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Óscar Ágredo Piedrahíta 1

Escuela de Estudios Literarios


Universidad del Valle

UNA CIUDAD PARA TI


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La ciudad, a medias imaginada (y sin embargo


absolutamente real) empieza y termina en nosotros, tiene
sus raíces plantadas en nuestra memoria [...]
¿Me dejaré contaminar otra vez por los sueños de la ciudad
y el recuerdo de sus habitantes?

LAWRENCE DURRELL
El Cuarteto de Alejandría
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Valga el agradecimiento a mis exestudiantes y a


mis futuros estudiantes del curso
“Educación, literatura y sociedad” del
Programa de Licenciatura en Literatura de
la Universidad del Valle en Cali, Colombia
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Oh ciudad infinita La sangre lila


tradición inquieta repinta la avenida
En algún lado Los hombres rosa
nacen muchos respiran alevosía
no mueren suficientes Las niñas bien… bueno
En algún lado ya lo sabes
alguien duerme no están tan bien
alguien despierta Oh ciudad infinita
Ni sol ni luna no te calles en la calle
solo luces que marcan no te rindas a destiempo
el hola y adiós De violencia y paciencia
La historia habita la acera abrazas la voz
Algún auto escondido Oh ciudad contradictoria
visto el silencio bendice esta desazón
sacude un peatón dormido Todo funciona y nada está bien
Visto el ruido Nada funciona y todo está bien
escucho el amor Qué más da
no sé si salgo o entro ciudad de palabras
mas sigue abierto el portón deja que me mienta
Miedos ambulantes deja que les mienta
desafían optimistas Que no todo era coser y cantar
Miedos perpetrados pero puede ser bailar y contar
ilusionan pesimistas letras en los ojos
Un corazón es solo una bomba nombres en lápidas
que busca y no encuentra Al final todos somos
su tiempo de estallar solo un punto de vista
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INFANCIA

Naces sin espacio ni territorio, ni siquiera tu cuna o su equivalente alcanzan

para definir tu existencia como algo más que el tiempo marcado por los

pequeños latidos de tu corazón. La ausencia de lenguaje hace que tu

universo esté lleno solo de estímulos visuales y sonidos inidentificables, que

la gente grande espera que entiendas y que proclama como un acto de

comunicación, cuando tu pequeña boca sin dientes esboza un gesto de

aprobación o una fabulosa sonrisa. No vas hacia el mundo, el mundo viene

hacia ti en forma del pecho de tu madre o del tetero provisto por una tía, una

nana, una enfermera o un padre amoroso de esos que las últimas épocas han

visto nacer y transformarse en modelos diferentes a los señalados por los

libros sagrados. En forma de pariente reconoces lo que no eres aún sin saber

lo que eres, y unos decímetros son distancias infinitas que te separan del caer

de cabeza y dejar de vivir antes de comenzar a vivir. Un bebé, un bebé, un

bebé: eres un bebé.

El universo multiplica su tamaño convertido en superficie, la cama insuficiente

se abre convertida en piso para que tu evolución siga su desarrollo. Apoyado

sobre tus manos, rodillas y pies te desplazas investigando ese mundo de

prontos colores que cada día se define más en tus ojos nuevos. “Gatear” es el

verbo que define tu movilizarte prehistórico entre aquellos que avanzan


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erguidos y que de cuando en cuando interrumpen tus aventuras levantándote

por el aire como si no tuvieras derecho a ser un volumen por ti mismo.

Gatear, gatear, oh maravillosa aventura; tus rodillas brillan el piso y celebras

conmovido tu afincamiento en un mundo que supones empieza al borde de la

cama y concluye al borde de la próxima pared o de la próxima puerta que los

gigantes que te rodean han puesto como límite para tu presunta seguridad.

Es toda una película de suspenso la expectativa que genera en la familia el

que de repente te incorpores y resumiendo la historia de la especie te

conviertas en el homo erectus. La pedagogía de la verticalidad es insistente:

tus tíos te paran y te sostienen, tus abuelos te paran y te sostienen, tu madre

te sostiene y te acerca a una superficie de apoyo; tu padre te anima, te para,

te suelta; al otro lado alguien te espera, ya casi estás listo; tus tres pasitos

superan al hombre en la luna; no hay en tu mente espacio para procesar,

todos esperan que camines no que pienses ¿qué pensarás?

Entre gatear y correr solo ha habido un suspiro y un grito de alguna de las

tías. Ahora la casa se hace pequeña y todos corren previniendo que tu

reciente movilidad ampliada no se convierta en motivo de accidentes para tu

propia integridad. De animarte, el mundo pasa a frenarte: calma, suave,

detente que tu cuerpo es frágil, delicado, puede romperse; para algunos de

verdad, a veces se rompe y como el lenguaje viene más lento, entenderlo es

algo que en ocasiones requiere unas cuantas caídas, algunos golpes y de


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nuevo el llanto que creías desaparecido desde que identificaste que tu madre

era tu madre y tu padre alguien diferente.

—Cuidado con el niño que se sale.

Afuera está la infinita, compleja, rica, misteriosa, estrambótica, rocambolesca,

gris, verde, doblemente infinita: calle. Eres hijo de tu madre sí, pero también

eres hijo de una ciudad.


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LA ACERA

Tus ojos son tu salida. El límite del balcón o “la ventana de la calle” es roto

por tu mirada que cobija el afuera como si esparcieras el aire de tu cuerpo por

cada color, cada imagen que ves, cada textura que sospechas. Afuera está la

ciudad pero presientes como un sabio diminuto que sin haberte perdido en

ella, también adentro está la ciudad. Necesitarás alguien que te dé la mano

para saber, para reconocer cuán pequeño eres. Una nueva fragilidad

acrecienta tu espíritu de aventura. Sabes que el afuera está allí, adentro de

tus ojos. ¿Salir adónde, salir de qué? La condena del afuera se mete en tu

deseo de crecer, de ser lo suficientemente grande para salir. —Aquí no más

madre, afuerita aunque sea.

Es tu primer tramo de urbe, solo o acompañado sientes que has dado un gran

paso. El territorio de adentro de la casa no se parece al espacio de la acera.

Tienes suerte si se trata de un andén amplio de barrio republicano, de esos

que se construyeron cuando en las ciudades se daba lugar a los caminantes.

Tu andén es la pradera de un niño campesino, es tu punto de encuentro con

los otros, tus niños vecinos y los desconocidos que transitan a un lado y a

otro de la calle, tu nuevo límite; como si el mundo te lo entregaran en etapas

de tiempo y espacio a medida que puedes atender las instrucciones de tus


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padres a quienes algún día desobedecerás en aras de satisfacer tu hambre

de nuevos lugares.

El primer andén es un modelo de tu andar por el mundo. Tu capacidad de

adaptación te llevará por aceras grandes o pequeñas, solitarias o

tumultuosas, silenciosas y retumbantes, abarrotadas o estrechas; habrá en tu

historia incluso “aceras de amor” y por consiguiente de desamor y de dolor.

La amplitud del camino sentencia tus recorridos, tus devaneos, tus

desplazamientos, tus paseos. Aún no sabes si serás un caminante o si

renunciarás a la ciudad, aún no se sabe si serás un ciclista o renunciarás a la

ciudad, aún no se sabe si asimilarás el gigantesco paso que se da cuando se

desciende desde el andén hacia la autovía y lo que se queda atrás nunca es

lo mismo puesto que la posibilidad de ir lejos y volver o no volver es la puerta

de la vida.

El humilde carro de balineras, la suntuosa patineta de aluminio, los fastuosos

patines se abren paso en la memoria de las aceras de los barrios; los juegos

de grupo, la interacción con los amigos, supuestos para siempre, son huellas

transparentes en ese continente que va desde la puerta de la casa hasta el

borde de la vía, apenas entre esquina y esquina. La acera de enfrente

alcanza a ser un proyecto no realizado mientras los miedos de los padres

ceden a tu madurez de infante grande que poco a poco gana autonomía fuera
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de la casa. Han sido pocos años entre la cuna y el andén y sin embargo qué

grande es el espacio, un primer pedazo de la vida ha tenido lugar y tu

territorio vital casi, casi se expande con la convicción de un más allá en el

tiempo que parece ser un espacio sin dueño; un más allá incomprensible que

no da espera a la
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necesidad de comprender cómo crece más rápido el mundo que tu propio

cuerpo.
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NUESTRO TUMBAO

Entiendo por “tumbao” cierto sabor alegre que tenemos algunos seres

humanos al movernos de un lado y a otro, derecha e izquierda, adelante y

atrás. La palabra parece haber llegado en el habla coloquial que habita la

música antillana que de alguna manera ha trascendido su presencia en las

ciudades costeras para meterse tierra adentro en ciudades tropicales

repletas de viento. Nuestro tumbao tiene mucho qué ver con nuestro caminar

por nuestras calles, nuestras avenidas o nuestras escasas plazas; se trata de

un movimiento imperceptible y rítmico que agregamos a nuestro cambio de

paso a media que nuestra piel y nuestro cuerpo se enfrentan al viento y al

calor de todo nuestro territorio. Nuestro tumbao nos mantiene en alerta

bailarina y por ello cuando el tam tam, el tun tun o el chan chan acarician

nuestros oídos nos vemos tentados a dejarnos invadir de la danza que sin

permiso apenas surge poco a poco de nuestro caminado de gente bacana.

Aunque no llegues a bailar mucho como alguna de tus tías o alguno de tus

abuelos, aunque nunca visites una bailoteca o lo hagas rara vez, será

inevitable constatar que con miedos e inseguridades tu ciudad baila y baila

todo el tiempo. No habrá certeza del porqué, tal vez sea el viento y la fuerza

dúctil de las palmeras o tan solo el contoneo suave de la hierba, pero tu

ciudad no ha dejado de bailar desde que era apenas un caserío apegado al

rumor del río como su único y primer ritmo.


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Si vieras la ciudad desde el aire, notarías que en el cambio de los semáforos,

el ritmo interno del tráfico vial quiere tener el espacio bailando antes del baile

de los cuerpos; pero los cuerpos que parecen ser susceptibles a un solo tipo

de música, son en tu ciudad susceptibles a los bailes de abrazo. La salsa, el

son, el bolero, el tango y otros menos populares encuentran sus ejecutores

con tal precisión y fantasía que se vuelve tradición para los chicos “soñar con

bailar” cuando sean grandes. Y no es que los otros bailes no tengan cabida

en la ciudad, es que los bailes de abrazo alcanzan la sabiduría de la fusión

entre la curva de una palmera y el viento que la acaricia, la envuelve y la

devuelve a su sitio con una nueva mirada entre sus hojas. Todos somos

palmera y somos viento, espíritus maleables como arcilla que encuentra en la

música unas manos hábiles que crean formas y belleza donde antes solo

había

silencio.

Tu ciudad tiene un himno que te prepara para el llanto cuando estés lejos: “Si

supieras la pena que un día sentí / cuando en frente de mí tus montañas no

ví”. “Cali Pachanguero” es una canción que le canta a nuestro sabor y a

nuestro tumbao. Su compositor, el maestro Jairo Varela fue un hombre de

mirada triste y de corazón alegre que a pesar de venir de otras tierras

encontró en las ganas de bailar de la ciudad, la materia prima para hacer

poesía urbana con los afectos de los bailadores que cuando entregan su

cuerpo a la danza, igual que el maestro, entregan el corazón.


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No importa si no te conviertes en un gran bailarín, importa que con lo poco o

mucho que llegues a bailar encuentres entre tu cuerpo y otro cuerpo la

armonía de la vida convertida en una sencilla coreografía pues nuestro

tumbao es en sí mismo un arte cuando damos el primer paso en nuestras

calles.
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EL BARRIO

Allí estás vestido de frontera. El recorrido a la educación, el camino al cole

han redibujado tus límites y mientras tanto conoces la más grande distancia

jamás vivida. Unas cuantas calles te unen o te separan del conocimiento

pero el recorrido mismo es el conocimiento mismo de la vida. Conocidos,

accidentes, rostros familiares, rostros inéditos, una panadería, tropezones,

dos panaderías, conflictos, la tienda de don José, el mercamóvil y los raudos

monstruos que pueden segarte la vida como lo han hecho siempre con al

menos un chico de ciudad: los autos. La acera de enfrente era frontera ante

el temor de tus padres por tu seguridad de transeúnte pequeño, de chico

distraído e inconsciente del riesgo, pero igual la vida ha seguido y pasado el

tiempo ya no recuerdas con exactitud quién te enseñó a cruzar la calle, si tu

propio padre, tu madre o alguno de los abuelos.

A su vez tus padres y tus abuelos tuvieron su propio barrio. En alguna

conversación perdida habrá de brotar el recuerdo de los pioneros de estas

calles. Entre la calle destapada y la lisura quebradiza de algunas de las

calles actuales estuvo la propia juventud de tus padres o de tus abuelos. En

algún momento de la historia uno de ellos jugó en las hondonadas adentro de

las cuales luego quedaría sepultado el alcantarillado y los diversos sistemas

subterráneos que habitan la ciudad oculta. La ciudad huecos y parque ha

brotado lentamente y vidas enteras de recuerdos cobijan a quienes llegaron

antes que tú. Algún tío memorioso podría contarte la historia hasta que un
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día tú mismo convertido en director de cine cuentes cómo el pueblo se volvió

ciudad.

Es grato tener un barrio, digo, un barrio propio, un barrio de uno. Llevas tu

barrio adosado a tu confianza como la tortuga lleva adosada su caparazón;

en tu barrio eres señor aunque no seas amo; tienes vecinos desconocidos

que te saludan, tienes vecinos conocidos que te ignoran de tanto verte. En tu

barrio aprendes que las personas son historias, aprendes algunas, ignoras

otras y terminas por no ver la tuya propia. Tu historia no es solo otra historia

que vino con el barrio, tu historia es el barrio mismo que te hace, que incide

en tu confianza en ti mismo o en tu territorio. En tu barrio aprendes a

defender tu espacio, te lo ganas poco a poco; aprendes a identificar el

espacio de los otros, aprendes a convivir.

Se queda para siempre en tu memoria el sabor de la panadería de la

esquina. La salud vigorosa del dorado que adquiere esa masa prodigiosa una

vez horneada y el aroma del pan recién hecho se estampan en tus recuerdos

de sujeto de ciudad. Eres con el pan, su sabor, su aroma y su color, uno en

el mundo; único y diverso. Pan de barrio, sabor de ciudad. El pan disuelto en

tu boca acompañado de una entre mil bebidas te hermana con ciudadanos

del mundo que quién sabe dónde degustan pan árabe, pan francés, pan

bogotano, pan tolimense, pan neoyorquino. Un bocado de pan tibio siempre

te hará sentir que tu hogar está cerca.


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Es posible que en tu barrio haya un templo o más de un templo; no sabría

decirte qué tipo de marcas son los templos en tu barrio, podrían ser arrugas o

cicatrices de otro tipo pero su presencia hace que tu barrio sea uno y no otro.

Los rituales de lo sagrado congregan a tus mayores de modos diversos,

algunos buscan esperanza, otros buscan perdón y si la religión elegida

funciona, bienvenida sea. En las bancas de la Iglesia, del templo, de la

capilla se han posado infinidad de plegarias atendidas y desatendidas según

las diferentes experiencias psicológicas. No temas vivir tu propia experiencia,

no temas otra experiencia que sea en sí la ausencia de la experiencia

religiosa; el mundo ha cambiado y no es obligación ser creyente pero

tampoco es obligación ser ateo o individualista. Es una de las ventajas de no

vivir en un pueblo pequeño, el culto a lo sagrado ya no es obligatorio. El

templo es referente tanto para quienes asisten como para quienes no asisten

a él. Sus alrededores confirman un ambiente diferente, en ocasiones más

seguro; sus aceras son punto de encuentro, escapar de la custodia de los

padres está permitido si tu destino es la ceremonia religiosa. Las aceras de

los templos han sido testigos de centenarios primeros besos santificados por

la intención de haber ido a orar. Oraciones por la vida y las nuevas

experiencias marcan para siempre tu nueva experiencia de lo sagrado casi

poniendo un dios y un beso en la misma balanza; con más experiencias de

ese tipo, probablemente te conviertas en poeta.

La tienda de Don José es una tienda entre muchas de muchos “donjosés”. La

luz cruzada de sus dos portales encuadra los estantes en los que el orden de
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los productos y el colorido de las etiquetas parecen dibujar mosaicos

planificados por algún creativo diseñador gráfico pero que en realidad

atienden a la intuición organizativa del tendero en función de lo que se vende

más o menos y se requiere más o menos cerca de su alcance. ¿Cuántas

tiendas hay en una ciudad? ¿Cuánta vida en una tienda? A su alrededor el

barrio se reconfigura, es como si esa esquina fuese una antena de historias

que circulan de mano en mano igual que una panela, una libra de arroz, una

papeleta de café y el cambio o “las vueltas”, como has escuchado decir a lo

largo de los años. Entre saludos amables o secos, sonrisas o indiferencias

cotidianas, los dos portales de la tienda dejan pasar historias fragmentadas

reales o inventadas que los clientes/vecinos cuentan para matar el tiempo o

sencillamente para hacer la vida menos aburrida pues la televisión no

alcanza para recrear ni recrearse lo suficiente.

Un cuarto de salchichón, una gaseosa de jengibre, media tapa de limón, una

caneca de aguardiente; la tienda es cafetería, restaurante y bar según el día

y la noche del año; su aroma siempre es una mezcla de jabón de ropa,

granos a granel, polvillo de arroz, cerveza fresca y gente ajena pero

reconocida. En ocasiones el ambiente es pesado pues para comprar un pan

(de tienda, por supuesto) de quinientos debes atravesar la charla

abrumadora de los borrachos, pero la mayoría del tiempo, la tienda es solo la

certeza de la comida cercana y al alcance de cualquier bolsillo; la certeza de

que si tus padres tienen el mínimo prestigio necesario, puedes comprar al


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fiado un bocado de dulce de guayaba o una libra de lentejas para ahuyentar

el hambre de toda la familia.

No hay ciudades de clase alta o de clase media o de clase baja. Tampoco es

seguro que un barrio en sí mismo pertenezca a una clase socioeconómica

pero los gobiernos así lo asumen. En nuestro país los barrios tienen estrato,

una categoría que les asignan los gobiernos municipales para que tengas la

sensación de poder elegir dónde vives de acuerdo con tus ingresos; por

supuesto también con base en eso te cobran más o menos por los servicios

públicos y con ello condenan tus sueños de una mejor vida a la realidad de

quedarte en el barrio por el que puedas pagar. En los barrios de clase alta,

no importa si vives solo o acompañado, las tarifas del agua y la energía

eléctrica ya vienen altas aunque no consumas más de lo necesario. En teoría

esos barrios son los de estratos 5 y 6; los estratos 4 y 3 son los de la clase

media que a su vez tiene tres subclases: la clase media alta, la clase media

media y la clase media baja; eso pasa con todas las clases, así que en la

práctica nos encontramos con un mínimo de nueve clases sociales a las

cuales hay que sumarles el híperestrato, la categoría social que domina la

ciudad y para la cual la noción de “barrio” es inútil pues sus residencias

quedan en suburbios a los que los arquitectos contemporáneos han

denominado “condominios”.

Dónde empieza o termina tu barrio no es tema fácil de resolver. En ocasiones

algún docente de escuela te pone de tarea investigar tu comuna o conjunto


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de barrios agrupado administrativamente por el gobierno municipal. Buscas

en red y en alguna página amable, incluso en la Wikipedia encuentras tu

comuna y sin embargo los límites del barrio nunca están del todo claros. Tu

barrio empieza donde los más viejos digan que empieza, ojalá fuera

suficiente frontera. En ocasiones la violencia gregaria de las pandillas define

territorios que se sobreponen al barrio que ya no tiene lugar; aprendes a las

malas que hay puntos de referencia de donde no debes pasar o adonde no

debes ir dependiendo de si eres o no amigo de “alguien”, o de si eres o no

hincha del equipo de fútbol “indicado”; la vida te pone a prueba.

El tipo de barrio que te toca en suerte en contraste con la familia de la que

vienes y las fortalezas del colegio al que asistes, marca las probabilidades a

favor o en contra de que termines como miembro de una pandilla. Entrar en

la adolescencia aturde pues ya no te dejan ser niño y tampoco te dejan ser

adulto, sencillamente no te dejan ser y por ello algunos terminan creyendo

que solo pueden ser en medio de otros a quienes ven o creen sus iguales.

No importa la causa, si tu rebeldía se topa con un grupo de malandrines, es

posible que te sientas cómodo siendo parte de la manada. “Pandillero” será

la etiqueta y tus habilidades te pondrán en el excepcional lugar del líder o en

el común lugar del seguidor; lo que recibas a cambio por pertenecer será una

relativa confianza psicológica que solo buscas para resolver la mala leche

que quieres ver en tu propia familia o en el colegio que no tiene profesores

con la paciencia necesaria para darte motivos para coger otro rumbo. Es fácil

suponer que la pandilla te hace fuerte y no todas las pandillas son malandras
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pero es más difícil seguir adelante sin la muleta del grupo y sobretodo

evitando que el grupo la tome contra ti por ser solamente un chico juicioso

que sigue su camino hacia otra parte dentro del barrio o fuera de él. Bastante

paz habría en tu vida si supieras dónde empieza y dónde termina tu territorio,

sin miedo a

encontrar violencia al otro lado de la frontera.


RURALURBANOS

Tu ciudad no es la única del país en la que de cuando en cuando, en más de

uno de sus barrios, canta un gallo a la madrugada y no será ese el único

signo de la presencia de un alma campesina en el espíritu de lo urbano. En

ocasiones nosotros mismos miramos de forma peyorativa el contenido

campesino de nuestras ciudades señalando ese lugar común de que vivimos

en “pueblos grandes” y no en “ciudades de verdad”. Con certeza podrás

descubrir que nuestros pueblos grandes sí son ciudades y que su esencia

campesina no las hace menos ciudades sino que las hace diferentes pues

nuestro modelo no es necesariamente Barcelona sino que también puede

incluir ciudades indígenas como Cochabamba, o ciudades de vocación

agrícola como Tunja o Palmira.

Lo campesino de la ciudad de todas maneras no es motivo inmerecido de

conflicto. El campo de nuestro país ha sido golpeado por décadas por una

guerra fratricida que ha importado poco a quienes vivimos en las ciudades a

pesar de que nuestras ciudades son tan nuevas que todos tenemos al menos
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un bisabuelo o un tatarabuelo campesinos. A nuestras calles llegan

diariamente los desplazados por la violencia o por la pobreza con la

esperanza de que la ciudad desconocida y organizada tenga oportunidades

de trabajo para quien solo sabe trabajar la tierra. Y no estaría mal que

tuviéramos parques con sembrados intensivos de flores, caña de azúcar,

papa o frutas y que algunos campesinos trabajasen en ellos enseñándonos a

valorar nuestras relaciones con la fertilidad de nuestras tierras; bueno, es una

idea, pero sin ideas no podría ofrecerte esta ciudad que te traigo poco a poco

hecha de palabras.

La nostalgia del canto del gallo, de la leche fresca de vacas recién

ordeñadas, de la marranera denunciada por algún vecino porque su aroma

ya no es admisible en la vida residencial de las comunidades urbanas, habita

las raíces antropológicas de cada ciudad en Colombia. Somos campesinos

de ciudad pero eso no tiene que ser motivo de broma o vergüenza, al

contrario, deberíamos enseñarle al mundo como un gran orgullo, lo difícil y

fructífero que ha sido urbanizar grandes campos fértiles y convertirlos en

ciudades que anhelan la mayoría de edad representada en ciudadanos que

respetan las diferencias, saben usar la ciudad, cumplir los deberes con la

misma y por ello, reclamar su derechos.

FRAGILIDAD EN RUEDAS
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Las distancias se han hecho largas. No tendrá sentido vivir en la ciudad si

todo queda cerca. Las ruedas son la solución, no necesariamente con motor.

Ya el barrio pudo haber sido explorado no solo en caminatas sin sentido que

presagiaban el perderse en el horizonte. La bicicleta es tu nueva mejor

amiga, trasciende las calles del barrio, incluso las de los barrios vecinos,

también las de toda la comuna; la bicicleta es aire, tiempo y desplazamiento;

la bicicleta es una libertad no imaginada; las hay de todos los colores e

incluso las hay de todas las clases socioeconómicas. Te movilizas más allá

de tus fronteras tan solo con la fuerza asombrosa de la maquinaria de tu

cuerpo integrada a la bella ingeniería de una bicicleta. Eres un ciclista por

decisión, por oportunidad, por necesidad pero ciclista al cabo; atrapas la

ciudad a pedalazos sin mayor conciencia del peligro.

Un dicho absurdo afirma que el último en darse cuenta del agua es el pez y

ya metidos en la metáfora aceptamos su conciencia. Al subirte a la bici te das

cuenta de lo que significa caminar, ojalá quienes empezasen a manejar

vehículos a motor se hiciesen conscientes de lo que significa no solo caminar

sino también de lo que significa desplazarse en bicicleta; de lo que significa

la fragilidad del peatón y del ciclista ante el peso y la velocidad mortales de

un automotor. Cual tragedia griega, la muerte anunciada por los automotores

pesa todo el tiempo sobre quienes vamos por la ciudad apenas con nuestro

cuerpo o si acaso, adosados a la belleza dinámica de una bicicleta. Las

calles reclaman a nombre del comercio y de la industria, más de cuarenta y

cinco kilómetros por hora y por ello, las velocidades humana y más que
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humana del peatón y de la bicicleta, no son funcionales para esta época.

Cuánta paz requiere una nación para que los automovilistas vean en el

peatón o en el ciclista, lo sagrado de la vida.

La velocidad es la marca del tiempo pero también la necesidad de calma, el

espíritu de brisa que cobija la ciclovida o su equivalente en parques lineales

aún por construir. La evolución de la vida no se detiene ni siquiera cuando el

automóvil convertido en objeto de culto parece signar los recorridos de los

gobernantes. La ciudad para la gente de a pie seguirá siendo esperanza

mientras la sociedad en alguna de sus formas comprende la diferencia entre

desplazarse y respirar.
CAOS

La ciudad ha crecido contigo, los rasgos que la vida va dejando grabados en

tu rostro y en tu mirada se parecen a las transformaciones de parques,

calles, autopistas y cruces de caminos en general. Serás ciudadano si

aprendes cómo usar la ciudad o serás un simple citadino si asumes que la

convivencia urbana no es un reto para ti. En la escuela básica primaria

alguna maestra pila se acordará de la necesidad de enseñarte la razón de

ser de las señales de tránsito y tu obligación de respetarlas; como peatón,

como ciclista, como conductor tendrás la posibilidad de reconocerte parte del

espacio como agente de normalidad o caos. Las calles no son ni peligrosas

ni seguras, el uso que la gente les da es lo que las transforma. Un peatón

imprudente es un peligro para sí mismo o para otros al igual que un ciclista.


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Un conductor imprudente es un peligro para todos, un vehículo en las manos

incorrectas es un arma mortal; si te descuidas, si te distraes puedes terminar

convertido en un criminal de la carretera. La maestra de la escuela es en ese

sentido un agente civilizador que puede salvarte de la fatalidad irracional. El

accidente siempre estará allí esperándote signado por su definición misma

pero su gravedad se incrementará si es resultado de tu distracción en la vía o

de tu irresponsabilidad al desobedecer las normas de tránsito. Un semáforo

en rojo o un pare no son opciones, atenderlos es una obligación que salva

vidas y por consiguiente es una necesidad estructural de la convivencia en la

ciudad.

El semáforo en especial es un objeto fascinante que forma parte de un

sistema muy sencillo y sin embargo de infinita utilidad en todas las ciudades

del mundo. Avanzar, prepararse para detenerse y detenerse resultan de un

pequeño carnaval de luces que por reiteración llegamos a mirar perdiendo el

asombro que deberían producirnos. Verde, amarillo, rojo forman una

secuencia automática que en la mayoría de los conductores se asimila como

norma de convivencia para respetar la seguridad y la vida de los demás

conductores, de los ciclistas y de los peatones; sin embargo qué lejos

estamos del día en que desaparezcan los accidentes ocasionados por

quienes temerarios, de cuando en cuando deciden desobedecer la señal de

alto en su vibrante color rojo. El semáforo es ciudad y tu respeto por él te

hace ciudadano pues no se trata del respeto a un objeto sino a las vidas que

salva.
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Otro cantar es el trancón, el atasco, el taco… esa extraña pero precisa

aglomeración de vehículos en un espacio limitado de calles en la que el

movimiento es excepción y no regla. Desde ingenieros de tránsito hasta

conductores de ambulancia pasando por abuelos, que creen saberlo todo

sobre la ciudad porque envejecieron con ella, tienen diagnósticos y fórmulas

para hacer que el desplazarse rápido por sus calles sea un éxito. Pero no

hay tal, cada vez más carros para las mismas calles expresan la frustración

de individuos que sienten el ir de un lado a otro de la ciudad como un

derecho sin deberes. ¿Es acaso el trancón la máxima muestra de la

estupidez urbana?

¿Son acaso las “horas pico” un absurdo kafkiano que desafía la creatividad

de los planificadores de ciudades? Cientos, miles de vehículos van a la

misma hora hacia el mismo punto cardinal y casi siempre por la misma vía,

sus conductores no tienen un plan, esperan que mágicamente la ciudad lo

resuelva por ellos. Los nuevos liderazgos se sienten entre ciclistas porque

éstos buscan un espacio que no tienen en la ciudad; entre conductores no

hay ni habrá liderazgos porque los mismos recibieron su lugar como un

regalo del cielo, entre conductores no hay liderazgo porque no sienten que

deban luchar por lo que la sociedad les ha concedido sin reclamarles nada a

cambio.
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COLECTICIVILIZÁNDOTE

Si has sido un niño bien, como le dicen en mi tierra a los que tienen más que

menos, habrás llegado tarde al transporte colectivo legal o ilegal. Llegar

temprano al transporte colectivo implica que tu familia tenía menos que más

y que el colectivo o el masivo no fueron opción sino necesidad.

A mitad de camino están los taxis que por ser usados individualmente o en

grupo no son el mejor ejemplo de lo colectivo. Una vez que has vivido

muchos años y has tomado algunos taxis llegas a creer que son un tema

indispensable para las ciudades pero la verdad es que son solo un mal

necesario a mitad de camino entre el auto particular, los autobuses y los

sistemas integrados de transporte; a eso súmale las soluciones presentes o

futuras que pueda tener tu ciudad incluyendo por supuesto los trenes

eléctricos y las ciclovidas con acceso a bicicletas públicas.

Tu primera vez en el transporte público debería incorporar un rito de paso

que de alguna manera te convirtiese en Otro. La vida ya no es la misma

cuando te subes en una buseta o en alguno de los autobuses de un sistema

integrado de transporte. Si vivir en una ciudad es una experiencia única en la

que te ves obligado a compartir tu espacio con miles de desconocidos, viajar

en el transporte colectivo es esa experiencia llevada al extremo.

Dependiendo de la hora, del día, de la ruta puedes encontrarte con el

placentero ir de un lugar a otro recreándote con la humanidad convertida en


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rostros desconocidos que sin embargo te son familiares tan solo porque

comparten contigo ese “vivir en la misma ciudad”; incluso puede que algún

día en el transporte público conozcas a algún ser humano que llegue a

significar mucho para ti. Claro, no todo es color de rosa; si se trata de la hora

correcta pero necesaria puede que ese transportarse sea una pesadilla que

te abruma mientras algunos de los miedos propios de la ciudad hacen fiestas

con la paranoia que te invade mientras una masa de gente informe te atrapa

en su seno y sientes que te esculcan, te soban y te oprimen, peor, otros

sienten que eres tú quien los esculca, los soba, los oprime; el malestar se da

tan solo porque estás allí, no porque sea la intención de alguien en particular

sino porque es el resultado del transportarse en general en un sistema que

todavía no madura puesto que la ciudad misma y sus habitantes no maduran

para organizar y organizarse en otra manera de viajar. Un ejemplo sencillo de

nuestra incompetencia son los viajeros que abordan el transporte con un

morral a la espalda sin conciencia de cómo obstaculizan el paso de otros y

facilitan que los ladrones puedan saquearlo; en algún sistema integrado de

transporte de otra ciudad, instruyen al ciudadano para que lleve su morral al

pecho cubierto con uno de sus brazos tanto para evitar que estorbe como

para evitar que puedan robarte algo de su contenido; es un ejemplo de cómo

el prestar atención permite que evoluciones como pasajero y con ello

también evolucione el sistema. Y es que tanto los autobuses tradicionales

como los novedosos de los sistemas integrados distan mucho de ser lo que

debería ser el autobús humanizado.


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Los humanos somos dados a humanizar las cosas de dos maneras,

desarrollando afecto por ellas o adaptándolas para que sirvan mejor a los

miembros de la especie. Lo inhumano es entonces lo que produce rechazo

en nuestro afecto o lo que dista mucho de ser adecuado para nuestra

especie. Cuando en un autobús con capacidad para 40 personas meten 70, o

con capacidad para 100 meten 160 personas es fácil definirlo como un

autobús inhumano o mejor, deshumanizado ¿Por qué? Porque fue construido

para resolver necesidades de la especie pero no cumple su función debido a

la incapacidad gerencial y política de sus administradores y eventualmente a

la corrupción que impide que los recursos de cada empresa o del sistema en

general se usen de manera correcta.

Cada ciudad tiene ritmos y flujos de gente y vehículos que varían con el paso

de las horas y de los días. Las empresas de transporte se ven en el dilema

de no contar con autobuses y conductores suficientes durante las horas pico

y con exceso de vehículos y conductores en las horas neutras del día. La

ventaja es que las ciudades que crecen y crecen tienden a convertir en

horario pico todo el día y con ello equilibrarían el sistema para que los costos

operacionales de más buses y conductores se viesen compensados con la

afluencia permanente de pasajeros, óptima para financiar la operación de los

sistemas. Sin embargo nos enfrentamos a una paradoja: el sistema no es un

sistema; la razón es que al menos en nuestra ciudad tanto las empresas

privadas de transporte como las públicas o semipúblicas están conformadas

por “dueños de buses” y no por capital accionario; en consecuencia, los


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propietarios de grupos de buses se ven enfrentados por las mejores rutas o

los mejores horarios y por eso en los peores horarios el servicio de transporte

se hace cada vez peor. Así mismo, la economía de las pequeñas empresas

por no ser de escala se ve menguada en su desarrollo en comparación con

las grandes empresas que pueden costear sus repuestos, combustible y

mantenimiento con mayores volúmenes y mejores ventajas competitivas para

obtener mejores precios. Si los sistemas de transporte fueran de capital

accionario, ello significaría que desaparecerían los propietarios de vehículos

o grupos de vehículos y que los dueños de la compañía compartirían

proporcionalmente sus gastos y sus utilidades. Visto así, el deterioro de uno

solo de los autobuses sería el deterioro del precio de la acción de todos al

igual que la falla en el cubrimiento de las rutas afectaría el bolsillo de todos

los propietarios. En ese sentido no habría disputa por los horarios o por las

rutas y los horarios pico subvencionarían los horarios neutrales con sus

utilidades y permitirían optimizar el servicio; incluso los pasajeros querrían

ser dueños de su sistema de transporte y querrían tener al menos una acción

para sentirse no solo dueños simbólicos de su transporte colectivo sino

también dueños reales de un sistema que por eso habría que cuidar todavía

más. Pensarás que soñar no cuesta nada, puede que sea cierto, pero lo que

cuesta más es no soñar. De nada nos sirven las transformaciones en el

transporte público si el cambio de la guerra del centavo de un bus tradicional

contra otro apenas sirve para transformarse en la guerra entre una empresa

y otra, dueñas de lotes de más o menos vehículos del sistema integrado.


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Pero humanizado no solo significa sin sobrecupo y a tiempo; al hablar de

autobús humanizado tendríamos que ambicionar que su espacio interior

fuese un territorio educativo en el que las diferentes secretarías municipales

y los diferentes ministerios nacionales pudiesen desarrollar campañas

informativas y formativas para llevar los mensajes necesarios, adecuados y

eficientes a los usuarios del transporte público, ávidos y necesitados de

construir una mejor ciudadanía. En los autobuses deberías poderte informar

sobre trámites ante el gobierno municipal, sobre campañas de vacunación,

sobre ofertas de becas educativas y sobre todo lo imaginable para facilitar la

vida al ciudadano mientras se desplaza de su hogar hacia el trabajo o del

trabajo hacia su hogar. Las campañas podrían desarrollarse mediante el uso

de una emisora educativa exclusiva de los sistemas integrados de transporte,

mediante pantallas enunciadoras o incluso táctiles o sencillamente con

carteles en los asientos reemplazando la publicidad con la que algunos

sistemas han intentado mercantilizar el trayecto de desplazamiento

abrumando al usuario. En fin, lo colectivo en el transporte pasa por la

imaginación de todos: pasajeros, conductores, planificadores urbanos,

ingenieros de tránsito y por qué no, por la imaginación de los nuevos políticos

que necesitan las ciudades del futuro.

No creas que es tan irrealizable un transporte humanizado, puntual, cómodo

y confiable; el sueño depende de poner de acuerdo a algunos Ministerios

como los de Hacienda, Transporte, Gobierno, Educación y Cultura y, a los

Concejos
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Municipales y los alcaldes de las ciudades con Sistemas Integrados de

Transporte proyectados, en ejecución o funcionando. No lo olvides, dejar de

soñar cuesta mucho.


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SEGURICONFIANZA

Estar y sentirse seguro son dos procesos diferentes. Puedes sentirte seguro

en los brazos de tu madre, pero ella puede sentirse insegura si le faltan los

medios para protegerte cubriendo todas tus necesidades. Si la vida te

privilegia y tienes segura la comida y la dormida, tu hogar será el primer

escenario donde te sentirás confiado y ese sentimiento o esa sensación es

invaluable. Tu calle será tu calle, tu barrio será tu barrio y tu ciudad será tu

ciudad por lo confiado que puedas sentirte en cada espacio a medida que

ganas autonomía para moverte a través de territorios diversos.

La condena de las ciudades contemporáneas siempre está atravesada

aparentemente por el tema de la seguridad en las calles y su contraste con el

miedo como motor de la inseguridad psicológica. Un barrio de pobres da

miedo a los ricos y un barrio de ricos da miedo a los pobres, entre el

pandillero y el guardaespaldas solo hay teorías que intentan explicar por qué

si la sociedad no es justa, sin embargo esperamos que las ciudades sí lo

sean.

Sería fácil acudir a la miseria como explicación para justificar el crimen en las

ciudades. No es que no haya crimen en el campo pero la existencia de

cuerpos policiales es hija de la ciudad desde la antigua Roma hasta la

mística y polémica Policía de Nueva York. En la ciudad llena de conocidos

que no se conocen habitan los que están y los que solo van de paso, habitan
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no solo ciudadanos sino sus angustias, odios, calamidades, envidias,

impaciencias, violencias a punto de estallar. No todo criminal es un malandro

ni todo malandro es un criminal. El espíritu humano es tan humano que

admite muchos más colores que blanco y negro y por tanto los habitantes de

la ciudad no se pueden dividir entre buenos y malos. El orden o el caos

pueden permitir que un “ciudadano de bien” termine transformado en un

energúmeno o que un joven violento comprenda que el problema de la

sociedad no es con él y se reencarrile por caminos más confiados.

La seguridad es además, tal vez sobretodo, un negocio: vende rejas, muros,

alarmas, circuitos cerrados de videovigilancia, guardas uniformados,

guardaespaldas, gases irritantes o “tasers” de defensa personal, armas,

seguros todo riesgo que no cubren todos los riesgos y quién sabe qué cosas

más; por eso, no es descabellado suponer que una ciudad segura sería un

mal negocio para muchos y sin embargo “la idea de una ciudad segura”

vende campañas políticas y la ilusión de buenos gobernantes y destacados

cuerpos policiales que cumplirían el deber de guardar los bienes y la

integridad física de los ciudadanos.

A pesar de todo hasta la ciudad más insegura es bastante segura; no importa

cuántos policías por cada cien mil habitantes tenga una ciudad, ninguna

tendrá suficientes policías para tanta gente. Lo destacable es que en la

ciudad una buena parte de su población se porta correctamente por

educación, hábito, decisión o tradición y esa parte de la población viene de


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todos los sectores socioeconómicos y por ello no podemos atribuir el crimen

a la pobreza o a la miseria pues son más los padres pobres que buscan el

alimento de sus hijos sin acudir al delito que aquellos que se justifican con el

mismo. Claro que eso nos deja el enigma de los padres ricos que acuden al

delito tan solo para ser más ricos, esos pueden robarse una ciudad entera,

pero el sistema de justicia de nuestra nación parece no estar preparado para

resolver semejante crimen de lesa humanidad: ¡Se han robado toda una

ciudad! En nuestro país hay familias enteras que se dedican a tan espantoso

negocio.

En nuestra ciudad es una maravilla el buen comportamiento de los sábados

en la tarde de parte de quienes salimos a la calle por alguna razón. En

contraste, la noche del sábado es percibida por las autoridades como

riesgosa y difícil pues es la noche de la rumba y se espera que gracias al

consumo de licor, diversos tipos de ciudadano pierdan el control en riñas

familiares (más tristemente), callejeras o al volante de un vehículo que habrá

de convertirlos en criminales. Las autoridades se preparan los sábados en la

tarde para la larga jornada de la sangrienta noche del sábado, por eso hay

menos policías y menos guardas de tránsito en las calles y sin embargo hay

más tranquilidad, menos violencia y menos accidentes. Es como si la mera

brisa de la tarde del sábado y la leve disminución del tráfico acariciara la

estabilidad mental de los callejeros sabatinos y por ello la ciudad funcionase

más relajada, más tranquila en toda su vitalidad. Este periodo de calma

sabatino empieza poco después del mediodía y se extiende casi hasta la


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medianoche cuando aún los malos bebedores no terminan su primera botella

de licor fuerte.

Ten presente que tan solo por haber nacido en esta ciudad y por estar

creciendo en ella tendrás el deber de saber beber, de no caer en el licor

como una respuesta a la desesperación, la angustia o el aburrimiento. Tal

vez la ciudad sería más segura si a todos nos enseñaran a beber

responsablemente desde chicos en medio de una tradición familiar. Sería

bueno que todos los chicos no tuviesen la desagradable experiencia de ver a

sus padres ebrios, o incluso que si tuviesen la experiencia, por reacción se

pusiesen el reto de nunca caer en ese estado. Tal vez la sociedad es

tolerante con el consumo de alcohol porque su nivel de adictibilidad es

menos alto que el de otras drogas pero es extraño que las familias no toquen

el tema seriamente con sus hijos ya que no se trata de un tema tabú. En

nuestra ciudad se celebra con licor desde un bautizo hasta el triunfo del

equipo de nuestro afecto; se celebra en la casa, en el bar y en la calle; lo

cruel es que muchas celebraciones se convierten en tragedia y entonces nos

encontramos con una de las grandes fuentes de inseguridad real y

psicológica para todos: la ciudad borracha. Lo lógico es que si tenemos una

ciudad que no sabe beber tendríamos que plantearnos necesariamente

convertirnos en una ciudad que sí sabe beber; una ciudad que sabe tomarse

un trago y disfrutarlo, y sabe cuándo parar e irse a descansar y cuándo

entregar las llaves; una ciudad incluso en la que los conductores se vuelven

abstemios cuando manejan y solo de cuando en cuando se toman un trago


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en la confianza del hogar y su bicicleta, su moto o su auto están bien

guardados y a salvo de ser destruidos o de convertirse en armas absurdas.

Suena también absurdo eso de que pensemos en aprender a beber y que

sea la ciudad misma quien nos lo enseñe desde la escuela o la familia pero

es necesario, absolutamente necesario: una ciudad que sabe beber, menos

problemas tiene que resolver.

Te hablaba hace un rato del miedo ¿Has caminado por esas calle a cuyo

lado y lado solo están los cercos de unidades residenciales? Seguro que al

menos una vez; la sensación que te da ese amplio espacio con pocos

vehículos que pasan y menos transeúntes todavía, es la de una

vulnerabilidad absoluta. Quienes viven dentro se creen seguros gracias a los

cercos y las cámaras pero el afuera condena a los caminantes a la soledad

insegura en la que el territorio entre reja y reja es como un escenario donde

puedes ser el actor secundario de un drama en el que el protagonista te

asalta, se lleva tus pertenencias o en el peor de los casos deja tu cadáver

tendido sin más testigos que el video que los noticieros populizarán

escandalizados por la nueva víctima que se cobra la violencia urbana. La

paradoja de la inseguridad real de las calles producida por la pretendida

seguridad real adentro de los conjuntos residenciales solo revela la

complejidad de suponer que una ciudad es segura porque tome medidas

físicas contra el crimen. El crimen evoluciona, se adapta, se acomoda, se

reacomoda; la ciudad es lenta, muy lenta para reacomodarse y por ello las

ciudades no solo tienen el reto de tomar medidas contra la inseguridad sino


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que sus planificadores tienen el reto de diseñar sus espacios para no facilitar

el crimen y para favorecer la convivencia civilizada.

Los medios de comunicación no ayudan mucho para subsanar el contraste

entre la seguridad física y la seguridad psicológica que rara vez coinciden en

la ciudad. Si bien es cierto que los medios tienen que informar, lo complicado

no es el qué sino el cómo. En ocasiones ocurren al menos tres crímenes en

una misma zona geográfica de la ciudad que es una ciudad en sí misma, por

ejemplo “el sur”. Las noticias son presentadas más o menos resumidas en un

solo titular: “Se incrementa la inseguridad en el sur de la ciudad”. Si tú

vivieras en el sur, la noticia no sería fácil de digerir; entre dos asesinatos

(grave por supuesto) y un asalto, una población de un millón de personas ha

quedado conmocionada; unos cuantos cientos de miles cambian sus rutinas

esa semana, uno que otro sigue pensando en la utilidad de conseguirse un

arma y si los criminales ven noticias podrán escoger entre atacar de nuevo la

misma zona aprovechando el miedo imperante o escapar a los controles

policiales que se esperaría se activasen en la zona y que sin embargo no es

seguro que aparezcan porque no estaban en la planificación de la secretaría

de gobierno para esa semana en ese sector. Ya ves, el mal periodismo

incremental la inseguridad psicológica o percepción de inseguridad; insisto,

no porque informa sino porque agrupar tres noticias sin contextualizar cada

escenario informativo y sus características tiene como consecuencia la

promoción de la paranoia en cientos de miles de personas. Necesitamos

entonces no solo mejores servicios de transporte sino mejores servicios


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informativos. Afortunadamente los nuevos medios, especialmente Twitter nos

sirven para contrastar la información oficial con la información de las calles

que es actualizada segundo a segundo por transeúntes, taxistas y

conductores en general que informan el estado de las vías, la accidentalidad

o los crímenes justo en el momento mismo en el que se están cometiendo y

además dan parte a las autoridades directamente a través del mismo medio.

Ya veremos cómo evolucionan los nuevos medios para combatir la

inseguridad física real en las calles de la ciudad. A eso ayudará mucho que

las autoridades administrativas, políticas y policiales combatan la corrupción

y ejecuten creativamente los planes de control, prevención y protección para

proteger a la ciudadanía. Nada genera más confianza que la transparencia

de las autoridades en el cumplimiento de sus deberes y a mayor confianza,

mayor seguridad real y psicológica.

LA CIUDAD MEDIÁTICA

Imaginemos una rueda de prensa a la que nos citan los gobernantes y su

séquito de una ciudad. En esa rueda de prensa nos muestran con detalle no

exento de angustia y ansiedad, todas las miserias de la ciudad: la miseria

humana, la miseria administrativa, la miseria religiosa, la miseria educativa, la

miseria policial y la miseria policial entre otras. Nos informan las autoridades

que tienen un plan para reducir y para tratar de acabar con al menos una de

las miserias, la humana. Esa miseria que más que hablar del drama de

quienes viven sin los mínimos vitales para ser considerados humanos, habla
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del resto de nosotros que no vivimos en la miseria y que sin embargo hemos

perdido el asombro al llegar a considerar normal que haya seres humanos

que vivan infrahumanamente. No se trata de que nos sintamos abrumados

por el deber cristiano de la caridad pues sabemos que la miseria es

estructural y que no se resuelve con limosnas aunque bien podamos admirar

a esos buenos samaritanos que reparten cenas en las noches en las zonas

más deprimidas y peligrosas de la ciudad.

Creo que puedo imaginar esa rueda de prensa. Lo que no logro imaginar son

las preguntas de los periodistas que serían en sí mismas respuestas a la

aparente pérdida de la razón de parte de las autoridades municipales. Y es

que en la imaginación de muchos periodistas de diversos medios no cabe la

idea de informar sobre una ciudad real sino sobre una imagen de la ciudad

que no es lo mismo que la ciudad imaginada.

La ciudad mediática suele ser un contubernio entre los medios de

comunicación y las oficinas de prensa y relaciones públicas de las alcaldías

municipales. No es que no haya que destacar lo bueno de una ciudad, sus

logros, sus obras inauguradas sin importar si el costo fue correcto; eso no es

censurable. Lo censurable es que nos muestren en la tele, en la prensa o en

la radio, una ciudad que no coincida con aquella que recorremos día a día,

bien sea a pie, en bicicleta o en algún vehículo particular o de servicio

público.
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Ya lo notábamos al hablar de seguridad: la imagen de la ciudad transmitida

no coincide con la ciudad real, a veces para mal, a veces para bien. No

estaría mal que las oficinas de prensa de las alcaldías no se asumiesen

como organismos de propaganda sino como intermediarios entre la

información que importa tanto a gobernantes como a ciudadanos. La función

habitual es engañosa pues intenta mostrar una ciudad perfecta y por ello

cuando los problemas se agravan o estallan cogen desprevenida a la

ciudadanía y con ello se incrementan las probabilidades de expresiones

inadecuadas para el descontento popular.

Los periodistas oficiales que trabajan en las oficinas de prensa parecen

coincidir en la promoción de una imagen más para turistas que para

ciudadanos cuando en la práctica esa imagen debería ser promocionada de

forma especializada por las secretarías de turismo y por los operadores

particulares que se lucran del negocio de tener visitantes para las fiestas

carnavalescas en las que la música y la danza pueden ser los espectáculos

principales.

Ya sabes que imaginar es la clave de esta reflexión y si algún día la pulcritud

y eficiencia de nuestros centros escolares está a la par de los de Finlandia,

no lo dudes, eso también traería turistas, los cuales no solo viajan buscando

una sociedad del espectáculo. La ciudad de la tele entonces, la de la prensa,

la de la radio puede intentar vendernos imágenes fragmentarias que le hacen

pensar a los gobernantes que todo funciona bien si sus cuentas están bien,
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pero los medios de comunicación en busca de una objetividad relativa deben

fiscalizar permanentemente si lo que las oficinas de prensa municipales les

muestra es de verdad lo real. Cuántos cientos de millones gasta un alcalde

en campañas publicitarias debería servir como fórmula para saber si está

haciendo las cosas bien; entre más publicidad, más imagen comprada

requiera, más podremos sospechar que las cosas no se están haciendo

correctamente. Insisto, no es que no haya que destacar lo bueno; por

ejemplo la inauguración de una gran estación de transporte masivo, sino

también cuánto duró el contrato, si costó lo justo y si fue terminada dentro de

los plazos establecidos por ese mismo contrato. Claro que los alcaldes deben

celebrar la terminación y hasta inaugurarlas humildemente con actos

sencillos, pero la ciudadanía también debe celebrar que las obras cuesten lo

justo, se hagan en el plazo previsto, queden bien hechas y tengan los anexos

necesarios para facilitar y proteger la vida de los peatones.

Es paradójico, se trata de imaginar la mejor ciudad pero no de convertir en

“imagen” la ciudad que ya existe. La imaginación es para solucionar

problemas, para proponer soluciones, para plantear alternativas. En tiempos

de redes sociales hay muchas verdades que las alcaldías intentan ocultar

pero que los ciudadanos de a pie revelan con cualquier cámara, incluso la de

su teléfono y un anuncio en Twitter etiquetando al medio de comunicación o

a la institución adecuados.
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Se trata de imaginar una ciudad otra a partir de ciudades que ya existen o

han existido como Curitiba, Madrid, Montreal o incluso como la Bogotá que

fue y que se espera que vuelva a ser cuando resuelva su sobredosis de

autos para la cual no hay ampliación de vías que alcance; se trata de

imaginar incluso ciudades nunca vistas. Gran reto sería pensar ciudades

campesinas y sin embargo modernas con ciudadanos que bien sepan

ordeñar una vaca o respetar absolutamente todas las señales de tránsito

tanto a pie como en sus vehículos. Sabemos bien que políticos y periodistas

prefieren suponer a imaginar, pero no podemos perder la esperanza. Si

nuestras ciudades actuales no funcionan, no podemos insistir en llover sobre

mojado. Se vale tapar huecos, pero se vale también la inspección

permanente sobre la responsabilidad de los daños en las vías. ¿Cuántas

calles destruidas se nos atraviesan porque las compañías de telefonía, gas,

televisión, internet, acueducto usan la estructura de la ciudad sin repararla

correctamente? Los medios de comunicación deberían tener un inventario de

daños en las vías que no han sido producidos por el mero desgaste del

tráfico vehicular, eso daría buena imagen a los medios mismos y a la ciudad.

La ciudad comunicada en los medios locales, regionales o nacionales se

vuelve parte de la ciudad real. Si los niveles de inseguridad no se

contextualizan y explican en las noticias, la ciudad se vuelve más insegura

pues el miedo se incrementa. Si los logros científicos, comerciales e

industriales son opacados por las necesidades de promoción turística de las

fiestas, la ciudad termina vendida negativamente como una ciudad en la que


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el único valor es la rumba. Si las noticias de deporte se limitan a dos

empresas de fútbol que recurrentemente esperan que la ciudad las salve, los

otros deportes terminan desaparecidos en el imaginario mediático. Imagino

una ciudad en la que la importación de patines es libre de aranceles e IVA

por la misma razón por la que los computadores de bajo precio lo son.

Imagino una ciudad que selecciona a los niños con vocación basquetbolística

y los pone en un programa nutricional de control de crecimiento. Imagino una

ciudad que hace campeonatos internacionales deportivos pero que también

hace congresos educativos sobre lectura, escritura, matemáticas y artes.

Una ciudad que crece y que progresa no solo crece con obras o con

espectáculos, su espíritu también debe crecer y para ello no basta mejorar

sus instituciones escolares y sus parques recreativos y deportivos. El espíritu

de la ciudad en serio debe anhelar la justicia social para dar ejemplo a la

sociedad nacional; la suma de ciudades justas puede generar una sociedad

justa. El asunto ya no es de ideologías de izquierdas o derechas, es de

volver práctico y realista y no por ellos menos soñador, el reto de reunir ese

montón de desconocidos que habitan la ciudad y hacerles sentir con razón y

sentimiento que la ciudad en la que viven es su derecho y su

responsabilidad. Espero que ahora que te has convertido en un adulto joven

lo comprendas y lo pongas en práctica junto a tus amigos y compañeros. La

ciudad es para ti, y tú y yo, somos para la ciudad.

AMÉN.
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