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JOSÉ ANTONIO PASTOR RIDRUEJO

Profesor emérito de Derecho Internacional


en la Universidad Complutense
Miembro honorario del «Institut de Droit International»
Antiguo Juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos

CURSO DE DERECHO
INTERNACIONAL
PÚBLICO
Y ORGANIZACIONES
INTERNACIONALES

DECIMONOVENA EDICIÓN
Diseño de cubierta: J. M. Domínguez y J. Sánchez Cuenca

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© José Antonio Pastor Ridruejo, 2015


© de la edición, EDITORIAL TECNOS (GRUPO ANAYA, S. A.), 2015
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
ISBN: 978-84-309-6742-1
Versión digital de la 19 edición, 2015
SECCIÓN PRIMERA

LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES


DE ÁMBITO UNIVERSAL

SUBSECCIÓN PRIMERA:
LA ORGANIZACIÓN UNIVERSAL DE COOPERACIÓN POLÍTICA GENERAL:
LAS NACIONES UNIDAS

76. ANTECEDENTES.
BREVE REFERENCIA A LA SOCIEDAD DE NACIONES

a) Finalizada la primera guerra mundial (1914-1918), en la parte primera del


Tratado de Paz de Versalles de 28 de junio de 1919, firmado entre las potencias
vencedoras y Alemania, se instituye la Sociedad de Naciones para «fomentar la
cooperación entre las naciones y para garantizar la paz y la seguridad» (Preámbulo
del Pacto). La Organización fijó su sede en Ginebra, y su estructura institucional
era la siguiente: una Asamblea, integrada por representantes de todos los Estados
miembros; un Consejo que se componía de miembros permanentes y elegidos; una
Secretaría y otros órganos subsidiarios. En el Pacto se preveía también (art. 14) la
creación de un cuerpo judicial, el Tribunal Permanente de Justicia Internacional, que
fue establecido posteriormente como órgano separado de la Sociedad de Naciones.
b) Basada la filosofía política de la Organización en el mantenimiento de la paz
por medio de la trilogía arbitraje-seguridad-desarme, hay que hablar hoy, ya con
amplio distanciamiento histórico, del fracaso en el cumplimiento de sus objetivos.
Como ya sabemos, ni se instauró la obligación completa de la solución jurisdiccional
de las controversias1, ni la prohibición del recurso a la guerra era total ni estaba dotada
de mecanismos institucionales adecuados para la efectividad de la prohibición2, ni en
el campo del desarme se consiguieron resultados mínimamente significativos3. Es así
como, tras el éxito inicial en la crisis entre Grecia y Bulgaria de 1925 y el parcial en la
disputa del Chaco de 1928 entre Bolivia y Paraguay, la Sociedad de Naciones asistió
impotente a la invasión de Manchuria por Japón en 1931, a la guerra entre Italia y
Abisinia de 1934-1935, a la anexión de los Sudetes checos por Alemania en 1939, a
la invasión soviética de Finlandia en el mismo año y, por fin, al trágico desencadena-
miento de la segunda guerra mundial.
c) De otro lado, la participación de los Estados en la Sociedad de Naciones era
escasamente representativa incluso para la sociedad internacional mayoritariamente

1
Véase apartado 60.
2
Véase apartado 64.1.
3
Véase apartado 65.
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eurocéntrica de aquella época. Así, aunque el presidente norteamericano WILSON


fuese el principal artífice e inspirador de la idea, los Estados Unidos nunca llegaron
a ser miembro de la Organización; cuando se presentó el Pacto a la autorización de
ratificación del poder legislativo, éste optó por el retorno a la política de aislacionis-
mo, y de tal modo la Sociedad de Naciones se vio desasistida de apoyos morales y
políticos de primera magnitud. Alemania, por su parte, que consiguió el ingreso en
1926, se retiró en 1933. Japón lo hizo en la misma fecha. Fueron también numerosos
los abandonos de países iberoamericanos. España se retiró asimismo de la Sociedad
de Naciones en 1926 por no haber obtenido la garantía de un puesto permanente en
el Consejo, reincorporándose finalmente en 19314. Damos un dato global elocuente
sobre las vicisitudes de la participación en la Sociedad de Naciones: de 45 miembros
en el momento de su fundación, pasó a 60 en 1932 y descendió a 44 en 1939.
d) La Sociedad de Naciones se disolvió formalmente el día 18 de abril de
1946. Los vencedores de la segunda guerra mundial no quisieron revitalizar un
organismo altamente desprestigiado y prefirieron crear una organización nueva,
las Naciones Unidas; los bienes de aquélla, sin embargo, fueron transferidos a esta
última Organización.
e) Fracasada en sus objetivos básicos, como hemos dicho, conviene, sin embar-
go, inscribir en el haber de la Sociedad de Naciones la cooperación institucionalizada
que llevó a cabo en ciertos campos, como el económico y financiero, salud pública,
transportes y comunicaciones y social y laboral; hay que dejar asimismo constancia
del establecimiento del sistema de mandatos respecto a las colonias de los países
derrotados, en cuanto que, a partir del principio de que el bienestar y desarrollo de los
pueblos constituía una «misión sagrada de la civilización», se abrió la primera brecha
en las concepciones dominantes hasta entonces en materia de colonización5. Además,
la práctica interna de la Sociedad de Naciones constituyó una experiencia sumamente
valiosa y útil para futuras organizaciones internacionales, incluyendo la de las Nacio-
nes Unidas. Y sobre todo, la existencia de la Sociedad de Naciones llevó a la opinión
pública la idea de la necesidad histórica de una organización internacional con vocación
universal que velase por la paz y seguridad, idea que fue luego determinante, según
veremos en el apartado siguiente, en la creación de las Naciones Unidas. En fin, del
fracaso básico de la Organización ginebrina no hay que culpar tanto a ella como a los
Estados, participantes o no, pues el éxito de cualquier organización intergubernamental
depende, en último análisis, de la voluntad política de los Estados miembros e incluso
de los no miembros; de los Estados miembros porque son ellos los que determinan la
actuación de la organización, y de los Estados no miembros pues su ausencia puede
minar asimismo la capacidad de acción de aquélla6.

4
Véase F. M. CASTIELLA Y MAÍZ, Una batalla diplomática, Barcelona, 1976.
5
Véase apartado 27.
6
Sobre la Sociedad de Naciones en general: G. SCELLE, Le Pacte des Nations et sa liaison avec le
Traité de Praix, París, 1919; A. ZIMMERN, The League of Nations and the Rule of Law, Londres y Nueva
York, 1936; W. SCHIFFER, Repertoire of questions of General International Law before the League of
Nations, Ginebra, 1942; F. P. WALTERS, A History of the League of Nations, vols. 1 y 2, Londres/Nueva
York, 1952; P. DE AZCÁRATE, «La Sociedad de Naciones. Recuerdos y notas sueltas», en ONU, año
XX, Madrid, 1966, pp. 65 ss.; C. PARRY, «League of Nations», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1983, pp. 192 ss.
77. LA CREACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS

a) Las Naciones Unidas se conciben en un primer momento como una coalición


para la guerra, aunque pronto se transforman en un proyecto de paz. Efectivamente,
en el transcurso de la segunda guerra mundial (1939-1945), los países aliados que
combatían contra las potencias del Eje sintieron la necesidad de la creación de una
organización intergubernamental que velase en el futuro por la paz y seguridad
internacionales. Así, en la llamada Declaración de los Aliados de 12 de junio de 1941,
firmada en el Palacio de Saint James de Londres, algunos de esos países dejaron
constancia de la idea de que la única base cierta de una paz duradera radicaba en
la cooperación voluntaria de todos los pueblos libres del mundo, y expresaron el
propósito de trabajar juntos, y con otros pueblos libres, en la guerra y en la paz, para
lograr esos fines. La Declaración de Londres no fue suscrita por la Unión Soviética
ni por los Estados Unidos de América, pero algo más tarde, el 14 de agosto de 1941,
el presidente de este último país, F. D. ROOSEVELT, y el primer ministro británico,
W. CHURCHILL, firmaron en un lugar del océano la denominada Carta del Atlán-
tico, en la cual se enunciaba la idea de que todas las naciones del mundo debían
renunciar al uso de la fuerza, por razones espirituales y prácticas, y, al tiempo que
manifestaban su convicción en la necesidad del desarme, declaraban el propósito
de promover la máxima colaboración entre las naciones en el terreno económico.
El 1 de enero de 1942 se habla ya por vez primera de las Naciones Unidas, en la
Declaración suscrita en Washington por Estados Unidos, Reino Unido y Unión
Soviética; a la Declaración se adhirieron muchos otros Estados.

b) Pero el propósito nítido y expreso de creación de una nueva organización


internacional, las Naciones Unidas, basada en el principio de la igualdad sobe-
rana y con la finalidad de mantener la paz y seguridad internacionales, aparece
por primera vez en la Declaración de Moscú de 30 de octubre de 1943, suscrita por
los ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, Unión Soviética, Reino
Unido y China. El 1 de diciembre del mismo año, el presidente ROOSEVELT de
los Estados Unidos, y los primeros ministros STALIN y CHURCHILL, de la Unión
Soviética y el Reino Unido, respectivamente, reafirmaban en Teherán el contenido
de la Declaración de Moscú.

c) Había que sentar, sin embargo, las bases concretas de la nueva organización
internacional, y a este cometido se entregó la Conferencia reunida en Dumbarton
Oaks (Washington) entre el 21 de agosto y el 28 de septiembre de 1944, con la par-
ticipación de representantes de Estados Unidos, Unión Soviética y Reino Unido; y
entre el 29 de septiembre al 7 de octubre, con la participación de representantes de
Estados Unidos, Reino Unido y China. En la Conferencia se trazaron las grandes
líneas del proyecto, pero no se llegó a un acuerdo sobre la cuestión clave del modo

[739]
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de adopción de decisiones en el Consejo de Seguridad. Esta última y trascendente


cuestión, sin embargo, se resolvió en la Conferencia de Yalta, en la que entre el 3
y 11 de febrero de 1945 participaron ROOSEVELT, STALIN y CHURCHILL; en la
reunión se decidió consagrar la regla de unanimidad entre los miembros perma-
nentes para la adopción de decisiones de fondo en el Consejo de Seguridad, regla
de gran alcance político, incorporada en San Francisco al artículo 27, párrafo 3.º,
de la Carta, y que más adelante examinaremos con cierta profundidad y detalle;
en Yalta se acordó también convocar en la ciudad californiana de San Francisco,
el 25 de abril de 1945, la Conferencia de las Naciones Unidas.

d) La Conferencia de San Francisco se reunió entre los días 25 de abril a 26


de junio de 1945. En ella actuaron como invitantes las cuatro grandes potencias
de Dumbarton Oaks; el resto de Estados representados, hasta 46, lo hicieron en
calidad de invitados. Los documentos de Dumbarton Oaks y de Yalta consti-
tuían la base de las negociaciones, y, si bien fueron numerosas las enmiendas de
las potencias invitadas, los cuatro grandes sólo accedieron a las de importancia
menor; en las cuestiones realmente relevantes, estos últimos lograron con facilidad
imponer sus puntos de vista. El 25 de junio la Carta se adoptó por unanimidad y
fue firmada por todos los participantes al día siguiente, junto con el Estatuto del
Tribunal Internacional de Justicia. Ambos instrumentos entraron en vigor el 24
de octubre del mismo año1. El 24 de octubre se convirtió desde entonces en el día
de las Naciones Unidas.

e) Digamos, por lo demás, que no figura en la Carta disposición alguna sobre


la sede de la organización. Sin embargo, en febrero de 1946, la Asamblea General
decidió fijar aquélla, de manera provisional, en el Estado de Nueva York. En
diciembre de ese año, el mismo órgano acordó establecer la sede permanente en
la ciudad de Nueva York, en terrenos contiguos al East River, entre las calles 42 y
48, donados al efecto por el magnate norteamericano ROCKEFELLER.

1
Sobre la creación de las Naciones Unidas, véase especialmente, entre la amplia bibliografía:
L. KOPELMANAS, L’Organisation des Nations Unies, París, 1947; R. B. RUSSEL, A History of the United
Nations Charter: the Role of the United States, 1940-1945, Washington, 1958; E. M. BORCHARD, «The
Dumbarton Oaks Conference», en A.J.I.L., 1945, pp. 97 ss.; M. PANEBIANCO, Dalla Società delle
Nazioni all O.N.U., Nápoles, 1977; M. A. MARÍN LUNA, «Reflexiones sobre la Conferencia de San
Francisco y la Carta de las Naciones Unidas», en ONU: año XL, Revista de la Facultad de Derecho de
la Universidad Complutense, 1987, pp. 33 ss.; J. A. CARRILLO SALCEDO, «El Derecho Internacional en
1945 y en la inmediata posguerra», en Liber Amicorum. Colección de estudios jurídicos en homenaje al
Profesor Dr. José Pérez Montero, Oviedo, 1988, pp. 187 ss.; Las actas y documentos de la Conferencia
de San Francisco en U.N.C.I.O., Nueva York, 1945-1946.
78. LA CARTA Y SUS REFORMAS

a) La Carta de las Naciones Unidas es un documento de 111 artículos, y de


ella forma parte integrante el Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia, según
dispone el artículo 92 del primer instrumento. Ambos documentos están redacta-
dos en cinco idiomas fehacientes: inglés, español, francés, ruso y chino (art. 111).
Por lo demás, en los años iniciales de vigencia de la Carta y funcionamiento de la
Organización la doctrina se preguntaba si aquel documento era un tratado o una
constitución1. La respuesta, entonces y ahora, no ofrece dudas: estamos ante un
tratado con rango constitucional. Cabe, en efecto, apoyar el carácter constitucional
de la Carta en las siguientes disposiciones: el párrafo 6 del artículo 2, el artículo 103
y los artículos 108 y 109. Además, las líneas generales de la interpretación de la Carta
por el Tribunal Internacional de Justicia confirman su naturaleza constitucional.
Desarrollamos estas afirmaciones en las líneas que siguen.
b) El párrafo 6 del artículo 2 de la Carta dispone que «la Organización hará que
los Estados que no son miembros de las Naciones Unidas se conduzcan de acuerdo
con estos principios en la medida en que sea necesario para mantener la paz y segu-
ridad internacionales». Ello quiere decir que, si un Estado no miembro viola uno
de los principios que se enuncian en el artículo —por ejemplo (p. 4), el relativo a la
prohibición del recurso a la amenaza o al uso de la fuerza—, las Naciones Unidas
podrían tomar contra ese Estado las medidas que se prevén en el capítulo VII de
la Carta, lo que en principio parece atentar contra la idea del efecto relativo de los
tratados2, ya que se estaría imponiendo y exigiendo a un Estado el cumplimiento
de una obligación que no ha asumido convencionalmente. Comentaristas muy
autorizados de la Carta, como ROSS y JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, justificaron aquella
disposición sosteniendo que se trataba de una concepción jurídica sustentada por
una mayoría de Estados representativa de la comunidad internacional, que, de esta
manera, mediante funciones legislativas, engendraría normas generales3. Y es que,
como había dicho el Comité respectivo en la Conferencia de San Francisco:
La Asociación de las Naciones Unidas representa la mayor expresión de la comunidad
jurídica internacional y tiene derecho a actuar de modo que asegure la cooperación efectiva
de los Estados no miembros de ella en la medida necesaria para el mantenimiento de la paz
y seguridad internacionales4.

Es decir, la posibilidad que tiene la Organización de imponer a Estados no


miembros —no partes en el tratado instituyente— el cumplimiento de principios
1
Por ejemplo, A. ROSS, Constitución de las Naciones Unidas, Madrid, 1954, pp. 32 ss.; y E. JIMÉNEZ
DE ARÉCHAGA, Derecho Constitucional de las Naciones Unidas, Madrid, 1958, pp. 621 ss.
2
Véase J. A. PASTOR RIDRUEJO, «Efectos de los acuerdos internacionales respecto a los terceros»,
en R.E.D.I., 1960, vol. XIII, n.º 3, pp. 387 ss.
3
A. ROSS, op. cit. en nota 1, p. 35; E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, op. cit. en nota 1, pp. 63 ss.
4
U.N.C.I.O., vol. 6, p. 722; véase en el mismo sentido la opinión del prof. ROLIN, representante
de Bélgica, ibíd., p. 348.
[741]
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incorporados en la Carta constituye una excepción al principio pacta tertiis nec


nocent nec prosunt; excepción que se explica y justifica porque los grandes principios
de la Carta constituyen la expresión de la opinio iuris generalis de la comunidad
internacional, principios, pues, que tienen carácter constitucional. En nuestros
días, tales principios forman parte del ius cogens internacional, como ya sabemos,
en cuanto exigidos por necesidades mínimas y absolutas de la sociedad interna-
cional, y se puede decir que han sido aceptados por todos los Estados, incluso por
aquellos —escasísimos— que siguen estando fuera de la Organización.
c) El artículo 103 de la Carta dispone por su parte que, «en caso de conflicto
entre las obligaciones contraídas por los miembros de las Naciones Unidas en
virtud de la presente Carta y sus obligaciones contraídas en virtud de cualquier
otro instrumento convencional, prevalecerán las obligaciones impuestas por la
presente Carta». Conviene recordar que, cuando la Convención de Viena de 1969
sobre Derecho de tratados regula en su artículo 30 la cuestión de la aplicación de
tratados sucesivos concernientes a la misma materia, deja a salvo lo dispuesto por
el mencionado artículo 103 de la Carta. Está claro, pues, el superior rango jerár-
quico de la Carta respecto a cualesquiera otros tratados celebrados por los Estados
miembros incluso con Estados no miembros, y ello es una manifestación más del
carácter constitucional de aquélla. Por lo demás, hasta 1992, el artículo 103 había
sido objeto de escasas aplicaciones, limitadas y parciales. Una de esas aplicaciones
es la que hizo el Tribunal de La Haya, en su sentencia de 26 de noviembre de 1984
(caso de las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y contra ella, com-
petencia y admisibilidad de la demanda)5, en apoyo de la primacía del sistema de
solución de controversias establecido por la Carta, incluyendo la propia jurisdic-
ción del Tribunal, sobre el resultante de los acuerdos regionales. Sin embargo, las
ordenanzas dictadas por el Tribunal de La Haya en 14 de abril de 1992 5 bis hacen
una aplicación importante del artículo 103 de la Carta. Solicitadas por Libia, sobre
la base de la Convención de Montreal de 23 de septiembre de 1971, medidas pro-
visionales encaminadas a impedir a Estados Unidos y al Reino Unido la adopción
de medidas que pudieran forzar o impeler a Libia a la entrega de dos nacionales
acusados de terrorismo aéreo, y habiendo decidido la resolución 748 del Consejo de
Seguridad (de 31 de marzo de 1992) sanciones contra Libia, el Tribunal de La Haya
estima que, según el artículo 103 de la Carta, las obligaciones contraídas a su amparo
priman sobre las asumidas por los Estados miembros en virtud de otros acuerdos
internacionales, incluida la Convención de Montreal; y que, consiguientemente,
los derechos reclamados por Libia con apoyo en la Convención de Montreal no
pueden prevalecer sobre la resolución 748 del Consejo de Seguridad, basada en las
disposiciones de la Carta. El Tribunal denegó las medidas provisionales.
d) Nos ocupamos ahora del régimen de las reformas de la Carta, en el que,
como vamos a explicar, subyace claramente la consideración de su carácter
5
CIJ, Recueil, 1984, pp. 192 ss.
5 bis
En el asunto Cuestiones de interpretación y aplicación de la Convención de Montreal de 1971
resultantes del incidente aéreo de Lockerbie. Solicitud de indicación de medidas provisionales, CIJ,
Recueil, 1992.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,78] 743

constitucional. El artículo 108 contempla el supuesto que pudiera calificarse de


ordinario, es decir, de reformas puntuales, adoptadas por la Asamblea General;
por su parte, el artículo 109 toma en consideración las reformas de mayor alcance,
constitutivas de una revisión de la Carta, que se aprueban en una Conferencia
General de los Estados miembros.
Efectivamente, el artículo 108 exige para la entrada en vigor del primer tipo de
reformas su adopción por el voto de dos tercios de los miembros de la Asamblea
General y su ratificación por las dos terceras partes de los Estados miembros,
incluyendo a todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Este
último inciso pone de manifiesto el carácter aristocrático del sistema, puesto
que los Estados con asiento permanente en el Consejo tienen derecho de veto;
ninguna reforma puede entrar en vigor sin su asentimiento. En todo caso, una
enmienda no aprobada por un miembro no permanente del Consejo y no rati-
ficada por él, adoptada por dos terceras partes y ratificada por dos tercios de
los Estados miembros, incluyendo a los miembros permanentes del Consejo,
es efectiva para aquel Estado. En las condiciones expuestas, pues, la mayoría
puede imponer una reforma a la minoría discrepante; estamos, por tanto, ante
un procedimiento de naturaleza legislativa que pone de relieve, una vez más, el
carácter constitucional de la Carta6. Por lo demás, en la vida de la Organiza-
ción han sido escasas las reformas introducidas al amparo del artículo 108 de la
Carta. Sin perjuicio de estudiarlas en los lugares oportunos, adelantemos ahora
que son las siguientes: artículo 23 (aumento a quince del número de miembros
del Consejo de Seguridad), artículo 27 (fijación de un quórum de 9 miembros
en el Consejo para la adopción de decisiones), artículo 61 (ampliación por dos
veces del número de miembros del Consejo Económico y Social), y párrafo 1
del artículo 109 (elevación a nueve del número de miembros del Consejo para
aprobar la celebración de la Conferencia General de Revisión)7.
En lo que concierne a la revisión de la Carta por una Conferencia General de
los Estados miembros, el artículo 109 exige que la fecha y lugar de la reunión se
determinen por el voto de dos terceras partes de los miembros de la Asamblea
General y de cualesquiera nueve miembros del Consejo de Seguridad. Es decir,
para la celebración de la Conferencia los miembros permanentes de este último
órgano no poseen derecho de veto, aunque sí lo tienen para la entrada en vigor
de las modificaciones adoptadas, que necesita la ratificación de dos tercios de los
Estados miembros con inclusión en esa mayoría de todos los miembros permanen-
tes del Consejo. Por ello, y aun cuando en la Conferencia de Revisión cada Estado
miembro disponga de un voto, el sistema es, de nuevo, aristocrático; la revisión
de la Carta puede ser vetada por cualquier miembro permanente del Consejo. En
todo caso, tratándose de Estados no miembros permanentes de ese órgano que

6
A. ROSS, op. cit. en nota 1, p. 38; E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA op. cit. en nota 1, p. 629. Sobre la
cuestión, véase, en general, E. GIRAUD, «La Révision de la Charte des Nations Unies», en R. des C.,
1956-II, vol. 90, pp. 311 ss.; J. NISSOT, «La Révisión de la Charte des Nations Unies», en R.B.D.I.,
1965, pp. 369 ss.; del mismo autor, «Les Amendements à la Charte des Nationes Unies et leur mise
en oeuvre», en R.B.D.I., 1966, pp. 321 ss.; y C. ECONOMIDES, «La Révision de la Charte des Nations
Unies», en Révue Hellénique de Droit International, 1977, pp. 20 ss.
7
Resoluciones 1.991 A y B (XVIII), 2.101 (XX) y 2.847 (XXVI) de la Asamblea General.
744 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

discrepasen, quedan vinculados a la decisión de la mayoría, por lo que estamos


nuevamente ante una manifestación del carácter constitucional de la Carta.
El párrafo 3 del artículo 109 prevé que, si la Conferencia de Revisión no se
hubiere celebrado antes de la décima reunión anual de la Asamblea, la propuesta
de convocatoria de aquélla será incluida en el orden del día de esa reunión y la
Conferencia se celebrará si así lo decide la mayoría de Estados miembros de la
Asamblea y nueve miembros cualesquiera del Consejo de Seguridad.
Éstas son las disposiciones de la Carta sobre la Conferencia de Revisión. Y hay que
señalar desde el punto de vista político que esas previsiones han sido invocadas por
los Estados que pretenden eliminar el derecho de veto de los miembros permanentes
del Consejo, postura que choca obviamente con la actitud de esos miembros. Esta
circunstancia y el hecho de que los propios miembros permanentes puedan vetar los
resultados de la Conferencia están en la clave de las dificultades con que tropieza su
celebración. Evocada la cuestión muy tempranamente, en el primer período de sesiones
de la Asamblea General (1946), sólo por resolución de 21 de noviembre de 1955, la
992 (X), se tomaría la decisión de celebrar «oportunamente» la Conferencia, a cuyo
efecto se preveía la institución de un Comité de Preparativos, que se creó de manera
efectiva en 1957; la labor del Comité en los años sucesivos fue precaria, y desde 1967
no se ha vuelto a reunir. Pero por su resolución 3.499 (XXX), de 15 de diciembre de
1975, la Asamblea General creó el llamado «Comité Especial de la Carta y del For-
talecimiento del Papel de la Organización», en el que se examinan distintos aspectos
del funcionamiento de la Organización en general y de la Carta en particular. Este
último Comité tiene composición restringida, y hasta el momento hay que registrar
como resultado más significativo la presentación de un buen número de propuestas
y sugerencias inspiradas por la preocupación de los Estados en desarrollo de desem-
peñar un papel mayor en la Organización y que ésta se convierta en motor del Nuevo
Orden Económico Internacional. Las propuestas tendentes a la reforma de la Carta
son menos numerosas, y entre ellas destaca la presentada en 1980 por quince Estados
en desarrollo para poner en pie de igualdad al Consejo de Seguridad y la Asamblea en
materia de mantenimiento de la paz y para hacer del Consejo Económico y Social un
órgano plenario8. Señalemos por fin que la resolución 47/62, adoptada por la Asam-
blea General el 11 de diciembre de 1992, ha abierto a la discusión el tema sensible y
crucial de la reforma de la composición del Consejo de Seguridad, como veremos al
estudiar este último órgano.

e) Procedimientos rígidos en todo caso los establecidos en la Carta para su


reforma y revisión. Pero esta rigidez no ha sido obstáculo a que, en su más de
sesenta años de funcionamiento, la Organización haya experimentado profundas
transformaciones al compás de la también honda evolución de la sociedad inter-
nacional, cambios que afectan incluso a la manera como perciben los Estados
miembros los fines y funciones de las Naciones Unidas. Estas consideraciones
hacen ineludible un análisis de aquellas transformaciones que, de la mano maestra
del profesor CARRILLO SALCEDO, emprenderemos en el apartado siguiente, sin
8
Véase A. VIÑALS CASAS, «El Comité Especial de la Carta de las Naciones Unidas y del Fortale-
cimiento del Papel de la Organización», R.E.D.I., 1981-1, pp. 101 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,78] 745

perjuicio de que en cada tema en particular tengamos que dejar constancia de los
cambios acaecidos.

f) En fin, la interpretación que de la Carta ha hecho el Tribunal Internacional


de Justicia pone de relieve asimismo su naturaleza constitucional, especialmente
por lo que se refiere a la doctrina de los poderes implícitos. Efectivamente, desde
la histórica sentencia del juez MARSHALL de 1819 la Constitución de los Estados
Unidos se interpreta en el sentido de que «si el fin es legítimo, si cae dentro de la
órbita de la Constitución, entonces todos los medios que sean apropiados, que sean
claramente adecuados para ese fin y que no estén prohibidos, sino de acuerdo con
la letra y el espíritu de la Constitución, serán medios constitucionales»9. Es ésta la
esencia de la doctrina de los poderes implícitos. Pues bien, el Tribunal Internacional
de Justicia ha hecho amplio uso de esa doctrina al interpretar la Carta de las Nacio-
nes Unidas, con lo que está reconociendo claramente su carácter constitucional.
Así, en el dictamen de 11 de abril de 1949 en el caso de daños sufridos al servicio
de las Naciones Unidas, ya estudiado en otro lugar, el Tribunal reconoció perso-
nalidad internacional y capacidad de obrar erga omnes a la Organización porque
sus miembros «al asignarle ciertas funciones, con los deberes y responsabilidades
que les acompañan, la han revestido de la competencia necesaria para permitirle
cumplir efectivamente esas funciones»10. Del mismo modo, en su dictamen de 13
de julio de 1954 sobre los efectos de las sentencias del Tribunal Administrativo de
las Naciones Unidas, el Tribunal de La Haya afirmó que «el poder de crear un
tribunal encargado de hacer justicia entre la Organización y los funcionarios era
esencial para asegurar el buen funcionamiento de la Secretaría y para dar efecto
a la consideración dominante de la necesidad de asegurar las más altas calidades
de trabajo, competencia e integridad. La necesidad para ello está necesariamente
implícita en la Carta»11. Y en el dictamen de 20 de julio de 1962 sobre ciertos gastos
de las Naciones Unidas, y a fin de determinar si ciertos gastos de la Organización
en acciones militares sin naturaleza coercitiva eran de los incluidos en el artículo
17 de la Carta y debían ser sufragados por los Estados miembros en la propor-
ción que determinase la Asamblea General, el Tribunal atendió al hecho de que
aquéllos habían sido efectuados para la consecución de alguno de los fines de la
Organización; el Tribunal consideró por ello que los gastos de las Fuerzas de las
Naciones Unidas en el Oriente Medio (FUNU) y por las Fuerzas de las Naciones
Unidas en el Congo (FUNUC), al haber sido ordenados por la Asamblea para el
cumplimiento de los fines de la Organización, eran gastos en el sentido del artículo
17 de la Carta12.

g) La Carta de las Naciones Unidas ofrece, pues, manifestaciones claramente


constitucionales: carácter legislativo de sus disposiciones normativas, oponibles
por tanto a Estados no miembros; rango jerárquico superior respecto a otros

9
Chief Justice MARSHALL, en McCulloch versus Md. (1819), y Wheat, 316.
10
CIJ, Recueil, 1949, p. 178. Véanse apartados 8.8 y 74.
11
CIJ, Recueil, 1954, p. 58.
12
CIJ, Recueil, 1962, pp. 162 ss.
746 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

tratados; procedimiento de revisión; e interpretación conforme a la doctrina de


las competencias implícitas. Claro que estas manifestaciones no deben llevar a
una completa asimilación de la Carta a las Constituciones estatales. Asentadas
estas últimas en grupos políticos institucionalizados, y constituyendo la sociedad
internacional un grupo social básicamente descentralizado, toda comparación
entre la Carta y las constituciones de los Estados debe tener en cuenta esas dife-
rencias so pena de llevar a resultados distorsionantes. Ello no es obstáculo, sin
embargo, a la consideración de la Carta como el único intento posible hoy por
hoy de organización de la sociedad internacional a escala universal. El carácter
constitucional de la Carta hay que entenderlo en el sentido de nuestra disciplina y
en el contexto de la sociedad internacional, que es básicamente descentralizada. Y
conviene recordar aquí los análisis del epígrafe primero de este libro, cuando nos
ocupábamos del carácter problemático del Derecho Internacional: ni la Asamblea
General —el órgano plenario y deliberante de la Organización— desempeña fun-
ciones comparables a las de los parlamentos nacionales, ni el Consejo de Seguridad
—el órgano investido de la responsabilidad principal para el mantenimiento de la
paz y seguridad internacionales— tiene o ejerce poderes que se puedan equiparar
a los de los gobiernos estatales; ni el Tribunal Internacional de Justicia posee la
jurisdicción obligatoria propia de los poderes judiciales nacionales. En todo caso,
el repetido carácter constitucional de la Carta exige partir de sus disposiciones
para el estudio de la Organización. Pero, y es importante señalarlo, el análisis de
sus artículos no debe consistir en una exégesis estática y formal13; si estudios de esa
naturaleza pudieron ser de utilidad en el momento de su entrada en vigor, darían
hoy una imagen deformada e irreal de las Naciones Unidas. A la altura de nuestro
tiempo y dotados ya de la suficiente perspectiva histórica, la lectura de aquel ins-
trumento ha de ser forzosamente dinámica y debe tener muy en cuenta la evolución
de la sociedad internacional desde 1945 hasta nuestros días, así como la profunda
evolución que ha experimentado la Organización al compás de aquélla14. Antes,
pues, del estudio de sus aspectos más relevantes, nos parece ineludible trazar las
grandes líneas de las transformaciones operadas en el seno de las Naciones Unidas.

13
Por ejemplo, la obra de H. KELSEN, The Law of the United Nations. A Critical Analysis of its
Fundamental Problems, Londres, 1951, y la de M. BENTWICH y A. MARTIN, A Commentary on the
Charter of the United Nations, Londres, 1951.
14
Véase J. P. COT y A. PELLET, La Charte des Nations Unies, «Avant-propos», París, 1985, pp. XI ss.
79. LAS TRANSFORMACIONES DE LAS NACIONES UNIDAS

a) Siendo las Naciones Unidas la organización política general de la sociedad


internacional y poseyendo vocación de universalidad y composición cuasiuniversal,
es lógico que los cambios acaecidos en aquella sociedad desde 1945 hasta nuestros
días hayan ejercido un profundo impacto en la Organización. Cambios que vamos
a examinar sirviéndonos de las líneas generales de la certera y lúcida interpretación
que hizo entre nosotros el profesor CARRILLO SALCEDO1.

b) En la Conferencia de San Francisco, dice el citado profesor, tres grandes


compromisos políticos hicieron posible el nacimiento de la Organización y queda-
ron plasmados en la Carta, a saber: 1) el papel predominante y la responsabilidad
primordial de las grandes potencias en el mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales, y de ahí el derecho de veto de los miembros permanentes en el
Consejo de Seguridad; 2) el compromiso de que, respecto a la cooperación inter-
nacional en el terreno económico y social, se establecía una clara división del
trabajo, en el sentido de que las competencias sustantivas quedaban confiadas a
organismos especializados relacionados con las Naciones Unidas, aunque distintos
de ellas, mientras que a la Organización se atribuía en este campo competencias
de estudio, promoción y coordinación; y 3) en cuanto a los pueblos y territorios
sometidos a dominación colonial, consagración de un delicado equilibrio entre las
aspiraciones a la independencia y los intereses estratégicos, políticos y económicos
de las potencias coloniales. Pues bien, de estos tres compromisos, hoy sólo pervive
el primero; los dos restantes han sido barridos por los cambios experimentados
en la sociedad internacional y en las Naciones Unidas. Y ello permite dividir la
historia de la Organización en tres etapas, cada una de ellas dominada por una
idea-eje y presidida, por tanto, por una determinada concepción de aquélla y de
sus organismos especializados, bien entendido que ninguna de esas tres fases tiene
límites rígidos y ha supuesto una transformación radical; no hay, pues, varias
Naciones Unidas diferentes en la historia, sino un sistema cambiante y dinámico,
cada vez más complejo. Realmente, cada etapa expresa matices distintos en la
percepción de los objetivos, funciones y fines que los Estados miembros asignan
a las Naciones Unidas sobre la base de la Carta y los tratados fundacionales de
los organismos especializados. La primera fase es la de la guerra fría, la segunda
es la de la descolonización, y en la tercera asistimos a una nueva percepción de los
fines y funciones de la Organización.

c) La primera etapa de la vida de la Organización, que el profesor CARRILLO


SALCEDO llama de la guerra fría, estuvo dominada por el enfrentamiento bipolar

1
J. A. CARRILLO SALCEDO, «Las Naciones Unidas entre 1945 y 1986», en ONU: año XL, Revista de
la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, vol. 13, Madrid, 1987, pp. 11 ss. Véase también
del mismo autor, Textos básicos de las Naciones Unidas, Estudio preliminar, Madrid, 1982, pp. 9 ss.,
y La crisis constitucional de las Naciones Unidas, Madrid, 1966.

[747]
748 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

entre las dos superpotencias, Estados Unidos y Unión Soviética2. Es indudable que al
principio el centro de gravedad de la Organización estuvo en el Consejo de Seguridad,
que se vio, sin embargo, frecuentemente paralizado por el ejercicio del derecho de veto
del miembro que a la sazón se sentía en minoría, la Unión Soviética; tal paralización
produjo dificultades y retrasos importantes en la admisión de nuevos miembros, como
veremos en el apartado siguiente, y repercutió de manera negativa en la puesta en
marcha del sistema de seguridad colectiva establecido en el capítulo VII de la Carta.
Pero la inviabilidad de este sistema motivó el intento de sustituir el Consejo de Segu-
ridad por la Asamblea General, es decir, de cambiar el centro de gravedad política de
la Organización que se pretendía residiese en el futuro en un órgano, la Asamblea,
en el que no existe el derecho de veto. La manifestación culminante de este intento
la encontramos en la resolución 377 (V), adoptada por la Asamblea General el día 3
de noviembre de 1950, llamada «Unidos para la paz». Y conviene señalar que hay en
esta resolución un hondo cambio de uno de los supuestos políticos de la Conferencia
de San Francisco; si en ésta, de acuerdo con el compromiso alcanzado en Yalta, se
instauró el principio de unanimidad entre los miembros permanentes del Consejo
para la puesta en práctica del mecanismo de seguridad colectiva del capítulo VII de
la Carta, lo que significaba que el sistema no fuese de aplicación en los conflictos en
que aquellos miembros estuviesen directamente enfrentados, la resolución de 1950
comportaba la posibilidad de una acción decidida por la Asamblea General a falta
de aquella unanimidad (por ejercicio del derecho de veto). La resolución «Unidos
para la paz» suponía, pues, una ruptura de los equilibrios institucionales previstos
en San Francisco y, con el transcurso del tiempo, provocó una grave crisis política,
institucional y jurídica con motivo del abono de los gastos desencadenados por las
operaciones preventivas de la paz que había decidido la Asamblea General, y de
la que sólo se salió en 1965 por un compromiso de carácter político. Pero es que,
además, aquellas operaciones hicieron adquirir una relevancia y un protagonismo
estructural al Secretario General de la Organización, ya que, al ser la Asamblea un
órgano plenario y deliberante, resultaba poco idónea para el desempeño de fun-
ciones ejecutivas; competencias que iban más allá de las atribuidas por la Carta al
Secretario General. En fin, del compromiso de 1965 resultaron dos consecuencias:
de un lado, la reafirmación de la idea de que la responsabilidad primordial en el
mantenimiento de la paz y seguridad internacionales correspondía al Consejo de
Seguridad y no a la Asamblea General o al Secretario General; de otro, el abandono
de la idea de organizar un sistema de seguridad colectiva, para intentar, en cambio,
una nueva misión de la Organización, la de servir de instancia de amortiguamiento
de las crisis internacionales a través de operaciones preventivas —y no propiamente
coercitivas— del mantenimiento de la paz; operaciones que, por tanto, ya no tendrán
su fundamento jurídico en el capítulo VII de la Carta, puesto que no pretenden la
imposición de sanciones, sino que consisten tan sólo en una acción pacificadora y
preventiva de las Naciones Unidas en las crisis internacionales. Resulta así que, en
la práctica, el Consejo de Seguridad no está desempeñando las funciones coercitivas
que le asigna el repetido capítulo VII, sino que aparece fundamentalmente como

2
Véase apartado 4.3.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,79] 749

un órgano para la negociación y acción preventiva en aquellas crisis internacio-


nales —que no son todas— planteadas ante la Organización. Y ese abandono del
esquema de la seguridad colectiva explica igualmente el desarrollo de las alianzas
institucionalizadas al amparo del derecho de legítima defensa colectiva consagrado
en el artículo 51 de la Carta, así como la desaparición de hecho de la primacía del
Consejo de Seguridad respecto a los acuerdos y organismos regionales de seguridad
enunciada en el capítulo VII.

d) Al decir del profesor CARRILLO, una segunda etapa en la historia del funcio-
namiento de las Naciones Unidas es la de la descolonización como idea-eje, y en la
que sus grandes hitos son el 14 de diciembre de 1960, cuando la Asamblea General
adopta la resolución 1.514 (XV) sobre la concesión de independencia a los países y
a los pueblos coloniales, y el 24 de octubre de 1970, cuando en la resolución 2.625
(XXV) incorpora el principio de la igualdad de derechos y libre determinación de
los pueblos a los principios de Derecho Internacional sobre las relaciones de amis-
tad y cooperación entre los Estados de conformidad con la Carta de las Naciones
Unidas3. Y es lo cierto que admitidos en 1960 dieciséis Estados africanos, lo que
facilitó la adopción de la resolución 1.514 (XV), la descolonización fue adquiriendo
una velocidad progresiva y, sobre todo, un título de legitimidad, contribuyendo en
definitiva a la universalización de la sociedad internacional. En 1970 la Organización
se componía de 125 Estados y hoy de 191, y bien entendido que ese número no sólo
supone un aumento cuantitativo, sino que tiene sobre todo una significación cualita-
tiva porque las Naciones Unidas no reflejan ya una concepción europea occidental de
las relaciones internacionales, sino una propiamente universal. Todo ello supuso la
necesidad de aumentar la composición de órganos importantes, como el Consejo de
Seguridad y el Consejo Económico y Social, y la reducción de la importancia de este
último órgano, así como la pérdida de importancia del Consejo de Administración
Fiduciaria, al quedar progresivamente desplazado por otro órgano, el Comité especial
encargado de examinar la situación con respecto a la Declaración sobre concesión de
la independencia a los países y pueblos coloniales, creado por la Asamblea General
en 1961. Y el proceso de universalización de las Naciones Unidas determinó el desa-
rrollo y consolidación de grupos de Estados en el seno de aquélla, como los grupos
geográficos (África, América Latina, Europa Occidental y otros, y Europa oriental),
de gran importancia para el intercambio de información y para la designación de
candidatos a órganos en cuya composición es relevante el criterio de la distribución
geográfica equitativa; grupos políticos, como los de la OTAN, Pacto de Varsovia y
Países no alineados; grupos basados en la conciencia de intereses comunes, como el
Grupo de los 77, integrado hoy por 125 Estados en desarrollo; y grupos fundamen-
tados en acuerdos y organizaciones de cooperación económica preexistentes, como
la Comunidad Económica Europea y otros4.

e) En la interpretación del profesor CARRILLO SALCEDO, la tercera etapa es


la determinada por una nueva percepción de los fines y funciones de las Naciones

3
Véase apartado 27.
4
Véase apartado 72.
750 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Unidas. La etapa se inicia realmente en la década de los años setenta y está presi-
dida por dos ideas-eje que, aun teniendo sus raíces en años anteriores, alcanzan
su mayor auge en la década citada. La primera idea-eje es la responsabilidad de
la Organización en la puesta en marcha de actividades operacionales tanto en
lo que respecta al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales como a
la consecución del objetivo común del desarrollo; la segunda consiste en la res-
ponsabilidad de las Naciones Unidas respecto al planteamiento de problemas
globales que afectan a la comunidad internacional en su conjunto. Efectivamente,
a partir de la década de los años setenta, el hecho de que la mayor parte de los
miembros sean Estados en desarrollo comportó la consecuencia de que la paz
dejara de concebirse desde el punto de vista casi exclusivo de la seguridad para ser
entendida sobre todo en función del desarrollo como empresa y objetivo común
de la humanidad. La nueva mayoría africana, asiática y latinoamericana tiende
a una nueva lectura de la Carta en que el énfasis ya no se pone en la seguridad,
sino en la definición de reglas internacionales orientadas hacia el desarrollo y en la
instauración de mecanismos institucionales encaminados a promover ese objetivo;
además aquellos Estados utilizan la Organización para el planteamiento y deba-
te de los grandes problemas globales que afectan a la comunidad internacional
en su conjunto, con el decidido propósito de hacer de las Naciones Unidas una
instancia de legitimación colectiva de sus exigencias y aspiraciones de cambio y
una especie de infraestructura institucional de aquella comunidad. Los nuevos
planteamientos han incidido en el plano normativo y en el institucional, siendo
de destacar en este último la tendencia a una progresiva centralización porque los
Estados en desarrollo, que cuentan con la mayoría automática en la Asamblea
General al ser democrático el sistema de adopción de decisiones, prefieren lógi-
camente ese foro al de los organismos especializados, en que el método de toma
de decisiones se basa en ocasiones en el voto ponderado.

f) El desmoronamiento de la escisión Este-Oeste y la consiguiente distensión


de la sociedad internacional no han podido menos que repercutir en la evolución de
las Naciones Unidas, particularmente por lo que se refiere al mantenimiento de la
paz y seguridad internacionales. De una parte, como veremos, se han intensificado,
mejorado y diversificado en términos generales las acciones preventivas, es decir,
las llamadas operaciones de mantenimiento de la paz. De otro lado, parecieron
mejorar en el inicio de la década de los noventa las posibilidades de las Naciones
Unidas para mantener la paz y seguridad internacionales. Justamente en esta
óptica hay que situar la resolución 678 del Consejo de Seguridad —adoptada el 29
de noviembre de 1990 con el voto favorable de la Unión Soviética y la abstención
china—, que autorizó a los Estados miembros el uso de la fuerza para devolver el
territorio de Kuwait a su soberanía primitiva. Pese a alguna connotación negativa,
esa resolución hizo nacer ilusiones en importantes sectores de opinión de que, final-
mente, la Organización Mundial estaba en condiciones de velar eficazmente por el
mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. En 1991 el primer presidente
BUSH habló incluso de un Nuevo Orden Mundial. Pero mediada la década de los
noventa esas ilusiones se vieron cruel y duramente defraudadas porque, en virtud
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,79] 751

de las razones que expondremos en el apartado 82.2, las Naciones Unidas fueron
incapaces de salvaguardar o imponer la paz en la República de Bosnia-Herzegovina
y en otras partes del mundo. En este contexto lo novedoso no es, pues, el orden
sino el desorden mundial.
Añádase a todo esto la marginación del Consejo de Seguridad en relación con
el uso de la fuerza desplegado por fuerzas de la OTAN en la primavera de 1999; la
acción armada puesta en marcha en Afganistán tras los atentados del 11 de septiem-
bre de 1991, presentada ciertamente como un supuesto de ejercicio de la defensa
preventiva, pero sin cobertura de una resolución del Consejo; la intervención bélica
en Irak en la primavera de 2003, nuevamente sin la autorización del Consejo de
Seguridad; la inacción del Consejo ante la invasión armada de parte del territorio
del norte de Georgia por Rusia en agosto de 2008; y su altamente insatisfactoria
reacción con ocasión de la respuesta armada de Israel a los ataques terroristas de
Hamás en los días postreros de 2008 y los iniciales de 2009. En suma, en la cuestión
capital de la prohibición de la guerra, la autoridad y credibilidad de las Naciones
Unidas había alcanzado en el inicio del siglo y del milenio las cotas más bajas
imaginables, aunque la acción desplegada contra la Libia del coronel Gadafi en
virtud de la resolución del Consejo de Seguridad de 17 de marzo de 2011 permite
abrigar pese a todas sus limitaciones esperanzas de una mayor implicación de la
organización en el mantenimiento de la paz. El desorden mundial es con todo una
triste realidad. Si la filosofía política básica de la Organización es el multilateralis-
mo, la preferencia por el unilateralismo que han mostrado últimamente las altas
autoridades de los Estados Unidos de América en el campo de la paz y seguridad
internacionales implica una herida gravísima e inquietante a esa filosofía. Espe-
remos que la administración demócrata elegida en el otoño de 2008 vuelva por
los cauces del multilateralismo, es decir, por los sanos principios que inspiraron
en 1945 la creación de las Naciones Unidas. El apoyo de los Estados Unidos a la
citada resolución del Consejo de 17 de marzo de 2011 es un indicio de la voluntad
de retorno al multilateralismo.

g) Éstas son, pues, las grandes líneas de la evolución de las Naciones Unidas
entre 1945 y nuestros días. Líneas que nos ha parecido necesario trazar en su con-
junto previamente al examen de las disposiciones de la Carta con relación a temas
particulares, porque, como ya dijimos, el instrumento de San Francisco debe ser
objeto hoy de una lectura dinámica, so pena de presentar a la Organización como
algo muy distinto a lo que realmente es y significa en el mundo actual. En cualquier
caso, los hondos cambios acaecidos en la Comunidad Internacional desde 1945
requieren modificaciones importantes en las Naciones Unidas, como se ha puesto
de relieve en el documento final de la Cumbre Mundial del año 2005.
80. MIEMBROS

a) Las Naciones Unidas constituyen una organización internacional en senti-


do propio, es decir, de carácter interestatal o intergubernamental1; sus miembros,
por tanto, son Estados soberanos. Estamos, de otro lado, ante una organización
internacional con vocación manifiesta de universalidad y basada, por tanto, en
el principio de inclusión2; sus propósitos y principios, que examinaremos más
adelante, determinan esa vocación y esa característica. De ahí que la Carta, aun
señalando el carácter originario de determinados miembros, establezca la posibi-
lidad de admisión de otros Estados, los llamados miembros admitidos.

b) Respecto a los miembros originarios, dice el artículo 3 de la Carta:


Son miembros originarios de las Naciones Unidas los Estados que, habiendo participado
en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional celebrada en San
Francisco, o que habiendo firmado previamente la Declaración de las Naciones Unidas de
1.º de enero de 1942, suscriban esta Carta y la ratifiquen de conformidad con el artículo 110.

Así pues, lo que determina fundamentalmente el carácter de miembro originario


es la participación en la Conferencia de San Francisco. Mas para salvar el carácter
de miembro originario de Polonia, que no pudo participar en esa conferencia por-
que tenía dos Gobiernos en el momento de su celebración, se incluyó la mención a
la Declaración de las Naciones Unidas de 1 de enero de 1942, que sí había firmado
Polonia. Señalemos que los miembros originarios alcanzaron la cifra de 51.

c) Pero la Carta de las Naciones Unidas tuvo en cuenta también la posibilidad


de participación en la organización de miembros admitidos, y en este sentido su
artículo 4 establece los requisitos sustantivos y procesales de la admisión3.
A los requisitos sustantivos se refiere el párrafo 1 del artículo 4, así redactado:
Podrán ser Miembros de las Naciones Unidas todos los demás Estados amantes de la paz
que acepten las obligaciones consignadas en esta Carta y que, a juicio de la Organización,
estén capacitados para cumplir dichas obligaciones y se hallen dispuestos a hacerlo.

Se trata, pues, de cinco requisitos sustantivos, a saber: 1) ser Estado; 2) ser


amante de la paz; 3) aceptar las obligaciones de la Carta; 4) estar capacitado para
cumplir dichas obligaciones; 5) estar dispuesto a cumplirlas. Pero, en los primeros
años de funcionamiento de la Organización —período álgido de la guerra fría—,

1
Véase apartado 69.1.
2
Véase apartado 70.
3
Sobre la admisión de miembros: G. BERLIA, «Admission d’un Etat aux Nations Unies», en
R.G.D.I.P., 1949, pp. 481 ss.; N. FEINBERG, «L’admission de nouveaux membres a la Societé des
Nations et à l’Organisation des Nations Unies», en R. des C., vol. 80, 1952, pp. 293 ss.; E. GIRAUD,
«Admisión de nuevos miembros en las Naciones Unidas», en R.E.D.I., 1956, pp. 11 ss.

[752]
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,80] 753

algunos Estados miembros originarios pretendieron subordinar su voto respecto a


la admisión de otros Estados a requisitos distintos de los enumerados en el párrafo
1 del artículo 4. Así, la Unión Soviética condicionaba su voto favorable a la exis-
tencia de relaciones diplomáticas con el Estado candidato; y, de otro lado, tanto
la Unión Soviética como los Estados Unidos hacían depender su voto del hecho
de que la superpotencia antagónica diera el voto favorable a la candidatura auspi-
ciada por cada uno de ellos. Concretamente, la Unión Soviética estaba dispuesta
a no vetar la admisión de Italia si los Estados Unidos no vetaban la de Rumania,
Bulgaria, Hungría y Finlandia. Se llegó así a una situación de verdadero impasse,
denominada «querella de las admisiones». La cuestión era eminentemente política,
aunque no por ello dejaba de envolver aspectos jurídicos —la interpretación del
párrafo 1 del artículo 4 de la Carta—, por lo que la Asamblea General, por resolu-
ción de 17 de noviembre de 1947, decidió pedir dictamen al Tribunal Internacional
de Justicia sobre si un Estado miembro, a la hora de emitir el voto de admisión
de un candidato, tenía título jurídico para hacer depender su consentimiento de
condiciones no previstas en el párrafo 1.º del mencionado artículo 4. El Tribunal,
en su dictamen de 28 de mayo de 1948, entendió que las condiciones enunciadas
por ese precepto de la Carta debían ser consideradas, a la luz del sentido natural
de sus términos, no sólo como necesarias, sino también como suficientes, aunque
reconoció que era posible tomar en cuenta cualquier factor que pudiera ser conec-
tado razonablemente y de buena fe a alguna de aquellas condiciones4.
En cuanto a los requisitos procesales para la admisión de nuevos miembros,
dispone el párrafo 2 del artículo 4 de la Carta:
La admisión de tales Estados como Miembros de las Naciones Unidas se efectuará por
decisión de la Asamblea General a recomendación del Consejo de Seguridad.

Por su parte, el párrafo 2 del artículo 18 establece expresamente que la decisión


de la Asamblea ha de adoptarse por el voto de una mayoría de dos tercios de los
miembros presentes y votantes, y del artículo 27 se desprende que la recomenda-
ción del Consejo —en tanto que decisión sobre cuestión no procedimental— es
susceptible del veto de cualquiera de los miembros permanentes.
Pues bien, en los primeros años de funcionamiento de la Organización —época
álgida de la guerra fría— se planteó la cuestión de si la recomendación del Consejo
debía ser forzosamente positiva —es decir, favorable a la admisión del Estado
candidato— o si bastaba cualquier tipo de recomendación, positiva o negativa.
La cuestión tenía claras repercusiones políticas, pues considerar que era suficien-
te para la admisión de un Estado cualquier tipo de recomendación del Consejo,
incluso la desfavorable, suponía excluir en la materia la posibilidad del ejercicio
del veto de un miembro permanente del Consejo. Pero la cuestión era también
jurídica, puesto que en último análisis implicaba la interpretación del párrafo 2
del artículo 4. Por ello, y en virtud de resolución de 22 de noviembre de 1949, la

4
CIJ, Recueil, 1948, pp. 57 ss. Véase L. GARCÍA ARIAS, «El primer dictamen del Tribunal Inter-
nacional de Justicia: Las condiciones de admisión de un Estado como nuevo miembro de la ONU»,
en R.E.D.I., 1949, pp. 145 ss.
754 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Asamblea decidió solicitar opinión al Tribunal Internacional de Justicia, y éste,


en dictamen de 3 de marzo de 1950, apoyándose en el sentido natural del texto
y en la economía de la Carta, entendió que la recomendación del Consejo debía
ser favorable5, lo que suponía reconocer la existencia del derecho de veto de los
miembros permanentes.

c) La incipiente distensión entre las superpotencias operada en la mitad de


la década de los años cincuenta motivó que se superara el impasse del que hemos
hablado en las líneas precedentes, y así, el 14 de diciembre de 1955, durante el déci-
mo período de sesiones de la Asamblea General, fueron admitidos dieciséis nuevos
Estados de uno y otro bloque, entre ellos España. En 1956, entró en la Organización
Japón, después del acuerdo de paz entre este país y la Unión Soviética. En los años
siguientes continuó el goteo de admisiones, y la década de los años sesenta conoció la
entrada masiva de los Estados de reciente independencia. Hito a señalar es también
1973, año en que acceden a la Organización la República Federal de Alemania y
la República Democrática Alemana. Los acontecimientos resultantes del fin de la
bipolaridad y de la consolidación del proceso de distensión aceleraron el proceso
de admisiones y, así, en el cuadragésimo sexto período de sesiones de la Asamblea
General (1991) entran a formar parte de las Naciones Unidas las dos Coreas y las
Repúblicas Bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) independizadas de la Unión
Soviética en agosto de ese año. También son admitidos dos pequeños Estados
isleños del Pacífico (Micronesia y las Islas Marshall). A esto hay que añadir que a
primeros de 1992 la República de la Federación Rusa es considerada continuadora
de la condición de miembro de la extinta Unión Soviética. Ucrania y Bielorusia
(ahora Belarus) ya eran miembros desde el origen de las Naciones Unidas y no han
necesitado ser admitidas. Habiendo entrado después los Estados desgajados de
las antiguas Unión Soviética y Yugoslavia, más algunos otros Estados (entre ellos
Andorra en el otoño de 1993), la República Federal de Yugoslavia (llamada Serbia
y Montenegro) en 2000, Timor Oriental y Suiza6 en 2002, Montenegro tras indepen-
dizarse de Serbia en 2006, y Sudán del Sur, escindido de Sudán el 9 de julio de 2011
tras plebiscito celebrado el 9 de enero anterior, el número de Estados miembros
alcanza en la actualidad la cifra de 193. Ausencia señalable es la del Estado de la
Ciudad del Vaticano, que es sin duda un Estado sui generis. Falta también Taiwan,
Estado considerado como territorio propio por la República Popular China.

d) La Carta prevé expresamente, en su artículo 6, la expulsión de cualquier


miembro que haya violado repetidamente los principios contenidos en ella; la
medida se decide por la Asamblea General a recomendación del Consejo de Segu-
ridad. Hasta el momento ningún Estado ha sido expulsado de la Organización. La
Carta establece, también de manera expresa, la posibilidad de suspensión respecto
a un Estado del ejercicio de los derechos y privilegios inherentes a su calidad de
miembro en el caso de que haya sido objeto de acción preventiva o coercitiva por

5
CIJ, Recueil, 1950, pp. 4 ss.
6
Sobre la entrada de Suiza, véase R. BERMEJO GARCÍA y P. POZO SERRANO, «Heidi en Nueva York:
algunos comentarios sobre la adhesión de Suiza a las Naciones Unidas», en R.E.D.I, 2002, 1, pp. 115 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,80] 755

parte del Consejo de Seguridad. La suspensión tiene, pues, carácter de sanción.


La decisión la toma la Asamblea a recomendación del Consejo, y el ejercicio de
aquellos derechos y privilegios puede ser restituido por el Consejo. Tampoco este
artículo ha sido aplicado. Figura que no contempla la Carta es la retirada volunta-
ria de la Organización de un Estado miembro, aunque en este punto la práctica sí
registra un precedente. Es el caso de Indonesia, que, disconforme con la elección
de Malasia —Estado al que no había reconocido— como miembro del Consejo
de Seguridad, anunció el 20 de enero de 1965 su decisión de retirarse de la Orga-
nización, dejando de contribuir a los gastos. Sin embargo, el 16 de septiembre de
1966 Indonesia comunicó que reanudaba su cooperación con las Naciones Unidas
y la participación en sus actividades, de lo que tomó nota la Asamblea General7.

e) Conviene completar este apartado con una somera referencia al estatuto


de observador. Efectivamente, desde la década de los años setenta, algunos
órganos de las Naciones Unidas, incluyendo la Asamblea General, han concedido
la condición de observadores a la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP), y a algunos movimientos de liberación nacional africanos designados por
la Organización para la Unidad Africana (OUA). También se ha otorgado el esta-
tuto de observador a representantes de otras organizaciones internacionales y, por
supuesto, a representantes de Estados no miembros, que pueden enviar misiones
permanentes de observación. El rasgo característico de la figura es el disfrute del
derecho de voz pero no del de voto. Añadamos que el 29 de noviembre de 2012 la
Asamblea General de Naciones Unidas adoptó por amplia mayoría la resolución
67/19, concediendo a Palestina el estatus mejorado de «Estado no miembro obser-
vador». Señalemos la indudable importancia política de la resolución y recordemos
que no fue posible la admisión de Palestina como Estado miembro sin más por la
oposición del gobierno de los Estados Unidos de América, que en este punto tiene
derecho de veto en tanto que miembro permanente del Consejo de Seguridad.

7
Sobre la expulsión y suspensión, E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, Derecho Constitucional de las Naciones
Unidas, Madrid, 1958, pp. 149 ss. Sobre la retirada voluntaria, L. NIZARD, «Le retrait de l’Indonésie
des Nations Unies», en A.F.D.I., 1965, pp. 498 ss.; E. SCHWELB, «Withdrawal from United Nations;
the Indonesian Intermezzo», en A.J.I.L., 1967, pp. 161 ss.; y M. PÉREZ GONZÁLEZ, Retirada y «silla
vacía» en la Organización Internacional, Madrid, 1974.
81. ESTRUCTURA INSTITUCIONAL

81.1. GENERALIDADES

a) En su artículo 7 la Carta establece como órganos principales de las Naciones


Unidas una Asamblea General, un Consejo de Seguridad, un Consejo Económico y
Social, un Consejo de Administración Fiduciaria, una Corte (Tribunal) Internacional
de Justicia y una Secretaría. Según comprobaremos en los apartados siguientes, la
Asamblea General, Consejo de Seguridad, Consejo Económico y Social y Consejo
de Administración Fiduciaria son órganos intergubernamentales1, es decir, com-
puestos de representantes de gobiernos de los Estados miembros. De otro lado, sólo
es órgano plenario, entre ellos, la Asamblea General; la participación de los Estados
en los restantes tiene carácter restringido. Los otros dos órganos mencionados por
el artículo 7 —Tribunal y Secretaría— no son intergubernamentales, ya que están
integrados por personas que no ostentan aquella representación. En fin, órganos prin-
cipales independientes o autónomos sólo son tres: la Asamblea General, el Consejo
de Seguridad y el Tribunal Internacional de Justicia; ocurre, efectivamente, que el
Consejo Económico y Social está subordinado a la Asamblea General, y el Consejo
de Administración Fiduciaria a la Asamblea General y al Consejo de Seguridad. El
Secretario General, por su parte, está subordinado a la Asamblea y a los tres Consejos.

b) Pero el párrafo 2 del artículo 7 tiene en cuenta la posibilidad de creación de


los órganos subsidiarios que se estimen necesarios, y otras disposiciones de la Carta
prevén también la creación de órganos subsidiarios por determinados órganos
principales (arts. 22, 29, 68 y 107). De hecho, y como tendremos también ocasión
de comprobar, el acentuado dinamismo de las Naciones Unidas ha determinado
un amplio uso de aquellas previsiones de la Carta. Es elevado hoy, en efecto, el
número de órganos subsidiarios, plenarios y restringidos, intergubernamentales y
no intergubernamentales, debiéndose destacar la importancia de algunos de ellos,
que supera incluso a la de algún órgano principal. El organigrama de las Nacio-
nes Unidas es hoy, así, realmente complejo, hecho que crea problemas serios de
eficacia, racionalidad y de orden presupuestario.

c) Las líneas maestras de dicho organigrama van a ser objeto de estudio


bajo el presente epígrafe, bien entendido que el examen tendrá carácter preferen-

1
Véase apartado 27. Sobre los órganos en general de las Naciones Unidas: L. GROSS, The United
Nations: Structure for Peace, Nueva York, 1962; M. DIEZ DE VELASCO, «Estructura orgánica de la
Organización de Naciones Unidas», en ONU, Año XX, Madrid, 1966, pp. 11 ss.; H. FAKKER, The
Relationship among the Principal Organs of the United Nations, Ginebra, 1950; J. DUTHEIL DE LA
ROCHÈRE, «Article 7», en J. P. COT y A. PELLET, La Charte des Nations Unies, Commentaire article
par article, París, Bruselas, 1985, pp. 211 ss.

[756]
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,2] 757

temente dinámico, lo que quiere decir que no nos contentaremos con una glosa
estática y formal de las disposiciones de la Carta, sino que tendremos en cuenta,
sobre todo, la evolución de la Organización y las transformaciones ocurridas en
cada uno de sus órganos y en las relaciones entre ellos. Y la perspectiva dinámica
a que aludimos nos va a permitir que prescindamos del análisis de órganos que
apenas desarrollan en nuestros días funciones de relieve; es el caso, en particular,
del Consejo de Administración Fiduciaria, establecido por la Carta, según hemos
visto, con carácter principal, pero cuya actuación tiene hoy interés muy escaso,
como expusimos al hablar del impulso dado por las Naciones Unidas al proceso
descolonizador. En cambio, por ser éste un libro concebido básicamente para la
formación de juristas, nos ha parecido conveniente un detallado y extenso análisis
del órgano judicial principal de la Organización, es decir, el Tribunal Internacional
de Justicia.

81.2. LA ASAMBLEA GENERAL

a) La Asamblea General2 es el único de los órganos principales interguber-


namentales que tiene carácter plenario, ya que, según el párrafo 1 del artículo 9
de la Carta, todos los Estados miembros de las Naciones Unidas forman parte de
él. Esta nota, la práctica universalidad de la Organización, y el principio del voto
igualitario imperante (cada Estado tiene un voto, según el art. 18.1) confieren a
la Asamblea un carácter altamente representativo, y no sólo de la Organización,
sino también de la propia comunidad internacional. De ahí que, aunque en la gran
mayoría de los casos las resoluciones de la Asamblea no tengan valor jurídica-
mente vinculante para los Estados miembros, sí posean en principio una elevada
autoridad política y moral e incluso puedan contribuir de manera eficaz, en las
condiciones que ya hemos estudiado, a la conformación y evolución del Derecho
Internacional3.

b) Según la Carta (art. 18), las decisiones se adoptan en la Asamblea por


votación. La mayoría requerida es la de dos tercios de los miembros presentes
y votantes cuando se trate de cuestiones importantes, a saber: recomendaciones
relativas al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, elección de
miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, elección de miembros del
Consejo Económico y Social y del Consejo de Administración Fiduciaria, admi-
sión de nuevos miembros a la Organización, suspensión de los derechos y privi-
legios de los miembros, expulsión de miembros, cuestiones relativas al régimen
2
Véase en general: P. A. LADAME, L’Assemblée Générale des Nations Unies, Ginebra, 1949;
H. F. HAVILAND, The Political Role of the General Assembly, Nueva York, 1951; F. A. VALLAT, «The
Competence of the United Nations General Assembly», en R. des C., vol. 97, 1959-II, pp. 207 ss.; P. F.
BRUGIÈRE, Les pouvoirs de l’Assemblée Générale des Nations Unies en matière de politique et de sécurité,
París, 1955; S. D. BAILEY, The General Assembly of the United Nations: A Study of Procedure and
Practice, Londres, 1964; K. JACOBSEN, The General Assembly of the United Nations. A Quantitative
Analysis of Conflict, Inequality and Relevance, Nueva York, 1978; Sir F. VALLAT, «United Nations
General Assembly», en E.O.P.I.L., 1983, vol. 5, pp. 323 ss.
3
Véase apartado 11.
758 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

de administración fiduciaria y cuestiones presupuestarias. Las decisiones sobre


otras cuestiones, incluyendo la determinación de cuestiones adicionales que deban
resolverse por mayoría de dos tercios, se adoptarán por mayoría de los miembros
presentes y votantes. Sin embargo, y pese a no estar regulado en la Carta, el método
del consenso, al que ya nos hemos referido en otro lugar, se practica intensamente
para la toma de decisiones por la Asamblea y sus órganos subsidiarios. Conviene
destacar la especial autoridad política y moral de las decisiones adoptadas por
consenso o por el método llamado de la adopción sin voto, también examinado4.

c) La Asamblea celebra sesiones anuales ordinarias y también, cuando las cir-


cunstancias lo exijan, sesiones extraordinarias. Las sesiones ordinarias comienzan
por lo común el tercer martes del mes de septiembre y se prolongan frecuentemente
hasta fin de año. Por lo demás, y a efectos de una mejor división y organización del
trabajo, la Asamblea funciona no sólo en plenario, sino también por comisiones;
existen en ella varias comisiones principales, de las cuales es la sexta la que se ocupa de
las cuestiones jurídicas. Con independencia de las referidas comisiones, la Asamblea
ha creado muchos otros órganos subsidiarios, intergubernamentales o no. Uno de
los órganos subsidiarios no intergubernamentales es la tantas veces citada Comisión
de Derecho Internacional.

d) Pero importa sobre todo analizar las competencias de la Asamblea Gene-


ral. Y hay que hablar, por lo pronto, de la importante competencia genérica que
al órgano atribuye el artículo 10 de la Carta; según dicho artículo, la Asamblea
puede discutir cualesquiera asuntos o cuestiones dentro de los límites de la Carta
o que se refieran a los poderes y funciones de cualquiera de los órganos creados
por ella, así como hacer recomendaciones sobre tales asuntos o cuestiones a los
Estados miembros, al Consejo de Seguridad y a éste o aquéllos; semejante facultad
de hacer recomendaciones tiene, sin embargo, un límite, señalado en el artículo
12, pues si el Consejo de Seguridad está ejerciendo sus funciones respecto a una
controversia o situación, en los términos de la Carta, la Asamblea deberá abste-
nerse de hacer recomendación alguna, a no ser que se lo pida el propio Consejo.
Queremos señalar en todo caso, con el profesor JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, la
importancia de esa cláusula de competencia genérica de la Asamblea, considerada
como la primera de las grandes conquistas de las pequeñas a las grandes potencias
en la Conferencia de San Francisco5.

e) Además de la competencia genérica que acabamos de mencionar, la


Asamblea posee importantes competencias específicas. La lista de ellas es larga, y a
algunas competencias ya nos hemos referido al hablar del sistema de adopción de
decisiones (admisión de miembros, elección de miembros para otros órganos, etc.);
de otras competencias trataremos en distintos lugares (nombramiento del Secreta-
rio General, elección de jueces del Tribunal Internacional de Justicia, etc.). Aquí

4
Véase apartado 73.
5
E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, Derecho Constitucional de las Naciones Unidas, Madrid, 1958,
p. 161.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,2] 759

y ahora, y ateniéndonos de una manera general a las disposiciones del Capítulo


IV de la Carta —que es el que lleva por rúbrica «La Asamblea General»— vamos
a dar somera noticia de las siguientes competencias específicas.

f) En el ámbito del mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, según


el párrafo 1.º del artículo 11 de la Carta, la Asamblea puede considerar los princi-
pios generales de la cooperación, incluso los principios que rigen el desarme y la
regulación de armamentos, y hacer recomendaciones respecto a dichos principios
a los Estados miembros o al Consejo de Seguridad o a éste y a aquéllos; puede
también, de acuerdo con el párrafo 2 del mismo artículo, discutir toda cuestión
relativa al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales que presente
a su consideración cualquier Estado miembro, o uno no miembro, o el Consejo
de Seguridad, y, salvo lo dispuesto en el artículo 12 (ya visto más arriba), hacer
recomendaciones al Estado o Estados interesados o al Consejo de Seguridad o a
éste y a aquéllos; por su parte, el párrafo 3 del mismo artículo le faculta a llamar
la atención del Consejo hacia situaciones susceptibles de poner en peligro la
paz y seguridad internacionales. La Asamblea General dispone, pues, según la
Carta, de algunas competencias en lo que respecta al mantenimiento de la paz y
seguridad internacionales, aunque hay que señalar que, en cuanto a situaciones
concretas, ninguna recomendación puede adoptar la Asamblea si el Consejo de
Seguridad está ejerciendo sus funciones. Y es que, en efecto, de conformidad con
el párrafo 1 del artículo 24, es el Consejo de Seguridad el que tiene la responsa-
bilidad primordial de mantener la paz y seguridad internacionales. En el sistema
global que diseñó la Carta en orden al mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales, las competencias de la Asamblea eran, por tanto, secundarias.
Sin embargo, cuando con el transcurso del tiempo se comprobó que el Consejo
no estaba ejerciendo las funciones que le asignaba la Carta, como consecuencia
del ejercicio del derecho de veto por alguno de los miembros permanentes, la
Asamblea General adoptó la resolución 377 (V), de 3 de noviembre de 1950,
llamada «Unidos para la paz», en virtud de la cual, si el Consejo de Seguridad
debaja de cumplir con aquella responsabilidad primordial, la Asamblea exami-
naría inmediatamente el asunto con miras a dirigir a los Estados miembros reco-
mendaciones apropiadas de carácter colectivo, que comportaban incluso el uso
de la fuerza armada. Se discutió ampliamente en su día, desde el punto de vista
jurídico la constitucionalidad de semejante resolución6, pero era evidente que en
el terreno político trataba de romper los equilibrios institucionales que, en orden
al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, se habían consagrado en
Yalta y en la Conferencia de San Francisco. Allí se quiso que el mantenimiento
de la paz mediante acciones coercitivas descansase en el entendimiento unánime
de los miembros permanentes del Consejo. Con la resolución «Unidos para la
paz» se pretendía que la Asamblea —dominada en aquel entonces por el bloque
occidental— pudiera legitimar acciones coercitivas en nombre de las Naciones

6
Véase E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, op. cit. en nota anterior, pp. 197 ss.; A. ROSSIGNOL, «Des
tentatives efectues en vue de mettre un nouveau mecanisme de sécurité collective à la disposition de
l’Assemblée Générale des Nations Unies et leur inconstitutionalité», en R.G.D.I.P., 1954, pp. 94 ss.
760 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Unidas no consentidas por algún miembro permanente. Ya hemos dicho que


estos intentos de protagonismo de la Asamblea provocaron una fuerte crisis en
la Organización, de la que sólo se pudo salir en 1965 mediante un compromiso
político. A partir de entonces se reafirmó la idea de que el mantenimiento de la
paz correspondía primordialmente al Consejo de Seguridad7.
g) La Asamblea General tiene también competencias específicas para la solución
pacífica de las controversias, en los términos que estudiaremos al hablar de las funciones
de la Organización8. Otra competencia interesante de la Asamblea es el fomento de la
cooperación internacional en muy amplios campos: político, económico, social, cultural,
educativo, sanitario y derechos humanos (art. 13). En lo que respecta a este punto, la
Asamblea ha desarrollado un papel muy importante, y en las últimas décadas es en
el ámbito del desarrollo, como veremos al tratar de las funciones de la Organización,
donde ha adquirido mayor relieve el fomento de la cooperación. De la acción de la
Asamblea para la defensa y protección de los derechos humanos hemos hablado con
alguna amplitud en otro lugar9. El artículo 13 encarga, por su parte, a la Asamblea
el impulso del desarrollo progresivo del Derecho Internacional y su codificación; los
logros conseguidos en este campo son notables, y no sólo a través de la adopción de
las grandes convenciones codificadoras examinadas a lo largo del curso, sino también
por la considerable influencia que las resoluciones de la Asamblea General tienen en la
conformación y evolución del Derecho Internacional. En fin, corresponde a la Asam-
blea la competencia presupuestaria, ya que es ella quien aprueba el presupuesto de la
Organización, determinando —de manera obligatoria, se entiende— la proporción
en que cada miembro debe contribuir a sufragar los gastos (art. 17).
h) En todo caso, factores como el carácter plenario del órgano, el incesante
aumento del número de miembros de la Organización desde 1945 hasta nuestros
días y las prioridades políticas de la nueva mayoría constituida por los Estados en
desarrollo no han podido menos que repercutir en la orientación general de la acción
de la Asamblea. Si en los tres primeros lustros de vida de las Naciones Unidas era
el bloque occidental el que tenía mayoría en la Asamblea y ejercía en ella un peso
decisivo, la entrada masiva en la Organización, en la década de los años sesenta,
de los Estados de reciente independencia determinó un cambio significativo en la
formación de las mayorías, sustraídas ya al bloque occidental y en manos desde
entonces de los países en desarrollo o Grupo de los 77. Y así, de un lado, el carácter
de no alineados de la mayor parte de esos Estados contribuyó a alejar del órgano
las veleidades de sustituir al Consejo en la responsabilidad primordial de mantener
la paz y seguridad internacionales y, de otro lado, la formación de mayorías auto-
máticas entre los países del llamado Grupo de los 77 en las cuestiones relacionadas
con el desarrollo, incluyendo el establecimiento de un Nuevo Orden Económico
Internacional, ha motivado la inclinación ostensible y lógica de la Asamblea hacia
estas cuestiones y hacia los problemas globales que hoy afectan a la humanidad10.

7
Véase apartado 79.
8
Véase apartado 82.3.
9
Véase apartado 22.1.
10
Véase apartado 4.2.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,3] 761

i) Bien entrado el siglo XXI, y como se pone de manifiesto certeramente en el


informe de 2005 del Secretario General sobre el Fortalecimiento de la Organiza-
ción, el recurso cada vez mayor al consenso para la toma de decisiones comporta la
consecuencia de que la Asamblea se limite a tratar de generalidades, abandonando
toda idea decidida de pasar a la acción. En el mismo orden de consideraciones, y
como se denuncia justamente en el informe, ocurre que la amplitud del progra-
ma impide a la Asamblea el tratamiento en profundidad de las más importantes
cuestiones de fondo con que se enfrenta la humanidad. De otro lado, no puede
decirse que esté a la altura de las necesidades la colaboración de la Asamblea —el
órgano más representativo de la comunidad interestatal, como hemos dicho—
con la sociedad civil internacional, cuya importancia es sin duda cada vez mayor
en la arena internacional.

81.3. EL CONSEJO DE SEGURIDAD

a) Organo principal de las Naciones, de carácter intergubernamental y de


participación restringida, pesa sobre el Consejo de Seguridad la responsabilidad
primordial del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales y tiene
además otras importantes competencias. Estaríamos, por decirlo de un modo
gráfico, ante algo así como un embrión de poder ejecutivo de la Comunidad inter-
nacional. Las transformaciones de la sociedad internacional y de las relaciones
internacionales acaecidas desde 1945 han provocado también en él, como vamos
a comprobar, modificaciones en su composición y métodos de trabajo, así como
en el ejercicio de aquella responsabilidad primordial. Explicamos todo ello en las
líneas que siguen.

b) En la redacción originaria de la Carta la composición del Consejo era de


once miembros: cinco permanentes (las superpotencias y grandes potencias, a saber:
Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del
Norte, Francia y China) y seis no permanentes que se elegían para un período de
dos años por la Asamblea General (art. 23). Pero la tendencia hacia la universa-
lidad de la Organización, que se hizo patente particularmente en la década de los
años sesenta, determinó la necesidad de aumentar el número de miembros del
Consejo a fin de hacerlo más representativo. Es así como, por resolución 1.991 A
(XVIII) de la Asamblea General de 17 de diciembre de 1963, en vigor desde el 31
de agosto de 1965 una vez cumplidos los requisitos del artículo 108 de la Carta, se
reforma el artículo 23 en el sentido de que la composición total del Consejo fuese
en adelante de quince miembros y el número de miembros no permanentes de diez.
La misma resolución decidió que en la elección por la Asamblea de los miembros
no permanentes se tuviesen en cuenta los siguientes criterios de representatividad
geográfica: cinco Estados africanos y asiáticos, uno de Europa oriental, dos lati-
noamericanos y dos de Europa occidental y otros. El número y condición de los
miembros permanentes no sufrió modificación. Así pues, y por lo que respecta a
la composición del Consejo, encontramos en la Carta una consagración formal de
la desigualdad real entre los Estados, desigualdad que reaparece, como veremos
762 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

enseguida, en el método de adopción de decisiones para cuestiones no procedimen-


tales o de fondo, y que se explica por la especial posición del órgano en cuanto al
mantenimiento de la paz y seguridad internacionales.
Es importante señalar que hoy, sin necesidad de modificación de la Carta, el
puesto de miembro permanente asignado por ella a la Unión Soviética lo ocupa
el Estado considerado como su continuador, esto es, la República de la Federación
Rusa (llamada ahora, simplemente, Rusia). Así resulta del Acuerdo de Alma Ata
de 21 de diciembre de 1991 y así ha sido aceptado por la Comunidad Internacional
organizada.

c) Pero a partir de 1993 están soplando vientos de cambio por lo que se refiere
a la composición del Consejo de Seguridad. Efectivamente, y aunque la cuestión
figurase en el orden del día de la Asamblea General desde el año 1979, el 11 de
diciembre de 1992 adopta dicho órgano la resolución 47/62 sobre la cuestión de la
representación equitativa en el Consejo de Seguridad y del aumento del número
de sus miembros, en cuya parte dispositiva ruega al Secretario General que invite
a los Estados miembros a someter observaciones escritas al respecto. Una de las
ideas que se manejan en este marco de consideraciones, al parecer con el visto
bueno de los Estados Unidos, es la de conceder puestos de miembros permanentes
a Estados con altas responsabilidades en el sostenimiento financiero de la Orga-
nización y elevada capacidad de contribución eficaz al mantenimiento de la paz y
seguridad internacionales, y ello con o sin el privilegio del derecho de veto del que
hablaremos enseguida. Dos de los países vencidos en la segunda guerra mundial,
Alemania y Japón, responden perfectamente al perfil descrito y pasarían a formar
parte del Consejo de Seguridad bajo ese concepto. Paralelamente se asignaría la
misma condición de miembros permanentes a los Estados más importantes de las
principales regiones geográficas de los países en desarrollo: India, por ejemplo, en
Asia; Brasil en América Latina; y Nigeria en África. Hay que decir que este patrón
general de reforma parece muy razonable en buena parte de sus aspectos pero el
obstáculo para su viabilidad estriba justamente en las reticencias y los celos de otros
Estados importantes, desarrollados o en desarrollo, que se consideran también con
títulos suficientes para sentarse de modo permanente en el Consejo de Seguridad.
Otra idea que se ha barajado es la de crear miembros semipermanentes. En fin, en
el informe interno sobre reforma de la Organización presentado por el Secretario
General en diciembre de 2004 se proponen dos modelos alternativos de ampliación
del Consejo. En ambos la cifra total de puestos es de 24, pero en el primer modelo
se contemplan seis nuevos miembros permanentes y tres no permanentes; en el
otro los nueve puestos adicionales serían no permanentes. En ambos modelos el
derecho de veto continuaría como hasta ahora, esto es, en los miembros perma-
nentes fundadores. España, octavo contribuyente mundial a la financiación de las
Naciones Unidas, no ve con buenos ojos estas propuestas, cuyo triunfo reduciría
sin duda sus oportunidades de acceder al Consejo como miembro no permanente.
En cualquier caso, y empleando una expresión frecuentemente utilizada en diplo-
macia parlamentaria internacional, se ha abierto la Caja de Pandora. Llegar a un
acuerdo en este punto no va a ser fácil y más teniendo en cuenta un factor adicional
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,3] 763

de complejidad y es que, dado el derecho de veto de que disfrutan también en esta


materia los actuales miembros permanentes del Consejo, la reforma del órgano no
puede llevarse a cabo sin el asentimiento de esos miembros.

d) En lo que concierne a las reuniones del Consejo, la Carta prevé las de


carácter periódico, pero, dadas las importantes responsabilidades que recaen sobre
el órgano, dispone también que será organizado de modo que pueda funcionar
continuamente; a tal fin, cada miembro del Consejo tendrá en todo momento su
representante en la sede de la Organización. Por lo demás, el Consejo puede reu-
nirse en dicha sede o fuera de ella (art. 28). Registremos que existen precedentes
de reuniones fuera de la sede: Addis-Abeba en 1972 y Panamá en 1973.

e) Para la adopción de decisiones, el artículo 27 de la Carta distingue dos grupos


de cuestiones: las de procedimiento y las restantes (es decir, las no procedimentales o
de fondo). Las decisiones sobre cuestiones de procedimiento se toman, tras la refor-
ma operada en el artículo por la resolución de la Asamblea General de que hemos
hablado en este apartado, por el voto afirmativo de nueve miembros. En este punto,
pues, el voto es igualitario. En cambio, las decisiones sobre las demás cuestiones —las
de fondo— se adoptan por el voto afirmativo de nueve miembros, mayoría que debe
incluir los votos afirmativos de todos los miembros permanentes, lo que significa la
concesión del derecho de veto a esos miembros. Se puede ejercer también lo que se
llama el doble veto, porque, en efecto, si se discute el carácter —procedimental o de
fondo— de una cuestión, el punto en discusión se considera de fondo, de tal modo que
cabe vetar primeramente la calificación de la cuestión principal como procedimental
y, una vez dilucidado que la cuestión es de fondo, volver a vetar la decisión que sobre
ella se pretende adoptar. Existen precedentes en la práctica del ejercicio del doble veto.
Señalemos asimismo que en la práctica del Consejo, y por más que no sea eso lo que
resulte del tenor literal del artículo 27 de la Carta, la no participación en la votación
(por ejemplo, si el delegado de un miembro permanente no asiste a la sesión) e incluso
la abstención no se consideran veto. Esta última interpretación de que la abstención
no equivale al veto ha sido confirmada por el Tribunal Internacional de Justicia en
su dictamen sobre el asunto de Namibia de 21 de junio de 1971.
Es interesante señalar el resultado que arroja la tabla de vetos ejercidos hasta 1985.
Según esa tabla, la antigua Unión Soviética detenta el récord total (116 vetos), aunque
desde 1955 ha recurrido a él con mayor moderación que en la época anterior; Estados
Unidos ha ejercido el derecho sólo desde 1970 y en 39 ocasiones; el Reino Unido lo
ha utilizado 22 veces; Francia 15 y China sólo 4. Hay que decir, por lo demás, que el
Consejo utiliza frecuentemente en los últimos lustros el método de consenso hasta
el punto de que se ha generalizado un trámite de consultas y negociaciones previo a
la adopción de decisiones, que pretende el entendimiento y la cooperación y trata de
evitar la confrontación11.

11
La cita del Tribunal en CIJ, Recueil, 1971, p. 22. Sobre la adopción de decisiones, véase: J. DE PREUX,
Le veto dans la Charte des Nations Unies, Lausana, 1949; C. GARCHON, Le veto. Étude positive des modes
de votation dans les Organisations Internationaux, Argel, 1949; P. F. BRUGIÈRE, Droit de veto, París, 1952;
G. DAY, Le droit de veto dans l’Organisation des Nations Unies, París, 1952; L. GROSS, «The Double Veto
764 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

f) Con independencia de las consideraciones procesales que hemos hecho


en las líneas precedentes, nos parece imprescindible una valoración política del
derecho de veto. Es el ejercicio de semejante privilegio por parte de los miembros
permanentes lo que durante mucho tiempo ha impedido en la práctica que el
Consejo cumpla la función primordial que le atribuye la Carta en orden al man-
tenimiento de la paz y seguridad internacionales. Dado que todos los conflictos
armados interesan de una u otra manera a alguna de las superpotencias o grandes
potencias, el veto o la amenaza del veto han imposibilitado la acción del Consejo.
Ello ha dado lugar a críticas acerbas a la institución, y en el contexto de la reforma
de la Carta ha motivado propuestas de supresión del privilegio; propuestas que
no han prosperado y que tienen escasísimas probabilidades de ser incorporadas a
la Carta toda vez que los mecanismos de reforma del instrumento constituyente,
como ya sabemos, prevén también el veto de los miembros permanentes del Con-
sejo (arts. 108 y 109). Realmente, en la Conferencia de San Francisco los cinco
grandes dejaron las cosas atadas y bien atadas. Pero es que, además, todo intento
de conceptuación política del derecho de veto requiere imaginar un escenario alter-
nativo: el de unas Naciones Unidas en que no existiese semejante privilegio. ¿Qué
hubiese ocurrido, efectivamente, en los tres primeros lustros del funcionamiento
de la Organización —segunda mitad de la década de los años cuarenta y el entero
decenio de los años cincuenta— sin la existencia del derecho de veto? La respuesta
es clara a nuestro juicio. El Consejo de Seguridad hubiera podido desencadenar el
mecanismo coercitivo previsto en el capítulo VII de la Carta contra la superpoten-
cia o gran potencia que en el Consejo se encontraba en minoría, alterando así el
equilibrio institucional de carácter político alcanzando en Yalta y confirmado en
San Francisco: que la acción de las Naciones Unidas debía descansar en el consen-
timiento unánime de los miembros permanentes y que no debía ser utilizada por
uno o unos de esos miembros contra otro u otros. Compromiso sabio, prudente
e impregnado de realismo, pues el enfrentamiento de la Organización con un
miembro permanente pudiera haber significado el fin de las Naciones Unidas. El
derecho de veto se presenta, pues, a nuestro entender, como un salvavidas, como
una garantía de orden político para la supervivencia de la Organización. Claro

and the four Power Statement on Voting in Security Council», en Harward Law Review, 1953, pp. 251
ss.; M. C. SMOUTS, «Réflexions sur les méthodes de travail du Conseil de Securité», en A.F.D.I., 1982,
pp. 601 ss. Sobre el Consejo de Seguridad en general: T. J. KAHNG, Law, Politics and the Security Council,
La Haya, 1969; HISCOKS, The Security Council, Londres, 1973; y E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, «United
Nations Security Council», en E.O.P.I.L., 1983, vol. 5, pp. 345 ss. J. A. CARRILLO SALCEDO, «Le role du
Conseil de Sécurité dans l’organisation et la réglementation du droit d’assistance humanitaire», en Le
développement du role du Conseil de Sécurité. Colloque 1992, Academia de Derecho Internacional de La
Haya, Nijhoff, 1993; del mismo autor, «El Consejo de Seguridad y el mantenimiento de la paz: aspectos
recientes», en Cuadernos de Derecho Internacional de Vitoria-Gasteiz, 1992, pp. 19 ss.; M. ORTEGA CARCE-
LEM, Hacia un Gobierno Mundial, Salamanca, 1995; F. L. KIRGIS, «The Security Council’s Fifty Years», en
A. J. I. L., 1995-3, pp. 506 ss.; M. E. LÓPEZ-JACOISTE DÍAZ, La actualidad del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas. La legalidad de las decisiones y el problema de su control, Madrid, 2003; E. DE WET, The
Chapter VII Powers of the Security Council, Hart Publishing, Oxford, 2004; y L. A. SICILIANOS, «Après
l’Irak, où va le Conseil de Sécurité», Soberanía del Estado y Derecho internacional. Homenaje al profesor
Juan Antonio Carrillo Salcedo, Sevilla, 2005, pp. 1311 ss. La tabla de casos de veto la hemos tomado de
P. TAVERNIER, «Article 27», en La Charte des Nations Unies. Commentaire article par article, París, Bruselas,
1985, pp. 499 ss. Sobre la reforma del Consejo, véase R. RIQUELME CORTADO, «La interminable historia
de la reforma del Consejo de Seguridad», R.E.D.I., 2005, 2, pp. 745 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,4] 765

que lo deseable hubiera sido la realización del supuesto contemplado cuando se


elaboró la Carta: el entendimiento entre los miembros permanentes del Consejo
en lo que atañe al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Es la no
realización de aquel supuesto la que determinó las carencias del Consejo y, a fin de
cuentas, el fracaso global de la Organización hasta 1990 en el mantenimiento de la
paz y seguridad internacionales, si bien en este ámbito el órgano puso en marcha
acciones preventivas de importancia nada desdeñable, que estudiaremos más ade-
lante12. En todo caso, la nueva situación de las relaciones internacionales tras la
desaparición de la bipolaridad y la consolidación de la distensión Este-Oeste está
liberando al Consejo de los enojosos vetos del tiempo de la guerra fría y, aunque
por razones diferentes a las del pasado (que expondremos en el apartado 82.2), la
actuación de las Naciones Unidas para mantener la paz y seguridad internacionales
muestra carencias importantes y sigue sin ser satisfactoria. Ello prueba que no es
el denostado derecho de veto el causante de los males que en este orden de cosas
aquejan a la Organización.

g) En lo que se refiere a las competencias del Consejo, y como resulta de las


consideraciones precedentes, la más importante consiste en el mantenimiento de
la paz y seguridad internacionales, cuestión en que, como sabemos, el órgano tiene
responsabilidad primordial (art. 24) y en la que sus decisiones poseen carácter
obligatorio, ya que, según el artículo 25, los miembros de las Naciones Unidas
convienen en aceptar y cumplir aquellas decisiones de acuerdo con la Carta. Las
líneas maestras de la acción del órgano en esta materia han sido ya estudiadas
con ocasión del examen del ius ad bellum13; la práctica del Consejo será tratada
cuando nos ocupemos del mantenimiento de la paz y seguridad internacionales
como función de las Naciones Unidas14. El Consejo tiene asimismo competencias
en materia de arreglo pacífico de controversias internacionales, concurrentes con
las de la Asamblea General, cuyo estudio posponemos igualmente para el lugar
en que examinemos las funciones de la Organización. Y a lo largo de su articulado
la Carta le atribuye otras competencias, algunas ya aludidas (admisión de nuevos
miembros, expulsión, suspensión) y otras pendientes de referencia ulterior al hilo
del examen de nuevas materias (elección de jueces del Tribunal Internacional de
Justicia, ejecución de sus fallos, facultad de pedir dictámenes, etc.).

81.4. EL CONSEJO ECONÓMICO Y SOCIAL

a) El Consejo Económico y Social (denominado Ecosoc en la práctica común


de las Naciones Unidas) es un órgano principal, de participación restringida,

12
Véase bibliografía citada en nota anterior. Véase también E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, Derecho
Constitucional de las Naciones Unidas, Madrid, 1958, pp. 229 ss.; I. L. CLAUDE, «The United Nations and
the Use of Force», en International Conciliation, 1961; M. BOURQUIN, L’Etat souverain et l’Organisation
Internationale, Nueva York, 1959; y J. A. CARRILLO SALCEDO, La crisis constitucional de las Naciones
Unidas, Madrid, 1966, especialmente pp. 27 ss.
13
Véase apartado 64.2.
14
Véase apartado 82.2.
766 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

intergubernamental en cuanto integrado por representantes de los gobiernos de los


Estados miembros, y del que se puede decir que está subordinado a la Asamblea
General e incluso al Consejo de Seguridad (arts. 65 y 66, in fine). El ámbito de su
competencia es inmensamente amplio y recae básicamente sobre asuntos de carácter
económico, social, cultural, educativo y sanitario, y otros conexos, que incluyen el
respeto a los derechos humanos.
b) En lo que se refiere a su composición, el número de miembros previsto
originariamente en la Carta era de 18, cifra que fue necesario ampliar al compás
del crecimiento de las Naciones Unidas, y así, por resolución de la Asamblea
General de 17 de agosto de 1963, se modificó el artículo 61 de la Carta para fijar
en 27 el número de Estados miembros. Una nueva resolución de la Asamblea, la
de 20 de diciembre de 1971, en vigor desde el 24 de septiembre de 1973, estableció
la cifra de miembros en 54. Los miembros se eligen por la Asamblea General por
un período de tres años y es posible la reelección (art. 61).
c) En cuanto a las sesiones, señala la Carta (art. 72) que el Consejo Econó-
mico y Social se reunirá cuando sea necesario de acuerdo con su reglamento; en la
práctica las reuniones tienen lugar dos veces al año. Las decisiones se adoptan por
mayoría de los miembros presentes y votantes, en el entendido de que cada miembro
tiene un voto (art. 67). También este órgano recurre al método del consenso para
la adopción de decisiones. Señalemos que el Consejo ha hecho amplio uso de la
facultad que le atribuye la Carta (art. 68) de establecer comisiones. Una de ellas,
cuya creación se prevé expresamente, es la Comisión de Derechos Humanos, de
la que ya nos hemos ocupado en otro lugar de este libro15.
d) Hemos señalado más arriba el vasto ámbito material de las competencias del
órgano, y entre ellas querríamos destacar de nuevo las relacionadas con la protec-
ción de los derechos humanos, que ejerce no sólo en tanto que órgano matriz de la
Comisión de Derechos Humanos, sino también en el contexto de los mecanismos de
control establecidos por los Pactos sobre derechos económicos, sociales y culturales,
y derechos civiles y políticos, respectivamente. A lo expuesto en la parte correspon-
diente de este libro nos remitimos16. Por lo demás, la acción del Consejo Económico
y Social se realiza mediante la ayuda prestada a la Asamblea General y al Consejo de
Seguridad, por la confección de estudios e informes, adopción de recomendaciones,
preparación de proyectos de convención a fin de ser sometidos a la Asamblea General,
y convocatoria de conferencias internacionales en asuntos de su competencia. Es de
destacar también la función de coordinación de los organismos especializados de la
familia de las Naciones Unidas —los que realizan a nivel universal la cooperación
sectorial—, de los que recibe informes y a los que puede hacer recomendaciones
(arts. 63, 64 y 70). El órgano toma igualmente las medidas adecuadas para celebrar
consultas con las llamadas ONG (organizaciones no gubernamentales)17, a muchas
de las cuales ha atribuido estatuto consultivo (art. 71).

15
Véase apartado 22.1.
16
Véase apartado 22.1.
17
Véase apartado 69.1 y la bibliografía allí citada sobre las ONG.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 767

e) La interdependencia creciente entre los Estados ha motivado que un órgano


con competencias tan extensas respecto a la cooperación internacional tenga agendas
extremadamente cargadas que apenas pueden ser despachadas en los dos períodos
de sesiones anuales. Carece, además, de recursos financieros propios y adecuados
al cumplimiento de sus funciones. De otro lado, el tamaño del Consejo no deja de
constituir un problema serio, pues 54 miembros constituyen un número demasiado
alto para hacer de él un órgano eficiente y una cifra demasiado pequeña para actuar
con la representatividad y autoridad que tiene la Asamblea General. Son éstos los
factores estructurales que explican la debilidad del órgano y la circunstancia de que
no haya satisfecho las esperanzas que la Conferencia de San Francisco depositó en
él18. Estamos, pues, ante uno de los órganos principales de las Naciones Unidas más
necesitados de apoyo político y soporte financiero, así como de orden y racionali-
zación en los métodos y programas de trabajo. Coincidimos de todos modos con el
profesor RAMÓN PANIAGUA en que no es conveniente dar composición universal
al órgano y en que, dada la cada vez más estrecha relación entre el mantenimiento
de la paz y el desarrollo, sí convendría vincularlo en la mayor medida posible al
Consejo de Seguridad. En este orden de ideas se habló, en la década de los noventa
(propuesta hecha en 1994 por el PNUD), de la conveniencia de crear un Consejo
de Seguridad Económica, reducido y manejable, que sea tomado en serio por los
Estados mas ricos y que coordine sus tareas con organismos especializados de las
Naciones Unidas, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y
también con la Organización Mundial de Comercio (antiguo GATT). En el infor-
me sobre fortalecimiento de la Organización presentado en 2005 por el Secretario
General se proponen entre otras cosas que se celebren en el Consejo Económico y
Social reuniones de nivel ministerial y que se estrechen sus vínculos con el Consejo
de Seguridad a fin de promover medidas de prevención de carácter estructural. En
todo caso, la mejora de las funciones del órgano depende esencialmente del interés
que pongan en ella los Estados miembros.

81.5. EL TRIBUNAL INTERNACIONAL DE JUSTICIA

a) El Estatuto del Tribunal. El Tribunal Permanente de Justicia Internacional,


órgano judicial previsto en el Pacto de la Sociedad de Naciones y que funcionó bajo
sus auspicios, tenía convocadas sesiones en La Haya para el mes de mayo de 1940,
pero la ocupación de los Países Bajos por tropas alemanas durante la segunda guerra
mundial imposibilitó la celebración de las mismas. Como la sede del Tribunal era
la ciudad holandesa, lo único que pudo hacer el Tribunal fue trasladar sus oficinas
a Ginebra. En 1943, y dentro de los trabajos que condujeron a la creación de las
Naciones Unidas, se reunió en Londres un Comité de Expertos que recomendó el

18
F. L. KIRGIS, «United Nations Economic and Social Council», en E.O.P.I.L., 1983, vol. 5, pp.
310 ss. Véase en general, L. DELBEZ, «Les pouvoirs du Conseil Economique et Social», en Études en
l’honneur de George Scelle, París, 1950, vol. I, pp. 213 ss.; P. VELLAS y L. INCHAUSPE, Les compétences
du Conseil Économique et Social des Nations Unies, París, 1950; y R. PANIAGUA, La reforma del Consejo
Económico y Social de las Naciones Unidas (1945-2000), Madrid, 2001.
768 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

establecimiento de un tribunal independiente. En Dumbarton Oaks no se llegó a


un acuerdo sobre si ese tribunal debía ser el Tribunal Permanente, ya existente, o
uno nuevo. La cuestión se dejó a decisión de la Conferencia de San Francisco, y
en ella, al tiempo que se rindió justo homenaje al Tribunal Permanente, se decidió
la creación de un nuevo órgano judicial, porque ni todos los Estados partes en el
Estatuto de aquél participaban en la conferencia, ni todos los Estados que tomaban
parte en ella, e iban a ser por tanto miembros originarios de las Naciones Unidas,
eran partes en aquel Estatuto. De ahí que la Carta crease como órgano principal
de las Naciones Unidas el Tribunal Internacional de Justicia (arts. 7 y 92 a 96). El
Tribunal Permanente fue disuelto formalmente por la Asamblea de la Sociedad de
Naciones el 18 de abril de 1946. Y el nombre del tribunal fue modificado porque se
entendió en San Francisco —correctamente— que la antigua denominación contenía
un pleonasmo —ya que todo órgano judicial debe ser permanente— además de una
inexactitud, porque no era adecuado calificar de internacional a la justicia; el adjetivo
correspondía en rigor al sustantivo tribunal. El funcionamiento del nuevo Tribunal
se regula en el Estatuto anejo a la Carta y que forma parte integrante de ella (art. 92
de la Carta). Y es importante señalar que hay una cierta continuidad entre ambos
tribunales, cosa que reconoce la propia Carta al decir que el Estatuto del Tribunal
Internacional de Justicia está basado en el del Tribunal Permanente (art. 92 de la
Carta) y porque, además, dos artículos del nuevo Estatuto (p. 5 del art. 36 y art. 37)
transfieren al Tribunal Internacional de Justicia supuestos de competencia acepta-
dos por los Estados respecto al Tribunal Permanente. Y con independencia de ello
existe continuidad jurisprudencial entre ambos órganos. Al igual que el anterior, el
Tribunal Internacional de Justicia tiene su sede en el Palacio de la Paz de La Haya,
aunque puede reunirse en otro lugar si lo estima conveniente (art. 22), facultad de
la que nunca se ha hecho uso.
El dato de que el Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia se base en el
del Tribunal Permanente de Justicia Internacional permite el recurso, a efectos
interpretativos y cuando sea pertinente, a los trabajos preparatorios de este último,
aunque en semejante recurso hay que proceder con prudencia y circunspección. El
Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia se adopta en 1945 en circunstancias
políticas muy distintas a las imperantes en la época de creación de la Sociedad de
Naciones, y en la medida en que sea necesario acudir a los trabajos preparatorios,
los de la Conferencia de San Francisco deben prevalecer sobre las labores del
Comité de Expertos que en 1920 redactó el Estatuto del Tribunal Permanente.
Por lo demás, el Estatuto anejo a la Carta configura obviamente el Tribunal
Internacional de Justicia como un auténtico órgano judicial de solución de las
controversias internacionales. Hemos analizado ya en otro lugar de este libro los
rasgos característicos de este medio de arreglo de controversias, así como las notas
comunes y diferenciales que presenta en relación con el arbitraje. A lo allí escrito
nos remitimos19.

19
Véase apartado 62. Sobre el Tribunal Internacional de Justicia en general: M. DUBISSON, La Cour
Internationale de Justice, París, 1964; S. ROSENNE, The Law and Practice of the International Court, 2
vols., Leyden, 1965, y El Tribunal Internacional de Justicia, Madrid, 1967; L. GARCÍA ARIAS, Balance
y perspectivas del Tribunal Internacional de Justicia, Madrid, 1972; H. K. SCHOLOCHAUER, «Interna-
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 769

b) Organización general. Según el artículo 2 del Estatuto, el Tribunal es un cuer-


po de magistrados independientes elegidos, sin tener en cuenta su nacionalidad, de
entre personas que gocen de alta consideración moral y que reúnan las condiciones
requeridas para el ejercicio de las más altas funciones judiciales en sus respectivos
países, o que sean jurisconsultos de reconocida competencia en materia de Derecho
Internacional. El artículo 9 establece, por su parte, otro criterio que deben tener en
cuenta los electores y es que en el conjunto estén representadas las grandes civiliza-
ciones y los principales sistemas jurídicos del mundo. De conformidad con el párrafo
1 del artículo 3, el número de jueces es de quince, de los cuales no podrá haber dos
que tengan la misma nacionalidad. Los jueces desempeñan su mandato durante un
plazo de nueve años y pueden ser reelegidos (art. 13).
Pero ¿cómo se eligen los jueces? La falta de acuerdo sobre los patrones que debían
inspirar la designación de magistrados fue lo que, en la Segunda Conferencia de
la Paz de La Haya de 1907, impidió la creación del Tribunal de Justicia Arbitral,
propuesto por los Estados Unidos, porque allí las grandes potencias reclamaban
una posición privilegiada en orden a la presencia de jueces de su nacionalidad,
deseo que chocó lógicamente con los puntos de vista de las pequeñas potencias,
que, capitaneadas por la delegación de Brasil, exigían respeto al principio de igual-
dad. En el Estatuto del Tribunal Permanente se llegó a una fórmula de transacción
ideada por el jurista estadounidense ROOT: el escrutinio separado en el Consejo y
en la Asamblea de la Sociedad de Naciones, es decir, en el órgano restringido y en
el plenario, fórmula que ha pasado al Estatuto del actual Tribunal, que, efectiva-
mente, consagra el procedimiento del doble escrutinio.
Las líneas básicas del procedimiento de elección (arts. 4 a 12) son las siguientes.
El primer trámite es la elaboración de la lista de candidatos. Los grupos naciona-
les del Tribunal Permanente de Arbitraje, o, si no los hay, los grupos que a este
efecto designen los respectivos gobiernos, designan hasta un máximo de cuatro
candidatos, de los cuales no más de dos serán de su misma nacionalidad. El Secre-
tario General de las Naciones Unidas elabora una lista, por orden alfabético, de
las personas así designadas, que somete a la Asamblea General y al Consejo de
Seguridad, órganos que, de manera independiente, proceden a la elección de los
jueces, considerándose elegidos aquellos que obtengan mayoría absoluta de votos
en uno y otro órgano, y bien entendido que en el Consejo no existe sobre este punto
derecho de veto de los miembros permanentes.
El Estatuto del Tribunal establece la institución de los denominados jueces ad
hoc. Efectivamente, en caso de que uno de los jueces tenga la nacionalidad de uno
de los Estados litigantes, dicho juez conserva el derecho a participar en la decisión,
pero, si en el Tribunal no existe un juez nacional del otro Estado parte en el litigio,
este último Estado puede designar una persona para que participe en calidad de
juez. Incluso si no forma parte del Tribunal ningún juez con nacionalidad de nin-
guno de los Estados litigantes, cada uno de ellos puede designar un juez. Estamos
realmente ante un vestigio de la institución del arbitraje. Añadamos que, por lo

tional Court of Justice», en E.O.P.I.L., 1981, vol. 1, pp. 72 ss.; T. O. ELIAS, The International Court
of Justice, La Haya, 1983. Respecto a la denominación usual en España («Tribunal Internacional de
Justicia»), véase la nota 27 del apartado 62.
770 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

común, los jueces ad hoc votan a favor del Estado que les ha designado, por lo que
su misión estriba de hecho en defender las posiciones de las partes en el momento
decisivo de deliberación del Tribunal20.
El Tribunal funciona normalmente en pleno, aunque el Estatuto reconoce la
posibilidad de constitución de salas especiales, compuestas por un número reducido
de magistrados que podrán oír y resolver los casos si las partes así lo solicitan. La
reforma del Reglamento del Tribunal operada en 1972 ha admitido que los Estados
partes en la controversia puedan designar los jueces que integren dichas salas. Se trata
de una novedad del mayor interés, que tiende a dotar al arreglo judicial de algunas
de las ventajas del arbitraje, como ya dijimos, y de la que los Estados partes están
haciendo uso frecuente en los últimos años21.

c) Ius standi. Según el artículo 34 del Estatuto, sólo los Estados podrán ser partes
en litigios ante el Tribunal. No se admite, pues, el ius standi de los particulares, ni
siquiera el de las organizaciones internacionales, aunque el Tribunal sí puede recabar
y recibir, de estas últimas, información sobre los casos de que conozca. Claro que esta
denegación del ius standi de las organizaciones internacionales se refiere al supuesto
en que el Tribunal ejerza jurisdicción contenciosa —es decir, resuelva controversias
mediante decisiones vinculantes—, porque, en las condiciones señaladas en la Carta
y en el Estatuto, que más adelante estudiaremos, ciertos órganos de organizaciones
internacionales sí pueden pedir opinión o dictamen —no vinculante— al Tribunal.
Es el supuesto de la llamada función consultiva. Y cabe incluso transformar la fun-
ción consultiva en jurisdicción contenciosa atribuyendo mediante acuerdo eficacia
vinculante al dictamen, lo que supone reconocimiento de un cierto derecho de acceso
de las organizaciones internacionales a los litigios ante el Tribunal. Volveremos sobre
este tema al hablar de la función consultiva.
Está claro, en todo caso, que los Estados tienen ius standi ante el Tribunal;
pero ¿qué Estados exactamente? Por lo pronto, según el párrafo 1.º del artículo
35 del Estatuto, lo tienen todos los Estados partes en él, debiéndose señalar a este
respecto que, según el artículo 93 de la Carta, poseen ipso facto esa condición los
miembros de las Naciones Unidas, aunque un Estado no miembro puede llegar a
ser parte en el Estatuto de acuerdo con las condiciones establecidas en cada caso
por la Asamblea General a recomendación del Consejo de Seguridad. Pero también
un Estado no parte en el Estatuto puede llegar a litigar ante el Tribunal, ya que, de
acuerdo con el párrafo 2 del artículo 35 del Estatuto (caso de Albania en el litigio
del Canal de Corfú, resuelto por sentencia de 9 de abril de 1949)22, el Consejo de
Seguridad fijará, con sujeción a los tratados vigentes, las condiciones en que el
Tribunal estará abierto a otros Estados, condiciones que no podrán colocar a las
partes de modo alguno en situación de desigualdad.
20
Sobre los jueces ad hoc, D. D. NSERKO, «The International Court, Impartiality and Judges ad
hoc», en Indian Journal of International Law, 1973, pp. 207 ss.
21
Véase apartado 62; y E. ZOLLER, «La première Constitution d’une Chambre spéciale par la
Cour Internationale de Justice: Observations sur l’Ordonnance du 20 janvier 1982», en R.G.D.I.P.,
1982, pp. 305 ss.
22
CIJ, Recueil, 1949, pp. 4 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 771

d) Competencia. La competencia del Tribunal Internacional de Justicia se


mueve dentro de las grandes coordenadas del Derecho Internacional contempo-
ráneo sobre solución de controversias. Una de esas coordenadas es, como sabe-
mos23, el principio de libertad en la elección del medio de arreglo, lo que comporta
la consecuencia de que no cabe solución jurisdiccional de la controversia, y por
tanto arreglo judicial, sin el consentimiento de los Estados partes. Claro que tal
consentimiento puede manifestarse por diversas vías: bien a posteriori, es decir,
después de surgida la controversia, y a través de un acuerdo especial que se llama
compromiso; bien a priori, esto es, antes de nacida la controversia, en cuyo caso
el consentimiento puede prestarse sea por vía convencional, sea por vía unilateral
si concurre una declaración unilateral del otro Estado parte. El fundamento de
la competencia es, pues, consensual, aunque el Tribunal ha mitigado el rigor de
tal principio atribuyéndose, con base en el Estatuto o yendo más allá de su letra,
una amplia competencia incidental. Desarrollamos a continuación todos estos
supuestos de competencia.
A la hipótesis del compromiso se refiere la primera oración del párrafo 1 del
artículo 36 del Estatuto cuando dice que «la competencia de la Corte se exten-
derá a todos los litigios que las partes le sometan...». Señalemos que el Tribunal
ha interpretado los compromisos de acuerdo con el principio de la efectividad,
es decir, de manera que permita desplegar a sus cláusulas efectos útiles24. Y es
importante aclarar asimismo que no es sólo el consentimiento expresado por
compromiso el que confiere competencia al Tribunal, porque, según resulta de su
jurisprudencia25, aquél puede manifestarse también incluso después de iniciado el
procedimiento, bien por actos concluyentes, o por actos separados o sucesivos, o
de manera tácita, esto es, por cualquier declaración o actitud de un gobierno que
implique un elemento de consentimiento de la competencia del Tribunal. Es ésta
la doctrina llamada del forum prorrogatum, de la que el Tribunal ha hecho un uso
relativamente amplio.
Al consentimiento del Estado demandado a la competencia del Tribunal una vez
presentada la demanda se refiere el párrafo 5.º del artículo 38 del Reglamento, que
precisa que hasta que no se preste ese consentimiento la demanda no se inscribe en
el registro ni se lleva a cabo ningún acto de procedimiento. En el asunto relativo a
ciertas cuestiones de asistencia mutua en materia criminal (Djibouti contra Francia),
sometido en el año 2006, la competencia se basó en el consentimiento manifestado
por el Estado demandado una vez formulada la demanda.
23
Véase apartado 58. Sobre la competencia del Tribunal: E. HAMBRO, «The Jurisdiction of the
International Court of Justice», en R. des C., t. 76, 1950, pp. 121 ss.; V. STARACE, La competenza de
la Corte Internazionale de Giustizia in materia contenziosa, Nápoles, 1970; y R. CASADO RAIGÓN, La
jurisdicción contenciosa de la Corte Internacional de Justicia, Córdoba, 1987.
24
CPJI, Serie A, n.º 22, p. 13; CPJI, Serie B, n.º 13, p. 19; CPJI, Serie A, n.º 24, p. 14; CPJI, Serie
A/B, n.º 46, pp. 135-159; y CIJ, Recueil, 1949, p. 24.
25
CPJI, Serie A, n.º 5, p. 28; CPJI, Serie A, n.º 15, pp. 22-25; CIJ, Recueil, 1948, pp. 27 ss.; CIJ,
Recueil, 1951, p. 78; y CIJ, Recueil, 1952, p. 114. Sobre el forum prorrogatum: S. ROSENNE, «The Forum
Prorrogatum in the International Court of Justice», en Revue Héllenique du Droit International, 1953; E.
PECOURT GARCÍA, «El principio del forum prorrogatum y su aplicación en los tribunales internacionales»,
Anales de la Universidad de Valencia, vol. XXXIV (1960-1961), pp. 3 ss.; y J. SOUBEYROL, «Forum pro-
rrogatum et Cour Internationale de Justice: de la procédure contentieuse à la procédure consultative»,
en R.G.D.I.P., 1972, pp. 1098 ss.
772 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Al supuesto de consentimiento prestado a priori mediante instrumento convencio-


nal alude la segunda oración del párrafo 1 del artículo 36 del Estatuto cuando declara
que «la competencia de la Corte se extiende a todos los litigios... especialmente pre-
vistos en la Carta de las Naciones Unidas o en los tratados y convenciones vigentes».
El tratado en cuestión puede ser un instrumento general de solución de controversias
o bien un tratado referido a otra materia —por ejemplo, una convención codificado-
ra—. En todo caso, según el artículo 37, «cuando un tratado o convención vigente
disponga que un asunto sea sometido a una jurisdicción que debía instituir la Sociedad
de Naciones, o a la Corte Permanente de Justicia Internacional, dicho asunto, por
lo que respecta a las partes en este Estatuto, será sometido a la Corte Internacional
de Justicia». Justamente, en el litigio de Barcelona Traction entre España y Bélgica,
el Tribunal fundó su competencia en el hecho de que por el Tratado hispano-belga
de 19 de julio de 1927 ambos países habían establecido la competencia del Tribunal
Permanente, competencia que el artículo 37 del Estatuto había transferido al Tribunal
Internacional de Justicia26. En fin, al 31 de julio de 2006, cláusulas de 300 tratados,
entre multilaterales o bilaterales, prevén la competencia del Tribunal.
En el párrafo 2 del artículo 36 contempla el supuesto de competencia resultante
del juego de las declaraciones unilaterales de los Estados partes en la controver-
sia, fórmula ideada por el Comité de Juristas que en 1920 redactó el Estatuto del
Tribunal Permanente como solución de compromiso entre los que deseaban la
jurisdicción obligatoria completa y los que no pretendían ir más allá de la jurisdic-
ción facultativa. Efectivamente, los Estados partes en el Estatuto pueden declarar
en cualquier momento que reconocen como obligatoria ipso facto y sin convenio
especial, respecto a cualquier otro Estado que acepte la misma obligación, la juris-
dicción del Tribunal en todas las controversias de orden jurídico que versen sobre:
a) la interpretación de un tratado; b) cualquier cuestión de Derecho Internacional;
c) la existencia de todo hecho que, si fuere establecido, constituiría violación de una
obligación internacional; d) la naturaleza o extensión de la reparación que ha de
hacerse por el quebrantamiento de una obligación internacional. La declaración
puede hacerse incondicionalmente o bajo condición de reciprocidad por parte de
varios o determinados Estados o por tiempo determinado.
En la segunda década del milenio, sólo 67 Estados —algo más de la tercera parte
de los miembros de las Naciones Unidas— han hecho o mantenido ese tipo de decla-
raciones, dándose la circunstancia, además, de que algunas de ellas están afectadas
por reservas y restricciones que enervan en ocasiones la operatividad del mecanismo.
Entre las ausencias hay que subrayar la de Rusia, y la de un tradicional valedor en
el pasado de la jurisdicción obligatoria, los Estados Unidos, que en 1984 revocó su
declaración con ocasión de la demanda presentada por Nicaragua en el caso de las
actividades militares y paramilitares en Nicaragua y contra ella 27. Hay que hacer notar
con júbilo el hecho importante para nosotros de que España depositó la declaración

26
CIJ, Recueil, 1964, pp. 6 ss.; A. MIAJA DE LA MUELA, «El artículo 37 del Estatuto del Tribunal
Internacional de Justicia y su interpretación por la sentencia de 24 de julio de 1964», en Estudios
sobre el Tribunal Internacional de Justicia, obra colectiva, Zaragoza, 1967, pp. 151 ss.; y J. A. PASTOR
RIDRUEJO, «La sentencia del Tribunal de La Haya de 24 de julio de 1964: Excepciones preliminares
en el caso Barcelona Traction», ibíd., pp. 133 ss.
27
CIJ, Recueil, 1984, pp. 192 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 773

unilateral el 29 de octubre de 1990 27 bis, acompañándola de excepciones de carácter


más técnico o procesal que propiamente sustantivo.
Señalemos que la jurisprudencia del Tribunal es rica en lo que respecta a la
forma, interpretación y efectos de las declaraciones unilaterales y sus restricciones.
Así, y partiendo de la previsión del párrafo 4.º del artículo 36 del Estatuto, según
la cual las declaraciones serán remitidas para su depósito al Secretario General de
las Naciones Unidas, ha sentado el Tribunal el principio general de la libertad de
forma28; ha dicho también que en la interpretación de las declaraciones hay que
indagar el sentido natural y razonable de lectura del texto y que, a diferencia de los
tratados, no es preciso atribuir razón de ser y sentido a cada uno de sus términos, ya
que los actos unilaterales contienen a veces palabras ex abundanti cautela29; que en
principio las declaraciones deben ser interpretadas de conformidad con el Derecho
existente y no en contra del mismo30; y que, en caso de duda, puede recomendarse

27 bis
B.O.E. de 16 de noviembre de 1990. Véase E. ORIHUELA CALATAYUD, «España y la jurisdic-
ción obligatoria del Tribunal Internacional de Justicia», en R.E.D.I., 1989, 1, vol. XLI, pp. 69 ss.; J. D.
GONZÁLEZ CAMPOS, «España reconoce como obligatoria la jurisdicción de la C.I.J. de conformidad
con el artículo 36.2 del Estatuto», R.E.D.I., 1990, 2, vol. XLII, pp. 361 ss.; y J. A. PASTOR RIDRUEJO,
«The spanish declaration of acceptance of the compulsory jurisdiction of the International Court of
Justice», en S.Y.I.L., 1991, pp. 19 ss.
El texto de la declaración es: «1. Tengo el honor de declarar, en nombre del Gobierno español, que
el Reino de España reconoce como obligatoria ipso facto, y sin necesidad de convenio específico, la
jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia conforme a lo dispuesto en el párrafo 2 del artículo
36 del Estatuto de dicho Tribunal, respecto a cualquier otro Estado que haya aceptado la misma obli-
gación, bajo condición de reciprocidad, en las controversias de orden jurídico no comprendidas en los
supuestos y excepciones siguientes:
»a) Controversias respecto de las cuales el Reino de España y la otra u otras partes hayan con-
venido o convengan recurrir a un medio pacífico distinto de arreglo de la controversia.
»b) Controversias en las que la otra parte o partes hayan aceptado la jurisdicción obligatoria del
Tribunal únicamente en lo que concierne a la controversia de que se trate o para los fines exclusivos
de la misma.
»c) Controversias en las que la otra parte o partes hayan aceptado la jurisdicción obligatoria del
Tribunal con menos de doce meses de antelación a la fecha de presentación de la solicitud escrita incoando
el procedimiento correspondiente ante el Tribunal.
»d) Controversias surgidas antes de la fecha de remisión de la presente Declaración al Secretario
General de las Naciones Unidas para su depósito, o relativas a hechos o situaciones acaecidas con
anterioridad a dicha fecha, aunque dichos hechos o situaciones puedan seguir manifestándose o sur-
tiendo efectos con posterioridad a la misma.
»2. El Reino de España podrá completar, modificar o retirar, en cualquier momento, en todo o en
parte, las reservas arriba mencionadas, así como cualesquiera otras que pudiese formular en el futuro,
mediante notificación dirigida al Secretario General de las Naciones Unidas. Estas modificaciones
tendrán efectos a partir de la fecha de su recepción por el Secretario General de las Naciones Unidas.
»3. La presente Declaración, que se remite para su depósito al Secretario General de las Nacio-
nes Unidas, de conformidad con lo dispuesto en el párrafo 4 del artículo 36 del Estatuto del Tribunal
Internacional de Justicia, permanecerá en vigor mientras no sea retirada por el Gobierno español o
reemplazada por otra declaración de dicho Gobierno.
»La retirada de la Declaración tendrá efectos una vez transcurrido un período de seis meses, contados
a partir de la recepción por el Secretario General de las Naciones Unidas de la notificación correspon-
diente del Gobierno español. Sin embargo, respecto a Estados que hubieran establecido un período
inferior a seis meses entre la notificación y la producción de efectos de la retirada de su Declaración,
la retirada de la Declaración española surtirá efectos una vez transcurrido dicho plazo más breve».
Señalemos que se aprovechó la publicación de la Declaración en el B.O.E. para publicar al mismo
tiempo la Carta de las Naciones Unidas con el Estatuto anejo del Tribunal.
28
CIJ, Recueil, 1961, pp. 31-32.
29
CIJ, Recueil, 1952, p. 105.
30
CIJ, Recueil, 1957, p. 142.
774 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

una interpretación estricta que no rebase la voluntad de los Estados31. En cuanto a la


denuncia y expiración del plazo de las declaraciones, ha dicho el Tribunal que, una
vez iniciado el procedimiento, tales hechos no pueden destruir una competencia ya
establecida32. Y en el caso de las actividades militares y paramilitares en Nicaragua
y contra ella, enfrentado ante el problema de si surtía efectos la revocación por
Estados Unidos de la declaración unilateral en condiciones distintas de las previstas
en la propia declaración, es decir, antes de la expiración del plazo de seis meses de
preaviso indicado en aquélla, el Tribunal, invocando el principio de la buena fe y
el criterio de la razonabilidad, afirmó su competencia33. En cuanto a las reservas
formuladas por los Estados en sus declaraciones, ha estimado reiteradamente que
la competencia le es conferida en la medida en que coincidan los términos de las
declaraciones de los Estados litigantes, lo que comporta la consecuencia de que un
Estado parte puede invocar una reserva o restricción no hecha por él y sí por la parte
contraria, doctrina de la que el Tribunal ha hecho aplicación aun en los casos en que
cabía considerar que la reserva, en cuanto incompatible con los principios básicos
del Estatuto, hacía nula la declaración. Así, en el asunto relativo a ciertos préstamos
noruegos, Noruega invocó la reserva francesa que excluía de la competencia del
Tribunal los problemas que afectasen a la jurisdicción interna, tal como la entendía
el propio Gobierno de Francia, y el Tribunal hubo de declararse incompetente34.
Hay que decir también que el párrafo 5 del artículo 36 del Estatuto transforma
las declaraciones unilaterales formuladas para el Tribunal Permanente en decla-
raciones que aceptan la competencia del Tribunal Internacional de Justicia por
el período que les quedare de vigencia y en los términos de aquéllas. Pero, en el
caso del incidente aéreo entre Israel y Bulgaria (1959), el Tribunal entendió que se
trataba de una disposición de Derecho transitorio, sólo aplicable a los Estados
signatarios del Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia en el momento de
disolución de su antecesor, el Tribunal Permanente de Justicia Internacional. No
es ése el caso en el litigio y el Tribunal se declaró incompetente35.
Y en este sucinto análisis de la competencia del Tribunal hemos de referirnos por
fin a la llamada competencia incidental, mediante la cual, y sobre la base del Estatuto o
rebasando incluso su tenor literal, el Tribunal ha mitigado la rigidez de los principios
consensuales que dominan la materia36. Ha dicho el Tribunal, en este sentido, que la
disposición del párrafo 6 del artículo 36 del Estatuto, conforme a la cual es él el juez de
su propia competencia, constituye un principio de Derecho Internacional general37.
De otro lado, el Tribunal se ha declarado competente para conocer de cuestiones

31
CPJI, Serie A/B, n.º 74, pp. 23-24.
32
CIJ, Recueil, 1953, pp. 122-123.
33
CIJ, Recueil, 1984, pp. 192 ss.
34
CIJ, Recueil, 1957, pp. 23-24. Véase J. A. CARRILLO SALCEDO, «La excepción automática de
competencia doméstica (domestic jurisdiction) ante el Tribunal Internacional de Justicia. Examen de
la práctica reciente», en R.E.D.I., 1960, pp. 187 ss.
35
CIJ, Recueil, 1959, pp. 127 ss.
36
Sobre la competencia incidental, H. W. BRIGGS, «La compétence incidente de la Cour Interna-
tionale de Justice en tant que compétence obligatoire», en R.G.D.I.P., 1960, pp. 217 ss.
37
CIJ, Recueil, 1953, p. 119. Véase G. BERLIA, «Jurisprudence des tribunaux internationaux en ce
qui concerne leur compétence», en R. des C., 1955, vol. 88, pp. 105 ss.; V. IACCARINO, Della così dita
competenza sulla competenza dei tribunali internazionali, Nápoles, 1962.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 775

de procedimiento, tales como la validez, retirada o caducidad de una demanda38. Y,


por aplicación del principio de efectividad, ha entendido que, siendo la reparación el
complemento indispensable del incumplimiento de una disposición convencional, la
competencia para estatuir sobre tal incumplimiento lleva consigo la de fijar los modos
y medios de reparación, si bien no cabe extender de modo injustificado semejante prin-
cipio, como, por ejemplo, en el sentido de que pueda decidir sobre cualquier cuestión
que tenga influencia en la eficacia de la reparación39.

e) Procedimiento. Es nota característica de la solución judicial de las con-


troversias, según hemos expuesto en otro lugar, la sustanciación del litigio en un
procedimiento previamente establecido en el Estatuto o Reglamento del órgano
jurisdiccional. Por lo que respecta al Tribunal Internacional de Justicia, el pro-
cedimiento está regulado en su Estatuto y desarrollado en su Reglamento (cuya
última puesta al día es de 1978)40.
En cuanto a la lengua del procedimiento, es el francés o el inglés, únicos idio-
mas oficiales del Tribunal (art. 39 del Estatuto). Ante el Tribunal las partes están
representadas por agentes, pero pueden nombrar también consejeros o abogados,
todos los cuales disfrutarán de los privilegios e inmunidades necesarios para el des-
empeño de sus funciones (art. 42 del Estatuto). Para el desarrollo del procedimiento
el Tribunal dicta las providencias necesarias (art. 48 del Estatuto) y procede a las
notificaciones y comunicaciones pertinentes (arts. 43 y 44 del Estatuto).
El procedimiento se inicia, según el caso, mediante notificación del compromiso
o por solicitud escrita dirigida al Secretario del Tribunal. Se entiende que la solicitud
escrita está reservada para los supuestos de competencia basada en tratados o con-
venciones distintos del compromiso o en el juego de las declaraciones facultativas.
Por lo demás, el procedimiento tiene dos grandes fases, una escrita y otra oral.
La fase escrita comprende la presentación de la memoria (por la parte deman-
dante), contramemoria (por la parte demandada) y, si fuese necesario, de réplica
y dúplica (arts. 43 del Estatuto y 49 del Reglamento), escritos todos que deben ir
acompañados de las piezas o documentos en apoyo de las mismas. La fase oral con-
siste en la audiencia de testigos, peritos, agentes, consejeros y abogados (p. 5 del art.
43 del Estatuto) en vistas que deben de ser públicas, a no ser que el Tribunal decida
lo contrario o las partes pidan que no se admita al público (art. 46 del Estatuto). Al
final de la fase oral, el respectivo agente dará lectura a las conclusiones finales de su
parte (p. 2 del art. 60 del Reglamento).
En el Estatuto y Reglamento se regulan ciertos incidentes del procedimiento, a
saber: las medidas provisionales, las excepciones preliminares, las demandas recon-
vencionales, la intervención de terceros Estados y juicio en rebeldía. En efecto, según
38
CIJ, Recueil, 1954, p. 28.
39
CPJI, Serie A, n.º 17, pp. 61-62; CIJ, Recueil, 1949, p. 26.
40
Sobre el procedimiento: CH. DE VISSCHER, Aspects récents du droit procédural de la Cour Inter-
nationale de Justice, París, 1966; G. GUYOMAR, Commentaire du Règlement de la Cour Internationale de
Justice, París, 1973, y «Le nouveau Règlement de procédure de la Cour Internationale de Justice», en
A.F.D.I., 1978, pp. 321 ss.; A. SAAVEDRA MUGUELAR, «El nuevo reglamento del T.I.J.», en R.E.D.I.,
1981, pp. 111 ss.; S. ROSENNE, Procedure in International Court. A Commentary on de 1978 Rules of
the International Court of Justice, La Haya, 1983; y J. B. ACOSTA ESTÉVEZ, El proceso ante el Tribunal
Internacional de Justicia, Barcelona, 1995.
776 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

el artículo 41 del Estatuto, el Tribunal puede indicar, si considera que las circunstan-
cias así lo exigen, las medidas provisionales que deban tomarse para resguardar los
derechos de cada una de las partes que, mientras se pronuncia el fallo, se notifican
inmediatamente a las partes y al Consejo de Seguridad, y en el entendido de que
dicha indicación, según lo estatuido por el propio Tribunal en su sentencia de 27
de junio de 2001 (asunto Lagrand, Alemania contra Estados Unidos), es obligatoria
para las partes por exigirlo así el objeto y el propósito del Estatuto 40 bis. Por su parte,
el artículo 76 del Reglamento faculta al Tribunal para levantar o modificar dichas
medidas si aprecia un cambio en las circunstancias que las motivaron. Mediante la
presentación de una excepción preliminar se pretende que el Tribunal no se pronun-
cie sobre el fondo del litigio, bien por entender que no tiene competencia sobre él,
bien por considerar que no se han satisfecho ciertas condiciones necesarias para la
admisibilidad de la reclamación; dicha excepción ha de ser presentada por escrito en
las condiciones que determina el artículo 79 del Reglamento, y bien entendido que
su alegación suspende el procedimiento en cuanto al fondo. Al resolver la excepción,
el Tribunal puede desestimarla, lo que supone la continuación del proceso; puede
estimarla, en cuyo caso ya no tiene que pronunciarse sobre el fondo; y puede por fin
unir la excepción a la consideración del fondo del asunto, continuando entonces el
procedimiento principal. Cabe asimismo la presentación de una demanda reconvencio-
nal, salvo, como es lógico, en los casos en que el litigio haya sido sometido al Tribunal
por vía de compromiso; dicha demanda ha de ser articulada en la contramemoria de
la parte que la presente, debe tener una conexión directa con la demanda principal
(así lo exige el art. 80 del Reglamento) y la petición contenida en ella tiene que caer
dentro de la competencia del Tribunal. Respecto al derecho de intervención de terce-
ros Estados, son dos los supuestos en que la autoriza el Estatuto: si el tercer Estado
considera que tiene un interés de orden jurídico que puede quedar afectado por la
decisión del litigio, en cuyo caso el Tribunal decide sobre la solicitud de intervención
(art. 62 del Estatuto); y si se trata de la interpretación de una convención en que sean
partes Estados distintos de los que intervienen en el litigio, en el entendido de que,
si el tercer Estado ejerce la intervención, la interpretación contenida en la sentencia
es obligatoria para él (art. 63 del Estatuto). Digamos, por fin, que el artículo 53 del
Estatuto contempla el supuesto de juicio en rebeldía al disponer que, cuando una
de las partes no comparezca ante el Tribunal o se abstenga de defender su caso, la
otra parte podrá pedir al Tribunal que decida a su favor, aunque antes de dictar su
sentencia el Tribunal ha de asegurarse que tiene competencia y que la demanda está
bien fundada en cuanto a los hechos y al Derecho. La sentencia de 27 de junio de
1986 en el caso relativo a las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y contra
ella fue dictada en rebeldía de los Estados Unidos41, si bien no es el único precedente
de la figura que nos ocupa. Añadamos que sobre los incidentes del procedimiento
que acabamos de reseñar sucintamente existe una rica práctica y una interesante
jurisprudencia que, por la índole de este libro, no podemos analizar aquí42.

40 bis
CIJ, Recueil, 2001, párrafos 92 ss.
41
CIJ, Recueil, 1986, pp. 14 ss.
42
Véase en J. A. PASTOR RIDRUEJO, La jurisprudencia del Tribunal Internacional de La Haya.
Sistematización y comentarios, Madrid, 1962, pp. 220 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 777

f ) Sentencia. Una vez que las partes hayan completado la presentación de su


caso, el Presidente del Tribunal declara terminada la vista, empezando a continua-
ción las deliberaciones de los jueces que se celebran en privado y deben permanecer
secretas (art. 54 del Estatuto). Al término de las deliberaciones el Tribunal dicta el
fallo por mayoría de votos de los jueces presentes y, en caso de empate, decide el
voto del Presidente o del juez que lo sustituya (art. 55 del Estatuto). El fallo ha de
ser motivado (art. 56 del Estatuto), y sus fundamentos jurídicos han de tomarse
del Derecho Internacional, según resulta del artículo 38 del Estatuto, ampliamente
analizado en el Capítulo II de este libro al tratar de las fuentes del Derecho Inter-
nacional. Y es posible también la decisión de un litigio ex aequo et bono (equidad
contra legem) si las partes así lo convinieran (p. 2 del art. 38 del Estatuto), supuesto
del que no existe precedente alguno. Por lo demás, todo magistrado tiene derecho
a que se añada a la sentencia su opinión disidente (art. 57 del Estatuto), y resulta de
la práctica que se incluyen también las opiniones individuales, que son aquellas en
que los jueces, concordando con el dispositivo, expresan motivaciones distintas de
las de la mayoría. La sentencia es, por supuesto, obligatoria (art. 94 de la Carta),
aunque sólo para las partes en litigio y respecto del caso que ha sido decidido (art.
59 del Estatuto).
En cuanto a las cuestiones o temas concretos que ha de resolver la sentencia,
digamos que el Tribunal aplica la regla non ultra petita. No sustancia, en efecto,
puntos que no le hayan sido sometidos por las partes en la controversia, aunque
como se dice en la sentencia de 14 de febrero de 2002 (asunto relativo al mandato
de detención de 11 de abril de 2000, República Democrática del Congo c. Bélgica),
nada le impide abordar ciertos puntos de Derecho en su motivación42 bis.
El fallo es definitivo e inapelable (art. 60 del Estatuto), lo que comporta la
consecuencia de que no caben ante él recursos de los que en los sistemas procesales
internos se consideran ordinarios. Sí es posible, sin embargo, que cualquiera de las
partes solicite del Tribunal su interpretación en caso de desacuerdo sobre su sentido
o alcance (art. 60 del Estatuto), función esta última que como ha dicho el Tribunal
en su sentencia de 11 de noviembre de 2013 (Demande en interprétation de l’arrêt
du 15 juin 1962 en l’afffaire du Temple de Préah Vihéar, Cambodge c. Thailande,
párrafos 66 ss.) conlleva el deber de respetar estrictamente los límites de la sentencia
a interpretar, sin que sea posible poner en cuestión lo que ya se ha decidido con
fuerza de cosa juzgada y sin que quepa solucionar cuestiones nuevas. Cabe también
pedir la revisión de la sentencia si se descubre un hecho nuevo de tal naturaleza que
pueda ser factor decisivo y que, al pronunciarse aquélla, fuera desconocido del Tri-
bunal y de la parte que pida la revisión, siempre que su desconocimiento no se deba
a negligencia. En todo caso la solicitud de revisión sólo puede formularse dentro
del plazo de seis meses desde que se descubra el hecho nuevo y nunca cuando hayan
transcurrido diez años desde la fecha de la sentencia (art. 61 del Estatuto).
Es de señalar que, en el caso de incumplimiento de la sentencia, la parte afecta-
da puede recurrir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que, si lo
cree necesario, haga recomendaciones o dicte medidas con objeto de que se lleve

42 bis
CIJ, Recueil, 2003, párr. 43 de la sentencia.
778 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

a efecto la ejecución del fallo (p. 2 del art. 94 de la Carta)43. El mecanismo no se


ha aplicado hasta el momento por más que, como veremos enseguida, se hayan
dado algunos casos de inejecución de las sentencias.
g) Función consultiva. Nos hemos referido hasta ahora a la función contenciosa
del Tribunal, esto es, a los supuestos en que ejerce jurisdicción en controversias entre
Estados. Sin embargo, siguiendo el precedente sentado por el Estatuto del Tribunal
Permanente, el Tribunal Internacional de Justicia desempeña una importante función
consultiva mediante la emisión de dictámenes que en términos de principio carecen
de fuerza vinculante desde el punto de vista jurídico. Efectivamente, los artículos
96 de la Carta y 65 del Estatuto facultan al Tribunal para formular dictámenes
(«opiniones consultivas» en la versión oficial en español de ambos instrumentos)
respecto de cualquier cuestión jurídica que le pidan determinados organismos 44.
Pero ¿qué ha de entenderse exactamente por «cuestión jurídica»? Aparece aquí un
problema emparentado con la distinción entre controversias políticas y jurídicas, ya
estudiado en otro lugar de este libro45, y en el que el propio Tribunal se ha mostrado
abierto y flexible, ya que, en tanto que órgano judicial, se ha sentido autorizado a
ejercer su función consultiva desde el momento en que una cuestión tuviese aspectos
jurídicos, y justamente respecto a esos aspectos, con independencia de las implica-
ciones políticas de la misma46.
La función consultiva se ejerce a instancia de la Asamblea General o del Consejo
de Seguridad (p. 1 del art. 96 de la Carta) y también, en cuanto a cuestiones jurídicas
que caigan dentro de la esfera de sus actividades, a petición de otros órganos de
las Naciones Unidas y de organismos especializados que sean autorizados para
ello en cualquier momento por la Asamblea General (p. 2 del art. 96 de la Carta).
Distintas resoluciones de este órgano, complementadas por acuerdos entre las
Naciones Unidas y los organismos especializados de su sistema, han concedido a
estos últimos organismos la autorización en cuestión, con excepción de la Unión
Postal Universal.
Presentada por escrito solicitud de dictamen, se inicia un procedimiento que no se
aleja excesivamente del previsto para la jurisdicción contenciosa. Hay en él, efectiva-
mente, una fase escrita y otra oral. En ambas, Estados y organizaciones internacio-
nales pueden exponer sus puntos de vista sobre la cuestión. Es de señalar que, según

43
Véase V. VILLANI, «Il potere del Consiglio di Sicurezza delle Nazione Unite in materia di ese-
cuzione delle sentenze della Corte Internazionale de Giustizia», en Comunità Internazionale, 1970,
pp. 646 ss.; y P. PAONE, «Considerazioni sulla esecuzione delle sentenze della Corte Internazionale de
Giustizia», en Comunicacioni e Studi, 1975, pp. 627 ss.
44
Sobre la función consultiva del Tribunal: K. J. KEITH, The Extent of the Advisory Jurisdiction of
the International Court of Justice, Leyden, 1971; D. PRATAP, The Advisory Jurisdiction of the International
Court, Oxford, 1972; M. LACHS, «Perspectives pour la fonction consultative de la Cour Internationale
de Justice», Comunicazioni e Studi, 1975, pp. 423 ss.; R. LUZZATTO, «La competenza consultiva della
Corte Internazionale de Giustizia nella soluzione delle controversie internazionali», ibíd., pp. 627 ss.;
L. B. SOHN, «Broadening the Advisory Jurisdiction of the International Court of Justice», en A.J.I.L.,
1983, pp. 124 ss.; R. AGO, «Binding Advisory opinions of the International Court of Justice», en
A.J.I.L., 1991-3, pp. 439 ss.; y C. D. EXPÓSITO, La jurisdicción consultiva de la Corte Internacional de
Justicia, Madrid, 1996.
45
Véase apartado 59.
46
CIJ, Recueil, 1948, p. 61; CIJ, Recueil, 1950, pp. 6-7; CIJ, Recueil, 1960, p. 153; y CIJ, Recueil,
1962, pp. 155-156.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,5] 779

el artículo 68 del Estatuto, en el ejercicio de las funciones consultivas el Tribunal se


guiará no sólo por las disposiciones específicas de aquél, sino también por las que rijan
en materia contenciosa, en la medida en que las considere aplicables. Señalemos que
para el ejercicio de la función consultiva pueden formar parte del Tribunal jueces ad
hoc si el dictamen recae sobre una cuestión en controversia entre dos Estados.
Hemos dicho que, en términos de principio, el dictamen no posee efectos
vinculantes desde el punto de vista jurídico, lo cual no es óbice para que tenga una
autoridad política y moral importante. Pero es que, además, en virtud de acuerdo
especial, cabe atribuir al dictamen valor obligatorio. Son los casos previstos en la
Convención sobre privilegios e inmunidades de las Naciones Unidas de 13 de enero
de 1946, en el Estatuto del Tribunal Administrativo de las Naciones Unidas para el
supuesto de impugnación de sus sentencias, en el Estatuto del Tribunal Administra-
tivo de la Organización Internacional del Trabajo para el mismo supuesto, y en el
artículo 66 de la Convención de Viena de 21 de marzo de 1986 sobre el Derecho de
los Tratados entre Estados y organizaciones internacionales o entre organizaciones
internacionales, disposición esta última que permite al Tribunal zanjar con efectos
obligatorios mediante la vía consultiva controversias entre Estados y organizaciones
internacionales o entre organizaciones internacionales, que se refieren a la aplicación
o interpretación de la Convención. Es así como se ha suplido la falta de ius standi de
las organizaciones internacionales en los procedimientos contenciosos.
h) Valoración de conjunto de la actuación del Tribunal. La valoración de la
actuación del Tribunal Internacional de Justicia en su ya largo funcionamiento debe
hacerse dentro del contexto de la insatisfactoria situación general de la jurisdicción
obligatoria. Partiendo del principio de la libertad en la elección de medio para la
solución de controversias, consagrado en el artículo 33 de la Carta y confirmado en
importantes resoluciones de la Asamblea General y, por consiguiente, del fundamen-
to consensual de la competencia del Tribunal, su éxito depende, en último análisis, de
la actitud de los Estados. En su conjunto, y por las razones expuestas en otro lugar47,
los Estados soberanos muestran una clara tendencia hacia los modos de arreglo no
jurisdiccionales o políticos. En una perspectiva global, la solución jurisdiccional
de las controversias no goza hoy, lamentablemente, del favor de la mayoría de los
Estados, y es ésta una consideración que hay que tener muy en cuenta en cualquier
intento de evaluación de la obra desempeñada por el Tribunal Internacional de
Justicia; sólo a partir de ella cobraría exacto sentido la afirmación hecha años atrás
de que el Tribunal está en crisis. Desde 1991, sin embargo, el número de litigios de
que conoce el Tribunal es mayor que nunca en el pasado 47 bis. En cualquier caso, el
número de asuntos sometidos al Tribunal entre el 22 de mayo de 1947 y los inicios
de 2015 asciende a 161, cifra nada halagüeña si se toma en consideración la gran
abundancia de controversias entre Estados surgidas entre esas dos fechas.

47
Véase apartado 60.
47 bis
Véase K. HIGHET, «The Peace Palace Heats Up: the World Court in Bussines Again?», en A.J.I.L.,
1991-4, pp. 646 ss.; y R. Y. JENNINGS, «The International Court of Justice after Fifty Years», en
A.J.I.L., 1995-3, pp. 493 ss. Los datos en el Informe de la Corte Internacional de Justicia. 1.º de agosto
de 1994 a 31 de julio de 1995, Asamblea General, Documentos oficiales, Quincuagésimo período de
sesiones, Suplemento n.º 4 (A/50/4).
780 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Con todo, y aunque de manera desigual en el tiempo y en competencia —muy


saludable por cierto— con los órganos de arbitraje, el Tribunal ha tenido ocasión
de ejercer sus funciones, contenciosas y consultivas, en buen número de casos, y ello
justificaría sobradamente su existencia. Además, la mayoría de las sentencias han
sido cumplidas, aunque alguna sin entusiasmo (caso del templo de Préah Vihear,
entre Tailandia y Camboya), o sin prontitud (caso de la soberanía entre ciertas
parcelas fronterizas entre Bélgica y los Países Bajos), o con dificultades (caso Haya
de la Torre, entre Perú y Colombia), o por motivos ajenos a la política internacio-
nal (caso del personal diplomático y consular de los Estados Unidos en Teherán), si
bien no se ejecutó la dictada en el caso del Canal de Corfú entre el Reino Unido y
Albania, ni las recaídas en el caso de competencia en materia de pesquerías dados los
resultados de la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar,
ni por el momento la dictada en el caso de las actividades militares y paramilitares en
Nicaragua y contra ella, supuesto este último especialmente preocupante porque el
incumplimiento es imputable a una superpotencia —los Estados Unidos— que ha
sido tradicionalmente gran valedora de la jurisdicción internacional. Pero cerremos
esta evaluación con un dato manifiestamente favorable, y es que las sentencias y
dictámenes del Tribunal han contribuido al perfeccionamiento y desarrollo progre-
sivo de sectores muy importantes del Derecho Internacional48, y de ahí el recurso
constante que hacemos en este libro a su jurisprudencia.

81.6. EL SECRETARIO GENERAL


a) De conformidad con el artículo 7 de la Carta, la Secretaría constituye un
órgano principal de las Naciones Unidas y se compone, de acuerdo con el artículo
98, de un Secretario General y del personal que requiera la Organización. Según el
tenor literal de aquellos artículos, el órgano sería la Secretaría, pero lo cierto es que
a la hora de establecer las competencias la Carta las atribuye al Secretario General
y no a la Secretaría. Está claro, en cualquier caso, que no se trata de un órgano
intergubernamental. El Secretario General y el personal de la Secretaría sólo deben
lealtad a la Organización, no representan a Estado alguno y no pueden recibir
instrucciones ni deben rendir cuentas a ningún Gobierno de un Estado miembro
ni, por supuesto, al Gobierno del Estado del que sean nacionales o a cualquier
otra autoridad ajena a la Organización. Las funciones del Secretario General y del
personal de la Secretaría son de carácter exclusivamente internacional, punto que
resulta muy claramente del artículo 100 de la Carta49.

48
Una excelente síntesis de la aportación del Tribunal al perfeccionamiento y desarrollo progresi-
vo del Derecho Internacional, en E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, «Balance sobre la actuación de la Corte
Internacional de Justicia en sus cuarenta años de funcionamiento», en ONU: Año XL, Revista de la
Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, Madrid, 1987, pp. 187 ss.
49
Véase J. L. KUNZ, «The Legal Position of the Secretary General of the U.N.», en A.J.I.L., 1946,
pp. 782 ss.; C. PARRY, «The Secretariat of the United Nations», en World Affairs, 1950, pp. 350 ss.;
M. VIRALLY, «Le rôle politique du Secrétaire Général des Nations Unies», en A.F.D.I., 1958, pp. 360
ss., J. PUENTE EGIDO, «Funciones administrativas y diplomático-políticas del Secretario General de
las Naciones Unidas según la Carta y la práctica de la Organización», en Zeitschrift für Ausländisches
öfftentliches Recht und Völkerrecht, vol. 29, 1959, pp. 36 ss., y vol. 30, pp. 450 ss.; M. C. SMOUTS, Le
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,81,6] 781

b) El Secretario General es nombrado por la Asamblea General a recomen-


dación del Consejo de Seguridad (art. 97 de la Carta). La decisión del Consejo
se adopta por el procedimiento previsto para las cuestiones no procedimentales,
ya que estamos, evidentemente, ante una cuestión de fondo, lo que comporta la
consecuencia de que los miembros permanentes tengan derecho de veto y, en defi-
nitiva, que el Secretario General deba contar con el visto bueno, al menos inicial,
de dichos miembros. Por resolución de la Asamblea General, el plazo del mandato
es de cinco años, aunque es posible la renovación. El primer Secretario General
fue TRIGVE LYE, de nacionalidad noruega, quien desempeñó el cargo entre 1946
y 1953. A él le sucedió el sueco DAG HAMMARSKJÖLD, quien dio muestras de
gran independencia frente a las grandes potencias y que murió trágicamente en el
Congo en 1961 cuando estaba al cargo de las operaciones de mantenimiento de
la paz acordadas por el Consejo de Seguridad. Fue luego nombrado el birmano
UTHANT, a quien en 1972 sucedió el austríaco KURT WALDHEIM. Entre 1982 y
1991 fue Secretario General el diplomático peruano JAVIER PÉREZ DE CUÉLLAR, a
quien el 1 de enero de 1992 sucedió el egipcio BOUTROS GHALI, eminente profesor
de Derecho Internacional. Entre 1997 y 2007 desempeñó el cargo un diplomático
africano, KOFI ANNAN. Desde el 1.º de enero de 2007 lo ejerce un diplomático
asiático, el ciudadano de la República de Corea BAN KI MOON.
Hay que decir que la propia institución del Secretario General ha sido objeto de
ataques. Así, en 1960, el profundo disgusto que causó a la Unión Soviética la manera
como HAMMARSKJÖLD dirigía las operaciones preventivas de la paz que las Naciones
Unidas realizaban en el Congo motivó que el jefe de la delegación, el premier KRUSCHEV,
propusiese la abolición del puesto y su sustitución por un triunvirato (troika) que diese
entrada a un representante del bloque occidental, otro del bloque del Este, y un tercero del
grupo neutralista. La propuesta, claramente inconstitucional, apenas si encontró apoyo
y fue olvidada tras la trágica muerte de HAMMARSKJÖLD y su sustitución por UTHANT.

c) Las competencias del Secretario General son variadas y de distinta índole e


importancia. Por lo pronto, y según el artículo 98, el Secretario General es el secretario
nato de los órganos principales de la Organización, es decir, de la Asamblea General,
Consejo de Seguridad, Consejo Económico y Social y Consejo de Administración
Fiduciaria, aunque no del Tribunal Internacional de Justicia, que tiene Secretario
y Secretaría propia. Obviamente, en el desempeño de esta función puede delegar en
miembros del personal de la Secretaría. Otro cometido, que resulta asimismo del
artículo 98 de la Carta, es el desempeño de las demás funciones que le encomienden
aquellos órganos; se trata de una delegación otorgada muy a menudo, normalmente
en cuestiones administrativas y técnicas, aunque también en otras de alcance político
superior. Sin ánimo de hacer una exposición exhaustiva, citaremos, por ejemplo,
la resolución 988 (ES-I), adoptada por la Asamblea General el 4 de noviembre
de 1956, que encargó al Secretario General la urgente presentación de un plan
para la creación, con el consentimiento de los Estados interesados, de una Fuerza
Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas en la zona del Canal de Suez,

Secrétaire Général des Nations Unies, París, 1971; S. M. SCHWEBEL, «United Nations Secretary Gene-
ral», en E.O.P.I.L., 1983, vol. 5, pp. 341 ss.
782 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

que fue aceptado por la Asamblea y ejecutado por el propio Secretario General; la
resolución 138, adoptada por el Consejo de Seguridad el 14 de julio de 1960, que le
autorizó a prestar ayuda militar al Gobierno del Congo en orden a la preservación
de su independencia política e integridad territorial; y la resolución 505, aprobada
por el Consejo de Seguridad el 26 de mayo de 1982, en la que se pidió la utilización
de sus buenos oficios en el litigio sobre las Islas Malvinas entre Argentina y el Reino
Unido. De otro lado, y también conforme al artículo 98, el Secretario General debe
rendir a la Asamblea General un informe anual sobre las actividades de la Organiza-
ción, informe de particular importancia porque rebasa comúnmente la actividad de
las Naciones Unidas y trasciende a valoraciones globales de política internacional.
Además, de acuerdo con el artículo 99, el Secretario General podrá llamar la aten-
ción del Consejo de Seguridad hacia cualquier asunto que en su opinión pueda poner en
peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, facultad muy relevan-
te en cuanto que suple las eventuales actitudes de inhibición o desinterés de los Estados
miembros, y de la que se ha hecho uso en distintas ocasiones; así, en 1950, TRIGVE LYE
invocó el artículo 99 en su comunicación al Consejo con ocasión del inicio de la guerra de
Corea; en 1960 fue HAMMARSKJÖLD quien, sobre la base de la disposición citada, llevó
al Consejo el asunto del Congo y en 1961 la cuestión de Bizerta; en 1979 KURT WALD-
HEIM sometió la cuestión de los rehenes estadounidenses en Teherán, etc. El Secretario
General es, de otro lado, quien ostenta la función representativa de la Organización, y
en este sentido es él quien concluye acuerdos y contratos, entabla reclamaciones por
daños y para cobro de deudas, etc. Por fin, al ser el más alto funcionario administrativo
de las Naciones Unidas, dirige, coordina y supervisa las actividades de la Secretaría
y, según el artículo 101, nombra a su personal de acuerdo con las reglas estableci-
das por la Asamblea General.

d) Las características y las líneas generales de la acción del Secretario General


en el desempeño de sus funciones están condicionadas por factores de diversa índole.
Uno de esos factores es, por supuesto e inevitablemente, el talante personal, y ya
con cierta perspectiva temporal podríamos decir que lo deseable al respecto consiste
en un prudente punto de equilibrio entre el protagonismo activista y la pasividad e
inhibición. Un exagerado ejercicio de iniciativa puede despertar recelos y ser mal visto
por algún o algunos miembros permanentes del Consejo de Seguridad, como fue el
caso de la Unión Soviética con ocasión de algunas actuaciones del señor HAMMARS-
KJÖLD. La pasividad e inacción en el campo político pueden no ser entendidas por
la mayoría de los miembros y, desde luego, suponen una abdicación en el ejercicio
de las prerrogativas que la Carta confiere al Secretario General. Éste debe mostrarse
activo, pero sus actividades político-diplomáticas han de ser discretas, además de
hábiles. Es la quiet diplomacy. Otro factor a tener en cuenta, en estrecha relación con
el anterior, es el grado de confianza que la persona del Secretario General suscite en
los Estados miembros, particularmente entre los permanentes del Consejo, porque
esa confianza determina en último análisis la naturaleza y el alcance de las funciones
que otros órganos le puedan confiar. En fin, el carácter unipersonal del Secretario
General le convierte en la instancia de la Organización especialmente adecuada para
el desempeño de funciones ejecutivas, incluso en el ámbito político.
82. FUNCIONES DE LAS NACIONES UNIDAS

82.1. GENERALIDADES Y REFERENCIAS

a) El Capítulo I de la Carta lleva por rúbrica «Propósitos y principios» y con-


tiene dos artículos de densa redacción: el 1, que trata de los propósitos, y el 2, que
se ocupa de los principios. Vamos a dar cuenta de esos propósitos y principios para
analizar después la interrelación entre unos y otros y examinar por fin, en los distin-
tos apartados de este epígrafe, las más importantes funciones de la Organización.

b) Según el artículo 1, efectivamente, los propósitos de las Naciones Unidas son


los siguientes: 1) mantenimiento de la paz y seguridad internacionales y, con tal fin,
tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz y para
suprimir actos de agresión y otros quebrantamientos de la paz, y lograr, por medios
pacíficos y de conformidad con los principios de la justicia y el Derecho Internacio-
nal, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de
conducir a quebrantamientos de la paz; 2) fomento de relaciones de amistad entre
las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la
libre determinación de los pueblos; 3) realización de la cooperación internacional en
la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o
humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y liber-
tades fundamentales; y 4) servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones
por alcanzar los propósitos comunes.
c) El artículo 2, por su parte, enuncia hasta siete principios, de acuerdo con
los cuales debe proceder la Organización para la consecución de los propósitos, a
saber: 1) igualdad soberana de los Estados miembros; 2) cumplimiento de buena fe
de las obligaciones contraídas en la Carta; 3) obligación de solución pacífica de las
controversias internacionales; 4) proscripción del recurso a la amenaza o uso de la
fuerza; 5) obligación de los Estados miembros de prestar ayuda a la Organización
en cualquier acción ejercida de conformidad con la Carta y de abstención de ayuda
al Estado contra el que la Organización ejerza acción preventiva o coercitiva; 6)
la Organización hará que los Estados no miembros se conduzcan de acuerdo con
estos principios en la medida necesaria para el mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales; 7) no intervención de las Naciones Unidas en asuntos de jurisdicción
interna de los Estados miembros.
d) ¿Cuál es la relación exacta entre los propósitos y principios? Se puso de
relieve en la Conferencia de San Francisco que los propósitos eran los objetivos
que debía alcanzar la Organización, mientras que los principios constituían las
reglas de conducta para conseguir aquellas metas1. Semejante distinción es clara en
1
U.N.C.I.O., vol. 6, p. 447.
[783]
784 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

líneas generales, aunque no tanto si se atiende al lenguaje específico de los artículos


1 y 2 de la Carta. Así, aunque el artículo 1 enuncia los propósitos, incluye también
referencias a principios como el de la igualdad soberana y libre determinación de
los pueblos y, además, a los principios de justicia y Derecho Internacional. Y en el
artículo 2 faltan referencias a principios que han sido de importancia decisiva en la
obra de la Organización: el de la libre determinación de los pueblos y el del respeto
a los derechos humanos. Pero, más que una exégesis formal de los artículos 1 y 2 de
la Carta, interesa, a nuestro entender, un análisis dinámico. La realización de los
propósitos ha sufrido el impacto de la evolución de la sociedad internacional y el de
las transformaciones de la propia Organización. Bajo esta perspectiva, examinada ya
la labor de las Naciones Unidas por lo que respecta a la protección de los derechos
humanos, libre determinación de los pueblos y codificación del Derecho Internacio-
nal, en los apartados siguientes vamos a analizar las funciones de la Organización
en tres grandes núcleos de cuestiones: mantenimiento de la paz y seguridad interna-
cionales, solución pacífica de controversias, y cooperación para el desarrollo. En lo
que concierne a los principios de las Naciones Unidas, creemos haberlos analizado
ya con la extensión y profundidad requeridas. Hoy, los principios de Carta, puestos
al día en la tantas veces citadas resolución 2.625 (XXV) de la Asamblea General,
de 24 de octubre de 1970, son los grandes principios de Derecho Internacional, que
hemos estudiado en este libro al hilo de las diversas cuestiones de la disciplina.

82.2. EL MANTENIMIENTO DE LA PAZ Y SEGURIDAD INTERNACIONALES


a) La profunda conmoción producida en la sociedad internacional por la
segunda guerra mundial, causante de un estremecedor número de víctimas en la
población civil y los combatientes y de ingentes daños materiales y de otro orden,
determinó en los redactores de la Carta la resolución de «preservar a las generaciones
futuras del flagelo de la guerra que por dos veces durante nuestra vida ha inflingido
a la humanidad sufrimientos indecibles» y con tal finalidad formulan la intención
de «unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y seguridad internacio-
nales» asegurando «mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos
que no se usará la fuerza armada sino en servicio del interés común» (Preámbulo).
De manera consecuente con esta solemne declaración, se incluye en el articulado
de la Carta una serie de disposiciones, normativas e institucionales. Disposiciones
normativas, en primer lugar, porque el mantenimiento de la paz y seguridad inter-
nacionales se enuncia formalmente como propósito de la Organización (p. 1 del
art. 1 de la Carta) y la prohibición del recurso a la amenaza o uso de la fuerza como
principio (p. 2 del art. 4). Y disposiciones institucionales, en segundo lugar, porque
el capítulo VII de la Carta (arts. 39 a 51) se ocupa de la acción de la Organización
en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión; y el
capítulo VIII (arts. 52 a 54) trata, por su parte, de la acción al respecto en el marco
de acuerdos regionales. Analizado ya abundantemente el contenido del principio
de prohibición del recurso a la amenaza o uso de la fuerza, y esbozadas también las
líneas generales de la acción de la Organización en este terreno2, nos proponemos

2
Véanse apartado 64.2 y la bibliografía allí citada.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 785

ahora examinar y valorar en una perspectiva dinámica, y a la luz de aquellos análisis,


las medidas tomadas por las Naciones Unidas en orden al mantenimiento de la paz
y seguridad internacionales.

b) Recordando el esquema trazado con ocasión del análisis del ius ad bellum sobre
las líneas de acción de la Organización en casos de amenazas a la paz, quebrantamientos
de la paz o actos de agresión, debemos decir que hasta 1990 el único caso de acción
propiamente coercitiva —es decir, con empleo de la fuerza armada— es el de la guerra
de Corea en 1950. En efecto, invadida Corea del Sur por fuerzas armadas de Corea
del Norte, en su sesión del día 25 de junio de 1950 el Consejo de Seguridad adopta
una resolución en la que, «advirtiendo con suma preocupación el ataque armado
dirigido contra la República de Corea por fuerzas venidas de Corea del Norte, decide
que este acto constituye un quebrantamiento de la paz». Y, en su sesión de 27 de junio
siguiente, el propio Consejo «recomienda a los miembros de las Naciones Unidas que
proporcionen a la República de Corea la ayuda que pueda ser necesaria para repeler
el ataque armado y restablecer la paz y seguridad internacionales en la región». En
virtud de esta recomendación, 19 de los Estados miembros de las Naciones Unidas
pudieron contribuir con sus fuerzas, bajo el mando unificado de los Estados Unidos,
a hacer frente al ataque de Corea del Norte, aunque hay que señalar que la resolu-
ción del Consejo pudo ser adoptada merced a la ausencia del delegado de la Unión
Soviética, como muestra de disconformidad por la no representación en el órgano
de la República Popular China en sustitución de China Nacionalista. El derecho de
veto de los miembros permanentes y la reincorporación del representante soviético al
Consejo determinaron posteriormente un bloqueo del sistema coercitivo y motivaron
la tentativa de la Asamblea de reemplazar al Consejo a través del mecanismo previsto
en la resolución 377 (V), de 3 de noviembre de 1950, la resolución «Unidos para la
paz», que ya conocemos3. Sabemos que esta resolución comportaba una profunda
alteración de los compromisos institucionales de carácter político alcanzados en Yalta
y San Francisco y que provocó una grave crisis institucional de la que sólo se pudo
salir en 1965 mediante un arreglo de carácter político.

c) Sin embargo, y como ya hemos adelantado en otros lugares del Curso, una
vez desaparecida la bipolaridad y consolidada la distensión Este-Oeste, mejoraron
inicialmente las perspectivas de las acciones coercitivas del Consejo de Seguridad
conforme al capítulo VII de la Carta, porque aquella distensión conllevaba el
restablecimiento del supuesto político contemplado en Yalta y San Francisco, a
saber, el entendimiento entre los miembros permanentes. Y es así como el día 29
de noviembre de 1990 el Consejo pudo adoptar, con el voto favorable soviético y la
abstención china, la importante resolución 678, que autorizaba a los Estados que
cooperaban con el Gobierno de Kuwait a utilizar todos los «medios necesarios»
para hacer cumplir resoluciones anteriores, esto es, a fin de devolver el territorio
de aquel país a la soberanía primitiva. Y fue tal resolución la que legalizó la acción
militar de Estados Unidos y sus aliados contra Irak en la guerra del Golfo del
invierno de 1991. No obstante, la valoración de la resolución que nos ocupa y de

3
Véanse apartados 64.2 y 81.21.
786 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

la acción militar subsiguiente está llena de claroscuros. Ciertamente, el agresor fue


castigado y se repuso la situación anterior a la agresión, al tiempo que se disuadió
a potenciales agresores. Estos aspectos de la acción de las Naciones Unidas mere-
cen sin duda una valoración favorable desde el punto de vista de la salvaguardia
de la paz y seguridad internacionales. Pero es imposible desconocer que el uso de
la fuerza contra Irak no fue institucional, es decir, no estuvo a cargo de la propia
Organización. La acción coercitiva fue llevada a cabo de manera descentralizada,
esto es, por algunos Estados miembros, y prácticamente sin seguimiento ni con-
trol alguno del Consejo de Seguridad, lo que hizo afirmar al entonces Secretario
General, JAVIER PÉREZ DE CUÉLLAR, que «ésta no es la guerra de las Naciones
Unidas». Y en este punto el juicio de valor no puede ser tan favorable porque, a
nuestro entender, la resolución 678 concedió un margen excesivo al libre despliegue
de intereses particulares estatales de poder político y económico3 bis. En cualquier
caso, la resolución comentada constituyó una clara manifestación del impacto de la
distensión en las relaciones internacionales y en el funcionamiento de las Naciones
Unidas, abriendo así la esperanza a una nueva era en el campo del mantenimiento
de la paz y seguridad internacionales. Epoca que parecía entonces más segura que
la anterior de la guerra fría, aunque también se estimaba que no estaba exenta de
riesgos ni desprovista de incertidumbres, dada la posibilidad de que en la ejecución
de las medidas se prescindiese nuevamente de la comunidad internacional organi-
zada y se autorizasen acciones coercitivas no institucionalizadas. Señalemos que la
intervención del Consejo de Seguridad en casos como el expuesto era ciertamente
una de las nociones clave del Nuevo Orden Mundial que, inmediatamente después
de la guerra del Golfo de 1991, postulaban los Estados Unidos y sus aliados 3 ter.

d) Pero el mortífero conflicto bélico desatado en Bosnia-Herzegovina en los


inicios de la década de los años noventa del siglo pasado ha puesto crudamente de
relieve los importantes límites que encuentra ahora mismo la acción de las Nacio-
nes Unidas en el terreno que nos ocupa. Es cierto que respecto a este conflicto el
Consejo de Seguridad, liberado de los enojosos vetos del pasado, desplegó una
acción inusitada y utilizó ampliamente los poderes que le asigna el capítulo VII
de la Carta (particularmente los arts. 39 a 42), bien a través de medidas clásicas o
tradicionales como el envío de fuerzas de mantenimiento de la paz (UNPROFOR),
sanciones económicas y embargo de armas, bien de manera innovadora. Entre las

3 bis
Véanse en la doctrina española: L. I. SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, «Problemas jurídicos en torno a
la guerra del Golfo», La Ley, año XII, n.º 2693, 4 de marzo de 1991; A. MANGAS MARTÍN, «Normas
internacionales y objetivos militares en la guerra del Golfo Pérsico», en Tiempo de Paz, n.º 19-20, pri-
mavera 1991, pp. 24 ss.; M. P. ANDRÉS SÁENZ DE SANTA MARÍA, «Las Naciones Unidas y la guerra
del Golfo», ibíd., pp. 48 ss.; M. PÉREZ GONZÁLEZ, «Conflicto del Golfo, sanciones internacionales y
uso de la guerra: la posición de España», ibíd., pp. 31 ss.; J. A. PEREA UNCETA, «El uso de la fuerza
en el Derecho Internacional: el conflicto del Golfo Arábigo (agosto 1990-enero de 1991)», en Anuario
Jurídico y Económico Escurialense, 1990-1991, pp. 127 ss.; J. A. YTURRIAGA BARBERÁN, «Actuación
de las Comunidades Europeas en el conflicto del Golfo», en R.I.E., 1991, pp. 485 ss.; A. M. DASTIS
QUEVEDO, «El uso de la fuerza armada en el Golfo: una justificación jurídica», en R.E.D.I., 1991-1,
pp. 109 ss.; M. P. ANDRÉS SÁENZ DE SANTA MARÍA, «Réplica: cuestiones de legalidad en las acciones
armadas contra Irak», ibíd., pp. 117.
3 ter
La concepción del Nuevo Orden Mundial se articula oficialmente en la Defense Planning Gui-
dance para los años fiscales 1994-1998, que se hace pública en mayo de 1992.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 787

medidas de esta última naturaleza figura la autorización del empleo de fuerza aérea
para proporcionar apoyo a la acción humanitaria de UNPROFOR (resoluciones
836 y 844, de 4 y 8 de junio de 1993, en las que se basó el ultimátum y la acción de la
OTAN del primer semestre de 1994) y la creación de un tribunal penal internacio-
nal para el castigo de los crímenes internacionales cometidos en el territorio de la
antigua Yugoslavia (resolución 827 de 25 de mayo de 1993). Mas por la conjunción
desafortunada de varios factores —entre los que sobresalen la falta de interés directo
de la superpotencia y las grandes potencias, las dificultades técnicas de una acción
militar masiva en un conflicto en el que no parece haber un único agresor y que se
desarrolla en un terreno de complicada orografía, los elevados costes financieros
de la operación, el temor a un alto número de bajas y a su impacto negativo en las
opiniones públicas nacionales—, lo que no hizo el Consejo de Seguridad es poner
fin al conflicto mediante la autorización y puesta en marcha de una acción coercitiva
masiva y global similar a la adoptada en la guerra del Golfo. Además, el Acuerdo
de Paz de París de 14 de diciembre de 1995 fue alcanzado bajo la presión y por el
impulso de los Estados Unidos de América, si bien el Consejo de Seguridad lo endo-
só en su resolución 1.033 de 15 de diciembre del mismo año, resolución que aporta
cobertura jurídica a las medidas necesarias (y hay que entender que quedan incluidas
las que comporten uso de la fuerza) para la aplicación del Acuerdo encomendadas
a la fuerza multinacional IFOR (bajo mando de la OTAN).
En cualquier caso, y tomando en consideración el conjunto de todas las actuacio-
nes de las Naciones Unidas en Bosnia-Herzegovina, se comprenden perfectamente
las acerbas palabras que con ocasión del cincuentenario de las Naciones Unidas
pronunciara el 24 de octubre de 1995 el presidente de Bosnia-Herzegovina, ALIJA
IZETBEGOVIC:
Las Naciones Unidas actuaron eficazmente al detener la crisis del Golfo. Desafortuna-
damente, esta eficacia no se ha repetido en el caso de la agresión contra mi país. El precio
de la duda ha sido enorme. Mi pueblo ha pagado ese precio.

Resaltando el reproche de doble estándar —fundado, a nuestro juicio— implí-


cito en las palabras del presidente bosnio, cabe decir en suma que en el campo del
mantenimiento de la paz y seguridad internacionales no se vieron satisfechas en su
conjunto las expectativas favorables suscitadas en 1991 por la acción de la Organi-
zación en la guerra del Golfo. Y si hacemos tal aseveración es porque, básicamente,
las hostilidades en Bosnia-Herzegovina han vuelto a poner de manifiesto, aunque
bajo nueva luz, la debilidad esencial de las Naciones Unidas en el terreno que nos
ocupa. Resulta obvio por lo demás que tal debilidad causa un perjuicio serio a la
imagen que de la Organización mundial se hace la opinión pública internacional4.
e) Hay que añadir a las anteriores consideraciones que en la época de la dis-
tensión resulta frecuente el hecho de que el Consejo de Seguridad interprete de
una manera amplia y flexible el concepto de «amenaza a la paz» del artículo 39 de
la Carta, y ello con la finalidad de ubicar las resoluciones en el capítulo VII de la
4
Véase especialmente D. PETROVIC y L. CONDORELLI, «L’ONU et la crise yougoslave», en A.F.D.I.,
1992, pp. 32 ss.; J. M. SOREL, «La Somalie et les Nations Unies», ibíd., pp. 61 ss.; y A. DASTIS QUECEDO,
«La crisis de Yugoslavia en las Naciones Unidas», en R.E.D.I., 1992-2, pp. 686 ss.
788 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

misma («Acción en caso de amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o actos de


agresión») y atribuirlas de tal modo fuerza obligatoria indiscutida. Es así como el
Consejo ha desplegado una intensa actividad ante situaciones distintas de las hasta
ahora consideradas, como, por ejemplo, imponiendo sanciones a Libia (resoluciones
731 a 745, de enero y marzo de 1992), e incluso autorizando el uso de la fuerza para
restablecer el orden en Somalia y hacer llegar a sus destinatarios la ayuda alimenticia
(resolución 794, de 3 de diciembre de 1992), y también para hacer respetar los dere-
chos humanos en Haití colocando en el poder al presidente legítimamente elegido
(resolución 948 de 31 de julio de 1994). Por cierto que esta última resolución merece
un comentario especial negativo, porque aun ubicada también en el capítulo VII de
la Carta, considerando que la situación constituía una amenaza a la paz en la región,
resulta sumamente dudosa la pertinencia de esta conceptuación. A nuestro juicio, el
Consejo se excedió en su calificación y la resolución 948 da por lo menos muestras
de arbitrariedad y de doble estándar. En efecto, por lastimosa y condenable que
fuese la situación de los derechos humanos en el país caribeño, no era peor que la
existente en muchos otros países, cercanos y lejanos, que no han merecido nunca un
trato tan severo de las Naciones Unidas como la autorización del uso de la fuerza.
En fin, nada mínimamente significativo hizo el Consejo de Seguridad para impedir
el horroroso genocidio de Ruanda. A posteriori, si, y a efectos sancionadores, la
resolución 955, de 8 de noviembre de 1994, creó un Tribunal Internacional Penal
ad hoc a semejanza del instaurado para la antigua Yugoslavia.

f) ¿Qué decir del uso de la fuerza desplegado por la OTAN en territorio de


la República Federal de Yugoslavia durante la primavera de 1999 con ocasión
del conflicto de Kosovo?
El punto de partida es que ninguna resolución del Consejo de Seguridad autori-
zaba tal acción. La resolución 1.203 de 24 de octubre de 1998, citada por algunas
fuentes en apoyo de la legalidad de las medidas, se limitó a respaldar los acuerdos
concluidos en Belgrado entre Yugoslavia y la OSCE, por un lado, y Yugoslavia y
la OTAN, por otro, y a exigir la pronta aplicación de los mismos. Solamente esto.
Nada permite inferir que autorizase el uso de la fuerza. Hubo pues, en principio,
violación de la legalidad resultante de la Carta de las Naciones Unidas.
Pero, dando por supuesta la finalidad humanitaria de la intervención —que era la
de poner fin a las violaciones graves, masivas y sistemáticas de los derechos humanos
de los componentes de la población de raza albanesa en el territorio de Kosovo—,
surge la pregunta de si cabe encontrar en el Derecho Internacional algún otro tipo
de justificación. ¿Prevalecería en el caso concreto la bondad del fin sobre la maldad
de los medios? Me parece que la duda resulta, por lo menos, legítima y creo que la
respuesta es compleja, porque se trata, en definitiva, de una cuestión de ponderación
de los diversos elementos de juicio en presencia. No han faltado quienes con diferen-
tes matices y más o menos convicción hayan atribuido mayor peso al fin que a los
medios y se hayan decantado por la licitud de la acción de la OTAN 4 bis. Con todo

4 bis
Por ejemplo, entre nosotros, y de manera muy razonada y bien argumentada, el profesor
R. BERMEJO, en «Cuestiones actuales referentes al uso de la fuerza en Derecho Internacional», A.D.I.,
1999, pp. 3 ss. Véanse opiniones diferentes en la bibliografía española: P. ANDRÉS SÁENZ DE SANTA
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 789

mi respeto a tales opiniones, me resulta difícil compartirlas, porque pesan más en


mi ánimo la ilegalidad e iniquidad de los medios que la legitimidad y bondad de los
fines. Como he dicho en otro lugar de este Curso (apartado 64.2), la prohibición del
uso de la fuerza tiende a salvaguardar valores básicos de la comunidad internacio-
nal, de importancia primordial para la convivencia interestatal. Valores que deben
prevalecer sobre cualquier otro tipo de consideraciones. Entiendo, en suma, que la
acción unilateral de la OTAN de la primavera final del siglo XX constituye un mal
precedente, contrario por supuesto al Derecho Internacional, y ello aunque no se
tuviesen en cuenta la hecatombe humanitaria que desencadenó y las infracciones del
Derecho Internacional Humanitario que propició. El hecho de prescindir del Consejo
de Seguridad para desencadenar una intervención armada ha rebajado, aún más si
cabe, la autoridad y credibilidad de las Naciones Unidas en el cumplimiento de su
función capital, que es el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Y
pese a sus deficiencias de todo tipo, particularmente en el campo del mantenimiento
de la paz, hay que afirmar que la Organización mundial sigue siendo necesaria.
En cualquier caso y por completar las anteriores consideraciones, no creo que
pueda sostenerse que la acción de la OTAN de la primavera de 1999 constituya el
punto de arranque de una costumbre internacional que, una vez cristalizada o conso-
lidada, permitiese intervenciones armadas unilaterales, individuales o colectivas, para
erradicar situaciones de violaciones graves, masivas y persistentes de los derechos
humanos. Y si sustento tal opinión es porque, a mi entender, no se ha producido
la aquiescencia necesaria, es decir, la aceptación general, explícita o implícita, de la
comunidad internacional en su conjunto. Es significativo a este respecto que dos
miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Rusia y China) desaprobasen la
intervención.
g) También en el uso de la fuerza desplegado en Afganistán, principalmente
por los Estados Unidos de América y el Reino Unido en las semanas que siguieron
a la fecha fatídica del 11 de septiembre de 2001, se prescindió, lamentablemente, del
Consejo de Seguridad.
A niveles políticos y académicos se ha querido justificar esa acción como un ejer-
cicio del derecho de legítima defensa del artículo 51 de la Carta. Y, efectivamente,
en sus resoluciones 1.368 (del día siguiente al atentado terrorista) y 1.373 (del 28 de
septiembre siguiente), el Consejo de Seguridad reafirma y recuerda el principio en
cuestión. Pero, a mi juicio, la invocación de ese derecho supone hacer una violencia
considerable a la letra y al espíritu del artículo 51 mencionado. Y aclaro que esa
violencia no resulta propiamente del hecho de que el ataque proviniese originaria-
mente de un actor —espurio, por supuesto— de las relaciones internacionales que

MARÍA, «Kosovo: todo por el Derecho Internacional sin el Derecho Internacional», Meridiano Ceri,
1999, n.º 28, pp. 4 ss.; A. REMIRO BROTONS, «¿De la asistencia a la agresión humanitaria?», Política
Exterior, mayo-junio de 1999, pp. 17 ss.; S. RIPOLL CARULLA, «El Consejo de Seguridad y la defensa
de los derechos humanos. Reflexiones a partir del conflicto de Kosovo», R.E.D.I., 1999, vol. I pp. 59
ss.; E. ÁLVAREZ LÓPEZ, «La intervención militar de la OTAN en la República Federal de Yugoslavia: la
legalidad internacional cuestionada», Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de
Madrid, n.º 93, Curso 1999-2000, pp. 9 ss.; y J. M. ORTEGA TEROL, La intervención de la OTAN en Yugo-
slavia, Oviedo, 2001. Por supuesto, la bibliografía sobre el tema es muy abundante fuera de nuestro país.
790 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

no es un Estado, a saber, la internacional terrorista al-Qaeda, puesto que a la luz


de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que define la agre-
sión —la 3.314 (XXIV), de 14 de diciembre de 1974— cabe hablar de una agresión
indirecta por parte de un Estado, el Afganistán de los talibanes, que es el que dio
apoyo y cobijo territorial a la organización terrorista. Según mi manera de ver las
cosas, la objeción de mayor relieve que cabe oponer a la consideración de ese uso
de la fuerza como un supuesto de ejercicio legal de legítima defensa es la que expli-
co a continuación. La reacción frente a un ataque armado como legítima defensa
autorizada por el artículo 51 de la Carta requiere que la respuesta sea inminente
y, además, limitada en el tiempo («hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya
tomado las medidas necesarias —dice el art. 51— para mantener la paz y seguridad
internacionales»). Pero, producido el ataque terrorista el 11 de septiembre de 2001,
sólo veintiséis días después empezó el bombardeo y otras acciones armadas en
Afganistán. Ni la respuesta fue inminente ni el Consejo de Seguridad adoptó nunca
las medidas necesarias para mantener la paz y seguridad internacionales; esto es, las
medidas coercitivas —de uso de la fuerza— previstas en el artículo 42 de la Carta.
Realmente, teniendo en cuenta las declaraciones oficiales emitidas a distintos
niveles y el conjunto de las circunstancias que concurrieron en los hechos, la acción
militar estadounidense y británica en Afganistán constituye en sustancia un supuesto
de defensa preventiva, institución que, por las razones que he explicado en el apar-
tado 64.2 de este Curso, no es legítima sino contraria en sí misma a la Carta de las
Naciones Unidas. Y hay que señalar que el ejercicio en el caso de la defensa preventiva
pareció contar con el asentimiento de actores muy relevantes de las relaciones inter-
nacionales: Consejo de Seguridad, Consejo de la OTAN, Unión Europea y otros. Es
decir, al calor de la profunda alarma producida en la comunidad internacional por
los atentados del 11 de septiembre, parecía que se estaba fraguando una tendencia a
admitir como lex specialis —esto es, para los casos en que se haya de hacer frente a
actos terroristas de gran envergadura— la defensa preventiva. Y cuando en el mes
de septiembre de 2002 se diseña la nueva estrategia de la seguridad nacional de los
Estados Unidos, bajo la presidencia de G. Bush, se oficializa la figura de la defensa
preventiva como medio de combate del terrorismo internacional.
Señalemos, sin embargo, que la divergencia de pareceres manifestada en el
seno del Consejo de Seguridad con ocasión de la crisis de Irak de comienzos de
2003 —de la que se habla a continuación— ha cortado de raíz aquella tendencia.
En cualquier caso la defensa preventiva no me parece compatible con la Carta
de las Naciones Unidas, y ello por las razones que siguen. Primeramente, porque
semejante interpretación, o segunda lectura del artículo 51 de la Carta, desdibuja
notablemente la línea fronteriza entre lo que sería la auténtica defensa preventiva
y las represalias armadas algo que, según lo explicado en el apartado 56 al hablar
de las contramedidas, está prohibido por el Derecho Internacional. En segundo
lugar, porque los usos unilaterales de la fuerza, no sometidos a control institu-
cional alguno, dan lugar fácilmente a errores trágicos y monstruosos, como, por
ejemplo, la matanza en Afganistán, el 1 de julio de 2002, de cuarenta nativos que,
siguiendo la tradición local, manifestaron su júbilo en la celebración de una boda
disparando al aire los fusiles, con la mala fortuna de que el disparo fue interpre-
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 791

tado por destacamentos de la fuerza aérea de los Estados Unidos como un ataque
talibán. Y, en tercer lugar, porque la admisión de ese tipo de defensa propia iría
en detrimento de la dimensión real del principio de la igualdad soberana de los
Estados. Parece claro, en efecto, que únicamente los Estados más poderosos
estarían en condiciones de beneficiarse de ese no man’s land, de esos límites vagos
e imprecisos que existen entre la defensa preventiva y las represalias armadas, y
ello, lógicamente, en perjuicio de los Estados menos poderosos.
Mas, partiendo del supuesto de que frente a los devastadores y mil veces conde-
nables atentados del 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos tenían no sólo
el derecho, sino también el deber de defenderse, conviene preguntarse qué tipo de
reacción se hubiese conformado a la legalidad de la Carta de las Naciones Unidas.
La respuesta parece fácil. Ese modo de reacción no era otro, a mi entender, que la
acción institucional prevista para los casos de amenazas a la paz, quebrantamientos
de la paz o actos de agresión en el capítulo VII de la Carta. Y es del todo verosímil
que, de la misma manera que los Estados Unidos consiguieron la unanimidad de
los miembros del Consejo para la adopción de las resoluciones 1.368, 1.373 y otras,
hubiesen obtenido la misma actitud unánime para la autorización del desenca-
denamiento de una acción armada. Pero los Estados Unidos decidieron orillar y
menospreciar una vez más al Consejo de Seguridad; en aras de sus intereses de poder
prefirieron el unilateralismo al multilateralismo, lo que ciertamente hacer perder
autoridad y credibilidad a las Naciones Unidas en su función primera y primordial
de mantenimiento de la paz y seguridad internacionales 4 ter.

h) Y es imposible no hacer aquí una valoración de la fuerza armada desenca-


denada contra Irak a partir de las 3.35 horas del 20 de marzo de 2003. La acción
de guerra desplegada por Estados Unidos, Reino Unido y Australia en Irak sin la
cobertura de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no
es otra cosa, a mi entender, que una flagrante violación del Derecho Internacional,
representado en este punto por la Carta de las Naciones Unidas. Así de claro. Es
cierto que el párrafo dispositivo trece de la resolución 1.441 del Consejo, de 8 de
noviembre de 2002, recuerda la advertencia reiterada a Irak de que, si sigue incum-
pliendo sus obligaciones, se expondrá a graves consecuencias. Pero, en contra de lo
que se ha sostenido, ni la letra ni el espíritu de la resolución, ni una interpretación
sistemática de la misma que tenga en cuenta otras resoluciones —particularmente
la 687—, ni la toma en consideración global de las explicaciones de voto, permiten
concluir que esa disposición consienta automáticamente —es decir, sin nueva reso-

4 ter
Sobre la acción armada en Afganistán en 2001 y 2002, la doctrina es abundante en España y fuera
de ella. Véase, especialmente, L. CONDORELLI, «Les attentats du 11 septiembre et leurs suites; où va le
droit international?», en R.G.D.I.P., vol. 4, 2001, pp. 829 ss.; N. SCHRIJVER, «Responding to inernational
terrorism: moving the frontiers of International Law for “enduring freedoms”», en N.I.L.R., 2001, pp.
271 ss.; J. A. GONZÁLEZ VEGA, «Los atentados del 11 de septiembre, la operación “libertad duradera”
y el derecho de legítima defensa», en R.E.D.I., 2001, 1 y 2, vol. LVIII, pp. 248 ss.; R. BERMEJO GARCÍA,
«El Derecho Internacional frente al terrorismo: ¿nuevas perspectivas tras los atentados del 11 de sep-
tiembre?», en A.D.I., 2001, pp. 5 ss.; C. GUTIÉRREZ ESPADA, «¿No cesaréis de citarnos leyes viendo que
ceñimos espadas?», en A.D.I., 2001, pp. 25 ss.; y J. SAURA, «Some Remarks on the Use of Force against
Terrorism in Contemporary International Law and the Role of the Security Council», en Loyola of Los
Angeles International & and Comparative Law Review, vol. 26, n.º 1, 2003.
792 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

lución del Consejo— medida tan drástica como el uso de la fuerza. Acción de tanta
gravedad en todo tipo de consecuencias como el uso de la fuerza contra un Estado
(y, en definitiva, contra su pueblo) —la ultima ratio para la solución de conflictos, se
dice con todo fundamento— no puede apoyarse en una interpretación sumamente
artificiosa y políticamente interesada de una resolución —o serie de resoluciones—
del Consejo de Seguridad; requiere una disposición completamente nítida, esto es,
de lectura y comprensión diáfanas. Y si es verdad que en el momento de adoptar la
resolución, los Estados Unidos se reservaron la posibilidad de defensa unilateral si
Irak no se desarmaba, no es menos cierto que, en términos jurídicos, la reserva de
un comportamiento contrario al Derecho Internacional no tiene valor alguno 4 quáter.
En fin, en la carta que el día del inicio de las hostilidades —20 de marzo de 2003— el
representante de los Estados Unidos de América dirigió al Consejo de Seguridad,
se pretende fundamentar la legalidad de la acción armada en la resolución 678 del
Consejo de Seguridad (de 29 de noviembre de 1990), que es la que autorizó el uso
de la fuerza contra Irak en la primera guerra del Golfo, justamente para expulsar
de Kuwait al ocupante ilegal. Lo que se intentaba ahora es hacer revivir los efectos
de esa resolución y ello porque se dice en la misiva del representante americano que
otra resolución del Consejo —la 687, de 3 de abril de 1991— impuso a Irak una serie
de obligaciones como condición del cese del fuego. Y habiendo incumplido ese país
las obligaciones en materia de desarme —se argumentaba en la carta— habría vuel-
to a desplegar efectos la resolución 678 de modo que quedase expedito legalmente
el camino para el uso de la fuerza. Entiendo personalmente que el argumento es
demasiado artificioso como para justificar un comportamiento tan grave como una
agresión. Estamos ante una excusa rayana al puro malabarismo jurídico, que semeja
una condena a muerte dictada por un tribunal nacional en violación del principio
de legalidad, esto es, basada en una combinación mistificada de diversos artículos
del Código penal. Y el argumento es también falaz, pues los hechos posteriores a la

4 quáter
En efecto, el representante de los Estados Unidos, embajador Negroponte, tras asegurar que
la resolución no contenía ningún gatillo oculto ni ninguna «automatización», agregó: «Si el Consejo
de Seguridad no actúa con decisión en caso de producirse nuevas violaciones por parte de Irak, esta
resolución no impide a ningún Estado miembro actuar para defenderse contra la amenaza planteada por
Irak ni hacer cumplir las disposiciones pertinentes de las Naciones Unidas y proteger la paz y seguridad
internacionales.» Así consta en el acta de la reunión del Consejo del viernes 8 de noviembre de 2002,
Doc. s/pv 4644. La bibliografía sobre el tema es muy abundante. Entre la española, véase especialmente
J. A. PASTOR RIDRUEJO, «¿Un nuevo gendarme de la paz y seguridad internacionales? A propósito de
la guerra de Irak de la primavera de 2003», en Pacis artes. Obra homenaje al profesor Julio D. González
Campos, Madrid, 2005, tomo I, pp. 463 ss.; C. JIMÉNEZ PIERNAS, «La política exterior española en torno
a Irak y la relevancia del consensus en los ordenamientos interno e internacional», en Cursos de Derecho
internacional y relaciones internacionales de Vitoria-Gasteiz, 2004, pp. 268 ss.; J. A. GONZÁLEZ VEGA,
«Política de defensa, uso de la fuerza y legalidad internacional: una aproximación a las “concepciones
estratégicas” desde la perspectiva del Derecho internacional», en Cuadernos aragoneses de economía, vol.
14, 2004, pp. 363 ss.; J. CARDONA LLORENS, «¿Libération ou occupation? Les droits et devoirs de l’Etat
vainqueur», en Cahiers internationaux, n.º 19, 2004, pp. 221 ss.; M. PÉREZ GONZÁLEZ, «La legítima defensa
puesta en su sitio: observaciones críticas sobre la doctrina Bush de la acción preventiva», en R.E.D.I.,
2003, n.º 1, pp. 187 ss.; S. RIPOL CARULLA, «La nueva doctrina de defensa preventiva. Consideraciones
sobre su caracterización y fundamento», en El imperio inviable. El orden internacional tras el conflicto de
Irak, edición de C. García Segura y Ángel Rodrigo Hernández; R. PANIAGUA REDONDO, «La ocupación
militar de Irak: en contra del Consejo de Seguridad y del Derecho internacional», en Soberanía del Estado y
Derecho internacional. Homenaje al profesor Juan Antonio Carrillo Salcedo, Sevilla, 2005, tomo II, pp. 985
ss.; y J. M. FARAMIÑAN, «Ratio belli versus ratio iuris. A propósito de la guerra de Irak», ibíd., pp. 415 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 793
invasión han demostrado sobradamente que en el territorio iraquí no existían armas
nucleares de las que las autoridades hubiesen debido desprenderse.
En resumen, fueron tres y diferentes en su contenido las explicaciones formuladas
con la pretensión de justificar ética y jurídicamente el recurso a la fuerza armada en
Irak, lo que viene a demostrar la falta de convicción de quienes desplegaron esa fuerza
en la conformidad de su acción con el Derecho internacional. Falta de convicción que
resulta más palmaria si cabe teniendo en cuenta otras dos circunstancias: los esfuerzos
por conseguir en los días inmediatamente anteriores a la agresión una resolución
del Consejo de Seguridad que autorizase de manera indubitada el uso de la fuerza;
y el cambio en el objetivo declarado de ese uso. Porque no habiéndose encontrado
armas nucleares ni de destrucción masiva en Irak —primer objetivo declarado de la
intervención— los Estados Unidos y el Reino Unido se vieron precisados a poner el
énfasis en la finalidad de liberar al pueblo iraquí de un régimen opresivo y tiránico,
violador a gran escala de los derechos humanos.
Es imposible negar, en efecto, que el régimen iraquí ha cometido crímenes
internacionales execrables. Pero, dada la monstruosidad de la guerra y la necesidad
de preservar la autoridad y la credibilidad de las Naciones Unidas, la alternativa
razonable a una resolución del Consejo autorizando indubitadamente la acción
armada, hubiese sido la paciencia, esto es, la concesión de más tiempo a los inspec-
tores de UNMOVIC y la OIEA para llevar a cabo su cometido, combinada con la
intensificación de la presión diplomática. Debe quedar claro en cualquier caso que
discrepar de la legalidad y legitimidad del uso de la fuerza desencadenado contra
Irak en la primavera de 2003 no significa apoyo alguno a su régimen opresivo y
dictatorial. No hay que atribuir motivos espurios a una opinión independiente
que resulta de la ponderación reflexiva y en conciencia de unos hechos y de unos
parámetros jurídicos. Prescindiendo de lo que aquella acción pueda suponer en el
futuro de fractura de civilizaciones, y aunque no se tomasen en cuenta (lo que es
imposible) las víctimas humanas entre combatientes y población civil —entiendo
que todas ellas inocentes— me atrevería a decir, junto a muchos otros profesores de
Derecho Internacional, que el Consejo de Seguridad, y con él las Naciones Unidas,
ha recibido una herida gravísima. Los Estados que han empleado el uso de la fuerza
en Irak no han respetado las reglas de juego que ellos contribuyeron decisivamente
a establecer cuando, en 1945, se crearon las Naciones Unidas, y ello a pesar de que
esas reglas les conferían una posición privilegiada, como el derecho de veto.
i) Tampoco ha tenido justificación legal la penetración de tropas rusas en territo-
rio de Georgia en agosto de 2008, ante la que, a causa de la posesión del privilegio del
veto por Rusia, nada hizo el Consejo de Seguridad. En cuanto a la extremadamente
desproporcionada acción armada de Israel en el territorio de Gaza a fines de diciem-
bre de 2008 y días iniciales de 2009, contraria a las más elementales exigencias del
Derecho Internacional Humanitario, como respuesta al letal lanzamiento de misiles
por la organización terrorista Hamás, el Consejo de Seguridad se limitó a adoptar
una descafeinada resolución —la 1.860 de 8 de enero de 2009— instando el cese de
hostilidades. Resolución, hay que recalcarlo, que no pudo ser tomada en el marco del
capítulo VII de la Carta, que es el que contempla la puesta en práctica de medidas
coercitivas de carácter obligatorio o de otras sanciones.
794 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

j) Es merecedora no obstante de una valoración más favorable la implicación


del Consejo de Seguridad en la guerra civil surgida en Libia en los primeros meses
de 2011 entre el gobierno del coronel Gadafi y un amplio movimiento popular
ansioso de libertad y dignidad. En efecto, la resolución 1.970, del 26 de febrero
de ese año, impone a Libia una serie de sanciones distintas del uso de la fuerza
armada, como el embargo de armas, congelación de haberes, prohibición de
viajes al citado coronel y miembros de su entorno y sumisión de la situación a la
Corte Penal Internacional. Y la resolución 1.973, de 17 de marzo siguiente, tras
determinar que la situación en el país constituía una amenaza a la paz y seguridad
internacionales y ubicarla en el capítulo VII de la Carta, llega más lejos, porque
autoriza a los Estados miembros de las Naciones Unidas y a las organizaciones
regionales a tomar todas las medidas necesarias para proteger a las personas civiles;
establece además una zona de exclusión en el espacio aéreo de Libia, habilitando
a los Estados miembros y a las organizaciones regionales a tomar las medidas
necesarias para asegurar la prohibición de sobrevuelo. Pero a lo que no se refiere
la resolución 1.973 es al uso de la fuerza armada en suelo libio ni al suministro de
armas a los rebeldes. Es de hacer notar que la resolución se adoptó por diez votos
a favor, entre ellos el de los Estados Unidos de América, que parece abandonar
el unilateralismo del segundo presidente BUSH y volver a la senda sana del mul-
tilateralismo. Añadamos de todos modos que no han faltado voces críticas a las
resoluciones mencionadas y a la acción militar subsiguiente. Se ha señalado, así, que
el carácter limitado de la fuerza armada autorizada, coordinada finalmente por la
OTAN, no aseguraba el derrocamiento rápido de la dictadura sino que daba lugar
a una duración indeseable del conflicto armado. Se ha hablado también del carácter
selectivo de las resoluciones, dada la inacción del Consejo de Seguridad en muchos
otros casos de violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos, idea
que se ha esgrimido en relación con el interés que suscitarían los ricos yacimientos
petrolíferos del país. Sin que les falte parte de verdad a estos argumentos, el autor
de este libro se inclina a compartir el punto de vista de los rebeldes libios y de la
población civil, las víctimas auténticas de la situación, que no dejaron de implorar
la implicación en su causa de la comunidad internacional, y a los que no parece
se les puede reprochar ninguna clase de interés espurio. Es sabido por lo demás
que la acción desplegada al amparo de la resolución 1973 ayudó al derrocamiento
del régimen del presidente Gadafi, por cierto, ignominiosamente linchado por un
comando rebelde. En cualquier caso, la actitud del Consejo de Seguridad en el
caso libio contrasta con la pasividad mostrada hacia los acontecimientos de otro
país árabe, Siria. En efecto, en lo que respecta a la cruel represión ejercida en este
último país por el gobierno del presidente Bachar el Asad contra los opositores a
su despótico régimen, hay que decir que el 3 de febrero de 2012 el veto de Rusia y
China impidió la adopción de una tímida resolución; tímida porque, aún conde-
nando la situación, se renunciaba a un uso de la fuerza similar al desplegado en
Libia en 2111. De todos modos, la resolución condenatoria del régimen sirio que
adoptó la Asamblea General el 16 de febrero de 2012 por una mayoría de 137 votos
alivió de algún modo, al menos política y moralmente, la inacción del Consejo de
Seguridad. Lo mismo puede predicarse de la resolución 2042 del propio Consejo,
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 795

adoptada esta vez por unanimidad el 14 de abril siguiente, que dispuso el envío
al país de observadores imparciales con el mandato de verificar el cumplimiento
del cese en fuego propuesto por el antiguo secretario general de la Organización,
señor Kofi Annan4 quinquies.
k) Abandonada durante largo tiempo por razones abundantemente expuestas
la idea de seguridad colectiva basada en acciones coercitivas de la Organización, la
presión de los acontecimientos motivó ya en la época de la guerra fría la aparición
de una nueva modalidad de acción ejecutiva institucional con naturaleza preventi-
va: la de las operaciones del mantenimiento de la paz. Entre nosotros, el profesor
CARRILLO SALCEDO caracterizó esas operaciones de la forma siguiente: 1) impor-
tancia progresiva de las funciones político-diplomáticas del Secretario General y
acrecentamiento de sus funciones y responsabilidades de diplomacia preventiva; 2)
consenso mínimo de las grandes potencias, que aceptan no participar directamente en
las operaciones de mantenimiento de la paz; 3) especial colaboración de los Estados
no directamente comprometidos en el conflicto o situación que amenaza a la paz y
seguridad internacionales y que provoca la acción ejecutiva de las Naciones Unidas;
4) establecimiento de un sistema de «neutralización internacional» por el que se
pretende mantener los conflictos armados fuera de la guerra fría, al margen de la
confrontación global entre las grandes potencias; 5) por último, consentimiento del
Estado territorial que soporta la intervención de la acción ejecutiva de las Naciones
Unidas destinada a la conservación de la paz 4 sexies. La primera ocasión en que se puso

4 quinquies
Sobre la crisis libia de 2011, véase especialmente en el volumen 27 (2011) del A.D.I.,
R. BERMEJO GARCÍA, «La protección de la población civil en Libia como coartada para derrocar un
gobierno: un mal inicio para la responsabilidad de proteger», pp. 9 ss.; C. GUTIÉRREZ ESPADA, «Sobre
el núcleo duro de la resolución 1973 (2011) del Consejo de Seguridad y acerca de su aplicación en la
práctica», pp. 57 ss.; M. J. CERVELL HORTAL, «La resolución 1970 (2011) del Consejo de Seguridad y
la remisión de la cuestión libia a la CPI: ¿la unión hace la fuerza?», pp. 77 ss.; E. LÓPEZ-JACOISTE DÍAZ,
«La crisis de Libia desde la perspectiva de la responsabilidad de proteger», pp. 109 ss.; J. D. OLIVA
MARTÍNEZ, «Cuestiones en torno a la legitimidad del Consejo Nacional de Transición Libio a raíz
de su reconocimiento por la Asamblea General de las Naciones Unidas», pp. 153 ss.; C. ECHEVERRÍA
JESÚS, «Revueltas, guerra civil tribal e intervención extranjera en Libia», p. 185.
4 sexies
J. A. CARRILLO SALCEDO, La crisis constitucional de las Naciones Unidas, Madrid, 1966, p.
80. Véanse, del mismo autor, «El mantenimiento de la paz: veinte años de esfuerzo», en O.N.U., año
XX, Madrid, 1966, pp. 183 ss.; y «Consideraciones sobre el fundamento, naturaleza y significado de las
operaciones de las Naciones Unidas destinadas al mantenimiento de la paz», en R.E.D.I., 1965, pp. 164
ss. Véanse también: G. WINT, What Happened in Korea. A Study of Collective Security, Londres, 1954;
T. H. YOO, The Corean War and the United Nations. A legal and diplomatic Study, Lovaina, 1965; P.
H. GENDEBIEN, L’intervention des Nations Unies au Congo 1960-64; G. ABI SAAB, The United Nations
Operation in Congo, Oxford, 1978, París, 1967; A. LLAL, The United Nations and the Middle East Cri-
sis, Nueva York y Londres, 1968; L. IERODIAKONOV, The Cyprus Question, Estocolmo, 1971; F. VAN
LAGENHOVE, La crise du système de sécurité collective des Nations Unies, Bruselas, 1958; S. MARTÍNEZ
CARO, «La Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas», en R.E.D.I., 1960, pp. 83 ss.; P. FESSOL, Un
essai de police international: la force d’urgence des Nations Unies, Aix, 1959; J. W. HALDERMAN, «Legal
Basis for United Nations Armed Forces», en A.J.I.L., 1962, pp. 971 ss.; J. SOUBEYROL, Las iniciativas
coercitivas de la ONU y la legalidad interna de la Organización, Valladolid, 1970; J. I. GARVEY, «United
Nations Peace Keeping and Host State Consent», en A.J.I.L., 1970, pp. 241 ss.; J. M. BOYD, United
Nations Peace Keeping Operations: A Military and Political Appraisal, Nueva York, 1971; Ph. MANIN,
L’Organisation des Nations Unies et le maintien de la paix. Le respect du consentement de l’État, París,
1971; y M. DE SOLA, «Naciones Unidas y el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales:
Unas reflexiones con motivo de su cuarenta aniversario», en ONU: Año XL, Revista de la Facultad de
Derecho de la Universidad Complutense, n.º 13, Madrid, 1987, pp. 107 ss.
796 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

en marcha una operación de este tipo fue en virtud de la resolución de la Asamblea


General 1.000 (Ex-1), de 5 de noviembre de 1956, con ocasión del conflicto provocado
por la nacionalización del Canal de Suez por el Gobierno egipcio; dicha resolución
creó las «Fuerzas de Emergencia de las Naciones Unidas» (FENU), y el contingente
estuvo presente en la región hasta el mes de mayo de 1967, cuando Egipto pidió su
retirada. La siguiente operación fue establecida por una serie de resoluciones que
adoptó el Consejo de Seguridad en 1960, con motivo de la intervención belga en el
Congo, que encargaron al Secretario General la organización de la «Operación de
las Naciones Unidas en el Congo» (ONUC) con la finalidad de prestar ayuda mili-
tar al Gobierno para mantener la integridad territorial y el orden público y evitar el
desencadenamiento de una guerra civil; las operaciones se desarrollaron hasta junio
de 1964. Otra operación es la resultante de la creación, en virtud de resoluciones del
Consejo de 1964, de la «Fuerza de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la
paz en Chipre» (FENUCH) con el objeto de separar a las comunidades enfrentadas
y desempeñar un papel humanitario, operación que sigue desarrollándose. En 1973
el Consejo crea las «Fuerzas de Emergencia de las Naciones Unidas» (FENU) para
vigilar el cumplimiento del alto el fuego entre Egipto e Israel, operación que finalizó
en 1979 con ocasión del tratado de paz entre esos países. Hay que hablar seguida-
mente de la creación por el Consejo, en 1974, de la «Fuerza de las Naciones Unidas
de Observación de la Separación» (FNUOS), establecida en los Altos del Golán para
la verificación del acuerdo de separación entre el ejército sirio y el israelí; su manda-
to ha sido prorrogado cada seis meses. Y en 1978 el Consejo de Seguridad creó la
«Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano Meridional» (FPNUL),
a petición del Gobierno del Líbano, para controlar la retirada del ejécito israelí y
ayudar al Gobierno a restablecer su autoridad; la operación sigue en pie. Señalemos
que las Naciones Unidas han utilizado asimismo un procedimiento de alcance más
restringido que el de las operaciones de mantenimiento de la paz, aunque inspirado
en finalidades similares; se trata del envío de misiones de observación.
Pese a las dramáticas dificultades financieras y carencias de recursos humanos,
logísticos y materiales que aquejan a la Organización, el proceso de distensión de
la década de los noventa está permitiendo al Consejo de Seguridad intensificar, y
diversificar las operaciones de mantenimiento de la paz (Irak y Kuwait, Sahara Occi-
dental, El Salvador, Angola, Camboya, antigua Yugoslavia, Somalia, Mozambique,
Ruanda y Uganda, Georgia, Liberia, Haití, Chad y Libia; 17 operaciones en total al
31 de diciembre de 1994, con empleo de 73.395 componentes de fuerzas militares). Y
señalemos como rasgos más novedosos del fenómeno los siguientes: 1.º) en ciertos
casos los integrantes de las operaciones en cuestión pueden usar la fuerza con finalidad
distinta a la defensa propia; 2.º) las operaciones se pueden montar sin el consentimiento
del Estado territorial; 3.º) y más importante, el multifuncionalismo, porque ahora las
fuerzas de mantenimiento de la paz desempeñan no sólo las funciones tradicionales de
presencia o interposición entre fuerzas militares enemigas impidiendo que se extiendan
o agraven los conflictos, sino también otras funciones, como la de vigilar el respeto
de los derechos humanos, o supervisar unas elecciones o prestar asistencia sanitaria
y velar por su efectividad incluso recurriendo a la fuerza. Estamos ante lo que se han
llamado operaciones de mantenimiento de la paz multifuncionales o de segunda (e
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,2] 797

incluso tercera) generación, de particular importancia para el caso de los failing States
o Estados en descomposición o desvanecimiento, incapaces de desempeñar por sí solos
funciones esenciales al servicio de necesidades mínimas de la población5.
Siendo en cualquier caso el mantenimiento de la paz y seguridad internacio-
nales la función primordial de las Naciones Unidas en la percepción de la opinión
pública, el juicio de conjunto que merece la acción de la Organización depende
de los logros obtenidos en la acción pacificadora. E, iniciado el nuevo milenio,
la penuria de estos resultados explica la honda crisis de credibilidad por la que
atraviesa hoy en la materia que nos ocupa la Organización Mundial 5 bis.
l) Mencionemos que en la cumbre del milenio de septiembre de 2005 se pre-
veía la creación de una Comisión de consolidación de la paz, institución intergu-
bernamental a la que dio nacimiento el 20 de diciembre siguiente una resolución
conjunta del Consejo de Seguridad y la Asamblea General. La función principal
de la Comisión es la de ayudar a la rehabilitación y reconstrucción de los países
que salgan de conflictos, coordinando las ayudas que se reciban al respecto.
m) Hemos dicho en otro lugar de este libro 5 ter que la paz auténtica tiene un
significado más profundo que el puramente negativo de la ausencia de guerra, que
la paz posee un sentido positivo y dinámico que postula al respeto de los derechos
del hombre y de los pueblos. De manera coherente con estas ideas, queremos señalar
ahora que se está imponiendo progresivamente en las Naciones Unidas una nueva
percepción de la paz y seguridad internacionales; percepción de carácter global en
cuanto que comprende no sólo la desaparición de los conflictos armados, sino también
la erradicación de las causas que los hacen posibles mediante la aplicación plena e
integral de los principios de la Carta. Muestras elocuentes de esta concepción son una
serie de declaraciones de la Asamblea General, entre las que destaca la contenida en
la resolución 2.734 (XXV), de 10 de diciembre de 1970, denominada «Declaración
sobre el fortalecimiento de la Seguridad Internacional», cuyo párrafo dispositivo
segundo está así redactado:

5
Véanse muy especialmente F. VILLAR, «El sistema de mantenimiento de la paz de la ONU cin-
cuenta años después de su creación», en Jornadas sobre el cincuenta aniversario de las Naciones Unidas.
Colección Escuela Diplomática, n.º 2, 1995, pp. 25 ss.; también M. VOELCKEL, «Quelques aspects de
la conduite des opérations de maintien de la paix», en A.F.D.I., 1993, pp. 65 ss.; y J. CARDONA LLO-
RENS, «Las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, ¿hacia una revisión de
sus principios fundamentales?», en C.E.M.Bc.D.I., vol. 6, 2002, pp. 761 ss.
5 bis
Por ejemplo, el International Herald Tribune publicaba el 22 de abril de 1994, en su sección de
opinión, un artículo (de W. Pfaff), en el que, después de los fracasos de las Naciones Unidas en Bosnia,
se afirmaba que no existe la comunidad internacional como fuerza política coherente. Un editorial del
mismo periódico del 4 de mayo siguiente denunciaba la impotencia del Consejo de Seguridad ante el
genocidio ruandés y calificaba a la comunidad internacional como un «fantasma nebuloso». En cuanto
a la resolución 948 sobre Haití, la edición del 2 de agosto de 1994 de The New York Times le dedicó un
editorial muy crítico bajo el título de «Una autorización de Naciones Unidas para invadir Haití». El 12
de agosto siguiente, El País publicaba asimismo un acerbo artículo sobre la resolución 948 del mejicano
Carlos Fuentes bajo el título de «Las malas resoluciones». De nuevo The New York Times publicaba
un editorial el 23 de octubre de 1995 sobre el cincuentenario de las Naciones Unidas en el que, entre
otras cosas, decía: «Las Naciones Unidas han decepcionado algunas de las mayores esperanzas de sus
fundadores». En crisis posteriores (Kosovo, Afganistán, Irak) los comentarios de los medios indepen-
dientes han sido aún más severos.
5 ter
Véase apartado 4.2 de este libro.
798 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Exhorta a todos los Estados a que en sus relaciones internacionales se adhieran estrictamente a
los propósitos y principios de la Carta, entre ellos: el principio de que los Estados, en sus relaciones
internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad
territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible
con los propósitos de las Naciones Unidas; el principio de que los Estados arreglarán sus contro-
versias internacionales por medios pacíficos de tal manera que no pongan en peligro ni la paz ni
la seguridad internacionales ni la justicia; la obligación de no intervenir en los asuntos que son de
la jurisdicción interna de los Estados, de conformidad con la Carta; la obligación de los Estados
de cooperar entre sí de conformidad con la Carta; el principio de la igualdad de derechos y la libre
determinación de los pueblos; el principio de la igualdad soberana de los Estados; y el principio
de que los Estados cumplirán de buena fe las obligaciones contraídas por ellos de conformidad
con la Carta6.

En posteriores resoluciones, la Asamblea General ha profundizado en esta


línea de pensamiento, línea que ha culminado con la resolución 39/11, de 12 de
diciembre de 1984, titulada «Declaración sobre el derecho de los pueblos a la paz»7.

82.3. LA SOLUCIÓN PACÍFICA DE LAS CONTROVERSIAS INTERNACIONALES

a) En el propósito del mantenimiento de la paz y seguridad internacionales


de que acabamos de hablar entra, sin duda, el de la solución pacífica de contro-
versias entre Estados, cosa que reconoce sin rebozo el párrafo 1 del artículo 1
de la Carta. Como hemos dicho al tratar de las normas generales imperantes al
respecto8, con cita de un dictum reciente del Tribunal de La Haya9, la obligación
de solución pacífica de las controversias constituye un principio complementario
del que prohíbe el recurso al uso y amenaza de la fuerza. Uno y otro principio son
las caras opuestas de la misma moneda. La experiencia histórica es elocuente al
respecto. Al consentir el Derecho Internacional clásico un ius ad bellum ilimitado,
la guerra constituía la ratio suprema en la solución de controversias. Prohibi-
do felizmente a los Estados el recurso a la fuerza en el Derecho Internacional
contemporáneo, el corolario de la proscripción es el principio que enuncia así
el párrafo 3 del artículo 2 de la Carta:

Los miembros de la Organización arreglarán sus controversias internacionales por


medios pacíficos de manera que no se pongan en peligro ni la paz y seguridad interna-
cionales ni la justicia.

Sabemos, por lo demás, que el párrafo 1 del artículo 33 de la Carta proclama


la libertad en la elección de medio, libertad que, sin embargo, encuentra un tope
infranqueable en la prohibición del uso o amenaza de la fuerza.
Las disposiciones de la Carta en la materia que nos ocupa están contenidas en
el capítulo VI (arts. 33 a 38), cuyo enunciado es el de «Arreglo pacífico de contro-
versias». Haciendo notar que dicho capítulo precede al que se ocupa de la «Acción
en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión»

6
Véase el texto de la resolución en J. A. CARRILLO SALCEDO, Textos básicos de Naciones Unidas,
Madrid, 1984, pp. 383 ss.
7
Véase especialmente el estudio de M. DE SOLA citado en la nota 4.
8
Véase apartado 58.
9
CIJ, Recueil, 1986, p. 145.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,3] 799

(capítulo VII), vamos a emprender ahora, a la luz de la práctica de la Organización,


un somero análisis de las disposiciones del capítulo VI10.
b) Hay que señalar en primer término que determinadas disposiciones del
capítulo VI se refieren no sólo a controversias, sino también a situaciones suscep-
tibles de conducir a fricción internacional o dar origen a una controversia. ¿Cuál
es el sentido preciso de semejante distinción? Lo que constituya exactamente una
controversia internacional quedó aclarado en otro lugar de este libro con base en
la jurisprudencia internacional: un desacuerdo sobre un punto de Derecho o de
hecho, una oposición de tesis jurídicas o de intereses entre dos Estados11. El vocablo
«situación» designa, sin embargo, una realidad de contornos más vagos y difusos;
una realidad en que las partes o el objeto de la discordia no están aún configura-
dos con precisión y que puede, por supuesto, desembocar en una controversia en
sentido propio.
En todo caso, y éste es un punto importante, las disposiciones del capítulo VI
de la Carta no se refieren a todo tipo de controversias, sino sólo a aquellas «cuya
continuación sea susceptible de poner en peligro el mantenimiento de la paz y la
seguridad internacionales» (art. 33), lenguaje que coincide in fine con el que emplea
el párrafo 1 del artículo 1 de la Carta cuando define como propósito de la Organi-
zación el de «lograr por medios pacíficos [...] el ajuste o arreglo de controversias o
situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz».
Ello significa que la Organización no tiene competencias respecto a cualesquiera
controversias, sino tan sólo sobre las que tengan gravedad suficiente para poner
en peligro la paz y seguridad internacionales. Estamos ante una limitación de la
que fueron plenamente conscientes los redactores de la Carta; como se dice en el
informe del Comité pertinente de la Conferencia de San Francisco, «en principio,
la Organización no debe tomar a su cargo las controversias de importancia mínima
que no ponen en peligro la paz entre las partes»12.
Por lo demás, los órganos que intervienen en la materia que nos ocupa son el
Consejo de Seguridad, la Asamblea General, el Secretario General y los organismos
o acuerdos regionales. Examinemos a continuación las características particulares
de la acción de cada uno de estos órganos.
c) El Consejo de Seguridad es la institución que mayores poderes tiene en
cuanto a la solución de controversias y ajuste de situaciones. El órgano puede
10
Véase en general: G. SCELLE, La solution des conflits internationaux d’après la Charte de San
Francisco, París, 1948; E. JIMÉNEZ DE ARÉCHAGA, «Le traitement des différends internationaux par le
Conseil de Securité», en R. des C., 1954, I, vol. 85, pp. 3 ss.; G. M. UBERTAZZI, Contributo alla teoria
della conziliazione delle controversie internazionali devanti al Consiglio di Sicurezza, Milán, 1958; E.
PÉREZ VERA, «El principio del arreglo pacífico de las controversias y los trabajos del Comité de México
de las Naciones Unidas», en R.E.D.I., 1965, pp. 365 ss.; E. PECOURT GARCÍA, «La solución pacífica de
las controversias internacionales en la Carta de las Naciones Unidas», en ONU, año XX, Madrid, 1965,
pp. 351 ss.; R. HIGGINS, «The Place of International Law in the Settlement of Disputes by the Security
Council», en A.J.I.L., 1970, pp. 1 ss.; D. W. BOWETT, The United Nations and Peaceful Settlement.
Report of a Study Group of International Studies, Londres, 1972, pp. 179 ss.; F. MARIÑO MENÉNDEZ,
«Solución pacífica de controversias por órganos políticos de Naciones Unidas», en ONU, año XL,
Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, n.º 13, Madrid, 1987, pp. 155 ss.
11
Véase apartado 57.
12
U.N.C.I.O., vol. 6, p. 473.
800 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

actuar a iniciativa propia (art. 34), a petición de un Estado miembro o incluso


no miembro (art. 35), de la Asamblea General (art. 11) o del Secretario General
(art. 99).
Según el artículo 34 de la Carta, el Consejo podrá llevar a cabo una encuesta
o investigación a fin de determinar si la prolongación de la controversia o situa-
ción es susceptible de poner en peligro el mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales. Aclarados los hechos si resultare necesario, el Consejo puede
instar a las partes en la controversia a que la solucionen por los medios pacíficos
señalados en el artículo 33 (p. 2 del art. 33), e incluso recomendarles los proce-
dimientos o métodos de ajuste que sean apropiados, tomando en consideración
todo procedimiento que las partes hayan adoptado, y en el entendido de que, por
regla general, las controversias de orden jurídico deben ser sometidas al Tribunal
Internacional de Justicia (art. 36). Así, en 1947, el Consejo recomendó a Albania
y el Reino Unido que acudiesen a ese Tribunal para solucionar la controversia
sobre el Canal de Corfú. Pero si hasta ahora el Consejo no entraba en el fondo
de la controversia, sino que se limitaba a recomendar modos de solución, en caso
de que las partes no lograsen arreglarla por alguno de esos medios, podrá el Con-
sejo «recomendar los términos del arreglo que considere apropiados» (art. 37).
Estamos, así, ante una recomendación sustantiva como la que se adoptó, por
ejemplo, en 1948, en la controversia entre la India y Pakistán sobre el Estado
de Tammu y Cachemira.
d) El artículo 35 de la Carta confiere también competencias a la Asamblea Gene-
ral en orden a la solución pacífica de controversias y ajuste de situaciones, cuando
así sea requerida por un Estado miembro o no miembro, si bien dichas competencias
están sometidas a las limitaciones de los artículos 11 y 12 y, en definitiva, subordi-
nadas al Consejo. Así, según el artículo 11, si bien la Asamblea puede discutir toda
cuestión relativa al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales e incluso
hacer recomendaciones al respecto, toda cuestión de esa naturaleza que requiera
acción será referida al Consejo de Seguridad. Y de acuerdo con el artículo 12, en tanto
el Consejo esté desempeñando las funciones que le atribuye la Carta con respecto
a una controversia o situación, la Asamblea no hará recomendación alguna sobre
ella a no ser que lo solicite el propio Consejo.
En todo caso, y como ya sabemos13, el artículo 10 de la Carta atribuye a la
Asamblea una amplia competencia genérica, que le faculta a discutir cualquier
asunto dentro de los límites de la Carta y a hacer recomendaciones sobre él. Pues
bien, en lo que se refiere a controversias y situaciones susceptibles de poner en
peligro la paz y seguridad internacionales, la Asamblea ha ejercido sus funciones
de manera crecientemente extensiva, discutiendo prácticamente todo, hacien-
do recomendaciones de recurrir a determinados medios de solución, creando
organismos subsidiarios con funciones de buenos oficios, encuesta, mediación
o conciliación, indicando términos de arreglo, e incluso señalando medidas
provisionales14.

13
Véase apartado 81.2.
14
Véase especialmente F. MARIÑO MENÉNDEZ, op. cit., en nota 10, p. 163.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,3] 801

e) Como ya conocemos, el Secretario General de las Naciones Unidas puede,


según el artículo 99 de la Carta, llamar la atención del Consejo de Seguridad hacia
cualquier asunto que en su opinión pueda poner en peligro el mantenimiento de la
paz y seguridad internacionales. El tenor literal del artículo implicaría que, limitada
la función del Secretario General a la pura iniciativa, la competencia sustantiva en
la solución de la controversia o ajuste de la situación recayese en el Consejo. Mas
la dinámica de la Organización demuestra que las funciones del Secretario General
en este terreno han rebasado el papel de llamar la atención del Consejo. Ocurre, en
efecto, que el Secretario General ha llevado a cabo una importante labor de quiet
diplomacy, y que actúa directamente a petición de los Estados partes o por encargo
del Consejo y la Asamblea, ya que, según el artículo 98 de la Carta, ambos órganos
pueden encomendarle, como ha ocurrido en la realidad, funciones de investigación,
buenos oficios y mediación15. La experiencia de 1988 es muy elocuente al respecto
(Afganistán, Namibia, Guerra Irán-Irak, Sahara).
f) La Carta prevé también, en el párrafo 2 del artículo 51, la intervención de
acuerdos u organismos regionales en el arreglo pacífico de controversias, señalando
que los miembros de las Naciones Unidas partes en dichos acuerdos o miembros de
dichos organismos harán todos los esfuerzos posibles para lograr el arreglo pacífico
de las controversias de carácter local por medio de tales acuerdos u organismos
antes de someterlas al Consejo de Seguridad. Nos referiremos a los modos de
arreglo regionales en concreto cuando más adelante estudiemos las organizaciones
internacionales de participación limitada.
g) La apreciación general que merece la obra de las Naciones Unidas en
materia de arreglo de controversias no puede ser demasiado halagüeña, pues a
fin de cuentas impera también aquí el principio básico de libertad de los Estados
en cuanto a la elección de medio. Y así, aunque en algunos casos la acción de la
Organización se haya desarrollado con éxito, particularmente cuando las con-
troversias han sido resueltas por el Tribunal Internacional de Justicia, no hay
que olvidar que en este terreno las resoluciones del Consejo de Seguridad o de
la Asamblea General no pasan de ser simples y puras recomendaciones, ante las
que los Estados conservan su libertad soberana de acción y decisión. Y ocurre,
además, que las controversias o situaciones que afectan de una u otra manera a
los intereses de la superpotencia o grandes potencias escapan comúnmente del
conocimiento de las Naciones Unidas, de modo que ni siquiera pueden ejercer
éstas un mínimo de presión política o moral que induzca o persuada a buscar
una solución. Y el fracaso global de las Naciones Unidas en orden a la solución
de las controversias más importantes es sumamente preocupante porque en
último análisis repercute en la impotencia de la Organización para mantener
la paz y seguridad internacionales. Solucionadas en el momento oportuno las
controversias más graves, se hubiese evitado su degeneración en conflictos

15
Véase M. VIRALLY, «Le rôle politique du Secrétaire Général des Nations Unies», en A.F.D.I.,
1958, pp. 360 ss.
802 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

armados. Destaquemos de todos modos las perspectivas abiertas por los éxitos
de las Naciones Unidas en 1988 y años posteriores.

h) No sería justo cerrar este apartado sin una mención, por sucinta que sea, de
la actividad de carácter normativo emprendida por la Asamblea General sobre el
tema de la solución pacífica de las controversias internacionales. Efectivamente, en
las tantas veces citada «Declaración relativa a los principios de Derecho Interna-
cional referentes a los principios de amistad y a la cooperación entre los Estados de
conformidad con la Carta de las Naciones Unidas», contenida en la resolución 2.625
(XXV) de la Asamblea General, de 24 de octubre de 1970, se reafirma y desarrolla
el principio de que los Estados arreglarán sus controversias internacionales de tal
manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la
justicia. Hay que citar también la resolución 37/10, adoptada por la Asamblea el 15
de noviembre de 1982, por la que se aprueba la llamada «Declaración de Manila
sobre el arreglo pacífico de controversias internacionales» y en la que la explicitación
de aquel principio básico es objeto aún de mayores precisiones. Pero, como ya sabe-
mos, una y otra declaración no han podido desviarse lo más mínimo del principio
de libertad de elección de medio proclamado en el artículo 33 de la Carta. De todos
modos, el examen de la cuestión ha proseguido en el seno del «Comité especial de la
Carta de las Naciones Unidas y del fortalecimiento del papel de la Organización»,
en el que la Secretaría ha elaborado un «Manual sobre arreglo pacífico de contro-
versias», de gran utilidad técnica 15 bis. A nuestro juicio, y puesto que no hay que
hacerse ilusiones hoy por hoy de una superación del principio de libertad en la elección
de medio, la acción descrita de la Asamblea General no puede llegar a otro resultado
que al de mejorar las estructuras de solución existentes y suscitar confianza en ellas, de
modo que los Estados se sientan alentados y estimulados a hacer uso de las mismas.

82.4. LA COOPERACIÓN PARA EL DESARROLLO

a) Según el párrafo 3 del artículo 1 de la Carta, es también propósito de las


Naciones Unidas la realización de la cooperación internacional en la solución de
problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario.
Y, de hecho, la Declaración de Principios de Derecho Internacional, contenida en la
resolución 2.625 (XXV) de la Asamblea General, enuncia la obligación de los Estados
de cooperar entre sí, de conformidad con la Carta, deber al que la Declaración asigna
alcance universal, ya que lo establece con independencia de los sistemas políticos,
económicos y sociales de los Estados, y contenido general, puesto que abarca a todas
las esferas de las relaciones internacionales, aunque con la vista puesta en el mante-
nimiento de la paz y seguridad internacionales. En todo caso, el deber de cooperar
descansa en el principio fundamental de la soberanía de los Estados, presentando

15 bis
El «Manual sobre arreglo pacífico de controversias entre Estados» figura en el Informe del
Comité Especial de la Carta de las Naciones Unidas y del fortalecimiento del papel de la Organiza-
ción, Asamblea General, Documentos Oficiales, cuadragésimo sexto período de sesiones, Suplemento
n.º 33 (A/46/33), Naciones Unidas, Nueva York, 1991, pp. 32 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,4] 803

de tal modo una innegable connotación de discrecionalidad. Estamos en rigor ante


una vaga obligación de comportamiento, no de resultado, de muy difícil control
y de sanción altamente problemática en caso de incumplimiento. La cooperación
en materias concretas se impone a los Estados como una necesidad política que les
reporta beneficios pero no puede decirse que tenga carácter de obligación específica
cuya violación dé lugar a responsabilidad internacional. Ello explica que la coope-
ración internacional presente en nuestros días unos rasgos claramente selectivos16.
b) Ahora bien, y como ya sabemos17, la descolonización masiva ocurrida a
partir de la década de los años sesenta, bajo el impulso de las Naciones Unidas y al
amparo del principio de la libre determinación de los pueblos, ha conducido a una
sociedad internacional universal, y en ella se percibió inmediatamente la escisión
entre los países desarrollados e industrializados, que de un modo general se encuen-
tran al norte del planeta, y los países en desarrollo, la mayoría de ellos de reciente
independencia, situados al sur; escisión profunda, de carácter primordialmente
económico aunque con incidencia en otros ámbitos, como los políticos, sociales y
culturales; y escisión que no tiende a reducirse, sino a ampliarse, porque la tasa de
crecimiento económico de los países del norte y la de incremento demográfico de
los países del sur produce el resultado de profundizarla y no el de aliviarla. Pues
bien, los países del sur tomaron enseguida conciencia de esta situación, y de ahí que
en diversos foros internacionales, pero particularmente en las Naciones Unidas,
hayan hecho valer sus pretensiones hacia el desarrollo y recabaran de los países del
norte la cooperación adecuada. De esta forma, en la Organización, el énfasis de
la cooperación internacional se ha puesto en la cooperación para el desarrollo. Es
ésta, como sabemos, una de las grandes transformaciones de las Naciones Unidas.
c) La acción de las Naciones Unidas en favor del desarrollo de los Estados
menos favorecidos ha sido importante desde la década de los años sesenta, cosa
explicable si se tiene en cuenta que, a partir de esa fecha, dichos Estados componen
una amplia mayoría de los miembros de la Organización. Esa acción se caracteriza
por las notas de magnitud, complejidad, dispersión y politización, y semejantes
características hacen difícil su estudio exhaustivo en un curso de las características
del presente. Para la mejor comprensión del lector, vamos a estudiar las líneas gene-
rales y los aspectos más relevantes de la repetida acción distinguiendo los cuatro
frentes que siguen: primero, el que tiene como objetivo primordial la ayuda directa
de los países desarrollados hacia los países en desarrollo; segundo, el consistente en
la asistencia técnica mediante actividades operacionales de la propia Organización;
tercero, el relativo al comercio internacional; y cuarto, el que tiende a una reestruc-
turación de las propias bases del sistema económico internacional a través de lo

16
Sobre el deber general de cooperación, véanse: J. A. CARRILLO SALCEDO, El deber de los Estados de
cooperar mutuamente de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, edición mimeografiada de la
Escuela de Funcionarios Internacionales, Madrid, 1967-1968; W. FRIEDMAN, «Droit de Coexistence et
droit de coopération: quelques observations sur la structure du Droit International», en R.B.D.I., 1970,
pp. 1 ss.; y G. GARZÓN CLARIANA, El principio de cooperación pacífica entre los Estados en el Derecho
Internacional contemporáneo, Universidad Autónoma de Madrid, Extractos de tesis doctorales, serie 1
(1972-1974); «Sobre la noción de cooperación en el Derecho Internacional», en R.E.D.I., 1976, pp. 51 ss.
17
Véase apartado 4.2.
804 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

que se llama el Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). Advirtamos que


el análisis no será exhaustivo, y que esta separación de temas se hace únicamente a
efectos didácticos y expositivos porque la acción de las Naciones Unidas en cada uno
de ellos se complementa e interpenetra, respondiendo a planteamientos paralelos
inspirados en principios comunes e idénticos propósitos globales18.

d) En lo que se refiere primeramente a la ayuda a los países en desarrollo por


parte de los países desarrollados, conviene situarse en el inicio de la década de los años
sesenta, cuando ya era claramente perceptible la profundidad de la escisión Norte-
Sur. Efectivamente, por su resolución 1.515 (XV), la Asamblea General sienta las
bases de una acción concertada en pro del desarrollo, y en la resolución 1.710 (XVI)
establece el primer decenio de las Naciones Unidas para el desarrollo; resolución
esta última que señala como objetivo para el período comprendido entre 1960 y 1970
una tasa anual de crecimiento económico de los países en desarrollo del 5 por 100,
previéndose para ello una acción concertada de los países desarrollados a través del
sistema de los organismos de las Naciones Unidas y sobre una base multilateral o
bilateral consistente en una ayuda del 1 por 100 de su producto nacional bruto. El
segundo decenio para el desarrollo abarca el período 1970-1980 y fue establecido por
la resolución 1.621 (XXV) de la Asamblea General; en ella el crecimiento económico
previsto para los países en desarrollo es algo mayor que en el período anterior, el 6
por 100, con posibilidad de aumentarlo en la segunda mitad del decenio. El tercer
decenio se fija por la resolución 35/56 de la Asamblea General y cubre el período de
1980 a 1990; en él la tasa anual media del crecimiento del producto interior bruto
de los países en desarrollo se establece en su conjunto en el 7 por 100 y el total de
los recursos financieros transferidos a ellos por los países desarrollados en el 1 por
100 de su producto nacional bruto. Ahora bien, en la práctica ese porcentaje del
1 por 100 no ha sido alcanzado nunca de manera global, por más que los Estados
nórdicos europeos y los del Benelux se hayan atenido a las directrices de la Asam-
blea General, mientras que otros Estados más poderosos económicamente se han
18
La bibliografía es amplísima. Se recomienda especialmente la consulta de la siguiente: V. ABELLÁN
HONRUBIA, Las Naciones Unidas y el Tercer Mundo. La cooperación internacional para el desarrollo,
Barcelona, 1971; «Codificación y desarrollo progresivo del Derecho Internacional del Desarrollo», en
R.E.D.I., 1976, pp. 369 ss.; «Algunas consideraciones sobre el Nuevo Orden Económico Internacional»,
en ONU: Año XL, Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, n.º 13, Madrid,
1987, pp. 213 ss.; M. VIRALLY, «Vers un Droit International du développement», en A.F.D.I., 1965,
pp. 3 ss.; «La Charte des droit et des devoirs économiques des Etats», en A.F.D.I., 1974, pp. 57 ss.;
F. ORREGO VICUÑA y otros, Derecho Internacional económico, 2 vols., México, 1974-1975; D. CARREAU,
«Le Nouvel Ordre Economique International», en J.D.I., 1977, pp. 595 ss.; J. M. BALLESTEROS GONZÁ-
LEZ, Comercio internacional, igualdad jurídica, desigualdad de hecho, Granada, 1977; M. FLORY, Droit
International du développement, París, 1977; S. MARCHISIO, La cooperazione per lo sviluppo nel Diritto
delle Nazione Unite, Nápoles, 1977; K. P. SAUVANT, «Toward the New Economic International Order»,
en el vol. The New Economic International Order, Confrontation and Cooperation between the North and
the South?, Francfort, 1977, pp. 3 ss.; H. GROS ESPIELL, «El Nuevo Orden Económico Internacional»,
en el vol. Derecho Económico Internacional, México, 1976, pp. 84 ss.; M. BEDJAOUI, Pour un Nouvel
Ordre Economique International, UNESCO, 1979; G. FEUER y H. CASSAN, Droit International du déve-
lopment, París, 1985; J. M. PELÁEZ MARÓN, La crisis del Derecho International del desarrollo, Córdoba
(España), 1987; A. FERNÁNDEZ TOMÁS, Las estructuras de cooperación para el desarrollo en Naciones
Unidas, Valencia, 1987; e I. GONZÁLEZ GARCÍA, Naciones Unidas y la cooperación para el desarrollo,
Madrid, 2005. En España, el marco legislativo básico en la materia se contiene en la Ley 23/1998, de 7
de julio, sobre cooperación internacional para el desarrollo (B.O.E. de 8 de julio de 1998).
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,4] 805

mostrado sumamente selectivos, en razón a consideraciones de afinidad política, a


la hora de prestar la ayuda. En los últimos años, España coopera con una cantidad
ligeramente inferior al 0,2 por 100 del producto interior bruto.
e) Un segundo frente que cabe distinguir en la acción de las Naciones Uni-
das hacia el desarrollo es el de la asistencia técnica operacional. Y en este orden
de consideraciones hay que referirse al Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD), establecido en 1965 por la resolución 2.029 (XX) de la
Asamblea General con la finalidad básica de realizar proyectos de preinversión
que creen las condiciones e infraestructuras necesarias para la atracción de
capitales, y bien entendido que, aunque el PNUD (integrado por un Consejo de
Administración, una Junta Consultiva Mixta y un Administrador) es el órgano
encargado de aprobar, supervisar y financiar los programas, la ejecución de los
proyectos se encomienda comúnmente a otros organismos, como la UNCTAD
(Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo), e incluso a
organismos especializados de la familia de las Naciones Unidas, que estudiaremos
en el lugar oportuno. El PNUD hace una obra nada desdeñable sirviéndose de
un presupuesto, en el que el 42 por 100 de los ingresos se nutre de contribuciones
voluntarias de los Estados miembros y el 58 por 100 de recursos suministrados por
el Estado beneficiario del programa, aunque hay que señalar que los presupuestos
así alimentados son insuficientes para cubrir todas las necesidades en aquellos
sectores potencialmente merecedores de atención.
f) Paralelamente a la ayuda de los países desarrollados y a la asistencia técnica de
las Naciones Unidas y organismos especializados, los países en desarrollo han abierto
desde la década de los años sesenta un tercer frente que pretende el replanteamiento
profundo en su favor de las estructuras del comercio internacional. Y así, en el décimo
octavo período de sesiones de la Asamblea General (1963), aquellos países, descon-
tentos con el funcionamiento del GATT (Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras
y Comercio), en el que veían un mecanismo al servicio de los intereses de los países
desarrollados, proclaman que el comercio internacional es el instrumento más eficaz
de su desarrollo económico, sobre la base de una nueva división internacional del
trabajo y una nueva estructura de la producción y el comercio. En este nuevo clima,
y a convocatoria de la Asamblea General, se celebra en Ginebra, durante la prima-
vera de 1964, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
(CNUCD en siglas en español y francés, UNCTAD en siglas, más usuales, en inglés),
Conferencia que la propia Asamblea establece como órgano suyo por la resolución
1.995 (XIX), de 30 de diciembre de 1964. La resolución señala que la Conferencia se
reunirá a intervalos de tres años como máximo y establece como órgano permanente
la Junta de Comercio y Desarrollo, de carácter intergubernamental en cuanto com-
puesta de 55 Estados miembros, y que desempeña las funciones de la Conferencia
cuando ésta no se halle reunida. Las funciones de la Conferencia, según la resolución
citada, son diversas, y entre ellas destacan las de formular principios y políticas sobre
comercio internacional y sobre problemas afines del desarrollo económico e iniciar
medidas para la negociación y aprobación de instrumentos multilaterales en la esfera
del comercio internacional. La Conferencia no posee, pues, funciones decisorias, pero
sirve de foro para la discusión y negociación. De hecho, en el seno de ella se ha impul-
806 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

sado la celebración de acuerdos sobre productos básicos, concretamente después de


que la Conferencia adoptase en su reunión de Nairobi de 1976 la resolución 93 (IV),
estableciendo un programa integrado al respecto con vistas a asegurar la regularidad
de los suministros y la estabilidad de los precios, y crease más tarde, en la reunión
de Manila de 1979, un fondo común de productos básicos con vistas a la financia-
ción de stocks reguladores del mercado. La Conferencia se ha ocupado también del
control de las prácticas comerciales restrictivas, convocando una Conferencia de las
Naciones Unidas que adoptó un «Conjunto de principios y normas equitativos con-
venidos multilateralmente para el control de las prácticas comerciales restrictivas».
De otro lado, la UNCTAD propuso en 1968, por la resolución 21 (II), un sistema
de preferencias generalizadas tendente a la exención o reducción sin reciprocidad
por parte de determinados países desarrollados de derechos de aduanas y límites
cuantitativos (contingentes) respecto a un elevado número de productos industriales,
manufacturados o semimanufacturados, fabricados en los países en desarrollo. El
sistema comportaba la necesidad de derogar la cláusula de la nación más favorecida
proclamada en el artículo 25 del GATT, derogación que se consigue en 1971 por un
período de diez años, posteriormente prorrogado, y que ha permitido a los más impor-
tantes Estados industrializados, incluidos los miembros de la Comunidad Europea,
conceder las preferencias generalizadas a la mayor parte de los países en desarrollo;
concesión que de todos modos tiene carácter discrecional y temporal. La UNCTAD
se ha preocupado también de una materia, como es la relativa a la tecnología, en que
los países en desarrollo son manifiestamente dependientes de los países industrializa-
dos. Así, en su reunión de Nairobi de 1976, la Conferencia impulsa la redacción de un
«Código internacional de conducta para la transferencia de tecnología» que tenga en
cuenta las necesidades particulares de los países en desarrollo y, además de ocuparse
del estudio de las normas y usos nacionales en la materia, prepara la revisión de los
convenios en vigor sobre patentes y marcas comerciales, de modo que se favorezca
la transmisión de tecnología a aquellos países. En fin, la UNCTAD se ha ocupado
de la cuestión de los transportes.

g) El cuarto y último frente que cabe distinguir en la acción de las Naciones


Unidas hacia el desarrollo presenta como rasgos particulares respecto a los anterio-
res los de ser globalizador y normativo, y, por tanto, sólo puede ser comprendido
teniendo en cuenta todo lo expuesto en este apartado. Se trata de la pretensión
de los países en desarrollo de instaurar un Nuevo Orden Económico Internacional
(NOEI en la siglas usuales en español) que modifique en su favor las propias
bases estructurales de las relaciones económicas internacionales. Estudiados en
otro lugar del Curso los grandes parámetros de la cuestión en el contexto de las
transformaciones del Derecho Internacional19, vamos a hacer aquí una serie de
consideraciones más específicas sobre el Nuevo Orden Económico Internacional.
En su período extraordinario de sesiones de 1974, la Asamblea General adopta las
resoluciones 3.201 (S-VI), que contiene la «Declaración sobre el establecimiento de un
Nuevo Orden Económico Internacional», y 3.202 (S-VI), sobre el programa de acción

19
Véase apartado 4.2.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,4] 807

al respecto. Y, en el período ordinario de sesiones del mismo año, la Asamblea aprueba


la resolución 3.281 (XXIX), que contiene la Carta de Derechos y Deberes Económicos
de los Estados, que ya hemos estudiado en alguno de sus aspectos. La consolidación del
desarrollo progresivo de los principios del Nuevo Orden Económico Internacional se
ha encomendado a la Sexta Comisión (Comisión Jurídica) de la Asamblea General, y
para la identificación de los mismos nos podemos servir de un estudio de U.N.I.T.A.R.
(Instituto de las Naciones Unidas para la Formación Profesional y la Investigación)20
que incluye los siguientes: tratamiento preferencial a los países en desarrollo; estabili-
zación de los ingresos de exportación de estos países; soberanía permanente sobre los
recursos naturales; derecho de todo Estado a beneficiarse de la ciencia y tecnología;
derecho de los países en desarrollo a recibir asistencia para el desarrollo; igualdad de
participación de los países en desarrollo en las relaciones económicas internacionales;
patrimonio común de la humanidad; y libertad de elección del sistema económico. Los
más importantes de estos principios han sido ya considerados a lo largo de este libro.
Sobre los principios enunciados por el UNITAR han recaído ya diversas reso-
luciones de la Asamblea General y la cuestión que surge entonces es la de determi-
nar el valor jurídico de esas resoluciones. La cuestión, planteada ya en términos
generales en otro lugar de este Curso21, cobra ahora dimensiones político-jurídicas
de primera magnitud, y en este último contexto no es extraño que en sectores de
opinión de los países en desarrollo se tienda a dotar de valor jurídico vinculante a
las referidas resoluciones, mientras que en los países desarrollados se sostenga con
vehemencia que las resoluciones carecen de obligatoriedad. En este importante
punto nos atenemos a cuanto dijimos cuando, con ocasión del estudio de las fuentes
del Derecho Internacional, indagábamos el valor de las resoluciones de la Asamblea
General. Según una postura adoptada consciente y deliberadamente en la Confe-
rencia de San Francisco, las repetidas resoluciones no son obligatorias per se para
los Estados, no crean directamente Derecho Internacional, por más que, cuando
traduzcan la opinio iuris colectiva de la comunidad internacional, constituyan reglas
consuetudinarias de alcance general. Y, para determinar si tiene lugar esta conse-
cuencia, es necesario tomar en consideración las condiciones de su adopción: sólo
una adopción unánime, o mayoritaria pero suficientemente representativa, daría
lugar a la formación de esa clase de opinio iuris y, por consiguiente, a la aparición
de una norma consuetudinaria general. Esto lo dijo muy claramente la sentencia
arbitral en el asunto Texaco-Calasiatic contra el Gobierno de Libia, sentencia que
rehusó efectos jurídicos obligatorios al artículo 2.2.c) de la Carta de Derechos y
Deberes Económicos de los Estados, porque fue adoptado por 104 votos a favor, 16
en contra y 6 abstenciones, dándose la circunstancia de que los votos en contra y las
abstenciones provinieron de los países industrializados de economía de mercado22.
Nosotros estamos de acuerdo con la manera de ver las cosas de la sentencia arbi-
tral mencionada, aceptando por supuesto el riesgo de que esta actitud científica pueda
ser tildada de ideológicamente conservadora. Y agregamos en defensa de nuestra

20
U.N.I.T.A.R., Desarrollo progresivo de los principios y normas de Derecho International relativos
al Nuevo Orden Económico Internacional, Doc. A/39/503, Add. 1, Anexos III y IV.
21
Véanse apartados 11 y 23.3.
22
Véase la sentencia en JDI, 1977, n.º 1, pp. 374 ss., especialmente párrafo 88.
808 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

posición que el enfoque de la cuestión de las fuentes del Derecho Internacional, y en


definitiva de la determinación de las normas que vinculan realmente a los Estados
desde el punto de vista jurídico, ha de ser conservador, en otros términos, formalista,
porque el valor que está en juego es nada menos que el de la seguridad jurídica. Todo
intento de aplicar en las relaciones entre Estados reglas generadas fuera del marco
de producción normativa hoy existente en la Comunidad Internacional es contrario
a una exigencia, cual es la de la seguridad jurídica, de la que esa Comunidad está
sumamente necesitada en cuanto que introduce orden y previsibilidad. Claro que
estas apreciaciones no son óbice al hecho de recabar de los Estados industrializados
grandes dosis de generosidad política para la creación, por los cauces tradicionales,
de unas normas obligatorias, basadas en la idea de solidaridad, que tomen en cuenta
los intereses justos y legítimos del desarrollo de los países menos favorecidos. Pero
no hay que hacerse demasiadas ilusiones. De un modo general los Estados desarro-
llados se muestran sumamente reticentes hacia el proceso de construcción del Nuevo
Orden Económico Internacional.
Así pues, el Nuevo Orden Económico Internacional es hoy una gran reivin-
dicación de los países del Tercer Mundo, integrado en su conjunto no por reglas
jurídicamente obligatorias, sino por principios que pertenecen al llamado soft law,
por normas que tienen carácter fundamentalmente programático y que reflejan una
dialéctica entre la legitimidad y la legalidad o, si se quiere, entre la justicia en las
relaciones económicas internacionales a que aspiran los países en desarrollo y la
seguridad jurídica a que se aferran los países desarrollados; normas, en todo caso,
que, sirviéndose de la mala conciencia de estos últimos países, pueden estimular
en ellos actitudes de comprensión y ayuda.
h) En una perspectiva global que cubre e incluso rebasa los cuatro frentes
señalados, no podemos dejar de mencionar que en el año 2000 los jefes de Estado
y de Gobierno de todos los Estados miembros adoptan la llamada Declaración del
Milenio, en la que en relación con el desarrollo se formulan ocho importantes obje-
tivos, a saber: la erradicación de la pobreza extrema y del hambre; la instauración
universal de la enseñanza primaria; la promoción de la igualdad entre hombres y
mujeres y la autonomía de la mujer; la reducción de la mortalidad infantil; la mejora
de la salud materna, el combate del sida, paludismo y otras enfermedades; la garantía
de la sostenibilidad del medio ambiente; y el fomento de una asociación mundial
para el desarrollo. Estamos ante una interesante toma de conciencia colectiva y de
carácter interestatal, pero es obvio que la consecución de estos objetivos va a ser
lenta; no se va a lograr de la noche a la mañana.

i) Un balance final de los logros de las Naciones Unidas en la cooperación para


el desarrollo debe partir del supuesto de que, en ese terreno, no tiene la Organización
facultades decisorias. La mayoría, en este caso el Grupo de los 77, no puede sino
reivindicar y presionar, mas nunca imponer pautas de comportamiento jurídicamente
obligatorias. En tales condiciones, el éxito de la acción depende, en último análisis,
de la decisión política y de la generosidad de los países desarrollados. Hemos com-
probado, en efecto, que la ayuda directa de estos últimos a los países en desarrollo
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,82,4] 809

es discrecional y que, con excepciones dignas del mayor encomio, se caracteriza por
las notas de selectividad y politización; que la asistencia técnica operacional de la
Organización está condicionada por unos presupuestos nutridos, en una parte, de
las contribuciones voluntarias de los Estados industrializados y, en otra parte, de las
contribuciones del Estado beneficiario; que el núcleo de las medidas tomadas en el
campo del comercio internacional estriba en concesiones soberanas y temporales de
los Estados desarrollados; y, en fin, que el Nuevo Orden Económico Internacional
no pasa de ser, en su conjunto, una aspiración tercermundista que, como mucho,
crea mala conciencia en los países desarrollados y les incita a comportamientos de
ayuda y comprensión. Tal estado de cosas no es ciertamente alentador, pero hay
que señalar que, sin las Naciones Unidas, podría ser peor, porque es el hecho de
la existencia de un foro multilateral y universal el que ha permitido a los países en
desarrollo tomar conciencia colectiva de su situación y aunar esfuerzos para arrancar
unas concesiones que difícilmente hubiesen obtenido a través de acciones aisladas.
83. RECAPITULACIÓN: VALORACIÓN GLOBAL DE LA OBRA
DE LAS NACIONES UNIDAS

a) Hemos dicho en otro lugar que la paz internacional tiene un significado


más profundo que el puramente negativo de ausencia de guerra1. La paz autén-
tica posee un sentido positivo y dinámico que postula no sólo la proscripción
de los conflictos armados, sino también la erradicación de las causas que los
hacen posibles, como son, sin duda, las situaciones de injusticia, individuales
y colectivas, las crisis y las tensiones. En otras palabras, son múltiples los
ingredientes de la paz internacional, y entre ellos querríamos retener aquí los
siguientes: respeto a los derechos humanos, libre determinación de los pueblos,
desarrollo de los países menos favorecidos, codificación y desarrollo progresivo
del Derecho Internacional, solución pacífica de las controversias entre Estados,
proscripción del recurso al uso y amenaza de la fuerza armada y, por fin, desar-
me. Pues bien, siendo la paz internacional la aspiración básica y última de las
Naciones Unidas, en la valoración de conjunto de la labor de la Organización
en sus más de sesenta años de funcionamiento, hay que atender a los distintos
componentes de la paz.

b) Y así, en lo que respecta a la protección de los derechos humanos, es nece-


sario tomar en consideración la ingente obra de sensibilización y codificación
realizada por las Naciones Unidas, al igual que su proyección en distintas esferas
regionales y en ámbitos estatales. Es cierto que los mecanismos de control y protec-
ción puestos en marcha por la Organización son rudimentarios en su conjunto y que
no han logrado evitar que algunos Estados miembros hayan cometido y continúen
cometiendo violaciones graves, masivas y flagrantes de aquellos derechos, pero no
es menos verdad que las vulneraciones ya no se realizan hoy con la misma libertad
e impunidad que en el pasado, porque ahora los Estados miembros se ven constre-
ñidos, cuando menos, a rendir explicaciones y reciben además presiones morales
y políticas que se fraguan en diversos foros de la Organización. La situación no es
satisfactoria, hay que admitirlo, pero lo sería menos sin la existencia de las Nacio-
nes Unidas2. En el campo de la libre determinación de los pueblos, la acción de la
Organización bien puede calificarse de espectacular, porque no sólo ha conducido
a la instauración del principio como norma positiva de Derecho Internacional,
sino que además los órganos de las Naciones Unidas han impulsado su aplicación
hasta conseguir la casi total liquidación del colonialismo y otras formas de domi-
nación extranjera. Quedan problemas por resolver, desde luego, pero, gracias a la
aplicación del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, hemos llegado a una

1
Véase apartado 4.2.
2
Véase apartado 22.1.

[810]
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,83] 811

sociedad internacional prácticamente universal3. En cuanto a la cooperación para


el desarrollo de los países del Tercer Mundo, hemos señalado las características
principales de la obra de la Organización4, labor dispersa y variada y cuyo éxito
depende, en último análisis, de decisiones políticas de los países desarrollados
e industrializados, pero que tiene la virtualidad innegable de crear estados de
opinión, apoyados en la mala conciencia, que suscitan actitudes de ayuda y com-
prensión. Aquí, también, la situación deja de ser satisfactoria, porque persisten
importantes e irritantes desigualdades económicas, sociales y culturales entre
los países ricos del norte y los países pobres del sur, aunque hay que decir de
nuevo que la situación sería distinta —y, por supuesto, peor— sin la existencia
del multilateralismo que representan los foros de las Naciones Unidas. En lo que
atañe a la codificación y desarrollo progresivo del Derecho Internacional, conviene
dar cuenta del éxito indudable de la Organización, sin precedentes en la sociedad
internacional, en sectores específicos de las relaciones entre Estados, entre los
que destaca el de las relaciones diplomáticas y consulares, Derecho de tratados
y Derecho del mar. Éxito que se debe bien al amplio ámbito de aceptación de
algunas de las convenciones adoptadas5, bien a la influencia de las conferencias
codificadoras en el Derecho Internacional consuetudinario de alcance general,
como es el caso particular, en puntos relevantes, de la III Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar6. Sin embargo otras conferencias y
convenciones han tenido menor fortuna, como sabemos7, y en algunos sectores
los intentos de codificación y desarrollo progresivo del Derecho Internacional
están tropezando con resistencias y dificultades considerables8. En el campo
de la solución pacífica de controversias, la labor de las Naciones Unidas no ha
sido brillante en su conjunto, aunque hay que reconocer que sus foros sumi-
nistran un primer marco de encuentro y diálogo que puede encauzar y suavizar
el arreglo de la disputa, y conviene dejar constancia asimismo de la labor, ya
evaluada, del Tribunal Internacional de Justicia. La jurisdicción obligatoria
del Tribunal, por su parte, tiene sólo manifestaciones sectoriales muy restrin-
gidas, y de hecho algunas controversias graves no han podido ser solucionadas
ni siquiera por medios políticos, degenerando en conflictos armados ante los
que nada ha podido hacer la Organización. Porque, en efecto, tratándose de
la salvaguardia in extremis de la paz internacional mediante la proscripción del
recurso al uso o amenaza de la fuerza armada, sabemos del fracaso básico de las
Naciones Unidas hasta 19909. La paz global ha sido preservada, ciertamente,
aunque no tanto por acatamiento espontáneo de los principios de  la Carta y
por la acción disuasoria de los órganos que establece, cuanto en virtud del pleno
convencimiento de que la tercera guerra mundial sólo produciría vencidos y
no vencedores. Sin embargo, el reguero sangriento y devastador de conflictos

3
Véase apartado 27.
4
Véase apartado 82.4.
5
Véanse apartados 47.1 y 50.1.
6
Véase apartado 38.1.
7
Véanse apartados 34.2, 34.3, 48 y 49.
8
Véase apartado 53.
9
Véanse apartados 64.2 y 82.2.
812 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

armados, locales y regionales, ha seguido esparciéndose por el mundo: más


de un centenar con un resultado superior a veinte millones de muertos. A esta
reflexión habría que añadir las favorables perspectivas que abrió a principios
de la década de los noventa del siglo XX la desaparición de la bipolaridad,
perspectivas que, aun con alguna connotación negativa, se materializaron en
la acción de las Naciones Unidas en la crisis y en la guerra del Golfo de 1990 y
1991, pero que, lamentablemente y por una conjunción de factores que hemos
analizado páginas atrás, no se han confirmado en conflictos bélicos posteriores
(Bosnia-Herzegovina, Somalia, Ruanda, Kosovo, Afganistán, Irak). Ahora
bien, las Naciones Unidas sí han sabido poner en pie unos mecanismos preven-
tivos, las operaciones de mantenimiento de la paz, de naturaleza no coercitiva,
que han aislado y amortiguado crisis importantes. Estas operaciones se han
intensificado y diversificado en la época de la distensión, presentando además
la novedad destacable de que algunas de ellas tienen carácter multifuncional.
En el campo del desarme, por fin, los logros convencionales dignos de mención
han tenido lugar fuera del cuadro estricto de la Organización, y la situación, en
su conjunto, es de las beneficiadas en mayor medida por el fin de la bipolaridad
y la distensión. Sirva de muestra la firma en París, el 13 de mayo de 1993, de la
Convención sobre las armas químicas.
Y a las consideraciones precedentes hay que añadir datos decidida y manifiesta-
mente positivos, y es que, pese a todo, las Naciones Unidas suministran hoy el foro
universal por excelencia para el diálogo y discusión de los problemas globales en
un mundo cada vez más pequeño e interdependiente, constituyendo en tal sentido
la «conciencia vigilante de la comunidad internacional»10; y coordinan además la
estimable labor de cooperación mundial en sectores específicos, preferentemente
técnicos, que llevan a cabo los organismos especializados de su sistema. La acción
de estos organismos será estudiada más adelante.

c) Balance, pues, sumamente complejo, rico en contrastes, como se ha di-


cho11, con zonas de luz y zonas de sombra, en palabras del antiguo Secretario
General JAVIER PÉREZ DE CUÉLLAR12. Balance que causará sin duda profunda
insatisfacción y descontento en espíritus utópicos que se aferren a los ideales de la
Carta e ignoren las realidades políticas y las hondas transformaciones experimen-
tadas por la sociedad internacional desde la terminación en 1945 de la segunda
guerra mundial. Balance que merecerá, sin embargo, la comprensión e incluso la
estimación de mentes más abiertas y pragmáticas que partan de la idea de que las
Naciones Unidas, organización intergubernamental de cooperación política gene-
ral, constituyen un fiel reflejo de las relaciones internacionales de la segunda mitad
del siglo XX y principios del XXI, y que, en este sentido, sólo son lo que pueden ser
y lo que los Estados miembros quieren que sean. La Organización ha fracasado,
10
La expresión es de J. P. COT y A. PELLET en el «Avant-propos» de la obra colectiva dirigida por
ellos La Charte des Nations Unies. Commentaire article par article, París, 1985, p. IX.
11
J. P. COT y A. PELLET, op. cit., en nota anterior, p. IX.
12
J. PÉREZ DE CUÉLLAR , Prólogo a la obra colectiva coordinada por J. A. PASTOR RIDRUEJO, ONU:
año XL, Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, n.º 13, Madrid, 1987,
p. 10. Véase, en la misma obra, F. VILLAR, «España y las Naciones Unidas», pp. 249 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,83] 813

ciertamente, en la realización de propósitos básicos que enuncia la Carta, pero


en un vigoroso y ejemplar esfuerzo de adaptación histórica ha llevado a cabo una
acción encomiable y alentadora en otros terrenos, y en este orden de ideas hay que
afirmar que no tiene alternativa. Se ha dicho, en frase castiza, que si las Naciones
Unidas no existiesen habría que inventarlas y esta idea no sólo se sustenta en el
plano académico, sino también, aunque de manera implícita, en el de las relaciones
internacionales. Así, cuando prácticamente todos los líderes mundiales asistieron
a los fastos del cincuentenario de la Organización (Nueva York, 21 a 24 de octubre
de 1995), dieron un testimonio combinado de decepción y esperanza. De decep-
ción porque todos ellos criticaron, y algunos con gran aspereza, a las Naciones
Unidas. Pero también de esperanza porque las críticas les llevaron a propugnar la
reforma de la Organización y no su liquidación o desmantelamiento. Y en el mismo
orden de ideas, hay que señalar que en la Declaración del milenio del año 2000 y
en los Documentos Finales de las cumbres de 2005 y 2015, los Jefes de Estado y
de Gobierno reconocieron la necesidad de fortalecer las Naciones Unidas a fin de
convertirlas en instrumento más eficaz para el logro de sus objetivos prioritarios.
Y es obvio que sólo se reforma lo que se quiere conservar. Los Estados consideran
sin duda que las relaciones internacionales serían más conflictivas sin las Naciones
Unidas que con ellas. La Organización, obra del hombre a fin de cuentas, es imper-
fecta y mejorable, pero, si hubiera que elegir entre la imperfección y el vacío o, si
se quiere, entre la imperfección y el desorden absoluto, la opción parece obvia. La
idea es tópica, pero absolutamente cierta, y lo que pretendería el autor de este libro
es convencer de ella a sus alumnos para que, lejos de combatir a la Organización,
den apoyo, siquiera sea moral e intelectual, a la mejora de la obra que en 1945
comenzara en una ciudad californiana de entrañable nombre cristiano e hispánico.

d) Y terminemos con la siguiente consideración. Aun siendo patente que


las Naciones Unidas necesitan profundas reformas estructurales y funcionales,
cualquier propuesta de renovación radical no pasa de ser un wishful thinking. Así
lo entiende atinadamente la profesora PAZ ANDRÉS, quién añade que pueden ser
operativos, por el contrario, los pasos cortos y pausados que refuercen la legitimi-
dad y eficacia de la Organización13. En cualquier caso no hay que olvidar nunca
el carácter básicamente intergubernamental de la Organización. Quiere decir ello
que, si se desean unas Naciones Unidas más ágiles, racionales y eficientes, son
los Estados, y particularmente los de mayor peso como actores de las relaciones
internacionales, los primeros que han de reformar sus comportamientos en tanto
que miembros de la Organización.

13
P. ANDRÉS SÁENZ DE SANTA MARÍA, «La sociedad internacional un siglo después: las Naciones
Unidas como eje de vertebración y su reforma», La Conferencia de Algeciras y las relaciones interna-
cionales, Sevilla, 2007, pp. 283 ss. Sobre la Cumbre de 2005, véase X. PONS RAFOLS, «Luces y sombras
en el Documento final de la Cumbre mundial de 2005», R.E.D.I., 2005, 2, pp. 1128 ss.
SUBSECCIÓN SEGUNDA:
ORGANIZACIONES UNIVERSALES DE COOPERACIÓN SECTORIAL:
LOS ORGANISMOS ESPECIALIZADOS DE LAS NACIONES UNIDAS

84. LOS ORGANISMOS ESPECIALIZADOS DE LAS NACIONES


UNIDAS: RASGOS GENERALES

a) Teniendo en cuenta lo dispuesto por el artículo 57 de la Carta, podemos


decir que son organismos especializados de las Naciones Unidas aquellas orga-
nizaciones intergubernamentales que, poseyendo amplias atribuciones interna-
cionales según sus tratados constitutivos en materias de carácter económico,
social, cultural, educativo, sanitario y otros conexos, hayan sido vinculadas a
la Organización mundial mediante un acuerdo específico; acuerdo que, según
el artículo 63 de la Carta, se concluye entre el Consejo Económico y Social y el
organismo en cuestión, y que debe de ser aprobado por la Asamblea General. La
vinculación con la Organización de las Naciones Unidas supone por lo común
que los organismos especializados deban someter informes y comunicar sus
presupuestos, y que aquélla coordine las actividades de éstos en el contexto del
PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, del que ya hemos
hablado). Pero es importante señalar que los organismos especializados tienen
su propia personalidad jurídica internacional, independiente de la que poseen
las Naciones Unidas1.

b) Así pues, nota característica de los organismos especializados es el funcio-


nalismo, o sea, la especialización de las funciones. No estamos ante organizaciones
internacionales de cooperación política general, sino de cooperación sectorial.
Son los tratados instituyentes, usualmente denominados «constituciones», los que
enuncian el sector especial de la cooperación, bien entendido que en el sector en
cuestión los organismos especializados no tienen el monopolio de la cooperación
internacional. Las propias Naciones Unidas pueden adoptar de conformidad con
la Carta resoluciones sobre esos sectores de las relaciones internacionales e impul-
sar en ellas la cooperación internacional. Cabe también que otras organizaciones
internacionales de ámbito regional dispongan de funciones paralelas a las de los
organismos especializados. Todo ello supone el riesgo claro de solapamientos y

1
Sobre las organizaciones especializadas en general, véanse: J. L. MATHIEU, Les institutions
spécialisées des Nations Unies, París, 1977; A. H. ZARB, Les institutions spécialisées du systême des
Nations Unies et leurs membres, París, 1980; A. DI BLASE, Nazioni Unite e Istituti specializzati, Nápo-
les, 1982; J. P. CAILLOUX, «Aspects juridiques de la vie des institutions spécialisées de L’O.N.U.», en
A.F.D.I., 1983, pp. 533 ss.; y E. KLEIN, «United Nations, Specialized Agencies», en E.O.P.I.L., vol.
5, 1983, pp. 349 ss. Los datos sobre participación que figuran en los epígrafes siguientes los hemos
tomado del United Nations Handbook, editado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Nueva
Zelanda, Wellington, 1986.

[815]
816 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

determina la necesidad de coordinar y racionalizar las actividades, y es por tal razón


por lo que, según el párrafo 2 del artículo 63 de la Carta, el Consejo Económico y
Social se encarga de la tarea de aquella coordinación; los acuerdos de vinculación
a las Naciones Unidas procuran asimismo asegurar ese objetivo.

c) Dada su vinculación a las Naciones Unidas, los organismos especializa-


dos tienen vocación manifiesta de universalidad; estamos ante organizaciones
internacionales abiertas a todos los Estados y basadas, por tanto, en el principio
de inclusión. Hay que decir, sin embargo, que algunos de los organismos especia-
lizados se encuentran lejos de la universalidad; de hecho, de los quince existentes
en la actualidad, sólo la mitad cuenta con un número de miembros equiparable al
de las Naciones Unidas. La politización de que hablamos en el párrafo siguiente
contribuye, sin duda, a alejar a ciertos Estados, incluso de la mayor importancia,
de los organismos especializados. La falta de participación de los antiguos Estados
de Europa del Este en algunos organismos especializados constituye también un
síntoma de la referida politización.

d) Las funciones de los organismos especializados versan sobre sectores de coo-


peración preferentemente técnicos, y este dato permitía esperar una despolitización
relativa —no absoluta— de sus actividades. De hecho, sin embargo, las motivaciones
estrictamente políticas han hecho acto de presencia en algunos organismos especializa-
dos, y no sólo por lo que se refiere a la antigua escisión ideológico-política Este-Oeste,
sino también y sobre todo en lo que afecta a la escisión socioeconómica entre países
desarrollados y países en desarrollo. Es cierto que los organismos especializados no
tienen por qué seguir las pautas de las Naciones Unidas, pero no es menor verdad
que en ciertos casos sufren las fisuras y divisiones que aquejan hoy a la sociedad
internacional, motivando la existencia de una atmósfera de confrontación allí donde
el entendimiento y cooperación deberían ser los patrones de comportamiento. De
algunos de estos supuestos daremos noticia al tratar de los organismos especializados
en particular, aunque hay que señalar que el desvanecimiento de la escisión Este-Oeste
permite vislumbrar una cierta despolitización.

e) Por lo demás, los organismos especializados de las Naciones Unidas


presentan en su conjunto una misma estructura orgánica de carácter tripartito.
Todos ellos cuentan, en efecto, con un órgano plenario (Conferencia General,
Asamblea, Congreso, etc.), al que se considera órgano supremo, y que tiene la
función, entre otras, de determinar las líneas políticas generales de la actividad
del organismo. Existe también un órgano restringido, denominado comúnmente
Consejo, con poderes de ejecución del programa adoptado por el órgano plena-
rio, y cuyos miembros se eligen como regla general por este último órgano. Los
organismos especializados disponen asimismo de una Secretaría, en cuya cúpula
actúa un Secretario General, Director General o Presidente, y que lleva a cabo las
funciones administrativas. Hay que hablar, por fin, de los órganos subsidiarios y
de las comisiones regionales. Es éste el esquema orgánico usual en los organismos
especializados, sujeto, como veremos, a desviaciones en casos particulares. Por lo
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,84] 817

demás, las funciones de los organismos especializados son normativas, de control


y operacionales. Algunos de ellos ejercen, como veremos, las tres categorías de
actividades, mientras que otros ponen el énfasis en alguna de tales funciones.

f) Hechas estas consideraciones generales sobre los organismos especializados


de las Naciones Unidas, emprendemos a continuación un estudio particular de los
más importantes; estudio que, dentro de las coordenadas de síntesis y brevedad
exigidas por la finalidad de este libro, va a ser menos estático que dinámico. Es
decir, más que los aspectos formales de los organismos, tal como vienen recogidos
en las respectivas constituciones, y aunque sin desdén por ellos, nos van a interesar
las líneas sustantivas de acción y evolución de cada uno de los organismos especia-
lizados. Nuestro enfoque pretende ser, pues, funcional y no formal o meramente
descriptivo.
85. ESTUDIO PARTICULAR DE LOS ORGANISMOS
ESPECIALIZADOS

85.1. LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO (OIT)

a) De acuerdo con el preámbulo del Tratado constitutivo, son dos las ideas
que están en la base de la creación de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT). La primera se vincula a la naturaleza integral de la paz internacional, uno
de cuyos componentes es, sin duda, la justicia en las relaciones laborales; la conse-
cución de la paz requiere, entre otras cosas, el respeto a los postulados de la justicia
social. La segunda idea hunde sus raíces en la noción de interdependencia entre
los Estados, toda vez que los intentos de mejorar la suerte de los trabajadores en
uno de ellos pueden verse obstaculizados si otro u otros dejan de adoptar un régi-
men de trabajo realmente humano; interdependencia que postula la cooperación
internacional en el sector. Y fue en 1919, al término de la primera guerra mun-
dial, cuando ambas ideas alcanzaron la madurez suficiente en la opinión pública
internacional, determinando la creación de la OIT en la parte XIII del Tratado
de Paz de Versalles. El cometido básico de la Organización era la puesta en pie
de un mecanismo que, a través de convenciones y recomendaciones, estableciera
estándares mínimos sobre las condiciones de trabajo en los diversos países. La sede
de la OIT se fijó en Ginebra, donde continúa. El número de Estados miembros
asciende en 2015 a 1851.

b) En 1944 se reúne en la ciudad de Filadelfia la XXVI Conferencia General


de la Organización —su órgano plenario— y en ella se adopta una resolución que
redefine y pone al día los propósitos. Ello determinó la necesidad de reforma del
tratado instituyente, que se hizo en 1946. En el mismo año se celebra el acuerdo de
vinculación entre las Naciones Unidas y la OIT, convirtiéndose ésta en organismo
especializado. La Constitución de la Organización experimentó sucesivas reformas
en 1953, 1962, 1972 y 1986.

c) La OIT es, por supuesto, una organización intergubernamental, lo que


significa que sus miembros son Estados soberanos. Pero ello no quiere decir que
la composición de sus órganos principales (el plenario o Conferencia General, y el

1
Véanse en general: G. SCELLE, L’Organisation Internationale de Travail et le B.I.T., París, 1930;
N. VALTICOS, «Un système de contrôle international: la mise en oeuvre des conventions internationales
du travail», en R. des C., 1986, vol. I, pp. 311 ss.; «La Commission d’investigation et de conciliation en
matière de liberté syndicale et le mécanisme de protection internationale des droits syndicaux», en A.F.D.I.,
1967, pp. 445 ss.; G. M. CORREA MEYER, «Perspectivas actuales de la OIT», en Libro homenaje al
profesor Miaja de la Muela, Madrid, 1979, vol. II, pp. 733 ss.; A. ALCOCK, History of the International
Labour Organisation, Londres, 1971; J. A. JOHNSON, The International Labour Organisation, Londres,
1970; K. T. SAMSON, «International Labour Organisation», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1987, pp. 87 ss.;
F. MAUPAIN, «La réforme de l’Organisation Internationale du Travail», en A.F.D.I., 1987, pp. 478 ss.

[818]
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,1] 819

restringido o Consejo de Administración) responda enteramente a postulados inter-


gubernamentales. Ocurre, en efecto, y por lo que atañe a la Conferencia General,
que cada miembro de la Organización tiene cuatro representantes, dos de los cuales
son delegados del gobierno y los otros dos, respectivamente, de los empleadores
y trabajadores del Estado miembro, y en el entendido de que el nombramiento de
estos dos últimos ha de hacerse de acuerdo con las organizaciones profesionales
más representativas de empleadores y trabajadores (art. 3 de la Constitución).
Por su parte, el Consejo de Administración se compone de 112 personas, 56 de las
cuales son representantes de gobiernos (nombrados por Estados miembros de la
mayor importancia industrial y miembros designados al efecto por los delegados
gubernamentales en la Conferencia), 28 representan a los empleadores y otros 28
a los trabajadores, elegidos unos y otros, respectivamente, por los delegados de
los empleadores y trabajadores en la Conferencia General (art. 7). Estamos, pues,
ante un original e interesante dispositivo tripartito de representación, que dota de
gran dinamismo a la OIT, fortalece el equilibrio y autoridad de las decisiones de
sus órganos y alienta saludablemente el hábito de las consultas entre gobiernos,
empleadores y trabajadores.

d) Las funciones de la OIT son esencialmente normativas: la adopción por


la Conferencia General de convenciones y recomendaciones en el terreno de las
relaciones laborales. Obviamente, las convenciones están sometidas a los princi-
pios generales del Derecho de Tratados, en el sentido de que sólo vinculan a los
Estados que hayan manifestado el consentimiento en obligarse. Las recomenda-
ciones, por su parte, no producen efectos obligatorios. Está claro, por tanto, que
la Organización no posee facultades propiamente legislativas en las materias de
su competencia. Ahora bien, los Estados miembros sí tienen el deber de someter
las convenciones y recomendaciones a las autoridades internas competentes en
un plazo de doce a dieciocho meses para que consideren la adopción de medidas
legislativas u otras (por ejemplo, la ratificación de las convenciones) y tienen
también la obligación de informar al Director General de la Organización de las
medidas tomadas al efecto; además el Consejo de Administración puede requerir
información a los Estados miembros sobre su legislación y práctica en materias
reguladas por convenciones no ratificadas o por recomendaciones (art. 19). Así,
pues, la Constitución de la OIT ha establecido unos mecanismos de persuasión y
estímulo con miras a asegurar la mayor eficacia posible de su acción normativa.
Acción que entre 1919 y nuestros días ha supuesto la adopción y vigencia de un
importante número de convenciones concluidas en su seno —hasta 185 en 2014— y,
en definitiva, una mayor humanización de las condiciones de trabajo en el mundo.

e) Pero el tratado instituyente asigna también a la OIT funciones de control.


Así, una organización de trabajadores o empleadores puede presentar una recla-
mación por incumplimiento de una convención en vigor para un Estado; en esas
circunstancias el Consejo de Administración podrá comunicar la reclamación al
gobierno del Estado en cuestión e invitarle a que formule una declaración; si ésta
no se emite en un plazo prudencial o sus términos no son considerados satisfacto-
820 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

rios por el Consejo, este órgano puede hacer pública la reclamación y, en su caso,
la declaración recibida (arts. 24 y 25). Caben también reclamaciones o quejas de
un Estado parte en una convención, de un delegado en la Conferencia General o
del propio Consejo de Administración; el Consejo puede deferir la cuestión a una
comisión de encuesta, que, después de examinar detenidamente la queja, redacta
un informe en el que expone el resultado de sus averiguaciones y hace las reco-
mendaciones que considere apropiadas; el Director General transmite el informe
de la comisión de encuesta al Consejo de Administración y a los gobiernos a que
concierna la queja, y procede a la publicación de aquél; los gobiernos interesados
deberán comunicar al Director General, en un plazo de tres meses, si aceptan o no
las recomendaciones de la comisión de encuesta y, en caso de que no las acepten, si
desean someter la queja al Tribunal Internacional de Justicia (arts. 26 a 34). Seña-
lemos que en los últimos años se ha hecho un cierto uso de estos procedimientos.
Un procedimiento especial para el control del respeto a los derechos sindicales
fue establecido por acuerdo concluido en 1950 entre las Naciones Unidas y la OIT,
procedimiento que puede ser entablado incluso contra Estados no partes en las
convenciones pertinentes. Las quejas pueden ser presentadas por el gobierno de otro
Estado, por una asociación internacional de empleadores o trabajadores que tenga
estatuto consultivo en la OIT, por una asociación internacional de empleadores o
trabajadores respecto a cuestiones que afecten a sus afiliados, o por una organiza-
ción nacional de empleadores o trabajadores directamente afectada. El órgano que
examina las quejas es el Comité de Libertad Sindical del Consejo de Administración,
institución de composición tripartita (tres representantes gubernamentales, tres de
los empleadores y tres de los trabajadores, bajo la presidencia de una persona inde-
pendiente). Cuando el Comité se encuentra en posesión de todos los elementos de
juicio, eleva su propuesta de resolución al Consejo de Administración, aunque puede
también recomendar que las quejas sean trasladadas a la Comisión de Investigación
y Conciliación, si a ello accede el Estado denunciado. Hay que decir que la actua-
ción del Comité de Libertad Sindical ha sido y continúa siendo intensa, lo que le ha
permitido construir un amplio cuerpo de principios en materia de libertad sindical.

f) La evaluación de conjunto de la OIT en sus ya largos años de funciona-


miento es por fuerza favorable y no sólo por la importancia de la acción norma-
tiva y de sus funciones de control, sino también por la actividad desplegada en
la cooperación técnica, difusión de información, y estudios e investigaciones en
materias laborales. No fue un azar que en 1969 recibiera la Organización galardón
tan honroso como el Premio Nobel de la Paz. Que persistan en el mundo inquie-
tantes bolsas de desempleo y subempleo, tanto en los Estados en desarrollo como
en los desarrollados, no es en rigor imputable a la Organización.

85.2. LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA EDUCACIÓN,


LA CIENCIA Y LA CULTURA (UNESCO)

a) Según el preámbulo del tratado constitutivo de la UNESCO, es de nuevo la


concepción integral de la paz la que inspira y determina la creación de la Organiza-
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,2] 821

ción. Se declara en dicho preámbulo, efectivamente, que, «puesto que las guerras
nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben
erigirse los baluartes de la paz», y se dice también que «una paz fundada exclusi-
vamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el
apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por consiguiente, esa
paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad». Semejante
ideario humanista y pacifista estaba ya maduro en 1945, y el 16 de noviembre de
dicho año se firma en Londres el tratado instituyente de la UNESCO, reformado
por sucesivas resoluciones de la Conferencia General (su órgano plenario); este
mismo órgano aprobó el 6 de diciembre de 1946 el acuerdo de vinculación con
las Naciones Unidas, que convertía a la UNESCO en organismo especializado.
En 2015 el número de miembros de la Organización es de 195 y 8 el de Estados
asociados. La Organización tiene su sede en París2.

b) En cuanto a la estructura orgánica de la UNESCO, son tres los órganos que


se prevén en el artículo III de la Constitución: la Conferencia General, el Consejo
Ejecutivo y la Secretaría. La Conferencia General es el órgano plenario y su compo-
sición es intergubernamental, en cuanto integrado por representantes de los Estados
miembros; a él corresponde determinar la orientación y la línea de conducta general
de la Organización. El Consejo Ejecutivo es órgano restringido, y hasta 1954 sus
miembros actuaban a título individual y no como representantes de los gobiernos;
en aquel año se dio, sin embargo, carácter intergubernamental al órgano, y desde
entonces los componentes del Consejo son representantes de sus gobiernos; el órga-
no se compone de 51 miembros, elegidos por la Conferencia General en atención a
calificaciones personales en el campo de competencia de la Organización, diversidad
de culturas y distribución geográfica equitativa; al Consejo compete la ejecución
de los programas aprobados por la Conferencia General. La Secretaría es, por su
parte, el órgano encargado de las tareas administrativas y se compone de un Direc-
tor General —nombrado por la Conferencia General a propuesta del Consejo de
Administración— y del personal que se estime necesario.

c) El propósito básico de la UNESCO es «contribuir a la paz y a la seguri-


dad estrechando, mediante la educación, la ciencia y la cultura, la colaboración
entre las naciones, a fin de asegurar el respeto universal a la justicia, a la ley, a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales que sin distinción de raza,
sexo, idioma o religión la Carta de las Naciones Unidas reconoce a todos los
pueblos del mundo» (art. I.1 de la Constitución). Para el cumplimiento de este
propósito la Organización ejerce funciones normativas y, en menor medida, de
control y operacionales.

2
Véanse en general: T. BESTERMAN, UNESCO, Peace in the Minds of Men, Londres, 1951; B. M.
H. TRIPP, «UNESCO in Perspective», en International Conciliation, 1954, pp. 323 ss.; J. THOMAS,
UNESCO, París, 1962; J. TOUSCOZ, La coopération scientifique internationale, París, 1973; J. P. SEWELL,
UNESCO and World Politics. Engaged in International Relations, Princetown, 1975; Y. KASHLEV,
«UNESCO within the System of International Cooperation», en International Affairs, 1982, pp. 109
ss.; D. G. PARTAN, «United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization», en E.O.P.I.L.,
vol. 5, 1983, pp. 314 ss.
822 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Funciones normativas, en primer lugar, porque la Conferencia General está


capacitada para dirigir recomendaciones a los Estados miembros así como
adoptar convenciones respecto a materias que entren en su campo de acción. Las
recomendaciones no son por supuesto obligatorias y las convenciones necesitan
lógicamente de la manifestación del consentimiento de los Estados en obligarse,
pero unas y otras deben ser sometidas a las autoridades nacionales competentes
dentro del año siguiente a la clausura de la reunión en que hayan sido aprobadas;
además la Conferencia General examinará los informes que presenten los Estados
miembros sobre las medidas tomadas en relación con las recomendaciones y con-
venciones (art. IV, pp. 4 y 6), pudiendo adoptar, según su Reglamento, informes
generales que comenten los sometidos por los miembros. Ahora bien, demuestra la
práctica que son pocos los Estados que presentan informes. Señalemos asimismo
que las recomendaciones y convenciones adoptadas cubren un amplio abanico de
materias relacionadas con los fines de la Organización: propiedad intelectual, no
discriminación en la educación, protección del patrimonio cultural y estandari-
zación de estadísticas educativas y científicas.
Pero la UNESCO ejerce también algunas funciones de control. Así, adoptada
en 1960 la Convención contra la discriminación educativa, un Protocolo comple-
mentario de 1962 instituye una Comisión de Buenos Oficios y Conciliación para
solucionar las controversias que surjan entre Estados partes en la Convención,
instrumento que de todos modos ha sido objeto de aceptaciones más bien escasas.
Para remediar esta situación, el Consejo Ejecutivo adoptó en 1978 una decisión
en la que se establece un procedimiento de control basado en comunicaciones
individuales, y mediante el cual las víctimas de violaciones de derechos humanos
que caigan bajo la competencia de la UNESCO pueden presentar directamente
sus quejas al Consejo. Si las quejas se admiten, pasan a un Comité de este último
órgano, que intentará llegar a una solución amistosa entre el Estado miembro
denunciado y la persona que haya sufrido la violación, siempre con vistas a la
promoción de los derechos humanos.

d) Y unas breves palabras adicionales sobre la politización experimentada


en los últimos lustros por la UNESCO. Decisiones adoptadas en 1974 por la
Conferencia General en relación con Israel fueron consideradas como manifes-
taciones de esa atmósfera de politización, pero fue sobre todo en 1978 cuando
se intensificaron los síntomas de politización con ocasión de la adopción por la
Conferencia de una declaración sobre el Nuevo Orden Mundial de la Informa-
ción, declaración que, según algunas opiniones, pone en peligro la libertad de
información. Digamos en este mismo orden de ideas que, después de que el 31
de octubre de 2011 la Asamblea General admitiese a Palestina como miembro de
pleno derecho de la organización, se produjo la retirada de su mayor contribu-
yente financiero, los Estados Unidos de América, lastrando así de manera muy
considerable la acción de la misma.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,3] 823

85.3. LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL (OMPI)

a) La necesidad de la cooperación internacional en materia de propiedad intelec-


tual (industrial, literaria y artística) se hace sentir ya a finales del siglo XIX y determina
la creación de dos Uniones internacionales: la Unión de París, instituida por tratado
de 20 de marzo de 1883, para la protección de la propiedad industrial, y la Unión de
Berna, establecida por tratado de 9 de septiembre de 1886, para protección de las
obras literarias y artísticas. En la década de los años cincuenta del siglo XX se intentó
incluir ambas uniones en el sistema de las Naciones Unidas, pero sólo en la década
de los años setenta se consigue este propósito. Efectivamente, los Estados de reciente
independencia reprochaban a las Uniones de París y Berna el servir únicamente a
los intereses de los Estados desarrollados y el hecho de que no tenían en cuenta las
nuevas realidades de una sociedad internacional plural y universal. Surgía así una
robusta corriente de opinión que llevó a la creación de la OMPI mediante el Tratado
de Estocolmo de 14 de julio de 1967. En 1974 la OMPI se convirtió en organismo
especializado en virtud de acuerdo de vinculación con las Naciones Unidas. La sede
de la Organización está en Ginebra. En 2015 son 187 los Estados miembros de la
OMPI, 97 los de la Unión de París y 76 los de la Unión de Berna3.

b) Pero la creación de la OMPI no ha supuesto la desaparición de las Uniones


de Berna y París, y esto ha determinado la conclusión de arreglos complejos en lo
que atañe a la participación y estructura de la Organización. Así, en lo que se refiere
a los miembros, hay que decir que la OMPI está abierta a los Estados miembros de
las Uniones y a los que lo sean de las Naciones Unidas, alguno de sus organismos
especializados, Agencia Internacional de la Energía Atómica o partes en el Esta-
tuto del Tribunal Internacional de Justicia. Y esta doble categoría de miembros se
refleja en la estructura orgánica de la OMPI, que, como vamos a ver, difiere de la
que es usual en los organismos especializados. La Organización cuenta, en efecto,
con una Asamblea General, integrada por representantes de los Estados miembros
que formen parte al menos de una de las dos Uniones (art. 6 de la Constitución); y
con una Conferencia, integrada por representantes de todos los Estados miembros
de la OMPI, sean o no miembros en las Uniones.
De todas maneras, es la Asamblea General el órgano al que la Constitución con-
fiere el carácter de supremo. En la OMPI existe también como órgano restringido
un Comité de Coordinación, cuya composición traduce la estrecha asociación con
las Uniones, puesto que sólo pueden formar parte de él aquellos Estados miem-
bros que lo sean a la vez del Comité Ejecutivo de aquéllas. La Secretaría recibe el
nombre de Oficina Internacional y a su frente se encuentra el Director General.

3
Véanse en general: H. DESBOIS, «La Conférence de Stockholm rélative aux droits inte-
lectuels», en A.F.D.I., 1967, pp. 7 ss.; J. RIDEAU, «Les institutions internationales de la pro-
tection de la propriété intelectuelle», en R.G.D.I.P., 1968, pp. 730 ss.; J. EKEDI-SAMNIK, «Une
nouvelle institution spécialisée des Nations Unies: L’Organisation mondiale de la propriété inte-
lectuelle (OMPI)», en R.G.D.I.P., 1977, pp. 466 ss.; C. MASSOUYE, «L’Organisation mondiale
de la propriété intelectuelle (OMPI). 14. Institution spécialisée des Nations Unies», en J.D.I.,
1977, pp. 806 ss.; H. BALLREICH, «World Intellectual Property Organisation», en E.O.P.I.L.,
vol. 5, 1983, pp. 410 ss.
824 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

c) El propósito fundamental de la OMPI es promover la protección mundial


de la propiedad intelectual y a tal fin realiza, entre otras, las siguientes funciones:
tareas administrativas de las Uniones de Berna y París y otras, gestión de 24
convenciones en materias de su competencia, preparación de nuevos convenios
internacionales en el tema, incluyendo propuestas para la revisión de los ya en
vigor, elaboración de leyes modelo y suministro, a requerimiento de los Estados,
de asistencia técnico-jurídica.

85.4. LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD (OMS)

a) En el preámbulo del tratado instituyente de la OMS sobresalen tres ideas, a


saber: el goce del grado máximo de salud es uno de los derechos fundamentales de
todo ser humano; la salud de todos los pueblos es una condición fundamental para
lograr la paz y la seguridad; y la desigualdad de los diversos países en lo relativo al
fomento de la salud y control de las enfermedades constituye un peligro común.
Pues bien, fue este ideario humanista, pacifista e internacionalista el que determinó
la creación de la Organización en tratado que se firma el día 22 de julio de 1946,
si bien la cooperación internacional en este terreno se remonta a los inicios de la
segunda década del siglo XIX. En 1946 se aprobó el acuerdo de la vinculación de
la OMS a las Naciones Unidas y la sede de la Organización es estableció en Gine-
bra. Señalemos que la participación en la OMS es prácticamente universal —197
miembros en 2015—, lo que constituye un signo del extraordinario interés que los
Estados sienten hacia sus actividades, aunque conviene recordar que los Estados
de Europa oriental y China se retiraron en 1949 y 1950 para readquirir años más
tarde su condición de miembros4.
b) La estructura orgánica de la OMS responde a los esquemas usuales en los
organismos especializados. La Organización cuenta, en efecto, con un órgano ple-
nario —la Asamblea Mundial de la Salud—, un órgano restringido —el Consejo
Ejecutivo— y una Secretaría, a cuyo frente está el Director General. El órgano
supremo es la Asamblea, y al Consejo corresponde someter propuestas a ella y
ejecutar sus decisiones. Para una mayor eficacia de las actividades operacionales
se han establecidos seis organismos regionales basados en la idea de la descentra-
lización: África, Asia sudoriental, Pacífico occidental, Mediterráneo occidental,
Europa y las Américas.
c) El propósito fundamental de la OMS es el alcanzar para todos los pueblos
el grado más alto posible de salud (art. 1 de la Constitución). Semejante propósito
se cumple mediante una serie de funciones, entre las que destaca la actividad nor-
mativa de la Asamblea. Efectivamente, este órgano puede adoptar por mayoría
simple reglamentaciones en diversas materias (prevención de la propagación inter-

4
Véanse en general: J. VONCKEN y P. DE LA PRADELLE, «L’Organisation mondiale de la santé», en
Révue des Deux Mondes, 1954, pp. 331 ss.; C. H. VIGNES, «Organisation mondiale de la santé: questions
juridiques», en A.F.D.I., 1963, pp. 627 ss.; «Le réglement sanitaire international. Aspects juridiques»,
en A.F.D.I., 1965, pp. 649 ss.; C. H. VIGNES y H. J. SCHELENZKA, «World Healt Organisation», en
E.O.P.I.L., vol. 5, 1983, pp. 406 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,5] 825

nacional de enfermedades, nomenclaturas, normas uniformes sobre diagnósticos


y otras materias, propaganda y rotulación de productos biológicos, farmacéuticos
y otros), que son obligatorias para los Estados miembros, salvo para aquellos que
las rechacen o que presenten reservas en un plazo determinado (arts. 21 y 23).
Estamos, pues, ante un procedimiento legislativo de sumo interés que en algunos
temas se ha revelado ciertamente eficaz, ya que dos importantes reglamentos han
sido objeto de aceptación prácticamente universal; se trata del adoptado en 1967
sobre nomenclatura de enfermedades, y del reglamento sanitario internacional de
1969. Pero la Asamblea puede limitarse a hacer recomendaciones a los Estados
miembros (art. 23), procedimiento al que se recurre con frecuencia. Entre las fun-
ciones de la Asamblea está también la de adopción, por mayoría de dos tercios,
de Convenciones, sujetas obviamente a la manifestación del consentimiento de
los Estados en obligarse, y en el entendido de que, si no lo hacen, deben explicar
las razones (art. 20). Señalemos que los Estados deben rendir un informe anual a
la Organización acerca de las medidas tomadas respecto a las recomendaciones,
reglamentos, acuerdos y convenciones (art. 62). La OMS lleva a cabo también acti-
vidades operacionales, de las que damos cuenta sintética en el apartado siguiente.
d) Si tenemos en cuenta la magnitud de los problemas sanitarios del mundo,
la insuficiencia de los recursos y la desigual distribución de éstos, podemos afirmar
que los logros de la OMS son dignos de todo encomio. La Organización ha conse-
guido la erradicación mundial de la viruela a través de un programa que, iniciado
en 1967, registró el último caso de enfermedad diez años después, permitiendo la
abolición universal de la vacuna. La OMS trabaja además de manera activa en
la erradicación de otras enfermedades. Obviamente, la limitación de recursos ha
obligado a la Organización a establecer prioridades, particularmente en favor de
los Estados en desarrollo, destacando en este sentido el objetivo fijado para el año
2000 de instaurar en ellos un nivel de salud que les permita llevar una vida social
y económicamente productiva. Pero la OMS se ocupa también de los problemas
sanitarios específicos de los Estados desarrollados, como el control de los riesgos
que comporta para la salud el medio ambiente, prevención de accidentes, salud de
la tercera edad, prevención del abuso de las drogas y del tabaco, y otros. Es verdad
que a la Organización se le ha reprochado desinterés por la suerte de las víctimas
de accidentes termonucleares, no obstante lo cual y teniendo en cuenta su muy
meritoria acción de conjunto a lo largo de los años, fue galardonada en 2009 con
el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

85.5. LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA AGRICULTURA


Y LA ALIMENTACIÓN (FAO) Y EL FONDO INTERNACIONAL
DE DESARROLLO AGRÍCOLA (FIDA)

a) El día 16 de octubre de 1945 se firma en Quebec el tratado instituyente de


la FAO con la finalidad, según se expresa en el preámbulo, de elevar los niveles de
nutrición y vida de los pueblos, mejorar el rendimiento de la producción y la eficacia
de la distribución de todos los alimentos y productos alimenticios y agrícolas, mejorar
las condiciones de la población rural y contribuir así a la expansión de la economía
826 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

mundial, y en el entendido de que por agricultura se entiende también la pesca, los


productos del mar, los bosques y los productos primarios forestales. En 1946 se celebra
el acuerdo de vinculación con las Naciones Unidas, y en 1951 la sede de la FAO se
fija en Roma, donde desde 1905 existía un Instituto Internacional de Agricultura. En
la actualidad la participación de los Estados en la FAO está muy cerca de la univer-
salidad, puesto que el número de Estados miembros es de 194, aunque en aquélla se
distingue entre los Estados miembros fundadores —los 35 que suscribieron el tratado
constitutivo— y los admitidos (art. II de la Constitución)5.
b) La estructura orgánica de la FAO responde a los patrones habituales en los
organismos especializados, ya que consta de un órgano plenario —la Conferen-
cia—, que es el que determina las líneas políticas generales; un órgano restringido
—el Consejo—, y un Director General y personal a su cargo. La Asamblea y el
Consejo han establecido diversos órganos subsidiarios, y la Secretaría cuenta con
oficinas regionales.
c) Para la realización de sus propósitos la FAO lleva a cabo funciones de distinta
naturaleza. Funciones normativas, en primer término, porque la Conferencia y el Con-
sejo pueden adoptar convenciones y acuerdos —de ámbito general la Conferencia y
de interés regional el Consejo— en materias de competencia de la Organización, que
naturalmente sólo entran en vigor cuando los Estados miembros hayan manifestado el
consentimiento en obligarse (art. XIV), debiendo decirse que en términos generales no
ha sido muy amplia esta actividad de la FAO. Mayor importancia reviste la adopción
de reglamentos, como el que contiene el Codex Alimentarius, adoptado en 1981 por
una Comisión que habían establecido veinte años antes la FAO y la OMS; una vez que
los estándares del Código son aceptados por la Comisión, se invita a los Gobiernos a
aceptarlos. Hay que referirse además a los principios sobre disposición de excedentes,
que han obtenido una amplia aceptación, y al compromiso internacional sobre segu-
ridad de la alimentación mundial, también muy aceptado, que implica, entre otras
cosas, la obligación del almacenamiento para asegurar un nivel mínimo de alimentos
en el supuesto de cosechas escasas o desastres naturales. En fin, la Organización lleva
a cabo asimismo importantes actividades operacionales en lo que se refiere al aumento
de la producción y administración de los recursos, promoción social, alimentación y
nutrición. El análisis y evaluación de los problemas suscitados por el comercio de los
productos básicos ha desempeñado también un considerable papel en la FAO, aun-
que la creación de la UNCTAD ha modificado sus líneas de actuación. En los años
transcurridos del siglo XXI, la acción de la FAO se está centrando de manera especial
en el combate de las graves crisis alimentarias que sufren algunos países en desarrollo,
sobre todo en el continente africano.

5
G. HAMBRIDGE, The Story of FAO, Londres, 1955; L. MARSEILLAN, L’Organisation des Nations
Unies pour l’Alimentation et l’Agriculture, París, 1951; A. GÓMEZ ORBANEJA, «La Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación», en Escuela de Funcionarios Internacionales,
Cursos y conferencias, Madrid, 1955-1956, vol. 2, pp. 403 ss.; V. BLANCO GASPAR, «Nota sobre el pasado,
presente y futuro de la FAO», en Revista de Política Internacional, 1970, pp. 125 ss.; M. A. DI BARI,
La FAO: natura iuridica e funzioni, Roma, 1970; J. P. DOBBERT, «Food and Agriculture Organization
of the United Nations», en E.O.P.I.L., 1983, vol. 5, pp. 15 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,6] 827

d) Hay que añadir que por Convenio de 13 de junio de 1976, en vigor desde el
día 30 de noviembre de 1977, se creó el Fondo Internacional de Desarrollo Agríco-
la (FIDA), con sede en Roma, que es también un organismo especializado de las
Naciones Unidas. Estamos básicamente ante una organización internacional ope-
racional de carácter financiero, inserta en el marco del Nuevo Orden Económico
Internacional, ya que su objetivo primordial es el de movilizar recursos financieros
adicionales para formentar la agricultura de los países miembros en desarrollo. Su
estructura institucional consiste en un Consejo de Gobernadores, de carácter plena-
rio, que concentra las facultades del Fondo; en una Junta Ejecutiva, de naturaleza
restringida, en la que el Consejo delega funciones; y en un presidente que, dirige
al personal y que tiene la responsabilidad de la gestión de los asuntos del Fondo.
España se adhirió al tratado instituyente el día 22 de junio de 19775 bis.

85.6. EL BANCO INTERNACIONAL DE RECONSTRUCCIÓN Y DESARROLLO


E INSTITUCIONES CON ÉL RELACIONADAS

a) La creación del Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo fue


decidida, junto a la del Fondo Monetario Internacional, en la Conferencia de Bre-
ton Woods, que se celebró en julio de 1944; el tratado instituyente entró en vigor
el 27 de diciembre de 1945; en 1947 se concluyó el acuerdo de vinculación con las
Naciones Unidas. La oficina principal del Banco está en Washington, por ser dicha
ciudad capital del Estado miembro que posee el mayor número de acciones, aunque
la Organización cuenta con 32 misiones residentes en otros países. La participación
de los Estados en el Banco es amplia —188 miembros en 2015— y desde abril de
1992 comprende a Rusia y a otras Repúblicas de la CEI6.

b) Los fines del Banco se especifican detalladamente en el artículo I del tra-


tado instituyente, y entre ellos destaca el de contribuir a la obra de reconstrucción
y fomento en el territorio de los Estados miembros, incluida la rehabilitación de
las economías destruidas o dislocadas por la guerra. Y, si en los primeros años de
funcionamiento la acción del organismo se centró preferentemente en la recons-
trucción de las economías perjudicadas por la segunda guerra mundial, su más
importante actividad en el presente es la asistencia a los países en desarrollo, por
más que, según la sección 10 del artículo IV del tratado, el Banco sólo puede tener
en cuenta consideraciones de orden económico. Para la realización de sus fines el
organismo realiza actividades básicamente operacionales, que consisten en garan-
tizar o conceder préstamos, o participar en su concesión, a un Estado miembro o

5 bis
Véase E. SAUVIGNON, «Le Fonds International de Développement Agricole», en A.F.D.I.,
1978, pp. 661 ss.
6
Véanse en general: A. BASCH, «International Bank for Reconstruction and Development, 1944-1949»,
en International Conciliation, 1949, pp. 791 ss.; A. BROCHES, «International Legal Aspects of the Operations
of the World Bank», en R. des C., 1959, III, pp. 301 ss.; A. K. CAIRNCROSS, The International Bank for Recons-
truction and Development, Princeton, 1959; R. LAVALLE, La Banque mondiale et ses filiales: aspects juridi-
ques et fonctionement, París, 1972; J. SYZ, International Development Bank, Leydem, Nueva York, 1974;
H. GOLSONG, «International Bank for Reconstruction and Development», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1983,
pp. 58 ss.; y R. N. GARDNER, La diplomacia del dólar y la esterlina. Orígenes y futuro del sistema de
Bretton Woods-Gatt, Barcelona, 1994.
828 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

subdivisión política del mismo o a cualquier empresa comercial, industrial o agrícola


que opere en su territorio y que tenga la garantía del Gobierno. Actividad ésta que
requiere la posesión de recursos financieros, hasta el punto de que el Banco dispone
de un capital cuyas acciones deben ser suscritas por los Estados miembros, y puede
obtener también empréstitos en el mercado internacional. Estamos, pues, ante un
organismo especializado de perfiles muy particulares y originales.

c) La estructura orgánica del Banco y el modo de adopción de decisiones por


sus órganos reflejan la originalidad que acabamos de mencionar. Y, así, los órganos
son una Junta de Gobernadores, unos Directores ejecutivos, y un Director gerente
o Presidente. La Junta de Gobernadores está formada por un Gobernador y un
suplente, designados por cada Estado miembro, y está investida de todos los poderes
del organismo (art. V, sección 2.ª), aunque ha delegado en los Directores ejecutivos
muy importantes facultades. Y el modo de adopción de decisiones por la Junta no
es igualitario, sino que impera en ella el voto ponderado, porque, en efecto, aunque
todo miembro dispone de 250 votos, se asigna a cada Estado un voto adicional por
cada acción suscrita (art. V, sección 3.ª). Ello supone, por ejemplo, que los Estados
Unidos tengan un número de votos equivalente al 16,36 por 100 del total, lo que les
concede un papel privilegiado en la adopción de decisiones.

d) Es importante señalar que los préstamos o las garantías de préstamos que el


Banco concede están regidos por el Derecho Internacional toda vez que plasman en
tratados internacionales sujetos a registro en la Secretaría de las Naciones Unidas de
conformidad con lo dispuesto en el artículo 102 de la Carta. En cuanto a las contro-
versias que puedan surgir de dichos acuerdos, se establece el recurso obligatorio al
arbitraje, con exclusión de cualquier otro medio, según las Condiciones Generales
aprobadas por el Banco.
e) Digamos finalmente que desde el punto de vista económico el Banco Interna-
cional de Reconstrucción y Desarrollo forma parte de un grupo más amplio, el llamado
grupo del Banco Mundial, en el que se integran también la Asociación Internacional
de Fomento, la Corporación Financiera Internacional y el Centro para solución de
controversias sobre inversiones. La Asociación Internacional de Fomento, creada en
1960 y organismo especializado de las Naciones Unidas desde 1961, cuenta con 169
miembros y ejerce sus funciones en los países menos desarrollados, a los que puede
conceder préstamos en condiciones altamente favorables en cuanto a plazo e intereses;
se trata, en suma, de préstamos blandos, que pueden ser devueltos en moneda nacio-
nal. La Corporación Financiera Internacional, por su parte, fue establecida en 1954
y, vinculada a las Naciones Unidas como organismo especializado en 1957, cuenta
con 182 miembros; su actividad es también complementaria a la del Banco y se dirige
hacia la expansión de las empresas privadas productivas en los Estados miembros,
particularmente en las zonas menos desarrolladas, a las que puede conceder présta-
mos sin garantía gubernamental. En fin, el Centro para solución de controversias sobre
inversiones fue creado por la Convención de Washington de 18 de marzo de 1965,
auspiciada por el Banco, con miras a facilitar el flujo de inversiones privadas en países
extranjeros mediante la institución de un mecanismo de solución de controversias
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,7] 829

entre los particulares inversionistas y los Estados receptores de la inversión; hay que
decir que el Centro no constituye el órgano de conciliación o arbitraje, sino que se
limita a organizar y administrar ambos métodos de solución de la controversia. Son
ya muchos los casos de arbitraje basados en la Convención de 1965 y es aún mayor
la cifra de acuerdos de inversión —los llamados APRI’S— que se refieren al arbitraje
previsto en aquélla. Se considera de todos modos que el Centro es una organización
internacional, aunque no un organismo especializado de las Naciones Unidas. Son
partes en la Convención de Washington 144 Estados7.

85.7. EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL

a) Durante el período comprendido entre las dos guerras mundiales, los


intercambios comerciales internacionales se vieron desfavorablemente afectados
por el desorden monetario, y para remediar tal estado de cosas en la Conferencia
de Breton Woods de 1944 se tomó la decisión de crear, junto con el Banco Inter-
nacional de Reconstrucción y Desarrollo, del que hemos hablado en el apartado
precedente, el Fondo Monetario Internacional, cuyo tratado constitutivo entró en
vigor el 27 de diciembre de 1945. La organización pasó a convertirse en organismo
especializado de las Naciones Unidas en 1947, cuando se celebró el pertinente
acuerdo de vinculación, y algunas disposiciones del tratado instituyente fueron
enmendadas en 1969 y 1978. La sede principal del Fondo está en Washington.
La participación de los Estados es amplia —188 miembros en 2015— y desde
abril de 1992 comprende a Rusia y otros Estados de la CEI8.

b) En cuanto a la estructura orgánica, digamos que el órgano supremo del


Fondo es la Junta de Gobernadores, que se compone de un gobernador y un suplen-
te por cada Estado miembro. El tratado instituyente prevé además la existencia
de un Consejo Directivo, al que la Junta ha confiado importantes atribuciones. El
Fondo cuenta también con un Director gerente, al que nombran los cinco Estados
miembros con mayores cuotas de contribución (Estados Unidos, Reino Unido,
República Federal de Alemania, Japón y Francia). En los órganos colegiados el
sistema de adopción de decisiones descansa en el carácter ponderado del voto,
porque, si bien en principio cada Estado miembro dispone de 250 votos, se asigna
a cada uno de ellos un voto adicional por cada cuota de contribución equivalente

7
Véanse en general: H. GOLSONG, «International Development Association», en E.O.P.I.L., vol.
5, 1983, pp. 75 ss.; «International Finance Corporation», ibíd., pp. 83 ss.; A. MIAJA DE LA MUELA,
«Aspectos jurídicos de las diferencias entre Estados y personas privadas extranjeras», en R.E.D.I.,
1969, 1, pp. 9 ss.; H. GOLSONG, «Investment Disputes, Convention and International Centre for the
Settlement of disputes», en E.O.P.I.L., cit., vol. 5, 1983, p. 188.
8
Véanse en general: B. TEW, The International Monetary Fund: its Present Role and Future Prospects,
Princeton, 1961; H. AUFRICHT, The International Monetary Fund. Legal Bases, Structure, Functions,
Nueva York, 1964; P. P. SCHWEITZEN, The International Monetary Fund and its Role, Londres, 1969;
B. CARREAU, Le Fonds Monétaire International, París, 1970; J. GOLD, Voting and Decisions in the Inter-
national Monetary Fund, Washington, 1973; T. TREVES, «Les décisions d’interprétation des status du
Fonds Monetaire International», en R.G.D.I.P., 1975, pp. 5 ss.; F. CAFFE, «Su alcune transformazioni
recenti del Fondo Monetario Internazionale», en Communità Internazionale, 1977, pp. 525 ss.; J. GOLD,
«International Monetary Fund», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1983, pp. 108 ss.; y M. LÓPEZ ESCUDERO, «Crisis
y reforma del Fondo Monetario Internacional», R.E.D.I., vol. LIX, 2007-2, pp. 527 ss.
830 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

a 100.000 derechos especiales de giro (unidad contable del Fondo). La práctica


normal es de todos modos evitar las votaciones y adoptar las decisiones sobre la
base del «sentido de la reunión», siendo el Presidente del órgano el que hace dicha
apreciación, tomando en cuenta desde luego el valor de los votos ponderados,
circunstancia que ha motivado el descontento de los países en desarrollo; países
que, quejosos del carácter aristocrático de la Organización, querrían redefinir en
sentido más igualitario el valor de los votos.

c) Los propósitos del Fondo son promover la cooperación monetaria inter-


nacional, facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio interna-
cional, promover la estabilidad de los cambios, ayudar a establecer un sistema
multilateral de pagos, infundir confianza a los Estados miembros poniendo a
su disposición los recursos del fondo y reducir la duración y la intensidad de los
desequilibrios de sus balanzas de pago. Para la consecución de esos propósitos, el
Fondo ejerce funciones de diversa naturaleza, y de ellas vamos a estudiar some-
ramente las de mayor importancia, que son las relativas a la reglamentación y
control, financiación de actividades y liquidez internacional.
d) Las funciones de reglamentación y control se ejercen en cuanto a los tipos
de cambio y respecto a los pagos y transferencias del comercio internacional. En
lo que concierne a los tipos de cambio, efectivamente, y según las disposiciones
originarias del tratado instituyente, cada Estado miembro fijaba de acuerdo
con el Fondo la paridad de su moneda en oro, debiendo tomar las medidas
adecuadas para que las transacciones en el interior de su territorio se muevan
dentro de límites próximos a aquella paridad. En la práctica esto suponía que
los Estados Unidos mantuviesen la paridad de su moneda comprando y ven-
diendo libremente oro a los otros miembros en precios cercanos a la paridad,
mientras que la mayoría de éstos tenía que mantener la paridad de su moneda
interviniendo en los mercados de cambio con dólares o divisas convertibles en
dólares. Pero, con el transcurso del tiempo, los continuos déficit de la balanza
de pagos de los Estados Unidos hicieron desconfiar de la posibilidad de conver-
tir en oro el creciente volumen de reservas en dólares e incluso se temía por la
permanencia de la paridad del dólar. El sistema sufrió un colapso el día 15 de
agosto de 1971 cuando los Estados Unidos decidieron no mantener la paridad
del dólar con el oro o con cualquier otro valor fijo. En los años siguientes, el
aumento de los precios del petróleo y las tasas elevadas de inflación hicieron
imposible la restauración del sistema originario, por lo que en 1978 se enmendó
el tratado instituyente en el sentido de dejar en libertad a los Estados miembros
para determinar —no necesariamente en oro— sus arreglos de cambio, aunque
éstos no podían ser discriminatorios ni comportar la práctica de cambios múl-
tiples salvo con la aprobación del Fondo. El cumplimiento de esta regulación es
objeto de un doble control: mediante los informes generales que realiza el fondo
y mediante recomendaciones particulares a los Estados miembros. Y, con vistas
a facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio internacional,
el Fondo ha reglamentado asimismo la realización de pagos y transferencias por
medio de un sistema multilateral que impide a los gobiernos prohibir, retrasar
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,7] 831

indebidamente o dificultar de otro modo tanto la disponibilidad o el empleo de


su propia moneda o la de otros países como la libertad de un no residente para
cambiar la moneda que recibe por la suya propia.

e) Sobre la base de los recursos provenientes de las participaciones y aportaciones


de los Estados miembros, el Fondo realiza también actividades financieras, porque,
si un Estado miembro tiene o teme dificultades en su balanza de pagos o en su nivel
de reservas, puede comprar a la organización divisas o derechos especiales de giro
con su propia moneda. La disponibilidad de la cantidad adquirida es temporal, y el
arreglo debe asegurar que el interesado esté en situación de recomprar su moneda
en el momento debido con activos de su reserva aceptables para el Fondo, aunque,
si la posición del comprador ha mejorado, el Fondo puede vender la moneda a otro
Estado miembro que necesite ayuda. La asistencia del Fondo se condiciona a que el
beneficiario adopte un programa satisfactorio.

f) El Fondo se ocupa asimismo de procurar la liquidez internacional, y sus


principales funciones en este terreno son la vigilancia de los activos que se refieran a
las reservas, el estímulo para una reducción gradual del papel del oro y la promoción
en su lugar de los derechos especiales de giro para hacer de ellos el instrumento más
importante en el sistema monetario internacional. Y hay que decir que el derecho
especial de giro, sistema establecido por la enmienda del tratado instituyente acor-
dada en 1969, es un activo que el Fondo distribuye entre los Estados miembros y que
éstos pueden utilizar en apoyo de su moneda. Jurídicamente, los derechos especiales
de giro descansan sobre dos obligaciones básicas. La primera consiste en el deber
del Fondo de designar un Estado miembro en situación suficientemente fuerte en
cuanto a balanza de pagos y nivel de reservas para que reciba de otro Estado que
lo necesite y solicite una transferencia de derechos especiales de giro que permita
al transferente un libre uso de la moneda del transferido. La otra obligación es el
deber del Estado designado de aceptar la transferencia. En todo caso se permite
a los Estados miembros que se hagan transferencias entre ellos sin intervención
del Fondo. Los derechos especiales de giro son hoy la unidad contable del Fondo
y están adquiriendo de manera creciente tal condición en otras organizaciones
internacionales, tratados y actividades públicas y privadas. El valor del derecho
especial de giro se determina por el Fondo, comúnmente mediante referencia a
una cesta de cantidades específicas de dólares americanos, libras esterlinas, yens
japoneses y euros.

g) Pero como ha puesto de relieve el profesor LÓPEZ ESCUDERO, el Fondo


Monetario Internacional padece en los primeros años del siglo XXI una crisis de
legitimidad y efectividad, que erosiona su posición clave en el ya deteriorado sistema
monetario y financiero internacional. Asistimos, sí, a un proceso de reforma, que
de todos modos y como afirma el profesor citado, se está revelando lento e insu-
ficiente. Y la grave crisis financiera mundial de fines del primer decenio del siglo
XXI está poniendo de relieve hasta qué punto es acuciante la reforma del Fondo,
tarea por la que se inclinan decididamente los líderes de la Unión Europea.
832 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

85.8. LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO


INDUSTRIAL (ONUDI)

a) Por resolución de 17 de noviembre de 1966 de la Asamblea General de


las Naciones Unidas se crea la ONUDI como órgano autónomo de la Asamblea
con la vista puesta en la promoción del desarrollo industrial, particularmente en
los países en desarrollo. En esta condición, el órgano celebró varias conferencias
internacionales, y en la tenida en Lima en 1975 recomendó su transformación en
organismo especializado de las Naciones Unidas, es decir, en una organización
internacional con personalidad jurídica propia aunque vinculada a la Organiza-
ción mundial. El día 8 de abril de 1979 se acordó en Viena la constitución de la
ONUDI como organismo especializado. El tratado constitutivo entró en vigor
el día 1 de enero de 1986, fecha a partir de la cual funciona la ONUDI como
organización independiente. Su sede radica en la capital austríaca. Los Estados
miembros ascienden en 2015 a 1739.

b) La estructura orgánica de la ONUDI se descompone en tres órganos prin-


cipales. La Conferencia General es el órgano plenario en cuanto constituido por
representantes de todos los Estados miembros; cada Estado dispone de un voto
y las decisiones se adoptan por mayoría de los presentes y votantes. El órgano
restringido es la Junta de desarrollo industrial, formada por 53 representantes de
los miembros, que se eligen por la Conferencia en atención a criterios de distribu-
ción geográfica equitativa; cada Estado tiene un voto y las decisiones se adoptan
por mayoría de los presentes y votantes. La Secretaría se integra por el Director
General y el personal a su cargo. Un Comité de Programación y Presupuestos
asesora a la Junta y colabora con ella.

c) El propósito básico de la ONUDI, según se desprende del artículo 1 de su


Constitución, consiste en promover y acelerar el desarrollo industrial de los países
en desarrollo con miras a contribuir al establecimiento de un Nuevo Orden Econó-
mico Internacional. Para la consecución de tal propósito, la principal actividad de
la organización es la asistencia técnica para el desarrollo y transmisión de tecno-
logía industrial; asistencia que se suministra a Estados en particular o a grupos de
Estados mediante la puesta a disposición de expertos, formación, becas y equipos.
Otra importante función es la de coordinación, especialmente para promover la
instalación y redistribución de ciertas industrias en los países en desarrollo, para lo
cual se organiza un sistema de consultas a nivel sectorial, regional, interregional y
global sobre la base de unas reglas de procedimiento adoptadas en 1981 cuando la
ONUDI era un órgano de la Asamblea General. La organización se ocupa también
de alentar la cooperación tecnológica entre los países en desarrollo y lleva a cabo
programas de investigación y difusión de información.

9
R. CHARVIN, «L’Organisation des Nations Unies pour le Développement Industrial», en R.G.D.I.P.,
1969, pp. 785 ss.; P. BRETTON, «La transformation de l’ONUDI en institution spécialisée», en A.F.D.I.,
1979, pp. 567 ss.; y P. C. SZASZ, «United Nations Industrial Development Organisation», en E.O.P.I.L.,
vol. 5, 1983, pp. 329 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,9] 833

d) Desde el momento mismo de su creación como órgano de la Asamblea


General, la ONUDI ha estado en el centro de las controversias entre países
desarrollados y países en desarrollo, cosa nada extraña dada la asunción por
la Organización del ideario del Nuevo Orden Económico Internacional10. Pero
el problema de mayor entidad que de cara al futuro tiene la ONUDI es el de la
financiación de sus actividades. Nutrido su presupuesto de cuotas obligatorias
y contribuciones voluntarias, surge la duda dolorosa de si aquél alcanzará las
proporciones adecuadas para cubrir las necesidades reales de industrialización
de los países en desarrollo.

85.9. LA UNIÓN POSTAL UNIVERSAL (UPU)

a) Durante la primera mitad del siglo XIX, las relaciones postales interes-
tatales se regían comúnmente por acuerdos o arreglos bilaterales, concluida la
mayor parte de ellos entre las respectivas administraciones de correos. Pero la
heterogeneidad de los términos de dichos acuerdos provocaba dificultades por
falta de coordinación, y para remediar esta situación se celebra en París, en 1863,
la I Conferencia Postal Internacional, que pudo adoptar una serie de principios
generales, que aun no siendo obligatorios fueron incorporados posteriormente a
algunos acuerdos bilaterales. En 1874 se firma en Berna un tratado que estableció
la Unión General de Correos, que a partir del Congreso de París de 1878 se deno-
mina Unión Postal Universal. La Unión se convirtió en organismo especializado
de las Naciones Unidas, y su constitución ha sido objeto de sucesivas puestas al
día. La participación es prácticamente universal: 191 miembros en 2015. La sede
de la Unión está en Berna11.

b) En la estructura orgánica de la UPU hay que distinguir los siguientes órganos:


el Congreso, el Consejo Ejecutivo, el Consejo Consultivo de Estudios Postales, las
Comisiones especiales, y una Oficina Internacional, a cuyo frente está un Director
General. El órgano plenario y supremo es el Congreso, cuya función principal es
revisar las actas de la Unión. El Consejo Ejecutivo se compone de representantes de 39
Estados miembros, elegidos por el Congreso con base en la representación geográfica
equitativa; a él corresponde el aseguramiento de la continuidad de los trabajos de la
Unión entre la celebración de las reuniones del Congreso. La Oficina Internacional
tiene su sede en Berna y desempeña sus funciones bajo la supervisión conjunta del
Consejo Ejecutivo y de la administración postal suiza.

c) El propósito esencial de la UPU es asegurar la organización y el perfeccio-


namiento de los servicios postales, favoreciendo en este terreno el desarrollo de la

10
Véase apartado 82.4.
11
A. N. MIR ESKANDARI, L’Institution internationale des P.T.T. (UPU), París, 1951; G. A.
CODDING, The Universal Postal Union, Nueva York, 1964; M. A. K. MENON, «Universal Postal Union»,
en International Conciliation, 1965, pp. 3 ss.; L. WEBER, «Universal Postal Union», en E.O.P.I.L., vol.
5, 1983, pp. 383 ss.; J. ASCANDONI RIVERO, La Unión Postal Universal. Tesis doctoral presentada en la
Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, edición policopiada, Madrid, 1984.
834 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

cooperación internacional. Principios que inspiran la consecución de tal propósito


son los siguientes: formación de un territorio postal único entre los Estados miem-
bros; libertad de tránsito; estandarización de las tasas; y no distribución entre el
Estado de envío y el de recepción de los importes pagados. Es decir, la organización
coordina la tarea de las administraciones de correos de los Estados miembros con
arreglo a los principios indicados, pero no actúa ella misma como administración
postal. Y, puesto que las administraciones nacionales no distinguen normalmente
entre el servicio interno e internacional, la tarea de coordinación de la UPU abarca
ambos tipos de servicios. En esta labor de coordinación, la administración y revisión
de las actas por la organización constituyen tareas principales. Las funciones de las
UPU son, por tanto, normativas, no operacionales. Son las actas los instrumentos
normativos de la Unión, desde el propio instrumento instituyente a los acuerdos
adoptados por el Congreso, en el entendido que estos últimos sólo son obligatorios
para los Estados miembros que hayan manifestado el consentimiento en obligarse
(art. 22 de la Constitución). Obviamente, la mayoría requerida para la modificación
de las actas es distinta; si se trata de modificar el tratado instituyente, se exige una
mayoría de dos tercios, y en otros casos basta la mayoría simple. Señalemos, por
lo demás, que la puesta al día de las actas es aceptada por la práctica generalidad
de los Estados y que, de un modo general, la UPU ha conseguido liberarse de una
politización indebida, caracterizándose su obra por un alto nivel de continuidad y
eficiencia.

85.10. LA UNIÓN INTERNACIONAL DE TELECOMUNICACIONES (UIT)

a) Inventado el telégrafo eléctrico en 1835 y puesto a disposición pública general


algunos años después en Estados Unidos y Europa, se sintió pronto la necesidad de
regular por acuerdos intergubernamentales diversos aspectos del uso de este nuevo
medio de comunicación. Entre 1849 y 1859 se concertaron al efecto en el Viejo Con-
tinente algunos acuerdos bilaterales y convenciones multilaterales y se crearon unio-
nes regionales. En 1865 se concluye, a iniciativa de Francia, un tratado general que
fundó la Unión Telegráfica Internacional, a la que en 1868 se dotó de una Secretaría
permanente, la cual, bajo el control del gobierno suizo, tenía su sede en Berna. Las
invenciones del teléfono en 1876 y de la radio entre 1895 y 1896 determinaron una
ampliación de las funciones de la Unión, que en años sucesivos adoptó y puso al día
reglamentos respecto al uso de uno y otro invento. En la Conferencia de Madrid de
1932 la Unión cambió su nombre, adoptando el que hoy tiene, y en 1947 se elabora
una nueva convención en la Conferencia de Atlantic City, instrumento que fue objeto
de sucesivas reformas, en Málaga-Torremolinos en 1973 y en Nairobi en 1982. La
última modificación importante en la estructura de la UIT fue la acordada en la
Conferencia de Ginebra de 1992 y está en vigor desde el 1 de julio de 1994. La UIT
se rige por una Constitución, que es el instrumento básico, y por una Convención,
que desarrolla las disposiciones constitucionales. Ambos instrumentos administra-
tivos regulan el uso del telégrafo, teléfono y radio, y son obligatorios para todos los
Estados salvo para aquellos que hayan hecho una reserva. Bajo los auspicios de la
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,10] 835

Unión se ha celebrado también una serie de convenciones y acuerdos que se refieren


a determinados servicios de comunicaciones, incluyendo la telecomunicación vía
satélite. Hoy la Unión, decana de las organizaciones internacionales de la familia
de las Naciones Unidas, y vinculada a ellos desde 1949, tiene la sede en Ginebra, y
la participación en ella es universal: 193 Estados miembros en 201512.

b) La estructura orgánica de la Unión es relativamente complicada y se


ha intentado mejorar en la reforma de 1992. Consta de una Conferencia de
Plenipotenciarios, órgano plenario y supremo; de una Conferencia Mundial
de Telecomunicaciones, encargada de cualquier cuestión internacional relativa
a las telecomunicaciones; de tres sectores que se ocupan de las materias más
importantes de la Unión [el de radiocumunicaciones, el de normalización de las
telecomunicaciones y el del desarrollo de las telecomunicaciones, y en el enten-
dido de que cada sector consta a su vez de diversos órganos, que, básicamente
expuestos, son: 1) las Conferencias mundiales y regionales encargadas de revi-
sar los reglamentos administrativos o tratar asuntos de su competencia; 2) la
oficina del sector, presidida por un director; y 3) las comisiones de estudio, que
se ocupan generalmente de aspectos técnicos propios del sector, presidida por
un director; aspectos técnicos propios del sector]; del Consejo, órgano restrin-
gido que ejerce funciones de gobierno y las que en él delegue la Conferencia de
plenipotenciarios; la Secretaría General, órgano administrativo, a cuyo frente
está un secretario general; la Junta del Reglamento de Radiocomunicaciones
(antes Junta internacional de registro de frecuencias); y, por fin, el Comité de
coordinación, que asiste y asesora al Secretario General.

c) Partiendo del supuesto del derecho soberano de cada Estado a regular su


propio sistema de telecomunicaciones, los propósitos básicos de la UIT son los de
mantener y extender la cooperación internacional para la mejora y el uso racional de
todo tipo de telecomunicaciones, promover el desarrollo de las facilidades técnicas y
su más eficiente puesta en práctica mediante la mejora de los servicios, aumentando
su utilidad y procurando, en la medida de lo posible, que estén a disposición del
público, y armonizar la actuación de los Estados en la consecución de estos fines
(art. 4 de la Constitución). A tal efecto la propia Constitución enuncia una serie de
principios. Por lo demás, las funciones de la Unión son básicamente normativas
y se traducen en la adopción de los reglamentos de que hemos hablado, aunque
hay que dejar constancia asimismo de las importantes actividades operacionales
de naturaleza técnica que viene realizando en las últimas décadas. Estamos real-
mente ante un organismo especializado cuyo funcionamiento está cada vez más
condicionado por consideraciones económicas y progresos tecnológicos, y del que
hoy menos que nunca podría prescindir la humanidad.

12
Véanse en general: G. A. CODDING, The International Telecomunication Union: An Experiment
in International Cooperation, Leyden, 1955; F. FERNÁNDEZ SHAW, Organización Internacional de las
Telecomunicaciones y de la radiodifusión, Madrid, 1978; D. M. LEIVE, International Telecomunication
and International Law: The Regulation of the Radio Spectrum, Leyden, 1970; y A. NOLL, «International
Telecommunication Union», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1983, pp. 177 ss.
836 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

85.11. LA ORGANIZACIÓN METEOROLÓGICA MUNDIAL (OMM)

a) En la segunda mitad del siglo XIX se celebraron conferencias no intergu-


bernamentales para tratar de diversos aspectos de la cooperación en el campo
meteorológico, pero, con una excepción transitoria, dicha cooperación no tuvo
lugar a nivel intergubernamental. Fue en 1947 cuando se concluye en Washington
la Convención Meteorológica Mundial, creadora de la OMM, y se da a aquella
cooperación de manera definitiva carácter intergubernamental. La Convención
entró en vigor en 1950, y en el año siguiente la Organización es vinculada a las
Naciones Unidas como organismo especializado. La sede de la Secretaría se esta-
bleció en Ginebra. El número de miembros asciende a 191 en 2015, si bien no todos
tienen la condición de Estados; algunos, en efecto, no pasan de ser territorios que
no asumen la responsabilidad de las relaciones internacionales13.

b) La Organización consta de los siguientes órganos: el Congreso Meteoro-


lógico Mundial, de carácter supremo, integrado por representantes de todos los
miembros; un Comité Ejecutivo, de carácter restringido, compuesto por personas
que actúan en razón de su cargo; las Asociaciones Regionales; las Comisiones
Técnicas, y la Secretaría.

c) Las finalidades de la Organización consisten en facilitar la cooperación


mundial para crear redes de observación metereológica u otras relacionadas
con la meteorología y favorecer la instalación y mantenimiento de centros
metereológicos; fomentar la creación y mantenimiento de sistemas para el inter-
cambio rápido de información; fomentar la normalización de las observaciones
y asegurar su publicación uniforme; intensificar la aplicación de la metereo-
logía en determinados campos; y fomentar y coordinar la investigación de la
enseñanza de la metereología (art. 2 de la Convención). Para el cumplimiento
de estos fines el Congreso puede determinar medidas de orden general que los
miembros deben hacer lo posible por poner en ejecución, y en el entendido de
que, si algún miembro no puede ejecutar alguna de las disposiciones de una
resolución técnica, deberá indicar al Secretario General si la imposibilidad es
temporal o definitiva, así como las razones que la motivan. La Organización
puede también hacer recomendaciones a los miembros y proveer de información
técnica, asesoría y ayuda en el campo de la meteorología. De hecho, las princi-
pales actividades de la OMM se están desarrollando al amparo del Programa
Mundial de Observación del Clima, el Programa Mundial del Clima, los Pro-
gramas de Investigación y Desarrollo, el Programa de Hidrología y Desarrollo
de los Recursos Acuáticos y el Programa Técnico de Cooperación, encaminado
a la asistencia a los países en desarrollo. En el campo del medio ambiente, la
Organización trabaja en estrecha cooperación con el PNUMA (Programa de
las Naciones Unidas para el Medio Ambiente).

13
Véase M. PEETERS, «World Meteorological Organization», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1983, Oxford,
pp. 415 ss.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,12] 837

85.12. LA ORGANIZACIÓN DE LA AVIACIÓN CIVIL INTERNACIONAL (OACI)

a) Al hablar de las competencias estatales sobre el espacio aéreo nos referimos


brevemente a la Organización de la Aviación Civil Internacional, instituida por la
Convención de Chicago de 7 de diciembre de 1944. La Convención entró en vigor
el 4 de abril de 1947, y el 5 de mayo siguiente fue vinculada a las Naciones Unidas
como organismo especializado. La Convención ha sido objeto de algunas enmien-
das. Es de destacar, en cuanto a la admisión de miembros, que se distingue entre
aquellos que pueden formar parte de la Organización por ratificación o adhesión
de la Convención y aquellos otros que fueron antiguos enemigos, cuya admisión
necesita el consentimiento del Estado invadido o atacado. Hoy, sin embargo, la
composición está muy cercana a la universalidad, ya que forman parte de la OACI
en 2015, 185 Estados. La sede de la Organización está en Montreal14.

b) La Organización cuenta desde el punto de vista de su estructura con una


Asamblea, un Consejo y otros órganos subsidiarios. La Asamblea es el órgano
plenario. El Consejo es órgano de participación restringida, en cuanto compuesto
por representantes de 33 Estados que elige la Asamblea, siendo de destacar que
en dicha elección se ha de dar representación adecuada: 1) a los Estados de mayor
importancia en el transporte aéreo; 2) a los Estados, no incluidos de otro modo, que
más contribuyan a proveer de instalaciones y servicios para la navegación aérea
civil internacional; y 3) a los Estados no incluidos de otra manera cuya designación
asegure la representación geográfica equitativa. Estamos, pues, ante unos criterios
de composición que reflejan la idea de intereses especiales. El Consejo es, por lo
demás, un órgano permanente responsable ante la Asamblea, que ejerce funciones
importantes, de las que hablaremos enseguida.

c) La finalidad básica de la Organización es el desarrollo de los principios y


la técnica de la navegación aérea internacional y el fomento del establecimiento y
desenvolvimiento del transporte aéreo internacional (art. 44 de la Convención).
Para la realización de tal finalidad, los órganos de aquélla llevan a cabo una serie
de funciones de diverso orden, entre las que destacan las normativas, de solución de
controversias y de control. Funciones normativas, en primer lugar, porque el Con-
sejo puede adoptar normas y estándares recomendados internacionales en tanto
que anexos a la Convención, de carácter obligatorio en principio para los Estados
miembros, aunque sujetos a una particular modalidad de veto por parte de éstos;
efectivamente, tales anexos sólo son efectivos tras la expiración de cierto período
de tiempo siempre que la mayoría de los miembros no haya manifestado su oposi-
ción durante dicho período; e, incluso si no ha tenido lugar la oposición de aquella
mayoría, todo Estado miembro que considere impracticable el cumplimiento de los

14
Véase el apartado 39. Sobre la OACI: J. SCHENKMAN, International Civil Aviation Organization,
Ginebra, 1955; T. BUERGENTHAL, Law-Making in the International Civil Aviation Organization, Nueva
York, 1969; A. MANIN, L’Organisation de l’Aviation Civile Internationale. Autorité mondiale de l’air,
París, 1970; R.  H.  MANKIEWICZ, «Organisation de l’Aviation Civile Internationale», en A.F.D.I.,
1972, pp. 804 ss.; y K. HAILBRONNER, «International Civil Aviation Organization», en E.O.P.I.L.,
vol. 5, 1983, pp. 68 ss.
838 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

anexos o que considere necesaria la adopción de reglamentos o prácticas internas


distintas no está obligado por aquéllos si notifica al Consejo inmediatamente las
diferencias entre su propia práctica y los estándares internacionales. Corresponde,
pues, a cada Estado miembro la decisión de acatar o no esos estándares. La única
excepción es el Reglamento del Aire, que figura en el Anexo 12 a la Convención,
cuyo cumplimiento es obligatorio. El Consejo ejerce también funciones de solución
de controversias, porque, según el artículo 84 de la Convención, todo desacuerdo
entre los Estados miembros sobre la interpretación o aplicación de aquella y sus
Anexos, que no pueda ser solucionado mediante negociaciones, será decidido por
el órgano; en la mayoría de los casos, sin embargo, el Consejo ha actuado como
mediador. Y el Consejo ejerce además funciones de control, en cuanto que puede
poner en conocimiento de los Estados miembros o de la Asamblea infracciones a
la Convención y la inobservancia de sus recomendaciones y decisiones (art. 54).

d) La labor de la OACI se ha visto interferida en ocasiones por consideraciones


políticas, particularmente en relación con sanciones impuestas a Estados miembros
y el establecimiento de zonas prohibidas a la navegación aérea de carácter comercial
(por ejemplo, la prohibición de sobrevuelo en el Pakistán Occidental a las aeronaves
indias y la zona trazada por España en torno a Gibraltar). Han surgido también
dificultades por la enorme distancia tecnológica entre los Estados. De hecho algunos
Estados miembros no han podido o no han querido cumplir los reglamentos adop-
tados por la Organización. En fin, en la sanción y represión del terrorismo aéreo,
queda mucho por hacer. Hay que decir, pese a todo ello, que la OACI ha sido capaz
de lograr progresos considerables en el campo de la navegación aérea comercial,
proveyéndola de códigos uniformes adaptados a los rápidos cambios técnicos, que
aportan eficiencia y seguridad a aquella navegación. La valoración de la obra de la
Organización debe ser favorable en términos generales.

85.13. LA ORGANIZACIÓN MARÍTIMA INTERNACIONAL (OMI)

a) En los meses de febrero y marzo de 1948 se reúne en Ginebra una Conferen-


cia intergubernamental —la Conferencia Marítima de las Naciones Unidas— y en
ella se adopta la Convención instituyente de la Organización Marítima Consultiva
Internacional, instrumento que no entró en vigor hasta el 17 de marzo de 1958.
En el año siguiente la Organización es vinculada a las Naciones Unidas en tanto
que organismo especializado. Por resolución de la Asamblea de la Organización
Marítima de 14 de noviembre de 1975, en vigor desde el 22 de mayo de 1982,
desapareció el adjetivo «Consultiva» del nombre de la Organización, que pasó a
llamarse «Organización Marítima Internacional». En 2015, forman parte de la
OMI 170 Estados en calidad de miembros, más 8 miembros asociados. Su sede
está en Londres15.

15
Véanse en general: C. PARRY, «International Organisations: IMCO», en B.Y.B.I.L., 1948, pp.
437 ss.; V. BABINI, «L’Organizzazione interguvernativa consultativa maritima», en La Communità
Internazionale, vol. 14, octubre 1959, n.º 4, pp. 606 ss.; J. DUTHEIL DE LA ROCHÈRE, «Une institu-
tion spécialisée renaissante: la nouvelle Organisation Maritime Internationale», en A.F.D.I., 1976,
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,13] 839

b) Desde el punto de vista de la estructura orgánica hay que decir que la OMI
cuenta con una Asamblea, un Consejo, un Comité de Seguridad Marítima, un
Comité de Protección del Medio Marino y otros órganos, incluyendo la Secretaría.
La Asamblea es órgano plenario y desempeña en principio las funciones propias
de la Organización. El Consejo es órgano restringido en cuanto compuesto por
32 miembros que elige la Asamblea con arreglo a los siguientes criterios: a) ocho
Estados con los mayores intereses en la provisión de los servicios marítimos inter-
nacionales; b) ocho Estados con los mayores intereses en el comercio marítimo
internacional; c) dieciséis Estados no elegidos por los conceptos anteriores que
tengan intereses particulares en el transporte marítimo internacional; c) dieciséis
Estados no elegidos por los conceptos anteriores que tengan intereses particulares
en el transporte marítimo o en la navegación y cuya elección garantice la repre-
sentación de todas las grandes regiones geográficas del mundo. La composición
del Consejo se inspira ampliamente, como puede verse, en la idea de intereses
especiales. Por su parte el Comité de Seguridad Marítima, que comenzó siendo
un órgano restringido, es desde 1978 un órgano plenario.

c) El artículo 1 de la Convención enuncia pormenorizadamente las finalida-


des de la OMI, que consisten fundamentalmente en la cooperación internacional
en muy variados aspectos de la navegación marítima comercial, particularmente
en los campos de la seguridad, prevención y contención de la contaminación del
mar causada por buques, medidas discriminatorias y restricciones innecesarias,
prácticas restrictivas desleales, y en general en el examen de toda cuestión relativa
al tráfico marítimo y a los efectos de éste en el medio marino. Para alcanzar tales
objetivos la Organización formula recomendaciones, prepara proyectos de con-
venciones, convoca conferencias internacionales, establece sistemas de consultas
y de intercambio de información y facilita la cooperación técnica (art. 2).

d) La actividad de la OMI ha sido intensa desde el mismo momento de su


creación, particularmente en los campos de la seguridad de la navegación, con-
taminación y ordenación del tráfico marítimo. En el plano de la seguridad de la
navegación, efectivamente, la Organización ha impulsado la adopción de impor-
tantes instrumentos, como la Convención de 1974 sobre la seguridad de la vida
humana en el mar, en vigor desde el 25 de marzo de 1980, enmendada en algunos
puntos por protocolos posteriores; la Convención de 1966 sobre líneas de carga,
en vigor desde 1968; la Convención de 1972 sobre reglamentación internacional
para la prevención de las colisiones en el mar, en vigor desde 1977; la Convención
de 1976 sobre la Organización Internacional de Satélites Marítimos, en vigor desde
1977, y que ha dado lugar a la creación de la Inmarsat; y otras convenciones. La
OMI ha adoptado también un cierto número de códigos, recomendaciones y otros
instrumentos, que han servido frecuentemente a los Estados como base de sus
reglamentaciones internas. En el ámbito de la contaminación, la Organización ha

pp. 434 ss.; K. R. SIMMANDS, «International Maritime Organisation», en E.O.P.I.L., vol. 5, 1983,
pp. 104 ss.; y S. MANKABAY, The International Maritime Organisation, vol. I, International Shipping
Rules, Londres, Sidney, Wolbeforo, 1986.
840 CURSO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

impulsado asimismo la adopción de importantes convenciones, como la de 1954


sobre prevención de la contaminación del mar por hidrocarburos, que en 1962,
1969 y 1971 fue objeto de importantes enmiendas; la Convención de 1973 sobre
prevención de la contaminación por buques; y otras interesantes convenciones.
En fin, en lo que a la ordenación del tráfico marítimo respecta, hay que decir que
la Asamblea de la OMI, de acuerdo con lo dispuesto en la regla 8.b) del Anexo a
la Convención sobre la seguridad de la vida humana en el mar, se ha declarado el
único organismo internacional competente para elaborar y recomendar medidas
relativas a la organización del tráfico marítimo, entre las que destacan los dispo-
sitivos de separación del tráfico, vías de circulación, ejes de circulación, canales
y confluencias de giro. Por supuesto que estas medidas no pasan de ser recomen-
daciones y no tienen carácter obligatorio, no obstante lo cual hay que decir que,
según lo dispuesto en el artículo 41 de la Convención de 1982 sobre el Derecho del
Mar, en los estrechos utilizados para la navegación internacional los Estados no
pueden adoptar dispositivos de separación de tráfico sin someterlos antes a la OMI.

85.14. LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL TURISMO (OMT)

a) Desde el año 1925 la cooperación internacional en materia turística se


venía realizando por medio de una organización no gubernamental, que era la
denominada Unión Internacional de Organismos Oficiales de Turismo, regida por
el Derecho interno suizo. En la década de los años sesenta, la intensificación del
turismo internacional determina el interés de las Naciones Unidas por la materia, y
así, en 1969, la Asamblea General adopta una resolución por la que se recomienda
a los Estados la transformación de aquella Unión en una organización interguber-
namental. En la Asamblea General de la Unión de 1970 se adoptan los Estatutos
de la Organización Mundial del Turismo, que aparece ya configurada como una
organización internacional propiamente dicha, esto es, de carácter interguberna-
mental. El instrumento entró en vigor en 1974, y en 1975 la sede de la OMT se fijó
en Madrid. En el año 2003, la OMT concluyó un acuerdo con Naciones Unidas
que le convierte en un organismo especializado del sistema. La Organización ha
celebrado también un acuerdo de sede con España el 10 de noviembre de 1975.
Los miembros son de tres clases: efectivos (Estados), asociados (territorios no
responsables de sus relaciones internacionales) y afiliados (entidades internacio-
nales, intergubernamentales y no gubernamentales y entidades y asociaciones
comerciales). El número de Estados miembros asciende en 2015 a 15616.

b) Desde el punto de vista de su estructura orgánica, la OMT cuenta con una


Asamblea General, un Consejo Ejecutivo y una Secretaría. La Asamblea General

16
Véanse: J. CASTAÑEDA, «Une nouvelle méthode pour la création d’organismes internationaux:
le cas récente de la U.I.O.T.», en A.F.D.I., 1970, pp. 625 ss.; M. MEDINA ORTEGA, «La Organiza-
ción Mundial del Turismo», en Temis (Symbolae García Arias), 1973-1974, pp. 487 ss.; y L. KLEIN,
«L’Organisation Mondiale du Tourisme», en A.F.D.I., 1974, pp. 659 ss. «El acuerdo de sede con España»,
en B.O.E. de 6 de julio de 1977.
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE ÁMBITO UNIVERSAL [VIII,85,14] 841

tiene carácter plenario y es configurada en los Estatutos como el órgano supremo.


El Consejo Ejecutivo es órgano de participación restringida en cuanto que está
integrado por uno de cada cinco Estados miembros que elige la Asamblea en
atención al criterio de la representación geográfica equitativa. La Secretaría está
compuesta por el Secretario General y el personal a sus órdenes. Existe también
un Comité de miembros afiliados.

c) La finalidad principal de la Organización es la de promover y desarrollar


el turismo con miras a contribuir al desarrollo económico, la comprensión inter-
nacional, la paz, la prosperidad y el respeto universal de los derechos humanos y
libertades fundamentales. Para la realización de este propósito, la OMT fomenta la
celebración de consultas entre los Estados miembros, recoge y distribuye informa-
ción, patrocina reuniones técnicas y participa en proyectos de cooperación técnica
al amparo de acuerdos concluidos entre ella y otras organizaciones internacionales.
A través del Centro para Estudios Avanzados sobre Turismo, radicado en Méjico,
la OMT desarrolla programas de formación profesional.

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