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SESIÓN 04: OBJETIVO 7 GARANTIZAR LA SOSTENIBILIDAD DEL MEDIO

AMBIENTE

INTRODUCCIÓN

El desarrollo económico de los países de la región depende como nunca


antes de temas directamente vinculados con el medio ambiente. Las
actividades productivas que priman en América Latina y el Caribe son
intensivas en recursos naturales y, por lo mismo, se ven afectadas por la
degradación de los ecosistemas, particularmente cuando no se adoptan las
prácticas de gestión necesarias. Los insumos vitales para la actividad
productiva (el agua y la energía) están íntimamente ligados a los
ecosistemas. La creciente demanda se enfrenta a la incertidumbre sobre la
oferta (especialmente producto del cambio climático). La generación de
energía es un tema central para el desarrollo y también para el medio
ambiente. Las fuentes fósiles, utilizadas ampliamente en la región, suelen ser
causa de problemas ambientales y contribuyen (aun si es marginalmente en
términos relativos a otras regiones) al cambio climático.

El desarrollo social de la región va de la mano del desarrollo económico y,


como tal, depende de la satisfacción de necesidades básicas que, a su vez,
se sustentan en los ecosistemas y sus bienes y servicios. En particular, la
provisión de servicios de salud, agua potable y saneamiento, educación y
cultura resultan fundamentales y muy ligados a la existencia de ecosistemas
saludables.

De este modo, la sostenibilidad del desarrollo dejó de ser una aspiración noble
para el futuro, una vez que se satisfagan necesidades básicas. Hoy en día resulta
primordial que el desarrollo de los países (mediante las políticas públicas, las
iniciativas privadas de producción y consumo, y los instrumentos regulatorios,
entre otros) esté inspirado por el paradigma del desarrollo sostenible.

En este contexto, la inclusión de la sostenibilidad ambiental en la Declaración del


Milenio se dio en reconocimiento no solo del valor intrínseco del medio ambiente,
sino también de su importancia para la superación de la pobreza, la salud, la
igualdad de género y los demás componentes del bienestar humano.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) reflejan las prioridades de


desarrollo acordadas por la comunidad internacional en los ámbitos económico,
social y ambiental y se traducen en metas específicas que los Estados miembros
deberán cumplir para 2015, medidas a partir de la situación de 1990. En esencia,
permiten evaluar hasta qué punto los compromisos de los ODM se han logrado
traducir en políticas y prácticas adecuadas y medir la respuesta de los actores e
instituciones clave en los diversos países. Mediante el séptimo Objetivo, la
Declaración del Milenio incorporó la sostenibilidad ambiental dentro de las
prioridades del desarrollo.
El séptimo Objetivo de Desarrollo del Milenio consiste en “garantizar la
sostenibilidad del medio ambiente”. La sostenibilidad ambiental se refiere al
aspecto ambiental, indisociable pero distinguible, del desarrollo sostenible:
responder a las necesidades humanas presentes sin destruir la capacidad del
medio ambiente de atender estas necesidades en el largo plazo (Equipo de
tareas del Proyecto del Milenio sobre el desarrollo sostenible y medio ambiente,
2005).

Todos los ODM presentan un alto grado de interdependencia entre sí y con el


desarrollo socioeconómico en general; la sostenibilidad ambiental está lejos de
ser una excepción. En particular, la relación entre la degradación ambiental y la
pobreza es muy estrecha: son los pobres quienes más sufren la degradación
ambiental; considérese, por ejemplo, la situación de la contaminación del aire y
el agua, la degradación de bosques y pesquerías o los efectos del cambio
climático (2008). Los logros en la reducción de la pobreza (primer Objetivo) y
otros aspectos del desarrollo humano dependen íntimamente de los respectivos
logros en los aspectos ambientales (Banco Mundial, 2008).

El séptimo Objetivo se destaca en relación a los demás ODM por los efectos
globales que tiene la acción local en relación con algunas de sus metas. En
cuanto a esto, América Latina y el Caribe tiene un papel notable en el mundo, ya
que presta importantes servicios ecosistémicos globales, como el mantenimiento
de la biodiversidad y el almacenamiento de anhídrido carbónico, lo que debe
tenerse en cuenta en las negociaciones relativas al cambio climático1. La
biodiversidad provee servicios ecosistémicos como la regulación de la
contaminación atmosférica, la regulación de los ciclos hidrológicos y
climatológicos, la regeneración de la fertilidad de los suelos, la descomposición
de residuos, la absorción de contaminantes y la polinización de cultivos. La
biodiversidad brinda además recursos de valor económico directo, como la
madera, los productos no maderables, las bases de la medicina tradicional y
moderna y el germoplasma (fuente de variedades para la agricultura), así como
recursos de valor cultural, escénico y turístico. De este modo, los beneficios de
asegurar la sostenibilidad ambiental en América Latina y el Caribe transcienden
al bienestar de los habitantes de la región y tienen relevancia global.
Meta 7A: Incorporar los principios del desarrollo sostenible en las políticas
y los programas nacionales y reducir la pérdida de recursos del medio
ambiente.

Dentro de esta meta, la deforestación es la principal preocupación. A nivel global,


está ralentizándose, pero aún sigue a un ritmo muy alto en muchos países. De
hecho, durante la pasada década se eliminaron aproximadamente 13 millones
de hectáreas de bosques en todo el mundo.

Cabe destacar que los ambiciosos programas de forestación puestos en marcha


en varios países, combinados con la expansión natural de los bosques, han
agregado anualmente más de 7 millones de hectáreas de nuevos bosques.
Gracias a ello se ha reducido, entre el 2000 y el 2010, la pérdida neta de bosques
a 5,2 millones de hectáreas frente a los 8,3 millones que se perdieron entre 1990
y 2000.

De estas pérdidas, las mayores se han producido en Sudamérica y Asia así como
en Australia, donde la intensa sequía y los incendios han colaborado a que la
pérdida sea aún mayor.

La conclusión es que se necesita urgentemente dar una respuesta decisiva al


problema del cambio climático ya que, si se pierden árboles, además, la
contaminación se incrementa. Y más si tenemos en cuenta que en el año 2007
las emisiones globales de CO2 volvieron a aumentar llegando hasta los 30 mil
millones de toneladas métricas.

Una buena ayuda son medidas del estilo del Protocolo de Montreal, ratificado
por 196 países. Gracias a él, todos los gobiernos del mundo están legalmente
obligados a dejar de usar sustancias que destruyen la capa de ozono (los ODS),
según el cronograma establecido.

Meta 7B: Haber reducido y haber ralentizado considerablemente la pérdida


de diversidad biológica en 2010.

A pesar de todos los intentos, la pérdida de biodiversidad sigue implacable.


Existen 17.000 especies de plantas y animales en peligro de extinción y esto
tiene una importancia vital ya que sostienen una amplia gama de ecosistemas
de los cuales depende la vida.
Es más, la irreparable pérdida de biodiversidad también obstaculizará los
esfuerzos para satisfacer otros objetivos, especialmente los que se relacionan
con la pobreza, el hambre y la salud, ya que aumentará la vulnerabilidad de
quienes tienen menos recursos y reducirá sus opciones de desarrollo.

Además, aún queda mucho trabajo por hacer ya que, aunque casi el 12% de las
tierras del planeta y casi el 1% de los océanos estén protegidos, otras áreas
cruciales todavía no están adecuadamente protegidas. De hecho, la cantidad de
especies en peligro de extinción sigue creciendo a diario, especialmente en
países en vía de desarrollo.
Meta 7C: Reducir a la mitad, para 2015, la proporción de personas sin
acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de saneamiento.

Dentro de esta tercera meta existe bastante esperanza ya que el mundo está
camino de cumplir su compromiso con el agua potable, aunque es cierto que en
algunas regiones queda mucho por hacer.

Aun así, si continuara la tendencia actual, se podría satisfacer, e incluso superar


la meta de este objetivo para el año 2015. Para entonces se calcula que el 86%
de la población de las regiones en vías de desarrollo tendrá acceso a mejores
fuentes de agua potable.

Cuatro regiones, África septentrional, América Latina y el Caribe, Asia Oriental y


el sudeste asiático, ya han alcanzado la meta. Por ello, ahora, los esfuerzos
deben centrarse en llevar el agua potable a zonas complicadas como los hogares
rurales.

Pero para ello será necesario encontrar formas rápidas, confiables y


económicas, medir la calidad del agua localmente e informar de los resultados a
nivel mundial para superar las actuales limitaciones.

Meta 7D: Haber mejorado considerablemente, en 2020, la vida de al menos


100 millones de habitantes de barrios marginales.

En los últimos 10 años, el porcentaje de población urbana que vive en barrios


marginales en los países en vías de desarrollo ha disminuido de forma
significativa: del 39% que registró en el 2000, ha pasado a un 33% en el 2010.

Pero, a escala mundial, esto debe generar optimismo ya que supone que los
gobiernos nacionales y municipales han tomado importantes medidas que han
permitido esta mejora.

Aun así, en términos absolutos, la cantidad de habitantes de barrios marginales


de países en vías de desarrollo está aumentando y seguirá aumentando por lo
que deberán redoblarse los esfuerzos para mejorar la calidad de vida de los
pobladores urbanos pobres en ciudades y metrópolis de los países en vías de
desarrollo.

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