la de Kelly. Una nube de humo blanco
flota sobre un grupo de personas que resplandecen bajo una brillante luz blanca de
seguridad unida al estuco azul del edificio.
Tiro de la manga de Thomas, pero está jugando con Ben. Cada movimiento que
hacen es muy lento y exagerado. A su lado, Petey tiene sus manos en los bolsillos, y está
mirando alrededor como si algo pudiera salir de la oscuridad y agarrarlo. Kelly y Katie
no dejan de reírse tontamente, y entre sus risas y la paranoia de Pete, todo me parece
estúpido.
Se encoge de hombros.
—Un par de veces.
Thomas me señala.
—No, no es así. —Me mira—. Leigh, no huelo a ropa sucia. —Está tan, tan serio.
Demasiado serio.
Thomas, treinta centímetros más alto que yo, mira mis labios a través de ojos
inyectados de sangre y pesados párpados. Toma mi cabello sobre mi hombro izquierdo
y enrolla un rizo alrededor de su dedo.
—Regresemos.
Lo hacemos, y nadie excepto Valarie parece notar que nos fuimos. Se acerca a
nosotros con otro cigarrillo encendido entre su dedo índice y el medio. Esta chica es
obviamente demasiado joven para fumar, pero la hace ver genial.
—Soy Leigh.
—Leigh —le digo a Valarie. Solo me gusta que mi familia y amigos me digan Bliss,
y esta chica no es ninguno de los dos.
Estamos a treinta grados aquí afuera, pero lleva una falda de mezclilla corta y
una franela desabrochada. Sus Chucks están algo sucios y tiene dos cadenas de plata
alrededor de su tobillo izquierdo. Sus uñas están pintadas de un morado oscuro,
astilladas y mordidas, y huele a humo y lirios.
Sus labios son grandes y sus senos también, y quiero odiarla, pero parece que no
puedo.
—¿Qué te parece si te digo hermanita? —Estira la mano y toca uno de mis rizos—
. Desearía tener el cabello como tú. Eres hermosa.
—Gracias.
Hace unas cuantas preguntas sobre mi relación con los Castor, y le pregunto
sobre su familia. Me entero de que se mudó de California aquí hace dos semanas cuando
sus padres finalizaron su divorcio. Ella y su mamá viven con su tía en Newport.
—¿Quieres uno?
—Mi papá es tan cretino —dice con el final del cigarrillo entre sus labios. El fuego
de un encendedor, el de Thomas, ilumina su rostro antes de que lo apague y lo meta de
nuevo en su bolsillo—. Encontró una nueva familia, y de repente la antigua ya no era lo
suficientemente buena. —Sacude la cabeza, exhalando el humo al aire—. No es que me
importe, en realidad. Nunca me prestó atención. Me hice un tatuaje y mis padres no se
enteraron. ¿Quieres verlo? —Se gira y levanta la parte de atrás de su blusa. En su
espalda baja está una mariposa de color violeta, jade y carmesí.
Estoy estupefacta, imaginando una vida en la que puedo hacer lo que quiera. No
tengo permitido caminar por la cuadra yo sola, mucho menos estar lejos el tiempo
suficiente para hacerme un tatuaje a espaldas de mis padres. Mi mamá sigue
metiéndome en la cama de noche, pero algo me dice que Valarie no recibe ese trato de
su mamá, y es triste. Es demasiado dura para su joven edad.
—Dios —exagera—. Te estuve buscando por todos lados. Mi ojo podría haberse
caído a esta altura, Leigh.
—Vámonos —sugiero.
Pero es demasiado tarde para explicar algo porque Thomas está aquí y está
invadiendo el espacio personal de Becka, apartándola de Smitty. Petey y Ben no están
muy lejos, así que mientras Thomas habla entre dientes sin compasión en la cara de
Rebecka, empujo a Ben hacia el hermano de ella y le dijo que haga algo.
Smitty permanece en silencio, y Oliver parece confundido, pero es fácil decir que
ambos se sienten incómodos con el agarre que Thomas tiene en la muñeca de Becka.
Ella es dura, pero sigue siendo una chica. Cuando se queja y le pide que la suelte, Smitty
cambia de posición como si estuviera a punto de intervenir.
Thomas exhala por la nariz, más enojado de lo que nunca lo había visto antes.
Parece despiadado con el corte de su labio y los ojos inyectados de sangre. Su mandíbula
está tensa y sus puños apretados.
—Tal vez deberían calmarse —dice de la nada Valarie. No sabía que estaba cerca.
Rebecka la mira.
—¿Quién carajos eres tú?
Rebecka explota, pero Smitty mantiene la calma. Sonríe un poco y mete las
manos pasivamente en sus bolsillos.
Becka y yo estamos a medio camino del entablado con Oliver y Smitty cuando
Thomas, Petey y Ben aparecen de repente de nuevo. Thomas se empuja entre su
hermana y yo, poniendo su brazo sobre mis hombros. Petey toma a Rebecka por sus
caderas y la rueda hacia delante mientras ella grita emocionadamente.
—Diles adiós a tus amigos, Bliss. —Thomas nos gira a ambos. Oliver y Smitty no
se ven muy felices. Mientras caminamos, me despido con la mano.
—¿Ves eso allá abajo? —pregunta Thomas, señalando el final de la playa hacia
los acantilados. Prácticamente está al otro lado de la costa, y apenas puedo ver lo que
está señalando, pero cuando entrecierro los ojos lo suficiente, puedo divisar un viejo
muelle para barcos—. Deberíamos ir ahí.
—¿Ahora? —pregunto.
—Está bien.
Thomas me ignora.
—¿Qué? —Rebecka entra de prisa, lista para pelear con alguien—. ¡Estás
sangrando!
—Iré por mi mamá —Rebecka sale corriendo del baño regresando con Tommy
dos minutos después.
—¡Creí que había una araña! —cierra los ojos y se queda parado en la puerta,
riéndose.
Es raro.
Mi mamá no me deja pasar la noche en casa de Rebecka este fin de semana. Dice
que nunca estoy en casa y que mi papá está de mal humor. Estoy creciendo y a él no le
agrada. Ahora uso sostén, uno de verdad, no uno de entrenamiento. Mi mamá me
compró uno de algodón blanco, pero Tommy me compró uno de seda rosa.
Es mi preferido.
Puedo rizarme el cabello sola, y uso rímel y brillo de labios todos los días. Atrapo
a Thomas mirándome raro a veces.
—Hola, Blissy Bliss, ¿por qué no estás aquí? Te lo estás perdiendo.
—¿Estás drogado?
—Hola.
—Oh, lo sé.
Rebecka la odia.
En verdad lo estoy.
Es el día antes de que las clases comiencen y mamá invitó a los Castor para que
todos podamos despedirnos del verano juntos. Papá no le ve la importancia, pero él es
feliz porque ella es feliz, y yo estoy feliz de que ellos estén felices.
Nuestros platos están llenos y el vino está fluyendo entre los adultos. Pero
ninguna cantidad de comida o merlot o flores podría ocultar la tensión entre mi padre,
el juez, y Luke, el abogado defensor. Luke es fascinante y es adulador, pero es evidente
que mi padre normalmente nunca se haría amigo de una persona como este escurridizo
abogado. Lo veo poniendo los ojos en blanco y lo escucho murmurando entre dientes.
Nunca ha manejado bien la arrogancia, pero está haciendo esto por su única hija, y eso
significa más para mí de lo que él nunca sabrá.
Conforme avanza la cena, miro alrededor de la mesa y veo las diferencias entre
mis dos familias. Tommy lleva su tercera copa de vino, y mi mamá apenas ha dado un
sorbo a su primera copa. Lucas está lleno de historias sobre la corte, y mi papá solo
habla cuando se le habla. Rebecka no puede con el tenedor y el cuchillo y eventualmente
toma su filete y come con las manos. Y Thomas, comportándose distinto a como
siempre, no pone sus codos en la mesa o maldice cuando habla. Es educado, cortés y
respetuoso. A mitad de la cena, me da un golpe en el pie con el suyo por debajo de la
mesa y me guiña el ojo cuando nuestras miradas se cruzan.
Y decido en ese momento que, si quiero conservar esto, puedo fingir, debo fingir,
puedo seguir fingiendo por el bien de mi madre y padre que nada está cambiando, que
nunca cambiaré. Mis padres necesitan creer que puedo seguir su ejemplo y confiar en
sus antiguas reglas y conceptos. Necesito que mis padres estén convencidos de que
siempre seré su pequeña niña.
—¡Leighlee Bliss!
Volteo ante el sonido de mi nombre en una voz amistosa y familiar. Dos gradas
arriba, Jackie y Laura saludan con la mano. Oliver se sienta solo una grada abajo, y Becka
y Smitty están parados en el piso. Ella está de puntillas, capucha arriba, haciendo
trompetillas en mi dirección.
Se supone que debemos estar en lados opuestos del gimnasio, pero los chicos de
séptimo y octavo se mezclan. No es que me importe. Estoy segura que los únicos de
octavo grado que conozco que valen la pena se han ido, y probablemente estén medio
desmayados para entonces.
Desmayados, otra palabra que aprendí de Becka para describir a Thomas y sus
amigos cuando están tan drogados que apenas pueden mantener los ojos abiertos. Más
drogados que unas cuantas fumadas, un poco más que drogados, cuando se comunican
en nada más que risas y murmullos.
—Hola, amor —dice mi mejor amiga con un fingido acento, soplando una de sus
trompetillas en mi mejilla. Está animada y emocionada; puedo sentirlo.
Becka y yo apenas podemos estar sentadas quietas. Entre más cerca de las tres
están las manecillas del reloj demasiado grande, más inquietas nos volvemos por
escapar y comenzar las vacaciones de invierno. Estoy lista para salir de ahí y estar en
su casa, en su habitación, disfrutando la vida.
Dado que Thomas se fue con sus compinches, me pregunto si estará en casa esta
noche. No lo he visto desde esta mañana, cuando me bajo el sombrero sobre los ojos.
—Hola, Bliss —provocó Thomas. Capucha arriba con nieve blanca derritiéndose
sobre ella. Mientras siguen caminando, tira de la bufanda de Becka—. Mocosa.
Cuando volteo para preguntarle a Becka a qué hora saldrán a cenar sus padres
esta noche, me detengo cuando mi chica arruga un pequeño trozo de papel y se lo lanza
al desgreñado pelo de Smitty. Mientras lo hace, docenas de pulseras de la amistad
tejidas, trenzadas estilo V sobresalen debajo de su manga.
Seguramente Thomas no usa una pulsera alrededor de su muñeca hecha por ella
o por alguien más, pero he aprendido un montón de mirar a Becka y Smitty.
Principalmente: las etiquetas no significan mucho, pero los detalles secretos sí. He visto
las ligas para el cabello de Valarie en el piso de Thomas. También la he visto sacar el
encendedor de él del bolsillo de ella, pero si les preguntas a cualquiera de los dos,
negarían ser una pareja tan rápido como Smitty y Becka.
—Quiero que me llamen si Thomas trata de meter a sus amigos cuando vengan
a dejarlo esta noche —dice ella, poniéndose aretes de diamantes.
—El vicedirector me llamó de nuevo hoy —responde Tommy con una sonrisa
sarcástica y poco sorprendida.
Hay un montón de cosas en las que Thomas sale impune. A diferencia de mi casa,
los padres de Becka y él les dan libertad. Apenas tienen restricciones, pero todo el
tiempo él empuja más contra aquellas que puede encontrar, y no lo entiendo.
Becka resopla. Rompo mi galleta de la fortuna sin querer, pero me rio porque,
¿en serio? ¿Kelly?
Tommy se encoge de hombros como si no supiera qué sacar de ello excepto por
el hecho de que Thomas está en problemas, de nuevo.
—Su mamá la encontró ayer y Kelly le dijo que Thomas lo hizo. No es su letra,
pero las cámaras lo muestran poniéndola en su casillero. Y ya que él le dijo al director
que quería hablar con el mejor abogado defensor de Portland en lugar de decir quién la
escribió en realidad, esta es su segunda advertencia. —Sacude la cabeza con un suspiro
decepcionado—. Tiene dos días de suspensión después de las vacaciones.
Mientras que parte de mí quiere reírse ante lo que probablemente decía la nota,
y por la imagen de Thomas siendo un chico listo justo en la cara de la autoridad, la otra
parte de mí ve cuán frustrada está su mamá. Silenciosamente deseando que se
comporte mejor antes de que las recientes amenazas de Luke sobre una escuela militar
se vuelvan realidad, leo mi fortuna.
—Desearía que fuera verano —dice ella, dejándose caer en su cama y mirando
de cabeza por la ventana.
Mientras comienza a nevar otra vez, hojeamos revistas. Su barniz de uñas verde
mar está astillado, evidencia visual de lo genial que es, y cuando saco un frasco de azul
marino de mi mochila, accede a dejarme pintárselas. Estiro mis piernas, moviendo los
dedos de mis pies cubiertos por calcetines mientras ella trae el quitaesmalte del baño.
Cuando regresa, escucho la puerta del frente abrirse escaleras abajo. Sus cejas se elevan,
y con un taimado intercambio de miradas, me deslizo fuera de su cama y salimos al
pasillo.
Si yo fuera él, creo que odiaría esa pregunta. Con todas las reglas que rompe
Thomas, es como una trampa.
—Eres más listo que tus amigos —dice Tommy—. Compórtate como tal.
—Sí —replica Thomas, sin ningún cambio en su relajado tono de voz—. Claro.
—¿Qué fue eso? Thomas Levi, date la vuelta y contéstame ahora mismo. Juro por
el maldito Dios…
Mi corazón late fuerte y rápido. Miro a todos lados del piso en lugar de a mi amiga
porque no quiero que se sienta más incómoda de lo que probablemente se siente. Me
recargo del escritorio y frunzo los labios, desconchando el barniz de uñas rosa con el
que las pinté esta mañana.
Largarme de aquí.
Becka regresa con una bolsa de bolas de algodón, y recuerdo que iba a pintarle
las uñas.
—Olvidé estos —dice ella, encogiendo sus fuertes y delgados hombros como si
todo estuviera bien.
Cuando Lucas llega a casa más tarde esa noche, no entra. Tommy llama a su amor
arriba antes de que se vaya. Nosotras llamamos al nuestro al unísono, pero Thomas no
dice nada. El bajo retumbando de su habitación es lo suficientemente fuerte que
probablemente no escucha nada más.
—Tengo antojo —dice Becka, con las manos arriba y mirando a sus recién
pintadas uñas—. ¿Quieres bajar?
—Claro.
Largarme de aquí.
Me hacen sentir enferma y nerviosa. Peor que cuando como huevos revueltos.
Peor que el primer día de escuela en una nueva ciudad. El pensar en que Thomas se
escape de casa…
Casi estamos al final de la secuela antes de que escuche sus pasos en las
escaleras.
—Hola —dice Becka tranquilamente, mirando a su hermano dar la vuelta al sofá
y sentarse en la silla a mi izquierda.
—Hola —nos dice a ambas. Sus pies están descalzos y lleva puestos pants negros,
una sencilla camiseta blanca, y su pelo obviamente ha sido secado con toalla después
de una ducha y se ha pasado los dedos por él. Su humor parece el doble de ligero que
era antes, pero la calma después de la tormenta a menudo es tan impredecible como el
trueno.
—Está bien, vamos —comienza Becka—. ¿Le escribiste una nota sucia de amor
a Kelly?
Sosteniendo uno entre sus dientes del frente, B toma dos caramelos de regaliz
más y me los da. Me quedo con uno y le doy el otro a Thomas. Dando un pequeño bocado,
miro entre Doc Brown y el chico delincuente con ojos azules como un cielo de verano.
Rebecka no pregunta el motivo por el que no le dijo al director que fue Petey
quién escribió lo que sea que fue inapropiado, tampoco yo. Lo que quiero preguntar, lo
que está tomando el control de mi cerebro, es si va a escaparse de su casa. Pero no tengo
la valentía para sacarlo a relucir. Afortunadamente, su hermana sigue haciendo
preguntas.
Se encoge de hombros.
Sé que Dusty fuma, pero hay algo sobre saber que lo trae encima, que lo lleva
consigo y lo tiene ahí, como que lo hace más genial.
Mientras el que Lucas fumara marihuana alguna vez me deja medio atónita, su
hija se burla, molesta.
—Dame otro regaliz, Bliss. —Su bajo tono es cálido como el verano y sus ojos
azules son cristalinamente persuasivos. Tomo dos piezas más y se las doy.
Estiro mis piernas, apoyando los dedos de mis pies contra los cojines, y me
acurruco con satisfacción. No me doy cuenta que me dormido hasta que escucho a
Thomas decir mi nombre.
Abro los ojos para ver un destello de faros en la entrada. La televisión está
apagada y Becka se quedó dormida en el otro lado del sofá. Me alzo sobre el codo cuando
Thomas se da la vuelta.
—Nos vemos. —Se dirige a las escaleras antes de que entren sus padres.
—Te quiero como a pastel de chocolate aplastado —me dice con un bostezo.
Sonrío en la oscuridad.
Nos damos la vuelta juntas, poniéndonos cómodas bajo las mantas y sobre
almohadas que huelen a ambas. Me hundo en la familiar suavidad y dejo que mis ojos
se cierren, pero no se quedan de ese modo.
Excepto Thomas.
Pienso vacilante.
Thomas está en cama, sobre las sábanas, recargado contra la cabecera con la
misma ropa que tenía antes. Se sienta derecho, interrogándome con ansiosos ojos
azules.
—No. —Mis mejillas se calientan por la vergüenza—. Becka está bien —le digo,
poniéndome el cabello sobre mi hombro, jugando con las puntas—. No puedo dormir.
Thomas parece tan inseguro como yo, así que dejo de jugar con los mechones
rubio rojizo y me siento en el mismo lugar en su cama en el que me he sentado cientos
de veces antes. Me siento un poco tonta por alarmarlo, pero mis nervios se han calmado
y no quiero regresar a dar vueltas en la cama del cuarto de Becka.
Estiro mis brazos y piernas bajo cálida ropa de cama que huele a travesura pura
y sin reservas. Es familiar y bienvenida, y no quiero abrir los ojos todavía.
—Oye. —La cama se mueve y siento su mano en mi hombro, dándome
empujoncitos suaves para despertar de mi ensueño con Dusty.
Las luces de la mañana brillan a través de sus cortinas y hay la suficiente para
que pueda ver a Thomas. Todavía sobre las sábanas, todavía con su misma ropa, está
apoyado sobre su codo y mirándome. Su cabello es un frenesí rizado de rubio oscuro, y
sus adormilados ojos azules son amables. Lo he visto de este modo en la mesa del
desayuno, pero esto es mejor.
Camino suavemente a su puerta y giro la manija con las dos manos por silencio
extra cauteloso. Me asomo al pasillo para estar segura que todas las puertas siguen
cerradas antes de mirar sobre mi hombro.
—Gracias —susurro, mirando sus ojos azules de recién despertado una vez más
antes de salir.
Con su puerta cerradas tras de mí, el resto de la casa está en silencio. Lucas y
Tommy siguen en su cuarto, y Becka está roncando cuando regreso a su habitación.
Estoy a salvo, no me atraparon, mis actos de medianoche desconocidos, y hay una ráfaga
de revuelo en mi estómago. Emociona y seduce, y me pregunto si es así cómo se siente
Thomas cada vez que se sale con la suya cuando rompe una regla.
Lucas y Tommy están en la casa de enfrente con sus amigos vecinos, y Ben, Petey
y Thomas están al final del pasillo. Con ningún otro sonido excepto el ventilador de
techo de Becka, puedo oírlos reírse y charlar.
Mientras las nubes invernales se han desvanecido por cielos despejados, los
chicos se han vuelto más altos, más furtivos y más rebeldes. Cuando sí van, estoy
bastante segura que van a la secundaria, porque han comenzado a usar sus lentes de sol
todo el tiempo, esté brillando el sol o no.
Valarie usa los suyos todo el tiempo también. “Porque cuando eres genial,” me
dijo ella, “el sol siempre está brillando.”
Estiro mis piernas y saco los dedos de mis pies bajo las sábanas mientras mis
pensamientos van a la deriva.
Valarie es simpática, incluso con Becka que nunca deja de provocarla. Me enseñó
cómo hacer una trenza de cola de pescado y siempre me ofrece goma de mascar. Quiero
agradarle. A veces creo que le agrado, pero somos diferentes. Ella vive en un mundo que
no puedo imaginar.
Ella y Thomas siguen negando que sean una pareja, pero ella usa sus viejas Ray
Bans. He visto Dusty escrito en su palma izquierda con tinta negra, y él se lleva el
teléfono a su habitación y cierra la puerta cuando ella llama.
Ruedo los ojos en la oscuridad. Los cierro y doblo las rodillas, incapaz de
ponerme cómoda.
Las hormonas de Thomas han menguado, pero cada vez que su puerta se cierra
de un golpe, sigo preguntándome si va a huir. Algunas de las peleas que tiene con sus
padres me hacen sentir segura que saldrá disparado hacia la puerta principal en lugar
de la suya, cualquier día.
No me he escabullido de nuevo en su habitación desde la noche que pasé en su
cama, en parte porque estoy asustada de que me atrapen y mis padres no me dejen
regresar nunca aquí, y en parte por lo avergonzada que me sentiré si me dice que me
vaya. Pero decir que no he pensado en ello sería mentir, en especial cuando me pongo
así de inquieta.
Debería contar ovejas, pero aparto las sábanas en su lugar. Salgo de la cama, me
pongo una de las camisetas de B sobre mi camisola, y recuerdo mis acciones de hace
meses.
Llenando la pequeña taza al lado del lavabo, doy unos sorbos y me miro en el
espejo. Las pecas por el sol han salido en mi nariz y mejillas, y cuando me pongo de lado
y miro mi perfil, me doy cuenta que la camiseta de Becka se ve diferente en mí que en
ella. Mis pequeñas curvas son sutiles, pero puedo verlas bajo algodón negro desteñido.
No soy tan alta o bronceada como Valarie, pero he crecido.
—Mira —escucho reír a Ben—. Lo estás haciendo mejor en pausa que cuando
estabas jugando, perdedor.
—¿Un perdedor le habría metido el dedo a Kelly detrás de las bancas hoy? —
replica Petey, haciendo que mis ojos se abran como platos y risitas más intensas hagan
eco desde el cuarto de Thomas mientras se voltea.
Anonadada e instantáneamente con las mejillas rosas por lo que dijo, soy
atrapada.
—Hola, princesa Blissy Bliss —dice Petey. Su sonrisa es boba y sus pasos parecen
torpes y pesados—. ¿No pasó ya tu hora de dormir?
Los ojos azules de Thomas son oscuros y relajados, eufóricos, cuando se sienta
más derecho. Me recuerda la última vez que vine aquí en medio de la noche, y me siento
tonta.
También están compartiendo una gran botella de vidrio color verde entre ellos.
Jameson, creo que dice la etiqueta blanquecina, y es más que excitante. Hace cosquillear
mi conciencia y acelera mis latidos.
Mientras se pasan los mandos y la botella, tengo la esperanza silenciosa de que
no sea del gabinete de Lucas. No pregunto, porque no quiero sonar como la molesta
hermanita en un cuarto de chicos geniales, pero puedo sentir mi sentido del bien y el
mal desafiando lo bien que se siente ser mala.
Estirando mis piernas frente a mí, echo un vistazo a Ben por el rabillo del ojo.
Sus mejillas están rosadas y está más encorvado de lo que estaba cuando llegué. Petey
no puede dejar de reír, incluso cuando dice sentirse atontado. Sus párpados están bajos
y sus hombros están caídos. Sus movimientos son torpes y sus sonrisas ridículamente
torcidas. Incluso la sonrisa de suficiencia de Thomas parece enyesada en su rostro.
Parte de mí lucha para evitar no soltar una risita, y parte de mí quiere ir por
Becka para que pueda verlos. Otra parte de mí se vuelve precavida al instante, y sin
embargo otra parte se siente innegablemente curiosa.
—Eres tan jodidamente como una chica, Leigh —se estira torpemente,
mostrándome cómo tomar la botella por su delgado cuello con una mano.
Destilado triple.
Whiskey irlandés.
40% de alcohol
Llevo la botella a mi nariz e inmediatamente me arrepiento de oler. El aroma
quema mis senos paranasales y hace picar mis nervios. Los pocos vellos en mis brazos
se paran y mi estómago cae. Siento los ojos de Thomas antes de que me quite el whiskey.
Aprieto los labios, mirando las puntadas de la parte baja de su camiseta y los
dientes cobrizos del cierre de su sudadera abierta. No se burlará de mí si no tomo un
trago, pero aun así quiero hacerlo de todos modos.
—Lo sé —digo, encontrándome con sus sinceros pero borrachos ojos azul
oscuro—. Quiero hacerlo.
—No tienes que hacerlo —insiste, sonando tan sincero como serio, como si tal
vez prefiriera que en realidad no lo hiciera.
—Última oportunidad.
No le hago caso, cierro los ojos y esbozo una amplia sonrisa. Echo la cabeza hacia
atrás, y él pone la botella en mis labios. Lo vierte lentamente, y el licor golpea mi lengua
como una salpicadura de fuego.
Y me gusta.
Hoy es Día de los Inocentes, que también resulta ser su cumpleaños. Está
cumpliendo trece antes que yo, pero estoy demasiado emocionada para estar celosa.
Los cumpleaños siempre son días grandiosos.
Él le dijo que no estaba aquí dentro, pero ha estado buscando por la mayor parte
de una hora. Donde sea que esté su Chuck Taylor izquierdo, Thomas lo ha escondido
bien está vez.
Thomas le esboza una sonrisa torcida, después a mí mientras ella regresa a hacer
pedazos su cuarto.
La sonrisa de Thomas se rompe en una risa entre dientes tan profunda que mis
rosadas mejillas se ponen rojas.
—Nos vemos, pelirroja. —Pasa a mi lado, lanzando una de mis coletas sobre mi
hombro.
Lucas y él se nos unen a la mesa para la cena, y la gente comienza a llegar más
tarde. Jackie llega primero, después Oliver y Smitty llegan juntos, seguidos de Ben y
Petey. Mis padres también, y los vecinos de enfrente. No hay velas o canciones, pero hay
pastel de helado y una montaña de regalos, incluyendo un enorme estéreo nuevo para
el cuarto de la cumpleañera.
—Los trece van a ser maravillosos —me dice con sus ojos azules mostrando el
subidón de azúcar—. Apúrate y vuélvete mayor para que podamos ser adolescentes
juntas.
Con el antiguo bebedero para pájaros en medio del patio como base, Becka es la
primera. Encuentra y atrapa a Smitty, que la atrapa de nuevo. Después encuentra y
atrapa a Jackie, que también la atrapa de nuevo. Lo mismo conmigo, y Oliver. Todo el
que encuentra y atrapa, la atrapa de nuevo. Es su cumpleaños después de todo.
Ben señala a Becka, y los tres la persiguen. Thomas la atrapa primero, y la levanta
para robarle uno de sus zapatos. Ella corre detrás de él, quitándose el otro zapato y
lanzándoselo a sus pies cuando no puede alcanzarlo. Después Petey la atrapa, y ella lo
persigue también, el pasto y la tierra bajo nada excepto sus calcetines no la molestan en
lo más mínimo.
—¡Uno, dos, tres por mí! ¡Voy a encontrarte, Bliss! —grita con una sonrisa que
muestra sus dientes en la tenue luz de la luna.
Mientras todos los demás salen corriendo de sus escondites, yo me agacho más
abajo cuando Thomas pasa. Estira el cuello y escanea el perímetro, y entre más se
acerca, más atrás me escondo. Mi sonrisa se hace más amplia con cada uno de sus pasos,
hasta que tengo que taparme la boca con las dos manos para no soltar una risita.
Surgiendo de las peonias, corro tan rápido como puedo, riéndome desde el fondo
de mi vientre mientras paso corriendo justo al lado de Thomas. Pero no soy
competencia. Sus piernas son más largas que las mías, y el bebedero de pájaros está
muy lejos.
Aunque es difícil correr con un vestido, y más difícil porque ahora también me
estoy riendo. Echo un vistazo sobre mi hombro, y Thomas está cerca. Demasiado cerca.
Me obligo a ir más rápido, pero él estira las dos manos y me atrapa por la cintura.
Por unos segundos, estoy volando. Mi pulso se dispara y me rio libremente en el aire
nocturno. Thomas agarra mis costados, dándome vueltas mientras también se ríe, y el
sonido es profundo, rico y pleno en mi oído.
Termina antes de que esté lista para que termine. Estoy de nuevo en el suelo
sobre mis dos pies, tratando de equilibrarme mientras aparta las manos de mis
costados.
Los chicos comparten una mirada y Thomas suspira, frustrado por mi molesta
determinación de saber acerca de las cosas vulgares que Petey le escribió a Kelly. He
sido advertida dos veces para que me ocupe de mis propios asuntos, pero ellos lo sacan
a relucir frente a mí en modos que no entiendo. Siento que tengo el derecho de estar
dentro de la broma.
Dusty asiente.
Mío y de ellos.
La mayor parte del tiempo yazco en la cama mientras los chicos se pasan una
botella de licor robado o se reúnen cerca de la ventana que da al patio de atrás para
fumar hierba. Me han dejado jugar videojuegos con ellos, pero Thomas se molesta por
mi falta de conocimiento sobre el robo de autos simulado, así que mis turnos son
escasos y espaciados.
Nadie la dice a Rebecka del tiempo que pasamos juntos de noche. Es una regla
tácita que se queda entre nosotros.
—Estoy más cerca de los trece de lo que estoy de los doce. No soy tan joven, y tú
no eres tan mayor, así que cállate.
—Cumpliste quince hace dos semanas, Dusty. —Me recargo en la esquina entre
el marco de su cama y su mesa de noche y aferro su almohada contra mi pecho. Mis ojos
comienzan a arder, pero no voy a dejar que estos chicos me hagan llorar.
—¿Qué pasa? —canturrea Ben. Sus ojos castaño oscuro están pesados por el
whisky y su sonrisa es más amplia de lo normal.
—¿Qué decía la nota? —pregunto una vez más. El sudor empapa mi cuero
cabelludo y una pequeña gota se desliza hacia abajo por mi espalda baja. El aire
acondicionado está encendido, pero hay algo acerca de tres adolescentes que hace que
un cuarto se caliente.
—No quiero —digo, sonando exactamente como él quiere que me oiga: joven.
—¿Todavía quieres saber, Bliss? —pregunta, dándole una palmada con el dorso
de la mano a Petey en el pecho cuando éste comienza a protestar.
—Sí.
Los gemelos se acercan un poco más. El cabello rubio de Petey cae sobre sus ojos,
y cuando se sacude para apartarlo, me recuerda a un cachorro. La parte de debajo de
los calcetines blancos de Ben está sucia y sus mejillas están sonrojadas.
—Era tu nota.
—Kelly es tu novia.
—No, no lo es.
—Yo le diré —se ofrece, cerrando la ventana antes de sentarse frente a mí entre
sus amigos—. No puedes contarles a tus padres, Bliss.
—Eso está bien —dice—. Tus padres ya no te dejarían quedarte aquí si supieran
que estaba contaminando tu inocente mente, L.
Thomas se aparta, asimilando mi rostro: con los ojos abiertos como platos y la
mandíbula caída. Los tres chicos rompen en carcajadas más ruidosas de lo que han sido
todas las risas combinadas de las noches que hemos estado juntos.
Hacen una pausa por un momento para ver si estoy hablando en serio, y después
se ríen más fuerte que antes.
—Rebecka, ¿sabes lo que es una mamada? —Me siento en el porche con mis
codos en mis rodillas y mi rostro en mis palmas.
Becka patina en su entrada para el auto, descalza y con la cara sucia. Suelta una
risita, haciendo una voltereta con su patineta.
—Lo oí en la TV —miento.
Mi mejor amiga rueda hacia mí. Se sienta sobre su patineta y despega la cinta
aislante.
—No lo sé. Como que sí. —Sus sudorosas mejillas están un poco rosas—. ¿Por
qué?
Mis ojos se abren como platos, pero es Rebecka quien grita hasta que una vena
azulada salta en el costado de su mejilla.
He estado haciendo cosas afuera con Rebecka todo el día: el clima para giros de
ciento ochenta grados y ensuciarse las manos. Fuimos a escalar por el bosque, metimos
nuestros pies en barro helado, y nos lavamos la cara en el arroyo detrás de la casa. Estoy
sucia y probablemente huelo como me veo. Tiro de los bordes de mis shorts de mezclilla
y subo el tirante de mi sostén de nuevo a mi hombro cuando Thomas y sus estúpidos
amigos se nos unen en la entrada.
Thomas me mira los pies, sacudiendo la cabeza, sonriendo. Curvo mis dedos de
los pies, escondiendo la pequeña cantidad de suciedad.
Haciendo a un lado la saliva de Dusty, él huele bien. Este chico huele como su
papá. Y está vestido, como si se fuera a salir.
—Afuera —responde.
Como que esperaba que se quedara en casa esta noche. La desilusión debe verse
en mi rostro, porque Thomas me hace cosquillas en el punto detrás de mi oreja.
Lo hago. Sonrío.
—Sí, la regla número uno es que tienes que sonreír cuando estoy cerca.
—¿Cuál es?
—Siempre tienes que decirme dónde estás —digo.
—No.
—Sí.
—No es lo mismo, Leigh. —Thomas usa sus Chucks para mover el columpio.
—Sigue siendo una regla. —Me encojo de hombros—. Y la regla número tres es
que tienes que seguir la regla número dos, sin importar qué.
—Bien, entonces la regla número cuatro es que no puedes usar el suéter de otro
chico.
—Hablo en serio.
Abro los ojos y todo está distorsionado y borroso por el sol. Thomas me mira,
pero aparta la vista, tocándose los bolsillos en busca de un paquete de cigarrillos. Por
hábito; no fumará con sus padres cerca.
Deteniendo el columpio con su pie, Dusty se para y se pasa una mano por su
cabello antes de besar a su mamá en la mejilla.
—Quiero que vengas a casa esta noche —está a la defensiva, pero no quiero ir.
No todavía.
—Una noche más, por favor —digo lo suficientemente alto para que Tommy
escuche. Sus ojos son gentiles. Toca mi rostro, limpiando el mismo lugar que Thomas
trato de limpiar.
Mamá exhala.
—Has estado fuera por dos días, Leigh. ¿Qué haces allá que no puedas hacer
aquí?
—Hola, Teri. —Su voz es calmada—. Debería haberte llamado antes, pero ordené
pizza para las chicas. No tengo problema en llevarla a casa en la mañana.
Unos segundos pasan en los que Tommy asiente como si mi madre pudiera verla,
y después una amplia sonrisa se extiende por su cara. Sé que me he salido con la mía.
—Está bien.
Después de un día completo bajo el sol de verano, mi cabello está más rojizo que
rubio, y me he ganado pecas en la nariz y mejillas. La parte superior de mis hombros
está quemada de un ligero rosa, y mi hambre no tiene fondo.
—Deberíamos hacer flotantes de soda de vainilla después de esto —digo,
llenándome la cara con queso y tomates. Mi mejor amiga y yo estamos boca abajo en el
piso con nuestros platos frente a nosotros.
—Terminator II: Día del Jucio y Miss Simpatía, pero si le dices a alguien te mataré
mientras duermes.
Me muero de la risa.
—Leighlee.
—Bliss.
—Princesa, despierta.
Abro los ojos.
—Déjame en paz.
—Silencio, pequeña.
Asiento y gesticulo.
—Está bien.
Thomas deja caer mis zapatos a mis pies, tirando de la capucha de la sudadera
sobre mi cabeza. Toma mi mano y me dirige fuera de la habitación.
Rebecka está muerta para el mundo y el resto de la casa está en silencio. Lucas y
Tommy están en casa; la luz de la TV brilla por debajo de la puerta de su habitación.
Camino suavemente de puntillas cuando pasamos por su cuarto.
—Un poco más de las tres. —Thomas enciende la luz de la cocina—. Acabo de
llegar.
Thomas exhala.
Los bebemos afuera en el bosque, lejos de la casa. Afuera está oscuro, solo
iluminado por la luz de la luna, y puedo oír pequeñas criaturas reptando por ahí,
haciendo sus casas en los árboles y tierra. Pero amo el sonido de la voz de Dusty entre
las estrellas. Se recarga de un árbol, y estoy frente a él con las piernas cruzadas.
—¿Por qué?
—Estás con ella un montón. Llama a la casa. Usa tus lentes de sol. La dejas entrar
en tu habitación y cierras la puerta.
Thomas sonríe.
—Te dejo entrar a mi habitación y cierro la puerta, ¿eso quiere decir que tú eres
mi novia, Bliss?
—No. —Toma una cucharada más de helado—. Pero yo soy diferente, y ella es
bonita.
—Tú eres más hermosa, Leigh. Confía en mí. —Thomas apoya la cabeza contra
el árbol, cerrando los ojos—. Y ella no es mi novia. No es de ese modo.
—¿Por qué no? La besaste. Te vi. —Tiene que recordarlo.
Fue el último día de escuela antes de las vacaciones de verano. Valarie estaba
parada con su espalda contra los casilleros, vestida con shorts cortos y botas Doc
Marten. Recuerdo haber pensado, ¿por qué usaría esas botas con esos shorts? Después
ella me vio y saludo con la mano. Le devolví el saludo, pero ella estaba… ocupada.
Thomas no besó a Valarie de ese modo. La besó con su lengua, pero fue excesivo
y lejos de ser agradable. Fue como si estuviera loco.
—No voy a hablar de esto contigo, Leigh. Ella no es mi novia. Yo no… —se
detiene—. No siento nada por ella. No de ese modo.
—Leigh, vamos.
—Solo tengo curiosidad. —Me paro, también. No le tengo miedo, no como todo
el mundo le tiene. Solo es Thomas.
Se aleja de mí y flexiona sus manos en puños. Patea una roca puntiaguda por el
sucio suelo. Golpea un árbol y un pájaro vuela de sus ramas.
—¿Dónde?
—En casa.
—¿Por qué?
—Eres molesta.
—Eres cruel conmigo. —Me oigo joven de nuevo. Es por esto por el que no me
cuenta cosas. Solo tengo doce. Soy una princesita para él.
—Tal vez.
Una pequeña hormiga negra corre por la parte superior de mi pie. La quito y
digo:
—Lo prometo.
—Y eso es todo.
—Esa es la única.
El suelo se vuelve húmedo y la brisa empieza a soplar con la lenta salida del sol.
Ha sido una larga noche, y me estoy desvaneciendo con las estrellas, bostezando y
obligando a mis ojos a abrirse. Dusty, cómodo y completamente despierto contra el
árbol, da un golpecito a mi pie con el suyo.
Pongo los ojos en blanco y estiro los brazos frente a mí, extendiendo mis
cansados músculos.
—Regla número nueve: no puedes hacer una regla para censurar mis reglas.
—Bien, pero la regla número diez es que tenemos un límite diario de reglas
creadas. Diez reglas por día. Eso es todo. Cinco para mí. Cinco para ti.
—Bien.
—Bien.
—Eres un idiota.
—Súbete, Bliss.
—Bájate, nena.
Para no asustarlas, caigo sobre mis pies en silencio, con cuidado de no respirar
demasiado fuerte. Thomas es capaz de acercarse sigilosamente, en silencio. Atrapa una
entre las palmas de sus manos, acunándola de forma segura entre diez dedos.
Mientras mis padres hablan del trabajo, educación y el hogar, mi mente vaga. La
escuela ha estado en sesión por algunos meses y es extraño no tener a Thomas
alrededor de nuevo. Ahora él está en secundaria. Le gusta. Lo ama. Parece pensar que
me gustará, también.
Te encontraré, le dije.
Ben y Petey no se quedan tanto como antes, lo que nos deja a Dusty y a mí
nosotros solos más a menudo. Cuando pregunto, Thomas sale con una pobre excusa en
respuesta al porqué los chicos no están ahí. Pero creo que sé el motivo.
Pero este fin de semana será diferente. Le dije a Becka que quería ver películas,
pero se burló y me dijo que no fuera estúpida.
Su boca es tan mala como la de Thomas. —No vamos a ver malditas películas,
Leigh. Es tu cumpleaños. Haremos cosas de cumpleaños. Mamá compró un refrigerador
de vinos.
Una vez que nuestros platos están vacíos y nuestros estómagos llenos, nuestra
mesera trae a nuestra mesa una rebanada de pastel de chocolate con una vela rosa
encendida encima. Ella y el resto del staff se paran en círculo alrededor de mi silla y me
cantan su versión de “Feliz Cumpleaños.” Mis padres observan orgullosamente.
Deseo que ninguno de mis padres nunca tenga que descubrirlo antes de soplar
la vela.
Rozo mi pulgar sobre un pétalo naranja antes de tomar la tarjeta que Oliver
dibujó para mí. La abro, mirando a un retrato en carboncillo de mí misma. No sabía que
Oliver podía dibujar. Pero es asombroso.
—Gracias, Thomas.
—Duerme un poco, Leigh. Tenemos una larga noche por delante. —La paleta de
cereza negra que tiene en la boca se mueve contra sus dientes traseros.
Pongo los ojos en blanco, pero no discuto. El algodón rojo huele a amistad: piñas
y Hechizo de Amor.
Para el almuerzo, mi cabeza está tolerable, pero todavía confusa por la falta de
sueño. No puedo dejar de pensar acerca de lo que está pasando entre Thomas y yo. No
hemos hablado acerca del por qué mantenemos en secreto lo que hacemos, pero los
motivos no se necesitan decir en voz alta. Si sus padres lo descubren, podrían sentirse
obligados a decirle a mi mamá y papá. Y no quiero que Becka se sienta como si la
estuviera usando. Ella es mi mejor amiga más que nada, pero quiero conservar mi
tiempo con Dusty. No voy a dejarlo.
Ella nos hace imposible olvidar que está con Petey. Él lo niega, pero todos los
hemos visto juntos. A Rebecka le vuelve loca cuando esta chica finge conocer a los chicos
más de lo que lo hace ella misma.
—No he oído nada acerca de Thomas. Pero Pete sí trajo a su novia a la casa esta
semana. Era amable, no una zorra como tú —Becka se mete una rebanada de naranja a
la boca y esboza una sonrisa con la cáscara de naranja al frente.
Smitty resopla, mirando a su no novia con una expresión fácil de leer. Ella saca
la cáscara de naranja de su boca y se la lanza a Kelly. Golpea a Katie y ella grita.
—Tuvo sexo con Valarie, pero probablemente sabías eso —dice Kelly, botando
la cáscara de naranja fuera de la mesa.
Me esponjo el cabello y pellizco mis mejillas hasta que están de un rosa brillante,
pero no soy esta chica. No soy dura como Valarie. O sexy.
No sé qué parte de mí duele o de dónde viene, pero lloro antes de limpiarme las
lágrimas y pararme derecha. Soy importante para Thomas. Valarie es alguien con quién
tengo que lidiar hasta que… no lo sé. Hasta que algo pase.
Si hubiera sido yo quién hubiera estado en una pelea, no hubiera visto la luz del
día por un mes. Pero Thomas y Becka no les temen a sus padres, y no hay razón para
que lo tengan. No hay consecuencias.
—Tengo que ir a estas cenas y fingir que me agradan estas personas. Preferiría
quedarme en casa con mis hijos.
—Debe ser duro —digo, cautivada. Me encanta oír acerca de su vida. Es elegante
y lejos de lo que experimento en casa.
Estoy fascinada.
Rebecka me espera en el porche vestida con una playera de una banda y unos
jeans de novio. Las bailarinas negras adornadas con tachuelas que se compró ella sola
hace unas semanas están en sus pies, y ella las señala así que me doy cuenta.
Los chicos siempre están en casa antes que nosotros, pero hoy Rebecka nos
venció a todos.
—¿Están aquí? —pregunto, tratando de ver a través de la puerta principal.
—No, se fueron hace un rato. Van a encontrarse con este tipo Casper. No lo sé,
pero estarán de regreso para tu fiesta.
Thomas baja las escaleras, murmurando un feliz cumpleaños cuando pasa y abre
el refrigerador. El buscapleitos residente saca la Coca. Alinea tres vasos rojos, vertiendo
Captain Morgan en cada uno antes de salpicar algo de soda encima.
Petey y Ben están justo detrás de ella. Ligera y algo achispada de los pies, soy la
siguiente en seguirlos. La puerta principal se abre y casi me pega justo en la cara, pero
Thomas me aparta del camino de un tirón a la parte de atrás de mi suéter.
Son los vecinos del final de la calle con una botella de vino.
—¿Los necesitas para que te sostengan la mano o algo así, Bliss? —Pregunta
Thomas burlonamente, jugando con el control remoto del estéreo.
La casa se llena de voces susurrantes y ritmos graves, ahogando los ruidos más
pequeños. El bajo vibra a través de mi pecho, lanzando adrenalina por mis venas.
Thomas me mira ahora, sonriendo, esbozando una sonrisa de suficiencia. Levanta las
cejas y toma un trago de su vaso.
Sacudo la caja. Petey y Ben me dicen tramposa. Thomas me mira indiferente. Lo
conozco mejor.
Rebecka se deja caer frente a mí, apartando su flequillo de sus ojos azules de un
soplido. —¡Abre, abre, abre! Te va a encantar.
Eres demasiado joven. Debes devolverlo. Eres nuestra hija, no suya. Solo tienes
trece, Leighlee.
Casa.
Miro a Thomas. Él teclea algo en su celular, y el mío hace beep. Dice que tengo
un mensaje de Dusty. Rebecka se ríe, quejándose de que ella quería ser la primera en
escribirme.
Lo reviso.
Hola, princesa.
Se siente como demasiado, pero hay una mesa entera de regalos todavía por
abrir. Smitty y Oliver llegan entre un nuevo par de jeans y un vestido que mis padres
nunca me dejaran usar fuera de la casa. Es corto con la parte de abajo con un diseño
floral y la parte de arriba sin mangas de color grisáceo, definitivamente uno de mis
regalos favoritos. No solo porque es hermoso, sino porque es diferente a cualquiera que
tengo. Muestra que me estoy haciendo mayor.
—Llévala al baño —dice Thomas, pareciendo molesto. Petey y Ben tienen los
ojos tapados con sus manos, pero ambos están echando un vistazo.
Parada sobre pies descalzos, Becka me saca el cárdigan negro, dejándome con
una camiseta sin mangas blanca. El vestido va sobre mi cabeza y abajo por mi cintura.
Me quita la camiseta y desabrocha mis jeans, tirando de ellos hasta mis tobillos donde
me los quito a patadas.
Empujo mis dedos a través de mi cabello, separando los rizos, y dando vuelas de
puntillas. La falda se balancea a mi alrededor, rozando mi piel.
—Uno más, Leigh. —Rebecka me da la última caja. Dentro está mi primer par de
zapatillas altas. De yute y de color crema, son de punta abierta y lo suficientemente
altas. Las deslizo en mis pies y levanto un pie para mostrarles a todos. Esta vez miro
directamente a Thomas.
—Ella no es mía, pero la quiero como si lo fuera y es hija del Juez McCloy, pero
puede que tenga que quitársela.
—Oh, por Dios. —Se detiene, apuntando un dedo hacia mí—. Hagamos un
brindis. Nuestros primeros tragos.
Thomas alinea los vasos, y los cuento, dándome cuenta que nos faltan dos.
Huelo el licor de color claro antes de poner mis labios en el borde, dando sorbos.
Me siento cálida después de los tragos, así que los dejo. Nos sentamos, reímos y
bromeamos. De algún modo la pelea en la escuela sale a relucir y Becka deja de bailar
lo suficiente para recrear todo el asunto. Aunque dramático, hace un gran trabajo al
imitar el tono exacto del grito de Kelly.
Petey abre la puerta y Valarie está al otro lado sosteniendo una botella de vodka.
—La fiesta está aquí —dice ella.
—¿Qué está haciendo ella aquí? —pregunta Becka lo suficiente fuerte para que
todos oigan.
Si yo lo dijera.
—No —dice ella—. Maldición, Thomas. Deja de traer a tu novia puta a mi casa.
Pero esta no es la fiesta de él; es mía. No le tengo miedo a ella. No le tengo miedo
a él.
—Hermanita, te ves tan mayor —dice ella. Valarie huele a nicotina y cerveza. Al
igual que la chica con la que está.
—Deben ser la ropa —dice ella—. Digo, apenas tienes, trece, ¿cierto?
Se ríe entre dientes, mirándome por fin. —No tengo la menor maldita idea, Bliss.
—Ella no debería estar aquí —digo, metiendo una fresa esta vez.
—Lo sé.
—Tengo un par de cosas para ti. Una de ellas es de parte mía y de los chicos. ¿La
quieres ahora?
—Vamos.
Valarie y Mixie están hablando con Oliver, y Becka está ocupada besándose
intensamente con Hal. Nadie se da cuenta que Thomas, tonto, más tonto y yo vamos
arriba.
—Feliz cumpleaños, princesa —dice Thomas antes de dar una profunda calada.
Los tres retienen el humo en sus pulmones, acercándose un poco más, un poco
más y un poco más, hasta que están justo frente a mi cara.
Jadeo.
Quiero besarlo.
Thomas se carcajea, tomando mi mano. —No me digas eso, Bliss. Eres demasiado
joven… no tienes ni idea.
Lo hace.
Tommy y Lucas entran a tomar dos botellas más de vino. Me echan un vistazo y
se ríen como los chicos.
Para las dos y media de la mañana, Becka está completamente dormida boca
abajo en el sofá. Tommy le quita las bailarinas a su hija y la cubre con una manta. Lucas
está en la cocina con Petey y Ben, dándoles un sermón a los holgazanes acerca de “hacer
algo importante con su vida,” y sobre “la importancia de ser importante.”
Está borracho.
Smitty y Oliver se fueron, y las únicas que todavía quieren festejar son las Zorras.
Valarie balancea y sacude su trasero frente a Thomas, a pesar de que la música
está apagada. Ella trata de besarlo, pero él la aparta de un empujón. —Mis padres están
aquí, Val. Ten algo de respeto.
Thomas y yo esperamos a que todos los demás estén dormidos antes de irnos a
la cama nosotros.
Su cuarto está frío porque dejó la ventana abierta. El vago aroma de la hierba se
mezcla con el usual aroma a vainilla y problemas de Thomas. Saco los pies de mis
nuevas zapatillas y me deslizo bajo las sábanas con mi vestido puesto, poniendo una
alarma en mi celular para despertarnos a las cinco.
Thomas se cambia de ropa. No miro. —Ponla a las siete, nena. Todos dormirán
hasta tarde.
—No. —Salgo de la cama—. Date la vuelta —digo. Me mira por un momento más
largo antes de hacerme caso.
Quedándose sobre las sábanas mientras yo me meto bajo ellas, extiende su mano
hacia mí. La tomo, y él juega con mis dedos bajo la larga manga de su sudadera,
haciéndole cosquillas a mi piel hasta que me quedo dormida.
La alarma suena a las siete a.m. Thomas tiene su brazo sobre mí y no quiero
moverme, pero lo hago, tomando mi vestido y mis zapatos conmigo. Segura y a salvo en
el cuarto de Becka, me cambio de ropa con un par de pijamas de ella y escondo la
sudadera hasta el fondo de mi maleta para pasar la noche.
No puedo evitarlo.
Traducido por Sitahiri
e alegra que sea viernes —dice Rebecka desde el final del pasillo.
Se pone un suéter encima de su camisa de franela—. Ha pasado
tanto tiempo.
Dejé la casa de los Castor el domingo por la tarde. No ha pasado una semana,
pero se siente como mucho más tiempo. Extraño su cuarto, su casa, a su hermano.
Oliver sonríe amigablemente con una paleta entre sus muelas. El palito está
apoyado en la esquina de sus labios, y sus manos están en los bolsillos delanteros de los
pantalones vaqueros. Smitty está con él, haciéndole ojitos de enamorado a Becka
mientras ella se baja su boina sobre su largo flequillo rubio y marcha hacia nosotros
como un soldado del punk rock.
Él no tiene ni idea de lo que es vivir con padres como los míos. Se volvieron locos
cuando regresé a casa con un celular, y como resultado, he pasado cada minuto de mi
tiempo libre siendo una Bliss extra maravillosa. Tuve que prometerle a mamá un día de
chicas en el jardín cuando llegue a casa para salir de la casa esta noche.
Rebecka choca los cinco con Smitty y me mira con ojos azules que destellan y
alegran. Cuando está emocionada, sonríe un montón, y hace que todos los demás lo
hagan.
Le subo la capucha y amarro las cintas hasta que algodón negro se apila
apretadamente alrededor de sus mejillas. Ella arruga la nariz y hace una cara chistosa.
—Una semana son como diez años en tiempo de mejores amigas —le explica la
mía a Oliver como si fuera un hecho.
Entrelazo mis dedos desnudos entre los de Becka cubiertos con guantes. Ella
lleva mi mano arriba y besa el dorso de ésta para que todos lo vean, pero el pasillo casi
está vacío a excepción de nosotros, y estoy lista para irme. He esperado toda la semana
por la libertad bajo su techo.
Tan pronto como entramos por la puerta principal de Becka, lo siento. El aire en
el interior es cálido, pero se siente más cortante y amargo que afuera. No me quita el
frío, porque antes de que pueda ver qué está pasando, lo escucho.
—No puedes seguir haciendo esta mierda, Thomas. ¿Cuántas malditas palancas
crees que puedo mover?
El silencio con el que se encuentra el sermón de tercer grado de Luke pesa mucho
en mi corazón que late ansiosamente. Tommy se dirige hacia la conmoción mientras su
hija deambula por la cocina. La sigo, pero no puedo evitar echar un rápido vistazo a la
sala.
Thomas no alza la vista cuando su madre se aproxima. Está despatarrado con
sus largas piernas estiradas y abiertas frente a él. Su cabeza está echada hacia atrás en
donde sus brazos están colocados sobre la parte de atrás del sofá. Sus ojos están
abiertos, pero está mirando al techo.
—No dejas que nadie se meta contigo. No te críe para que seas un vándalo, pero
no te desquites con cualquiera que te mire mal. Y dejarás de saltarte clases. Estoy
cansado de esta…
—Le rompió la nariz a un chico. Mientras se suponía que debía estar en biología.
—Maldición, Thomas… —La voz suave como seda, dulce como una sonrisa de
Tommy Castor se convierte en una de disgusto y exasperación más rápido de lo que
puedo parpadear.
Y, son constantes.
Las reglas no son borrosas en mi casa como lo son aquí. En mi casa, lo malo es
malo. Beber, drogas, pelear, todo es malo. Aquí, está bien mezclar algunos cócteles o
fumar un poco de hierba, siempre y cuando se quede aquí. Aparentemente pelear
también está bien, mientras que alguien más lance el primer golpe o realmente se lo
merezca.
Tal vez si me metiera en la mitad de problemas en los que Thomas se mete, vería
un lado diferente de mis padres.
Soy incapaz de evitar dar otro vistazo a la sala en nuestro camino arriba. Los ojos
de Tommy están entrecerrados. Está fulminando a su hijo como si estuviera resistiendo
cada deseo de retorcerle el cuello.
—¿Cómo pudiste ser tan estúpido, Dusty? ¿Qué se supone que vamos a hacer
cuando alguien finalmente decida presentar cargos?
A él no le importa.
¿Esta pelea fue tan mala que finalmente se llevaron a Thomas al campamento
militar sin dejarlo empacar o que se despidiera?
Cuando bajamos para cenar, Lucas y Tommy se han ido, pero hay luz y música
provenientes de la puerta cerrada de Thomas. Me siento mejor al saber que está aquí,
pero no por mucho. No realmente, en especial una vez que Becka y Smitty comienzan a
enviarse mensajes. Mi teléfono está en el bolsillo para que pueda sentirlo, pero nunca
vibra.
Tal vez todavía está molesto, pero Thomas sabe que estoy aquí. Podría
mandarme un mensaje o algo así. Cualquier cosa. No hay regla que diga que se supone
que me trate diferente que a los demás, pero tal vez debería haberla. Porque meterme
a la cama con Becka y preguntarme en dónde voy a dormir esta noche no está bien.
Boca arriba, al lado de mi mejor amiga de rápido dormir, observo las sombras en
sus paredes mientras los minutos pasan.
Diez.
Quince.
Vagamente puedo oír música proveniente de su cuarto, y quiero ir, ¿pero por qué
debería?
Doblo mis rodillas y saco los dedos de mis pies por debajo de las mantas
compartidas.
Después de la primera noche que pasé con Thomas, pasaron tres meses antes de
que me escabullera de nuevo en su cuarto. Ahora, es un hecho: quedarme con Rebecka
significa noches robadas con Dusty. Estamos a un mundo de distancia el resto del
tiempo, y él raramente me deja olvidarlo, hasta que estamos en su cuarto. Solos, somos
nosotros: un inocente secreto hecho de malos hábitos extendidos sobre su cama.
Pasan otros diez minutos. Luke y Tommy regresan a casa, y odio lo que siento.
Hermanita.
Indecisa.
Confundida.
—¿Por qué tardaste tanto? —pregunto, medio jugando, medio seria, todo
suavemente, tratando de tantear su humor.
Thomas se lleva el porro de nuevo a sus labios. Mientras inhala una bocanada, la
visión de sus nudillos abiertos y amoratados hace que mi corazón de un vuelco. Quiero
preguntarle sobre la pelea, pero parece que tiene algo que decir.
Suelta el humo y lanza la colilla por su ventana. Cuando la cierra, ningún frío
permanece mientras camina hacia mí. Entre más se acerca, más abrigada estoy.
Dedos de los pies contra dedos de los pies, pero ni de cerca de la misma estatura,
levanto la mirada. Quiero una respuesta, pero Thomas me observa con cejas arqueadas
y ojos que están a partes iguales drogados, sinceros y seguros.
Thomas encuentra mi mano bajo sus sábanas. Me abraza un poco más cerca, y es
abrumador… el efecto que su toque tiene en mi pulso. En frente de mí, curva sus dedos
entre los míos y mi corazón late tan intensamente que lo escucho en mis tímpanos. Lo
saboreo en la parte de atrás de mi lengua, y lo siento en mi palma.
—No hagas eso de nuevo, nena —me dice suavemente. Vacilo, pero aflojo mis
dedos, preocupada de que haya lastimado sus nudillos cortados, pero él acaricia la parte
de arriba de mi mano con su pulgar.
Moviendo de lugar nuestras manos, cubro la suya con la mía y cierro los ojos. Me
quedo dormida suavemente tocando alrededor de nudillos abiertos y cortados y
saboreando nuestro secreto en la oscuridad.
Es Día de Acción de Gracias y los padres de papá están de visita. Estar en algún
otro lugar que no sea aquí hoy y mañana está de sobra. Interpreto mi papel y no es
terrible. Estaré libre de nuevo el sábado, pero eso se siente a millones de años de
distancia.
En la mesa, tomamos turnos para dar gracias. Bliss es una de las muchas cosas
que tanto mamá como papá dicen. No comparto todas las mías en voz alta, pero
agradezco que abuelita y abuelito estén aquí. Doy gracias por mis dos familias. Mis
padres son irremplazables, pero amo a Lucas y Tommy, también.
Entre bocados, sonrío para mis adentros. En el fondo, estoy más que agradecida
por Thomas.
Tan insistente como es con que me comporte como alguien de mi edad, Thomas
me trata más como un adulto que nadie más, porque compartimos el mayor de los
secretos. Nuestra confianza en cada uno va más allá de la confianza entre mejores
amigos, y estoy doblemente agradecida por ello.
—Nuevas botas para la nieve —digo en lugar de más libertad, unas cuantas
oportunidades y un poco más de fe de las personas que me dieron la vida—. Grises, con
agarre extra en la suela.
Cuando parto la espoleta del pavo después con abuelito, secretamente pido que
Thomas se quede en casa el sábado por la noche. Lo extraño. Extraño el arrebatador,
acelerador de pulso, indefinible y abrumador modo en que nuestro tiempo prestado me
hace sentir. Extraño su risa y su cama, y su cara de recién levantado y somnolienta voz.
Extraño el suave tono que usa cuando me dice nena, y tomarnos de la mano en la
oscuridad, y el modo en que me mira en la mañana. Extraño sus brazos, y el latido de su
corazón, y… a él.
Pienso en mandarle un mensaje, pero no sé qué decir. Apagando la luz del techo,
enciendo mi lámpara de noche y abro The Giver.
Mis párpados pesan después de unas cuantas páginas. No puedo evitarlo; tengo
las mangas de Thomas cubriéndome los dedos y mis dedos cubiertos por la tela puestos
contra mi barbilla y labios. Las mangas son suaves encima de mi piel, y el aroma de
problemas alrededor de mis sentidos arrulla mi consciencia y manda mi somnolienta
curiosidad a un lugar al que nunca ha ido antes.
Pero estoy sola en mi cuarto. Puede ser mi propio secreto. Nadie lo sabrá nunca.
Entusiasma, captiva y excita. Así que, agarro la parte de abajo con ambas manos.
Doy el más ligero tirón, para poder sentir eso de nuevo.
Aprieto los labios para evitar jadear cuando la suave tela roza y estimula puntos
sensibles. Mi piel se siente estremecida y tensa, como cuando tengo frío, pero esto es
diferente. Mis mejillas se sonrojan, y mi pulso se acelera, y mis manos repiten el ligero
movimiento de nuevo por sí mismas.
Sé que sabes que me encanta, pero es Acción de Gracias. Estoy agradecida por tu
sudadera. Eso es todo.
Metiendo mi teléfono bajo mi almohada y apagando la lámpara, me acurruco
bajo la calidez con aroma a Dusty y las nuevas sensaciones. Cierro los ojos y suspiro, y
un segundo después mi teléfono vibra. Las palabras que brillan en la oscuridad
iluminan todo mi mundo.
Abuelita envía mis nuevas botas en el correo dos semanas después. Están
esperándome cuando llego a casa de la escuela, y una vez que están puestas no quiero
quitármelas nunca.
—Están como blindadas —le explico a Thomas con mi voz más baja. Le di las
buenas noches a mis padres hace horas, pero todavía tengo cuidado. Y sigo usando mis
botas.
Él es un chico. No espero que entienda por completo la grandeza que tienen las
botas para nieve, pero adoro escucharlo reír. Así que sigo.
No puedo estar en ningún lado más que en casa el Día de Navidad y la Víspera de
Navidad, pero mamá accede a dejarme pasar la noche antes de eso con Becka. Es la
traicionera mitad del invierno y hay nieve sobre hielo en cada dirección, haciéndome
extra agradecida por las súper botas.
Tommy nos recoge después de la escuela, y no podría estar más emocionada por
intercambiar regalos con mi chica.
Tal vez tan solo estoy igual de emocionada por ver a Thomas. Le compré un
regalo, también, pero en su mayoría estoy deseando estar con él.
—Muérete —espeta Becka, dentro del radio de audición antes de que Valarie
cierre la puerta del baño.
Porque sí importa.
Thomas tiene quince años y es independiente, con su propia vida. Cómo pasa su
tiempo, y con quién decide pasarlo, es su problema, como es el mío con quién decida
pasarlo y qué decida hacer. No debería preocuparme. No debería importar, porque a
pesar de que Valarie tenga partes de él que yo no, ella no tiene las mejores partes.
Él no podría.
Echándome el cabello sobre los hombros y respirando hondo, tomo mis botas
para nieve en lugar de los regalos que se suponía intercambiáramos.
No me importa.
Pero sí importa.
No pueden hacer esto, no aquí. Esto importa. Esto es mío.
El alivio es mínimo.
Thomas regresa sus azules ojos de parpados caídos hacia mí, y cuando se ríe, sé
que es por mis botas.
Me aparto de su puerta, hacia él. El aire es más frío con cada paso que me acerca,
pero ahí es dónde está, ahí es adónde voy. Me recargo en el otro lado de su ventana
abierta, encarándolo. Estamos cerca, pero el espacio entre nosotros está hecho de aire
de invierno, inconsistencia y conjeturas.
Detesto esto.
Hay seriedad en las palabras por sí mismas, pero no se oye enojado. Su tono
coincide con su ánimo despreocupado y postura relajada.
—Mientes.
—Quítate las botas y siéntate —dice él—. Es nuestra noche de Navidad, ¿cierto?
Camina al pie de su cama, y mis nervios consumen mi estómago con rabia entre
más se acerca. Me cruzo de brazos con más fuerza. Miro la alfombra, sus zapatos, a todos
lados excepto su cama o a él.
Thomas se ríe.
Entre eso y el frío que siento por todas partes, me estremezco. Thomas sigue
sosteniendo la caja de regalo, y sus cejas se arquean. Sus ojos azul claro ya no están tan
despreocupados. Hay preocupación y confusión bajo sus párpados caídos, y me está
mirando como si le importara.
Sus hombros caen mientras voltea sus ojos hacia el techo. Inhala y sus dedos
cambian su agarre en el regalo.
—En tu cama.
Las cejas de este chico se arquean más. Mira su cama por encima de su hombro,
después a mí, y abre la boca para decir algo, pero entonces lo veo comprender.
—Bliss, yo no…
Hace una pausa, y puede que nunca lo admita, pero puedo oír el dolor en su voz,
y hace que mi corazón, estómago y cada parte de mí se sientan terribles mientras aparta
la mirada. Se da la vuelta, vaciando sus bolsillos en su cómoda, y el modo en que respira
lo hace estar de pie más derecho cuando me encara de nuevo.
—¿Me darías tu mano, por favor? —pregunta, y levanto la mirada. Es solo ahora
que me doy cuenta que está esperando. Que ha estado esperando desde que dije que no.
Thomas acorta los tres pasos entre nosotros, y doy uno apartándome de la
ventana. Cuando él extiende su mano en busca de la mía esta vez, no la aparto. Lo
encuentro a mitad del camino.
Se siente inmenso, lo que sea que sea esto. Como un acantilado, pero también
como el hogar: inestable, pero esencial. Como el principio y como un siempre, y quiero
conservarlo, esto, para siempre.
Este chico saca otro de mis rizos y me levanta por las caderas para que pueda
ponerme en el borde de su cama.
Arrugo el entrecejo y observo sus ojos mientras se agacha más cerca, levantando
mi pierna izquierda por mi tobillo cubierto por la bota de nieve.
Thomas se ríe mientras me saca la bota y la lanza al piso con un ruido sordo.
Las mariposas que han reemplazado los nudos en mi estómago revolotean por
todo el camino subiendo detrás de mi sonrisa cuando mete mis pies desnudos bajo su
pierna para calentarlos.
—Solo la verdad.
Durante unos cuantos años ya, han sido mi día favorito de la semana. Estoy
somnolientamente feliz y tranquila en las mañanas, pero los viernes estoy saltando
eufórica por dentro.
Hoy no es diferente.
Es viernes por la mañana, lo que quiere decir que tendré la oportunidad de ver
a Becka. Y el pensamiento que viene con ello tan natural como impaciente: tendré la
oportunidad de ver a Thomas.
Recién bañada y envuelta acogedoramente en una toalla, uso otra para secarme
el cabello e inhalo dulces panqueques de canela y café recién hecho de camino a mi
habitación.
Soy una firme creyente de que la música correcta es esencial para que cualquier
mañana sea una buena, en especial una más temprana de lo normal. Con la puerta
cerrada, pongo la mezcla de Beatss with two s’s que Rebecka hizo específicamente para
el Año Nuevo y subo el volumen. No demasiado fuerte, solo lo suficiente para sentir el
ritmo y las percusiones y timbres mientras me muevo con ellos.
Subo por mis piernas la ropa interior color rosa pálido y abrocho el sostén a
juego, echándole un vistazo a mis botas.
Mezclilla ceñida y oscura estirada sobre valentía rosa pálido, me deslizo dentro
de una blusa de tirantes y un cárdigan, calcetines de lana y mis súper botas. Camino
bailando a mi tocador en donde rizo mi cabello y pongo brillo en mis párpados. Para
cuando termino y tomo mi mochila hecha anoche, hago todo menos saltar escaleras
abajo mientras sigo moviéndome al ritmo de la música.
—¿En dónde estuvo esta vez? —pregunto, cada una caminando hacia atrás en
direcciones opuestas.
—En el maldito refrigerador. ¡En el cajón de las verduras! —se ríe, intentando
vaciar la tirita en su lengua, pero el polvo azucarado azul vuela por todos lados.
—Necesitas empezar a poner tus zapatos bajo llave. —Tengo que darme la
vuelta para subir las escaleras.
—¡Lo sé! Es un cabrón. —Mi chica esboza una sonrisa fácil y deslumbrante. Ella
está tan enamorada de las mañanas de los viernes como yo.
No, pensé en quedarme en casa y trabajar en algunas lecturas para créditos extra.
Como todas las niñas buenas deberían en las noches de viernes, dice su mensaje.
Como si fuera a estar en cualquier otro lado un viernes por la noche, respondo.
—¿No es algo grosero regresar un regalo al que lo da? —pregunta Thomas, ceja
oscura arqueada sobre curioso ojo azul.
—¿Qué?
Desatando los lazos del regalo que le había pasado sin apartar la vista de mí,
pregunta:
—Cállate, Thomas.
Eso fue hace aproximadamente tres semanas. Estoy lista para tener de regreso
mi sudadera ahora.
Las horas del viernes pasan más lentas que las de cualquier otro día de la
semana, pero eventualmente estoy en el asiento trasero del Mercedes de Tommy con
libertad y euforia recorriéndome. Estamos de camino al centro comercial en Toledo,
pero mi mejor amiga tiene otras ideas.
—Claro. —Tommy asiente. Le esboza a su hija una sonrisa de sí, claro, e incluso
su sarcasmo es hermoso. Sus ojos chispean y su sonrisa de suficiencia me recuerda a su
hijo—. Y tal vez tu padre no te lo arrancara de tu hermosa cara.
El deseo pasa mientras nos dirigimos al cine. Smitty y Oliver están ahí, y estoy
bien con no tener nuevos agujeros perforados en mis lóbulos, y con mamá y Tommy no
siendo las mejores de las amigas. Estoy a una ciudad entera de distancia de casa,
comprando y haciendo cosas de las que mamá y papá no tienen ni idea. Estoy
despreocupada y feliz, y más agradecida que nada.
Regresamos a casa de Becka un poco después de las once. Thomas está fuera con
sus amigos. Luke está en Portland por el fin de semana, y Tommy se va a su habitación
a dormir. Rebecka y yo básicamente tenemos la casa para nosotras.
Después de una hora en el sofá, Thomas sigue sin estar en casa, y estamos
cansadas. Quiero estar despierta cuando regrese, pero estoy exhausta.
Despierta, niña.
Mi sonrisa se hace más amplia segundos antes de que cada otra parte de mí
misma y mi corazón se agiten por la parte del viernes que he estado deseando más que
ninguna otra.
—Hola, borracho —susurro, amando cuán cálidos están sus dedos entre los
míos.
Puede que además ahora mismo sea un rufián borracho, pero el verlo sellar un
porro con pequeños lametazos y cuidadosos dedos hace tremendas cosas a mis
mariposas.
—Ajá —asiento, sintiéndome pillada y algo tonta. Subo mis dedos al siguiente
trocito de perla—. Los botones son preciosos —digo.
Thomas esboza una sonrisa torcida. Echo un vistazo y no está mirando, pero está
sacudiendo la cabeza.
—Ni siquiera te atrevas —dice él. Sus labios curvados hacia arriba de nuevo tras
sellar el segundo porro. Su tono es poco exigente, pero no cambia lo que está diciendo.
—¿Por qué no? —No entiendo por qué está en contra de la idea. O por qué le
importa. Estoy bastante segura que Valarie tiene el suyo perforado. ¿No es eso lo que le
gusta a él?
Tuerce el final del porro, inmerso en trabajo cauteloso y prohibido. No creo que
se dé cuenta de lo que dijo.
Mi corazón late pura e inflexible alegría. Resplandezco radiante. Tiemblo con
invencible felicidad, y no puedo creer lo que salió de su boca. Me siento un poco más
derecha y hundo las puntas de mis pies bajo su pierna por calor. Fijo mis ojos en su
perfil demasiado hermoso para su propio bien y espero a que él lo pille.
Cuando me mira, la sonrisa torcida de Thomas crece para volverse una sincera
sonrisa. Baja el porro y acaricia mi tobillo derecho. Su toque hace que mi pulso se
acelere.
—¿Amas mi ombligo?
Las mejillas de Dusty, sonrojadas por el alcohol, se ponen un poco más rojas.
Echa un vistazo a mi playera levantada, mi ombligo expuesto, y después sube la mirada
a mis ojos.
—Dijiste que amabas mi ombligo —le recuerdo—. Dijiste “amo,” Thomas. Amo
—arrastro la palabra al decirla—. ¿Eso quiere decir que me amas?
Y entonces dice:
Siento mis labios y párpados, mi corazón, y el profundo lugar en que residen mis
cosquilleos todos un poco más abiertos.
Thomas se agacha un poco, haciendo que estemos más cerca. Me siento rodeada
por su vainilla y problemas y amor, y cuando respira, quiero lamer sus labios.
—¿Tú me amas también? —me incita, arrastrando la palabra como lo hice yo con
su voz tenue y suave como el aire.
Entre más nos reímos y nos callamos, y hacemos cosquillas y enredamos, más
segura estoy de que Thomas ya tiene una parte de mí. Como yo tengo una de él. Es más
grande que mi ombligo… está bajo mi piel. Es ilimitada. No tengo una palabra para ella.
Es suya.
Ya lo era.
Jugueteo y ruedo bajo él, partiéndome de la risa tan silenciosamente como puedo
contra sus almohadas mientras me hace cosquillas bajo las costillas.
—¡Está bien! —susurro entre risitas, indefensa—. ¡Está bien! ¡Está bien!
Dusty se ríe, la cabeza hacia atrás, la sonrisa de cuerpo entero de la que nunca
puedo tener suficiente. Roza su pulgar arriba y abajo sobre mi piel cuando baja la vista
hacia mis ojos.
Es más fuerte justo bajo su mano, pero mi corazón late por todos lados.
ué estás haciendo?
—¿Por qué?
—Porque me encanta.
—¿Becka?
—No. —Blanco.
—¿Laura?
Mordisqueo el amarillo.
—¿Quién?
—Los Twinkies son mis dulces esponjosos favoritos, pero el caramelo de maíz
es mi dulce clásico favorito.
—Es bueno saberlo —dice—. Pero dile a Oliver que dije que, si te compra
caramelo de maíz de nuevo, voy a romper sus malditas manos.
—Le dije que me gustan los granizados de Coca Cola, también, pero él no me
compro uno de esos. Dijo que era demasiado frío. No es que me importe. Me congelaría
por granizados de Coca Cola.
—Vas a tener caries, nena, con todo el azúcar que comes. —Thomas suena
despistado. No me sorprendería si él está enrollando un porro.
—Me gustaría que estuvieras aquí —dice en voz baja, dando una calada. Sé
exactamente como luce la curva de su sonrisa probablemente en este momento: un
poco torcida, una gran cantidad de problemas.
—Yo también. —Él está claro para mí. Prácticamente lo puedo oler.
Él está tosiendo ahora, y estoy frotando mis labios contra el cuello de algodón de
su sudadera.
—Casi —miento. La adrenalina fluye por mis venas, enviándome un subidón que
es casi imposible de contener la explosión a través de mi cuerpo. Mis manos tiemblan
de emoción, y espero que ella no pueda ver la sombra de una sonrisa en mi cara.
—Hermosa, hermosa, nena Bliss. Nena, nena Bliss. —Él se está riendo, dando
una calada.
—Ven —exhala.
—Tomaré el auto de mi mamá. Iré por ti. —Él está solo bromeando a medias—.
Di que sí.
—¿Conducirás drogado?
—Te amo.
El fin de semana siguiente estoy donde los Castor, agitando la mano delante de
la cara dormida de Becka, pero ella está realmente muerta para el mundo. El largo
flequillo rubio sobre sus ojos, y se quedó dormida con un chicle de canela en la boca. En
lugar de despertarla para que pueda escupirlo, me alejo de puntillas.
—La mamá de Pete es una borracha. —Se aclara la garganta, frotándose los
ojos—. Él no sabe dónde está, y ella no pagó la factura de la calefacción.
Echo un vistazo por encima del hombro hacia la ventana abierta donde fuera el
suelo está cubierto de hielo. Las ramas de los árboles desnudas son arrastradas por el
viento y congeladas, y las estrellas se ocultan detrás de las nubes porque la nieve está
pronosticada.
Todo el mundo sabe que el padre de Pete se fue cuando él tenía seis años. No veo
mucho a su madre, Rachel, pero me he reunido con ella un par de veces. Es buena.
Atrevida con el pelo largo y rubio rizado; y grandes ojos marrones. Su hijo de ninguna
manera habla mal de ella, pero tiene sentido el por qué él está aquí a menudo.
Lucas y Tommy son proveedores naturales. Nunca dejarían ir a Petey sin cosas
fáciles, como calor y amor.
En bajos susurros, con nuestras piernas enredadas y nuestros cuerpos cerca,
mantengo a Thomas hablando. Nuestra conversación cambia de un amigo a otro: Ben.
Lealtad Italiana, sus padres acaban de llegar y son mayores que otros padres
para nuestra edad. Ben no solo es el más joven, sino que también es el único chico de
cuatro hijas. Él es tratado como un rey bajo su techo. Sus padres son completamente
ajenos a lo que Ben hace y no hace.
—Él se sale con la suya —le susurro, desapareciendo lentamente bajo el tono de
voz de Thomas.
—Odio a esa perra —Becka lanza un palo de apio medio mordido hacia Kelly
mientras pasa caminando.
Pongo los ojos en blanco, tirando un poco más hacia abajo de la cabeza mi gorrita
tejida. Mi nariz está de color rojo, los dedos congelados, y los dedos de los pies
suplicando clemencia dentro de mis botas maravilla. Es una tarde de marzo
anormalmente fría en Newport, pero el aire helado no me podía mantener lejos.
Petey está en el montículo del lanzador mientras que Thomas está en primera
base, y Ben se destaca en el jardín central, escupiendo semillas de girasol sobre la
hierba. Tommy abandonó hace veinte minutos y está mirando el partido desde el auto.
Pero hay algunos fanáticos aquí, como yo y Rebecka. Y Kelly, Katie, Mixie y Valarie.
Las Zorras.
Niego con la cabeza. Tenemos que estar aquí para los chicos, especialmente Pete.
—Los muchachos están a la altura. —Becka señala con la cabeza hacia los nueve
jugadores corriendo. Mis ojos arden de parpadear menos por soñar despierta.
No podemos.
Pero lo sabemos.
Sin embargo, un par de filas por debajo de nosotros, Valarie silba y dice en voz
alta el número de Thomas. Se inclina hacia Mixie, diciendo en voz lo suficientemente
alta para que todos oyeran:
El asco que siento quema mis frías mejillas y saca ampollas en mi rápido corazón
palpitante. La idea de que ella lo toque me ennegrece de adentro hacia afuera, me
quema.
Becka se burla.
—Qué asco.
Cuando el vegetal verde cae entre las gradas sobre el piso de cemento, Thomas
finalmente se aproxima a la puerta entre las tribunas y el campo y hace señas a Valarie.
Radiante y con exceso de confianza, ella se levanta de un salto como si hubiera ganado
algún tipo de premio. Cuanto más se acerca a él, más ánimo pone en su paso, y más
quiero caer entre los bancos.
Froto con aire ausente la parte superior de la mano de Rebecka cuando le da la
vuelta y captura mis dedos, aquietando mis movimientos y mi corazón.
Valarie casi tiene la nariz pegada a la valla de tela metálica con los brazos
cruzados a la defensiva sobre el pecho. Thomas escupe la última de sus semillas de
girasol y se limpia las manos en la parte delantera de sus pantalones. Habla bajo por lo
que solo Val le oye, pero puedo decir por la forma en que apunta con su dedo y la
postura rígida de sus hombros y la de ella que su conversación no es agradable.
—¿Becka?
—¿Sí?
Amor.
Maldito amor.
Quiero decirle a Becka todo acerca de esto. Quiero gritar: —¡Estoy enamorada,
también!
—¿Qué se siente?
—Es difícil de explicar. —Rebecka sopla el flequillo de sus ojos. Ella es toda
energía nerviosa y rebote, y se desplaza más cerca hasta que estamos nariz contra nariz,
de corazón a corazón. Amor a amor.
—Inténtalo.
—De acuerdo. —Suspira con los labios hacia arriba—. Ya sabes cuando haces un
sándwich con mantequilla de maní y jalea y es tan bueno, ¿sonríes durante todo el
tiempo que dure? —pregunta.
Asiento.
—Y es demasiado bueno para comérselo muy rápido, entonces te lo comes
despacio y sin parar porque sabes que una vez que lo termines, si haces otro, este no
sabrá de la misma manera.
Asiento.
—Te lo comes todo, comiéndote la corteza primero, yendo a ninguna parte cerca
de la mitad.
—Sí —digo.
—Ahora lo único que te queda es el centro del sándwich, entonces esperas unos
momentos para comértelo porque va a ser la mejor parte. Esa parte gruesa con trozos
de maní y la jalea es pegajosa y se atasca en tus dedos.
Asiento.
Asiento.
Rebecka sonríe.
Replica casualmente,
—¿Por qué está ella llamándote a las cuatro de la mañana? —Trato de no sonar
insegura y desconfiada, pero es difícil. Con Valarie, es difícil.
No me contesta.
—No.
—Tienes que hacerlo —le digo con voz suave—. Porque me lo debes. Porque me
amas.
Está fuera de la cama antes de que pueda decir otra palabra, y no sé dónde las
cosas salieron mal. ¿Por qué el cambio repentino? ¿Por qué está achispado? Él siempre
está achispado. Esto es otra cosa. Algo más. Algo peor.
—Suenas como una puta niña. —Él pone su capucha negra sobre su cabeza. Su
camisa aparece y puedo ver su espalda, y estoy como, ¿qué? ¿Qué? ¿QUÉ?
—No lo harías. —Tengo las manos sobre mi boca.
Sacudo mis manos y las froto hacia arriba y hacia abajo por mis muslos. Me duele
la mandíbula. Quiero llorar.
Entonces.
Entonces.
Entonces él lo entiende.
—No significa nada —jura con la voz quebrada. Una mano temblorosa intenta
tocar mi cara; la abofeteo lejos.
Pensé que el amor hace las cosas diferentes e incluía todas las comodidades
normales, como no dormir con otras personas.
Estoy aquí.
Enamorada.
¿Qué es ella?
Crecí.
—Bliss. Por favor. —De pie, inestable, inquieto, este chico está loco. Caliente, frío,
amoroso, sin amor, desvanecido. Thomas tiene sus manos en su cabello y está
caminando de un lado al otro, rápido y lento—. Vete a la mierda si no te gusta.
—Leigh, lo siento. Me vi envuelto. Tenía que. ¿Qué se supone que debo hacer?
Lo sé.
Son las seis de la mañana y no puedo derramar otra lágrima. Thomas se sienta
en el borde de la cama, de espaldas a mí. Su cara está en sus manos y los codos están
sobre sus rodillas. La alarma en su teléfono se apaga, y se supone que debo ir a
deslizarme de nuevo en la cama con Rebecka antes de que ella se despierte, pero no me
puedo mover.
—Está bien —responde humilde. La valentía falsa con la que llegó a casa se ha
ido—. Es una regla.
Hemos seguido. Pero es diferente. Soy un poco más fuerte y él es un poco más
disimulado.
Y es impredecible.
En los escalones del porche de su mamá, mi mejor amiga, con su nueva pasión
por el delineador de ojos negro pesado y rojos, rojos labios, come cuidadosamente una
manzana de caramelo, cuidando de no arruinar el trabajo que había hecho en su diente
astillado la semana pasada. Me sentí sorprendida y entristecida de que lo haya
arreglado, pero estamos creciendo, y de repente ella se preocupa por cómo se ve.
—Tengo catorce —dice con una boca entumecida y perfecta sonrisa—. Los de
catorce años no tienen dientes astillados.
Le doy un mes antes de que lo rompa de nuevo. Porque al parecer, los de catorce
años todavía intentan trucos que desafían la gravedad en sus patinetas.
Celebramos su cumpleaños. Sin pastel. Sin fiesta. Solo nosotros. Solo amigos.
Iluminado solo por la luz del porche, está fresco y vigorizante entre los árboles oscuros.
Laura y Jackie se mueven con pequeños movimientos en la mecedora del porche,
enviando un sonido crujiente al eco con el choque de las ruedas golpeando el
pavimento.
—Sé mi novia.
Con Smitty viene Oliver. Siempre ha sido así. Son los mejores amigos,
inseparables y compatibles, ambos tranquilos y agradables. Yo nunca he prestado
atención a los chismes, y aunque Oliver está saliendo con esta chica Erin, nuestros
amigos piensan que él y yo haríamos una linda pareja.
—Ustedes deberían besarse —se burla Becka, señalando entre nosotros.
Él se levanta de nuevo con sus manos en señal de rendición, con la cara roja y
ligeramente riendo, mientras que nuestros amigos tratan de ligarnos.
—Hola, Dusty, la niñita Bliss tiene novio —dice Petey en voz alta, enganchando
su brazo alrededor de la nuca de Oliver, sujetándolo en una llave de cabeza. Oliver
intenta forzar los dedos de Pete para que se alejen, pero se mantiene la calma mientras
las burlas persisten.
—¿Es eso cierto? —Mi chico mira hacia abajo desde el porche, justo a mis ojos—
. ¿Quién es el imbécil? —pregunta, bebiendo de una botella de agua.
Una culpa inmerecida pesa como loca en mi corazón, matando el hecho divertido.
Le doy diez minutos antes de seguirlo a la casa, diciéndoles a mis amigos que necesito
un suéter.
—Sí, bueno, hay treinta grados aquí fuera y estás en un vestido —se burla Becka
cuando la puerta se cierra entre nosotros.
La luz en la cocina está encendida, pero la sala está oscura y vacía. Mi corazón
martilla contra mi pecho, furioso y corriendo, enviando nerviosismo a través de mis
extremidades. Tomo las escaleras lentamente a la parte superior; no puedo irrumpir en
la habitación de Thomas y exigir que me hable, pero no voy a pasar el resto de la noche
llena de ansiedad.
Pierdo los nervios cuando veo que la puerta del dormitorio de Dusty está
cerrada. Los disparos y explosiones seguidas de chicos sobreexcitados que pasan
demasiado tiempo jugando videojuegos retumba por el pasillo por detrás de la puerta
de roble cerrada. Una cosa es ir allí cuando todo el mundo en la casa está durmiendo,
pero otra es hacerlo cuando mi mejor amiga está justo fuera.
—Hola. —Dusty alza mi cabeza. Inhalo y muero un poco—. ¿Dónde está tu novio?
—¿Por qué estás vestida así? —pregunta, frotando la parte posterior de sus
dedos por el lado de mi garganta—. No te gusta el chico, ¿verdad?
Thomas engancha su dedo debajo de mi escote florido y tira hasta que las
costuras se estiran y se rompen. Me dan escalofríos.
El amor es escéptico.
Cuelgo mis brazos sobre sus hombros y acerco más, deslizando la parte trasera
de mis pantorrillas a lo largo de su espalda. Está caliente a través de su fina camisa,
sudada y teñido de hierba. Besa mi frente, y me pregunto si debería preguntarle porque
fuma.
Con su ayuda, me deslizo a mis pies y arreglo mi vestido mientras que Thomas
me observa. Como cuchillos, su perspicaz mirada me corta desde mis tobillos a mis
labios.
El amor es implacable.
—Shh.
—Shh. —Sus ojos están afectados por el fuego. Las mejillas de Thomas se ven
rojas y su conducta tranquila se está fracturando lentamente—. Por favor.
—Lo que tenemos es bueno, Bliss —dice—. Sé que odias cuando digo esto, pero
eres joven.
—Soy…
—Vamos, Bliss. Dime que sea un caballero. —Sus ojos están medio suplicando,
medio presionando. Él parece joven. Se ve vacilante. Se ve de su edad.
—Sé un caballero.
—¿Qué?
—¿Ahora mismo?
Nuestra diferencia de edad es un blanco fácil y la mejor excusa, pero este secreto
es la soga del verdugo, y nuestros actos son de memoria. Somos estrellas cruzadas, pero
eso no significa que seamos menos reales. Mi relación con Thomas es una traición a mi
amistad con Becka. Le miento cada vez que salgo de su cama y entro en la de él. Le
miento cada vez que lo toco, suspiro por él, o le digo que lo amo.
Somos deshonestos con todos. Necesito que esto valga la pena.
—Quiere decir que te amo, pero, no sé, Leigh. —Thomas se levanta de la cama y
enciende un cigarrillo por la ventana—. ¿Realmente tengo que ser tu novio? Pensé que
esto estaba bien, Bliss.
—Lo está.
—Lo sé —admito.
—No vas. —Lucas deja caer su tenedor en el plato—. Soy indulgente, pero no soy
tan jodidamente indulgente.
Hay una fiesta donde Pete para el cumpleaños de Ben, pero Lucas no quiere a
Thomas allí sin un adulto cerca. El hijo del abogado no tomará un no por respuesta y ha
estado dando a sus padres un tiempo difícil toda la noche.
—Thomas, tu padre dijo que no —añade Tommy. Ella toma un trago de su copa
de vino, distante.
Rebecka y yo compartimos una mirada desde el otro lado de la mesa. Ella sonríe
tímidamente. La actitud de Thomas hacia su familia se ha deteriorado rápidamente en
las últimas cuatro semanas. Él está fumando todo el tiempo, y si no está fumando, está
bebiendo, o ambos. Su decimosexto cumpleaños es el próximo mes, y yo no sé qué tipo
de puerta va a abrir eso, pero puedo sentir que va a ser dramático.
Está en la forma en la que habla: “Cuando tengas dieciocho años, Bliss, nos vamos
de aquí”, y “Un día no vamos a vivir en esta mierda de ciudad con estas malditas
personas.”
Por lo menos yo estoy incluida. Estamos completamente enamorados y
completamente tomados, y encuentro seguridad en sus palabras.
La mesa está en silencio, con la salida del residente alborotador. Tommy se sirve
otra copa de vino. Becka aleja su plato, y Lucas empuja su silla hacia atrás para seguir a
su hijo.
—¿Quién crees que te va a llevar? —Su voz es nada menos que exigente.
—No vas a dejar esta casa con esa chica. —El poder y la firmeza de su tono
detiene mi corazón.
—No me puedes decir de quien puedo ser amigo, papá —responde Dusty.
—¿Me veo como un maldito estúpido para ti, Thomas? ¿Me veo como si hubiera
nacido ayer?
Mi estómago se retuerce.
Tommy se ve sorprendida.
Lucas baja la voz, como si se diera cuenta que su primogénito solo tiene quince
años.
—Valarie es el tipo de chica que haría cualquier cosa por una salida.
A pesar de las cosas que oigo, esquivar la verdad es fácil cuando es evitable. Pero
en pocas semanas, Rebecka y yo estaremos en la escuela secundaria. Una cosa es fingir
delante de nuestra familia, pero va a ser un nuevo peligro hacerlo allí, especialmente
con pensamientos como este rondando por mi cabeza.
Él no está aquí.
—Te sientes tan bien, Bliss —susurra incoherentemente, rozando sus dientes en
la parte superior de mi hombro.
Sus palmas están en mi estómago, empujando mi camisa hasta que sus manos
sienten por encima de mi sujetador. Sus palabras queman. Su toque excita. Mis mejillas
brillan. Mis dedos se mueven temblorosos. Mis dedos de los pies se enroscan en las
sábanas. Mis rodillas oscilan y se tambalean, y mi voz está pegada, atrapada en mi
garganta.
—Dime que me amas, Leigh —dice él, besando hacia abajo por mi brazo.
—Te amo.
El amor es fuerte.
Thomas agarra la ropa de cama de al lado de mi cabeza. Él gime en mi cuello,
mordisqueando con cuidado sobre la piel sensible.
—Tu corazón está latiendo rápido —le digo, porque lo está. Puedo sentir su
corazón latiendo en mis dedos, rápido, suave, demasiado rápido.
Mis piernas están bien abiertas. Él está sobre mí. Suspendido en el aire.
Grito contra sus labios. Mi espalda se arquea. Mis dedos se clavan en el colchón.
El dolor se intensifica, envolviendo todo el cuerpo en su hormigueo y arde.
El amor es interminable.
Con solo la ropa entre nosotros, Thomas empuja contra mí por segunda vez.
Grito.
Cuando su lengua toca mi labio inferior, estoy fuera, todas las otras sensaciones
completamente dormidas excepto por el sabor y la sensación de su lengua en mi boca,
totalmente dulce y unido de forma permanente.
Mis rodillas caen dolorosamente abiertas para adaptarme a él, para conseguir
tenerlo más cerca.
Mamá se queda atrás, con una sonrisa forzada. Ella odia este auto. Encarna los
días antes de que mi padre fuera un éxito, cuando nuestra familia no era una puta foto
perfecta, torturados con préstamos abrumadores de la escuela, niños no planeados,
avisos vencidos, suegras perras, y altas horas de noche en la oficina.
Mis padres tienen un buen juego ahora, pero no siempre fue ideal. Mamá era una
joven camarera de dieciocho quien recibía educación superior tomando una clase de
inglés o dos en la universidad comunitaria mientras decidía lo que realmente quería
hacer con su vida. Mi padre se mudó a Oregon desde Texas a trabajar en su título de
abogado. Se conocieron, una cita, se mudaron juntos, y se quedó embarazada de mí en
un poco más de un año.
—Espero que no estuvieras esperando otra cosa. Este es tu primer auto, Dusty.
Se supone que sea jodido. —Papá sonríe, entregándome las llaves. Las arrebato de su
mano y abro la puerta chirriante.
En el borde de la calzada, Leigh está con sus manos detrás de su espalda. Le guiño
para que sepa que la veo y me meto en el auto.
—Déjame entrar.
¿Ella recuerda los neumáticos chirriando cuando mamá salió del camino de
entrada más tarde esa noche después de que se enterara de que sus temores eran
ciertos? ¿O cuán frío estaba el auto cuando nos despertó a las tres de la mañana para ir
de casa a algún hotel cuando nuestro padre prometió que no volvería a suceder?
Yo sí.
Lo recuerdo todo.
Mi mamá les dice a todos que me dicen Dusty porque escuché a mi papá
maldiciendo y repetí lo que dijo, no es cierto. Yo la escuché. Tenía cuatro años, sentado
en el sofá viendo dibujos animados los sábados por la mañana. Mamá sostenía a
Rebecka en la cadera, y papá acababa de llegar a casa de la escuela.
Su discusión exacta es difusa, pero recuerdo la cara lívida de mi mamá. Su cabello
estaba desordenado y ella tenía su mano en la parte baja de la espalda como si le doliera.
Mi padre se sentó a la mesa de la cocina con la cara entre las manos.
Él dijo:
Y ella dijo:
Ella es la amiga que mi hermana necesita, la hija que mi mamá quiere, una niña
por la que mi padre no se siente culpable, y la razón de que mi corazón lata. Leighlee
Bliss es la obra maestra. Ella es nuestra gracia salvadora. Es mi pulso y mi nerviosismo
y mi… todo.
—No vas a llevar a nadie a ningún lugar hasta que obtengas una licencia —dice
papá en voz baja—. Lo último que necesito es que te atrapen y terminemos delante del
Juez McCloy.
—Mira, chico. Solo porque tienes dieciséis años no quiere decir que no voy a
golpearte duramente.
—No quiero que te vayas —susurra Leigh, dividiendo su pedazo de torta. El
glaseado rojo mancha sus labios y sus dientes de color rosa claro.
—Lo sé.
—Regresaré.
La rubia rojiza pone su plato en la mesa de noche y vuelve a caer sobre las
almohadas con los brazos cruzados sobre el pecho. Ella está poniendo mala cara porque
la dejaré sola esta noche. La mamá de Petey está trabajando hasta tarde. Él me hará una
fiesta. No puedo perdérmelo.
Es mi cumpleaños.
Cierro los ojos, aferrándome a la paciencia. Pasé por esta misma cosa con mis
padres hace dos horas. Hice lo del cumpleaños con ellos. Me comí el pastel y sonreí por
el auto. Hice todo bien, y en el momento en que les pregunté si podía ir donde Pete, me
derribaron.
No tienen problema con la bebida y el tabaco, siempre y cuando sea con ellos.
Pero no necesito a mi mamá y papá cerca como si fueran mis amigos. Quiero salir con
mis chicos y volver con mi chica.
—No lo hagas.
—¿Por qué no quieres quedarte aquí? —pregunta, tan infantil que mi conciencia
culpable punza.
—Te echaré de menos —le digo, girando las llaves situadas alrededor de mi
dedo.
Pero nos tenemos cariño en formas que no puedo comprender. Mientras todos
los demás esperan de mí una cagada o esperan que les ayude, ella me ama. Y yo soy lo
suficientemente imprudente para dejarla.
—Bliss, vamos. —Cubro sus piernas con las mantas, arropándola para que así se
quede, pero las patea completamente fuera de la cama.
—Estás actuando como una niña —le digo, frotando las palmas de mis manos
sobre mi cara para evitar molestarme.
Demasiado tarde.
—No lo soy. Eres una bebé. Dime que estoy equivocado. —Enciendo un cigarrillo
y me apoyo en mi escritorio de la computadora.
Ella tiene las cobijas en un puño, y sus mejillas están empezando a arder. Estoy
haciendo que le duela. Ella odia cuando la molesto por su edad. Es por eso que lo hago.
El amor es malo.
—¿Tus padres te dejaron salir de la casa? —Oigo voces y risas detrás de ritmo y
flujo.
Al final del camino de entrada, enciendo los faros y me desvío por la carretera
principal.
Él ríe.
—Lo que sea, hermano. Ven aquí. Las putas están en camino.
—No puedes estar enojada conmigo en mi cumpleaños. Es una regla —le digo a
su correo de voz.
Mi mejor amigo vive en el lado equivocado de la ciudad, y al igual que todas las
otras casas en su bloque, su casa está deteriorada. La cerca alrededor del patio está rota
y la hierba está muerta. El interior no es mejor. Huele como a laca de cabello y spray
para cucarachas. El mobiliario es usado y no hace juego. Las paredes tienen agujeros y
la alfombra está sucia.
Justo antes de que entre en la casa, mi teléfono suena con un mensaje Bliss: Es
más de la una. Ya no es tu cumpleaños.
Petey abre la puerta principal y se mueve a un lado para que pueda caminar.
Detrás de él hay una casa llena de gente, que, con la excepción de Ben y Pete, no
se preocupan por mí. Ellos están aquí para emborracharse, drogarse, follar. Ellos no
están aquí para celebrar mi nacimiento. Hice eso antes, cuando y donde importaba,
dónde está mi corazón.
Duele.
—Lo que sea. Te traigo algo, vamos. —Sigo a Petey a través de su pequeña sala,
diciendo hola a quien sea.
—Feliz cumpleaños.
De rodillas, con su pelo empujado por encima del hombro, Val tiene un billete de
dólar enrollado en la mano. Ella se inclina sobre la mesa, colocándose el billete en su
nariz, y cierra los ojos antes de que rápidamente inhale tres líneas blancas como si
fueran nada, como lo hace todo el tiempo.
—¡Oh, mierda! —Ella se ríe, cayendo de nuevo en sus pantorrillas con los ojos
todavía cerrados. Deja caer el billete sobre la mesa y se frota la nariz—. Maldición —
dice perezosamente, finalmente abriéndolos.
Es una mentirosa.
—Sí. Supongo que Casper está vendiendo esa mierda ahora. Les dio a las Putas
una probada gratuita. —Petey me entrega la botella. Tomo otro trago.
—¡El chico del cumpleaños! —grita Valarie. Ella se apresura, con los ojos
abiertos y frotándose su nariz en carne viva.
—¿Eres una puta de coca ahora? —Petey ríe, echando la cabeza hacia atrás. Está
arruinado, que es donde necesito estar.
—Casi.
V nos presentó a mí y a los chicos a Cas al comienzo del año escolar. Hasta ahora,
ha sido estrictamente marihuana, de poca categoría, bolsas de diez centavos y esas
cosas. Él vende unas pastillas, y nos conectó a mí y a los chicos con E hace unos meses,
pero esto es nuevo.
Es un hijo de puta flaco, pero les gusta a las chicas. Especialmente a Mixie.
Probablemente porque él tiene las drogas. Va a ser un junior este año, así que no tengo
que preocuparme de dónde voy a comprar por un rato. Dice que va a ir a la universidad
después de la secundaria, pero no lo hará. Los tipos como él están condenados en una
ciudad como esta. Su papá conduce un camión, y su madre trabaja en el banco. No va a
ir a ninguna parte.
—Enrolla un cigarrillo, vamos a celebrar. —Él saca una silla donde las chicas
estaban haciendo sus porquerías—. A menos que…
Me encojo de hombros.
Es jodidamente asqueroso.
Petey resopla, y Ben esconde el rostro entre las manos y se ríe, tan drogado que
sus ojos apenas están abiertos. Kelly y Katie comparten el mismo aspecto que Valarie,
intoxicadas. Mixie se sienta a horcajadas en el regazo de Casper, literalmente follándolo
en seco delante de todos nosotros mientras él me guiña un ojo por encima del hombro
de ella.
La empujo fuerte de mi regazo y enrollo mi regalo.
Tres horas más tarde, la habitación gira. Sin inmutarme, moviéndome con el
golpe de la música, la espalda de Valarie en mi regazo y sosteniéndome de sus caderas
para mantener la habitación quieta. El mareo rápido por demasiado alcohol y el subidón
de suficiente droga combaten dentro de mí, y pienso en Bliss para mantener la calma.
Me siento atrapado y no veo ni escucho a ninguno de mis chicos por aquí. Retiro
a Valarie y saco el celular de mi bolsillo trasero. Necesito un segundo para que mis ojos
enfoquen.
Nada de Bliss.
—Me tengo que ir —le digo de nuevo, poniéndome de pie, pero Valarie me tira
hacia abajo.
Ella es desordenada, persistente, e igual que mí. Cuando su boca choca con la
mía, este beso seco sabe mal, pero toco a Val para escapar del pesar.
Lo arruiné.
Beso a Valarie hasta que ella se aleja y grita, clavándome las uñas en los hombros.
Ella está de espaldas, y estoy entre sus piernas… Estamos en una sala llena de gente.
Ella no es Leighlee.
Al diablo con ella. Al diablo Bliss y a sus envolturas de dulces, a sus dedos de los
pies fríos y a sus ronquidos suaves y a sus toques soñolientos cálidos. Al diablo ella
llamando a la puerta de mi dormitorio y durmiendo en mi cama cuando no debería, y
por hacerlo noche tras noche. Al diablo por ser hermosa y suave y sincera, y por
preocuparse por mí. Al diablo por hacerme sentir culpable por ser lo que soy.
Es por eso que soy bueno con Valarie. Ella es fácil. Sin dolor. No hay expectativas
o momentos dulces. La follo y he terminado. No hay ideas de último momento
persistentes o sentimientos retorcidos de responsabilidad y devoción.
El amor es corrupción.
El amor es falso.
Nada de Bliss.
Valarie me mira de reojo mientras sus labios se mueven con su amiga. Mixie besa
su cuello. Ella toca sus pechos mientras Val desabrocha mis jeans y les empuja hacia
abajo lo suficiente. Ella llega a mi bóxer, envuelve su mano fría alrededor de mi pene, y
lo saca.
—Val, para.
Pero su boca está sobre mí. Caigo de espaldas y aprieto mis dientes, cerrando los
ojos y agarrando las mantas.
Se me revuelve el estómago.
—Detente. Detente. Valarie, para. —Ella lo hace, pero entiende todo mal.
—¿Demasiado?
Ella sube hasta la cama y sujeta mis muñecas contra el colchón. Abro los ojos a
tiempo para ver a Mixie poniendo sus labios donde estuvieron primero los de su amiga.
Dejo caer mi cabeza hacia atrás y respiro por la nariz, pensando en mi todo.
El amor es una rubia rojiza, mentirosa, niña bromista, princesa chica, tortura.
Me deslizo cerca de ella y beso su cuello. Le beso los labios. Le beso el cabello. Le
beso los dedos. Le beso la muñeca y la parte interior de su codo.
—Bliss, despierta. —Alejo las mantas y paso por encima de ella. Ella está
soñolienta, cálida y huele como debería: a mí.
Ella sonríe.
El amor es tranquilizador.
—Te eché de menos. Llamé. —Mis ojos arden. Me siento como que estuviera
llorando. Este alivio es abrumador.
Estamos callados, y está bien. Puedo estar aquí, haciendo esto, con ella, para
siempre.
Abro los ojos y ella está sacando su camiseta de pijama blanca por su cabeza. La
coloca con cuidado en la cama a mi lado y se cubre el rostro antes de suspirar y
mostrarse por completo. Froto círculos suaves y lentos en su estómago con mis
pulgares, estudiando su pecho, su cara y la forma en que respira. Toco su sujetador de
encaje de color rosa, y Bliss sonríe.
Pelo largo, rubio rojizo cae sobre su hombro, enmarcando la belleza en su mayor
parte sin tocar.
El amor es valiente.
El amor es perfecto.
—Yo pensé…
—Lo haremos —prometo sin prometer, besando sus labios para evitar que
insista—. No esta noche. Necesito más esto.
Y yo le creo.
Porque el amor es muchas cosas, pero sobre todo, el amor es lo que lo hacemos.
Todo lo que veo, cada conversación que escucho, cada canción que
empiezo a cantar me recuerda a la persona en la que más pienso. Como
que el universo está tratando de decirme algo, el mundo y todos mis
pensamientos constantemente se remontan a él.
Se parece mucho a él de esa manera, nuestro amor. Quiere lo que quiere, cuando
lo quiere. Y cuando lo quiere, lo necesita.
Solo entre sábanas que huelen ilícitamente dulces, pero no se sienten como casa
sin él, cierro mis ojos y trato de dormir, pero mi mente vuelve a mi pensamiento
estresante: Dusty.
Sé que él es malas noticias. Oculta detalles de mí, pero no soy ciega ni sorda, y no
estoy, no prestando atención. Amo a Thomas, pero lo hago con conocimiento. Puedo
sentir el asimiento que nuestro amor tiene en mi vida entera. Este sentimiento
permanente y colosal. Astronómico y sin límites.
Vinculante.
Y estúpido.
No es normal.
Becka y Smitty son normales. Mis padres demasiado estrictos son normales.
Incluso Lucas y Tommy Castor son normales.
Esto, tendida aquí sola, mientras solo una persona en el mundo sabe dónde
estoy, y esa persona está fuera haciendo quién sabe qué con ni siquiera quiero saber
quién, no es normal.
Pero eso no hace que dejar esta cama sea más atractivo.
O justo.
Lo sé.
Pero me encanta cómo me siento cuando estoy con Thomas. Siento que sea
injusto para todos los demás en nuestras vidas, pero no quiero ser inteligente. Esta
persona es adecuada para mí. Quiero la manera tan enamorada en la que besa en la
oscuridad y la forma en que me despierta antes de la primera luz: todos susurros
soñolientos y brazos para nada impacientes en dejarme ir. Lo quiero aquí ahora, bajo
estas mantas, tocándome con su nariz, sus mejillas, su barbilla, cepillando mi piel
desnuda con sus labios.
Está limpio con jabón y frescamente caliente, tirando de mí cerca. Está por
encima y por todos lados, aliento y labios en la comisura de mi boca, y me despierto por
la pizca de sangre.
—Thomas…
—Shhh. —Trae las cobijas a nuestro alrededor, sobre nuestras cabezas como
una tienda improvisada. Está oscuro, pero sé que está sonriendo. Lo siento en la forma
en que mi pulso revolotea rápidamente y se precipita profundamente, y luego lo siento
cuando sus labios tocan los míos. Su labio superior está cortado.
—¿Qué pasó? —pregunto.
—No. —Él empuja las mantas hacia atrás y respira de mi piel en su lugar, y puedo
sentir su fuerza. Siento lo que él podría hacer si quisiera, cómo podría herir a otra
persona si esa fuera su intención.
—Eres una chica suave y soñolienta. —Él desliza su mano debajo de la parte
inferior de mi camisa de dormir—. ¿Me dejas quitarte esto?
Está oscuro, pero puedo sentir a este chico sonreír contra mi mejilla, él lo sabe,
como yo lo sé.
—No deberías dejarme quitarte la camisa —replica, tocando sus labios con los
míos de nuevo, abriendo mi sonrisa con la suya.
Cerrando los ojos, me sujeto con ambos brazos alrededor de su cuello. Cedo al
amor y siento todo mi cuerpo rodar como una cinta bajo el peso de su beso.
—Te extraño cuando te vas —susurro cuando estamos sin aliento y mi corazón
late locamente—. Te extraño en todas partes.
Su silueta es cortada por una tenue farola brillando a través de su ventana. Sus
ojos están cerrados mientras arrastra sus dientes ligeramente sobre mi corazón, pero
los míos están abiertos. Puedo ver mi piel cambiando de blanco y luego a rosa antes de
que él presione sus labios suavemente sobre el latido que es tan intenso lo siento
alrededor de mis pulmones, en cada respiración.
—Lo sé, nena —me dice, concesión suavizando su tranquila voz—. Lo sé.
Estoy nerviosa, pero sabiendo que Becka y todos los demás estarán allí, calma la
mayoría de mis nervios. Los que no se calman, no pueden serlo.
Estar de vuelta en la misma escuela que Thomas significa tener que ver cosas
que preferiría no ver. Concretamente, Valarie. Pasé más tiempo donde los Castor que
ella en el verano, pero no me engaño. Sé que ella todavía tiene partes de él que yo no.
Ella llega a tener lo que solo a veces llego a sentir, pero no puedo evitar la escuela
porque es uno de los lugares donde los mundos de Dusty y mío se superponen.
Sacudo lo que quiero y no puedo tener antes de ir abajo. Mamá está esperando
con una tortilla blanca de huevo y una rosa blanca. Papá entra cuando estamos
terminando el desayuno y besa su cabeza primero, luego la mía.
Mamá me abraza.
—Gracias, mamá.
Cuando llegamos a Newport High, hay grupos de niños esperando fuera de las
puertas, pero nadie me reconoce.
La campana suena, pero no hay forma de que entre sin ella. Me empapo de los
rayos de sol del final del verano mientras espero, y unos minutos más tarde el viejo Audi
Quattro aparece en el estacionamiento trasero. Rebecka sale del asiento delantero con
su largo, y rubio cabello recto y sus labios caramelo de manzana rojos.
Sobre el hombro de Becka, la puerta del lado del conductor del Audi se abre.
Thomas sale con gafas de sol que coinciden con las mías, solo que las suyas
probablemente están cubriendo una resaca u ojos drogados.
Como que lo vigilo, pero mirar mis pies en la multitud es una prioridad más
inmediata. La única cara conocida que atrapo es la de Oliver, pero en toda la conmoción
todo lo que él puede decir es:
—Oye.
Sonrío y digo:
Luego del almuerzo, me dirijo al tercer piso a la clase de francés. Con cada paso
que doy, lamento mi elección de lenguaje extranjero un poco más.
Lo supe cuando Becca dijo: ¿Qué pasa con eso? ¿Quién toma francés?, que tomé la
opción menos popular. Probablemente habría cinco personas en la clase, y las
probabilidades de conocerlas era de escasas a inexistentes.
—Oye, maldita sea… ¡Hola, hermanita! —saluda Valarie. Una chica que no
reconozco está sentada a su lado, pero Valarie es la única que me mira.
—Hola —ofrezco, mirando alrededor a los otros seis estudiantes—. Pensé que
esta era una clase de primer año.
—Lo es. Tomé español el año pasado. Quería cambiar. —Mete mechones negros
detrás de sus orejas con tres perforaciones.
—Leighlee belle fille —dice una dulce voz detrás de mí, salvándome.
—¿Parlez-vous francaise?
Me pregunto si ella puede ver mi alivio de agradecimiento. No conozco
realmente a Daisy, pero nunca he sido más feliz ante la perspectiva de llegar a hacerlo.
—Hasta después, hermanita. —Sonríe, segura de hacer contacto visual otra vez.
—Nos vemos.
A medida que estoy acercándome a mi casillero al final del día, Petey camina a
mi lado y me revuelve los rizos. Hay un chico alto y delgado con él que no reconozco,
pero siento que debería. Entre sus jueguitos y toda la conmoción, el chico más alto me
pisa el pie.
Presionando mis labios con fuerza para contener mis gritos, exhalo por la nariz.
Y al segundo.
Al tercer intento, me doy cuenta que estoy usando la combinación del año
pasado. Cuando giro los números correctos, la puerta se abre. Con una larga exhalación,
recojo las cosas y contemplo el pasillo vacío por una cara amistosa. Cuando no veo a
una, regreso a mi casillero para comprobar que tengo todo.
No lo tengo.
Pero lo hace.
Cuanto más estoy en la secundaria, más siento como que estamos de regreso en
la escuela media.
Los chicos son igual de odiosos, y Becka y yo somos hermanas menores de nuevo.
El tratamiento es el mismo. La diferencia es el lugar y el contexto.
Todos los chicos están ensanchándose. Petey, Ben y Thomas están más altos y
anchos de hombros con cada día. Sus manos se ven más fuertes y sus risas suenan más
profundas.
Es raro ver a Tweedle Dumb y Tweedle Dumber interactuar con las chicas. Kelly
usa la gorra de Pete, y él le voltea la falda de animadora en los pasillos. Es obvio que
están juntos, incluso si no andan de la mano.
Ben es una historia diferente. Lo he visto andar de la mano con Heather. Y Elise.
Y Sofia. Y Zoe. La semana pasada, el niño Benny tenía los brazos alrededor de April y su
mejor amiga Holly, una a cada lado de él, y a ninguna pareció importarles.
Thomas sigue siendo su líder polvorita. Es el más alto, pero anda solo. Ni muerto
sería atrapado con el brazo alrededor de una chica o con una mano más chica y suave
entrelazada con la de él. Ni en los pasillos. Ni en ninguna parte donde cualquiera pudiera
ver, pero eso no significa que no sea tan perro como lo es Ben. O que incluso esté
encariñado a una chica como Petey. Thomas se queda con el pastel, el helado, y se lo
come todo.
Sé esto.
Y es una tortura.
—Le dije a mamá que se trataban de cólicos, pero… como, oh Dios mío. Ni siquiera
podía caminar.
Escucho a Clarissa, la chica que no podía caminar, burlarse. Detrás de mis ojos
apretados con fuerza, puedo imaginarla poniendo sus ojos en blanco.
Puedo escuchar su orgullo al ser elegida para ser usada, y no sé cómo manejar
esto. Valarie es una cosa, pero esto…
Me cubro la boca con las dos manos para evitar gritar en voz alta.
—No sé, cómo alguien no podría. Ni siquiera Valarie. —Clarissa le da una calada
a su cigarrillo—. Dusty tiene alguna locura reprimida dentro de él.
—¡Rissa!
—¿Qué? —Su inocencia rodeada de humo de cigarrillo suena tal y como es:
barata y falsa—. No es que te haya dicho lo grande que es su polla. Solo digo.
Al otro lado del suelo del baño, Clarissa mueve los pies y estira las piernas un
poco.
—Exactamente.
No puedo soportarlo.
Las chicas hablan y muchas mientes, sé de esto porque soy una mentirosa, pero
soy mejor que esto. Incluso si todas las chicas dicen la verdad, sigo siendo mejor que
ellas y Valarie porque no estoy engañada.
El amor es descubrir cómo lidiar con las cosas, y el truco es seguir adelante,
seguir respirando.
Soy una mentirosa, pero me niego a ser la chica llorando escondida en la cabina
del baño.
Exhalando a través de los labios fruncidos, me froto las lágrimas de las mejillas.
Mis rodillas tiemblan mientras me pongo de pie, pero me obligo a hacerlas funcionar.
Echo los hombros hacia atrás, alzo la barbilla y abro la puerta. Dejo atrás la impotencia
y miro a Clarissa directamente a sus manchados, crédulos, chupados y agotados ojos.
Le doy una suave sonrisa y me dirijo al lavabo para ponerme brillo labial como si nada
de esto significara algo, porque conozco a Thomas y soy una contradicción respirando
y lamentando amor tortuoso.
Sé que no importa lo que escuche u oiga, o lo ausente que él sea o con quién ha
estado, esto es lo que hacemos: soportamos y subsistimos entre horas robadas. Somos
completamente irreconocibles e imposiblemente necesarios. Todo lo demás mientras
tanto es insignificante. Todo esto es irrelevante y debemos esperar el momento hasta
que podamos ser solo nosotros.
a nieve para, pero los vientos en mitad de enero son brutales. Becka lleva
un gran gorro con orejeras flojas y peludas, esperándome en la mecedora
del porche. Cuando mamá y yo aparcamos en la calzada de los Castor, mi
chica saluda y me da la sonrisa más grande. Apenas puede contener su
emoción.
—Oh, Dios mío, L —dice, radiante. Mi madre desaparece por la calle y Becka
aplaude con sus manos enguantadas antes de tomar la mía mientras subo las escaleras
del porche—. ¡Oh Dios mío, mierda, vamos!
—Buenos días, Bliss. —Tommy bosteza en su camino a la cocina con una sedosa
bata blanca. Mientras su hija está luchando conmigo por mi bota y sacándome mi abrigo,
ella comienza a preparar café. El aroma de avellana y vainilla llena la casa, y lo amo.
Verla tan excitada por un chico es un increíble. No ha estado tan excitada sobre
algo desde que hizo su primer inward heelflip1 hace unos meses.
—No puedo… solo espera… —Se detiene bruscamente, casi chocando con su
hermano en la parte inferior de la escalera—. Muévete, Dusty.
1 Inward heelflip: truco que consiste en hacer girar la patineta horizontalmente dando una vuelta
completa donde la patada es hacia adentro.
La sonrisa cansada de Thomas y sus ojos apenas abiertos despiertan mis
mariposas, pero Becka no nos da la oportunidad de entretenernos. Mientras da pasos
con una rapidez insuperable, comparto un rápido vistazo con mi chico. Sus soñadores
ojos azules coquetean y hacen que mi pulso aletee, y es más de lo que está permitido,
pero no lo suficiente.
—Voilà.
—Ni siquiera es la mitad —dice, tocando sus labios. Sus ojos azul bebé se
iluminan antes de que los cierre y exhala con una lentitud medida—. Ni. Siquiera. La.
Mitad.
No me lo puedo imaginar.
—Bueno, mucho.
—Beck —digo desde detrás de mis manos mientras ella cubre su cara con las
suyas, derritiéndose en risitas y aleteos.
—Vi estrellas, Bliss. —Se ríe. Como una niña—. El mejor primer orgasmo.
—Es como Navidad —continúa—. Es como todas las luces, y las galletas, y el
chocolate bien caliente, y las sorpresas, y copos de nieve en tus pestañas, y esa
sensación cuando llegas a casa, cuando pasas de estar tan frío a tan caliente, y el amor
está alrededor, en todas partes.
Habla rápido y estoy siguiéndola lo mejor que puedo, pero mis pensamientos
van a la deriva hacia Thomas y lo que él no me dará.
—Guau —exhalo.
—En serio, Leigh. Deja que un chico ponga sus manos en tus pantalones para
poder compartir historias de orgasmos.
—Vamos. —Empuja mi rodilla—. ¿No quieres besar chicos? Eres tan bonita, L.
¿Qué estás esperando?
—¿Qué?
—Él lo haría —insiste—. Es probable que esté muriéndose por hacerlo.
—De ninguna manera. —Niego, sin considerarlo—. Oliver está con Erin, y…
Jamás podría.
Vuelvo a empezar.
Piensa, Bliss.
—Bueno, ¿no es eso dulce? —se burla, manteniendo una de sus cejas levantadas
como si no estuviera segura. Pero luego la deja caer y entrecierra sus ojos—. La virtuosa
y prístina Leighlee Bliss. La tonta y pequeña niña virgen.
Mientras jugamos con sus almohadas, creo que esto puede funcionar porque no
le estoy mintiendo. Estoy aguardando por alguien especial. Esta es una parte real de lo
que soy y de quién tengo que ser.
—Está bien, está bien —digo, cediendo—. Sigues siendo técnicamente una tonta
y pequeña niña virgen también, sabes.
Becka lanza su sombrero hacia atrás, sacude su pelo rubio enmarañado y dice:
Las dos caemos sobre nuestras espaldas y miramos arriba a la cadena de tenues
luces cálidas sin decir palabra, relajándonos en su satisfacción. Apoyo mi cabeza en su
hombro; sus rubios mechones sueltos me hacen cosquillas en la nariz mientras escucho
mi corazón y su respiración.
—Más o menos. Creo que lo estoy, por si duele o lo que sea. Pero…
—¿Pero?
—Es Smitty —dice, como si fuera la respuesta a todo—. Hal se preocupa por mí
más que por sí mismo. Haría cualquier cosa por mí. El amor es así, ¿sabes?
Pero no es así.
—Él me ama de la misma manera que lo amo —me dice—. Tal vez eso es tonto.
Pero vamos juntos.
—¡Dusty! —grita Tommy desde un piso debajo de nosotras—. Llama a las chicas
y vengan a desayunar.
—Buenos días, chica soleada. —Su sonrisa hace que me balancee, y la vista de
sus labios me hace pensar en besarnos hasta que nuestros labios sangren. Cuando se da
la vuelta, quiero saltar sobre su espalda y besarlo, besarlo, besarlo hasta que me dé
vueltas.
Los fragmentos son más de lo que alguien sin esperanza podría jamás pedir.
El final de febrero calienta el mundo poco a poco, así que cambio las botas de
nieve por bailarinas y voy por Newport High con conocimiento y confianza. Me niego a
ser intimidada por las cosas que escucho por casualidad.
Está escondiendo algo y mientras más la miro, más difícil es para ella mantenerlo
oculto. Levantando la mano, tose para aclararse la garganta. Paso de curiosa a ansiosa.
—Becka, ¿qué?
—No. —Hago un rápido chequeo mental. Estoy bastante segura que haré la
tarea, cenaré y me iré a la cama, tal vez me quedé despierta y hablé con Thomas por
teléfono—. No estoy haciendo nada.
Mientras toma un bocado, miro las mesas y paredes alrededor de nosotras, todas
decoradas con anuncios rojos y blancos y corazones de papel rosa.
Por supuesto.
—De ninguna manera, Rebecka Castor, ¿tienes planes para el Día de San
Valentín?
—Está bien, está bien. —El mismo rubor de hace más de un mes colorea sus
mejillas, pero ella lo ignora—. No es nada. Smitty casualmente mencionó que sus padres
van a salir esta noche.
—Chica… —Tomo su yogur para que no pueda ocultar la emoción por más
tiempo—… ¿es esto?
—No. Tal vez. No sé… Tal vez. —Encuentra mi mirada y lo veo. Sus ojos azules
brillan de anticipación—. Mis padres son permisivos o lo que sea, pero de ninguna
manera papá me dejaría pasar la noche en la casa de un chico. Especialmente mañana.
Y nunca me he escapado antes, y si estás allí, nunca sospecharán nada.
Convencer a mis padres para que me dejen quedar fuera de casa en una noche
de escuela no es una hazaña fácil. Cuando trato de hacerlo después de la cena, mamá se
pone dramática y confiesa que tenía una noche sorpresa de películas esperando por las
dos. Se necesita no solo explicar que no puede estar molesta conmigo por arruinar
planes que no sabía que existían, sino que entromete a papá también.
—Es una buena niña, Teri —dice—. Saca solo As y es una noche con su amiga.
Puede quedarse en casa el viernes.
Mamá se ríe.
Grito.
Y lo aceptan.
Desafiando a Cupido, ignoro todo los rosado y blanco en mi armario a favor del
negro esta mañana. Recojo mis rizos rubios de modo que mis extremos no se estiran y
opto por sombra oscura en lugar de brillante.
Los chicos no solo ignoran el día festivo, aparentemente han dejado la escuela
por completo.
Kelly no parece molesta. Camina con ojos brillantes que dicen que Petey se hizo
cargo de ella. Y cuando llego al francés, Valarie viste de negro.
—Son de Smitty —dice ella—. Para nosotras. Él sabe quién es mi verdadero San
Valentín.
—Qué bueno —me burlo, deslizando el anillo de uva en su dedo antes de que
deslice el de cereza en el mío—. ¿Estás emocionada?
—Tal vez. —Se encoge de hombros—. De acuerdo, tal vez mucho. Mucho.
—¿Qué conseguiste para Erin? —susurro un poco más tarde, una vez que el
profesor se ha sentado y nos ha dejado con nuestros microscopios.
Oliver me mira con un iris marrón oscuro que nunca podría mentir. Hay cariño
verdadero allí, y no puedo evitar recordar lo que dijo Becka hace unas semanas. Que le
gusto y se muere por hacerme… explotar. Aparto el pensamiento cuando el
aburrimiento impregna su mirada.
—Por supuesto.
—Todo el mundo tiene flores —dice—. Esa mierda es básica. Necesaria. Como,
estándar. —Me mira mientras caminamos, esperando que lo entienda—. Mencionaste
Fun-Dip en las películas hace un mes, genio.
Recuerdo, y debe mostrarse en mi cara, ya que hace que Rebecka ría. Ella elige
meter su dedo meñique en mi azúcar y me guiña mientras lame su dedo.
Fuera de la escuela, Tommy nos espera con la misma mirada en los ojos que
todas las parejas en la escuela. Estoy tan harta.
—Tu padre despejó su noche y reservó un hotel —explica—. Ahora está en casa
preparándose.
Lo que significa que Lucas realmente canceló todos sus compromisos por un
capricho, o ha estado planeando secretamente esta sorpresa por un tiempo. De
cualquier manera, si yo fuera Tommy, estaría brillando también. Porque es muy
romántico.
Entonces Becka me pasa una caja de Tortugas de chocolate sobre el asiento, que
son también de Lucas.
Cuando Rebecka emerge de nuevo, lleva otra camiseta de una banda, una con el
cuello cortado de modo que su hombro delgado y el tirante del sujetador de color
púrpura se muestran.
—Sabes —le digo—, siempre puedes usar uno de esos vestidos que todavía
tienen las etiquetas en ellos. Fácil acceso.
Una hora más tarde o algo así, Lucas y Tommy se han ido y Rebecka está a punto.
Estamos en el sofá, y ella está con el mismo conjunto en el que empezó.
—Pregúntame una vez más, B —advierto. Estoy bromeando, más que nada. La
quiero, pero he terminado con todo esto. Las escapadas, los estúpidos ojos de corazón,
Ring Pops, Fun-Dip, ser ignorada, estoy drenada. Estoy celosa. Y estoy lista para
mostrarle a San Valentín mis dos dedos del medio.
Necesito algo.
—Está bien —le digo a Becka—. En serio, en serio. Voy a allanar todo ese
caramelo que tu mamá dijo que podríamos comer y ver los programas que mis padres
nunca me dejan ver. Está bien.
Cuando está tranquila, me siento mal. Debería estar feliz por ella.
Saber que soy la única chica que sintió sus sábanas y oyó los sonidos suaves que
hacen cuando nos torcemos entre ellas en la oscuridad, convierte mi frustración en
mariposas. Cuando inclino mi cara hacia sus almohadas, huelo marihuana y azúcar en
polvo juntos, y hace que mi corazón lata más y más rápido.
Me encanta cuan seguro es este lugar. Me encanta que sea solo nuestro.
Doblando mis rodillas y juntando mis piernas, extiendo mis brazos hacia fuera,
sintiendo el algodón fresco antes de llevarlas de nuevo a mi cuerpo. Deslizo las manos
bajo el borde de mi suéter sin dudarlo, cubriendo mi ombligo y cerrando los ojos.
Rozando solo con las puntas de mis dedos debajo del vaquero, sigo dulcemente,
extendiendo el calor con recuerdos que incitan mi corazón. Me olvido de hoy y repito
nuestro primer beso, tan perdida que cuando mi bolsillo trasero vibra, casi salto de la
cama.
Mis cejas se levantan y se arrugan, y miro a mi pantalla en ese momento. Son casi
las seis. Me sentaría a cenar si estuviera en mi casa.
—Adivina.
Se ríe ligeramente.
—No.
—¿Daisy?
—No.
Mantengo mi voz firme, pero la anticipación se abre como una cosa salvaje
dentro de mí. Es una contracción en mis dedos y una opresión en mi pecho. Hace que
mi estómago de vueltas, y mi mente se vuelve loca.
—¿Ahora mismo?
Mi sangre arde bajo mi piel, a través de todos mis miembros, por todas partes.
Medio murmullo y presiono mi palma contra el fondo de mi estómago.
—Ven a buscarme.
Durante uno, dos, tres latidos, Thomas está callado. Luego cuelga, y el sonido de
sus pasos aumenta mi pasión. Mi ritmo cardíaco se eleva y mis dedos se cierran con
ansiedad alrededor de nada mientras aprieto mis manos. Doblo las rodillas otra vez,
exhalando cuando abre la puerta.
Sostengo su mirada.
—Por ahí —dice, agarrando cada uno de mis tobillos y enderezando mis piernas.
Me deslizo desde mis codos a mi espalda, riéndome mientras me lleva al borde de su
cama para que mis pantorrillas y pies cuelguen.
Pasando cada una de sus manos por mis piernas, curvándolas detrás de mis
rodillas, pregunta.
Sobre mi espalda mientras se coloca sobre mí, muerdo mi labio para evitar
sonreír tanto como deseo. Lo amo desde este ángulo. Quiero saborear esto. Cuando no
contesto de inmediato, Thomas me acaricia las rótulas a través de mis vaqueros, y curva
mis tobillos alrededor de la parte posterior de sus piernas.
Dejando caer mis párpados, encuentro sus manos y entrelazo mis dedos con los
suyos.
—Nada.
Pero su agarre se aprieta, y él me acerca más. Se inclina sobre mí, y sus ojos
azules, que parecen saber la verdad, son imposibles de evadir. Rodeándolo con mis
piernas, me sostiene bajo sus ojos y baja su voz.
Cruzo mis tobillos detrás de él, tratando de acercarlo más cuando mi corazón se
abre.
—Pensaba en ti.
Deslizando sus manos por mis muslos, Thomas se inclina más cerca, llegando al
final hasta que sus labios están sobre los míos y su pecho está justo encima del mío. Me
besa suavemente, apenas separado y dulce, levantándose antes de que esté lista.
—Está bien.
Abre uno de los bolsillos, y cuando me pongo de rodillas junto a él, saca tres
paquetes negros y multicolores. Miro al chico frente a mí, y puedo sentir la emoción que
sale de él mientras extiende varios cigarrillos en sus manos. Pienso en lo correcto y lo
incorrecto, y casi puedo probar la emoción que me recorre.
Thomas fuma con ZigZags o Phillies, nada como esto. Compró esto conmigo en
mente. Es el Día de San Valentín, y él está poniendo el regalo más “Dusty perfecto” en
mis manos. Mirando cada uno de ellos, la elección es una obviedad.
—Ven aquí —dice, tirando de mi tobillo como si pesara casi nada. En el borde de
la cama, saca mi otro calcetín y levanto las cejas.
—¿Thomas?
—No puedes regresar a la casa de tus padres con este olor en tu ropa —dice,
rozando las yemas de los dedos sobre la misma piel que toqué antes de llegar aquí, justo
donde mi anhelo está fuertemente concentrado—. Tu padre no te dejaría volver.
Tendría que entrar en la casa del juez McCloy para verte.
Con un ardor lento y constante, toma una calada larga y profunda y la expulsa
hacia su techo. Este chico hace que se vea fácil, y sexy, y cuando me lo pasa, quiero que
se vea así de suave también.
Thomas levanta el cigarrillo para que sus dedos toquen mis labios. Sus ojos no
se apartan de los míos mientras lentamente empiezo a inhalar el humo, y lo siento
mirándome mientras mis propios párpados caen. No siento nada en mi garganta, así
que inhalo un poco más, y luego ahí está, como él dijo.
Inclinándome hacia atrás con un rápido resoplido, contengo mi aliento hasta que
es imposible. El humo se filtra poco a poco en mis pulmones, y cuando lamo mis labios,
que saben a vainilla, lo hago de nuevo.
Toso la segunda vez, pero ambos estamos riendo. En algún momento, me subo a
su regazo, donde soplo nubes de humo, y él exhala las suyas sobre mí. Él sostiene el
cigarrillo en mis labios con cada calada, y me aferro a él.
Humo, luz del sol y suaves acordes de guitarra flotan alrededor nuestro. Thomas
pasa su nariz por mi cuello, y no puedo quitar mis manos de su cabello. Es suave entre
mis dedos, y su cuero cabelludo es cálido. Creo que podría volar por lo bien que se
siente, pero su brazo izquierdo permanece a mi alrededor en todo momento. Estoy a
salvo, amada y drogada.
Sus manos se quedan, pero me besa y mi corazón late con un amor abrumador.
Inunda todos mis sentidos, abrumándome por todas partes. No hay ningún lugar que
no pueda ver, oler o probar. La sensación de su pantalón en mis piernas desnudas es
todo en un segundo, y luego es la fuerza en sus brazos, sosteniéndose sobre mí, el peso
de sus labios en mi piel, el sonido de su respiración. Puedo oírla tan claramente cómo
puedo oír la mía, los pájaros afuera, la música y su teléfono.
Ignorando el sonido, Thomas aparta la correa de mi camisola, besando mi
hombro hasta que el timbre se detiene. Pero empieza de nuevo, y lo odio. Estoy debajo
de él, abierta de amor, pero en todo lo que puedo pensar de repente es en Valarie.
—Detente —le digo, mi voz ronca por el humo de vainilla y ni la mitad de fuerte
que necesito que sea—. Tu teléfono, detente.
Alejándose abruptamente, este chico saca su teléfono del bolsillo trasero, lo abre,
saca la batería y tira todas las piezas a través de la habitación. Me mira con ojos que me
dicen que debo saberlo mejor. Que esto es amor y nada de lo demás importa, pero es
demasiado tarde.
Con las ventanas entreabiertas, estamos relajados en la parte posterior del viejo
Audi de sus padres y todo se siente bien de nuevo.
—Es malo para tus huesos y tu piel —dice, sonriendo mientras meto los dedos
bajo su pierna—. Y tu corazón. Los latidos incontrolados son un preludio de un ataque
al corazón, princesa.
Ruedo mis ojos y me rio un poco, porque los siento. Los sentí antes en su cama,
y antes de eso, cuando pensé en él. Mis latidos inestables no tienen nada que ver con el
café.
—Me haces palpitar —digo antes de tomar otro trago, dejando que Dusty me
hable de malos hábitos, como si yo fuera demasiado joven para entender la ironía.
Este chico sopla una nube de humo, y la veo girar, extendiéndose a través del
techo del automóvil.
—¿Crees que hay calabaza real en eso? —pregunta. Cuando no puedo hacer más
que sonreír y mirar sus labios, se sienta recto.
—¿Qué?
Da una calada.
—Béisbol.
Entre lamer su labio inferior y levantar el cigarrillo, Dusty mira a mi pecho sin
una puntada de modestia.
Él tira el cigarrillo por la ventana mientras suelto mi taza vacía en el piso, y nos
movemos. Nos besamos abierta y profundamente, reclamando y entrelazándonos. Nos
besamos como antes, con los ojos cerrados y los corazones abiertos, y sé que la
verdadera droga está aquí. Está entre nosotros y dentro de nosotros.
Es la forma en que abre mis labios con los suyos para besarme más
profundamente, y la forma en que mi pulso se siente como si su nombre estuviera en
mis venas.
Es el anhelo que nunca se va, la necesidad de más que crece a medida que la
alimentamos. Es la tolerancia de la que hablaba y de la que sabe tiene razón.
Es esto, nuestro secreto.
Somos la droga.
Traducido por AnnaTheBrave y VckyFer
homas, despierta.
—¿Qué quieres? —pregunto, cada sílaba más dolorosa que la anterior. Mamá
sacude mi pequeña salvación y tira la almohada por la habitación. El aroma potente de
su perfume de alta gama me revuelve el estómago. No sé cómo ella está despierta y
vestida cuando el mundo está obviamente terminando.
—Ya son más de las dos. Levántate antes de que llame a tu padre —dice, tirando
la ropa sucia de mi cama a una pila en el suelo—. Eres un cerdo.
—Lo siento. —Froto mis manos sobre mi rostro. El olor a cigarrillo entre mis
dedos es peor que la esencia de su cruel fragancia.
La mujer que me dio vida camina por mi habitación, apilando platos sucios uno
encima del otro, tirando latas de refresco vacías, y resoplando a las quemaduras de
cigarrillos en la alfombra debajo de mi ventana.
Me sonrío a mí mismo.
—Sabes, si tienes algún problema real, el juez McCloy no permitirá que Leighlee
se quede aquí.
Puedo traducir la amenaza por su tono: jode tu propia vida, pero no la suya, y no
la mía.
Fue valiente y me hizo rodar, a horcajadas sobre mis caderas. Ella se ruborizó,
atrapada. Y me reí, divertido. El envoltorio de mini donas cruje mientras lo saco de
debajo de mi espalda.
Sonrío ante el recuerdo de sus pequeños gemidos, y en algún lugar entre los ojos
cerrados y las caderas oscilantes, me duermo otra vez. No me despierto hasta que mi
princesa de azúcar en polvo está de vuelta conmigo.
Presiono mis labios contra su cuello, beso su punto de pulso antes de abrir mi
boca y tirar la piel delgada entre mis dientes. El calor de Leighlee me pone muy duro,
ella vino aquí por un capricho, pero no tenía ni idea en que se estaba metiendo.
Mis labios se curvan en una sonrisa a lo largo de su clavícula. Bajé su top y respiro
sobre el encaje rosa acodando su pecho ligero, tentado de rasgar el sujetador por
completo. Sé que ella quiere que lo haga, pero yo no. Mis caderas se quedan quietas y
mi pulgar no se mueve; mis labios no besan y mi boca no cubre.
El pecho de Leigh sube y baja tensa y tímidamente. Está segura, pero tan
insegura. Nunca se ha mostrado a nadie antes… Sabría si lo hubiera hecho.
No se da cuenta de lo que podría hacer con ella, pero me dejó de todos modos.
Leigh me quiere lo suficiente para darme algo. Ella me deja joder con su cabeza, me deja
follar su cuerpo simplemente porque me ama.
Podría mover los delicados interiores de color rosa y deslizar mi polla dentro de
ella si quisiera. Podría rodarla y montarla y empujar hasta que llorara, y nada de lo que
hiciera haría declinar su confianza y amor. Pensaría que debe ser así, porque soy yo, y
la hija del juez no conoce nada mejor.
Con mi cara cerca del centro de Leigh, pequeños y desnudos talones se hunden
en mi cama, y ella arquea su espalda y se muerde el labio para no hacer ruido. El sabor
de su piel es fácil en mi lengua, pero duro en mi resistencia. Chupo hasta que se retuerce
y beso el punto morado cuando siento que no puede tomar más.
Leighlee es dos años y medio más joven que yo, y fuera de esta habitación, tengo
toda una vida sobre la que no sabe mucho. Las drogas, el sexo, las fiestas. Por la noche,
ella está metida en su cama, y yo estoy fuera mojando mi polla y jodiendo mi cabeza.
Escucha rumores de mierda o lo que sea. Sabía que una vez que estuviera en la
escuela secundaria iba a ser más difícil mentirle, y más fácil que averiguara sobre mí y
otras chicas. Especialmente Valarie. Leigh cree casi todo lo que le digo, pero es cautelosa
con Val. Es probablemente por qué L empuja esta mierda de sexo. En su mente, es
probablemente una cura para todos.
—Podemos hacerlo, si eres rápido. —Su tono es valeroso, pero el temblor en sus
dedos me hace saber otra cosa.
Contiene el aliento, pero inclina la cabeza hacia atrás, abriendo su cuello para mí.
—Sé rápido.
Ella no tiene ni idea.
No lo haré.
Empujando contra ella con nada más que algodón entre nosotros, hay deseo y
necesidad enjaulada en el hoyo de mi estómago, girando, aplastando, creciendo. Soy una
bomba de tiempo que hace tictac; vendré por esta chica.
Leighlee grita y curva su espalda lejos del colchón. Sus piernas están separadas,
abiertas ampliamente. Sus brazos están inmóviles a los lados, y los labios están lo
suficientemente abiertos como para respirar.
La negación no es fácil.
—Oh, Dios mío, ¿qué fue eso? —pregunta, apretando los muslos.
—Abre y mira lo que Hal trajo para mí —grita mi hermana a través de nuestra
barrera de roble.
Extraigo las manos lejos de su cara y beso sus nudillos apretados antes de
levantarla de la cama y llevar a mi chica a mi baño.
—Mira —dice. Por un momento, ella es la niña emocionada que huele a sudor
con un diente delantero astillado siguiéndome a mí y a mis amigos.
Doy un paso hacia mi hermana, tomando la figura de sus manos. Lo miro, decido
que es una mierda, y la echo de mi habitación.
Tan pronto como la puerta se cierra, Bliss aparece, de puntillas desde el baño.
Ella se sube a mi regazo, como si Becka no hubiera estado a punto de encontrarnos
juntos, y pregunta:
No dudo en deslizar mi mano entre sus muslos, bajo su vestido, sobre mi marca.
—Aquí —pregunto—. ¿Se sentía aquí?
2Chia Pet: marca de piezas de arcilla con forma de mascotas a las que se les aplicaban, sobre su cuerpo
acanalado, semillas humedecidas de chia, una planta aromática de ciclo anual.
En algún momento más tarde, cuando el sol de marzo se pone y la luna se alza,
Becka, Bliss y yo nos dirigimos al patio trasero y comemos tazas de pudín, rodeamos la
chia pet sembrada mientras los rociadores del patio humedecen el aire y nuestras caras.
Pero cuando los rociadores se apagan y Becka golpea el fondo de su taza con el
dedo, el timbre suena y la expresión de Bliss oscila de despreocupada a cuidadosa y se
drena de color. Sé quién está aquí.
—Tu madre nos dijo que estabas aquí —dice Hal en voz baja. El novio de mi
hermana se mete las manos en los bolsillos y espera al final de los escalones para ser
invitado.
Oliver está de pie, no tan tímido. Se quita el gorro de la cabeza y se pasa la mano
por el pelo, observándome mientras suelto mi taza de pudín y cuchara a la mesa y me
levanto.
—Sé que lo haces, Dusty —dice con aliento que huele a bayas y licor.
Mamá se ríe en voz alta y gira en mis brazos, empujándome juguetonamente. Sus
ojos borrachos caídos, libres de fingimiento.
—¿Esta ese pequeño idiota aquí otra vez? —pregunta mi papá, encendiendo la
luz de la cocina.
A pesar de ese fuerte sentimiento acerca de ella, y en lugar de hacer que nosotros
fuéramos reales, escogí mentir y dañarnos a ambos. Pero habría un día en el que la
llevaría lejos de aquí, y sería diferente. Seríamos nosotros.
Ese es nuestro trato.
Veinte minutos después, estoy vestido y fumando un cigarrillo, listo para irme.
Cuando lanzó la colilla fuera de la ventana al patio que está abajo, sabiendo que Bliss y
sus amigos están allí, espero que queme los ojos de Oliver para que no pueda ver a mi
chica de nuevo.
—Algo se presentó —dije, mirando más allá de ella —. Regresa antes de que mi
hermana venga aquí.
—Ella no lo hará.
Días de pago.
Su madre gasta su cheque entero en el mismo bar en el que ella trabaja duro para
ganarlo y normalmente no regresa a casa. Si ella lo hace, es en esta condición: cabeza
abajo, en su propio vómito.
—No puedo hacer que despierte —dice Pete, caminando alrededor de la sala,
tirando botellas vacías de alcohol —. Está respirando, sin embargo.
Él ha arrojado una sábana sobre ella, pero puedo decir que Rachel no tiene ropa.
Es perturbador verla de esta forma, porque siempre ha sido una borracha, pero no
siempre ha sido patética.
La casa está desordenada y huele peor de lo que se ve, así que tomo la bolsa de
basura de mi chico y termino de levantar mientras él endereza los muebles. Pasamos a
Rachel y trabajamos nuestro camino por el resto de su casa. Lavo platos mientras Petey
limpia el baño. El corre haciendo arcadas, listo para patear a su ebria y desmayada
excusa de madre antes de ir de regreso al baño con una bandana azul amarrada sobre
su nariz y boca.
Dejándola a ella, por último, nos detenemos al lado de su madre, mirando hacia
su lánguido cuerpo.
—Toma sus manos y yo voy a tomar sus pies —murmura Pete, empujándola
sobre su espalda. Las cubiertas se caen y ambos vemos todo.
—Que se joda, Thomas —llora por su madre, como muchas veces antes —. Deja
que se despierte así para que ella lo sepa.
Una vez que ella está segura en su cama, me dirijo afuera por aire fresco y a
fumar mientras Petey limpia la bilis en la que su madre había estado durmiendo. Pero
cuando lo escucho dar tirones me dirijo hacia adentro para ayudarlo. No sería la última
vez.
Mi amor no nota la forma en que las chicas la ven con envidia, y los chicos con
deseo. Pero cuando me ven a mí, apartan la mirada.
Ella gira en la esquina, y estoy justo detrás de ella, listo para jalarla a un lado.
Inventaré algo. Le voy a decir que lo siento y lo que sea que haya escuchado no es
verdad, y si lo es, no lo recuerdo.
Ella me ve ahora.
Con mis mejores amigos llegando, la Zorra esperando cerca, y Leigh observando,
digo:
—¿Y?
Yo no tuve sexo con Mixie. Ella me chupó la polla en el porche de atrás. Por la
mirada en el rostro de Leigh, ella sabía, y necesito saber quién le está contando.
Esta regla parece aplicar a todos en la escuela excepto para dos personas: Smitty
y Oliver.
Cuando veo a Leihglee en el pasillo entre clases, está con él todo el tiempo,
hombro a hombro, demasiado cerca para mi gusto. Me pone de mal humor, y para el
momento en el que termina el almuerzo, la mitad del día ha pasado y ella no ha
respondido a los mensajes o a la carta que dejé en su casillero.
Con mi cabeza baja y mis manos en mis bolsillos, es todo lo que puedo hacer para
no salir fuera de mi piel. Estoy atrapado conmigo mismo; la pena golpea contra mi
corazón, abriéndolo y atormentándolo. La culpa me come vivo, comenzando con mis
pulmones, haciendo que respirar sea imposible, mientras el misterio enrolla mi
estómago, ardiendo y agonizando.
Nada de eso duele más que la soledad que se coloca en lo profundo de mis
huesos, dejándome vacío sin Bliss.
—Hola.
Con la excepción de uno de primer año que va tarde a clase, Bliss y yo estamos
solos. La miseria y la soledad se van, pero la pena y el lamento se regocijan.
Muevo mi mentón para que nuestros ojos se encuentren. Por medio segundo ella
me deja, veo el dolor de la traición colocarse en sus iris por mí. Sin dudar. Leigh aparta
mi mano y su mirada cae al suelo.
—Por supuesto.
He faltado a la escuela tantas veces para saber que los de la facultad no se dan
cuenta quien va y quien viene, pero la emoción de nuestro escape emociona a Leigh.
Cuando todo lo que queda entre nosotros y el auto es el estacionamiento, suelto mis
labios cerca de su oreja y le digo—: Corre.
Color oscurece sus mejillas y su boca se curva en una sonrisa. Con nuestros
dedos entrelazados, la jalo detrás de mí, moviéndome entre los autos y apresurándome
ante la robada libertad. Finjo nerviosismo y pretendo que no puedo tomar la llave para
abrir la puerta del auto. Leighlee salta de arriba abajo, llena de emoción.
Una vez que abro la puerta que cruje, la chica que se escapa por primera vez se
sube al asiento del pasajero y se hunde. La nena piensa que se está ocultando, pero
mientras camino hacia la puerta delantera del auto, puedo ver la parte superior de su
cabeza.
Nuestro viaje es silencioso, pero cauteloso. No voy más allá del límite de
velocidad o intercambio carriles sin verificarlo. Mis manos están a las diez y a las dos, y
nuestros cinturones de seguridad están amarrados con fuerza. Que me detengan en
horas escolares es lo último que quiero que suceda.
Por la costa, el faro está en la cima del acantilado. El océano se rompe contra el
rocoso acantilado. Mi chica suelta su cinturón y sale del Audi sin ninguna palabra.
—Si.
Bajo el tibio sol, sobre la arena, cerca del océano para sentir la sal esparciéndose
por nuestros rostros, Leigh y yo nos sentamos lado a lado. Me siento mejor con ella a mi
lado, pero es obvio que está luchando una batalla interna y su mente está lejos. El
cabello rubio fresa se mueve alrededor del viento, atrapándose en su brillo labial, y las
mejillas sonrojadas se han vuelto pálidas. La cruda traición que tenía en sus ojos antes
de que fuera reducido a la infelicidad.
—Es como si Kelly no pudiera esperar para decirle a Becka todo sobre ti. No le
está haciendo daño a Becka. Sin embargo, me está haciendo daño a mí. —Leigh se limpia
sus lágrimas, poniendo arena en sus mejillas—. No puedo detenerte de hacerlo, y no
puedo dejar que ella me lo diga.
Manos desesperadas se mueven para desabotonar mis jeans. Ella está loca por
ello, está subiendo a mi regazo, envolviendo sus caderas alrededor de mi polla dura de
la que ella no sabe nada.
—Bliss…—digo.
—¿Por qué ellas y yo no? —pregunta, retorciendo mi débil resistencia con sus
ojos llenos de lágrimas.
Me siento y sostengo sus brazos por sus muñecas. Crudamente, sabiendo cual va
a ser su reacción le digo:
Muevo sus caderas en un suave círculo, dejando que sienta cuán duro estoy.
—Quiero que lo hagas Bliss, quiero que pongas tus lindos labios alrededor de
ella.
—Vamos princesa. Deja que haga que tu coño virgen sangre justo aquí en la
arena.
—Que te amo.
Sonrío.
Unas semanas han pasado desde la primera vez que Leigh y yo nos
escapamos de la escuela. Tras llevar a Kelly a un lado y pedirle muy
amablemente que cerrara la maldita boca y mantuviera mis asuntos
apartados de mi hermanita y su amiga, mi chica y yo hemos regresado a
la normalidad de nuestro secreto.
Con algo de tiempo discreto compensando al amor, estoy inquieto, listo para
desvanecerme y salir de fiesta. Matando dos pájaros de un tiro, he tenido uno de mis
mejores comportamientos, por lo que mis padres están contentos y me dejan tomar el
auto esta noche. Botellas vacías y pegajosas de alcohol, cigarrillos a medio fumar, y
cenizas desordenan mi escritorio. Ben está en el suelo, rodando sobre mi libro de
geometría, y Petey está en el baño, cepillándose los dientes.
Trago un par de pastillas azules que robé del gabinete de medicina de mamá con
vino tinto que tomé de la cocina. No notará la ausencia de algo. No es la primera vez que
le he sacado de su suministro prescripto, y en la mañana, ella pensará que se bebió el
merlot.
Una vez que mis amigos han salido, invento una excusa sobre olvidarme mi
billetera y les arrojo las llaves para que enciendan el auto. Cierro la puerta y la trabo
con llave por si acaso. Mi chica, dependiente y desesperada por hacerme quedar, rodea
mis caderas con sus piernas y me aprieta los hombros.
—Estaré aquí cuando llegues a casa —dice reacia. Sus dedos diestros acarician
mi nuca antes de hundirse de nuevo en el sofá, acurrucándose debajo de suaves mantas
bajo las que yo también debería estar. Sube el volumen de la tv, ignorándome
astutamente, y acepto la indirecta: vete antes de que el amor me haga quedar.
No me doy cuenta lo arruinado que estoy hasta que estamos en la carretera y las
líneas amarillas discontinuas comienzan a doblarse. El caucho se abraza al alquitrán, e
intento mantener los neumáticos rectos, pero mis palmas pegajosas giran el volante con
la inclinación de las rayas divisorias. Los ojos comprometidos bajan la mirada al
velocímetro; voy a quince kilómetros por debajo del límite de velocidad, pero se siente
como si estuviera volando.
—No, tú no eres una ramera, nena. —Petey se ríe en su receptor—. Tus amigas
lo son.
Ben está en el centro de los asientos traseros, iluminando, haciendo que su suave
reflejo brille naranja en el espejo retrovisor. Espesas volutas de humo llenan el auto,
obstruyendo mi visión esquiva.
—Alguien dígale a Mega Ramera que deje de llamarme —digo, riendo. Mis faros
iluminan el lado equivocado de la calle.
Estoy seguro que estamos perdidos y estoy demasiado drogado para conducir e
intentar mantener las cuatro ruedas derechas. Moviendo mis pesados ojos hacia el
espejo retrovisor, veo a Ben, drogado y recostado sin expresión, ausente. Pete está
fumando el porro ahora.
—No tengo idea de dónde estamos —admito. El temor se arrastra como arañas
por mis brazos, y el nerviosismo acaricia mi espalda.
Es contagioso.
—Dusty, estaciónate —dice Pete. Sus ojos son salvajes—. Estaciónate, Thomas.
Todo es diversión y juegos hasta que abre su puerta, listo para saltar.
Alargando el brazo para salvarle la vida, pierdo el control del auto y empezamos
a girar. Árboles, carretera, árboles, carretera, árboles, carretera; los faros iluminan
nuestra muerte. No hay forma de saber cuántas vueltas da el Audi antes de deslizarnos
fuera del pavimento hacia la tierra y el bosque. Inclinados y derrapando, el parabrisas
se quiebra y los cuatro neumáticos estallan antes de finalmente chocar y todo se vuelve
negro.
Cuando recobro la conciencia, los faros están oscuros pero la radio está
reproduciendo una lenta canción. Sale humo del motor, y el volante está doblado a la
derecha. No hay bolsas de aire. Ni idea de dónde están. Ni idea de si mis amigos están
vivos o…
—¿Estás bien? —pregunto, casi histérico. Mis manos tiemblan. Mi visión tiembla.
Mi corazón tiembla.
Vuelvo a mirar hacia Ben. Está sentado con los ojos abiertos de par en par,
sorprendido, pero bien.
Petey y yo somos capaces de salir por las puertas, pero Ben tiene que subirse
sobre el asiento delantero. Estamos cortados y magullados, asustados, pero vivos.
Desaparecido.
Con ambas manos en mi cabello, cierro la puerta de una patada y camino. Ben y
Petey se quedan atrás, y camino por lo que parecen horas. Una vez que siento que mi
mente está lo bastante despejada, llamo a la única persona que puede ayudarme.
He destruido el auto fuera de Newport en la carretera 20. Le toma a mi padre
menos de media hora encontrarme a un lado de la ruta luego de despertarlo con una
llamada que ningún padre debería recibir.
No necesito dirigirlo al lugar del accidente; sigue las marcas de los neumáticos.
—Si alguien llegar a pasar manejando, estamos jodidos. ¡Jodidos! —Papá sale y
cierra de un portazo con las dos manos, meciendo el Mercedes.
Siguiéndolo, me paro a unos pocos centímetros detrás de él con las manos en los
bolsillos mientras mira fijamente lo que queda de su viejo auto. Ben y Pete están
sentados contra un árbol en silencio, esperando instrucciones.
Asumiendo que eso me incluye, me doy la vuelta para seguir a mis amigos, pero
papá me llama.
—¿Cómo pudiste ser tan estúpido? —pregunta. Las mejillas de papá están rojas
por el frío y sus ojos sombríos por el enojo. La brutalidad se erige detrás de sus puños,
y sé que no debo decir nada. Me aparta del auto y me empuja hacia el de él—. Sal de mi
vista.
—¿Qué pasa si alguno hubiese muerto? ¿Qué habría hecho si hubieras muerto?
—pregunta, tristemente.
Se aclara la garganta.
—Vas a decirle a tu madre que fue un accidente. Dile que viraste para evitar un
ciervo. Dile lo que quieras, pero no le digas la verdad.
—De acuerdo.
—¿Tienen alguna idea de cuántos accidentes de auto son causados por venados
cada año? —pregunta Valarie a mí y a Daisy en clase de francés.
—¿La tienes tú? —Hay cierta mordacidad en mi tono que no podría esconder
incluso si lo intentara.
—¿Venados? —pregunto.
—No fue culpa del venado. Fue un accidente —miento. La verdad es, mi amor no
chocó a un venado; chocó a un árbol porque manejaba drogado.
—Sé que Thomas es como un hermano para ti, pero es más para mí, Bliss.
Píldora anticonceptiva.
—Soy delgada porque ando en patineta y tengo muchos orgasmos —se burla—.
Tú no, y comes como mierda. El mundo es un lugar triste e injusto, Leighlee Bliss.
Como uña y mugre, lado a lado en el sofá de mi madre, sus rodillas están raspadas
y con moretones, y las mías están suaves como las de un bebé e ilesas.
—Hemos tenido esta conversación, Becka —digo, limpiando las migajas de mis
manos—. Estoy esperando al matrimonio.
—A los catorce eres demasiado joven como para hacer una decisión así de
grande. Oliver solo está con Erin porque eres frígida —dice con una sonrisa traviesa.
Papá entra desde el jardín y nos echa un vistazo antes de sacudir su cabeza.
—¿Quiero saber?
—De ninguna manera, Juez McCloy, siga caminando. —Rebecka sostiene su puño
en alto y mi papá lo choca con el suyo mientras se aleja de nosotras.
Mis ojos se abren de repente. Mamá está en el supermercado, pero miro hacia la
cocina para asegurarme de que mi papá no está a la vista.
—¿Qué? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—Cállate.
—Rasuras tu vagina, ¿cierto? —Pasea sus dedos índice y medio bajo mi muslo.
—Rebecka —gimo.
—Es lo que las verdaderas amigas hacen por otras verdaderas amigas. Quiero
que sientas lo que yo siento, eso es todo.
Papá vuelve con un vaso de agua helada en sus labios, apresurándose de regreso
a la puerta delantera donde está a salvo de pláticas de chicas adolescentes. Temas tales
como sostenes y ciclos menstruales lo ponen incómodo, los anticonceptivos podrían
darle una apoplejía. Es por eso que fui directo con mi mamá después de la escuela hoy.
—No de esa manera. Realmente tengo cólicos muy fuertes y escuché que las
pastillas anticonceptivas ayudarían.
—¿Cólicos?
—Y espinillas.
Me atrapa con la guardia baja y desliza su mano bajo mi vestido. Entre los muslos
que aprieto firmemente, Becka agarra mi precioso centro intacto.
—Te dije que no estaba asustada de tu vagina. —Ríe, moviendo sus dedos.
Más tarde esa noche, la casa huele como pan de ajo y mamá está poniendo la
mesa. No me he movido de mi lugar en el sofá desde que llegué de la escuela. Thomas
se presenta para recoger a su hermana mientras el temporizador en el horno suena.
Mientras mi corazón palpita en mi garganta, dejo que mi papá atienda la puerta.
Es obvio que este chico no ha dejado la cama en todo el día, con sus somnolientos
ojos rojos y su despeinado cabello escondido bajo una gorra. En pantalones cortos de
basquetbol y una camiseta blanca lisa, Dusty camina educadamente junto al brazo del
sofá, lo suficientemente cerca para que pueda oler la leve esencia de jabón en su piel,
pero lo suficientemente distante para no levantar ninguna sospecha.
—Thomas, no sabía que estabas aquí. —Con una reacción opuesta a la de su otra
mitad, mi madre cuidadosamente envuelve al herido en sus brazos—. Estoy feliz de que
estés bien. Nos asustaste.
—¿Qué hizo?
—Sí —digo.
—Vamos a ir.
—Usaré un vestido en el baile si dejas que Oliver te meta los dedos en el baño —
grita desde el final del pasillo.
—Sí —dice, sonriendo como un idiota. Él es lindo, con el pelo castaño oscuro y
ojos marrones claros, alto y con el cuerpo de un deportista.
—¿Qué hay de ti, Dusty? ¿Es Bliss tu cita? —pregunta Pete por encima del
hombro de Brandon.
—Sí, ella es mi cita —dice mi loco amor con los ojos clavados en la parte
posterior de la cabeza de Brandon.
Camino a clase con el brazo de Pete sobre mi hombro y Ben llevando mis libros.
Valarie está detrás de nosotros, y trata de hablar con ellos, pero la ignoran y me dan una
conferencia sobre los chicos malos con mala intención.
—Je te déteste.
—Es gracioso que Thomas dijera que era tu cita en el baile cuando realmente va
conmigo.
—Sé que estabas con Clarissa —grito—. Sé que has estado con Valarie y Mixie y
Katie. Val dijo que vas al baile con ella…
Me bajo del escritorio, agradecida de que mis pies estén fuertes y firmes, y
sacudo mi vestido. Busco mi bolso, y cuando lo encuentro, Thomas lo lanza a través de
la habitación.
—No estaba con Clarissa, y nunca he estado con Mixie o Katie —dice, dejándome
ir.
—La gente dice mierda acerca de mí —me engaña un poco más—. Pero eso no
significa que sea verdad.
Asiento a regañadientes.
Me levanta la barbilla.
Yo lo hago.
—No voy a bailar con V. Ella me preguntó si iba. Dije que sí. Eso es todo —dice.
Miro hacia el techo, rechazando encontrarme con los ojos en los que me ahogaré.
—En serio, L, ¿qué está pasando? —Se sienta a mi lado en el bordillo. Es viernes
y estamos esperando que Tommy nos recoja de la escuela.
—Nada —digo, extendiendo mis piernas, amando el ardor que estoy recibiendo
del sol.
Me está matando.
No hay forma de saber si a Valarie le gusta Brandon o no, pero han estado
tonteando y es raro, él es genéricamente perfecto, y ella huele a cigarrillos. A pesar de
besar a mi peor enemiga, el chico rompecorazones no ha renunciado a mí todavía. Ben
y Petey lo echaron un par de veces más, pero Brandon me atrapó entre clases ayer.
Brillante y tentador, él es precioso y molesto.
Horas más tarde, la luna ha salido y Becka tiene su ventana abierta, dejando
entrar la fresca brisa nocturna. Estamos en pijama con mascarillas, encogiendo
nuestros poros, así estaremos impecables en el baile mañana por la noche. Mi mejor
chica tiene sus pies en mi regazo mientras envía mensajes a su chico, y estoy pintando
sus dedos de los pies de color Rosa Bogotá Blackberry, tratando de no pensar en el mío.
—Voy al baño —miento, llevando mi teléfono al baño del otro lado del pasillo
conmigo.
La arcilla verde sale de mi cara con agua tibia, y dejo el grifo abierto mientras
devuelvo la llamada de Dusty.
El chico problema está preocupado por lo que estoy haciendo, pero estoy en
casa, segura y sobria. Necesita preocuparse por sí mismo, ahí afuera, incontrolable y
loco.
Cuando nos vamos a la cama, sueño con un delincuente con ojos del color del
cielo.
—¿Lista para bailar, Bliss? —Becka me despierta.
—¿Qué están haciendo chicas? —pregunta, agarrando sus llaves del mostrador.
—En ese caso, continúen. —Tommy sonríe y guiña un ojo—. Pero no se pasen.
—Lo oí.
Cuando Becka sale de la ducha, entro, lavando los últimos pedazos de mi mal
humor. El jabón fluye por mis brazos y piernas, hacia el desagüe, mientras que el olor
de lavanda y limones eleva mis nervios. Me cepillo los dientes y pienso en cómo Thomas
me ama. Pienso en los correos de voz y los mensajes que envió anoche. Pienso en lo loco
y esporádicos que eran, y lo loco y esporádico que es. Pienso en lo apasionado que es, y
estoy loca por amarlo, pero también soy apasionada.
Con líneas de sueño en su cara y el pelo desordenado, el chico que amo parece
cansado. Sonríe mientras entra, cerrando la puerta detrás de él. Me besa con una boca
que sabe a licor y pasta de dientes y me sube al mostrador del baño.
Labios apresurados se mueven por mi garganta. Le digo que no deje una marca,
y me dice que cierre la boca. Thomas se presiona entre mis piernas, y puedo sentir sus
pantalones cortos de baloncesto de nylon empujando contra mi cintura desnuda. Le
muerdo el hombro para no hacer ruido y le rodeo el cuello con mis brazos mientras él
desenvuelve mi toalla.
Me muevo. Inquieta. Cierro mis ojos.
Thomas frota sus pulgares sobre mis pezones, y tomo aire. Su tacto se siente
como si tuviera un millón de pequeñas mariposas revoloteando sus alas bajo mi piel.
Cayendo de rodillas, Dusty pone su cabeza en mi regazo y cierra los ojos. Paso
los dedos por su pelo y le cuento cosas que no son importantes, como la forma en que
Rebecka y yo bebimos y cómo tragué una pastilla para dormir ayer por la noche y cómo
mi mamá me está haciendo llevar este estúpido vestido amarillo al baile cuando quería
usar uno negro.
—Oh, vamos, no es tan malo —dice Tommy. Saca una foto de su hija.
Se supone que sea un baile tranquilo, pero por la forma en que mi madre y
Tommy lo están tomando, se podría pensar que era una gala de alfombra roja.
Nos vemos obligadas a tomar fotos familiares, fotos de grupo y fotos de parejas
delante de la repisa de los Castor. Estoy emparejada con Oliver a pesar de mi insistencia
en que no es mi cita.
A pesar de su ausencia, me preocupa que vea las fotos de mí y el chico que juré
no era mi cita y tenga la idea equivocada.
—Solo somos amigos —digo, irritada mientras mi madre trata de reunirnos para
otra foto.
—Es lindo —me dice Tommy con astucia, mirando a Oliver. Luego mete su dedo
debajo de la manga de mi vestido amarillo y dice—: Pensé que ibas a pedir algo prestado
a Becka.
Mis ojos se dirigen a mi madre, que está haciendo fotos de Becka y Hal con una
cámara obsoleta. La decepción en mi expresión debe ser respuesta suficiente para
Tommy. Me frota la espalda con simpatía y me dice que me veré hermosa incluso en
harapos.
Antes de partir, me aseguro que mi mejor amiga lleve su bolso de gran tamaño.
Mi mamá me puede obligar a usar un vestido largo que me hubiera gustado hace dos
años, pero no puede hacer que lo siga llevando cuando no está cerca.
—Diviértete —dice mamá mientras empezamos a meternos en el auto de
Tommy.
Pero finjo.
Mi chica se quita los zapatos y me los pongo, sintiéndome más como yo. Ella me
ayuda a quitarme el vestido de encaje amarillo y me ayuda a ponerme el ajustado
vestido negro, que se ajusta perfectamente a mis curvas y cubre bastante con el cuello
alto.
Becka silba.
Más confiada que cuando salí de la casa, me dirijo hacia el espejo para arreglar
mi maquillaje mientras mi chica se inclina para atarse las Chucks. Me enrojezco los
labios y aplico tanta mascara que mis pestañas se sienten pesadas, pero mis ojos verdes
brillan. B piensa que mi cabello debe ser más voluminoso, por lo que usa un cepillo
redondo.
Se queda atascado.
—¡Rebecka! —grito.
Tirar del cepillo lo hace peor, así que me paro delante del espejo con demasiado
maquillaje y mostrando demasiada piel, y me rio.
No soy una gran bailarina, pero en estos zapatos, todo es posible. Las luces
azules, verdes y amarillas parpadean en el gimnasio mientras me sumerjo, balanceo y
meneo. Las manos de Becka están en mis caderas, y cuando el ritmo lo permite,
bajamos.
Todo lo demás desaparece. Solo soy una chica que disfruta el momento de su
vida.
—Bienvenida al paraíso.
Responde:
—Tal vez.
—Mi papá me enseñó eso cuando era más joven —dice, acercándome.
—Me gusta —digo, mirando a los ojos de párpados caídos y dilatados. Con mis
brazos alrededor de sus hombros tensos, finalmente pregunto:
—¿Qué tomaste?
—Éxtasis.
Cierra los ojos y toma aliento, dejando caer sus manos a mi cintura.
—No puedo.
Estúpidamente, lloro.
—Esfuérzate más.
—No te vayas —digo en voz baja, secando la tristeza de mis ojos en su sudadera.
En el borde de la pista de baile, Valarie espera en un maxi vestido azul con ojos
que emparejan los de Dusty. Él le pasa el brazo sobre los hombros, y una vez que el resto
de su grupo se les une, se van.
Juntos.
Traducido por Genevieve
s el último día de escuela y no podría estar más feliz. Mamá piensa que iré
de paseo a Castor con Tommy, pero ella y Lucas salieron para un viaje de
negocios esta mañana y no estarán en casa hasta después del fin de
semana. Ben nos llevará, y estamos a medio camino hacia su auto cuando
recuerdo que no limpié mi casillero.
—¿Qué pasa? —pregunto, levantando mi Jansport del suelo—. ¿Creía que los
seniors habían terminado ayer?
—Oh. —No quiero ser grosera, pero estoy lista para irme.
Las puertas dobles por las que entré hace cinco minutos se abren. Yo sonrío.
Brandon no lo hace.
Becka está en su tabla, pero salta y retrocede mientras que Ben, Thomas, y Pete
caminan hacia mí y el rompecorazones que no sabe cuándo dejar de intentar. Enderezar
mi mochila mientras mi corazón late con anticipación.
Brandon da un paso atrás, y para alguien que afirmó no tener miedo de unos
cuantos estudiantes de segundo año, parece que podría tenerlo.
Mi amor salvaje pasa junto a mí, golpeando a Brandon en la boca con su puño
cerrado, dejándolo caer de rodillas en un movimiento fluido. Thomas le golpea de
nuevo, el sonido es sólido y contundente, y de nuevo, golpeando hasta que Brandon está
de espaldas, patético en su intento de defenderse.
Deja que Brandon se desmorone en una pelota antes de darle patadas. El sonido
del aire que sale de los pulmones del graduado de secundaria tensa mi espalda y me
deja sin palabras. El labio de Brandon está partido y su nariz está chorreando,
juntándose sobre el pálido azulejo debajo de él. Su cara perfecta ya no es tan bonita, y
cuando tose, jadeando por un suspiro, gime, y una gota de sangre cae sobre mi pie.
Entre la sangre, la pérdida de aire, y los guardias de camino, grito. Mientras que
Ben pelea con Thomas, Petey se levanta y cierra de golpe mi casillero antes de sacarme
detrás de Becka, que está por delante, corriendo a través de las puertas en el extremo
opuesto de la sala.
Grito. De nuevo.
Justo antes de que realmente comience a entrar en pánico, Ben y Thomas vienen
salen del edificio de la escuela, riendo y corriendo como si sus vidas dependieran de
ello.
Desconectando la alarma del auto, Ben y Pete saltan en el asiento delantero del
Mercedes Benz mientras Becka y Thomas, chocan contra la parte posterior.
Nos inclinamos hacia la izquierda cuando Ben sale del estacionamiento y cuando
estamos alejados de los terrenos de la escuela, estallamos en una burbuja de conmoción
nerviosa y llena de adrenalina.
Sin pensar, froto los dedos sobre los nudillos rotos y ensangrentados de mi amor
y digo:
—¿Por qué? ¿Así podemos hacer esto? Tiene quince años, por el amor de Cristo.
Nosotros…
—¡Quince!
Hay un ruido de cristal en la sala y sé que papá tiró su whisky. Mamá nunca
pensaría en desperdiciar una bebida perfectamente buena, incluso con ira.
Mamá está callada por un tiempo. Enciendo un cigarrillo y fumo con las rodillas
en alto y los codos sobre éstas.
Papá arroja algo más, o lo golpea, sacudiendo las paredes debajo de mí entre más
ruidos de estrépito y gritos huraños y odiosos. Arrastrando el humo lentamente contra
mi inestable latido del corazón, miro a los otros tejados, pero realmente no estoy
mirando.
El amor puede perdonar, pero la vida no olvida. Especialmente con los niños.
Todo lo que mis padres eran y son, lo soy. Bueno y malo. La determinación de mi
padre y la calidez de mi madre; su suave discurso y su indiferencia; un genio rápido y
una lengua afilada; excesos, celos; soy todo. Cada una de sus inestabilidades y todos sus
resentimientos me recorren. Soy volátil en el mejor de los casos y esto…
—¿Cómo que eso es lo que yo quería, Tommy? ¿Cómo algo de esto es lo que quería?
—Tal vez me hubiera sentido más como una esposa si no estuviera pasando cada
hora con tus hijos, los que tú querías, ¿recuerdas?
—Teníamos opciones.
—¿Por ahora, cariño? ¿Hasta que termine la escuela de derecho? ¿Hasta que
trabaje? Vete al infierno. Todo el mundo sabe que eres una mentira.
Los gritos disminuyen, y sé que mi padre se fue. Es lo que hace. Es lo que hago.
Su respuesta es inmediata.
Ven a buscarme.
Traducido por Brisamar58, Anna y Lili-ana
Estoy agradecido de que Leigh básicamente vive aquí durante el verano, pero
sus paredes han estado levantadas desde esta mañana. No se le permite estar enojada
conmigo en mi cumpleaños, pero protegerse y bloquearme peor.
Pete y yo fuimos al garaje de su primo, Easy, ayer, pero resultó que Easy estaba
en un apuro. Por suerte para él y para mí, estaba dispuesto a sacar tanto dinero en
efectivo cuanto antes, y yo guardo los ahorros escondidos en una vieja bolsa de
equipaje.
Papá estaba enojado cuando llegué a casa con el viejo Lincoln, pero después de
una mirada de mi madre, ¿qué podía hacer, excepto pagar el resto y dejarme
mantenerlo?
El pelo rubio rojizo está recogido tirantemente, y Leigh tiene en esta pequeña
cosa de una sola pieza de color espuma de mar. Los pantalones cortos son demasiado
cortos, y hay hilos de bikini blancos atados en la parte posterior de su cuello. Tecleando
algo en su teléfono, no se molesta en mirarme, y hace que mi corazón quiera darse por
vencido. Probablemente se detendría por completo si no estuviera ocupado pulsando
toda mi sangre directamente a mi polla.
Cierran la puerta del baño detrás de ellos, pero su risa se filtra, y mi pecho se
aprieta.
Deja que me diga que no deje una marca. Deja que intente salir.
—Dime que esto no lo es. —Alcanzo las tiras blancas alrededor de su cuello,
deshaciendo el lazo. Estrecho mis ojos y quiero sacudirla, pero me contengo. Miro hacia
otro lado y luego de regreso, haciendo gestos con mi mano derecha vacía.
Mirando fijamente de nuevo hacia mí, parece querer gritar y golpear y llorar y
exigir, pero no lo hace. Y no puedo tirar de las mantas sobre ella como el año pasado.
Estamos aquí, cerrados y testarudos, desperdiciando los pocos segundos que tenemos.
Con sus tiras blancas en un lazo, Leighlee abre mi puerta detrás de su espalda y
me mira a través de ojos que ha puesto para mi hermana, sus amigos, y él.
Y no lo haré.
En su lugar dice:
Y se va.
Pienso en abandonar la fiesta por la playa y hacer que Oliver cuente sus dientes
en la arena, pero Ben sale con una amplia sonrisa y una botella de Johnnie Walker Black.
La fiesta me necesita y la necesito.
El calor del sol se aferra a todo a pesar de haberse puesto hace una hora. El aire
de julio sopla a través de las ventanas abiertas mientras manejamos, y huele como la
hierba apenas cortada y asfalto caliente, a cloro y helado. Las luciérnagas están todas
dormidas, pero las cigarras y los estéreos suenan alto. Cuando llegamos a la casa de
Mixie, el porche y la acera están llenos de gente.
Aire acondicionado sopla frescura dentro de la pequeña casa de dos pisos, pero
el salón está lleno de gente abrigada y la risa es alta. Los ritmos y golpeteos se
desprenden de los altavoces del suelo mientras el humo dulce se cierne y todo el mundo
me sonríe, queriendo celebrar. No reconozco todos los rostros quemados por el sol y
sudorosos, pero estoy rodeado por todos lados con abrazos y cumpleaños felices.
Rodeado por mis muchachos y algunos otros, de pie en una forma que
vagamente se asemeja a un círculo, tomamos whisky y humo, calada tras calada bajo
una luz de color amarillo.
Kelly y Katie sacan una bandeja de donuts de gasolinera con diecisiete velas
encendidas embutidas en ellas. Soplo sin pedir un deseo, pero no se apagan. Soplo de
nuevo, y otra vez. Ben salta sobre mi espalda y sopla también. Tropecé cargándolo, y
empuja el sombrero sobre mis ojos, volviéndome tan ciego como descuidado.
Parpadeo otra vez y estoy en el porche trasero encendiendo uno de mis porros,
pasándolo a Tanner.
Con otro parpadeo, estoy en la sala llena de gente. El humo, el sudor y los ritmos
lentos persisten, más pesados ahora, y Kelly está de puntillas, tratando de poner una
corona construida de papel en mi cabeza.
—El rey de Petey —dice ella, sonriéndole por encima del hombro en un tono
borracho de sinceridad.
Otro parpadeo y estoy sentado en esta silla antigua con esta corona en mi cabeza
que parece que salió de la parte trasera de un libro para colorear. El quinto de whisky
en mi mano derecha está medio vacío y mi mano izquierda está sobre mi estómago.
Ella juega con la manga de mi sudadera. Huele a sudor de chica y talco de bebé,
y apenas puedo soportarlo cuando se inclina como si fuera a decirme un secreto.
—¿Quieres ir a algún lugar? —Ella acaricia con sus dedos encima de mi estómago
revuelto, a través de mi camiseta mientras Johnnie Walker nada en mis venas como una
llama.
—¿Por qué? —pregunto, sin mirarla. Me inclino más hacia atrás en la silla para
que no pueda alcanzar más mi oreja y quitar su mano de mi estómago. Ahora tiene que
decir la puta mierda que tenga que decir en voz alta.
Moviendo los ojos y mordiéndose el labio, tropieza con las palabras cuando
intenta una respuesta.
La ayudo.
—No quiero —digo, todavía aburrido y aún más molesto. Me inclino hacia atrás
en la silla, escaneo los rostros a mi alrededor, y Katie me llama la atención. Me giro en
cámara lenta por mi borrachera, y señalo a la puta frente a nosotros, viendo el intento
de conseguir mi objetivo.
—¿Qué? —Parece que no lo entiende, pero la veo mirando a Katie. Está pensando
en ello.
Parpadeo de nuevo y estoy en una puerta del cuarto de baño arriba, viendo a
Katie y a Shirley Temple toqueteándose en la ducha.
La clara cortina está abierta, y Katie tiene los labios y los dedos deslizándose por
todos lados. La chica que quiere ser ella tiene su boca en el cuello de Katie y ambas
manos en sus pechos. Sus ojos están cerrados, y el agua se desliza hacia abajo en
corrientes de color rojo débil teñidas por rizos dulces empapados.
Entregando la botella a quien esté a mi derecha, echo un vistazo. Kelly toma una
copa y mi corona de papel está sobre su cabeza, torcida y casi sobre sus ojos.
Abriendo los ojos de un parpadeo, estoy en un cuarto de baño lavando mi cara
con agua fría, escuchando a alguien murmurar “mierda, mierda, mierda” una y otra vez.
La luz no está encendida, pero el tenue brillo de la noche entra por la ventana.
Estoy solo.
Estoy en el suelo.
Mis ojos queman cuando parpadeo. Me duele el pecho. Mi visión disuelve todo a
mí alrededor en sombras sin forma de colores apagados que sangran juntos. Quiero
estar enfermo. Quiero ir a casa. Quiero que termine.
El amor es perpetuo.
Amor es aprender con el ejemplo, pero el amor es tonto. Ella es la única cosa en
mi mundo que no es veneno, pero es autodestructiva e inflexible en mostrarme lo fuerte
que puede ser. Estoy tratando de salvarla, pero ¿y yo?
La voz del diablo suena muy lejos. Está sin aliento. Ingrávida. No suena real.
Desnuda.
Sacudiéndose.
Sus ojos son pesados, medio cerrados y vidriosos, como si estuviera a punto de
llorar. Realmente llorar. Está balanceando sus caderas y la siento. Realmente la siento,
y está a punto de venirse.
De venirse realmente.
Moviéndome con una prisa que borra mi percepción y controla mis pasos,
descarto el condón en el cuarto de baño de la habitación de quienquiera que estemos.
No me molesto en encender la luz o mirar hacia arriba. No puedo controlarme lo
suficientemente rápido.
El pelo negro de Valarie está enredado y alborotado por el sexo, más arriba a la
izquierda que a la derecha. Tiene las mantas de alguien sobre su pecho, pero puedo ver
sus hombros desnudos. Bronceada por la luz del sol, la piel sudorosa brillante, huesos
flacos vibran en su defensa.
—Vete a casa, Val —le digo humildemente, apuntando mi gorra hacia delante y
subiendo mi capucha antes de salir.
No puedo verla, pero puedo oírla reírse detrás de una puerta cercana cerrada.
Suena ronca, pero despreocupada, optimista, bien despierta. Feliz de coca, como si no
pudiera importarle una mierda nada, aunque quisiera.
O mi teléfono.
Es sencillo con Valarie. Somos iguales por dentro y por fuera. Soy tan
desesperanzado como ella despiadada, tan egoístas y capaces de destruir vidas.
Las de otros.
La de Leigh.
No creo que Val jodiera con mi teléfono, pero podría si quería follar conmigo,
podría arruinar más de lo que sabe, y ese pensamiento hace que el pánico agarre mi
pecho.
—¿Qué estás haciendo? —Se ríe, paseando por la puerta abierta cuando me giro
para mirar.
Si Val…
—Hola. —Cas corta dos líneas blancas sobre el cristal de una imagen enmarcada.
Los dirige hacia mí en ofrenda—. ¿Quieres entrar en esto?
Y es rápido.
Mi sangre corre como un fusible que se quema rápidamente hacia el polvo negro.
Inclino la cabeza hacia atrás y tengo las puntas de los dedos en la nariz. Hay un
ardor que duele y consume, y es aterrador, pero no físico. Esta devorando detrás de mis
ojos y la parte de atrás de mi garganta, y cuando me levanto, es como si todo el mundo
se elevara conmigo.
Fácilmente diez veces más drogado de lo que he estado o pensé podría estar,
como el puto sol de mediodía en verano, me siento invencible. Cómo importándome un
carajo el rumor que escuche una vez.
Casper me mira con una suave sonrisa, los párpados bajo los ojos parecen
negros.
—Oye shh, cállate —me dice, sosteniendo su dedo sobre los labios.
Y lo escucho también.
Bliss.
Quiero quitarme los zapatos y correr. Siento como si pudiera correr todo el
camino al sol y todavía no ha salido.
Todo el tiempo, el mismo músculo que está pulsando demasiado duro está
azotando el nombre de mi amor.
Quiero a mi chica.
Mis manos y pies me han llevado a su calle sin consultar a mi mente. Cuando
pongo el auto en el estacionamiento al final de su calle, mi conciencia no discute. Quiere
a Bliss tan severamente como cualquier otra parte de mí.
El aire nocturno se lleva algo del estruendo de mi corazón de los oídos mientras
salgo y camino. Mi pulso va de un salto a constante con cada paso que es conducido por
el puro propósito y la total determinación. Me mantengo en las sombras y recorro los
patios oscuros, haciendo la línea más simple, más recta, más corta a donde está mi amor.
El amor me trajo aquí, y el amor vale cada riesgo y todas las leyes que estoy a
punto de romper.
El porche delantero de Thad y Teri McCloy está demasiado bien iluminado, así
que camino alrededor de la casa. Cubriéndome en la oscuridad, hay una puerta lateral
que se abre a la cocina, y tengo que estar en silencio. No hay duda en mi mente de que
el buen juez mantiene una pistola cargada cerca de donde duerme.
Y lo hace.
El amor lo sabe.
El amor es atracción.
Cabeza abajo, ojos arriba, paso el baño y luego a la derecha por la puerta abierta
de sus padres durmiendo, directamente a la de mi chica cerrada.
Bajo los dedos, el pomo de la puerta de Leign está fresco. Gira fácilmente y se
abre tan silenciosamente como lo necesito. Una vez que la he cerrado detrás de mí y
estoy en su habitación, finalmente y por primera vez, exhalo.
Mi sonrisa es incontrolable.
Los suaves rizos rubio fresa se han deslizado de debajo de la capucha que ella ha
colocado sobre su cabeza y con un brazo puesto debajo de su almohada, tiene el otro
doblado a lo largo de su pecho. Su mano colocada debajo de la barbilla y casi cubiertos
por completo con mi manga demasiado larga; pequeños nudillos de niña se asoman.
—Tienes que estar callada —le digo, empujando sus mantas fuera del camino.
Agarrando mis costados a través de mi camiseta, ella asiente, pero no puedo dejarlo
suficientemente claro—. No puedes hacer un sonido, nena.
Asintiendo más, más rápido, gira y voltea su cabeza para mirarme con los
soñolientos verdes mientras me deja recostar entre sus piernas. Su boca se abre cuando
empujo contra ella y aprieta los puños de mi camisa. Sorprendidos ojos se cierran
fuertemente y ella presiona sus labios, esforzándose por mantener silencio.
Recorro con besos su mejilla y deslizo mis manos bajo el borde inferior de mi
sudadera y su blusa de dormir. Caliente como puestas de sol en verano y suave como
derritiéndonos entre sueños, esta chica es perfecta. Es segura, suave y mía.
Mi nena se arquea y reprime un grito mientras que la piel que apenas he tocado
se vuelve tierna bajo mi beso, como si esta fuera a romperse.
En lo profundo de mi propio pecho, perdido entre drogas duras y blandas, mi
pulso palpita. Me inunda con latidos que atrapan y abruman. Mis costillas se sienten
como papel fino y estoy ardiendo. No puedo agarrarme. Me siento demasiado fuerte,
demasiado grande para mi cuerpo y el pánico regresa, apretando su agarre.
Abriendo los ojos, veo a mi amor claramente, pero esto no puede ser real. Hoy.
Esta noche. Ahora mismo. Este tipo de consumismo total no puede suceder, pero está
dentro, por debajo y por encima de mí. Es por eso que existo y no puedo manejarlo.
Cuando sus uñas rompen mi piel, aflojo, pero mantengo la boca que amo cubierta
porque el significado y sentido están lejos de estar callados. Ella se estremece debajo de
mí, empujando mis hombros por misericordia, pero sus dedos se curvan firmemente y
los pequeños sonidos que está haciendo son de amor.
L gira su cabeza hacia mí para descubrir su boca. Deslizo mi mano en sus rizos
enredados por el sueño que son del color correcto y cuando puede respirar de nuevo,
jadea que me ama, también.
Giramos y nos enredamos juntos, disculpándonos con respiraciones
compartidas y perdonando con suaves roces. No hacemos preguntas o compartimos
culpas y así es como somos.
Leigh saca mi camisa y la llevo a mi regazo, así estamos piel a piel. La envuelvo
en mis brazos y presiono mis manos bajo su espalda, sobre su coxis con hoyuelos y más
abajo. Curvando ambas manos alrededor de sus mejillas, la acerco hasta mí y ella sonríe
contra el lado de mi boca.
Podría tenerla ahora, así. Justo aquí en su habitación con la puerta de sus padres
abierta justo al final del pasillo.
Mi amor es hermosa así, con las pestañas cerradas y los labios entreabiertos
curvados, sosteniéndose mientras me muevo.
Observando sus mejillas volverse rosadas y sus labios sonrientes se abren más,
escucho que toma pequeñas, respiraciones más rápidas más profundas en sus
pulmones, ralentizo nuestro ritmo y me inclino. Con mis labios sobre los suyos, susurro:
Las caderas de mi nena se levantan y sus mejillas pecosas por el sol se vuelven
rosa y sé que tengo que parar. Esta noche no es esa noche, pero mientras la veo
montando lo que hay entre nosotros, pienso en la tortura que parar sería para ella. El
instinto de darle lo que la he hecho esperar tanto tiempo me consumen de repente y
quiero hacerla sentir bien.
Está empapada, caliente por debajo del delicado algodón rosa y hace un sonido
entre un jadeo y un suspiro. Mi nena sostiene mi mirada mientras mis párpados
empiezan a caer, pesados por cuan lista se siente, pero no puedo soportar no mirarla.
Con los nudillos y el dorso de mis dedos recorro su lugar más suave, acaricio y Bliss
tararea.
Girando mi mano, la deslizo con más presión y me inclino.
Leigh me observa y veo todo lo que es. Fuerza, dulzura y dificultad, intuición y
absolución, corazón y hogar, la razón por la que pienso, siento, jodo, lucho y amo, ella
es todo.
Abro más las rodillas de Leigh. Ella busca respiraciones que no puede atrapar.
Deslizo mis manos desde sus rodillas y encima de sus muslos y cuando toco el rosa más
lindo, mi nena suelta mis muñecas para cubrir su boca con ambas manos.
Ella tiembla y se balancea por este contacto, ardiendo y suplicando con sonidos
apenas sofocados.
Enterrando sus dedos en mis hombros, me agarra con fuerza. Se eleva más alto
por mi tacto y puedo sentir su apertura, ardiente y dando vueltas. Su pecho se llena con
un grito que puedo sentir en el mío y tengo mi mano izquierda sobre su boca antes de
que pueda soltarlo.
Becka dobla sus rodillas, extendiendo los brazos como si estuviera volando. Mi
chica grita:
Smitty va detrás de ella. Sus ojos están vivos con emoción y respeto, como si ella
fuera la única otra persona en el mundo. Sus ojos silenciosos, cada, suspiro, cada gesto,
cada palabra de afecto es adorable.
Voy a repetir cuando veo a Dusty al final de la manzana, de pie frente al Lincoln
y junto a su chico fumando cigarrillos.
Pedaleo, haciendo todo lo posible para evitar que mis manos tiemblen mientras
que Thomas habla con su hermana y Smitty. Incluso mientras sus ojos están sobre ellos,
su atención es mía.
Pongo los dos pies en el suelo y me paro con la bicicleta roja entre mis piernas.
—Me la prestó porque no sé cómo andar.
—Vamos —responde.
Él espera con su brazo en la puerta, tomando una última calada antes de lanzarlo
en medio de la calle con los otros. Paso junto a él y me meto en el Lincoln. Huele a humo
de cigarrillo y demasiadas noches borracho, pero el interior del auto huele a
ambientador de vainilla y marihuana.
Me deslizo hacia el lado más alejado del asiento del banco, rozando mis piernas
contra el cuero cálido por el verano. Thomas se pone al volante, mete la mano entre mis
muslos y me jala a su lado.
Me rio después de colgar, medio avergonzada por la mujer que me dio la vida,
medio furiosa con ella por tratarme así.
—Tienes a tus padres tan engañados, solecito. —Thomas se quita el chicle entre
los dientes.
—Lo sé.
—Hal y Oliver van a patinar un poco más —dice Rebecka cuando Thomas
enciende su auto y se aleja de la acera.
Pasamos el resto de la noche conduciendo con las ventanas abajo y la música
hasta las estrellas. El sonido de los rociadores y el olor del agua de la manguera llena la
cabina del auto, mientras navegamos a través de los barrios al azar. Un hombre de
cabello oscuro lava su auto y sus hijos salpican el agua con jabón mientras su madre
abre la puerta para llamarlos a la casa.
—Eso no tomó mucho tiempo —digo, quitándome los zapatos. Levanto mis pies,
debajo de mi parte inferior y se hunden en costado de Dusty.
Mi chico ajusta el espejo retrovisor para ver mejor y dice: —Petey no ha dormido
y mi hermana es una bebé. Lo sabes.
—Voy a romper la bicicleta de ese hijo de puta si te veo otra vez en ella —dice
Thomas en voz baja contra mi cuello.
Los labios de mi amor se detienen justo debajo de mi oreja, y sus brazos rodean
mi pecho, encerrándome. —Sabes como el mejor día, muchacha.
Giro mi cara así estamos ojos frente a ojos dilatados. Thomas mira los míos por
una fracción de segundo antes de sonreír ingeniosamente como un verdadero guardián
secreto.
—Estuve con los chicos. —La brisa del mar mueve su sucio cabello de su frente,
dejándome ver claramente su pálida expresión—. No hacía nada. Perdimos la noción
del tiempo.
Su mano se hunde en mi ropa interior y toca donde tiemblo por él. Miro a la
noche estrellada antes de cerrar los ojos y exhalar.
—Sí —susurro, sin aliento. Está duro contra mi espalda y besa suavemente mi
cuello.
Las Doc Martens blancas junto a mis viejas botas grises un regalo de cumpleaños
muy adelantado de Becka. Al principio las odiaba en secreto, porque me recordaban a
Valarie. Pero las probé y me di cuenta que si hubiera pateado a Valarie en la cara con
mis botas de nieve, podría haberle dolido, pero se habría recuperado fácilmente. Si la
pateo en la cara con mis nuevas Doc…
—¿Qué estás haciendo, nenita? —Mamá se encuentra con los brazos cruzados
sobre su pecho.
—Estoy buscando algo para llevar a la playa —le digo. Ojalá hubiera golpeado,
pero no lo menciono.
—¿La playa?
—¿Quién crees que irá a la playa contigo? —pregunta, doblando una camisa que
había tirado encima de mi edredón.
—Bien. — Ella sonríe, pero su tono severo la traiciona—. Estarás en casa mañana
por la mañana, Leigh.
Tommy nos deja en la playa y la orilla del mar está llena. El aire huele a sal y
bloqueador solar, la humedad es asfixiante de un modo agradable. Así es como quería
decir adiós a las vacaciones de verano: en la playa con mis pies profundamente en la
arena.
Deslizo mis pantalones cortos más allá de la curva de mi trasero, Petey y Ben
chillan como chicas y se cubren sus ojos, espiando a través de sus dedos. Este bikini
dista mucho de mi traje de la infancia que llevaba la primera vez que estos chicos me
vieron en traje de baño. Estoy pateando mis pantalones cortos a un lado cuando
Rebecka se quita su camiseta blanca, mostrando su traje amarillo sin tirantes de dos
piezas.
—Mierda —dice Ben. Da un paso adelante—. ¡Las de Becka son más grandes
que las de Leighlee!
Valarie esta boca abajo sobre su toalla, absorbiendo preciosos rayos de luz
mientras sus amigas corren alrededor, gritando y siendo odiosas, bebiendo de copas de
plástico rojo y pavoneándose en sus invisibles bikinis. Su reina tiene su cabello atado y
su top está desatado por completo, exponiendo su perfecto bronceado que continúa
uniforme y limpiamente por sus piernas.
Se inclina hacia atrás y anuda la parte superior de su top color mandarina antes
de sentarse y beber de su copa, sin decir nada sobre la arena alrededor del borde. La
vagabunda de la playa tiene líneas del sueño en su estómago, pecho, y cara. Se ve que
podría recostarse y volver a dormir sin preocupaciones del mundo.
—Ten —Becka me pasa ginger ale. Sus gafas de sol de borde blanco están sobre
su cabeza y la arena se le pegó a la piel hasta las rodillas. Ella asiente hacia el
estacionamiento detrás de nosotros—. ¿Quién piensa él, está de broma?
—¿Qué pasa con ese tipo? —pregunto, abriendo mi lata de refresco. Las burbujas
aparecen en mis dedos.
—No seas tan ingenua, Leigh. Casper es un traficante de droga. —Becka deja cae
las gafas de sol sobre sus ojos.
—¿De dónde crees que Thomas saca su hierba? —Ella se mueve de su trasero a
su estómago.
Valarie se pone de pie, pasando los dedos por su sucio cabello de playa. Ella tiene
una sonrisa tonta en sus labios que crece cuando Thomas sale de detrás de ella y rodea
sus brazos alrededor de su estómago. Ella inclina la cabeza hacia atrás y le susurra algo
en el oído. Valarie asiente, colocando sus manos encima de las suyas.
No dejaré que me haga sentir mal. Está siendo un idiota porque vi su pequeña
interacción con Valarie y él lo sabe. Quizá imagina que también lo vi en el auto de
Casper. Tal vez no le gusta que lo pongan en el lugar.
Luego pregunta:
El luchador y mi chica se hunden y cuando regresan, Becka grita con las gafas de
sol perdidas y un pezón al aire.
—Cállate —sisea Petey. Mira por encima del hombro al hermano de esta chica.
Deslizo mis manos sobre la línea de agua, hundiéndome lentamente hasta que
mi pecho esta debajo. Me encanta ver a estos jugueteando.
Con sus gafas sobre los ojos y un vaso de plástico llena de ron y soda entre
nosotros, Becka y yo nos sentamos una al lado de la otra en un enorme flotador amarillo.
La música es cada vez más fuerte y la conmoción más ruda. El sol está bajo en el cielo, y
estoy amando cada rayo de calor. Sumerjo los dedos de los pies en el agua y me recuesto,
dejando que los extremos de mi cabello se empapen de sal.
—Tengo que decirte algo —dice Becka, tomando un pequeño sorbo de su vaso.
—¿Qué?
—Bueno… —comienza—. Hablé con Smitty esta mañana, y estarán aquí esta
noche, y Oliver terminó con Erin.
—Nada en realidad. Tal vez dije que debía pedirte que salieras… o tocarte. De
cualquier manera, tú ganas. —Ella se encoge de hombros, sonriendo.
Petey nos asegura a Becka y a mí a la orilla para que no podamos flotar lejos, lo
que resulta ser un problema cuando Tanner, un amigo de los muchachos, corre hacia el
agua con Mixie en sus brazos. Como si no pesara nada, la lanza a las olas, y ella grita
hasta aparecer en la superficie. Una guerra de chapoteo me empapa y mi amiga, y Mixie
resurge todavía gritando.
La bebida de Becka está arruinada, y hay gotas de agua por todas mis gafas de
sol. Mixie se escurre el agua de su pelo castaño rizado y mira por encima de su hombro.
Se ríe de nosotras. Lo hacen todos los demás también. Incluyendo Valarie, que está
siendo llevada por Thomas en su espalda.
—Átalo —dice
—No.
—Lo siento.
Thomas es visible entre las llamas que se alzan, pero está en las sombras por su
capucha. Sorbe de una botella de cerveza verde y habla con Ben.
—Tengo esto para ti. —Oliver está de pie cerca de mi mientras levanto la mirada.
Agarra dos latas de cerveza en la mano, una amontonada sobre la parte de arriba de la
otra.
Es incómodo verle, sabiendo que él y Erin no están ya juntos por lo que Becka
dijo. Hay una presión como de esperanza en sus gestos sinceros y lo que podrían ser
expectativas en sus suaves ojos marrones que no estoy preparada para aceptar.
Levanto la pestaña y la espuma helada se derrama por mis dedos. Riendo, sacudo
mi mano para secarla y lamo la cerveza espumosa del costado de la lata sin pensar. El
amargo líquido es contundente en mi lengua y relaja mis nervios. Después de un día
bajo el sol, es una dicha.
Sonrío y sacudo la cabeza, bebiendo otro frío trago. Mientras mi lata se vuelve
más ligera, mi cabeza se vuelve más pesada y mis ojos caen. Estoy risueña, y encuentro
humor en todo. Y estoy tocona, expresiva con mis movimientos.
Pero sé que Thomas está observando entre las llamas, y espero que sienta la
misma carga de corazón destrozado que yo sentí después de un día entero de verle con
Valarie. Debería saber lo que es presenciar que la persona que amas sea
descaradamente querida por otra. Puede vivir este lado del secreto durante cinco
jodidos minutos mientras pretendo que no me importa.
Sorprendido por mi cercanía, con alivio cubre con su brazo mis tensos hombros
y susurra:
Thomas empuja su capucha hacia atrás, mostrando su rostro sin color y sus
profundos ojos dilatados. sus labios están presionados en una línea recta y sus brazos
se dejan caer a los lados. Mi chico escupe en la arena, limpiando su boca con la parte de
arriba de su mano.
Con la excepción de los callados tonos de los susurros, el único sonido es el del
romper de las olas y el crujir del fuego.
A diferencia de Brandon Miller, y a pesar de la densa sangre roja que corre por
su nariz y su boca, Tanner se levanta, preparado para plantar pelea.
Trato de correr hacia delante, insegura de lo que haré, pero Oliver atrapa mi
codo y me retiene.
—Hay vidrio por toda la arena, Leigh —dice manteniendo un firme agarre sobre
mi brazo.
La cara de Tanner está hinchada pero sus puños son rápidos. Le da puñetazos a
Dusty en las costillas, y luego de nuevo en un lado de la cabeza. Thomas se ríe mientras
su ojo izquierdo se hincha, y rodea a su oponente como un depredador siguiendo a su
presa.
Había olvidado que Rebecka se había llevado a Smitty a un paseo hasta que la vi
en una carrera de muerte, llegando a la orilla más rápido de lo que la había visto
moverse nunca.
—¡Apártate de mi hermano! —grita, corriendo al pasarnos. Los dedos desnudos
de Becka pintados de verde se hunden en la arena y la azotan tras ella.
Salta sobre la espalda de Tanner y le golpea una y otra vez en la parte de detrás
de su cabeza golpeada violentamente. Él trata de sacársela de encima encogiéndose de
la psicópata de menos de un metro cincuenta, pero ella le clava las uñas y le muerde en
un lado de la cara.
Petey y Ben la agarran, pero uno de ellos consigue una suela en la boca y el otro
que le claven una uña en el ojo. Y bajo Tanner, Thomas se ríe como si él no estuviese
recibiendo puñetazos en la cara.
—Todos están locos —digo, levantando mi pelo sucio en una cola de caballo y
yendo a por mi chica.
Ella me da un codazo en la barbilla, pero soy capaz de apartar a Becka una vez
que se da cuenta que soy yo y no uno de los chicos. Caemos en la arena en un manojo
de risas medio ebrias mientras Smitty la pone de pie.
—¿Eres tonta?
—Está bien, Dusty —dice. El perdedor de esta pelea levanta sus manos
defensivamente.
Thomas está fuera de sí. Se limpia un hilillo de sangre de la esquina de sus labios
con la parte de atrás de su pulgar y hace señas a Tanner hacia adelante.
Petey y Ben al final dominan a Dusty y evitan que mate a Tanner. ajeno a la
realidad, Thomas trata de luchar con ellos también, antes de comprender que está a
punto de herir a aquellos que ama. Verdaderamente irreconocible, manchado de sangre
desde los codos hasta las puntas de los dedos, el labio superior de mi chico está
hinchado y abierto, y su ojo derecho cerrado por la hinchazón.
Me inclino sobre la consola central y beso la mejilla del juez antes de salir de su
Buick, comenzando el primer día de mi segundo año.
Las cosas no serán iguales esta vez. He dominado lo que Thomas y yo tenemos,
y mi desempeño es impecable.
Estoy lista.
Traducido por Antoniettañ y Kwanghs
ste es uno de esos momentos en los que quiero tomar mi cabello en ambas
manos y gritar: “Tengo quince años. ¡Voy a usar tanto de este maquillaje
si quiero!”
—Mamá… —Esta es una batalla que perdí el día en que nací en esta familia.
Es una de las razones por las que necesito la libertad que los Castor me ofrecen
en su casa, aunque sea solo durante el fin de semana. Me dan la oportunidad de crecer
y cometer errores bajo su cuidado mientras mis padres monitorean mi consumo de
azúcar y la música que escucho.
Son también una gran razón por la que Thomas y yo necesitamos seguir siendo
un secreto.
Sin chicos hasta que tenga diecisiete. Papá cree que son una distracción, y mamá
insiste en que solo están tras una cosa.
—Mi hija no será una de esas chicas —dice cada vez que surge el tema de los
novios.
Bajo la impresión de que me están defendiendo de los males del mundo, mis
progenitores no me dan la oportunidad de mostrarles la responsabilidad de la que soy
capaz. En cambio, me han arrinconado lentamente convirtiéndome en lo que más
temen: corrupta.
Con los labios rojos, vaqueros anchos y la camisa de Smitty de “Free The West
Memphis Three”, mi chica me ayuda a ajustar mi top de tubo azul mientras reaplico mi
maquillaje.
—Quita el sostén. Si Oliver hace que tus pezones se endurezcan, quiero ver.
Lucas y Tommy están fuera de la ciudad por el fin de semana, y Thomas no vino
a casa después de la práctica de béisbol. Mi chico dijo que estaría aquí, pero después de
un par de shots, no me preocupa. Y mientras Smitty, Oliver, Jackie, Laura, y su novio
Chris aparecen, mantengo mi teléfono cerca, pero mis amigos más cerca.
Ricos crescendos, bajo tronando, y un verso pegadizo que cantamos entre risa
ruidosa y conversación es la banda sonora de mi noche. Renunciando al pastel de
cumpleaños tradicional, Becka apila Twinkies en un plato y pega unas cuantas velas en
la parte superior. No hay adornos. Toda la casa es oscura con la excepción de la lámpara
colgando sobre la mesa de la cocina de los Castor, y los aparatos llamativos de Tommy
son mejores de lo que cualquier serpentina o cintas habrían sido.
Un poco mareada, sorbo el cóctel fuerte que Oliver mezcló para mí y pregunto:
—¿Debería mi primer beso suceder durante un juego de girar la botella?
—Tienes quince años, Leighlee. Es hora —dice Laura desde el otro lado de la
mesa de roble que estamos rodeando.
—No seas tan bebé —se burla Rebecka. Montada en mi regazo, mi mejor amiga
mira por encima de su hombro y me saca la lengua.
—Más o… —empiezo, pero entonces mi mejor amiga toma mi cara en sus manos
y me besa.
Me rio contra labios brillantes, consciente de que lápiz labial escarlata manchan
mi sonrisa. Mis ojos se abren, pero los zafiros palpitantes de Becka se cierran mientras
su suave lengua roza a lo largo de mi labio inferior e invade mi boca con un beso de
licor.
Si ella fuera Thomas, enredaría mis manos en su pelo o enterraría mis yemas de
los dedos en su piel, pero ésta es la hermana de mi amor, y Becka es demasiado blanda,
demasiado pequeña. Envolver mis brazos alrededor de su espalda baja se siente mal y
demasiado íntimo. Me conformo con aferrarme a sus costados.
—Ahora has tenido tu primer beso —dice Rebecka, como si me hubiera hecho
un favor.
—Eso no cuenta.
Laura hace girar la botella y aterriza en Becka. Becka gira la botella y aterriza
sobre mí. Después de presionar ligeramente nuestros labios, tomo un sorbo de mi vaso,
y con una cabeza inclinada, me inclino sobre la mesa y retuerzo el frío vidrio.
—¿No debería haber una regla en contra de besar al novio de mi mejor amiga?
—pregunto, recogiendo mi cabello en una cola de caballo desordenada.
Becka abuchea.
Atraída al chico que siempre me ha hecho sentir como si fuera suficiente, sacudo
la cabeza. Oliver gira mi silla hacia sí mismo y cuatro piernas de madera protestan
contra baldosas de piedra. Una pequeña sonrisa aparece en sus labios, y algo en la
sinceridad de su expresión desquicia una necesidad de olvidarme de Thomas y besarlo.
Sabe a ron especiado, y su boca es tan cálida como sus ojos. Pero su beso no es
tan paciente como su comportamiento. Oliver acerca su cuerpo al mío y pellizca mi labio
inferior antes de empujar su lengua contra la mía. Mis manos fácilmente se encuentran
aferradas a mi pareja, y el miedo se desvanece, chispeando entusiasmo.
De repente caigo hacia atrás en mi silla y me limpio los labios con la parte
posterior de mi mano. No encuentro los ojos marrones confundidos con los míos verdes
agua. Tomo mi vaso y me trago su contenido mientras los chicos colisionan con nuestra
fiesta.
—¿Lo están ustedes? —dispara Rebecka en respuesta. Sigo sus ojos en los de
Ben y veo las mismas pupilas dilatadas allí que veo en los de Thomas.
Jackie, Laura, y Chris todos deslizan sus sillas hacia atrás, pero Becka se pone de
pie y dice:
—Siéntense.
Petey y Ben se apoyan en la estufa con sonrisas tontas a través de sus rostros
salvajes. Su líder se aleja de su hermanita borracha a la puerta de atrás y la abre,
haciendo señas para que todos se levanten y se vayan.
—Sabías que iba a traer gente para el cumpleaños de Bliss, Thomas —argumenta
Becka, articulando mal. Se balancea en sus pies, aferrándose al hombro de Hal para
mantenerse erguida.
Miro hacia abajo, incapaz de ver este lío. Oliver me toca ligeramente el brazo,
pero lo muevo antes de que mi alborotador reubique su enojo hacia él.
El chico que tiene una respuesta para todo está sin palabras y ya no está erguido.
Sus ojos sin fondo prácticamente vibran con ira, y mi corazón duele por calmar su
sufrimiento. La mirada oscura de Dusty asesina mi determinación.
Ahogada con la culpa, estoy a punto de irme cuando Rebecka de repente tiene
las manos sobre su estómago. Petey agarra el bote de basura, pero no es lo
suficientemente rápido.
Ben empapa lo que puede, pero el olor es tan repulsivo que es difícil
concentrarse en otra cosa que no llegar a vomitar.
—Vámonos.
Necesito aire.
—No dejes la entrada, Leigh —dice Dusty mientras camino frente a él hacia el
porche trasero.
Inhalo y exhalo llenando mis pulmones de aire nocturno fresco y frío mientras
mi estómago se aprieta y mi boca se llena con saliva espesa. Estrangulada con el vómito
amenazador, me apresuro alejándome de Oliver y Smitty hacia la entrada sin luz y toso
para evitar vomitar.
—Ve a la cama, Leighlee. —Thomas me considera con esta voz, pero no sus
ojos—. Y ponte algo de ropa.
Petey tiene a Rebecka en el baño del segundo piso apoyada sobre el lavabo,
intentando cepillar sus dientes. Borracha y desordenada escupe espuma y se ahoga con
su cepillo de dientes, incapaz de mantenerse en pie por sí misma.
—Estoy muy segura que son ustedes en quienes no se puede confiar —digo,
sacudiendo mi cabeza.
—Tal vez, pero no con ustedes dos. No es lo mismo con hermanas pequeñas.
—No puedo dejarla —digo de la chica quien no se ha movido desde que fue
puesta en cama.
—Estará bien.
Camino en puntillas por el pasillo, aún borracha y sucia. Quiero cambiarme esas
ropas y ducharme antes de tener esta discusión con Thomas, pero tan pronto como
entro en su cuarto, sé que eso no va a pasar.
Acerco la bolsa lo suficiente a mis ojos para ver la textura calcárea de lo que está
dentro, como harina espesa no cernida. Pero golpear la masa pequeña no causa que se
deshaga como lo harían ingredientes de hornear. La roca deslucida es sólida bajo mi
uña.
—Dime.
Intenta alejarse, pero agarro su muñeca; su pulso pasa bajo la punta de mis
dedos.
Con una expresión libre de emoción y un tono igual sin vida, Dusty dice:
—Coca.
—Cocaína —digo, evaluando ojos oscuros—. ¿Por cuánto has estado haciendo
esto?
—Sí.
Destrozada con malestar que incapacita, me paro, pero Dusty alarga la mano por
mis caderas y me gira. Caigo a sus pies, arrepentida, confusa y llorando. Residuo ceroso
del beso de su hermana permanece en la piel alrededor de mi boca, y recuerdo con
perfecta claridad como se sintieron los labios de Oliver contra los míos.
—Mírame —dice mi amor firmemente desde arriba. Roza sus dedos a lo largo de
mis mejillas, librándome de lágrimas saladas.
Empujo con fuerza mi palma bajo su mandíbula y empujo su rostro, pero mis
intentos patéticos por espacio son nada comparados con su lucha por cercanía. Dusty
me gira así mi espalda está contra su pecho y sostiene mis brazos a mis costados.
Cuando mi pecho está desnudo, mi amor loco extiende mis rodillas totalmente
abiertas y cae en medio de mí mientras sus dientes rompen la piel sobre mi corazón.
Hormigueando desde las puntas de mis pies hacia arriba, agarro el cuello de
Dusty y succiono hasta que rompo las venas y amorato la piel. Dejando un lado
lastimado con muchas marcas, me muevo al otro lado mientras hormigueos provocan
explosiones.
Mientras lágrimas caen por su rostro, me pregunto cuánto poder tiene Thomas
realmente.
—No llores. —Presiono mis labios en los suyos, lamiendo las lágrimas.
—Se mi novia. —Está duro en medio de mí, moviendo sus caderas en pequeños
círculos lentos.
—No.
—¿Lo estás?
—Esto no está bien —respondo mientras una de sus lágrimas cae en mi rostro.
Desesperadamente, pregunto:
Thomas se escurre fuera de la cama y baja la ropa interior de encaje por mis
piernas hasta que está perdida en el piso. Separa mis rodillas, sosteniéndolas
totalmente abiertas en mis muslos y mira hacia mí completamente descubierta,
desvergonzadamente con ojos caídos por llorar y labios hinchados por besar.
Cuando se para completamente, dejo mis piernas abiertas para él. Dusty
desabrocha el frente de sus sucios pantalones de béisbol y mi corazón late amor.
—Lo jodí, ¿cierto? —pregunta, mirando hacia mí con lágrimas aún en sus ojos—
. ¿Lo jodí demasiado?
—¿Entonces qué?
Puedo lidiar con un montón: las drogas, las fiestas, su ausencia. Pero me rehúso
a ceder en esta parte a menos que sea honesta, y ahora mismo, es una enorme falsedad.
Mi chico mantiene sus manos entre mis piernas, pero dejo caer la mía más abajo,
envolviéndola alrededor de su longitud. No tengo nada con que comparar esto, pero
está duro y suave a la vez, inmaculado, y estoy enamorada.
Thomas deja caer su frente en mi hombro y susurra los más dulces todos
mientras folla mi mano en duros movimientos largos. Sus ojos están cerrados bajo cejas
apretujadas y su labio inferior está entre sus dientes. Un toque de rojo colorea sus
mejillas y las respiraciones de problema son dulces sobre mi rostro.
Y cuando termina, mi chico está de regreso, presionando las yemas de sus dedos
en las marcas que dejó en mi cuello.
—Apuesto a que pensarás dos veces antes de besar a ese chico de nuevo.
Traducido por Lili-ana y Smile.8
Ha pasado una semana desde el viernes pasado. Desde que besé a Oliver. Desde
que Tomas y yo tuvimos la pelea más grande de nuestra relación. Desde que nos
besamos y marcamos. La mayoría de las marcas de rasguños se curaron, y los
moretones se han desvanecido a un color amarillo verdoso, pero los mordiscos y la
herida de la mordedura persisten.
Evito a mis padres tanto como puedo y dejo mi cabello suelto. Pero
constantemente estoy paranoica, giraré de la manera incorrecta y expondré mi cuello,
o que mi mamá entre en mi habitación mientras me estoy vistiendo.
—¿Vas a entrar? —Abro la puerta y pequeñas gotas de agua caen desde lo alto
nublándome el rostro.
Todo el mundo desde la facultad a los estudiantes a los extraños padres como
los míos, arrastran los pies hacia el frente de la escuela, desplazándose a través de sus
teléfonos, completando las ultimas tareas, temiendo un aula llena de adolescentes punk.
El aire lleva el ligero aroma de café mezclado con lluvia, y mi estómago gruñe,
recordándome que olvidé el desayuno.
—Hola, hermanita.
—Allí están tus amigas, Bliss —dice mamá. Les hace señas para que se acerquen,
sonriendo y empujando el cabello detrás de su oreja como si fuera una de ellas.
—Leighlee, invita a tus amigas a tu fiesta de pijamas esta noche —dice mama de
la nada.
Después que la clase ha terminado. Veo a Becka en el pasillo y le doy las buenas
noticias.
—¿Qué quieres decir con que las zorras vienen? —Rebecka cierra su casillero.
—Es culpa de mi mamá. Ella las invitó. —Me hundo contra los casilleros hasta
mi trasero en el piso.
Los chupetones de Thomas son una total historia de misterio. Los baños se
llenan de charlas debatiendo con cual “zorra” estuvo el fin de semana y los chicos de la
escuela comprueban a sus novias para asegurarse de que no tienen ninguna cicatriz de
batalla, cortesía de mi monstruo. Estoy entretenida por la idea de que la persona que
hizo eso es la última persona que jamás adivinarán.
La única cosa que modelo en estos días son las estúpidas sudaderas.
—Entonces sálvame.
Me reclino contra su pecho y lo veo tomar unos cuantas lentas caladas entre los
labios que amo. Me besa la sien y pregunta:
—¿Qué?
Thomas tira su cigarrillo a medio fumar en los arbustos a lo largo del edificio y
cruza los brazos sobre mi pecho, manteniéndonos juntos.
—Tengo que irme —digo suavemente. Salgo de su agarre y tomo mi bolso del
suelo—. Debes estar allí cuando te necesite.
Toco mi dedo índice contra mi barbilla y pienso en ello por un segundo, luego un
poco más… y un poco más.
No podemos.
Miro por encima del hombro donde mi mamá está en la cocina con una bolsa de
chispas de chocolate en sus manos. Ella arregló su cabello y se maquilló,
suficientemente emocionada por todas nosotras.
—No fui… —No puedo corregirla por millonésima vez porque mi mamá camina
a nuestro alrededor y abre la puerta, invitando a las zorras a entrar en la casa.
—Amo su cabello, señora McCloy. —Valarie Abraza juguetonamente a mi mamá
mientras deja caer su bolso de noche en el suelo—. Oh, hola, hermanitas.
Kelly y Mixie pasan detrás de Val, quien explica que Katie lamentablemente no
pudo llegar. Llevan la ropa que llevaban a la escuela, solo que no parecen tan arregladas.
Mixie tiene una mancha en la barbilla, y Kelly se ha manchado la máscara bajo los ojos.
Ella chatea en su teléfono, pero sonríe cuando se supone y asiente cada vez que mi
mamá dice algo parcialmente interesante.
—La jod… —susurra Becka, tan sorprendida como yo. Me cubro la boca y sonrío
por ambas cuando mamá se gira con los ojos muy abiertos.
—Cierto, mamá.
—Cierto, mamá.
Le pateo el pie.
—Deberías probar el año que viene, Leigh —dice Kelly con una sonrisa
satisfecha.
Becka se ríe en voz alta. Cuando se da cuenta que todas la miran, pregunta:
—Cállate —gemí.
—Tienes razón, Rebecka. Vamos chicas. ¿Alguna de sus madres está aquí? —
Mamá mira por la puerta principal, pero aparta su rostro blanco cuando ve la calzada
vacía.
—¿Tus padres no se molestan si pasas la noche aunque nunca nos han conocido
a mi o mi esposo? — El tono de mamá está a la altura de la decepción, cierra la puerta
con reticencia y la cierra con llave.
Estoy rojo remolacha. Mis mejillas son tan rosadas que me duelen.
Mixie se hecha a reír. Kelly de cierta forma espera a que Valarie responda, pero
Valarie parece… triste. A veces se pierde en ella misma y el duro exterior de Valarie se
derrite, dejando atrás a esta solemne chica de diecisiete años.
—Conduje hasta aquí —Valarie se retuerce las puntas de su cabello entre los
dedos—. Puedo llamarla, pero…
—¿Podemos comer? —Me uno y digo—: Soy la chica del cumpleaños y me muero
de hambre.
Valarie me mira con el labio inferior entre los dientes perfectamente rectos y
sonrientes, liberándolo.
Mamá toma una profunda respiración y asiente, pero sus ojos todavía tienen una
infelicidad para la chica con demasiada libertad. No hay nada peor para mis padres que
un niño descuidado. Es por eso que son tan estrictos conmigo. Un día mamá y papá se
tomarán el crédito por moldear a la persona en que me convierto, porque realmente
creen que su estilo de crianza es como cada casa debe ser.
—El mundo sería un lugar mejor si todos los niños tuvieran una hora de
acostarse. —Solían decir.
¿Cómo habría resultado Valarie, si tuviera que estar en la casa a las ocho de la
noche? ¿Quién sería yo si tuviera padres a quienes no les importara?
No sé mucho acerca de la casa de Mixie, aunque no me sorprendería si fuera peor
que la de Valarie. Pero Kelly, hija única de dos distantes y acomodados padres, podría
ser la más patética porque tiene el mundo en la palma de la mano, pero lo descarta
porque esta aburrida.
A mis padres les importa demasiado. A los de Valarie no les importa lo suficiente.
Los de Kelly tienen miedo de disgustarla, y los Castor lideran con conciencia culpable.
Todos somos completamente diferentes y jodidos a nuestra manera.
Becka, Mixie, y yo nos miramos los unos a los otros, y cuando se hace evidente
que no tenemos una sola cosa que decir, Mixie se encoge de hombros y sigue a su amiga
a la cocina. Kelly va tras ella.
—Vale.
—Vale.
Dos horas más tarde, todo lo que hemos hecho es comer hummus con patatas de
pita y pasar el rato con Teri en la sala de estar. Mean Girls está en anuncios, y el aire está
espeso por el olor punzante de esmalte de uñas y acetona. Mis dedos están cubiertos
por una capa gruesa, grumosa de laca verde neón gracias a mi mejor amiga que está
viviendo su peor pesadilla en una casa llena de Zorras.
El móvil de Kelly suena con otro mensaje, y Mixie sopla sobre sus uñas húmedas,
multicolores. Su cabello está lejos de su cara en apretadas trenzas francesas, y Valarie
está sentada con sus piernas cruzadas a los pies de mi madre. Su cabello oscuro ha sido
recogido y acicalado por dedos que han hecho lo mismo con mis rizos tantas veces
antes.
—Sí —responde. Valarie está sentada con su espalda recta, pero noto cómo se
apoya contra el contacto de mi madre, como si estuviera desesperada por afecto sincero
y físico—. Mi madre pensaba que los sistemas escolares eran raros, así que nos
mudamos aquí. Papá no podía mudarse por su trabajo, pero probablemente volveré
después de graduarme. Están divorciados, pero en realidad no es así, ¿sabe?
Comparto una mirada cargada con Kelly y Mixie mientras que su amiga sigue
adelante como si cada palabra que sale de la boca no fuera una mentira entera.
—Aún no nos vamos a la cama, pequeñas hermanas. Esta fiesta apenas comienza
—dice Val. Sosteniendo una botella de licor.
Un chupito, dos chupitos, tres chupitos… cuatro.
—No puedo creer que estemos bebiendo en la casa de un juez —dice Mixie entre
tragos—. Es arriesgado.
No puedo creerlo tampoco, pero algo tenía que suceder. Y si no están listas para
la cama, no me estaré sobria. Hace que Becka se afloje un poco. De hecho, está hablando
con Kelly.
—Pete habla tanta mierda sobre ti. ¿Por qué sigues con él? —pregunta. Sus
mejillas se tiñen de color rosa y sus ojos son de color rojo mareado.
—Kelly, Pete es un idiota. —Val juega con los extremos de sus trenzas, pero sus
ojos están puestos en su chica, desafiándola a discrepar.
Valarie ríe.
—Y Johnny Morris —la acusa Kelly, señalándola con el dedo. Valarie sonríe
culpable—. ¡Lo sabía, zorra!
—¿Por qué hiciste eso? Oí que tenía gonorrea —pregunta Becka. Hay un rastro
de repulsión en su curioso tono.
Hundo mis dedos de los pies pintados de verde y llevo mis rodillas hasta mi
pecho, protegiéndome de sus palabras.
—Porque dejaste caer la bomba A —dice Mixie, rodando sus ojos oscuros como
si el amor fuera una broma.
Me muerdo por dentro, apretando mi mandíbula hasta que se siente como que
mis dientes se romperán.
—No amo a Thomas —dice Valarie. Su tono de voz es definitivo, pero hay un
poco de incertidumbre en la forma en que dice su nombre.
—No lo hago —responde Val, elevando su tono defensivo—. Estaba tan jodida
cuando le dije esa basura. ¿Lo que sea, porque, quién se preocupa por Dusty?
Yo.
Y preocuparme por Thomas Castor es saber qué está haciendo, pero aceptarlo
de todas formas.
El amor es retorcido.
A punto de romperme los dientes, dejo caer mi frente hasta mis rodillas y deseo
que el dolor perfore mi pecho y se vaya lejos. Fuerzo mis manos nerviosas a dejar de
temblar. Ruego que mis rígidos brazos dejen de doler.
—No le amo —dice Valarie más en serio ahora—. Ese chico no puede ser amado.
No deja que nadie se acerque a él.
—Creo que es parecido a ti de esa manera, ¿verdad, Val? —dice Kelly en voz baja.
—Oí que besaste a Oliver el pasado fin de semana, Leigh —dice Mixie, apoyando
su espalda en la pared justo debajo de la ventana de mi habitación—. Es guapo.
Tranquilo.
—Excepto que casi chupaste su cara —dice Becka, riéndose—. Juro, Bliss, que no
sabía que tenías eso en ti.
—¿En serio? —Val se ríe. Se sienta y cruza sus piernas delante de ella—. ¿Fue tu
primer beso?
—Más o menos.
Salir a escondidas de mi casa no es tan difícil como pensé que sería. Las escaleras
no chirrían mientras las bajo dos a la vez, y la puerta no chirría cuando la abro y salgo
al porche. Por fuera parece diferente cuando no se supone que lo veas. El aire se siente
más frío, pero más fresco… como nunca ha sido tan limpio como si fuera robado.
Estoy caminando vulnerable por el lado de la casa, pero la aceleración que siento
mientras me deslizo más allá de nuestra puerta y voy por el camino de entrada es
emocionante. El barrio está muerto para el mundo, a excepción del perro al lado. Ladra
cuando paso, pero se detiene tan pronto como ve que soy solo yo. Cuando llego al final
de la calzada, miro por la calle y veo el Lincoln.
Hay una capucha plegada en medio del asiento cuando llego, y me la deslizo justo
por mi cabeza. Abrazo el suave algodón contra mi pecho y sostengo mis manos heladas
frente las rejillas de ventilación de la cálida calefacción. Mi chico se ve tan suave y cálido
como se siente el jersey, como si, literalmente, se hubiera levantado de la cama para
venir aquí.
Nuestros pies están encima del asiento delantero, la calefacción alta, y la radio
suena baja. Hablamos de nada. Hablamos de todo. Él enciende un cigarro, llenando
lentamente el auto con humo frío y húmedo. Problemas pregunta si quiero una calada,
pero digo que no y como otro Skittle del alijo de comida chatarra que me trajo.
—Me has gustado mucho esta semana, Thomas —digo, jugueteando con un
hilillo de la manta. Es la de su cama. Me encanta que la trajera ya que no podemos estar
de verdad en su habitación.
—Valarie dice que no dejas que nadie te ame. Dijo que es difícil estar cerca de ti.
—Encuentro su mano bajo la manta y entrelazo nuestros dedos.
—¿La cocaína?
—Sí. Eso.
Asiento. Sé que él no debería estar haciéndolo, pero elijo mis batallas con
Thomas.
—Me asusta. —Su voz es tan baja y tan vacía—. Cuando estoy drogado, siento
que puedo hacer cualquier cosa. Como que soy irrompible. Era genial al principio, pero
como que ha cambiado.
—Thomas…
—Pero no tengo más remedio que sentir contigo, Leighlee. —Thomas mira hacia
otro lado, mirando hacia el faro con una expresión oscura en sus ojos.
Esperamos de nuevo, y me encantan sus ojos azules. Caídos, pero son azules, y
eso es todo lo que me importa.
—Solo quiero que la mierda sea buena entre nosotros. —Él sonríe.
—Quiero, pero…
—¿No es por él? —Se levanta y alcanza sus cigarrillos del asiento delantero. Los
hombros de Dusty están tensos y su tono es afilado.
—No tiene nada que ver con Oliver. Solo quiero que la mierda entre nosotros sea
buena. —Utilizo sus mismas palabras.
—Nunca me vas a dejar —dice con sus ojos azules rogando—. Prométemelo.
—Thomas —suspiro.
Le miro a los ojos y envuelvo mis manos alrededor de las cuerdas de su capucha,
tirando de su cara hacia la mía.
Las dos de la mañana se acercan, y estoy cansada, pero esta calma es muy
necesaria para dormir.
Han pasado semanas desde que tuvimos tiempo para estar juntos y enamorados.
Nos miramos en los pasillos, y deja en mi casillero notas más largas de las que solía
hacer. Nuestros dedos de los pies encuentran y tocan debajo de la mesa a veces, pero
ha pasado un tiempo desde que mi chico se sentó y cenó con su familia.
Cerrando los ojos, trato de entregarme a esta presencia. El viento aúlla contra la
ventana de Thomas, amortiguando los fuegos artificiales de Año Nuevo y los disparos
que todavía resuenan. Puedo oler vainilla y árboles en mi ropa y el sabor de la champaña
Veuve Clicquot aferrarse a nuestro aliento. Su corazón golpea constantemente contra
mi costado, igualando el ritmo detrás de mis costillas, y significa tanto para mí que
podría llorar.
Manteniendo nuestra armonía para una respiración más profunda, que es cálida
a través de mi camiseta, Dusty mueve la cabeza, pero no se mueve de otra manera.
Quiero preguntarle dónde estuvo todo el día. Quiero decirle que lo extrañé.
Quiero saber si está bien, si todo está bien, y si sintió la forma en que su corazón se
calmó y el mío enloqueció cuando nos acostamos así, para que pudieran latir juntos en
algún punto intermedio.
Mi risa es callada, pero fuerte, y escucho a este chico callarme, riendo también.
Mi corazón escucha el suyo, deleitándose con su simple afecto, y es en su mayoría aire,
envuelto en un susurro y lleno de aliento, pero es uno de mis sonidos favoritos en el
mundo.
Entre enredarnos y girar, suplicar y maldecir sin decir una sola palabra, me
sostiene de costado, dejándome recuperar el aliento antes de descender sobre mí una
vez más. Dedos curvos hacen cosquillas debajo de mi camisa, mientras que Thomas me
cubre el cuello con besos demasiado suaves que hacen que mi corazón se vuelva loco.
Pasa sus pulgares donde está sosteniendo mis caderas, solo sintiendo. Como yo.
Con mi vacilación superada, y su muy largo cabello rubio en todas las direcciones
que mis dedos lo han enredado, nos ponemos de costado y Thomas me acerca. Coloca
su palma donde estaba su oreja antes, justo sobre mi pulso.
—Fuiste hecha para amarme, Leigh —dice en voz baja, como si su toque dejara
espacio dentro de mí para la duda—. Es por eso que naciste.
Traducido por Brisamar58 y VckyFer
Él ha estado fuera de casa todo el día, pero debería estar en casa en cualquier
momento.
Me encojo de hombros.
La luz del sol de mayo brilla a través de las cortinas de la sala, y desearía que
estuviéramos afuera absorbiéndolo. Traje mi bicicleta porque pensé que Becka querría
patinar todo el día, pero estamos teniendo problemas para dejar el sofá. Y cuanto más
se aleja la tarde, más empiezo a pensar que quizás no pueda ver a mi chico antes de esta
noche.
Antes de que pueda preguntar con qué auto, el Lincoln se estaciona afuera. El
bajo del estéreo se desplaza antes de que se apague el motor, y el sonido de las puertas
cerrándose hace que mi pulso se acelere. Escucho a mi secreto estimulante del corazón
riendo con su mejor amigo mientras da vuelta la llave en la puerta de entrada, y cuando
se abre, quiero dar vuelta y saludar a mi amor con una sonrisa abierta, pero sigo el
lenguaje corporal de su hermana: indiferencia.
Sin dejar el tazón ni darse la vuelta, Rebecka levanta la mano izquierda detrás de
la cabeza. Pete le choca los cinco, y sigue a Thomas hacia la cocina.
Doblando los dedos de los pies contra los almohadones del sofá, miro a los
adultos jugando a adolescentes con un amor jodido en la pantalla, pero escucho lo que
sucede detrás de mí.
El agua se abre de nuevo cuando Thomas se lava las manos, y escucho a los tres
hablar, pero mientras Becka inclina su cuenco para beber el resto de su leche, se traga
mis posibilidades de distinguir cualquier cosa que se diga en la habitación contigua.
Afortunadamente, ella se levanta para llevar su plato.
Cuando doblamos la esquina, Tommy nos mira y levanta la mano como si fuera
una respuesta obvia.
Mis ojos se abren cada vez más cuando miro de mi mejor amiga a su madre a su
hijo. Por un segundo, me distraigo por lo bien que se ve con su gorra hacia atrás y sus
mejillas calentadas por el sol. Solo he procesado a medias lo que dijo Tommy cuando
Becka habla.
—O estúpidos —agrega Becka con una sonrisa—. Supongo que los dos están
jodidos.
Mientras se burla de los chicos, pasa sus dedos a través de nudos rubios,
arreglando su cabello de dormir.
No nos tocamos, y no hay palabras, pero paso de las dudas a saber que esto es
todo lo que va hacer cuando Dusty deja caer su gorra sobre mi cabeza y se acerca para
robar mi leche.
No alzo la voz, pero quiero hacerlo. Ya lo he dicho tres veces, pero mantengo mi
tono calmado.
En la sala, papá abre y cierra la puerta de la calle detrás de él, lejos del trabajo.
—Vamos como amigos —le digo—. Si tuviera una cita, sería Becka.
Mamá echa hacia atrás su cabello y me mira con los ojos como platos. Sus mejillas
y su nariz están pecosas como la mía, y nuestros mismos ojos verdes no parecen creerlo
y suplican levemente, como si realmente prefiriera que no habláramos de esto ahora.
O nunca
Antes de que pueda continuar mi estrategia, papá entra y besa primero la parte
superior de su cabeza, luego la mía. Mamá le da un tomate.
—Déjame hablar con tu padre sobre eso —dice, caminando hacia la mesa y lejos
de mí.
Tomo un respiro para mantener todos los rebeldes nervios que se contraen bajo
control. Si hablan de eso solos, nunca me dejarán ir.
Aprovecho la oportunidad.
—Papá. —De pie, encarnando la franqueza que prefiere, lo miro directamente—
. Quiero ir a este baile con mis amigos.
Cuando papá vuelve su atención hacia mí, me preparo y espero con fuerza.
No llames a mis amigos maleantes, quiero exigir. Ellos son buenos. Somos
buenos. Somos jóvenes. Déjame ser joven.
Mis padres parecen vacilantes. Mamá habla primero, pero elige sus palabras con
lenta precaución.
Mi corazón late a la defensiva. Sé mejor que nadie todas las cosas que Thomas
es, y no quiero oírla decir ninguna de ellas.
—Son solo chicos —digo—. Son como una familia, y Thomas nunca te ha dado
una razón para no confiar en él.
No están de acuerdo ni en desacuerdo, simplemente me miran, y después de una
pausa demasiado larga, me siento incómoda. Es irracional, pero su silencio hace que me
pregunte si de alguna manera saben algo que yo no sé.
—¿Lo ha hecho?
—Queremos mantenerte a salvo —dice ella. Su voz suena débil, como si supiera
que no puede hacer eso para siempre y ese hecho la está rompiendo.
Papá se aparta del mostrador y toma otro tomate del cuenco. Se para junto a
donde se sienta mamá, y ya no estamos en forma de triángulo. Están en un lado de la
cocina, y yo estoy en el otro, y lo que está sucediendo tiene que suceder. Esto no puede
continuar para siempre
Mamá lo sabe. Está en sus ojos vidriosos. Ella sonríe y levanta sus manos
inocentemente, exactamente como lo hizo Tommy ayer por la mañana.
Tres semanas más tarde, estoy sentada en mi tocador, y Becka está detrás de mí.
Tiene mi cabello en lo alto de mi corona y lo está cepillando por completo. Cuando hace
estallar una burbuja con aroma a uva, me rio.
—Espero que sepas que, si dejas caer tu chicle en mi cabello y tengo que cortarlo
todo, me voy a afeitar la cabeza.
—Yo también —dice, tirando de mi cabello un poco más alto—. Te verías sexy
con un mohicano.
Pongo los ojos en blanco, sonriendo mientras ella tira un poco más. Para alguien
que se ha rebelado contra esta idea, Rebecka está de buen humor.
Y con un vestido.
Lo llevo tan despreocupado como mi mejor amiga, pero el verano está en el aire
y la emoción está en mis venas.
Sé que esta no es una cita real. Thomas y yo no podemos ser todo nuestro ser,
pero esta noche es algo que nunca esperé y lo está haciendo realidad. Kelly no puede
culpar a nadie más que a sí misma por ser castigada, pero todo lo que Dusty tenía que
hacer era presentar ese hecho frente a su madre.
Después de que Becka gire una trenza alrededor del moño que tiene sujeto en la
parte posterior de mi cabeza, desenrollé los ahora fríos rodillos calientes de su cabello.
Ella toma mi lugar en el banco, y debido a que su vestido negro de cóctel no tiene
espalda, recojo todos sus largos rizos rubios antes de sentarme a su lado.
Una mirada al reloj en mi mesa de noche me dice que ya son casi las siete, lo cual
significa que los chicos van a estar aquí en cualquier momento. No puedo mostrar el
afán y casi no puedo contener las mariposas detrás de mis costillas mientras me pongo
de pie.
Tomando mi chal de mi cama, me lo pongo y dejo que las largas mantas rosadas
caigan alrededor de mis muñecas. No pienso usarlo mucho tiempo y odio tener que
hacerlo, pero mi vestido no tiene mangas. Es un corte de corazón en mi pecho, y hay
mucha piel que mis padres no necesitan ver.
Girándome un poco en el espejo detrás de Becka, veo como las capas cortas de
chiffon que es muy cercano al blanco como la vainilla giren arriba de mis rodillas. Ella
pide prestado mi lápiz labial antes de levantarse y dar un paso para tomar su chal verde
neón que la espera al final de mi cama. Tengo una sandalia de tacón y estoy levantando
mi pie para amarrar la otra cuando un suave sonido que conozco de corazón se mezcla
con mi pulso ansioso.
No puedo escuchar ningún golpe de bajo, pero el sonido de las puertas del
Continental es como música para mis oídos.
—Adelante.
—Gracias papá.
Tomo mi cartera de mi cama, y Becka golpea sus manos en frente de sus piernas.
Papá aún está de pie en la entrada, murmurando bajo su respiración.
—¿Qué? —pregunto.
Cuando llegamos al final de las escaleras, Becka camina delante de mí. Ella abre
la puerta y la luz del sol de la tarde se cuela dentro.
Porque en todo lo que puedo pensar es: Dusty está sosteniendo una flor para mí.
Este chico alto y guapo, él es para mí. Está haciendo todo esto por mí, y hace que
mi corazón brillante se derrita como una paleta de banana.
Luke rueda sus ojos mientas mi mamá le envía a mi padre una mirada que tiene
ambas partes de amonestación y apoyo. Becka se ríe y yo lucho contra la urgencia de
gritar.
Pete copia a Thomas casi exactamente, y papá estrecha su mano. Becka palmea
su brazo, como yo lo hice escaleras arriba.
—No se preocupe Juez —dice ella, sonriendo con sus ojos a través de sus
palabras —. Tengo todo esto bajo control.
Quiero reírme.
Todos nos juntamos para las fotografías en frente del sauce después de eso.
Estoy de pie con Becka, y luego estamos de pie entre los chicos, y luego nos quedamos
de pie con ellos separadamente; Becka con Pete, y platónico como se ve, cuando Thomas
se acerca a mí y pone el tulipán en mi mano, los latidos de mi corazón llenan mi pecho.
Sonreímos para las cámaras, mirando hacia adelante en lugar de unos con otros, pero
sintiendo el peso de su mano en mi cadera incluso si la mantiene ligera lo hace difícil no
inclinarse hacia él.
Entre flashes, nos dicen que volvamos juntos como grupo. Dusty coloca su mano
en la parte baja de mi espalda y frota su pulgar por mi coxis donde nadie puede ver. Me
sonrojo. Destello. No es por lo que piensan todos, pero rio tan alto como todos los
demás.
Excepto papá.
—Estás hermosa, Leighlee —susurra ella —. Te amo nena. Por favor, por favor
ten cuidado.
Tommy está elevando el cabello de Rebecka más cerca de Dios cuando doy un
paso a un lado, más que lista para irme. Pete abre la puerta del suicidio, y para el
momento en el que ella y yo entramos, contengo la suficiente adrenalina emocional para
iluminar el cielo.
Petey le pasa el Philly a Dusty cuando damos la vuelta en una carretera, y la luz
del sol golpea el perfil de mi chico desde un nuevo ángulo. En este, me doy cuenta que
su traje no es negro. Es gris media noche, y al darme cuenta se siente como un secreto.
La música pop y las conversaciones se filtran a través de las paredes del pasillo,
pero ambas estamos en silencio. El suave olor de gardenias y flores de peras que
decoran el salón de baile y la mezcla del olor tropical del spray de cabello y perfume
costoso, con el profundo olor del humo y brisa de verano.
Una puerta se abre más allá de nosotros y mientras Becka entra, yo ajusto mi
vestido en el espejo y retoco el botón de mi tulipán a un lado de mi moño.
Quiero encontrar a Thomas y decirle que sienta mi pulso. Quiero poner mi mano
sobre la de él y que lo vea.
—¿Qué?
—Luz del sol todos los días —casi está susurrando, como si algo pueda apartarla
de este sueño que yo no sabía que ella tenía—. Y el pacífico, y los surfistas, y los
patinadores, y no solo…
Esta chica abre sus azules, azules ojos y nos estamos sosteniendo las manos. Está
sosteniendo las mías en las de ella, y se ve más esperanzada de lo que alguna vez la haya
visto.
Siempre había tomado la idea de la universidad por sentado. Por supuesto que
iré, pero estaría con Thomas. Nunca había considerado nada específico. No estoy lista
para pensar en cosas tan lejanas.
—Está bien —le digo a ella, apretando sus manos—. Lo haré. Lo prometo.
—¡Daisy!
—El chico Benny quiere ver que hay bajo esas medias.
—¿Qué? ¿En serio? —Becka toma una bebida, pero no se atora esta vez.
Ben sonríe, amplio y arrogante, mostrando todos sus perfectos dientes y
encogiéndose como: ¿Sí, y?
Cuando Daisy regresa, me abraza antes de sentarse al otro lado de Thomas, junto
a su cita.
—No tenía idea de que ibas a estar aquí —digo. Las citas no son algo de lo que
hablamos entre la conjugación de verbos en francés y las nuevas formas de llamar puta
a una zorra—. Estoy feliz de que estés.
—Yo tampoco —ella está de acuerdo, mirando a Tweedledum. Le pasa una taza
a Pete, y por la forma en que Ben la mira es obvio que se han besado.
Locura.
—Folie —concuerdo, pasando los dedos que quiero sobre cualquier parte de él
por el borde de mi copa.
—Parfois —comienza, ojos tímidos brillando la luz de las velas mientras mira a
Ben.
Relajado con una mano en la parte posterior de su cabeza, jugueteando con sus
rizos oscuros, tiene la otra en el respaldo de su silla. Está recostado sin cuidado, y eso
me asegura que han hecho más que solo besarse.
—Está bien, no tengo idea de lo que eso significa —dice Rebecka, levantando su
bebida, también—. Pero, si L está brindando, entonces sí.
Ella choca su taza con la mía, y Daisy levanta la suya con la nuestra. Y cuando Ben
hace lo mismo, también lo hace Petey.
Con su copa levantada al final, Thomas desliza su pie junto al mío, alineando
nuestras pantorrillas debajo de la mesa y dándole a mi corazón más de lo que necesita
mientras todos bebemos.
Estamos de regreso en la pista de baile, solo que esta vez estamos todos juntos.
Petey hace girar a Becka mientras Ben y Daisy bailan frente a frente. Sus caderas
se mueven y sus manos se tocan cuando Thomas Castor me hace girar en un círculo que
nunca permite que me aleje demasiado de él.
En un parpadeo del cielo azul, estamos pecho a pecho y estoy drogada solamente
con él.
—Hola —me dice bajo la música. Colocando sus manos entre mis hombros y la
parte baja de mi espalda, me da el contacto que he anhelado y necesitado y no puedo
tener suficiente.
Más alto de lo normal, con los ojos al nivel de sus labios, levanto la mirada para
ver a Dusty mirándome con ardor y orgullo que me hacen aferrarme a él. Y sé en este
momento que esta noche no es solo para mí.
Mis mejillas se calientan con lo que les hace a los latidos de mi corazón, y Thomas
roza su nariz en mi mejilla. Con sus labios cerca de mi oreja y sus dedos doblados entre
los míos sobre su pecho, susurra— ¿Tienes alguna idea de lo hermosa que eres, Bliss?
—Te estoy besando —se burla, presionando los labios entreabiertos bajo el
lóbulo de mi oreja.
Me aprieto más cerca mientras mi corazón pulsa pasión y súplica, y Thomas nos
mueve lentamente hacia la música.
—Quiero llevarte a la playa y besarte toda la noche —me dice—. Quiero besarte
para siempre.
El amor puede ser un campo de batalla, pero no estamos haciendo ningún mal.
Somos niños en una multitud en la cima del mundo: drogados, salvajes e inocentes.
Un poco menos de dos horas después, la luna llena está alta y estoy en el regazo
de Thomas en el muelle con ambas piernas sobre su izquierda. Una noche llena de
caricias pero que en realidad no nos ha alcanzado, y mi secreto está cumpliendo su
susurro sobre besarme para siempre.
Comenzando por mi sien, Thomas besa mi frente primero y baja por mi nariz, a
lo largo de mi cuello y sobre mis hombros. Él está en la curva de mi codo, me hace doler
a propósito. Sus labios muerden y acarician la piel, pero me toca más profundo que eso.
Mi amor llega a cada parte de lo que soy, y el chico que me enseñó a besar lo sabe.
Desliza sus labios y dientes por mi brazo y me dice que ama mis músculos y mis
huesos.
—Amo cuando hablas francés y lo suave que huele tu piel. —Me besa en el dedo
índice, rozando la punta con los dientes—. Amo la forma en que me agarras tan fuerte
cuando te corres.
Como si pudiera.
—Thomas —susurro, mis ojos se cierran y mi boca se abre mientras desliza sus
manos por mis costados. Agarrándome de las caderas, me mueve en un lento círculo a
lo largo de donde también está dolido.
—Seré bueno contigo, Leigh. —Sus palabras son bajas y ardientes con
sinceridad—. Yo me ocuparé de ti.
Ojalá lo fuera.
—Sé mi novia —susurra. Nariz con nariz, sonríe y la esperanza en ello hace que
mi pecho palpite alrededor de mi triste y egoísta corazón. Me abraza mientras me
separo por los dos, y besa el costado de mi boca, haciéndolo latir a través del dolor.
Abro los ojos con lágrimas de frustración y me concentro en el azul sin nubes.
Llenando mis pulmones de vainilla y aire marino, estoy a punto de asentir. El sí,
está en mis labios cuando un movimiento en la playa me llama la atención.
Con su rostro en mis manos y su boca debajo de la mía, intento dar sentido a lo
que sucede en la arena y cómo enfrentarlo, pero pensar mientras nos besamos no
funciona.
Retirándome hacia atrás para obtener el necesario aire, balanceo mi peso contra
Thomas para mantener sus ojos cerrados, y funciona.
Para él.
Me muevo con ritmo forzado, y tan atrapado como está mi amor, entre la presión
que emociona y la respuesta por la que él está muriendo, puede notarlo.
—Bésame, bésame —le repito, pero sus ojos azules están abiertos y mirándome
fijamente.
Entonces se da la vuelta.
Él ya se fue.
Traducido por Genevieve
a deseo.
La urgencia en mi sangre.
La opresión en mi pecho.
El escape.
El alivio.
Ella lo vale.
Bliss es todo.
reías que Smitty iba a estar bien con que tú lo besaras? —Me
reclino contra el marco de la puerta de mi hermana.
—Tú hiciste esto. Tú eres la razón por la que él rompió contigo —digo, curvando
un lado de la boca hacia arriba—. ¿Por qué estás llorando?
—Vete, Dusty —murmura Becka, la voz débil con las lágrimas. Su cara se
desmorona y el pelo de las últimas noches vela su perfil mientras deja caer la cabeza
entre las manos.
Bliss se mofa y agita la cabeza. Sus rizos sin flores cuelgan alrededor de su cara.
—Te odio —grita mi hermana.
—¿Me amas? —pregunto, abrazando con su pierna mi cadera. Bajo entre sus
muslos abiertos, y extiendo la mano entre nosotros y me saco de los pantalones de
baloncesto—. ¿Podrías vivir sin mí? ¿Querrías?
—¿Podrías dejar que alguien alguna vez además de mi te toque así? ¿Te vea así?
—Los pezones de Leighlee se endurecen mientras su boca se abre lentamente. Hunde
sus pies en el colchón mientras acaricio lentamente, y piezas de su pelo color rojo se
pegan a sus labios. Mi chica perfora con sus uñas de color púrpura oscura mis bíceps,
aferrándose a mis brazos hasta que ya no puede más. Entonces agarra las sábanas de la
cama y tira.
—¿Podrías tú? —pregunta—. ¿Podrías dejar que alguna vez alguien te tocara
así?
—Respóndeme —dice—. ¿Podrías tú? ¿Lo has hecho? Dime que nadie ha estado
nunca contigo así.
Que ella amenace con alejarlo antes de que lo haya tenido es insoportable.
—No hagas esto. —Beso sus húmedos párpados, lamo sus lágrimas alejándolas,
y bebo su tristeza—. No te alejes de mí. Es una regla, ¿recuerdas? —Labios que saben a
caramelo tocan los míos, y Bliss me besa como si lo quisiera, como si significase algo,
como si valiese la pena. Cuando no estamos lo bastante cerca, usas sus pies para
empujar mis pantalones cortos hasta mis tobillos. Llena de disposición reprimida y
amor ilícito, cada pulgada desnuda de mí toca cada parte desnuda de ella, y hay
devoción aquí.
El amor es devastador.
Sus uñas arañan desde mis hombros a mi espalda baja; la piel se abre y la sangre
cae en gotas de las pequeñas heridas.
Las mechas quemadas nadan en la cera derretida sin olor, y una a una, las tres
velas parpadean hasta apagarse. Cegado por la oscuridad, sin que ni siquiera haya
salido la luz de la luna. Mientras mis ojos se ajustan, me apoyo en mis otros sentidos y
acaricio el costado de Leighlee hacia arriba. Piel de gallina crece bajo mis curiosas
huellas, y su piel es delicada bajo mis palmas.
Mientras mi visión se ajusta y la forma de la figura de mi amor se forma, mis
orejas recogen el bajo sonido de las respiraciones ásperas y los pequeños gimoteos.
Beso cada una de sus mejillas, y lamo mi labio inferior, atesorando el trazo salado de la
lágrima más triste.
—Quiero, pero no puedo ser tu novia, Thomas. No podemos tener sexo hasta que
yo sea la única con la que estás teniendo sexo.
Ella te quería antes de besar a ese chico, me tienta, barriendo la mortalidad de sus
labios.
Mi nena rueda sus ojos vidriosos. —Esto no tiene nada que ver con él.
—Ya llevaba jodido todo desde hace tiempo. —Se sienta y Leighlee llévala
sábana bajo sus brazos.
Los ojos sin esperanza se levantan hacia mí con una expresión cansada.
—No deberías haberlo hecho, pero te acostaste con la escuela entera a mis
espaldas.
El amor es vengativo.
El color de sus ojos se oscurece y una pizca de rosa en sus mejillas se drena. Se
lame los labios, y el espacio entre sus cejas se frunce. Observo su pecho subir y bajar, y
a través de la calma, juro ante Dios que oigo la pena.
Realmente lo eres, la cocaína florece ante las presencias del dolor de siempre.
—No es solo Oliver, sino también Becka y Pete… —La poca voz de esta pequeña
chica flaquea y se convierte en llanto.
—¿Qué tienen ellos que ver? —Leighlee se sienta y se cubre con una almohada.
Su cara, roja con manchas e hinchada con agotamiento, se recompone. Con la excepción
de un temblor en su barbilla, ella es fuerte…. más fuerte que yo.
—Ella es mi hermana.
Pero la veo.
Observo como la luz del sol a través de la ventana hace resaltar el sonrojo de mi
chica. Él le dice cosas que no puedo oír, ella se ríe, echando su cabeza hacia atrás. Leigh
golpea su antebrazo, y él le pasa los nudillos por el hombro desnudo antes de deslizar
el dedo por debajo de los tirantes de su top.
La cabina del auto está sin aire y el cuero color crema del tapizado está caliente
a través de mi ropa. La transpiración ligera forma una línea en mi cabello, una gota de
sudor gotea por mi espalda baja. Enciendo el Continental y pongo el cambio de
retroceso cuando Becka abre la puerta trasera y se desliza al interior.
Tú sabes que quieres eso, mi acosadora susurra mientras la razón por la que no
debería, se sienta justo detrás de mí. La ira que sentí cuando la vi con Oliver viene en
segundo lugar a la súbita necesidad de la otra chica en mi vida.
Leighlee se inclina hacia adelante y coloca sus labios justo encima de mi oreja.
Mi nena pregunta suavemente:
Estacionado detrás del Mercedes de mi padre está un Jeep rojo que nunca he
visto antes.
—No actúes como una chiquilla Rebecka. —Yo le doy palmaditas de apoyo a la
espalda a papá.
Miro a Bliss y guiño un ojo. Ella cubre su sonrisa detrás de sus manos.
—¿Sabes algo de mí, papá? —pregunta Becka antes de volver su ira hacia nuestra
madre—. No soy tú, mamá. Deja de meter esta mierda en mi garganta.
Me rio.
—Relaja el drama
—Vete a la mierda.
—Todo lo que quiero es mi novio. Esto es culpa tuya. —Rebecka me apunta con
un dedo antes de correr hacia la casa. Bliss va tras ella.
Treinta minutos más tarde, paso por el dormitorio abierto de Becka. “Knockin
'en Heaven's Door” resuena desde su estéreo, y ella está en el extremo de su cama con
un pañuelo en la mano. Leighlee se mece y gira en su vestido azul, cantando lentamente
con la canción más lenta.
Caen de nuevo sobre el colchón. Becka tira del dobladillo y le da una nalgada
sobre la túnica amarillo pálido.
Le dije a Pete que iba a ir, pero mientras estoy acostado y el bajo de la habitación
de Becka zumba a través de las paredes, lo único que quiero hacer es estar con mi chica.
Pero mi amigo es implacable, así que respondo a su llamada.
—¿Dónde estás? —pregunta él, amortiguado por la música y la risa al otro lado
del teléfono.
Me siento en la cama y me acaricio con los dedos el cabello húmedo desde las
raíces.
—Llámame mañana.
—¿Quién?
Imaginar el cabello rubio rojizo y las pecas del verano bajo el sol de California es
fácil, ella prosperaría con las palmeras, las playas calientes, y los sueños de Hollywood.
Pero no se supone que sea así, y el pensamiento de una vida sin ella me pondría de
rodillas si el resentimiento no me sostuviera.
Hago una pausa para mantener mis ojos en Leighlee. Estar en la misma
habitación que ella en este momento me pone enfermo, pero deleita al monstruo. La
persistente compañía de la cocaína se desliza bajo mi piel, besando el pulso y lamiendo
los huesos. Ella me guía lejos de la farsante… la mentirosa.
California.
California.
California.
California.
Una y otra y otra vez hasta que golpeo la pared de la ducha, rasgo la piel y agrieto
los azulejos. La sangre gotea de mi mano derecha, pero el dolor físico es enmascarado
por las píldoras flotando en mi estómago.
Guiado por la compulsión, dejo la casa sin una palabra a nadie y abro el Lincoln
con mi mano buena.
Mi ritmo cardíaco se acelera antes de oír las hojas crujir bajo sus pies descalzos.
Leighlee corre hacia mí desde la casa, en el vestido que ella me dejo tocar. Mirándola a
través de ojos borrosos, me inclino contra la puerta de mi auto y espero a que la traición
venga a mí.
—¿No crees que voy California, ¿verdad? —pregunta. Mi nena deja caer sus
manos de sus caderas y da un paso hacia mí.
— Estas equivocado.
Con su mano libre, Bliss golpea mi gorra y toma un puñado de mi pelo entre sus
ágiles dedos y tira de mi cabeza a un lado.
Adormecido por los medicamentos que mi madre debería haber guardado con
llave, no siento nada excepto brillante pasión profundamente dentro de mí mientras me
empuja
Giro mi cabeza y capturo sus labios, empujando su espalda contra el auto. Pongo
mis manos a ambos lados de su cara y la sujeto hasta que gime y abre la boca. Cuando
nuestras lenguas se tocan, presiono mi estómago contra su estómago, y mi pecho contra
el suyo.
Su respiración era azúcar dulce y sus ojos son fuego salvaje. En vez de
empujarme, ella se aferra.
—¿Sí? —preguntó.
— Solo quédate.
Antes de que los chicos se detengan, beso a mi chica en lo alto de la cabeza y digo:
—¿Quieres esto? —preguntó Petey mientras corta una raya para sí mismo y para
Kelly en su sucia mesa de café.
Todas las ventanas están abiertas, y una ligera brisa nos rodea, pero el aire
acondicionado está averiado y el lugar nunca se enfría.
Pete suelta el canuto hecho con cinco dólares sobre la mesa de cristal y se sienta.
—Becka —miento.
La mención del nombre de mi hermana hace más rojas sus enrojecidas mejillas
y amplió sus ojos ya dilatados. Toma su teléfono y corta otra línea con el teléfono en su
oído, sujetándolo con un hombro.
—Siento haberte besado —dice Pete en el contestador. Ruedo mis ojos. Kelly se
sienta—. Pero tienes que hablar conmigo, Becka. Mi vida está incompleta sin ti.
Un enorme error.
Ella era preciosa de una jodida manera, una gentileza para su blanco y
destrozado exterior. Era una chica perdida esperando ser encontrada. Pero no iba a
encontrar lo que buscaba montando pollas todo el tiempo.
—Hola, Dusty. —Ella echa una gran cantidad de humo hacia el aire de la noche y
tira la ceniza del cigarro a la hierba.
Mixie saca una silla verde blanqueada por el sol con el pie, haciendo señas para
que me siente a su lado. Nada bueno viene de estar tan cerca de una puta, pero me siento
de todas formas, y cuando el plástico se curva y amenaza con romperse bajo mi peso,
ambos nos reímos.
—¿Quieres otra cerveza? —Se levanta y toma la que está vacía de mi mano.
La puta en un corto vestido sale con una cerveza fresca y una pipa.
Bebo mientras Mixie enciende el cuenco. Después de tomar unos cuantos tragos
y lanzar la cerveza vacía a la basura es la esquina, me levanto.
—Necesito irme.
Me empuja de nuevo a la silla. Tan pronto como mi cuerpo choca contra el frágil
plástico, se rompe y me derrumbo contra el suelo con la silla. Mixie se dobla de la risa.
—Te veré más tarde, Mix —digo una vez que estoy limpio.
Ven a casa.
—Claro.
—¿Pensé que habías dicho que querías hablar? —pregunto, arañándome la cara
con las manos.
La chica con los ojos vacíos empieza a bajarme la cremallera, pero yo cojo sus
muñecas y mantengo sus manos lejos. No había relación, la Mixie que rio hasta llorar se
había ido, reemplazada con la que buscaba aceptación de las maneras más enfermizas.
—No estoy de humor —digo empujándola hacia atrás hasta que cae sobre su
culo.
El rechazo aparece en su cara en forma de tímida sonrisa, y abre las piernas para
enseñarme lo que básicamente he perdido.
Antes de que puedan sacar la tentación, me alejo con una garganta que quema y
un demonio interior que grita que la tome.
—¿Estás bien? —pregunta Ben mientras paso a su lado. Tiene su brazo sobre los
hombros de Valarie.
—¿Están cerca? —Me siento en el borde de la bañera y cierro los ojos con los
ecos de mis amigos atravesado las paredes.
—Sí.
— En realidad no creen que tu madre te esté llamando tan tarde, Bliss —digo.
—Tal vez no —responde sin entusiasmo—. Pero hablaré contigo mañana. Dile
a papá que lo quiero.
Tomo una respiración para decir que vuelvo a casa cuando la voz de Oliver suena
a través del teléfono, y está justo al lado de mi amor.
—Cuelga —dijo.
—¿Quieres?
No hay duda.
Con toda la fuerza del mundo, el tiempo se mueve en destellos rápidos y colores
brillantes, irreal. No hay ningún daño aquí, solamente el olvido.
Pete, Kelly, Val, Mixie, y Katie están amontonados en la parte trasera del Lincoln,
y Ben está sentado entre mí y Cas en la parte delantera. Tiene una cerveza 40 oz. entre
las rodillas y una sonrisa de suficiencia en su rostro.
Los ojos de Petey se encuentran con los míos en el espejo retrovisor. Me aclaro
la garganta y me acomodo en el asiento, centrado en conducir.
—Cas —dice Pete—. Eres genial, pero las hermanitas son intocables, mi hombre.
Pero por primera vez en mucho tiempo, no siento que estoy siendo estrangulado.
Soy más fuerte que el padre de Leigh. Él puede tener la ventaja ahora, pero un día voy a
quitarle a su preciosa Bliss.
Entonces, ¿qué?
Sonrío ante el juez a medida que pasamos.
Él me saluda.
Y le devuelvo el saludo.
Traducido por Genevieve
—Portland.
—Val, quítate.
Vuelve.
Vuelvo dentro.
Dusty #2
Mary Elizabeth nació y se crio en el sur de California. Es esposa, madre de cuatro
hermosos hijos, y domadora de perros por un Pit Bull entusiasta y una Chihuahua. Es
estilista de día, pero autora de ficción contemporánea adulta de noche.
Flochi Lili-ana
Florff NinaStark
Genevieve
Genevieve