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Poesía nómada
A tus pequeños ojos
Para Rosarito
El día se debilita; la oscuridad comienza a desgarrar edificios, a cegar algunos ojos y a abrir
otros. Los citadinos corren a sus refugios, temerosos de que esa mancha hosca los roce. Pero
nosotros, los solitarios, nos alegramos de la aparición de la penumbra. Despertamos del largo
sueño que es el día. La agilidad despierta en nuestros cuerpos, como si la tenuidad fuera
alimento. Nos convertimos en las sombras que juegan cosas de sombras. Sólo los gatos y los
murciélagos, centinelas de la noche, nos pueden ver; pues ellos también juegan cosas de
sombras.
El juego es sencillo: Consiste en beber tósigo amargo; deambular por las calles inhóspitas de
la ciudad; caminar y proferir versos huérfanos acompasados por armónicas azules;
incendiarse astros humo; irse y quedarse; unirse al susurro de la noche; soñar que la vida es
así. Ese es el juego que jugamos todas las noches nosotros, los solitarios, los que conocemos
el incendio de un beso, de un verso. Los que en el fuego del amor quemamos nuestro porvenir.
Los que nos entregamos al amor convencidos de su misterio. Los que creemos en los besos
de sombras, los que nos volvimos locos por besar sombras.
Suena Ben Webster;
El artesano
Moja sus manos
Y deja
Que debajo de estas
La arcilla tome
La forma
De sus extremidades.
Al mismo tiempo
Que el barro gira lento
Sus manos fuego
Adoptan también
La silueta del barro.
La ciudad se incendia,
Arde como el fósforo,
Se desgarra.
El nómada camina,
Porque sabe que si él se detiene,
El universo también se detendría.
Sailú
I
Noviembre
¡Canta sirena!
No taparé mis oídos con cera
como los marineros de Ulises,
ni me sujetaré en la proa de mi nave
como el mismo Ulises.
No me importa morir en tu oceánica boca
naufragar, ser devorado,
olvidado
por el tiempo y por el mundo
de los hombres y las mujeres.
Amapófago insaciable del rojo náufrago de tus labios.
No me importa abismarme
y despertar en tu arena,
o quizá no despertar.
Acepto mi condición,
de sediento de tus mares,
de poeta casi muerto,
de ansioso de tus amores.
Quiero morir
agotado por mí lucha,
convertido en líquido,
en espuma.
Quiero morir así,
ahogado, asfixiado, olvidado,
engullido por ti.
Morir y renacer
en tu vientre de tierra fértil.
II
Diciembre
Adentro, en la tierra:
Mis dedos se transformaron en pequeñas serpientes
Que mordieron y lamieron tu clítoris.
Dentro de nuestras bocas había aves aleteando,
Intentando huir de su jaula;
Nosotros las alimentamos y se quedaron dormidas.
En nuestra piel descubrimos arena,
Era nuestra piel de arena.
Encontramos ríos, en vez de venas,
Y nos extraviamos en la ruta de nuestros ríos
Convertidos en peces.
Nos descubrimos peces, aves, flores,
Y cada descubrimiento lo gritamos.
Te descubrí pez y grite sirena,
Te descubrí ave y grite calandria,
Te descubrí flor y grité amapola.
Te descubrí, y grité tu nombre en silencio
Y grité Mujer, y grite te quiero amar,
Y te amé.
Afuera
el mundo.
El mexibús llegando a la estación Torres cada 10 minutos.
Tu padre comprando pizza.
Tus abuelos platicando sobre cualquier cosa de la familia.
Mis padres lejanos conversando o discutiendo.
Las luces de la ciudad guiando a sus citadinos.
La enloquecida, neurótica, ciudad
con sus músicos y poetas,
con sus gatos y sus aves.
Afuera, el mundo, siempre móvil.
Nosotros, adentro,
entregados a la inmovilidad del universo,
a la inmortal quietud.
Deseo
Debo confesar que tengo la indómita costumbre de entregarme a la música por las noches.
Hace poco -quizá un par de lunas- escuchaba a un compositor mexicano: Eugenio Toussaint.
Mientras me deleitaba con El pez dorado, a mi mente llegaron recuerdos de una antigua
compañera; una pianista con la cual hice el amor algún tiempo. Con ella recorrí gran parte de
los hoteles cercanos a Revolución -en la Ciudad de México-; éramos un par de peces que
amábamos el jazz y la improvisación. Nadar por la ciudad en busca de corales era nuestra
actividad favorita. Una ocasión jugamos a ser aves: nos disfrazamos con plumas, subimos al
Monumento a la Revolución y, ya estando arriba, nos dejamos caer: aterrizamos dentro de
un coral, desnudos y envueltos con agua -al fin pudimos respirar-. En otra oportunidad
quisimos ser alba, y lo logramos; aleteamos tanto que de pronto nuestros movimientos se
traslucieron en amanecer, y, al instante descubrimos que nuestra piel ya era dorada y
seguíamos siendo peces…
Décimas
1
Yo dejo la puerta abierta
Por si el viento me trae un verso
O si ës que lo perverso
A mi vecina despierta
Y gusta cruzar la puerta,
Pa´ entregarse al amorío.
A mí no me importa el lío
Que en los vecinos despierte;
Pensemos que solamente
Se confundió en lo sombrío.