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HISTORIA DEL SIGLO XX – CÁTEDRA 2

La Revolución Cubana

El proceso revolucionario cubano se inició el 10 de octubre de 1868, cuando


Carlos Manuel de Céspedes llamó al pueblo a levantarse en armas por dos
reivindicaciones básicas: la independencia frente al Imperio español y la igualdad
de los cubanos mediante la abolición de la esclavitud.
La lucha que comenzó aquel día no sería definitiva. Sólo era el principio de
una largo proceso de marchas y contramarchas en la que intervendrían varias
generaciones de cubanos decididos a lograr la libertad plena, primero, del
colonialismo español y, luego, del neocolonialismo norteamericano.
La República de Cuba es la mayor isla del Caribe con 109.820 km².
Actualmente, está dividida en 14 provincias y 169 municipios, en los cuales
residen alrededor de 11 millones de personas.
Cristóbal Colón llegó a Cuba dos semanas después de haber descubierto
América, creyendo que se había topado con una nueva ruta de acceso al
continente asiático. Pero los españoles iniciarían su conquista recién en 1510,
cuando ya habían arrasado con el oro y los indios de Santo Domingo. En busca
de una nueva fuente de metales preciosos, Diego Velásquez encabezó una
campaña militar integrada por varios personajes que luego serían famosos por sus
matanzas en otros puntos del Nuevo Mundo. Entre ellos, se encontraban Hernán
Cortés, Bernal Díaz del Castillo y Pedro de Alvarado. Los españoles invadieron la
región oriental de la Isla y, a partir de allí, avanzaron hacia distintos territorios.
Pero el oro hallado no fue mucho y pronto se lanzarían en masa sobre otras áreas
del continente más ricas, como México y Perú.
Durante la fugaz fiebre del oro cubano, los aborígenes fueron exterminados
en grandes cantidades debido a las duras condiciones de trabajo y a las
enfermedades que traían consigo los europeos. De los 100.000 nativos que tenía
Cuba con anterioridad a la conquista, sólo quedaron alrededor de 4.000 hacia
1550, según indica el registro de las primeras Actas Capitulares.
Con el tiempo, la isla se convirtió en un punto estratégico del Nuevo Mundo,
sobre todo la ciudad de La Habana, uno de los puertos militares más importantes
de la colonia por su excelente ubicación en el Caribe. Se la consideraba “una
fortaleza inexpugnable”1 en la que prosperaron el comercio monopolizado por
España, el contrabando, el juego y la prostitución. A partir del siglo XVII, se
estableció allí el primer centro de construcciones navales a gran escala y algunas
fábricas de cañones.
La población de aquella época estaba compuesta por blancos -que
constituían casi el 60 por ciento del total-, negros, mulatos y algunos asiáticos. A
diferencia de las colonias inglesas y francesas, Cuba poseía una significativa
proporción de negros y mulatos libres. Según el primer censo de 1774, de unos 75
mil habitantes de color, más de 44 mil eran esclavos y alrededor de 30 mil estaban
en libertad (11 mil negros y 19 mil mulatos y mestizos)2. Para tener una referencia,
podemos recurrir al ejemplo de Jamaica, cuya población se componía de unos 15
mil blancos y de unos 148 mil esclavos.
En 1762, en el marco de la Guerra de los Siete Años (Gran Bretaña,
Francia y España) el poderoso puerto de La Habana cayó ante las fuerzas
inglesas. Durante su ocupación, que duró once meses, los ingleses vislumbraron
grandes perspectivas económicas en el sector azucarero y se lanzaron a estimular
la industria con la importación de una gran cantidad de esclavos.
Sin embargo, los plantadores de Jamaica y los banqueros británicos con
intereses en esa isla comenzaron a presionar al Imperio para que Cuba volviera a
manos españolas. El gobierno británico se retiró en julio de 1763, cinco meses
después de firmar la paz con Francia y España. De esta forma, la Metrópoli
recuperó el control de Cuba y designó como nuevo gobernador al Conde de Ricla,
Ambrosio Villapando.

1
Thomas, Hugh. Cuba: La lucha por la libertad (1762-1970), Tomo I, Barcelona-México, D.F.,
Grijalbo, 1973, p. 17.
2
El censo cubano de 1774 indica una población total de 170.370 habitantes, aunque, por las
imperfecciones de la muestra, el historiador inglés Hugh Thomas calcula que la población habría
sido un 10 por ciento mayor.
3.1. El oro blanco

El azúcar era la mercancía agrícola más codiciada de las Indias


Occidentales desde que Colón había plantado las primeras cañas en Santo
Domingo, durante su segundo viaje. En 1762, Cuba tenía cerca de 100 molinos
que generaban una producción azucarera bastante baja, comparada con la de
otras islas del Caribe: sus exportaciones no habían superado las 500 toneladas
anuales, mientras que Jamaica producía alrededor de 5.000.
La gran importación de esclavos durante ese año y la apertura del comercio
propiciada por los ingleses, sentó las bases para que la estructura económica de
Cuba cambiara radicalmente. A partir de entonces, los plantadores comenzaron a
presionar al gobierno español para que permitiera el libre tráfico de mano de obra
esclava. Las autoridades coloniales cedieron en 1788, estableciendo un periodo
de prueba que se prorrogó indefinidamente. Con este proceso, Cuba selló su
dependencia al monocultivo y a los precios del mercado internacional.

El ingenio absorbía todo, hombres y tierras. Los obreros del astillero y la fundición y los
innumerables pequeños artesanos (...) se marchaban a los ingenios; los pequeños
campesinos que cultivaban tabaco en las vegas o frutas en las huertas, víctimas del bestial
arrasamiento de las tierras por los cañaverales, se incorporaban también a la producción
de azúcar. (...) la jornada de trabajo de los esclavos del azúcar se extendía a veinte horas.
3
Sobre las tierras humeantes se consolidaba el poder de la sacarocracia.

Entre 1764 y 1769, el azúcar de Cuba había alcanzado un promedio de


2.000 toneladas anuales. Sesenta años más tarde, la Isla se posicionaría como la
primera productora mundial con 73.000 toneladas, 10.000 más que Jamaica. En
1836 la producción jamaiquina caía a 53.000 toneladas, mientras que la cubana
subía a 160.000.

3
Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 1989, pp.
105-106.
3.2. La etapa prerrevolucionaria

La influencia del “oro blanco” fue la gran barrera que demoró, durante casi
un siglo, el triunfo en Cuba de las tendencias independentistas que se imponían
en América Latina y el Caribe. Ya desde fines del siglo XVIII, los reyes del azúcar,
liderados por el capitán general Luis de las Casas y el plantador criollo Francisco
de Arango, hicieron todo lo posible para impedir que la revolución esclava de
Santo Domingo (Haití) se trasladara a su territorio.
El conflicto haitiano y la decadencia económica de Jamaica ofrecieron, por
el contrario, un contexto propicio para expandir la industria azucarera y convertir a
Cuba en el primer productor mundial. A partir de 1792 comenzaron a entrar
nuevos capitales a la isla, se consolidó el comercio con los Estados Unidos, se
fundaron nuevos molinos y se importaron más esclavos. El incremento de mano
de obra fue tal que, según el censo de ese mismo año, la población negra y
mulata superaba por primera vez a los blancos (138.742 contra 133.559).
De esta forma, el mantenimiento de la estructura económica vigente se
convirtió en el principal punto de alianza entre los españoles, que tenían a su
mando las fuerzas represivas de Cuba, y los criollos que controlaban la producción
de azúcar. Esta combinación de poder fue fundamental para aplastar las revueltas
y conspiraciones que intentaban seguir el ejemplo haitiano. Así cayó, por ejemplo,
el movimiento liderado en 1795 por el negro libre Nicolás Morales, que
demandaba igualdad de derechos para negros y blancos, abolición de impuestos y
distribución de tierras a los esclavos.
Años más tarde, también sería derrotada una conspiración con mayor
alcance nacional y organización, encabezada por José Antonio Aponte, un tallador
negro de La Habana.
La estrategia de Aponte para lograr la liberación de los esclavos se basaba
en el sabotaje sistemático de la riqueza de la colonia (quema de cañaverales y
plantaciones de café). Aponte fue traicionado y ejecutado el 9 de abril de 1812.
Luego exhibieron su cabeza con el fin de “escarmentar a sus semejantes”, según
se desprende de la orden del capitán general Juan Ruiz de Apodaca, conocido
como el Marqués de Someruelos.
La abolición inglesa de la esclavitud, en 1807, y las acciones tendientes a
universalizar la medida, agregaron nuevos problemas para los barones del azúcar,
sobre todo cuando el gobierno español se comprometió con Gran Bretaña, en
1817, a terminar con el tráfico en un plazo de tres años. En ese período, las
importaciones de esclavos fueron disminuyendo progresivamente. De un total de
25 mil negros registrados en 1817 se pasó a 17 mil en 1820, mientras que en 1821
sólo llegaron 6 mil y un año más tarde 2.5004.
La prohibición legal del tráfico se promulgó recién en 1830, aunque esto no
significó la abolición inmediata de la esclavitud en Cuba, ni la aplicación efectiva
de las normas que impedían la importación de esclavos. En los treinta años
subsiguientes llegarían alrededor de 400 mil negros como consecuencia del
incumplimiento de las leyes por parte de sucesivas capitanías generales de la isla,
cuyos representantes percibían cuantiosos ingresos con el tráfico y los impuestos
sobre el azúcar. Pero así como siguió incrementándose el ingreso de esclavos y el
endurecimiento de la represión española, también se profundizó la inestabilidad
social.
A partir de 1840 se manifestaron nuevas revueltas en varias plantaciones y
molinos azucareros, que desembocaron en la conspiración de negros libres y
esclavos más famosa de Cuba: “La Escalera”5. Las acciones fueron descubiertas
en 1844 por el capitán general Leopoldo O’Donell, quien ordenó arrestos masivos
en toda la isla para desbaratar a los rebeldes. Sólo en Matanzas fueron
capturadas 4.000 personas, que luego pasaron por “la escalera”. En total, 300
negros fueron azotados hasta morir y, alrededor de 80, ejecutados en
fusilamientos sin juicio previo.
Luego de estos hechos se formó una comisión en La Habana para tratar la
aplicación de una nueva ley española contra el tráfico de esclavos.
Paradójicamente, todos los delegados eran propietarios de plantaciones o

4
Thomas, Hugh. Op. cit., p. 136
5
El nombre de “La Escalera” alude a una forma de tortura que consistía en atar a los sospechosos
a una escalera y azotarlos hasta que confesaran su delito.
comerciantes que lucraban con la mano de obra esclava, como el marqués
Joaquín Gómez, el Conde de Fernandina, el general Juan O’Farrill y el criollo José
de Arango.

3.2.1. El anexionismo y el reformismo

A pesar de la alianza entre españoles y criollos para desconocer las


reglamentaciones que se dictaban desde la Metrópoli, el proceso abolicionista
generó una serie de intrigas y elucubraciones en el seno de la oligarquía
terrateniente, cuyos representantes comenzaron a mirar con simpatía a la nueva
potencia norteamericana. En opinión de Hugh Thomas, “los plantadores preferían
pasar a la Unión que convertirse en independientes y resignar la esclavitud, la
esencia de su status quo”6.
Desde hacía un buen tiempo, los gobiernos de Estados Unidos estudiaban
distintas formas de apoderarse de Cuba debido a su ubicación estratégica en el
Caribe, su puerto privilegiado y las potenciales fuentes de riqueza.
La primera manifestación en este sentido la expuso el presidente Thomas
Jefferson, quien en 1805 le notificó al embajador inglés que, en caso de que su
país entrara en guerra con España, Estados Unidos intentaría comprar la isla para
defender desde allí a Luisiana y Florida. La misma advertencia fue hecha tres
años más tarde a Someruelos, considerando que España no podría controlar su
colonia frente a los avances de Gran Bretaña.
Al tanto de estas intenciones, en 1822, varios plantadores cubanos enviaron
un delegado a la Casa Blanca para proponer la anexión de su territorio. El
presidente James Monroe recibió al delegado y luego reunió a su gabinete para
discutir la proposición. El entonces secretario de Estado, John Quincy Adams,
tomó las siguientes notas de aquel encuentro:

Mr. Colhoun (secretario de Guerra) desea ardientemente que la Isla se convierta en parte
de los Estados Unidos y dice que Mr. Jefferson lo desea también. Hay dos peligros que

6
Thomas, Hugh. Op. cit., p. 142.
deben evitarse (...) uno, que la Isla caiga en manos de Gran Bretaña; el otro, que sea
revolucionada por los negros. Colhoun afirma que Mr. Jefferson le dijo hace dos años que
deberíamos, a la primera oportunidad, tomar Cuba, aunque fuera a costa de una guerra
con Inglaterra; pero como no estamos preparados (...) piensa que deberíamos reaccionar
(respecto de los plantadores) disuadiéndolos de su actual propósito y animándolos a
7
adherirse a su conexión con España.

La propuesta anexionista fue rechazada, pero quedó latente el deseo de


apoderarse de Cuba. Adams reveló cuál sería la estrategia de Estados Unidos
hacia la isla en una carta a su embajador en España, Hugh Nelson, el 28 de abril
de 1823:

Es difícil resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra república federal será
indispensable para la continuación y la integridad de la Unión misma (...) Hay leyes de
gravitación política, como existen las de gravitación física; y si una manzana separada del
árbol por la tempestad, no puede hacer otra cosa que caer al suelo, Cuba, separada a la
fuerza de su artificial conexión con España, e incapaz de bastarse a sí misma, puede
únicamente gravitar hacia la Unión norteamericana, la cual, por la misma ley natural, no
8
puede arrancarla de su seno.

La “política de la fruta madura”, enunciada por Adams, se plasmó luego en


el séptimo mensaje anual de Monroe al Congreso norteamericano. El texto, que
pasó a la historia como la Doctrina Monroe, era una respuesta para enfrentar el
“peligro británico” y encarar el dominio de Cuba y otros territorios del continente.
Es decir, “establecía formalmente el derecho de Estados Unidos a gobernar el
Caribe”9 y, al mismo tiempo, dejaba en claro que entraría en acción cuando las
potencias europeas pusieran en peligro sus intereses en el hemisferio10.

7
Ídem.
8
Roig de Leuchsenring, Emilio. La guerra libertadora cubana de los treinta años (1868-1898).
Razón de su victoria, La Habana, Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, 1952, pp. 233-
234
9
Chomsky, Noam. Estados canallas: el imperio de la fuerza en los asuntos mundiales, Buenos
Aires, Paidós, 2002, pp. 114.
10
Calloni, Stella y Ducrot, Víctor Ego. Recolonización o independencia, Buenos Aires, Norma,
2004, p. 116.
Así comenzó una etapa en la que Washington se convirtió en una especie
de guardián de las colonias que todavía poseía España en la región; por lo menos
mientras no pudiera, o no fuera conveniente, apoderarse directamente de esos
territorios.
Tras el fracaso momentáneo del anexionismo, un sector de la oligarquía
criolla se embarcó en un plan alternativo de reformas para obtener el control
político de Cuba. Los objetivos eran disminuir el poder de los capitanes generales
y recibir los beneficios propios de cualquier provincia española: representación en
las Cortes de Cádiz, supresión de las aduanas y abolición de la esclavitud de
forma gradual y mediante indemnización. Sobre esta base se fundó el Círculo
Reformista de La Habana, que luego se convirtió en el Partido Reformista.
España accedió a escuchar algunas de estas exigencias entre 1866 y 1867,
pero pronto se desentendió de sus propias promesas. El fracaso de las
negociaciones precipitó la caída del Partido Reformista y abrió un nuevo capítulo
en la historia Cuba, caracterizado por la lucha armada.

3.3. La Guerra Libertadora de los Treinta Años

Cuba comenzó su lucha independentista de forma tardía en comparación


con el resto de las colonias hispanoamericanas, aunque hubo algunos
movimientos separatistas que se consagraron como precedentes de la Guerra de
los Treinta Años. Fueron, en su mayoría, organizaciones de masones que
buscaban llevar adelante una política radical y multirracial para conseguir el apoyo
de los hombres de color. Entre 1810 y 1868 se registraron más de diez intentos
revolucionarios que fueron rápidamente diezmados por las fuerzas represivas de
la Península.
Hacia mediados de la década de 1860, la prohibición del tráfico de esclavos
y la introducción de nuevos molinos para el procesamiento de la caña afectaron a
los pequeños hacendados de la parte oriental de Cuba. En tal situación, sólo un
selecto grupo de grandes propietarios podía costear los elevados precios de mano
de obra y adelantos técnicos.
Para los pequeños productores las reformas ya no eran viables. Sólo les
quedaba la posibilidad de una rebelión armada que terminara radicalmente con la
esclavitud y con el despotismo español que frenaba las transformaciones políticas,
económicas y sociales necesarias para el desarrollo de la isla.
En la ciudad de Bayamo se inició la organización revolucionaria de la
provincia de Oriente, donde comenzó a destacarse como líder un abogado de 50
años que ya había tenido experiencia armada en España: Carlos Manuel de
Céspedes, considerado el Padre de la Patria.
Según los planes originales, la sublevación comenzaría en la navidad de
1868, pero el capitán general Francisco Lersundi descubrió la conspiración y la
fecha tuvo que adelantarse. El 10 de octubre, en su ingenio La Damajagua,
Céspedes liberó a sus esclavos y luego los sumó a un ejército de casi 150
hombres:

Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres
como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia. Los que me
quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan
11
libres como los demás.

De esta forma planteó Céspedes su postura antiesclavista en el famoso


“Grito de Yara”, donde se proclamó la República en Armas. Aquellas palabras
tuvieron un efecto inmediato sobre las masas marginadas. En pocos días el
ejército rebelde de Oriente recibió a unos 12.000 combatientes y logró tomar las
ciudades de Bayamo y Holguín, para luego desplegar sus fuerzas por toda la
provincia. En noviembre se levantó el ganadero Ignacio Agramonte en la región de
Camagüey y, por entonces, también lo hicieron los patriotas de Las Villas. 12

11
Cita reproducida por el actual presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba,
Ricardo Alarcón de Quesada, en “Cuba y su democracia”, Buenos Aires, Nuestra América, 2004, p.
24.
12
No sucedió lo mismo en la región occidental de la Isla, donde se concentraban las mayores
riquezas y los hacendados más poderosos e influyentes. En general, estos hombres buscaban la
continuidad de la esclavitud o la implementación de reformas que les fueran favorables a sus
En total, los grupos revolucionarios sumaban alrededor de 20.000 hombres,
de los cuales sólo una cuarta parte combatía con rifles y el resto con machetes o
puñales de madera. Para enfrentar a las tropas españolas, dos veces superiores
en número, los conspiradores utilizaron la táctica del sabotaje, evitando el contacto
directo con las fuerzas enemigas. En la lucha se fueron destacando excelentes
combatientes con capacidades de liderazgo como el capitán Antonio Maceo, un
mulato oriundo de Santiago de Cuba, y el dominicano Máximo Gómez.
Pronto, los jefes revolucionarios de las diferentes regiones comprendieron
que sin unión no podrían vencer a los españoles y pudieron ponerse de acuerdo
para convocar a una asamblea constituyente que los agrupara bajo un gobierno
democrático.
El 10 de abril de 1869, los delegados de Oriente, Camagüey y Las Villas se
reunieron en Guáimaro con ese propósito. Allí se nombró a Céspedes como
presidente de la Asamblea Constituyente, mientras que Ignacio Agramonte
encabezó la lista de secretarios.
Los trabajos del cuerpo culminaron con la aprobación de la Constitución de
la República en Armas, que proclamaba la total libertad de los cubanos y el fin de
la esclavitud. Carlos Manuel de Céspedes fue nombrado presidente de la
República y Manuel de Quesada general en Jefe del Ejército Libertador. Se
estableció, además, la bandera nacional que rige actualmente, creada por Narciso
López en 1851.
La Asamblea se convirtió luego en Cámara de Representantes, bajo la
presidencia de Salvador Cisneros Betancourt y con miembros de todas las
regiones, incluida Occidente.
A pesar de todo, pronto resurgieron algunas diferencias en el seno del
movimiento independentista. A sólo tres meses de la Asamblea de Guaimaro, la
Cámara de Representantes aprobó el Reglamento de Libertos, una figura legal
que obligaba a los antiguos esclavos a seguir trabajando en condiciones de
servidumbre.

intereses. En consecuencia, actuaron como contrarrevolucionarios apoyando la represión española


o estimulando el anexionismo.
Céspedes anuló la norma el 25 de diciembre de 1870, pero el hecho dejó
en descubierto una fuerte contradicción en las filas libertadoras. Por un lado, se
manifestaba la posición de Céspedes y de muchos otros patriotas que buscaban la
independencia total y absoluta de España, mientras que del otro, se imponían las
opiniones de Cisneros Betancourt y de varios miembros de la Cámara que
preferían la anexión norteamericana. Céspedes conocía los peligros de optar por
esta última opción y no dejó de advertirlo desde los inicios de la lucha:

A lo que aspira (el gobierno de Estados Unidos) –decía Céspedes- es a apoderarse de


Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio
de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; este es el secreto de su
13
política.

En efecto, Washington desplegó cuantiosos esfuerzos para frustrar


cualquier forma de cooperación desde su territorio con la causa de los
revolucionarios cubanos. A través de la vía diplomática se negó a reconocer la
beligerancia y, desde la militar, suministró armas y movilizó a su Marina de Guerra
a favor de los españoles.
La lucha “más sangrienta, prolongada y devastadora de América”, como
afirma Ricardo Alarcón de Quesada, duró en total diez años, sin que los patriotas
pudieran alcanzar el objetivo de liberar a Cuba de la tiranía española. A lo largo de
esa primera etapa hubo una gran cantidad de rebeldes fusilados, más de 2.000
huyeron del la isla y muchos otros murieron en combate.
Una de las causas de la frustración debe ubicarse en las propias diferencias
dentro del movimiento libertador, que tuvieron especial efecto sobre los logros
militares. El 27 de octubre de 1873, cinco meses antes de morir en una
emboscada, Céspedes fue destituido por acuerdo de la Cámara de
Representantes. Betancourt se convirtió en el nuevo presidente de la República en
Armas y comenzó a restarle apoyo a las campañas militares de Máximo Gómez,
Antonio Maceo y Calixto García, cuyos esfuerzos se concentraban en traspasar el
cerco de Occidente. A la actitud de Betancourt se sumaron otros factores, como el

13
Alarcón de Quesada, Ricardo, Op. cit., p. 31.
desgaste de las fuerzas rebeldes, la falta de municiones y el fortalecimiento de las
tropas españolas.
Al no poder avanzar sobre el oeste, la Revolución no logró boicotear la
principal fuente de poder de los contrarrevolucionarios: la producción azucarera en
el triángulo formado entre Matanzas, Cárdenas y Colón. La zafra de 1873, por
ejemplo, registró una producción de 775.000 toneladas, 26.000 más que en 1868.
La llamada Guerra de los Diez Años, la primera etapa de la lucha
independentista, culmina en 1878 con el Pacto de Zanjón, un armisticio propuesto
por el general español Arsenio Martínez Campos, que contaría con el rechazo de
Antonio Maceo.
En este contexto aparece José Martí (1853-1895) apoyando algunas
acciones conspirativas. Durante la Guerra Grande había sido condenado a seis
años de prisión por una carta pro independentista, pero gracias a las influencias
de su padre logró ser trasladado a España y luego liberado bajo el compromiso de
no volver a Cuba. Allí estudió Derecho y se nutrió de los tiempos revolucionarios
que vivía la Península. Luego se trasladaría a México, y, más tarde, a Guatemala.
Tras la amnistía general de 1878, Martí volvió a la isla, aunque es
nuevamente deportado a España por sus actividades revolucionarias. Decide
establecerse en Nueva York y allí comienza una intensa actividad periodística,
además de liderar a los exiliados cubanos. Su nombre empieza a recorrer cada
rincón de Nuestra América, no sólo como revolucionario, sino también como
escritor, periodista y hasta diplomático en Estados Unidos para varios países del
subcontinente, entre ellos Argentina.
La labor de Martí fue sumamente significativa para el proceso
independentista cubano porque logró unificar y organizar a las fuerzas
revolucionarias en un núcleo político que retomó el camino emancipador de 1868:
el Partido Revolucionario Cubano, creado a principios de enero de 1892.
En ese organismo se conjugaron nuevos y viejos combatientes al mando de
Máximo Gómez, como general en jefe del Ejército Libertador, y de Antonio Maceo
y Calixto García, como lugartenientes generales.
Luego de un plan frustrado para dirigir tres expediciones a Cuba desde
Estados Unidos, se firmó un nuevo proyecto de alzamiento que se ejecutaría el 24
de febrero de 1895. Un mes después del estallido revolucionario, Martí y Gómez
lanzaron el Manifiesto de Montecristi, por el cual se prometía una “guerra
civilizadora” para crear “un pueblo libre, en el trabajo abierto a todos”.
Las palabras de Martí en su “Testamento político” dan cuenta de que los
patriotas no sólo se enfrentaban a los españoles. También lo hacían contra al
incipiente imperialismo norteamericano, que ya se había anexado más de la mitad
del territorio mexicano: Texas, Nuevo México, California, Colorado, Arizona, Utah y
Nevada.
De esta forma lo expresaba algunas horas antes de su muerte:

Estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber -puesto que lo
entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de
Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más,
sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. (...)Viví en
14
el monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David.

Los revolucionarios, provistos en principio de una fuerza irregular de entre 6


mil y 8 mil hombres, se enfrentaban a un ejército de 52 mil españoles y 19 buques
de guerra al mando, nuevamente, del general Martínez Campos.
Desde un principio, la estrategia española consistió en evitar que los
rebeldes cruzaran la vieja línea que separaba el este del oeste, donde se
concentraba las plantaciones más riquas del país. Pero a diferencia de la primera
etapa, los libertadores contaban con el apoyo mayoritario de la población.
Martí, “el Apóstol de la independencia”, muere el 19 de mayo de 1895, al
pie de la Sierra Maestra, mientras combatía a las tropas del coronel español José
Ximénez de Sandoval. Pero su legado revolucionario lo mantendría vivo
eternamente.

14
El “Testamento político” es una carta inconclusa de Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado,
fechada el 18 de mayo de 1895 en el campamento de Dos Ríos. Documento obtenido en el sitio
web http://www.cubaminrex.cu/josemarti/jmarti_introd.htm
Cuatro meses después, los patriotas se reunieron en Jimaguayú, provincia
de Camagüey, donde proclamaron la Constitución de la República en Armas.
También organizaron el Consejo de Gobierno, presidido por Slavador Cisneros
Betancourt, y ratificaron los cargos de Máximo Gómez, Antonio Maceo y Tomás
Estrada Palma (agente diplomático en Estados Unidos).
A fines de octubre, Gómez y Maceo lograron cruzar al oeste con una fuerza
de 1.500 hombres. En sólo tres meses consolidaron la guerra en todo el país,
haciendo temblar a los grandes propietarios azucareros, sobre todo a los
norteamericanos, que enviaron delegados ante Estrada Palma. La respuesta del
diplomático rebelde fue la siguiente: si Estados Unidos reconocía la beligerancia
serían respetadas la propiedades norteamericanas.
El gobierno no reconoció la guerra y los plantadores crearon milicias
contrarrevolucionarias en alianza con los españoles. Para esa época, ya había
varias compañías norteamericanas instaladas en Cuba que se dedicaban a refinar
el azcar. La mayoría había conformado un trust, Américan Sugar Refining
Company, y luego se estableció Trinidad Sugar Company. Los estadounidenses
llegaron a tener la central azucarera más grande del mundo en la isla, conocida
como “Constancia”. De esta forma, las inversiones de ese país en Cuba sumaban
unos 50 millones de dólares, incluyendo el suministro de agua y el alumbrado de
La Habana. Estados Unidos no sólo era el principal cliente para la isla, sino su
principal importador de bienes de consumo.
Lo cierto es que, “después de La Invasión (sobre el oeste), todo el mundo
tuvo conciencia que el poder de España en Cuba estaba herido de muerte”. 15 Esto
lo supo tempranamente Martínez Campo, que renunció el 16 de enero de 1896, al
no poder contener los avances de Gómez y Maceo cerca de La Habana. Su
sucesor, Valeriano Weyler, reorganizó a las tropas y reunió a la población en
fortines, tratando de aislar a Maceo. Tal fue su obsesión con el “Titán de Hierro”
que, en noviembre, Weyler salió personalmente hacia Mariel para asesinarlo.

15
Cometario del historiador cubano Benigno Souza, reproducido en Roig de Leuchsenring, Emilio.
Op. cit, p. 134.
Maceo muere en combate un mes después y en su lugar Máximo Gómez
designa a Calixto García, quien logra tomar varios fortines en la provincia de
Oriente, mientras aquél desarrollaba una campaña de desgaste en el centro de la
isla.
En septiembre de 1897, tras dos años de lucha, se producen otros cambios
en la organización rebelde. En la Asamblea de La Yaya, provincia de Camagüey,
se designa como nuevo presidente de la República en Armas a Bartolomé Masó.
Las fuerzas revolucionarias habían aumentado considerablemente, gracias
a su prestigio nacional e internacional. Contaban con unos 60 mil hombres, de los
cuales la mitad poseía algún tipo de arma. Del lado colonial el número de
combatientes también había crecido, sobre todo a partir del período de Weyler, “El
Carnicero”, como lo llamaba la prensa norteamericana. Tuvo a su mando la mayor
cantidad de soldados españoles de toda América: 260 mil hombres, sin contar a
las milicias contrarrevolucionarias.
La superioridad de fuerzas, sin embargo, no le permitió a Weyler acabar
con la guerra irregular de los cubanos, que habían aprendido de los errores del
pasado y se habían hecho militares en la práctica.
Finalmente, España sustituyó a Wayler por el general Ramón Blanco, a
quien le tocó anunciar a fines de 1897 la autonomía de Cuba por Real Decreto.
Pero autonomía no significaba independencia.

3.4. Intervención y ocupación norteamericana

Desde 1868, los sucesivos gobiernos de Estados Unidos se habían negado


a reconocer la beligerancia cubana porque el hecho hubiera permitido a los
rebeldes acceder al mercado norteamericano de armas y provisiones en las
mismas condiciones que los españoles. Según la política trazada por Adams y
Monroe desde 1823, la isla debía caer por sí sola en el seno de la Unión, por lo
menos mientras los intereses norteamericanos no se vieran afectados.
Durante mucho tiempo, incluso, Washington se inclinó a favor de la
Metrópoli porque el mayor peligro para la Doctrina Monroe no era España, sino en
Inglaterra. El presidente Grover Cleveland, temiendo que la guerra causara
pérdidas a Estados Unidos, llegó a ofrecer su apoyo militar a la Corona,
ofrecimiento que España rechazó (y lamentó, posteriormente).
El sucesor de Cleveland, William McKinley, había apoyado a los cubanos
durante su campaña, pero como presidente siguió la línea de sus antecesores.
Cuando se proclamó el Real Decreto de autonomía cubana, McKinley pidió a la
opinión pública de su país que le diera una nueva oportunidad al gobierno español
para que “logre la condición indispensable de paz justa”.
Sin embargo, unos meses después la situación cambió radicalmente. A
fines de 1897, el cónsul estadounidense en La Habana, Fitzhugh Lee, informó a su
gobierno que, en el marco de las protestas contra la autonomía, se preparaba una
supuesta conspiración antinorteamericana, que podría afectar las vidas y las
propiedades de sus conciudadanos en la isla. Como respuesta, McKinley envió al
acorazado “Maine” en misión de seguridad, con una tripulación de 350 hombres.
La noche del 15 de febrero de 1898, un fuerte estruendo seguido de varias
explosiones conmocionaron a la ciudad de La Habana. Se trataba del “Maine”,
cuya proa se había hundido en el puerto totalmente destruida. En total, murieron
266 tripulantes, entre ellos tres oficiales.
Al día siguiente, el secretario adjunto de la Marina norteamericana,
Theodore Roosevelt, un tenaz partidario de la intervención, culpó a los españoles
por la voladura y la definió como “un acto de sucia traición”. El mismo discurso fue
adoptado por varios periódicos de Estados Unidos, en especial los de William
Randolph Hearst, que volcaron a la opinión pública de su país en favor de la
intervención militar en Cuba.

Se publicaron todo tipo de artículos, testimonios, noticias, cartas de adolescentes y otros


escritos que aumentaban la atmósfera belicista contra España, entre ellos un célebre
trabajo del famoso Buffalo Bill titulado Cómo podría expulsar a España de Cuba con treinta
16
mil indios bravos.

16
Peláez, Orfilio. La manipulación mediática del hundimiento del Maine fue imprescindible para
preparar a EEUU para la guerra en 1898. ¿Antecedente del poder mediático?, Rebelión, 17 de
marzo de 2003, sitio web:http://www.rebelion.org/
Las acusaciones se cruzaron entre España y Estados Unidos, y hasta se
creó una comisión investigadora para resolver el hecho. La responsabilidad del
hundimiento del “Maine” sigue siendo aún un misterio, pero fue el pretexto que le
permitió a Estados Unidos tomar parte activa de la guerra en Cuba, cuando las
fuerzas rebeldes ya habían acabado, practicamente, con los españoles.
El 11 de abril, McKinley pide al Congreso poderes especiales para intervenir
en la isla, pero sin reconocer la independencia ni la beligerancia de los
libertadores:

Si hiciéramos tal reconocimiento, tendríamos, en el caso de intervenir en Cuba, que


someter nuestra conducta a la aprobación o desaprobación de dicho gobierno; tendríamos
17
que someternos a su dirección, asumiendo el rol de nuevo aliado amistoso”.

El Congreso, por su parte, emite el 19 de abril una resolución conjunta del


Senado y la Cámara de Representantes en la que reconoce la independencia de
Cuba, pero no las instituciones creadas por los rebeldes. McKinley la aprueba al
día siguiente.
El 10 de mayo, el Consejo de Gobierno de la República en Armas,
archivando el “Testamento político” de Martí, acepta el compromiso de
cooperación firmado entre Estrada Palma y McKinley para combatir a los
españoles. A partir de entonces, y durante seis décadas, el destino de Cuba sería
determinado por Estados Unidos.
En pocos meses las fuerzas aliadas lograron vencer las últimas resistencias
coloniales, pero fueron los norteamericanos quienes redactaron el pliego de
condiciones para aceptar la rendición enemiga. Estados Unidos sería una especie
de “guía” para el establecimiento de un “gobierno cubano independiente”. Al
mismo tiempo, España debía renunciar a todos sus derechos sobre Puerto Rico y
las islas Guam, cediéndolas a la Unión como indemnización de guerra. La
Metrópoli aceptó las condiciones en agosto y el 10 de diciembre firmaron el
Tratado de Paz en París.

17
Citado en Roig de Leuchsenring, Emilio. Op. cit, pág. 247.
Pero esas no fueron las únicas conquistas. Estados Unidos también
consiguió ocupar las Filipinas y anexarse la isla de Hawai. Uno de los grandes
beneficiados fue Theodore Roosevelt, quien gracias a su participación en la guerra
contra España se convirtió en gobernador de Nueva York. Años más tarde sería el
principal protagonista de lo que Eduardo Galeano llamó la “amputación” del
territorio colombiano de Panamá, para construir y controlar el canal interoceánico.
Desde el 1º de enero de 1899, el gobierno militar norteamericano que
ocupó Cuba se encargaría, en complicidad con Estrada Palma, de desarmar al
Ejército Libertador y de disolver su principal organización, el Partido
Revolucionario Cubano.
Inmediatamente después comenzó el despojo territorial y económico, bajo
la protección de un ejército de 50 mil marines. Así planteaba McKinley su visión
sobre el futuro de Cuba ante el Congreso, el 5 de diciembre de 1899:

La nueva Cuba que ha de surgir de las cenizas del pasado, tiene que estar necesariamente
ligada a nosotros por vínculos especiales de intimidad y fuerza (...) Nuestra misión, para
cuyo cumplimiento le declaramos la guerra a España, no se cumple soltando una
comunidad débilmente organizada (...), cuya riqueza y abundantes recursos naturales
suelen compensarse mediante la deficiencia de su organización política y las coyunturas
que se repiten para las rivalidades internas, que propenden a minar sus fuerzas y a disipar
18
sus energías.

El 25 de julio de 1900, el gobernador norteamericano, general Leonard


Wood, convocó a una asamblea constituyente que debería redactar la Carta
Magna de Cuba e incluir en la misma un acuerdo de futuras relaciones con el
gobierno de Estados Unidos. Pero los constituyentes se negaron a incluir una
cláusula propuesta por el secretario de Guerra de McKinley, Elihu Root, por la cual
Estados Unidos conservaría “el derecho de intervención para preservar la
independencia de Cuba” y de establecer bases navales en el territorio.

18
Roig de Leuchsenring, Emilio. La lucha cubana por la república, contra la anexión y la Enmienda
Platt (1899-1902), La Habana, Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, 1952, pp. 101-
102
La negativa cubana duraría poco. El senador Orville Platt recogió la
sugerencia de Root y la presentó ante el Congreso, en donde obtuvo aprobación
definitiva el 1º de marzo de 1901, con el nombre de “Enmienda Platt”. Hubo
protestas en las calles de La Habana al día siguiente, pero no lograron conmover
a McKinley que sancionó la disposición parlamentaria durante esa misma jornada.
Luego, Wood le comunicó a la Asamblea Constituyente que la Enmienda
debía incluirse sin modificaciones y que, sólo de esa forma, Estados Unidos
levantaría la ocupación de la isla. El 25 de mayo, la Asamblea aprobó la
Enmienda, aunque con algunas aclaraciones que no aceptaron los
norteamericanos. Volvió a ser tratada el 12 de junio y, sin debate, se aprobó por
16 votos contra 11, según las exigencias del Norte.
A través de la Enmienda Platt, Estados Unidos se reservaba el derecho de
intervenir en los asuntos de Cuba cuando lo creyera conveniente, de prohibir la
firma de tratados y la obtención de créditos, y de establecer bases militares en la
isla.
En el terreno económico, la situación norteamericana no era menos
ventajosa. Sus inversiones en Cuba superaban los 100 millones de dólares, la
mayor parte concentradas en la industria del tabaco y el azúcar. Además, ya se
habían instalado la United Fruit Company, American Tobacco Company y la
Cuban American Company, que no paraban de acumular capital y de expandirse
sobre suelo cubano.
En mayo de 1902 asume el presidente de la república neocolonial, Tomás
Estrada Palma, mientras que el Congreso Nacional hace uso de sus facultades
limitadas.

3.4.1. El neocolonialismo

Durante la primera mitad del siglo XX, todos los asuntos internos de Cuba
estuvieron regidos, directa o indirectamente, desde Washington. “Ningún gobierno
cubano podía vivir permanentemente sin el reconocimiento diplomático
norteamericano”, afirmó el economista estadounidense John Dalton en 1937. Esta
situación era matizada con la idea de que los cubanos tenían una deuda con
Estados Unidos por su independencia.
El dominio sobre la isla no sólo estaba asegurado por las disposiciones
jurídicas de la Enmienda Platt. Durante el gobierno de Estada Palma se firmó un
tratado comercial de “reciprocidad” con el vecino del Norte que minó las bases de
la vieja economía colonial y afianzó la dependencia al monocultivo y a los
productos manufacturados made in USA.

En el fondo, el tratado de reciprocidad aseguraba a los inversores norteamericanos en


Cuba el desenvolvimiento de la industria azucarera que pensaban extender sobre bases de
una rentabilidad asegurada con la venta del producto en los Estados Unidos. A la vez,
permitía a los industriales exportadores de los Estados Unidos el dominio total del
incipiente mercado cubano sin posibilidad de competencia. Al mismo tiempo cortaba
19
drásticamente todo intento cubano de diversificar la industria nacional y la agricultura.

Las inversiones crecieron rápidamente hasta el punto de llegar a los 1500


millones de dólares en 1929, las más altas de Estados Unidos a nivel mundial.
Pero esto no significaba prosperidad para la población de isla, ya que ese capital
giraba en torno a la industria azucarera, que concentraba el 30 por ciento del
ingreso nacional.
Las consecuencias de esta estructura se sintieron con fuerza durante la
crisis de la década de 1930, cuando hubo una interrupción momentánea de la
penetración económica norteamericana. Se sucedieron huelgas y los conflictos
entre los movimientos populares de obreros y estudiantes, y la oligarquía
terrateniente representada en el dictador Gerardo Machado, quien había
ascendido al poder en 1925.
Fueron años turbulentos en los que dominaron los intentos insurreccionales
y la represión estatal. En 1933, cuando la situación se encaminaba hacia la guerra
civil, el flamante presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt, envió como
embajador a La Habana a uno de sus viejos amigos, Summer Welles, con

19
Rodríguez, Carlos R. Cuba en el tránsito al socialismo, 1959-1963, México D.F., Siglo XXI, 1978,
p. 18.
instrucciones precisas para establecer negociaciones entre Machado y la
oposición.
Pero la permanencia del dictador fue insostenible. A mediados de agosto de
ese mismo año, Machado huyó del país con “cinco revólveres, siete maletas de
oro y cinco amigos en pijamas”20.
Por esa época comenzó a gravitar en la vida política cubana un sargento
taquígrafo, Fulgencio Batista, que se ascendió a sí mismo al rango de coronel
luego de la “conspiración de los sargentos” de septiembre de 1933. Este
movimiento militar precipitó la caída del Carlos Manuel de Céspedes, el presidente
que había puesto Welles en reemplazo de Machado. De ahí a la jefatura del
Ejército sólo hubo un paso.
Batista se encargó de tejer excelentes relaciones con Estados Unidos y la
oligarquía cubana. Welles llegó a definirlo como la única persona en Cuba que
representaba la autoridad. A partir de 1934, incluso, llegó a hacerse cargo del
gobierno a través de un presidente que podía manejar a su antojo, el coronel
Carlos Mendieta.
Ese año se fijaron las nuevas relaciones comerciales entre Washington y La
Habana, que determinarían la política azucarera hasta 1959, totalmente dirigida
hacia Estados Unidos. El acuerdo también ataba a Cuba a las mercancías
norteamericanas en forma mucho más estrecha que antes, terminando así con un
breve período de sustitución de importaciones.
También fue suscripto un tratado complementario por el cual se anulaba la
Enmienda Platt, a excepción de las cláusulas correspondientes a la base naval de
Guantánamo, que seguiría siendo arrendada por Estados Unidos a cambio de un
pago anual de 2.000 dólares en oro. En realidad, se trató de una anulación
aparente porque en la Constitución cubana de 1934 se contempló el derecho
norteamericano de intervenir militarmente.
En 1940 se proclama una nueva Carta Magna que incluía importantes
reivindicaciones populares, como la lucha del Estado contra el desempleo y el

20
Thomas, Hugh. Cuba: La lucha por la libertad (1762-1970), Tomo II, Barcelona – México DF,
Grijalbo, 1973, p. 818.
establecimiento de un seguridad social obligatoria, indemnización, pensiones,
salario mínimo, jornada laboral de 8 horas y vacaciones.
Poco después se realizaron elecciones generales y Batista se convirtió en
presidente con el apoyo de la Unión Revolucionaria Comunista21. Esta coalición
generó serios roces entre comunistas y otras tendencias progresistas de Cuba,
división que duraría alrededor de 20 años.
A Batista le tocó gobernar en plena Segunda Guerra Mundial, situación
internacional que fue favorable para la economía cubana por la escasez mundial
de azúcar. Las zafras fueron en aumento desde 1941 hasta llegar a las cinco
toneladas en 1944, a un valor de 330 millones de dólares. La coyuntura
internacional también fue pretexto para afianzar los acuerdos militares con la Casa
Blanca y para ceder el territorio como base de operaciones contra los enemigos
del Eje.
El historiador Hugh Thomas retrata así el fin de ese período:

Batista dejó el cargo convertido en un hombre con una fortuna que se estimaba en 20
millones de dólares. Además, había facilitado que, con Enmienda Platt o sin ella, el
22
gobierno de Estados Unidos siguiera siendo el verdadero amo de la economía cubana.

3.5. Hacia el Moncada

En 1951 todos los pronósticos electorales le daban la victoria al Partido


Ortodoxo de Eduardo Chibás, un dirigente opositor que se había convertido en la
expresión más firme del momento contra la corrupción estatal y a favor de las
reformas sociales que reclamaban los sectores más pobres. En las filas de esta
fuerza partidaria se encontraba el joven abogado Fidel Castro Ruz, quien había
tenido una intensa vida política durante su carrera universitaria.
Sin embargo, a mediados de ese año Chibás se suicida en el marco de una
polémica con funcionarios del gobierno de Carlos Prío. El ministro de Educación,

21
Así se llamaba el Partido Comunista que, a partir de 1944, se transformó en el Partido Socialista
Popular.
22
Thomas, Hugh. Op. cit., pp. 956-957.
Aurelio Sánchez Arango, acusó al líder de la ortodoxia de “difamador” y “apóstol
de la mentira”, desafiándolo públicamente a presentar pruebas que ratificaran sus
denuncias de corrupción.
Chibás entró en el juego de Sánchez Arango, pero sólo pudo obtener
pruebas que incriminaban a un socio de aquél, Mario Artesiano. El 5 de agosto,
Chibás se dirigió a los cubanos a través de la radio CMQ:

Camaradas de la ortodoxia, ¡adelante! Por la libertad económica, la libertad política y la


justicia social. ¡Echemos a los ladrones del gobierno! ¡Pueblo de Cuba, levántate y anda!
23
¡Pueblo de Cuba, despierta! ¡Este es un último aldabonazo a tu puerta!

Estas fueron sus últimas palabras antes de dispararse un balazo en el


estómago, cuya herida le causó la muerte diez días después.
El Partido Ortodoxo siguió su carrera electoral, ahora de la mano de
Roberto Agramonte, primo de Chibás, y con el apoyo de los comunistas, que
controlaban un importante sector de la clase obrera. El candidato del Partido
Auténtico era Carlos Hevía, un vocero de la oligarquía terrateniente local que tenía
estrechos vínculos con la Compañía de Ron Bacardí. Fulgencio Batista también
había anunciado su candidatura.
Sin embargo, las elecciones no llegarían concretarse. Ante las escasas
posibilidades de triunfo, Batista decide aceptar la propuesta de un grupo de
oficiales de las Fuerzas Armadas y, el 10 de marzo de 1952, lidera un golpe de
Estado que lo coloca nuevamente en el poder. En su mensaje ante la población,
Batista aseguró que acabaría con “el régimen de sangre y corrupción que ha
destituido instituciones” y que llamaría a elecciones en el plazo de un año, pero no
cumplió ninguna de sus promesas. La dictadura que se implantó aquel día no sólo
sería más corrupta que cualquier otro gobierno anterior, sino también el régimen
más criminal: alrededor de 20.000 cubanos morirían a lo largo de la tiranía
batistiana.
Desde un primer momento, Fidel Castro se opuso al golpe e hizo todo lo
que estuvo a su alcance para restaurar el régimen constitucional. El mismo 10 de
23
Ídem, p. 998.
marzo ayudó a repartir armas entre los estudiantes y unos días después distribuyó
un texto que llamaba a la movilización contra la dictadura. También, como
abogado, le envió a Batista una carta condenatoria e interpuso una querella ante
el Tribunal de Garantías Constitucionales, reclamando que se tomaran acciones
inmediatas por crímenes contra la Constitución.
Recordando aquella etapa en una entrevista con Frei Betto, Castro relata
que su prioridad en ese momento era liquidar el golpe de Estado de Batista, para
lo cual comenzó a organizar a un grupo de compañeros de la Juventud Ortodoxa.

Primero trato de crear un pequeño periódico tirado en mimeógrafo, y algunas estaciones de


radio clandestinas –continúa Castro- (...); después sí nos volvimos verdaderos
conspiradores, y empezamos a organizar los primeros núcleos para lo que suponíamos la
lucha unida de todos los partidos y de todas las fuerzas. (...) Me volví un cuadro
profesional. Ese movimiento empieza teniendo un cuadro profesional que soy yo, uno solo.
A decir verdad tuvimos un cuadro profesional hasta el Moncada, uno solo, y en los últimos
días Abel (Santamaría); dos cuadros en el último mes. Nosotros organizamos ese
movimiento en 14 meses. Alcanzamos a tener 1.200 hombres. Uno por uno hablé con
24
ellos, organicé cada célula, cada grupo, ¡los 1.200!

El plan de aquel movimiento era atacar simultáneamente dos cuarteles con


el fin de conseguir armas y encender la mecha de un levantamiento general contra
Batista. Los dos cuarteles eran el Moncada, en Santiago de Cuba, y el Carlos
Manuel de Céspedes, en Bayamo. Para el primero se habían dispuesto 134
hombres, incluido Fidel, mientras que para el segundo unos 30. El plan del
Moncada contemplaba la toma del Palacio de Justicia, a cargo de Raúl Castro, y
del hospital civil de la ciudad, en manos de Abel Santamaría.
Ambos grupos contarían con el factor sorpresa y con un día de ataque que
les era favorable. Se eligió el amanecer del 26 de julio de 1953 porque los
cuarteles estarían repletos de oficiales cansados por los festejos del carnaval de
Santiago, previsto para el 25.
Las operaciones del Palacio de Justicia y del Hospital tuvieron éxito, pero
en el Moncada se perdió el factor sorpresa y se dio la voz de alarma antes de que
24
Betto, Frei. Fidel y la religión, La Habana, SI-MAR, 1994, p. 155.
los rebeldes pudieran controlar el cuartel. Fidel trató de reagrupar a sus hombres
sin éxito, y terminó por dar la orden de retirada al verse enfrentado, en clara
desventaja, contra una fuerza de 1.000 hombres bien armados. El ataque de
Bayamo corrió la misma suerte.
Un pequeño grupo que había escapado con Fidel y otro que fue a su
encuentro decidieron continuar la lucha y se replegaron en la Sierra Maestra, en
las proximidades de Santiago. Pero varios factores estuvieron en contra en aquella
oportunidad: el desconocimiento del terreno, la inexperiencia militar y la mala
comunicación con los otros combatientes.
Las informaciones que salían del gobierno hablaban de insurrectos
excelentemente entrenados que habían asesinado a sangre fría a varios pacientes
del hospital civil. También se decía que alrededor de 70 rebeldes habían caído en
los enfrentamientos con las tropas oficiales. Todos estos comunicados falsos
crearon un fuerte estado de confusión en la población de Santiago y el odio de los
soldados.
Lo cierto es que, de los 160 jóvenes que finalmente participaron en los
ataques, nueve murieron en la lucha, otros lograron escapar y más de la mitad
fueron capturados durante los días 26 y 27 de julio. De estos últimos, 70 fueron
torturados y luego fusilados, entre ellos Abel Santamaría. Las bajas del Ejército se
contabilizaron en 3 oficiales y 16 soldados.
Por su parte, Fidel Castro cayó el 1º de agosto, mientras descansaba en
una choza de la Sierra.

Antes de que despertáramos –cuenta Fidel-, llegó una patrulla de soldados, penetra en el
bohío y nos despierta con los fusiles sobre el pecho (...) Ocurre entonces una casualidad
increíble. Había un teniente negro llamado Sarría (...), el teniente interviene y dice: No
disparen, no disparen”, presiona a los soldados, y mientras decía esto, en voz más baja
repetía: “No disparen, las ideas no se matan, las ideas no se matan”. (...) Cuando hemos
caminado unos pasos, yo, que he visto la actitud de aquel hombre, del teniente, lo llamo y
le digo: “He visto el comportamiento suyo y no lo quiero engañar, yo soy Fidel Castro”. Me
25
dice él: “No se lo diga a nadie, no se lo diga a nadie”.

25
Ídem, pp. 167-169.
No sería la última vez que ese teniente salvaría la vida de Fidel Castro.
Antes de llegar a Santiago de Cuba, Sarría recibe la orden de llevar a los
prisioneros al cuartel más cercano, pero aquél desobedece y los pone a
disposición de la Justicia civil.
Pronto los cubanos comenzaron a enterarse de las torturas y los asesinatos
perpetrados por Batista. Primero fue un rumor que circuló de boca en boca y,
finalmente, el 2 de agosto, la revista Bohemia publicó una gran cantidad de fotos
que probaban que los rebeldes no habían muerto en combate.
En octubre los 20 sobrevivientes del Moncada fueron juzgados y
condenados a largas penas de prisión en la Isla de Pinos26. Fidel Castro
aprovechó el proceso para pronunciar su famoso alegato de autodefensa, “La
historia me absolverá”, en el que reveló los crímenes de Batista y fundamentó el
derecho de rebelión contra cualquier forma de tiranía. El último párrafo del alegato
decía:

Sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de
ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia de tirano miserable
que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me
27
absolverá.”

3.6. El Movimiento 26 de Julio

El alegato fue impreso y distribuido clandestinamente como parte de una


campaña nacional por la amnistía de los prisioneros del Moncada. El nombre de
Fidel Castro empezó a circular por cada rincón de la isla, mientras en la cárcel de
la Isla de Pinos se trazaban las primeras bases de un movimiento civil o
revolucionario que aspirara a conquistar el poder.
Por su parte, Batista se sentía consolidado en su puesto, a pesar de los
problemas económicos que comenzaban florecer a causa del descenso del precio

26
Actualmente es la Isla de la Juventud.
27
Castro, Fidel. La historia me absolverá, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, p. 191.
internacional del azúcar. Ratificó su amistad con Estados Unidos en épocas de
Guerra Fría, dando muestras de convicciones y medidas anticomunistas, y se
lanzó en busca de la legalización de su régimen. Así anunció elecciones para el 1º
de noviembre de 1954 en la que participaría como principal candidato.
Batista ganó sin opositores en una elección que contó con menos del 50 por
ciento del electorado. Poco después de asumir, en febrero de 1955, recibió la
visita del entonces vicepresidente norteamericano, Richard Nixon, y luego se
reunió con el jefe de la CIA, Allen Dulles.
Con estos vínculos consolidados, Batista decidió ceder a los reclamos
sociales y declaró en abril la amnistía de los presos del Moncada. El 15 de mayo,
Fidel Castro, su hermano Raúl y el resto de los sobrevivientes quedaron en
libertad.
Unos meses después Castro decide viajar a México para organizar la
Revolución, pero antes dejaría formado el Movimiento 26 de Julio (M26J). En su
Mensaje al Congreso de Militantes Ortodoxos, del 16 de agosto de 1955, explica la
naturaleza de la organización:

El Movimiento Revolucionario 26 de Julio no constituye una tendencia dentro del Partido:


es el aparato revolucionario del chibasismo, enraizado en su tarea de llevarlo a la práctica.

Y luego, en marzo de 1956, diría:

(...) es la Ortodoxia sin una Dirección de terratenientes al estilo de Fico Fernández Casas,
sin latifundistas azucareros, al estilo de Gerardo Vázquez; sin especuladores de bolsa, sin
magnates de la industria y el comercio, sin abogados de grandes intereses, sin caciques
provinciales, sin politiqueros de ninguna índole; lo mejor de la Ortodoxia está librando junto
a nosotros esta hermosa lucha, y a Eduardo Chibás le brindaremos el único homenaje
digno de su vida y su holocausto: la libertad de su pueblo, que no podrán ofrecerle jamás
28
los que no han hecho otra cosa que derramar lágrimas de cocodrilo sobre su tumba.

En las filas del M26J había algunos ex moncadistas, pero la mayoría de sus
militantes eran nuevos partidarios que ocuparían puestos claves en la Revolución.
28
Castro, Fidel. (2003, julio-diciembre) El Movimiento 26 de Julio, Revista de la Biblioteca Nacional
José Martí, Año 94, No. 3-4.
En esta primera camada se ubican, entre otros, Frank País, Enrique Oltuski,
Armando Hart y Carlos Franqui, encargados de consolidar el movimiento en Cuba.
Mientras tanto, durante su exilio en México, Fidel Castro reclutó algunos
instructores con experiencia revolucionaria, como Alberto Bayo, ex republicano de
la guerra civil española, y comenzaron los entrenamientos militares en septiembre
de 1955.
Unos meses después, en ese mismo país, se produce el primer contacto
entre Fidel y Ernesto “Che” Guevara en la casa de la exiliada cubana María
Antonia González. El Che venía de un largo peregrinaje por América Latina que le
había permitido vivir las duras injusticias del continente. En Guatemala, antes del
derrocamiento de Jacobo Arbenz en manos de la CIA, conoció al moncadista
Antonio “Nico” Gómez y, a través de éste, a Fidel.
El 24 de junio de 1956, Castro, el Che y otros 22 revolucionarios fueron
descubiertos por la policía mexicana y arrestados durante un mes por conspirar
contra otro país. El tiempo se les acababa; era preciso pasar ahora a la fase final.
Los últimos entrenamientos se realizaron en la casa de otra exiliada, Teresa
Casuso. Castro, por su parte, se encargó de conseguir un medio de transporte que
los llevara a Oriente, la misma provincia donde Martí había comenzado a luchar 60
años antes. Compró un yate, el “Granma”.

3.7. La guerra revolucionaria

Con la policía mexicana pisándoles los talones, los revolucionarios le


pusieron fecha a la expedición libertadora. Saldrían de Tuxpan el 25 de noviembre
de 1956, en coordinación con Frank País, a quien se le había encargado organizar
un levantamiento en Santiago de Cuba para apoyar el desembarco.
El “Granma” zarpó con 82 hombres a bordo, de los cuales 20 eran ex
combatientes de los ataques del ’53. Entre los nuevos cuadros estaban Camilo
Cienfuegos y el Che, además de otros tres extranjeros: un italiano, un mexicano y
un dominicano. Al frente, como comandante, se ubicaba Fidel, seguido en la línea
jerárquica por Raúl Castro, Juan Almeida y José Smith, a cargo de unos 20
hombres cada uno.
País pudo dirigir con éxito el estallido en Santiago con unos 300 hombres
que atacaron la jefatura de policía, el edificio de la aduana y las oficinas del
puerto. Por su parte, otro grupo de hombres se lanzó sincronizadamente sobre la
cárcel de Boniato para liberar a unos cuantos presos políticos. El alzamiento se
prolongó durante dos días, a partir del 30 de noviembre, con el apoyo de una
huelga general de 24 horas.
Pero el “Granma” no llegó a tiempo y la acción conjunta terminó siendo un
fracaso. Fidel desembarcó recién el 2 de diciembre en un lugar que no se ajustaba
a lo planeado. En vez de llegar a Niquero, terminaron en Playa de lo Colorados, un
punto poco propicio para el desembarco por las desventajas del terreno.
De todas formas, los expedicionarios tomaron las armas y municiones que
pudieron y comenzaron a avanzar hacia la Sierra Maestra, la zona más salvaje de
la isla. Mientras tanto, el gobierno intentaba desmoralizar a los seguidores de Fidel
con informaciones falsas acerca de su desembarco y posterior muerte en combate
con las tropas del Ejército.
El 5 de diciembre, sin embargo, los rebeldes protagonizarían un segundo
contratiempo, luego de ser traicionados por la persona que los guiaba a la Sierra.
Las fuerzas de Batista los sorprendieron en un cañaveral de Alegría del Pino y,
luego del ataque, quedó un pequeño número de revolucionarios dispersos. En esa
oportunidad murieron alrededor de 24 hombres y muchos otros cayeron como
prisioneros.
Fidel había quedado por un lado con dos hombres, Universo Sánchez y
Faustino Pérez. Raúl pudo reunirse con tres compañeros y Camilo, en otra parte,
se encontró con dos. El Che había sido herido y se encontraba al mando de cuatro
combatientes. Más tarde, la columna de Guevara interceptó a la de Calixto
Morales, que iba acompañado de cuatro hombres.
Castro fue el primero en llegar a la Sierra Maestra, ayudado por el hijo de
un campesino que se unió al grupo (Guillermo García). Un camionero fidelista,
Cerscencio Pérez, ayudó a reunir a los expedicionarios que quedaban y así fueron
reagrupándose las columnas de Raúl, Almeida, Guevara y Camilo. Cuando
finalmente se encontraron con Fidel, el grupo sumaba, en total, 12 combatientes.
Con la ayuda de Pérez y la incorporación de nuevos hombres, las fuerzas
rebeldes comenzaron la etapa de reorganización. Fidel envió a uno de sus
cuadros a La Habana para que restableciera los contactos con la guerrilla urbana
del M26J y consiguiera armas.
Por su parte, Batista incrementó la represión en cada rincón de la isla,
logrando conmocionar a la opinión pública de su país. Entonces, las torturas y los
fusilamientos extrajudiciales se hicieron cada vez más frecuentes, sobre todo a
partir de la suspensión de las garantías constitucionales, el 15 de enero de 1957.
En medio de esta situación, los rebeldes de la Sierra se prepararon para
ejecutar su primera acción. A fines de ese mes, el MJ26 tomó sin ninguna baja el
cuartel de La Plata, victoria que le permitió a Fidel desmentir las versiones del
gobierno que lo daban por muerto. Allí, los rebeldes también aumentaron su
arsenal y liberaron a los campesinos que se encontraban prisioneros.
Se sucedieron algunos combates importantes a lo largo de 1957, tanto en la
Sierra como en las ciudades. Así se produjo el ataque del cuartel El Uvero, en
mayo, seguido de sabotajes y huelgas que causaron enormes pérdidas
económicas a Batista.
Los arrestos y las torturas también desencadenaron profundas
contradicciones entre la oficialidad de la Marina. Un sector de estos militares se
amotinó en la base naval de Cienfuegos, con intenciones de derrocar al gobierno.
El alzamiento fracasó, pero dejó una profunda grieta en las Fuerzas Armadas. Los
prisioneros padecieron torturas, fusilamiento y muchos heridos fueron enterrados
con vida, según denunció entonces el secretario general de la Asociación Médica
Mundial, doctor Luis Bauer.
A esa altura, Fidel Castro había logrado llamar la atención de la prensa
norteamericana. ¿Quiénes eran aquellos jóvenes que se atrevían a desafiar a
Batista y a reclamar soberanía política e independencia económica? ¿Quién era
Castro? El New York Time envió a uno de sus periodistas para averiguarlo.
De esta forma, Hebert Matthews logró una entrevista en las montañas con
el líder revolucionario, el 17 de febrero de 1957.

La personalidad de este hombre –escribió Matthews el 24 de febrero- es arrolladora. Una


persona educada, un fanático consagrado, un hombre de ideales, valiente y con nobles
29
dotes de mando (...), daba la impresión de ser invencible.

El prestigio internacional de los rebeldes se amalgamaba con la cada vez


mayor simpatía de la clase media cubana. Mientras tanto, entre los campesinos y
el M26J ya había empezado un proceso de confianza y aprendizaje mutuo que fue
el primer paso hacia la Reforma Agraria. Batista trató, sin éxito, de contrarrestar
este avance revolucionario, ordenando evacuaciones masivas de campesinos en
la Sierra, con el objetivo de dejarlos aislados. Pero, en realidad, no hizo más que
ampliar el campo de acción de la guerrilla.
Los acontecimientos de 1958 serían decisivos para dirigir la lucha hacia el
triunfo revolucionario. El 21 de febrero, Fidel Castro firma el primer decreto de la
Sierra, declarando territorio liberado a una parte de la provincia de Oriente. Allí, el
M26J contaba con un periódico para tareas de propaganda, “Cubano Libre”, y a
los pocos días comenzó a emitir “Radio Rebelde”.
En marzo, Fidel Castro crea otras dos columnas guerrilleras, comandadas
por Raúl Castro y Juan Almeida, para abrir nuevos frentes de combate en la
provincia30. Al mismo tiempo, la Dirección Nacional del M26J emite un manifiesto
llamando a la huelga general revolucionaria para el 9 de abril, la cual sería
apoyada con las armas.
Sin embargo, la acción no fue respaldada por la Central de Trabajadores de
Cuba (CTC), cuyos dirigentes apoyaban al gobierno, ni por los gremios que
controlaban los comunistas, y la huelga se convirtió en un trágico fracaso. En la
Habana hubo casi 100 muertos y en Santiago alrededor de 30.
Luego de este revés, Fidel Castro y el Partido Comunista comienzan a limar
viejas asperezas y, por fin, se produce un acercamiento formal de ambas fuerzas.
29
Thomas, Hugh. Op. cit., p. 1181
30
Estas dos columnas se sumaron a las seis existentes hasta el momento. Al frente de cada una
de ellas estaban Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, Cerscencio Pérez, el Che Guevara, entre otros.
También empiezan negociaciones con los partidos de la oposición, reunidos en la
llamada Resistencia Cívica.
Mientras tanto, Batista, aprovechando el fracaso de la huelga general,
decidió lanzar, la “Operación Verano”, su única gran ofensiva sobre la Sierra
Maestra. Se trataba de una acción que movilizaría a 17 batallones, un total de
10.000 hombres, con apoyo aéreo, naval y de la Guardia Rural. El objetivo sería
aislar a Castro y reducir su campo de operaciones para luego derrotarlo en un
asalto final.
Pero esa fue sólo la intención, porque los rebeldes consiguieron muy pronto
dominar la lucha a pesar de la desventaja numérica de fuerzas. No sólo se movían
más rápido y eficazmente que las tropas de Batista, sino que también
aprovecharon cada error del enemigo. En uno de los combates Fidel se apoderó
del equipo de radio de un batallón, junto con las claves del lenguaje cifrado que
utilizaba el Ejército, sin que éste lo advirtiera durante un mes. Los rebeldes
contaron, de esta forma, con las posiciones exactas del enemigo.
Después de varios combates, que se desarrollaron a lo largo de dos meses,
las columnas del M26J lograron provocar la retirada de las tropas batistianas.
Inmediatamente, se planearon tres nuevas operaciones para llevar la guerrilla al
otro extremo de Cuba. Fidel se encargaría de rodear a Santiago de Cuba, el Che
tomaría el control del centro de la isla para cortar las comunicaciones y Camilo iría
al este. Guevara y Cienfuegos partieron juntos. Castro, por su parte, continuó las
negociaciones con la Resistencia Cívica y los comunistas.
El 20 de noviembre, con el objetivo de Santiago, Fidel dirige la batalla de
Guisa, donde se enfrenta a 5.000 soldados de Batista con tan sólo 200 rebeldes.
Poco después se unió la columna de Raúl, con consecuencias demoledoras para
el enemigo. Por su parte, el Che y Camilo iban tomando cada pueblo que se
cruzaba en su paso.
Las trasnacionales norteamericanas ya no apostaba por la continuidad de
Batista, pero tampoco querían un gobierno con Castro a la cabeza. El gerente de
la petrolera Esso, G.W. Potes, decía que las declaraciones del M26J le hacían
acordar a las de Arbenz, mientras que Kennet Redmond, presidente de la United
Fruit, exigía ayuda de Washington para que le aseguraran la cosecha de azúcar
de Oriente.
Para mediados de diciembre la ciudad de Santiago de Cuba estaba
rodeada. Cienfuegos lanzó el 22 de diciembre, con éxito, un ataque a gran escala
sobre Yaguajay, al norte de la provincia de Las Villas. Mientras tanto, el Che tenía
prácticamente controlado todo el centro de la isla: logró ocupar Sancti Spiritus y
Remedios, dejando aislada a la capital de Las Villas, Santa Clara, que cayó el 1º
de enero de 1959.
Fulgencio Batista huyó del país ese mismo día, a las 3 de la madrugada,
luego de entregarle el poder al general Eulogio Cantillo. El dictador partió hacia la
República Dominicana con otras 40 personas y alrededor de 400 millones de
dólares.

3.8. El gobierno revolucionario

Horas después de la huida de Batista, Fidel Castro toma la ciudad de


Santiago y por la noche pronuncia un discurso ante una enorme multitud. Camilo y
el Che parten hacia La Habana, donde al día siguiente se harían cargo de los
cuarteles generales de las Fuerzas Armadas, La Cabaña y el Campamento
Columbia. Luego de detener a Cantillo, Cienfuegos se dirige a Santiago para
acompañar a Fidel en su trayecto hasta La Habana.
El 5 de enero, el jurista Manuel Urrutia y el doctor Miró Cardona, miembros
de la Resistencia Cívica, asumieron como presidente y primer ministro,
respectivamente. Cuando llegó Fidel a la capital cubana, el día 8, una nueva
multitud festejó con eufórica alegría su entrada a la ciudad y se reunió para
escucharlo.
Hugh Thomas explica este optimismo de los cubanos por el concepto
mismo de la Revolución Cubana:

Aunque a los extraños les pareciera que el concepto de la revolución era inmaduro o
absurdo, evidentemente era autóctono, no como el de ‘democracia’ o ‘constitución’: era un
concepto que enlazaba a la Cuba de 1959 con la de 1868, abarcando la lucha de los
esclavos por la libertad, de los criollos contra los españoles, de los cubanos contra Estados
31
Unidos.

Si bien el gobierno Washington había seguido los últimos pasos de Castro


con desconfianza, todavía creía que los cambios del nuevo gobierno serían
superficiales y que los Estados Unidos seguirían ejerciendo el dominio tradicional
sobre la política y la economía cubana. Los intereses norteamericanos en la isla
eran enormes. No sólo controlaban el sector azucarero con más de 1.200.000
hectáreas de tierra bajo su propiedad, sino que también monopolizaban el sector
de los servicios públicos, el abastecimiento de combustible y parte de la banca.
Las primeras medidas revolucionarias estuvieron dirigidas a disolver las
Fuerzas Armadas, que ahora se habían convertido en el Ejército Rebelde al
mando de Camilo Cienfuegos32, y arrestar a todos los criminales de la dictadura
batistiana para someterlos a juicio. Los tribunales procesaron a cientos de
asesinos y torturadores, muchos de los cuales fueron fusilados. Aunque algunos
de los más importantes ya se habían refugiado en Florida, entre ellos el jefe del
Servicio de Inteligencia Militar (SIM), Rolando Masferrer, quien luego intentaría
asesinar a Fidel Castro, y el ex jefe de Policía, Esteban Ventura.
Las primeras críticas norteamericanas contra la Revolución fueron por estos
Consejos de Guerra. La tensión aumentó pronto ente ambos países, al conocerse
que cuatro miembros de la embajada norteamericana habían trabajado con el SIM
y que el FBI había sido uno de sus principales asesores.
Otras medidas urgentes estuvieron dirigidas a terminar con la corrupción
estatal, partidaria y sindical; a combatir los altos índices de desempleo, la miseria
y el hambre; y a poner fin al juego, la droga y la prostitución.
Pero, particularmente, un par de acciones irritaron a la oligarquía
terrateniente y a los norteamericanos en esos primeros meses: la intervención de
empresas de servicios públicos y la Ley de Reforma Agraria del 17 de mayo, que
eliminó el latifundio, estableciendo un reparto equitativo de la tierra. Estados

31
Thomas, Hugh. Cuba: La lucha por la libertad (1762-1970), Tomo III, Barcelona – México DF,
Ediciones Grijalbo, 1973, p. 1356.
32
Camilo murió poco después en un accidente aéreo.
Unidos se comunicó rápidamente con el gobierno cubano y pidió indemnización
inmediata. La respuesta fue un rechazo a las condiciones norteamericanas:
tendrían que aceptar bonos con un 4,5% de interés.
Mientras tanto, en el campo político se produjeron algunos cambios. En
febrero había renunciado Miró Cardona y Fidel Castro se hizo cargo de su puesto.
Meses más tarde, se producirían diferencias con Urrutia y Castro sometió su
continuidad como Primer Ministro a la decisión popular. Mientras explicaba su
renuncia por televisión, una multitud se congregó frente al Palacio Presidencial y
comenzó a exigir la dimisión no de Fidel, sino de Urrutia. Este último dejó su cargo
luego de reunirse con el Consejo de Ministros y en su reemplazo asumió Osvaldo
Dorticós, un abogado de 40 años que desde el 10 de enero se había encargado
de la revisión de las leyes.
Hacia fines del ’59 comenzaron a surgir los primeros brotes
contrarrevolucionarios, organizados por latifundistas y ex miembros de las fuerzas
batistianas provenientes de Florida y la República Dominicana. También se
registraron varios sabotajes contra la economía del país y atentados terroristas
contra autoridades oficiales, en especial dirigidos a Fidel Castro. Algunos de estos
hechos estaban vinculados a los servicios secretos norteamericanos, aunque
pronto la CIA pasaría a tener el control exclusivo de las operaciones contra La
Habana.
La respuesta del gobierno para combatir la avanzada contrarrevolucionaria
y terrorista fue la organización del pueblo armado, para lo cual se crearon las
Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) y luego los Comités de Defensa de la
Revolución (CDR). Allí se incorporaron miles de hombres y mujeres, mayores de
14 años, que estaban dispuestos a dar su vida por la Revolución.
Entre 1959 y 1965, casi 300 organizaciones anticastristas operaron en la
isla, la mayoría con apoyo logístico y financiero de Washington, ocasionando
cuantiosas pérdidas humanas y económicas
3.9. La defensa de la Revolución

El 17 de diciembre de 1959, Fidel Castro trazó un grave panorama para


1960. Dijo que ese año los cubanos tendrían que defender la Revolución con las
armas porque se había puesto en marcha una enorme campaña contra Cuba. Los
hechos posteriores confirmaron su pronóstico.
Las hostilidades norteamericanas se profundizaron a mediados de 1960,
cuando el gobierno de Dwight Eisenhower presentó un proyecto en el Congreso
para reducir o eliminar la cuota azucarera de la isla. Cuba respondió que por cada
quita del cupo se expropiaría un molino norteamericano.
El 6 de julio, finalmente, Washington redujo la cuota en más de 850 mil
toneladas. Como contrapartida, Cuba anunció la nacionalización de varias
empresas de servicios públicos, las refinerías y los molinos azucareros, proceso
que continuaría a lo largo del año.
La Unión Soviética, con la cual la isla había reanudado relaciones
diplomáticas, se ofreció a comprar el azúcar rechazado por Estados Unidos y, al
mismo, tiempo aumentó los envíos de petróleo hacia Cuba. A partir de entonces,
Washington inició una verdadera guerra económica que involucraba también a
terceros países. Por presiones de la Standard Oil Co., el Senado norteamericano
ordenó que la suspensión de créditos de seguridad a todos aquellas naciones que
ayudaran económica o militarmente a Cuba.
La posibilidad de que Estados Unidos pasara de la agresión económica a la
militar no resultaba descabellada. Incluso, circularon algunas versiones
periodísticas al respecto. Ante la situación, Nikita Kruschev aseguró que los
cohetes rusos podían defender a la isla si fuera necesario. La Casa Blanca llevó
su repudio y una propuesta a la Organización de Estados Americanos (OEA) para
que sus miembros condenaran a Cuba por “poner en peligro al hemisferio”.
En su Declaración de San José de Costa Rica de agosto, la OEA condenó
toda intervención en América por parte de un Estado ajeno a la región y estableció
que los Estados totalitarios son incompatibles con el sistema continental. Se
trataba de claras referencias a la URSS y a Cuba sin nombrarlas.
Unos días después, el 2 de septiembre, Cuba da a conocer una
contradeclaración, conocida como la Primera Declaración de La Habana. La
misma dice:

PRIMERO: Condena en todos sus términos la denominada “Declaración de San José de


Costa Rica”, documento dictado por el imperialismo norteamericano y atentatorio a la
autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del
Continente.
(...)
CUARTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba declara que la ayuda
espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba, en caso de que nuestro país
fuera atacado por fuerzas militares imperialistas, no podrá ser considerada, jamás, como
un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad, y que esa
ayuda, brindada a Cuba ante un inminente ataque del Pentágono yanqui, honra tanto al
gobierno de la Unión Soviética que la ofrece, como deshonra al gobierno de los Estados
Unidos, sus cobardes y criminales agresiones contra Cuba.

POR TANTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba declara ante América y
el mundo que acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética, si su
33
territorio fuere invadido por fuerzas militares de los Estados Unidos.

En efecto, el peligro de un ataque dirigido por Estados Unidos era real.


Mientras los candidatos presidenciales norteamericanos debatían sobre Cuba
describiéndola como “un cáncer intolerable” (Richard Nixon, 18/10/1960), o
prometían reforzar a “los cubanos que luchan por la libertad” desde Miami (John F.
Kennedy, 20/10/1960), la CIA entrenaba a mercenarios en Guatemala para invadir
la isla.
Basándose en archivos desclasificados de la administración Eisenhower,
Noam Chomsky afirma que la decisión formal de reconquistar Cuba estaba
tomada secretamente desde marzo de 1960. Esos documentos también detallan
que la acción debía hacerse de tal manera que no involucrara a Estados Unidos,
para no generar resistencias en América Latina.34

33
Primera y Segunda Declaración de La Habana, Buenos Aires, Nuestra América, 2003, pp. 23- 25
34
Chomsky, Noam. Op. Cit. p. 116
Eisenhower había invertido unos 13 millones de dólares iniciales en una
operación guerrillera contrarrevolucionaria que desembarcaría en la isla para
organizar fuerzas y atacar desde las montañas de Escambray. Pero luego cambió
el plan por un ataque convencional, similar al que derrocó a Jacobo Arbenz. Sería
una invasión con protección aérea, tanques y artillería, apoyada por “los
oprimidos” de Cuba. Los hombres que eran entrenados en Guatemala, con
conocimiento del gobierno de ese país, habían sido reclutados en Miami a cambio
de 400 dólares mensuales, más adicionales por mujer e hijos.
El presidente electo de Estados Unidos, John F Kennedy, conoció el
proyecto dos meses antes de asumir. El informante fue el jefe de la CIA, Allan
Dulles, quien recibió luz verde del nuevo mandatario para continuar el plan.
Eisenhower rompió relaciones diplomáticas con Cuba el 3 de enero de
1961. Dos semanas más tarde asumió Kennedy y a los pocos días tuvo su primera
reunión para coordinar la invasión. El desembarco sería en la Bahía de los
Cochinos en Playa Girón. Por su parte, los anticastristas de Miami designaron al
ex primer ministro, Miró Cardona, como presidente provisional del gobierno que se
establecería tras el derrocamiento de Castro.
Los mercenarios, la CIA, Kennedy, los batistianos... todos estaban listos
para iniciar el ataque. El 14 de abril, la Brigada 2506 partió desde Nicaragua con
destino a Cuba, con la bendición de Luis Somoza, que les encargó unos cuantos
pelos de la barba de Castro como trofeo.
En Cuba, las fuerzas revolucionarias se preparaban para recibir un ataque,
aunque lo esperaban por Oriente.
El día 15, a la mañana, ocho aviones B-26 con insignias falsas de las
Fuerzas Armadas Revolucionaria (FAR) despegaron de Nicaragua y
bombardearon varios aeropuertos de la isla. El ataque creó un gran estado de
pánico y dejó un saldo de 7 muertos y 44 heridos.
Otros dos B-26, con las mismas características, aterrizaron en Florida. Los
pilotos le contaron a la prensa norteamericana que eran desertores que habían
bombardeado los puestos militares de Castro y que luego se habían dado a la
fuga. La noticia recorrió rápidamente el mundo, tal como lo había planeado la CIA.
Había, sin embargo, pequeñas contradicciones que sólo se advirtieron en Cuba y
que tardaron bastante más en ser difundidas: los B-26 atacantes estaban
cargados con balas estadounidenses y sus morros eran de diferente color a los de
los aviones cubanos.
Dos días más tarde comenzó a desembarcar la brigada mercenaria. Al
enterarse, Fidel Castro dirigió personalmente la defensa de Playa Girón. Los
cazas cubanos lograron hundir un barco que transportaba al 5º batallón de la
Brigada 2506, el “Huston”, y otro que llevaban provisiones, el “Río Escondido”. Los
mercenarios que alcanzaron la playa muy pronto se vieron rodeados, pero ya era
demasiado tarde para escapar. Los buques norteamericanos que los escoltaban
en alta mar emprendieron la retirada luego de ser acosados por los aviones de las
FAR. En las 72 horas que duró el combate, las fuerzas revolucionarias, que
tuvieron alrededor de 100 bajas, capturaron a 1.180 invasores.
Los interrogatorios y los juicios a los prisioneros fueron públicos y
totalmente televisados. Algunos de los acusados explicaron que los había movido
un “sentido de ideal” para luchar contra el comunismo y liberar a Cuba. Otros
expresaron un fuerte rencor contra Estados Unidos por abandonarlos. Uno de los
prisioneros que entrevistó el propio Fidel Castro se mostró desengañado:

En Miami hay un montón de cubanos que están deseando venir a Cuba y no saben aquí lo
que hay. De verdad creen que aquí vienen a luchar para rescatar al pueblo, que a nosotros
35
nos iban a esperar como libertadores.

3.10. La Revolución Socialista

Fidel Castro declaró el carácter socialista y democrático de la Revolución


Cubana el 16 de abril de 1961, en el funeral de las víctimas de los bombardeos.
Durante su discurso por los actos del Día del Trabajador agregaría:

A los que nos hablan de la Constitución del ’40, nosotros les decimos que ya la
Constitución del ’40 es demasiado anticuada y demasiado vieja para nosotros (...) Nosotros

35
Dos discursos para la historia, Buenos Aires, Facultad de Humanidades (UNLP), 1961, p.14.
tenemos que hablar de una nueva Constitución, pero no una constitución burguesa, no una
Constitución correspondiente a un dominio de la clase explotadora sobre otras clases, sino
correspondiente a un nuevo sistema social, sin explotación del hombre por el hombre. Ese
sistema social se llama socialismo, y esa Constitución será, por tanto, una Constitución
Socialista.
Si a Mr Kennedy no le gusta el socialismo, bueno, a nosotros no nos gusta el imperialismo,
a nosotros no nos gusta el capitalismo. Tenemos tanto derecho a protestar de la existencia
de un régimen imperialista y a capitalista a 90 millas de nuestras costas, como él se puede
considerar con derecho a protestar de la existencia de un régimen socialista a 90 millas de
36
sus costas.

Kennedy, por su parte, había asumido su responsabilidad por la invasión,


mientras que la CIA calculó ante el Subcomité de Relaciones Exteriores del
Senado que la operación le había costado al gobierno unos 45 millones de
dólares, más 62 millones que se desembolsaron después para el rescate de
prisioneros. Pero el presidente norteamericano no vaciló en comenzar una nueva
fase de agresiones, al imponer el bloqueo total del intercambio comercial con la
isla.
Washington tampoco cejó en sus intentos de acciones armadas. Para ello,
el Pentágono diseñó la “Operación Mangosta”, una plan que recomendaba una
serie de “pretextos” para justificar “la intervención militar de Estados Unidos en
Cuba”. El proyecto explicaba cómo llevar a la práctica acciones públicas y
encubiertas, desde maniobras de propaganda hasta ataques simulados contra la
base naval de Guantánamo.37
Pero la estrategia de Kennedy para acabar con la Revolución Cubana no
sólo sería económica y militar, también se desarrollaría en el campo político para
alinear a las naciones latinoamericanas detrás de sus propósitos hemisféricos. Es
decir, buscaría aislar a la isla del sistema interamericano, Los países que
estuviesen dispuestos a respaldar a Estados Unidos en esta empresa serían
beneficiados con la llamada “Alianza para el Progreso”, un plan de asistencia
financiera que fracasó estrepitosamente.
36
Ídem, p. 51.
37
Memorandum for the Secretary of Defense. Justification for US Military Intervention in Cuba
(UNCLASSIFIED), The Joint Chiefs of Staff, Washington 25, D.C., 13 de marzo de 1962.
Sin embargo, Kennedy logró seducir a los países de la región en la
Conferencia de Punta del Este, Uruguay, a pesar de las advertencias del
representante por Cuba, Ernesto “Che” Guevara, acerca de los planes
imperialistas de Estados Unidos. Los miembros de la OEA, a excepción de
México, aprobaron el 31 de enero de 1962 la expulsión de la isla del sistema
interamericano.
La respuesta de la Revolución Cubana se plasmó en el discurso de Fidel
Castro del 4 de febrero de 1962, que pasó a la historia como la “Segunda
Declaración de La Habana”:

En Punta del Este el imperialismo yanqui reunió a los cancilleres para arrancarles,
mediante presión política y chantaje económico sin precedentes, con la complicidad de un
grupo de los más desprestigiados gobernantes de este continente, la renuncia a la
soberanía nacional de nuestros pueblos y la consagración del odiado derecho de
intervención yanqui en los asuntos internos de América; el sometimiento de los pueblos a
la voluntad omnímoda de Estados Unidos de Norteamérica, contra la cual lucharon todos
los próceres, desde Bolívar hasta Sandino.
(...)
La O.E.A. quedó desenmascarada como lo que es: un ministerio de colonias yanquis, una
alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de liberación de los pueblos
38
latinoamericanos.

En el contexto de este marco de situación nacional e internacional, Cuba


inicia un proceso interno de unificación de las organizaciones revolucionarias con
el fin de hacer frente a los desafíos que se le planteaban.
De esta forma, se lanza a la construcción de una fuerza política, basada en
la experiencia de José Martí con el Partido Revolucionario Cubano (PRC). La idea
era que la organización que se formara para dirigir y asegurar la continuidad de la
Revolución fuera un eslabón necesario del partido creado por Martí en 1892.
El fundamento de la propuesta se explicaba por la similitud de objetivos que
unían una etapa con la otra. Los fines de PRC habían sido liberar a Cuba, impedir
su anexión a los Estados Unidos y unir a todos los independentistas, teniendo en

38
Primera y Segunda Declaración de La Habana, Op. cit., pp. 51 y 54
cuenta que la división había causado el fracaso de la Guerra de los Diez Años. La
nueva construcción se veía ante la necesidad de alcanzar los mismos objetivos,
aunque en una coyuntura histórica caracterizada por las intenciones
norteamericanas de dividir a los cubanos, deponer su gobierno y destruir el
sistema instaurado por decisión soberana.
El primer paso para la unificación se dio a fines de 1961 con la fusión del
M26J, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo en
las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Aquel fue un proceso difícil,
lleno de contradicciones y sectarismos entre las distintas fuerzas, que luego daría
lugar a la creación del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba
(PURSC).
La etapa del PURSC se caracterizó por una mayor selectividad de cuadros,
con tendencia hacia la homogeneidad político-ideológica. El Che Guevara explicó
esta fase de formación del Partido en uno de sus textos más conocidos:

El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos


por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la
calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando
las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén
educadas para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido es el
ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar,
con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro
bregar contra dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado,
39
el imperialismo...

El PURSC se convirtió así en el instrumento de transición entre el ORI y el


Partido Comunista de Cuba (PCC), que se constituyó el 3 de octubre de 1965. En
esa oportunidad, Fidel Castro leyó la carta de despedida del Che, que había
partido de la isla con la idea de continuar el camino de la liberación
latinoamericana, de “crear dos, tres... muchos Vietnam”, como diría unos meses
antes de ser asesinado en Bolivia.

39
Guevara, Ernesto. El socialismo y el hombre en Cuba, Marcha, Montevideo, 12 de marzo de
1965.
3.11. La crisis de los misiles

Luego de la victoria de Girón y del bloqueo económico impuesto por


Kennedy, Cuba comenzó a profundizar sus relaciones comerciales y políticas con
la URSS. Ya en 1960, Kruschev se había comprometido a comprar un millón de
toneladas de azúcar anuales durante cinco años, cuota que fue aumentando
rápidamente. Los soviéticos también exportaron petróleo a un valor que era un 33
por ciento más barato que el norteamericano.
Los acuerdos se extendieron, además, al plano militar. En julio de 1962,
Raúl Castro viajó a Moscú para conseguir un pacto de cooperación defensivo que
pudiera contrarrestar nuevas invasiones a la isla. Raúl obtuvo una respuesta
positiva.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias serían dotadas del mayor potencial
bélico de su historia. Pronto entrarían unos 100 cazas MIG, bombarderos, baterías
antiaéreas, barcos, tropas de infantería y, lo más importante, misiles defensivos
nucleares y termonucleares. Este armamento no sólo lograría frustrar los planes
de ataque del enemigo, sino que le permitiría a la URSS contar con una base
estratégica similar a la que Estados Unidos tenía en Turquía.
Un mes después, los aviones espías U2 advirtieron los primeros misiles
SAM y Kennedy dijo que si Cuba se armaba con cohetes ofensivos daría la orden
de atacar. Fidel Castro rechazó las amenazas respondiendo que Cuba no
necesitaba instrucciones sobre las medidas que debía tomar para defender su
soberanía.
Los vuelos de reconocimiento y las amenazas norteamericanas continuaron
sin lograr disuadir a los cubanos: en menos de 30 días ya contaban con unos 40
misiles nucleares y varios emplazamientos móviles terminados.
El 22 de octubre, Washington anunció un bloqueo marítimo que impediría la
llegada de más armas nucleares a La Habana. Con el respaldo de la OEA,
Kennedy desplegó un cordón de Florida a Puerto Rico, formado por más de una
decena de destructores, 3 cruceros, un portaviones y otros 6 barcos.
Al día siguiente, mientras Fidel convocaba a su pueblo a la defensa
armada, alrededor de 20 mil soldados soviéticos se desplegaban en el centro y el
este de la isla. Raúl, por su parte, tomaba el mando de Santiago.
Desde La Habana y Moscú condenaron el bloqueo y desmintieron las
acusaciones de Estados Unidos, acerca de maniobras con misiles ofensivos. Pero,
en alta mar, los barcos rusos empezaban a ser detenidos. A esa altura, la guerra
nuclear parecía inevitable.
Sin embargo, el 26, Kennedy y Kruschev intercambiaron propuestas para
distender la crisis, sin el conocimiento del gobierno cubano. Washington se
comprometía a no continuar con sus planes de ataques contra Cuba y también
retiraría los misiles de Turquía que apuntaban a la URSS. A cambio, los soviéticos
debían desmantelar sus bases de Cuba. Poco después, los cohetes volverían a
Moscú.
En La Habana, la indignación llegaba a su punto máximo. Kruschev había
atropellado la decisión soberana de los cubanos al negociar unilateralmente con la
Casa Blanca. Desde entonces, las relaciones entre ambas naciones se enfriarían
bastante hasta fines de la década del ’60, periodo en el cual la Cuba se dedicaría
a construir un socialismo alejado de la ortodoxia soviética.
Esa línea abrió una doble posición frente a las fuerzas revolucionarias del
subcontinente. Es decir, por un lado, la Revolución Cubana mantenía relaciones
diplomáticas con los partidos comunistas latinoamericanos, que seguían el camino
soviético; aunque, por otro, daba su apoyo más concreto a los movimientos
armados de liberación nacional, que inspiraban sus luchas en la guerra de
guerrillas.
En ese marco surgió la idea de proyectar internacionalmente la Revolución,
de solidarizarse con todos los pueblos dispuestos a combatir la opresión
imperialista y de aportar en esas luchas la experiencia cubana. El Che fue uno de
sus principales promotores:

Consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo la Revolución Cubana a la


mecánica de los movimientos revolucionarios en América, son ellas: (1) Las fuerzas
populares pueden ganar una guerra contra el ejército. (2) No siempre hay que esperar a
que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.
(3) En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser
40
fundamentalmente el campo.

La labor internacionalista del Che incluyó un fuerte respaldo activo a las


campaña libertadora del Congo, donde junto a otros guerrilleros, incluido el
periodista Jorge Massetti, se entrenaron para iniciar la liberación latinoamericana
desde Bolivia hasta la Argentina. Guevara y Masetti morirían sin cumplir su sueño,
pero el legado del internacionalismo no se detuvo.
La Revolución Cubana colaboró con medio millón de combatientes en
África, Asia y América Latina, además de enviar miles de médicos, maestros y
otros especialistas. No obstante, los problemas económicos durante la década del
’70, así como la ofensiva de las dictaduras sudamericanas con el Plan Cóndor,
harían disminuir la ayuda internacionalista cubana sobre América Latina.

3.12. Nuevo acercamiento a la Unión Soviética

En 1969, la Revolución organizó la zafra más importante de la historia del


país, al ponerse una meta de 10 millones de toneladas azúcar para 1970. El fin de
esta Gran Zafra era acumular los recursos suficientes para comenzar una etapa
de industrialización que diversificaría la economía nacional.
Todas las fuerzas productivas y el potencial técnico del país se
concentraron en la recolección, aunque, al final, el plan resultó un fracaso. Si bien
lo cubanos lograron alcanzar 8,5 millones de toneladas, la cifra fue insuficiente
para desarrollar los objetivos trazados. Al mismo tiempo, las maquinarias y otros
recursos técnicos se perdieron casi por completo como consecuencia de su uso
desmedido.
Fue necesario, entonces, volver a estrechar lazos con la Unión Soviética y
eso significaba un compromiso tanto económico como político. Sin embargo, la

40
Guevara, Ernesto. La Guerra de guerrillas, Capítulo I, Principios generales de la lucha guerrillera,
sitio web: http://chehasta.narod.ru/biblioteka.htm
alianza de La Habana con Moscú no debe interpretarse como una relación de
subordinación. Se trataba de una integración en el bloque socialista, que
respondía a cuestiones estratégicas, necesarias para alcanzar cierto grado de
desarrollo y subsistir en un marco de seguridad frente a la amenaza constante de
Washington y el exilio anticastrista de Miami.
Por otra parte, la Revolución inició un fuerte proceso de institucionalización
en el plano de su política interior. Se impulsó la discusión en las organizaciones de
masas acerca de una Constitución que reemplazara a la Ley Fundamental de
1959, cuyo texto final fue presentado en el Primer Congreso del Partido Comunista
de Cuba (PCC), en diciembre de 1975. Dos meses después se aprobaba la nueva
Carta Magna en un referéndum que contó con la participación de casi todos los
cubanos habilitados para votar.
Esta constitución estipulaba el papel de vanguardia que le cabría al PCC
como “la más alta fuerza dirigente de la sociedad, responsable de organizar y
guiar el esfuerzo común para la construcción del comunismo”. También introdujo
importantes reformas de carácter cívico al crear los órganos del Poder Popular y
establecer un sistema de democracia participativa, con elecciones regulares por
circunscripciones mediante el voto secreto, universal y voluntario. El 10 y el 17 de
octubre de ese año, el 95,2 por ciento de los cubanos mayores de 16 años
concurrieron a las urnas.
Con estas reformas se iniciaba una nueva etapa en la que las masas
deberían asumir un mayor poder de decisión en sus distintos niveles de
participación social. De esta forma, la Revolución buscaba frenar un burocratismo
incipiente, reemplazando los métodos administrativos de los primeros 15 años por
mecanismos democráticos de poder popular.
De hecho, el problema del burocratismo había sido, desde el principio,
objeto de preocupación y autocrítica en áreas clave como la agricultura. En 1964,
Fidel Castro se quejaba de los gastos desmedidos en los centros de trabajo,
comparándolo con el despilfarro capitalista:

El pueblo no sale beneficiado en absoluto si el dinero que los capitalistas gastaban de un


modo determinado, nosotros, los socialistas, lo gastamos de otra manera (...) ¿Qué
diferencia hay entre un rico avaro y un revolucionario malgastador? Que el primero
empobrece a algunos para enriquecerse él, mientras que el revolucionario empobrece a
todos sin enriquecer a nadie; un derrochador en un puesto importante hace tanto daño
41
como 10 mil revolucionarios.

Más tarde diría, incluso, que los Comités de Lucha Contra la Burocracia se
habían burocratizado.

3.13. La crisis del campo socialista

La necesidad de autocrítica volvió a surgir a mediados de los ’80 con el


llamado “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, una
iniciativa propuesta para acabar con la corrupción en todas las estructuras de la
sociedad (políticas, económicas y sociales), así como retomar la vitalidad original
de la Revolución. Se hizo un replanteo de los métodos de dirección y planificación
y se trató de incluir incentivos en la economía, políticas de autofinanciamiento y de
buscar formas eficaces de productividad.
Pero el proceso se vio interrumpido por la desintegración del Bloque del
Este, tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la URSS. De un día para otro,
Cuba se encontró frente a un doble bloqueo, el norteamericano y el soviético.
Ahora, no sólo tenía vedado el acceso a los canales económicos, comerciales y
financieros de Occidente, sino que también quedaba excluida del Consejo de
Ayuda Mutua Económica (CAME) de los países socialistas, donde la isla colocaba
el 85 por ciento de sus exportaciones y de donde obtenía créditos, petróleo,
aviones, camiones y otros bienes.
La crisis fue profunda y se necesitaron medidas aceleradas para resistir y
superar el efecto dominó que había comenzado en Europa, al menor costo social
posible. Así nació la etapa cubana conocida como “Período Especial”.
En el IV Congreso del PCC, realizado en octubre de1991, se estableció lo
siguiente:

41
Thomas, Hugh. Op. cit., p. 1840.
Reabrir el mercado interno -agropecuario, industrial, artesanal en moneda nacional y
mercancías importadas y de fabricación nacional en moneda extranjera-; abrir la economía
nacional al capital, al dinero mundial y a las mercancías; permitir la asociación económica
del Estado con el capital extranjero; impulsar el autofinanciamiento de las empresas en
divisas convertibles y permitir a las empresas estatales exportar e importar directamente;
42
descentralizar el sistema bancario nacional, entre otras reformas.

Esta apertura económica tenía como objetivos conservar los logros


alcanzados por la Revolución en los últimos 30 años y enfocar la atención sobre
los sectores más vulnerables de la sociedad. La alimentación, sobre todo entre
niños, ancianos y madres en período de gestación o de lactancia, fue una de las
prioridades básicas, así como el mantenimiento de los niveles de salud,
educación, deporte y desarrollo de las ciencias.
En 1992 se realiza una nueva reforma constitucional, aprobada en
referéndum, para dar respuesta legal a los cambios que debían aplicarse. En el
texto se modificó el concepto de propiedad y la definición de planificación
centralizada. Gracias a esto se pudo avanzar en la formación de cooperativas
agrícolas, creación de empresas mixtas, fundamentalmente en el sector turístico,
liberalización del trabajo por cuenta propia y legalización de mercados privados de
diversos productos esenciales.
El peor año del Período Especial fue 1993, cuando las adversidades
climáticas se combinaron a la crisis. Hubo sequías prolongadas y lluvias en
exceso que ocasionaron enormes pérdidas económicas.
Además, hay que tener en cuenta que Washington aprovechó el momento
de crisis para profundizar el bloqueo contra Cuba e incrementar su ayuda a las
organizaciones contrarrevolucionarias internas y externas, situación que venía
agudizándose desde el primer gobierno de Ronald Reagan.
En 1992 se aprobó en el Congreso de Estados Unidos la Ley Torricelli,
elaborada por el representante de New Jersey, Robert Torricelli, y el senador de
Florida, Bob Graham. La norma prohibió, por un lado, el comercio con Cuba de las

42
IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, La Habana, Editora Política, 1999. Sitio web:
http://www.cuba.cu/politica/webpcc/historia.htm
empresas subsidiarias de compañías norteamericanas establecidas en terceros
países. Además, estableció que los barcos que entraran a puertos cubanos, con
propósitos comerciales, no podrían arribar a ningún puerto de Estados Unidos
durante los 180 días subsiguientes.
El correlato de esta norma sería la Ley Helms-Burton de 1996, aún más
dura en términos de agresión contra la isla, ya que reforzó las restricciones del
bloqueo y la ayuda a la contrarrevolución para propiciar la “transición hacia la
democracia” en Cuba.
La hostilidad norteamericana tomó un nuevo impulso a partir de la llegada
de George Bush (hijo) a la Casa Blanca. Luego del 11 de septiembre de 2001, el
actual presidente estadounidense incluyó a Cuba en una lista de países
terroristas, es decir, objetivos que pueden ser invadidos en cualquier momento
bajo el pretexto de la “guerra preventiva contra el mal”. También dispuso para los
años 2005 y 2006 un presupuesto de 59 millones de dólares para las más diversas
acciones en contra de la Revolución Cubana.

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