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protección al consumidor?
Introducción:
Desde la entrada en vigencia de las normas de protección al consumidor y la
entrada en funciones del Indecopi y más recientemente el Tribunal Constitucional,
una importante porción de las transacciones comerciales ha dejado de ser regulada
por nuestras tradicionales normas de contratos del Código Civil (Schwartz y Scott
2003), para pasar a ser reguladas por aquellas normas de protección al consumidor.
A partir de su instauración, parece existir un aparente consenso tanto entre los
abogados como en la opinión pública en general acerca de la necesidad y
pertinencia de estas normas, las cuales, además, parecerían estar alineadas con el
interés de la sociedad. Pese a este aparente consenso, sin embargo, no existe una
visión común de lo que significa proteger el interés de los consumidores. En efecto,
además de estar desperdigada por un número indeterminado de leyes,
reglamentos, sentencias y hasta la propia Constitución, la normativa de protección
al consumidor puede adquirir diversos formatos: básicamente, podemos tener un
sistema de protección al consumidor pro empresa o pro consumidor, dependiendo
de su orientación. Aunque suene, y sea, paradójico, muchas normas idealmente
encaminadas a la protección del consumidor son, en realidad, intentos de grupos
de interés por acaparar recursos públicos a través del proceso normativo. Estos
intentos se dan en las formas clásicas descritas por Stigler (1971) en su seminal
trabajo sobre teoría económica de la regulación: sea a través de subsidios
directamente obtenidos por parte del Estado o barreras de acceso impuestas a los
competidores. De manera general, las normas asociadas al interés del consumidor
deberían ser las que procuran para ellos mejores precios y mejores condiciones de
los servicios. Estas normas (o ausencia de ellas) buscan proteger sus intereses
económicos y habitualmente se identifican con la reducción de los costos de
transacción o la utilización de la responsabilidad civil como método de optimización
de las conductas sociales. Por otro lado, las normas que están asociadas al interés
de las empresas habitualmente afirman proteger la seguridad de los consumidores
o el acceso a bienes de mayor calidad en situaciones más equitativas. Estas normas
habitualmente implican la consagración de estándares de calidad para los productos
o restricciones a los términos contractuales (que son esencialmente iguales a
estándares de calidad en relación con sus efectos). Tomando en cuenta esto,
podemos decir que nuestro modelo de protección al consumidor podría ser mejor
descrito como “pro empresa”. Esto contrasta, lamentablemente, con nuestra
necesidad de desarrollar y expandir el mercado, para lograr que más personas
tengan acceso a productos o servicios en las mejores condiciones posibles. Clichés
como “el consumidor siempre está en desventaja”, “las empresas engañan a los
consumidores”; “los consumidores no tienen dónde quejarse”; “las empresas, a
través de la publicidad, crean necesidades inexistentes en los consumidores”; entre
otras perlas, han estado a la orden del día. Y estos supuestos problemas han
servido de justificación retórica para sustentar la necesidad de regular de manera
intervencionista. En relación con esto, no podemos negar que, además del interés
particular de algunos por ver aprobadas estas normas, ha primado una
desconfianza general hacia el mercado, que quizá es característica de nuestra
sociedad, de manera similar a nuestro desprecio por la democracia. Por otro lado,
también existe una desconfianza manifiesta hacia la capacidad de los consumidores
para auto organizarse y hacer valer sus propios derechos. Combinaciones de “los
consumidores son ignorantes” con “el mercado no puede ser dejado a su suerte”,
sumadas a los intereses ocultos de algunos de sus propulsores, son la medida
perfecta para cocinar despropósitos como el código recientemente aprobado. El
interés de este ensayo es mostrar cómo las normas de protección al consumidor no
solo no son eficientes por error o falta de capacidad de los reguladores, sino que
están pensadas no para satisfacer el interés de la sociedad sino el de algunos
grupos de interés específicos. En nuestro país, el estudio de normas desde una
perspectiva económica ha estado casi enteramente enfocado en el Derecho Privado
(contratos, responsabilidad, propiedad, con la excepción de libre competencia y
propiedad intelectual, que están en el borde entre el Derecho Público y el Privado).
Sin embargo, una parte importante de la teoría económica se ha encargado de
estudiar el proceso político (de creación de normas), utilizando herramientas de la
microeconomía. Esta teoría podría tener una vocación abarcadora de todo el
sistema jurídico, aunque tradicionalmente ha servido para el sustento de análisis de
normas más típicamente “regulatorias” (regulación de servicios públicos). Nuestro
interés en este breve ensayo es describir algunas de las características de la teoría
económica de la regulación a través de casos relacionados con la protección a los
consumidores en el Perú. De esta manera, trataremos de describir sus alcances y
las implicancias que tiene aceptar sus postulados en la evaluación de unas normas
como las que pregonan proteger a los consumidores.
Bibliografía
PÁSARA, Luis 2004 La enseñanza del Derecho en el Perú y su impacto en la
administración de justicia.
SCHWARTZ, Alan y Robert E. SCOTT 2003 “Contract Theory and the Limits of
Contract Law
1961 “The Economic of Information”. En: Journal of Political Economy