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DELINCUENTES

PROLOGO
I.

Paseaba a mis perros en el arenal donde hacía ejercicios de madrugada, el caluroso otoño aún no
moría, niños mosaicos juegan, gritan, pelotean, crecen la última generación sana. Mirándolos
rocordé que pocos años atrás mi amigo H. me pasó los libros virtuales del autor María Alfredo
Bonanno. Me deleité como cuando leía a Ribeyro o Camus o Kafka, otro libro maldito: la teoría
contemporánea del anarquismo, atracos, atentados e ilegalismo. El nuevo paradigma de la lucha
anarquista, los dioses han muerto, la anarquía clásica también, no hay esperanzas, no habrá cambio
nunca. Que placer y que decepción, sentía unas semillas almacenarse en mis venas y tan solo
imaginarlo, carajo, pensé, qué me haría falta infantilmente deseando lo prohibido. ALF, la FAI, las
dulces Células de fuego, el proyecto Némesis. Cada vez que le veía a H. le decía me cagaste el
cerebro. Un instinto me empujó al hurto hormiga y poco a poco mi círculo de amigos afines se
arriesgaban al nuevo placer del hurto. Alonso ya leía de la teoría individualista y debatía junto a
otros compañeros. Decidí visitarlo a él y consultarle sobre el robo a mano armada. Su procedencia
lumpen era la mejor fuente de información.
(ALF, FAI: Siglas de Frente de Liberación Animal; Federación anarquista informal)
—Los perros tienen todas las patas llenas de barro, carajo. —Suspiraba y Blaki
no quiso entrar, sospechaba algo malo. —Entren, muchachos. Entren, rápido.
Me alistaba apurado contra la hora. Alonso está medio loco, pienso, también le
ha afectado esta maldita monotonía. Está bebiendo demasiado, putamadre,
como no puedo beber con él. No recuerdo borrachera alguna donde el papá de
Alonso no estuviera con la camiseta oficial del Club Universitario de Deportes,
uno de sus jefes le obsequió lo decía orgulloso, tenía la firma del futbolista
Daniel Chavez, decía efusivo, arrugándose la frente cada año más; Rolando, mi
hijo pertenecía al mismo equipo, hasta sus diez años. Cervezas pilsen y fotos
de joven, cabello largo, cuando era imbécil, me miraba burlándose; idéntico a
Alonso, campechano, muy alegre, cara de alguien que no debe esconder nada.
Años bebiendo pisco acholado que otro de sus jefes le obsequiaba, me relataba
historias de cuando vivía en Surquillo o el Callao. Las galoneras de pisco se
acababan como los meses y los años y nuestras cartas a Erika, Alonso, a
Celeste. Junto a mi hermano, cantando el trío cubano, segundo rosero, Julio
Jaramillo, bendito licor, fumando cigarrillos como locos, como mamá me decía
preocupada: fumando como chinos; fumando como Ribeyro, Alonso, burlándose
del mundo entero. Me sentía como un hijo en casa.. el tiempo transcurría
cómodo y nunca olvidaré el sabor de pisco Italia. Hijo, prueba esto, me decía
Rolando. A diferencia del acholado pasaba liviano, sin fracturas, sin molestias.
Las canciones de Hector Lavoe, Willie Colon y penumbras historias: amigos
ladrones que viajaron a Europa a llevar el oficio, estuvo escondido porque uno
de sus amigos asesinó a cuchillazos a un “faltoso”, las prostitutas menores bajo
el consentimiento de los padres, los gays en la avenida república de panamá
prostituyendo a paicheros miserables. Todos en la desesperanza, y eso me
molestaba, me ardía la garganta.
—Villa, villa, Grau, Atocongo, Bolichera, Atocongo.
—Para, para. —El cobrador con la cara y voz rancia.
—Sube, sube, sube. —Golpazos en el carro.
Rolando llamó anoche, además, dándome pormenores de ataques depresivos
de Alonso: la ruptura con Érika lo tiene jodido, tiene una novia en casa y aún
así se angustia, reniega, no quiere trabajar, tiene pesadillas, para drogado
metiéndose esa vaina de pastillas que le recetó el médico. Carajo, Rolando,
eres muy expresivo que me desconciertas. Y seguía que Alonso hacía esto y lo
otro, que necesita que su amigo esté ahí. Le confirmé mi asistencia puntual
concreta y con un trago.
Baja, los diablos, los diablos. Noticias de siempre: un arresto de algún vecino,
una gresca del barrio, los chismes corrían en nuestras mesas como los vasos
llenos de cerveza. Nuestro lugar favorito para beber era el local venusto y
humilde “La Costa”, montado en su garaje de Monaguillo, un cholo bien atento
y taimado, cocinaba leches de tigre exquisitos, espumita blanca encima, el
pescado frito flotando, carajo que delicioso, y más cerveza, mucha más
cerveza. A tres cuadras de casa, solíamos almorzar allí rodeados de caras de
fieras, ladrones, o mafiosos. El hermano de Monaguillo era un gordillo siniestro
que le ayudaba a ordenar, limpiar y sus niños correteando sobre las arenas.
Rolando les bromeaba a algunos, los maleantes lo trataban con respeto. En
Surquillo conocía gente mucha más pendeja, con esa voz sombría, y tan
natural, tan seguro, me decía. Rolando con mucho respeto trataba a la familia:
todos son cremas, Daniel, aquí todos somos cremas. El hermano de Monaguillo
es un forajido apodado Buki, una leyenda en el barrio y las generaciones de las
disecadas calles. Era amigo-mentor de Alonso, éste ebrio lo recordaba
innumerables veces con nostalgia y añoranza, con el cuerpo pétreo, el tono de
su voz efusiva, triste. Buki está preso en Lurigancho, en un asalto mató a dos
policías, el pobre no pudo escapar, carajo, que miedo. Consejos de bandido, no,
Alonso: si te cagan en una pelea, levántate, y no importa, métele un piedrón
por la espalda. Así es la calle, conchasumare. Alonso bebía y bebía.
—Oe, chato, en que estás. —Coronel curvó a pocos metros míos en su
mototaxi, se elevó el polvo; que educado.
—¡Habla, Coronel! —Un choro respetado, dicen. —Me saludan por los polos
deportivos originales que le vendo, a los hermanos Gomez también les vendo
mercadería: precio barrio, pe mano', hazte una pe’ loco', hacemos la entrega
por las noches en la fachada de la iglesia y nos miraban pieles y cabellos
desordenados, raquíticos adictos a la pasta básica de cocaína y bebían cañazo
de un sol, nunca me intimidaban. Ese era el privilegio de ser amigo de Alonso.
Toqué la puerta de vidrio enrejado escucho la voz de su mamá
—Hola, Danielito. ¿Cómo estás? ¿Cómo están en la casa? Pasa hijo.
Le dije que muy bien, señora, muchas gracias. Besito en la mejilla. Los ojitos
chinos reverberando alegría, su cabello ondeado de arriba abajo, una señora
muy decente y siempre parecía estar agradecida con la vida, ella estaba
agradecida con Dios y aquellos pequeños momentos, de la familia, de las
riquezas espirituales, y los infortunions incluso, una gran persona..
—¿Alonso?
—Aquí estoy, entra, Daniel. —Su voz tan natural
—Que tas’, mano. —Estaba en pijama aún. Todo como siempre, atravesando la
pequeña salita, la cocinita, las ollitas colgadas, los cuadros de comidas
coloridas,la sala-comedor, la tv encendida, música, el librero, los posters de
bandas de rock clásicas, de una virgen maría, de unos niños americanos.
Rolando trabaja limpiando casas de adinerados, mudanza y otras funciones de
supervisor general. Uno de sus jefes era el guitarrista de la banda musical
Cuchillazo y posters originales y una guitarra de ellos colgaba en la sala.
—Aquí, te presento a mi novia. —Estaban sentados jugando un rompecabezas
de mil piezas. —Nayi.
—Lo vi a Coronel, me saludó desde su moto.
—Ese conchasumare… está que trabaja en el sindicato del mercado de brisas.
—¿Sindicato? Osea, está paralizando obras o arreglando cuentas. Tío— me
froté la cabeza —aún no entiendo bien esas cosas.
—Algo así. Poco a poco, Dani.
—Hola, Daniel. Por fin te conozco, Alonso me ha hablado de ti. —Me mira,
siento cierta invasión. Me parece debe ser una chica de veinte años y sus
rasgos deben ser de caribeñas, como las venezolanas que asedian las avenidas
principales con sus cuerpos de bailarinas y sus mercaderías variopintas.
—Ah, sí. ¿Y qué te dijo de mí? —Blanconcita como Erika, creí que Alonso tendría
predisposición a las pequitas, ella carecía de ello.
—Que han sido los mejores amigos desde hace largos años. Por qué no vienes
más seguido, no es tu amigo acaso.
—Claro. Bueno, estuve un poco enfermo.
—Que piensan muy similar, que han participado de ciertas movidas, que se han
peleado con mucha gente.
—Gente como mierda, no, Alonso —Demasiados afortunados más bien. —
También hay otros amigos.
—Pronto los conoceré, no, Alonso. —Nayi inmóvil jugando con el rompecabezas.
—Claro, Nayi. —Caminaba de un lado a otro, ordenando la casa, fumaba un
cigarro.
—Tantas peleas has estado, Alonso. Señora Mónica, en serio, Alonso ha estado
en muchas peleas. Dígame la verdad.—Que hiperactiva, me pareció. —¿Y
tienes enamorada, Daniel?
—Ay, mi hijito loquito. Jajajaja. —Sonreía la señito.
—Sí, aunque está yendo todo mal, creo. —Alonso sonreía.
—No se lo recuerdes, amor, se va pegar.
—Ja,ja,ja, ay, Danielito, no vale la pena que estés triste. —La señito Mónica
consolándome.
—Pregunto porque mi amiga Berenice va a venir a visitarnos en media hora. Te
va caer muy bien.
—Sí, se van a entender —interrumpió Alonso.
—¿Es tu mejor amiga? —pregunté.
—Sí, como lo adivinaste.
—Soy inteligente, ¿no? Alonso no te ha dicho eso de mí?
—Dice que estás robando tragos.
—Oye, Nayi, no lo digas así. —Alonso no sé que chismeaba con ella. Fue el
primero al que comenté mi descubrimiento hurtando tragos, una maravilla,
riquísimos whyskis, vodkas, rones que nunca en mi vida compraría por lo
costoso que son.
—Robar ropa es más fácil, no, mano.
—Sí, debe ser, ya iremos estos días, eh. Por ahora hay que beber.
—No puedo, Alonso. —Yacían hermosos en el sillón.
—Ah, verdad, no puedes. Puta, nunca creí que escucharía eso de ti, te lo digo
por tercera vez. —La primera estábamos toneando en casa de Limber, unas
amigas me pasaban el vaso y me negué. Alonso de inmediato me dijo que
nunca en su vida se imaginaría negarme un trago.
—Sí, ja, ja, ja; eso te digo, pero, dame un poco más de tiempo. —Nayi se
aburrió del rompecabezas y se sentó al lado de él —Alonso, tus padres qué te
dicen.
—Nada. Esta es mi casa, también.
Un tiempo mi paladar se llenaba de agua cuando Rolando caminaba a casa
desde la cevichería de Monaguillo, a unas cuantas casas existía felizmente otro
hueco, una cevichería con un salón de baile, solía haber música en alto
volumen, particular, para mí, las paredes estaban sin pintar, dándole un tono
decrépito, pero se escuchaban los gritillos y bromeos de las chiquillas que
atendían, lo pintaba mejor. El único huarique donde vendían ceviche norteño.
Atendían las dos amigas de Alonso de su colegio miserable, dos morenas muy
simpáticas, con los maquillajes sobresalientes y su padre, un flaco cervecero, el
más suertudo del mundo: montó el negocio en su sala y solo invertía en
pescado, su esposa cocinaba y la policía nunca interrogaba por el bullicio
estruendoso. En una oportunidad Rolando compró una caja, y yo media caja de
cervezas. Ya estábamos tomando excesivamente desde la noche anterior, me
daba la sensación que moriría si probaba otro vaso y seguíamos; y Rolando y
Alonso, a dónde entra tanto trago, hermano, meando en la esquina del parque,
qué desperdicio de alcohol, Alonso. El mundo se balanceaba mil y miles de
veces.
—Y cómo estás, Alonso. Que tal, con ese tema jodido. —Ojos dubitativos.
—Bien, mucho mejor. El proceso está yendo a mi favor. Esa mierda de Erika
quería tener la custodia de mi bebé.
—Ahora va mejorando ese tema, supongo. —Entró Nayeli a la sala comedor.
—Sí, su mamá me sigue jodiendo. A pesar que expuse todos los detalles.
—Y donde vives, Nayeli.
—Por aquí, pasando el mercado, más allacito, como yendo a la avenida.
—Ah, vacán, que chévere; mi novia vive en el cono norte.
—Amor de lejos..
—Amor de pendejos —Lo complementó Alonso.
—No lo sé. No quiero hablar mucho de ello.
—Ya empezamos, siempre Daniel, tan trágico.
—Quién me lo dice.
Nayeli, su mamá y su hermana vivían en el sector de los Cubanos. Nayeli
orgullosa mencionaba la procedencia colombiana de su madre por parte de su
abuela la que apodaban “Cheme”, tenía mucho dinero y que residía en la zona
policial del cono este. Cenamos tranquilamente, la señora cocinó un exquisito
chupe de camarones, evitaba comer la carne para darle al gatito gringo de la
casa. Nayeli nos miraba a ambos, juguetona con él, tan atenta, tan cariñosa. Te
encantaba, no, Alonso, era el amor de tu vida, bandido.
—¿Dónde está tu papá? Me pidió que te visitara.
—Sí, es un exagerado. Estoy mejor.
—Habías cambiado, desde el cumpleaños de Ethel. Estabas desde ese día
diferente. Mira. No puedo beber, por ello me guardé. Pero ya voy a dejar la
universidad. Estoy libre.
—Puta, eso no era lo tuyo. Yo te dije.
—Sí. Que huevada. Me costó demasiado. Me siento diferente.
—Yo te decía, cómo vas a vivir aburguesadamente.
—No duró mucho. No sé que hacer ahora.
—Dices que estás robando tragos. Cuéntame esos detalle. —De pronto una
sonrisa le invadió. Lavamos los platos.
—El procedimiento es el siguiente. —Salimos a comprar unos cigarrillos.
—No puedes beber pero puedes fumar.
—Algo debo hacer, no. —Reíamos, siempre, eh, hermano.
¿Quién es Alonso? Tu mejor amigo. El sentía la desesperación de existir, bebía
por el tedio igual que yo. Andábamos juntos con otros borrachitos e
infortunados del barrio. Empezábamos con una brizna, luego por litros;
naturalmente me sentía muy macilento toda mi vida y él escuchaba mi historia
y él: ven, hermano, visítame, tú me endiendes, tengo un pisco, tengo un par de
chelas. Pensaba, cuánto deseabas poder haber nacido en estos valles
abandonados y abrazados de violencia infinita como Alonso; él desde la más
tierna infancia en la calle, abandonando colegios, forjando lazos con vibrones.
Mi familia me evitaba me juntara con la chusma, me enviaban a colegios
particulares de cierto precio. Se sacrificaban mucho por ese objetivo y se
sentían más decentes, no los culpo. El problema conmigo era que nunca
pudieron evangelizarme en sus formas de vidas. Vagabundeé como pude y
cuando debo trabajar para mí mismo me desolaba el aburrimiento de la
monotonía, maldición, algo había mal en mi, siempre me aburría de todo,
deseaba profundamente haber sido un forajido, me sentía tan incapaz de
cometer algunos asaltos que sentía, entonces, me libraría de ciertos
sufrimientos interiores y materiales. Putamadre, todos los días, putamadre,
maldito sistema, maldita pérdida de tiempo, malditos trabajos y visitar a mi
camarada me segregaba del infortunio, de la imposibilidad, un haz de luz,
Alonso, aprenderemos a expropiar, algún día, como los compañeros del
exterior. Estábamos muy locos como siempre.
—Estuve leyendo anarquismo insurreccional. Bonanno era un forajidazo, men.
—Las células de fuego hacen asaltos como las huevas. —Contestó, unos
segundos mirando el cielo, muy serio.
—Aquí nomás, en chile, Santiago. Los que conocí eran tipos cualquiera. Puta,
que difícil lo veo. Eran chicos simpáticos, nada sorprendente. —Fumábamos un
cigarrillo afuera, le indiqué los métodos del robo hormiga, tratando de
incentivarle.
—No lo creas. Hay que hablar con la gente anarchy, proponerles las nuevas
ideas. Diego ya ha robado antes, puede enseñarnos, no crees.
—Es posible. —Una brisa sentía en mi rostro.
—Hay que entrar ya, luego seguimos con estos temas. —Apagó el pucho.
—El robo hormiga es chévere, Alonso, te va gustar, mano, mira, no he caído.
Nayeli seguía hincándome con sus ojos, volviendo a preguntar si somos los
mejores amigos, que Alonso duerme de tal forma, que tiene ciertos defectos
cuando deambulan en la calle, que aún así lo amaba, era muy guapo, le
gustaba el trap como a ella. Alguien tocaba la puerta.
—Todo está yendo mal con mi flaca, Nayeli. Se está pudriendo.
—Pero no la amas, ella te ama, llevan casi tres años, podrán resolverlo.
—Eso creemos, las cosas son complicadas. Mira, nunca le hice daño, desde
hace año y medio me comporté como un cristiano caballero. ¿Eso es necesario,
no?
—Quizá no te quiere pues, Daniel. Si una flaca ya no te quiere te va ultimar o
joder. —Alonso interrumpió con su voz típica en estado de ataque, mantiene el
mismo volumen alto y enérgico desde el principio.
—Yo abro la puerta —dijo Alonso.
—Le dije que no podía ir a visitarla ahora, estoy con ustedes.
—¿Pero la quieres aún? —Nayeli me miraba, inspeccionaba mi pronta
respuesta. Dudé su intención.
—Las cosas están yendo mal. —Me rehusé a decir la verdad, que tenía
esperanza.
—Mi mejor amiga ya está llegando.
Llegó Rolando. Sonido metálico.
—Me quedé un rato saludando a Monaguillo. Dicen que se van a mudar a una
local nuevo. Le pedí el dato de cómo hacer leche de tigre. —Efusivo,
histriónico, de estilo local, como si hablara en la calle.
—Ha venido Daniel, papá.
—Ese huevón. —Pasó sus ojos por la cocina. —Tengo hambre, Moniquita,
sírveme, por favor. Sí, Rolando loco, ahora, un momentito.
—Miren, mi hijita, que bonita pareja hacen, viva el amor, no, viva el amor.
—Hola, señor, cómo le ha ido en el mercado.
—Fui donde un vecino, te acuerdas, el loco de aquí dos cuadras. —Señalaba el
lugar con sus brazos, se limpiaba el rostro del sudor, se arreglaba el cabello.
—Rolando, tengo algo para ti. —Me ignoró, a propósito. —Hola, tío. He traído
una cosa muy riquísima. Un jaggermeister.
—Pásame, esa cosa es deliciosa, lo he tomado gratis en las zonas que
trabajaba en la Merced. —Después de hacerse el loco, chapó la botella.
—Se bebe con hielo, se saborea mejor.
—Sí, lo sé.
—Papá, guárdame un poco. —Alonso se cambió de ropa.
—No importa, Alonso, tu viejo me ha invitado un montón de pisco, tendré más,
tendré mi licorería, quizá.
—Ven, Daniel, un toque. —Rolando me llevó al pequeño patio a conversar a
solas, sacó marihuana de su bolsillo, era extraña, moradito medio rosado.
Decía que era de uno de sus jefes que vive en una gran adicción que lo
adquirió de Holanda. Fumé desesperadamente, y me seguía contando sobre
Alonso, muy preocupado, que está depresivo, que no sabe que hacer.
—Ya estoy aquí, no te preocupes, controlaré a tu hijo —me impuse.
—Por qué no has venido estos meses, por tus estudios, no.
—Sí, me tenían jodido, pensé en abandonarlos.
—En serio, hijo, no lo hagas, tu mamá espera que te gradúes.
—Puta, no quiero hablar de eso, me deprime. —Una chica de rulos rojizos,
facciones alegres, ojitos de contacto verde, y una silueta atractiva, estaba al
lado de Nayeli, conversando en voz baja. Preferí la marihuana roja, estaba
riquísima.
—Bueno, cuando hablé con tu mamá me dijo que si abandonas la carrera te
llevará a Francia del pescuezo.
—No he podido visitar mucho a tu hijo por la Universidad, ahora que lo
abandonaré podré saber más de él, Rolando, no te preocupes. —Rolando era
excesivo y un pícaro, a veces una parafernalia su hogar, me sentía en casa.
—Vamos, fuma afuera, aquí no.
—Okey, okey, tío.
Permanecí unos minutos mirando el firmamento, acariciando al gatito,
recordando a Katy, a Lorena, cuantro, cinco años atrás. Miguel, Jhoncito.
Celeste no estaría de acuerdo en esto, y me paré para dejar de soñar. Me
atormentaba pensar en mi novia.
—Lo siento, Alonso, necesitaba fumar, está riquísimo, nunca he probado esto,
tienes un jodido privilegio burgués. —Nunca había probado tan buena hierba
—Tranquilo, así eres más chévere. Ven, te presento a Berenice.
—¿Están viviendo aquí? —La chica le increpó a Nayeli. —Sí. Hola, Daniel.
Alonso me ha contado muchas cosas de ti. —Bere se acercó a saludarme
amistosamente. Vestía una minifalda jean y sandalias, igual que Nayeli.
—Ajala, ya se aman. —Alonso sonreía, y se arrugaba tiernamente su cachete.
—Claro que lo amo, es mi enamorado. —Nayi me contestó de modo retadora.
—¿En serio? Y qué es el amor. Estoy en un eclipse con Celeste. —Le miré a la
chica de los rulos —Soy el mejor amigo de Alonso.
—¿Estás drogado? ¿Qué fumaste? —Sonreía.
—Daniel, compra un trago, vámonos a otro lado. —Alonso me miró con esos
conocidos ojos.
—Aquí está el jagger.
—Queda poco.
—¿Y a dónde iríamos? Donde Limber no es buena idea. Somos cuatro.
—Vamos a tu casa. —Alonso sigiloso, me entregó esa imagen mental de
ocasiones similares.
—Vámonos.
Berenice pagó el taxi y que gran tranquilidad, Nayeli compró el trago, Alonso se
divertía de todo esto, mi cara depresiva nos separaba un poco. Conversábamos
de pequeñas cosas, de salir algún día, de los amigos, de una salida que no se
acordaban como empezó ni cómo terminó.
—¿Y los padres de esa chiquilla? Saben que está contigo o que —el taxi se
estacionó en el minimarket de por mi casa, Nayi y Bere cuchicheaban en sus
oídos, reían mucho. —Me dan algo de temor, ja,ja,ja.
—Oe, Berenice está forrada, mantiene a sus parejas, creo que se prostituye con
los chinos. —Me ignoró.
—¡Carajo! El mundo era más podrido de lo que creí. Estás hablándome en
serio, Alonso.
—No has conocido nada aún, Dani. Nayi vive con su mamá, trabaja con su
hermana con su abuelita. Son chicas de barrio muy pobres. Pero Bere sí, Nayi
me insinuó algunas cosas sobre ella.
—Quién es su hermana, la he visto, acaso es la chica que estábamos donde
Limber, parecía chiquilla también.
—No, no, es la que llegó más tarde y se fue con la chica. Esa chica es su amiga.
Ya te contaré más de ella. —No supe como reaccionar sobre Bere, no dije nada,
era lo mejor.
Alonso que bromeaba a las chicas, recordando cuando amanecieron en una
piscina y no concuerdan horarios y no sabían de donde sacaron el dinero.
Increpé el excesivo gasto en taxi, no les importaba, Bere mencionaba que si
trabaja es para darse gustos.
—Cuidado con los perritos, Berenice —le tomaba de la mano para ayudarle a
caminar llevándolos a mi habitación.
—Daniel, siempre te dicen que tienes muchos perros. ¿Con quién vives?
—Amo los animales, Berenice. ¿Tú? Mi tía, pero no está usualmente.
—A los gatitos. Los perros son muy sucios. —Estaba hermosa, no me imaginé lo
primero, y sobre los chinos, era un misterio. Su piel blanca, su carita
perfectamente maquillada, concordaba con su cabello rojizo.
—Sigo un poco drogado, pero menos, Bere. Jajaja. No sueles fumar.
—No me gusta mucho. Pero sus amigos de Alonso sí, ya me acostumbré al olor.
—Conociste a Limber, seguro, ese weon' está que vende, me vende a mi.
—Sí. El de aquí pocos paraderos. Con el chico rasta y una chiquilla que trabaja
en la disco del Moon, no, Nayi.
—La Melissa, claro. Salíamos antes las tres.
—Esa loca de mierda. —Alonso colocaba cumbia, salsa, y canciones de
infancia.
—Y qué te parece mi casa, Bere. —Le preguntaba y la hierba hacía su trabajo.
Me olvidaba de muchas cosas.
—Está muy bien, creo que viviría aquí. Ja,ja,ja. —Y Nayi reía.
Alonso bailaba con Nayeli, se llevaban tan bien. Luego merengue y parecían
concursantes de los programas de la televisión que detestaba en la época de
colegio. Ambos se movían como serpientes enamorados y venenosos. No sé
que hora debía ser y bailaba con Bere y la hierba, maldita sea; ella me contaba
sobre su reciente ex novio, un tipo del barrio de Alonso, uno de sus amigos
forajidos, debía ser.
—¿Te pidió que le compres una zapatilla de trescientos soles?
—Sí. Que desgraciado, ¿no?
—¿Y le compraste?
—No. Jamás.
—Rayos. Y encima tenía un hijo que lo negaba. —Alonso se acercó, se sirvió
más copas de ron y naranja. —Alonso, ¿tú negarías a tu hija?
—Jamás. Eso es de lacras. Gente que no vale la pena.
—Sí, que pendejo ese chico —agregó Nayeli mirándole a Berenice —oye
Berenice, Daniel es chévere, ¿no?
—Daniel tiene un buen temperamento y trato con las chicas. No es interesado.
—Alonso agregó.
—Yo ahora estoy bien drogado. Ja,ja,ja. La hierba de tu papá estaba buenísima.
Lo siento, Berenice.
—No te preocupes, así me agradas.
Aparecía la mirada de Celeste tras sus palabras. Quise llorar, quise abandonar
el lugar, quise quemar mi habitación con las pintas de Anarquía. Mi relación
con Celeste está en caída sin retorno, como anunciado y destinado a ello, creía
podía sobrellevarlo, lo creía.
—Yo también estoy muy deprimido, Berenice. —Cambié de tema de inmediato,
hablar de Celeste no era.. —Estuve estudiando Derecho, me aburrió la rutina y
lo dejaré esta semana.
—Quizá debas darte un tiempo. Quizá no naciste para ser abogado. —Que
inocente, que linda, que diferente.
—No lo sé. Bueno, enséñame a bailar. —Que sonrisitas, Bere, tan pronto te
conocí y tienes la necesidad de querer a alguien, así como yo y el resto del
mundo.
Llevé los vasos y la jarra de ron a la cocina, le di una mirada hostil a las
paredes, la hierba duraba mucho, delicioso; ya estaba haciendo su función,
veía a Celeste con algún chico mejor que yo.. se lo merecía, se lo merecía de
verdad. La película One Day, su hermana embarazada, la fiesta de mi
cumpleaños con ella, paseando a los canes, su Universidad, su cuerpo tibio y
ese olor a canelita con azúcar.
—Cuéntame, a qué te dedicas.
—Trabajo para una organización empresarial de chinos. Manejo el área de
buffet, me encanta cocinar, en mi rubro dirijo, preparo, administro, dispongo de
empleados.
—¿Chinos? —Alonso me miraba de reojo para ver mi impresión.
—La mafia china.
—¿Ah? —Y Berenice habló en chino mandarín lúcidamente.
—¡Carajo! Alonso, estás que te vuelves loco.
—Daniel roba licores de tiendas, podrías venderle a los chinos.
—Sí, claro, ellos me quieren y compran lo que les ofrezca. Se pudren en dinero.
—Espera, no me quedó claro. ¿Mafia china? —Berenice reía como niña
inocente.
—Sí. Los dueños de chifas también tienen negocios ilegales.
—¿Cómo qué? Ah, supongo que no podrás contar, perdón.
—¿Y a qué te dedicas tú?
—A hurtar y de vez en cuando un cachuelo que me llaman.
—Ja,ja,ja. Qué te pasa, es en serio. Bueno, no me sorprendo, los amiguitos de
Alonso, ni que decir, eh.
Alonso pronto se quedó dormido con Nayeli, se enroscaron con una manta.
Berenice abría unas páginas web para ver películas asiáticas. Seguíamos
conversando sobre pequeñas e insignificantes cosas.
—¿Te gusta el terror?
—Prefiero la acción y épicas, pero dale, me gustará verlo contigo. Quiero ver
que te dé miedo. —Le cogí de las manos. —Que película extraña. ¿Traigo una
frazada?
—Esas películas son muy vistas en China. Sí, por favor.
—Que extraño. —Habían efectos sobrenaturales evidentes. No sé si a los chinos
les gusten ver mucha ficción. Encontrar la verdad es para espíritus
indestructibles. —Cuéntame, cómo conociste a los chinos.
Berenice se acomodó en la cama, empujé a Alonso para que nos diera espacio.
—A los trece años mi papá me botó de la casa. Un chino me recogió y conocí a
su familia y su mundo. Me tenía esclavizada al principio, enjaulada en su casa
cumpliendo deberes de esposa. —Carajo, que mierda estoy escuchando. —En
los siguientes años aprendí chino. Me alejé de ese pendejo y conocí a otros
grupos de chinos.
La película terminaba, mirábamos callados y abrazados.
—Y te volviste traductora.
—Algo así, Daniel. No te puedo contar mucho.
—Entiendo. Has tenido una vida dura. Pero eso duro te hace ser más
inteligente, lo sabes. —Bere sonreía, se sentiría bien, acaso, compartir un par
de vasos, pensar y recrear historias muertas, corrompidas, echar una nostalgia
al pasado. Remover el suelo. Como Celeste lo hacía muchas veces antes de
amarme. Mi Celeste, la pareja de mi vida, mi chiquita loca, mi musia, mi Wanda
de Bukowski. —Ya está por acabar la película, estoy muy cansado.
—Hay que dormir. —Guardé la lapto, acomodé las frazadas y coloqué dos sillas
para apoyar los pies. Le empecé a besar.
—Por qué me besas, eh, pillo. —Le quité el pantalón, el calzón, le mordí los
labios.
—Tú, no digas nada, a partir de ahora seremos novios. —Como antes, Daniel,
como solías gilear chiquillas por culpa de Alonso. —Quiero follarte esta noche y
otras más, me gustas mucho, me has parecido una chica muy noble
—Hazlo. —Y le dije que le penetraría hasta que le duela, ella no dijo nada más.
Cerró los ojos. Luego ella estaba encima de mí, hacía movimiento fuertes,
veloces. Creí ver que Nayeli abrió el ojo unos segundos. Pensaba en Celeste,
imaginé que era ella en una vida sin conocerme, cuando sangraba a tipos
mayores y tenía varios amantes, aspiraba cocaína, moría de alcoholismo en las
discos, antes de conocerme, no le importaba nada, lo decía, antes de
conocerte, Daniel, mi vida, mi amorcito, mi único.
II

Desperté más temprano que los demás por mi insomnio, encendí la laptop y
escenas del padrino, vagamente imaginar diálogos para hacer un cortometraje
con Josué: Michael Corleone llevaba a Katty donde su padre y sus hermanos
para la foto familiar. “Así te presentaré a mi familia, nena”, y ella decía que no
me preocupara por eso, que ella me quería solo a mí, solo a mí.” Celeste
recostada a tu lado, completamente desnuda, haciéndote reir. “No importa,
amor, miremos para adelante, tendremos un hijito en cinco años, y nos
mudaremos y viajaremos por todos lados que queramos, así podrás escribir
muchos libros”. Pasaron más escenas del Padrino, mi película favorita. “Me
siento algo alejado de mi familia, no por los problemas que se resolverán, yo
era como Michael, yo nunca pensé como ellos, yo pienso diferente, yo moriría
siguiendo mis ideas”. Y ella que sí, amor, que te entiendo, que eres muy noble,
inteligente, y los demás no te entenderán fácilmente.
Ayudé a despertar a Alonso y las chicas. Legañas, cabellos despeinados, los
perritos de hambre; Alonso trajo una jarra de agua, muy atento, como
ignorando algo, algo que ocultase tras sus dientes blancos y duros, bajo su
garganta, un dolor en la médula, en los nervios, Alonso.
—Alonso, pareces un actor porno, ponte tus pantalones, ja,ja,ja. —Bere me
cogía la mano.
—Es solo un boxer, tranquila. —Agregué.
—Cámbiate, amor. —Nayi le amaba también.
—Sí, sí, tamare', la costumbre.
—Jajaja. Estás jodido. Oye. —Me iba con él al baño. —La he pasado de
putamadre esta noche.
—Qué te dije, estas chicas son positivas.
—Carajo, en que estás metido ahora. No puedo beber, pienso en abandonar la
universidad y me llevas al caos, hermano.
—No sé que pasa tampoco.
—Con razón Limber está todo loco jodiendo chicas todo el tiempo.
Las chicas nos invitaron a almorzar, cada una pagó al de su correspondiente
noviecillo. Una pollería con una infraestructura rústica de bambú. Atendían
venezolanos simpáticos. Berenice le sonreía al chico mesero, un blanquito de
ojos verdes con buen acento. No me importó en lo más mínimo y ella se daba
cuenta. Alonso pedía un plato especial. Humildemente pedí arroz chaufa
simple.
—Estoy sin trabajo, Bere, ¿tienes algo para mi?
—Ja,ja,ja,ja —irrumpió Alonso. —Vende droga, mano, dicen que es bueno el
bisness.
—Pero no tengo un barrio que me sostenga como el tuyo, en mi cuadra nos
odian.
—¿Por qué, Daniel?
—Una sucia historia, ya luego te contaré, Bere.
—Ay, Daniel, pero tú eres chévere, por qué no buscas un trabajo decente. —
Nayeli peleaba con Alonso por quien comía más rápido. Que locos estaban.
—Debo irme. Siento que hoy pasará algo cagado.
—Te gusta el drama, Daniel.
—Tú eres el drama, Alonso.
—Bere, mañana te llamo. —No la llamé. —Me voy, Alonso, debo estudiar para
la universidad.
—Nos vemos esta semana, eh. —Se quedaron en el restaurante. Me entró una
inexplicable tristeza. —Déjenlo, él es así, ya lo conocerán más. Ahora vamos
donde Limber.
—Chau, Bere, muchas gracias, te quiero ver pronto. —Piquito en los labios, ella
sin decir nada, con el gesto de querer agarrarme el brazo y me quede. —Adios,
Nayeli, cuida a tu novio.
—Mañana vas a mi casa, Daniel.
—Ya,ya,ya. —Me desvanecí entre el ambiente gaseoso de los restaurantes
interiores del mercado.
Llegué a casa, alimenté a mis chicos, cogí mis libros, encendí música, le
escribía a Celeste, a Limber, a Renato, Ethel. Mandé al carajo los cursos. Casi
me quedaba dormido y recordaba a las chicas que tenían algo de dinero. Me
jodía imaginar lo que hiciera Bere, me jodía, aún tengo un alma débil por
momentos, luego me da igual, pobre chica. Algo me está pasando y Celeste lo
notaba. Debo bañarme, estudiar para el lunes, mañana me veo con mi chica.
Dormí.

Ricardo llamó a mi puerta, me despertó mis chicos ladrando


desesperadamente. Salí. Sus ojeras hinchadas daban la impresión de que algo
le perturbara.
—Necesito tu ayuda, Daniel. Necesito alojar a un canino...
—Qué pasó, ya tengo cinco canes adentro. En casa me quieren echar con ellos.
—No, no quiero que lo adoptes. —Muy educado y lúcido. Normalmente uno de
los dos se encontraba ebrio. —Lo he operado donde Sanchez.
—¿Sanchez? Pero dice varia gente que ese tipo mata a los canes.
—Sí, pero era el único abierto anoche. Le atropeyaron a Barbitas, un perro del
barrio que vive en la calle.
—¿Ya estará mejor?
Volvía a mi realidad, putamadre, volvía al infanticidio. Mi tía hacía planes,
mamá trabajaba y estudiaba cursos para obtener mejores puestos en España.
Mi novia se mudaba constantemente por falta de dinero. Yo estudiaba Derecho
y sentía que todo se destruía en mi interior y afuera, que todo era en vano. Un
sentimiento que conocía períodos completos desde la niñez.
—Está mejor. Solo necesito que alguien le eche una mirada, yo ahora debo ir al
trabajo y no hay nadie más que conozca en estos momentos. —El
existencialista del barrio me pedía un favor.
—Tráelo.
Acepté al cachorro por lástima y culpa. Era una bola peluda blanca, le
cargamos y olía a medicamentos baratos y ese olor tan familiar de mis perros,
adoraba ese olor siempre. Le limpiaba la mandíbula abierta cada media hora, le
tenía cerca a mi mirada para espantar a las moscas. El chico apenas podía
respirar y mover la cola agradeciendo. Gimoteaba un poco, tumbado, respiraba
tranquilo. Le dije buen perro, buen chico, te vas a recuperar. Pronto durmió y le
dejé en paz. Mi prima la china ingresó a casa, me llevó un plato de almuerzo,
yo seguía estudiando algunos temarios de teoría del estado intentando no
preocuparme.
Barbitas murió en casa, frente mi puerta de mi habitación sobre unos cartones
y camisas viejas.
—El perro acaba de fallecer. —La china ingresó a mi habitación.
—Carajo. Maldita sea. Llévenselo al patio. Ahora iré a hacer un hueco. —Mi voz
se apagó.
—Habla con tu amigo. Indícale lo que ha sucedido y no vayan donde Sanchez
otra vez.
Me largué con mis chicos a casa de Ricardo. Le expliqué con todo detalle y él
también entristeció. Me agradecía por todo, y se recluyó en sí mismo. Volvía a
casa recordando cuando lo conocí. Limber me lo presentó hace seis años
cuando regresé de España. "Te presento a un filósofo medio suicida que lee
marxismo y estudió en San Marcos". El gran Ricardo me habló de Sartre,
Heidegger, cosas que no entendía de Hegel y Nietzsche fuera de su clandestino
bar. A las semanas quedamos en ir a una conferencia en San Marcos cual
llegamos tarde y caímos en el bar Munich del centro. Con poca cerveza me
alcoholicé. El parloteaba, me contaba miles de historias e ideas, recuerdo una
que me hacía pensar en Alonso. Uno de sus amigos terminó alcoholizado en la
puerta 2 de la universidad empapado de su propia meada. Todos los fines de
semana en bares compartiendo y escribiendo sobre filosofía. Se recorrió casi
todos los prostíbulos que él podía acceder. Le rechazaba sus invitaciones al
parroquiano. No me agradaba la idea de prostitución sinónimo de explotación
sexual.
(Parroquiano, adicto a las prostitutas)

Me dolía mucho el estómago y la cabeza, debía ser la mala noticia. Y la rutina


de estudiar, trabajar que en pocos días debía continuar. Pensar en todo esa
amalgama de aburrimiento y civilización para continuar el estudio, el trabajo
para no morir de hambre. Nunca pude concentrarme en los quehaceres de un
niño normal y común. Estudiar materias que no sentía nada de pasión, cada
uno experimentamos y rechazamos, lo que nos rodea no se adapta a uno.
Luego, trabajar como un esclavo y agradecerle al patrón por el salario. Eso es
ser normal, me di cuenta a los veintidos años. Normal no es "bueno" ni “malo”,
normal son quienes saltan el aro de fuego como perros azotados, Barbitas
murió y lloré hasta quedarme dormido.

III.

Antes que sea mi enamorada, Celeste me confesó que salía con un tipo mucho
mayor que ella, le compraba de todo, practicamente la compraba y ella, que
padecía depresión y ansiedad como la necesidad de sentirse dentro de un
hogar estable, le era infiel al tipo ese con un sicario del conocido narco
Oropeza. Los maleantes les decían a ellas sus niñitas, ella apenas cumplía
dieciocho años. No me importaba en absoluto, yo sabía todo de Celeste y yo
creía en el amor libre teóricamente. Le pedí que sea mi novia, en el parque de
la municipalidad de Los Olivos. Me dijo sí sin dudarlo y le tumbé sobre el gras
durante largos minutos sin decir palabra. Aún puedo verla, aún puedo besarla,
aún puedo. Ella sabía que mis pensamientos me volvían loco. Ella estaba loca,
a su manera, mucha más loca que Estéfani. Cuando empezamos nuestra
relación Estefani se alcoholizaba con Viviana en casa de Limber y Alonso y
otros muchachos como si fuese el último día de la vida. Estéfani se enteró por
Limber mi nueva relación, tocó mi puerta a las seis de la mañana con rezaka y
mi tía la reconoció por su piercing en la boca, sus botas negras altas y la
belleza que emanaba irrumpiendo la casa de un muchacho de madrugada. Mi
tía que la vio por la ventana no me despertó. No pude atenderla y me lamenté
miles de veces. Me moría por Estéfani pero Celeste era esquizofrenia pura y
era la última oportunidad. Ahora estaba esperándome en la curva de Chepen
con el deseo de terminar nuestra historia. Al lado su amiga Isa con una gorra
de paja ornamentada de lazos y el muchacho, su novio depresivo e histérico
adicto a la marihuana que no dejaba de sonreír como muñeco.
—Hola, amor. —Su voz mordiéndote tu cuello. Besos fríos, sus deditos en tus
yemas. —Te he extrañado. —Miedo que me dejase por mi irresponsabilidad. Yo
debía imponerme imperiosamente. Continuar en la tribu o no saber dónde
terminar. “Nena, eres tan menudita y linda”.
—Nena, te he extrañado mucho, mucho. —Un mes sin olerla. El malestar
muere, como solía sucederte, caías en su mirada, te rendías a ella, por qué
ahora no, Dani. Qué pasó.
—Cómo has estado, estás un poco pálido. —Un sonido agudo.
—No es eso, no he podido dormir. —Ella conocía mi infancia, mi adolescencia,
mis locuras; nos teníamos el uno al otro como informantes de un martirio
solitario, florecillas corrompidas.
—¿Aún sigues con tus dolores de cabeza? —Su vestidito negro de Zara que
tanto te encantaba.
—Sí. —Le esquivaste. —Ellos son tus amigos, cierto.
—Sí. Ven, te los presentaré. —Un chico con cabellos de punta, e Isabel.
—El es el chico depresivo, eh, el que se pepea.
—Sí, no le digas nada, amor, cuando lleguemos a la playa.
—Hola, buenos días. —Isabel puesta los lentes, castaña, muy blanca.
—Hola, Daniel. —Palmas.
—Vámonos, entonces, tengo un buen trago aquí.
—Ah, sí. Daniel, así que eres tú. Por fin te conocemos. No sabes las cosas que
has provocado por el cono norte.
Era la chica más dulce, tierna, comprensiva y paciente del mundo. Debió ser un
poco problemático hacerse de pareja con un chico como yo con una severa
incompetencia para expresar sus sentimientos más profundos. (Nunca pude
decirle a Alonso que lo quería como un hermano y él sí muchas veces.) Celeste
era el amor de mi vida, hacía lo que le pedía, me compraba obsequios, me
visitaba a casa a cocinar, dejaba a sus propios amigos y su familia. Como Erika
era con Alonso hace dos años, dulces años. Alonso, Celeste, Alonso, Celeste, mi
rutina durante dos años y no la veía casi un mes. Estábamos al límite.
—Oye, Daniel, vámonos en taxi. Tengo esta cantidad de dinero. Pon el resto,
no. —Su amiga tiene buenas piernas.
—No, Isa, ha traído un trago, déjalo, que él decida. —Le conducía el chico hacia
atrás, queriendo morderle la nariz.
—No es necesario, chicos, una micro nos deja en veinte minutos, casi lo mismo,
a esta hora hay un poco de tráfico. El taxi no conocerá rutas cortas porque no
existen.
—Ah, ya, okey. Ven, Celeste, vamos. —Isa le cogió de la mano y se la llevó a un
lado.
—Tú eres Niguel, no. Sé algunas cosas de ti. —Le miré por el hombro. Dándole
confianza.
—Sí, también me han contado cosas de ti. Está jodida tu relación.
—Lo mío quizá pueda arreglarse, depende de mí, nada más.
—No me digas eso. Me haces sentir culpable.
—Relajado. Ya hablaremos más adelante a solas. Nos están viendo. Sígueme. —
Las chicas se acercaron luego de susurrar a solas. —Y qué zona vives, Niguel.
—En Lurigancho.
—¿Qué parte?
—Luego conversan. —Interrumpió la guapa Isa. —Qué carro cogemos, Dani.
—Síganme.
Estábamos varados en Chepén, me sofocaba el calor, mi camisa nueva de
chaliz me evitaba sudores innecesarios. Celeste en sandalias verdes con
bordes de flores de plástico, la cara blanquita por la crema contra los rayos
solares. Me echaba de en mis brazos y cara en el trayecto a kilómetro 40, playa
Arica. Me acariciaba con sus manitos suaves.
—¿Me vas a terminar? —Le pregunté.
—No, no quiero hacerlo, de verdad que no quiero hacerlo. —Te besaba en esos
segundos.
—He estado muy jodido estos días. —No sentía remordimiento por la
infidelidad, oficialmente no éramos novios.
—Por qué, sigues malito, eh, no te estás cuidando. Me voy a molestar. —No la
veía, estaba en mi rostro; ella era la solución, el amor que tanto me hacía falta.
No lo creí de esa manera, no me sentía libre y ella tampoco lo estaba, nos jodía
el decrecimiento progresivo, carencias y carencias...
—Sí me he estado cuidando excesivamente. Me joden muchas cosas.
—Como qué, amor, tus clases, uhmm, eso debe ser. —Te acariciaba tus manos,
Daniel, con tanta suavidad.
La árida y amarilla pradera vacía de Pachacamac, una ventisca invisible nos
seguía, un hermoso vacío rodeando la destruida fortaleza construida hace
cientos de años, un arenal inmenso exento de porquerías de la ciudad. Y te
contaba algunos detalles de su universidad, de sus hermanos, del día a día, de
su padre en Arequipa, que está solita, sin ti, Daniel. Celeste nació en el mismo
hospital que yo, en la amenazante Villa el Salvador y en el mismo mes. Su
temprana niñez y adolescencia la vivió en Villa, trasladándose de alquiler en
alquiler con sus padres, entonces muy pobres. Un padre adicto a los juegos de
azar, una madre con cierta tendencia a la histeria. La carencia le obligaba a su
madre a trabajar y dejarla en soledad durante años. “Vivía solita, veía la tv, mis
hermanos me visitaban.”
—¿Te gusta mi camisa nueva?
—¿De donde la conseguiste? —Te abrazaba cerrando los ojitos por minutos.
—Asistí a una tienda a comprarla, ya lo había visto media hora antes, el dueño
muy amable, sabes. Regresé y no estaba. Esperé unos minutos y no volvía,
entonces, me retiré con ello puesto tranquilamente.
—Ay, ten cuidado, te pasas, oye.
—No pasa nada.
—Te vas a acostumbrar a esas cosas.
—Son caídas del cielo, nena. —Cruzamos el puente de Lurín, los puestos de
chicharrones rústicos, las señoras con sus herramientas artesanales
exponiendo las carnes fritas.
—Que rico se ve todo esto. No he venido muy seguido por tu casa, amor, no
por aquí.
—Oye, por aquí fue, sí. Aquí, hace meses el Blaki se escapó, no lo encontraba
por ningún lado, carajo. No sé porqué decidí pagar la deuda del banco por no
votar y lo veo al muy pendejo tras un grupo de perros y todos tras una perra
lunada.
—Que si, ja,ja,ja; por suerte lo encontraste.
—Sí, menos mal, bajé del auto y lo cargué. Lo subí a un taxi. Al cerrar la puerta
se enrieda su cola y le piso.
—¿Te mordió?
—Apenas, una rasgada. Le abracé y nos marchamos a casa.
—En serio no has pagado esa multa, ay amor.
—Que me importa esa basura.
—Tu perro me da miedo.
—Más bueno y listo que es. Quería traerlo pero me da flojera coger taxi, nena.
—Le acaricabas el cabello. —Quizás a tus amigos no le agradan los perros
como a nosotros.
—Sí les agrada. —Ellos conversaban también, a unos asientos delante.
Pasamos por el puente mismo. Bajo el casi extinto río en estas temporadas de
otoño. Casas rudimentarias de madera y esteras sobre sus faldas, palmeras y
malas hierbas rodeando el río, animales hacinados en establos. La emoción de
unos segundos, nena, mira el río. Unos minutos más en marcha, el cobrador
gritando, azuzando a los peatones. El olor de los cañaverales, el olor a abono, a
mierda de roedores. Entradas de bambú y madera a zonas de atracción y
peñas, frescas flores decorativas, para pasarla en familia. “Tan costosas, nena”.
En unos minutos de bus el microclima se eleva, mi casa en villa Alejandro
parece un pozo húmedo, no sería raro ver peces sobre los cerros. Grupos de
animales entre los regadíos de los herbales, las zonas de cosecha y sembrío.
Vacunos, más que nada. Los jodidos carteles de madera añejada con cerdos
sonrientes, “sonrientes para morir en sus estómagos, nena”. Más avenida, más
pista, más gentío, el mercado de Lurín. “Por aquí trabaja mi tía, por aquí jugaba
pelota con mi tío cuando era niño.”
Llegamos a kilómetro 40. Cruzar el puente de la panamericana, hombres
marrones incitando a los pasajeros, heladeros, demás ambulantes.
—Caminen por este recorrido común, chicos, sino se van a ensuciar los pies.
Compremos algo para comer. —Ingresamos a la zona de los chalets que me
recordaban los mismos en Huelva de España trabajando con mi tía en uno de
una moribunda vieja egoísta.
—Allá compramos, mejor, Daniel. —Isa intercedía por Niguel.
—¿Tú que opinas Niguel?
—Por aquí debe estar más cómodo, Isa.
—Ya, ya. —Y seguían molestándose, haciéndose cosquilla, ella le seguía el
juego a sus oídos, renegando y riendo.
—Nena, por aquí vive uno de los jefes pastores de la Iglesia que pertenecía
hace muchos años. ¿Cuánto debe costar una de estas casas?
—Ufff, carísimo. Por lo menos cien mil dólares.
—Por lo menos, eh. —Arturo, Alvaro, Johan, Anatoli, hace tantísimos años,
nunca cambiarán.
—¿Ya no te ves con ellos?
—Anatoli a veces me visita, es el que posee mejor carácter, el más sincero.
Aunque la verdad, era de esos tipos que solía ser ignorando, y él, muy feliz, se
conformaba con ello. La colita, pobre chico. Pero me visita.
—Es un buen amigo, amor, con él deberías andar y conversar. —Se
preocupaba...
—Sí lo hacemos. —Llegamos a las arenas calientitas de la playa. Me quité las
zapatillas y la cargué para molestarla.
—No, amor, suéltame. —Te daba otros besitos y te abrazaba el cuello.
—No puedo. No lo haré, ja,ja.
—Quisiera venir con mi papá a la playa, a salir como antes. Está muy recluído
en la mina, no tiene otra opción. —Le solté e ignoré lo último.
—¿Qué quieres almorzar, nena?
—Lo que puedas comprar.
—Ya. —La senté en mis piernas bajo la sombrilla. Sus dos amigos ya estaban
bañándose en las aguas, ni avisaron, ni pidieron que cuidemos sus cosas. —
Que pasa con tu padre, no puede trabajar en Lima.
—No encuentra trabajo.
—¿Y tu mamá?
—Trabajando en una panadería.
—Todo va mejorar, nena. —Unos besitos en su nariz, y no lo creías, lo decías
pero no lo creías. —Mira, qué simples son tus amigos, vienen, se bañan, se
alegran, se pelean, se reconcilian..
—Así como nosotros.
—Yo estoy medio loco.
—Sí, ja,ja. —Risa forzada.
—Cómo está tu mamá, tu tía.
—Bien, bien, no te preocupes, están bien, créeme. —Evadiendo otra vez lo
familiar.
—Está bien, si no quieres hablar de ello. Estuve pensando en tu propuesta del
amor libre.
—No, no es como crees, te lo dije, no quiero estar con nadie más. Solo no
quiero esas ataduras formales de siempre.
—Sí, lo entendí, luego de pensarlo mucho.
—Me alegro. —Las gaviotas carcajeaban, las arenas puras y limpias, el mar
desprendía un olor tan natural. —Me encanta el mar, nena, me encanta lo
natural últimamente, me llena de espíritu.
—A mi también, deberíamos ir a los bosques y prados de Pachacamac.
—Sí, nena.
—Y hacemos el amor escondiditos.
—Ay, que erótica estás, eh.
—Ja,ja,ja. Que me pasa, yo diciendo estas cosas. —Se emocionaba de verte
luego de un mes de discusión.
Algo había mal en mi y la sensación de querer morir, Celeste lo intuía como
parte de ella misma. Algo muy mal estaba en mí entonces. Mi aspecto exterior
era más introvertida, más demacrada. Nuestra relación igual a diferencia de
aquellos chicos que volvían empapados y friolentos, y jodidamente felices. Le
pedí a Celeste que se quedase con Isa a esperar el almuerzo, en contra de la
opinión de Isa, le pedí a Niguel me acompañara a bañarme al mar.
—¿Qué pasa contigo e Isa?
—Mal, tío, mal. No sabrás, no me agrada la idea de compartir.. ya sabes.
—Ah, sí, Celeste me comentó, se han hecho infieles.
—Celeste al parecer es fiel. Pero tú no. Yo te veo con cara de que te da igual
todo.
—Ella ha estado contando cosas.
—Sí, estuvo llorando con Isa hace un par de meses. Me habla mucho de ti.
—Tu actitud adicta le recuerda cuando yo era muy borracho.
—Ja,ja,ja. —Sentí las gélidas aguas en mis pies.
—¿Te gusta bañarte? Aprendí a nadar en España. Estuve allí un año.
—Sí, también sé eso de ti.
—Carajo, todo sabes de mí. ¿Qué no sabes?
—Ehh, no sé. —Reía y reía el muchacho.
—¿Qué edad tienes?
—Veinte.
—Isa tiene veintidós.
—Sí.
—Cuando tenía tu edad estuve con una chica de veinticinco años. Tenía hija.
Conocí a sus padres. Más loca era. —Me zambullí de golpe, me mezclé con el
mar, con las olas golpeándome, no dejándome pararme. Sentí todo su amor
violento.
—Isa es diferente cuando estamos a solas.
—Así son las chicas. Sé unas cosas, quizá quieras saber..
—¿Qué cosas?
—Vamos por allá. Yo podía contarte si me contaras algunas dudas.
—¿Sobre Celeste?
—Sí, sé que Isa te debe contar todo de ella. —Dudó, volvió a zambullirse y le
seguí. Al rato no nos importó el tema.
—Está rica el agua, conchasumadre, Daniel.
—¿Qué estudias, eh?
—Aún no sé que estudiar. Estoy en la pre.
—Me has caído bien. Sus otros amigos de Celeste son ridículos.
—Lo mismo opino. —Y pensé que debíamos conocernos más hace muchos
meses atrás. Celeste almorzaba, sus lentes negros como discos en sus ojos.
Pensaba por segundos en la playa de Huelva, en esos mares del mediterráneo
aprendí a nadar, eran piscinas flotantes sobre un infinito mar, me imaginé;
todas las mañanas hacía ejercicios y corría sobre la arena humedecida para
ejercer más presión en las piernas, se hundían mis pies. Pequeños insectos
marinos, delimitaba el sitio con una roquedal de tres metros de altura. Y corría
hasta el infinito. Muchos rostros y cuerpos blancos-europeos, incluso
extranjeros, daban paso, iban con sus propias carpas y fiambres. Se prohibía el
comercio exterior o interior. La gran soledad de porquerías almacenadas: me
acostumbré a ello, durante meses. Leía, hacía ejercicio, escribía unas notas de
lo leído, pensaba, imaginaba una vida peligrosa. Allí fue que cogí el Ecce Homo
de Nietzsche y no entendí mucho. Sentí por primera vez ese desconocido y
fuerte deseo de destruir la filosofía y la moral denigrante. Mi tía Nancy limpiaba
el chalet, cocinaba, y me pedía le ayudara. Almorzábamos los riquísimos
manjares típicos españoles que le traían sus hijos a la vieja decrépita por
montones, había tanto que botábamos a la basura. Aprendí a nadar, estaba
aburrido, solitario, me zambullía horas y horas hasta poder flotar, luego unos
brazos, pies en movimiento pleno dándole armonía, avanzaba metros y me
hice amigo del mar.
—Nena, ven a mis piernas, te gustó el ceviche, eh, dime.
—Sí, amor, gracias. —La cargué otra vez.
—No me digas así. Cuando acabe mi carrera.. bueno, cuando cambien las cosas
tendremos mucho para conocer.
—¿Cómo va el tema de la universidad?
—Podemos conversar ahora. —La parejita recorría la playa en una cuatrimoto
que alquilaba un hombre con la cara blanca.
—Estuve viendo por internet que deberías tomar valeriana y otras hierbas para
calmar los nervios.
—Lo voy a abandonar. Ya lo decidí.
—¿Qué?
—Voy ocho meses sin beber ni fumar, ni siquiera puedo leer bien. No puedo
amanecerme, no puedo hacer mucho ejercicio físico. Me estoy matando.
—¿Por qué nunca terminas lo que empiezas?
—¿Ahora te molestas porque decida algo bueno, para mí? —Baje mi voz,
tratando de sobrellevar el espacio caluroso. —No puedo, nena, no puedo más.
—¿Y qué vas a hacer? Hurtar, vender droga, trabajar en algo mediocre.
—Una temporada, nena, solo una temporada.
—Tengo expectativas, Daniel. Todo está jodido en mi casa.
—Y yo también lo estoy. —Isa nos miraba de reojo. Le pidió bajar a Niguel.
—Mira, no te voy a discutir. Es mi decisión, es lo que deseo.
—No puedo creerlo. Me dijiste que querías superarte, que querías esto y otros
deseos.
—No puedo vivir así, me estoy jodiendo la vida. Estoy harto de ir a los
hospitales cada fin de mes o semana.
—Tienes que ser fuerte. Tienes que acabar tu carrera, Daniel, por favor. Mira,
estás..
—Estoy que.
—Estás degradándote.
—¿Cómo así? No te entiendo. O quizá no quiero entenderte. Tenemos opiniones
contrarias. —En efecto, opuestas, en casi todo.
—Te siento cada vez menos. —Isa se sentó al lado de la otra silleta.
—Solo porque no cumplo esa jodida función, de estudiante, de trabajador, de
qué más, Celeste. —Mi tono subía y bajaba, te descontrolabas, estabas al
límite. —Mira, Celeste, yo te quiero, no quiero a otra mujer. Pero creo que
necesito estar solo, tus privaciones no las soporto.
—¿Mis privaciones?
—Celeste, hay que bañarnos. —Isa la cargó del brazo. Luego Niguel me pedía
un poco del trago.
—Estás jodido, tío.
—Está rico esa huevada, no. Eh, riquísimo. —Le dije tratando de ignorar el
presente.
—Sí.
—También estuve discutiendo con Isa, le pedí que no se metiera en esto.
—Tendrán cosas que conversar a solas.
—Isa está de tu lado. Nota que Celeste te quiere imponer algunas cosas. No sé,
no sé mucho del tema.
—Qué pasa contigo. Por qué le eres infiel. —Nos retirábamos al mar.
—No puedo controlarlo. —Me alcanzó la botella. —Tú sabes, ves un rico culo
acercándose a ti.
—Sí, ya veo, con lo guapito que eres. —Reía —Lo mismo pasa conmigo, pero yo
tengo otras cosas en la cabeza.
—Anarquista, no. Cómo es la vida de un anarquista, cuéntame.
—Los anarquistas son enemigos de la sociedad que se erige con nuestros
malditos esfuerzos, querer liberarnos es un sueño, me siento una mierda
viviendo así.. reconocer que en el fondo somos una puta herramienta más..
—Deberíamos salir más, Daniel. —Me miraba directamente tratando de
entender.
—No finjas que te importa todo esto, Niguel.
—¿Y sobre el amor que opinan?
—Celeste también les comentó de eso, seguro. —Suspiré algo aburrido. —El
amor libre es una forma de amar sin cadenas. Se lo propuse a ella pero no me
entendió. Supone que deseo a otras chicas.
—Yo tampoco lo haría.
—Pero eres infiel. Ja,ja,ja.
—Bueno. —Sonreía crispado. —Celeste nunca te fue infiel.
—Es lo de menos ahora.
Celeste me eligió a mi, por qué, nena, si te iba tan bien sin problemas, sin mí,
viéndome a escondidas como un amor prohibido. ¿Por qué querías joderte
más? Si conocías mi terremoto interior. Y me elegiste como la literatura que
ahoga y apuñala. Me dejé elegir, me condené por su rostro, sus labios en todo
mi cuerpo, su esquizofrenia me seguía como Vera a Kenny. ¿Qué parte no me
besó Celeste? Yo también he sido un romántico. En mi completa desolación la
busqué, en mi oscura y fría soledad me seguía y las voces en mi cabeza, todas
esas voces que no me dejaban en paz con ella.
—No puedo seguir igual, nena, no puedo más —me arrodillé sobre la arena y le
pedí perdón —me siento muy jodido, me estoy quebrando.
—Qué te pasa, Daniel, me preocupas. Te afectan muchas cosas de forma, me
parece que de forma anormal. No quiero ser paranoica…
—No creo que sea de forma anormal… creo que es lo más natural. —Ciego,
ignorante, rendido.
—Puede que te estés volviendo loco. —No lo entendía.
—Siento que me estoy pudriendo por dentro, que estoy muerto, te lo dije,
muchas veces —miré a la arena inmensa, dándole la espalda —siento que todo
este tiempo no he sido yo, he sido una máquina. Tan obligado, enfermo.
—Me desesperas… mis amigos me aconsejan que te deje. —Su voz agudizaba,
como gemidos, como rendida.
—Quizá debas hacerlo. Limber opina que nos estamos haciendo daño.
—Te dignaste a contarle a alguien de mi. —Ese tonito sarcástico, cuánto lo
extrañé.
—No sólo a él le hablaba de ti. Esto también me preocupa.
—Por qué.. parece que te quieras ir, me haces daño, Daniel. Yo te he amado.
—Aún lo haces, no va cambiar aunque nos separemos.
—Te he amado en contra de mi familia, incluso de mis amigos y todos. —Y me
ignoró mi fatídica expresión. —Te he dado mis mejores años.
—No me vengas con eso. —En el fondo lo pensaba y más de lo que creía.
—Perdóname. —Sollozaba, palabritas escondidas, escindían su impotencia y su
caridad. Había bebido unas cervezas con Isa mientras charlaba con Niguel
inútilmente.
—Vámonos de aquí. No es tan sano que nos vean tus amigos. —Le cogí de las
manos y le besaba los deditos con obsesión y ella mis labios con violencia y
sentí sus lágrimas y sus ojos invadiéndome. —Crees que no noto que no
quieres estar aquí.
—No quiero estar en ningún lugar. —Me alejé sin mirarla, yendo al mar.
—Te amo, no sé que estoy haciendo. —Sus manos en mi cintura, pobre nena —
no te vayas de mí.
—Yo también te amo. Celeste..
—Dime que me amas. —Le hacía daño, quererla le hacía daño.
—No pienso en nadie más. —Me hacías sentir culpable, Celeste, de tus
inseguridades y necesidades enconadas por las normas, las formas, lo
increíblemente alojado en la gente y eran incapaces de cuestionar.
—No te vayas de mi vida, aún te tengo en mis planes. —Decirle que me dejara,
que ya no la amaba como ella quería teorizaba. —Te amo como no te imaginas.
—Por qué no te conocí ahora, Vera, si tan solo le hacías el ritual para
inmortalizarla, convertirla en vampiro, en una muñeca de porcelana suicida con
sus ojitos negros demoníacos.
—Eres lo mejor que he conocido en mi vida.. —Enmudecía. —Pero debemos
alejarnos por nuestro bien. Yo estoy confundido, voy aprendiendo a conocer lo
que no deseo y quiero.
—Está bien, amor, como tú quieras.
La cargué su débil cuerpo, luego a la espalda, sin decir palabra, sentía el frío
mar espumoso, sus persistentes oleadas, en las piernas, la cintura y la
balanceaba, como queriendo aventarla; y sus recuerdos de nuestra navidad
aquel dos mil quince, el regalito de Cthulhu de lana, los minirelatos sobre una
chica llamada Camila, promiscua y bella, quien era ella y ella palidecía
besándome, le hacía daño y me sentía culpable.
—Por qué me enamoré de un chico tan rebelde.
—Porque somos buenos e inteligentes.
—Cómo están tus compañeros. —Se interesó, su voz le delataba.
Dónde estarán, compañeros, por qué dejaban que pasara el tiempo fácilmente
bajo sus manos. Cuándo algunas acciones prohibidas, muchachos.
—Tranquilos, seguro, en sus cosas de cuestiones sociales.
—Ya no andas con ellos, te noto más solitario.
—Quiero iniciar algo personal. No se cuánto me cueste, nena, ya sabes, pero,
mejor no discutamos ahora. —Recordaba a los mexicanos anarquistas con los
que viajé a Chile. Misteriosos chicos. Me dijeron, bebiendo un vino en casa de
unas feministas donde nos alojamos en Santiago: quieres hacerlo de verdad,
Daniel, en serio quieres luchar contra el capital. Sabes lo que pasará. La policía
irá contra ti, contra tu familia, contra cada uno de ellos y tus amigos y sus
familias, como pasa en México. Les pregunté en cuánto tiempo tardan en DF
hacer una jugada, una acción prohibida y oscura. Cuanto tiempo de
planificación. Ellos afirmaron que un mes de estudio que hay flasheo de fotos
cada cinco minutos en la capital principal. Nunca olvidaré a esos muchachos.
—¿Qué estás pensando, amor? Ves, me das un poco de risa. —Se tapaba la
boca y su voz se perdía con la música del mar.
—Pensaba en que no podía alejarte de mi vida. —Mi mente estaba perdida.
—Te quiero, Daniel.

IV.

Alonso insistía en participar en las marchas contra la ley de explotación laboral


juvenil. Mijael Bakunin, sí, Alonso, Diego, Fito, la revolución se logrará en base
a nuestros principios anti autoritarios, el comunismo es el objetivo de la
humanidad en busca de su liberación, los proletarios serán los dueños de sus
propias vidas y de la dirección de la civilización; sin proceso socialistas, no
Alonso, no hay Estado ‘obrero’ que auto destruya su propia fuerza. Bakunin no
se ponía a escribir en el contexto de la comuna de parís, abogaba la
insurrección y estaba al frente, en las clásicas barricadas, al lado de los
conspiradores profesionales. Alguno de nosotros continuaremos la senda de
Gonzales Prada, quien escribió que los intelectuales deberán estar al servicio
de la clase obrera. La clase obrera redentora de la humanidad.
—¿Clase obrera? ¿Cual? —Pregunté, confuso, tenía entendido que la clase
obrera había muerto como fuerza revolucionaria.
—Los que construyen las bases de esta sociedad, los que han pagado con sus
vidas estas condiciones.
—Incluso las condiciones en que vives. Acaso tu familia no son obreros.
—Es cierto.
—Anarquista es quien construye la anarquía. —Empujaba su propia roca el
buen Medina.
—Medina, a qué hora va llegar el Wilber. —Anónimo V.
—Ya son más de las cuatro, muchachos, es hora de empezar la reunión. —
Diego podía tolerar treinta minutos, pero si la presión era mayor no quedaba
de otra.
—Pero esperemos un poco más, ya llegará. —Agregué.
El silencio, las manos de Diego ordenando las calles que dibujó en un mapa
pequeño. Un grupo por la octagonal, otro por cierto jirón, luego reagruparnos.
Pensabas en Viviana, la buscabas con los ojos. Más importante era concluir los
objetivos trazados, entretanto, trataba de hallarla. Fito cargaba las banderillas,
Plaza Brul era el lugar de reencuentro luego de la jornada, decía orgulloso de
un par de años de experiencia en marchas. No conocía mucho el centro de
Lima ni sus calles, me gustaba la novedad. Alonso tampoco y mucho menos mi
grupo de la academia.
—No se olviden, debemos estar llamándonos por celular. —Anónimo V.
—Yo estaré con mi grupo de la academia, Diego, más los universitarios y los
otros grupos. Seremos un batallón.
—Sí, eso parece. Llevaré la gasolina y las botellas con Leandro.
—También hay que cargar piedras —Alonso echaba vistas alrededor.
—La cosa estará fea si agarran a alguno de nosotros. Siempre digan que son
estudiantes. Traten de botar las banderas de anarquía si sucede eso. No deben
identificarnos como anarquistas.
—Sí, en otros países está jodida la cosa para los anarquistas. —Fito agregaba
efusivo.
—Debe ser. —Dije.
—¿Dónde está Viviana?
—La llamaré. —Cogí el teléfono, una excusa para escucharle.
Mis amigos de la academia me esperaban a pocas cuadras. No llamábamos la
atención haciendo un círculo. Habían cientos de grupos, incluso ingenuos con
eslóganes violentos.

Reunión para la última marcha contra la ley de esclavitud laboral. Creíamos ver
a Kropotkin y Malatesta en la confrontación a la policía. Creía sentir algo de
realidad en esos actos. desarrollemos los valores en nuestros medios,
tengamos esperanza, muchachos. El futuro está en nuestro corazones.
"Pura porquería".
—Allá llegan los guevaristas.
—Esos huevones. —Agregó Fito. Una banderola roja les cubría a las chicas
simpáticas que cargaban delante de la pequeña masa.
—Rojos. —Otra vez Diego, despectivo.
—Esa chica está bien guapa.
—La conozco, es del cono norte, es una actriz de teatro también.
—Sexismo y comunismo. Ja,ja,ja. Son la cagada los rojos.
—Pero así atraen gente. —Anónimo T.

Quería sentirme libre, y gratas experiencias en el pútrido aburrimiento de la


ciudad. Los anarquistas eran buenos cómplices para asirse en el vendaval y
aullar un poco. Noches anteriores Viviana me invitó a un evento en el Bunker,
que graciosamente se encuentra el local al lado de la Dirincri, a una cuadra de
Wilson. Mezclada con los chiquillos adictos al rock y alcohol, me perdía, ya
conocía algunos amigos, compré un ron y empezaba la fiesta. Alonso Alcazar,
quien ahora es un organizador de eventos multitudinarios de rock asociado a
municipalidades, empresas y auspiciadores, sin ningún escrúpulo, pululaba en
las noches vestido de punk, chato, con los ademanes de llamar la atención. Un
muchacho bandido, discutíamos, de punk internacional, del perucho, de chicas,
de alcoholismo.. aparece Viviana, sus botas relucientes hasta la rodilla, labios
negros, cabello rojizo.
-Te encanta la Nana.
-¿La Nana?
-Así le decían en la movida punki.
-Ah sí, jaja, ¿por qué?
-
-Me pones sensible, Daniel. Por qué no se lo dices.
-No, no pasa nada. Prefiero guardarme este sentimiento. Además ya lo sabe.
Mejor espero, no crees.
-Puta, me haces pensar en Laura.
-La punki de SJL.
-Sí, sigue con ese imbécil de Lugo.
-Ah. Qué más da.

-Idiota.
-Qué, no me digas siempre así, mira, te voy a abrazar.
-Suéltame, idiota. -Y le cogí de la cintura con fuerza, le calenté la espalda de las
brisas.
-Te gusta que te abrace, no lo niegues.
-Ja,ja,ja. Idiota.
-Celeste que diría de esto.
-Sigues con esa chica, la de ojitos de droguis.
-Sí, me quiere. Tú no.
-Quién te va querer, idiota. Ja,ja,ja. Eres un masoquista.
-Sí. Y te quiero.
-No me quieres.
-Sí.
-El amor no existe. Es solo un deseo de alguien a otro. Deseas algo de mi.
-Eso es cierto. Pero te quiero.
-Ya. No me digas así.
-Por qué, eh, que pasa. -Y se soltó, caminó hacia el bullicio y las multiformes
imágenes.
-Eres un idiota. -Reía burlándose.
-No. -No había nadie al rededor, la oscuridad enfriaba. -Ven, no te vayas.
Me arrodillé, jalándole las botas y volteó, me vio bajo de ella, como anunciando
un mal augurio, como la tragedia griega. Algo que está escrito y uno se rebela.
Dos individuos sintiendo que nunca estarán juntos. Y en realidad siempre es
así, los libres no podemos unirnos a otros como un proyecto. Solo podemos
unirnos a la dinamita y las pistolas, no, Viviana.
-Me encanta tu nombre.
-Por qué me abrazas así, Daniel. -Sonreía, las lineas de maldad, de manipular,
de parecer, de engañar.
-Me encantas, ya, como un año y más, te sigo esperando.
-Ja,ja,ja. Eres un idiota cuando me hablas así. Por eso te digo así. -Coloqué mi
frente en el suyo, sentí el aire tibio, sus manos, por primera vez le cogí los
dedos. Sonreía y no decía nada.
-Sé que soy un perdedor. Además, tengo novia. La quiero mucho. Por qué no
aceptas que esa vez fuiste a mi casa tempranito de la casa de Limber a
molestarme, eh, te enteraste que creé una relación.
-No. Idiota. -Y no dijo nada más, también le agradó el calor de mis brazos.
Y cuando intenté besarla, se hizo a un lado, y me propinó un pequeño golpe en
el estómago. Volvió al concierto.
-Oye, no te vayas.
-Eres un tonto. -Volteó medio rostro un tanto alegre -y me agradaba, eso era
todo, Daniel.
-Carajo. Nunca voy a poder convencerla. Mejor me hago a un lado. -Pensaba en
Celeste.

Qué felicidad y placer le encontraba poder vivir al lado de estos maniacos


rebeldes, “qué locura”, no lo podía creer tan fácilmente. La primera banda de
amigos que anduve, éramos punkis con el cabello sucio y la ropa comprada de
la cachina de la zona de Pesquero, el terminal y sus cuencas y visagras y
herramientas al lado de otros trastos y géneros. Sandro, Cristofer, otros
alcohólicos patéticos merodeando la calle. A lo mucho aspirábamos a unos
conciertos en el centro de lima y otros punkis nos arrastraban a los golpes
colectivos y la música estridente, los parches de bandas, las fotografías como
arte en las paredes, los fanzines. La banda punki se sentaba en las bancas de
plaza san martín y esperábamos que llegara Sandro con los licores baratos. De
lejos veía a quién era Viviana, con otros punkis más modernos. Habían
diferencias, entonces, guapos o de clase o inteligentes. “Siempre hay estas
putos escalafones”. Bueno, y yo la veía a Viviana de lejos. “Algo haré en mi
vida para conocer a una chica como ella”. Su nariz respingada, los bloques de
balas en sus correas de cuerina, las botas largas, negras y limpiecitas. Pero lo
que más me llamaba la atención era que esté ahí, que exista. Que exista como
todo lo que veía. “Por qué existen”, me preguntaba en otra crisis kafkiana. Y
llegaba Sandro con las botellas, los cigarros y Cristofer quería escuelearme de
la calle. De los barrios, de la gente, y yo le citaba a Albert Camus, Bukowski,
Bakunin, Marx. Soñaba con ser alguna vez escritor y escribir tanta mierda que
los demás no puedan comprender. El viejo Murillo sentado sobre su guitarra,
con el reloj de oro y los zapatos de cuero. Un buen tipo, me dio la mano, me
dijo que el rock subterráneo se vive y nunca olvidar que fuimos ternera.
Ahora no eramos una bandita de borrachos, sino un grupo unificado,
disciplinado y con una buena base teórica. Deseaba que el viejo Murillo esté
escueléandonos también y soñaba que todos los anarquistas, punkis y
disidentes formáramos esas federaciones que decía Fabricio y,
progresivamente, acuchillar los cables conectados entre cada edificio, sistemas
de pensamientos y formas de dominación establecidos. Lo sentía y luego
aparecía Viviana con el cabello fucsia y otras amiguitas más, libando un trago o
buscando aventuras.
La historia y práctica de los movimientos anarquistas en Perú finalizaron en los
años treinta, sucesivamente a esos años los políticos comunistas y apristas
absorbieron la variedad de tendencias existentes antiautoritarias. Algo así leí
en uno de esos libros que publicaban algunos anarquistas intelectuales que
conocí. Me espesa la garganta recordarlos postrados en sus oficinas, sus
centros de trabajo, sus tiendas, y algunos eventos al aire público. Me espesa la
pasividad al grado de querer reventar botellas de vidrio contra la pared.
Pasaron décadas de nula formación de anarquismo social, quizá alguna que
otra propuesta por organismos ahora recordados con halagaos y
agradecimiento. La anarquía murió en Perú.
En los años 90’ se lleva a la superficie de la llanura húmeda de Lima
grupúsculos universitarios y exteriores. Se fomenta una de las primeras piedras
que cimentará las adversidades que pasarán los pocos anti autoritarios en
inicios de los 2000. Entrando en el 2010 es cuando se observa en las luchas
sociales expuestas en los cementos del centro de Lima, grupos de izquierda,
oenegés, diversas organizaciones enfocados en defender sus derechos,
feministas, animalistas, y en un rincón, de color negro, los gritos de
anarquistas comprometidos. Habían muchos sueños y esperanzas, egos
tratando de imponer organizaciones de tinte libertario en sus entornos
cotidianos. Gente interesante que conocí, hermanos y compañeros de sangre. Y
como en todo grupo humano, también habían bastardos autoritarios
egocéntricos hasta el culo de verse a si mismo como redentores de los
plebeyos peruanos. Y también gente con la carne negra de tanto odiar esta
execrable civilización, gente como Diego Zavala.
La primera vez que vi a Diego fue en la marcha contra el decreto legislativo
que le otorgaba inmunidad a la policía de someter a juicio arbitrario contra los
“delincuentes”. Se consideraba “delincuente” a los luchadores sociales en este
contexto. Hay que verlo de ambas formas. Los “luchadores” odiaban esa
etiqueta, porque argumentaban, buscaban defender derechos en ciertos
sectores, en base a ciertas leyes y derechos fundamentales, aunque
colisionaban con organizaciones de lo más repudiable, (Oenegés,
municipalidades, o hasta partidos de izquierda, congresistas y derecha si
parecía un juego estratégico), pero no querían ver que la “delincuencia”
también era lo que se fomentaba en las calles cuando empezaba la gresca y la
presión contra la policía.
Poco después de conocer a Diego comprendí que era inútil dialogar con
izquierdistas, revolucionarios o comunistas. Estaban atados a sus propios
dioses como esclavos para cumplir su venia todos las noches antes de dormir.

Tras la penúltima marcha contra las leyes anti laborales juveniles del dos mil
quince cenamos en un local de Caldo de gallina en Alfonso Ugarte, juntamos
ripios entre nosotros que nos contábamos como diez. Alonso ya iba a ser
padre, reía a cada momento bromeando a los otros, los estudiaba quizá. Limber
era nuevo en estas esferas. La batalla nos llevó a un cansancio inigualable, y
nuestro espíritu rebelde soportaba más. Bebimos un ron para conocernos.
Diego y Roberto parecían los mayores entre nosotros, vestían de buzo, cuerpos
atléticos. Nos invitaban a participar de entrenamientos, les cubría un aura de
un soldado hiperbóreo, ni de tierra ni de mar.. se le veía los tatuajes en los
brazos a Roberto, nos recomendaba hacer ejercicio y leer mucho. Diego nos
contó sobre su procedencia maligna, locuras en su adolescencia delictiva, y
que innumerables veces terminó dentro de los barrotes de las comisarías por
agudizar la violencia en las protestas sociales. Se le notaba agraciado, éramos
una nueva camada de simpatizantes anarquistas. “De dónde sacaste toda esa
batería, Daniel”, preguntaba por mis amigos de la academia que arrasamos en
manada.

Al principio de todo vivía el caos, se corrompió y surgió la vida que conocemos.
Poema de Hesíodo, considerado uno de los primeros poetas con pretensión
filosófica, y lo leía en la biblioteca de Vicar, en España. Volvía a vivir con mamá
luego de tantísimos años. ¿Cómo llegué a Cioran? Concebir una idea que
destruya al universo. Los aforismos de Cioran me salvaron la vida. Los sentí en
mi corazón como una bomba de esas que revientan en la cara de policías,
militares o nanotecnólogos. Desear esa bomba en mis manos, lo aprendí allá,
en España, leyendo muchísimo en la biblioteca. Allí leí a Nietzsche y no
comprendía por qué despreciaba la compasión. Ahora lo comprendo. La
compasión debilita algo, eso que está adentro tuyo y no te deja vivir, esa
mierda que no te permite vivir, ese monstruo que describe Vera, ese monstruo
interior. Esa Bestia, ese llamado de la naturaleza, esa fuerza inhumana. Y solo
me interesaba el caos desde entonces y buscaba amigos afines al gusto, solo
buscaba el caos, como Limber. Bebía unas cervezas con un muchacho que
había visto en muy pocas ocasiones. Se llamaba David, el padre de su sobrina,
pareja de Adela. Cabello rasta completo, delgado como yo y con carisma.
—Daniel, enfermo, en que estás. —Bigotudo, cara apagada.
—Hey, tú, Richi. —El existencialista triste ahora.
—Vamos a las putas, qué dices. Te veo deprimido.
—No estoy interesado aún.
—Hicimos lo que pudimos. —Me imaginaba a Ricardo tirándose a las putas más
altas, blancas, guapas. El era más chato que yo.
—No lo sé. Aún creo en el feminismo anarquista.
—Esa basura de anarquismo. Ya te dije, no existe ningún correlato en la
historia.
—Hay otras tendencias que ando leyendo.
—Estoy con cólera, quisiera matar a ese conchasumadre veterinario.
—Me datearon que tiene sus hinchas. Y otro caso me contó que suele hacer
buen trabajo y mal trabajo a propósito.
—O sea, empeora la enfermedad para alargar el caso.
—Sí.
—Basura de porquería. Si tuviera un arma, Ricardo, si tuviera uno no me la
pienso dos veces.
—Tranquilo. Ya veremos como le va a esa basura.
Para mi Ricardo es un cínico, no lo quiere aceptar, admira el caos. En una rara
oportunidad, bebiendo fuera de su bar, charlando de ciertos temas me dijo:
¿por qué no te haces eco extremista? No le hice caso, nunca más le volví a
encarar esa proposición.
Limber me reconoció y se acercó.
—Trajiste eso. —Saludos de puño.
—Sí —abría mi mochila.
—El es David, mi cuñado.
—Hola mano —me clavó sus ojos en los míos, debía expresar curiosidad, me
pregunté. —Lanzas, manito, eh. —Manoseaba unas hierbas en su palma.
—No mucho. Prefiero beber.
—Prueba esto, David. —Limber educado, sorprendente.
—El es Daniel, mi amigo que saca tragos finos, ropa fina, lo que pidas.
Toda esta aventuraba empezaba con Limber también y me siento orgulloso de
él. Aprendió algunos oficios, se desarrollaba bien en su barrio vendiendo
algunas pastillas. Decía que sus causas son respetados. Vacaciones y el otoño
fresco. El y Alonso se pegaron a las clonas andando en la calle con los
chiquillos del barrio. Su fuerza física compaginaba con su carisma. Diferente a
como era cuando estábamos en el colegio, hastiado de sus problemas de
depresión y ansiedad consumiendo psicotrópicos. Ahora las vendía
ilegítimamente.
(Clonas: derivado vulgar de la palabra Clonazepam, pastillas proporcionadas
por expertos en tratamiento psiquiátrico. Según Kenny las clonas sacan tu lado
más oscuro, reprimido y/o te vuelve manipulable.)
—¡Roqui, no te vayas tan lejos! —Un perrito que me encargó una rescatista del
barrio. —Blaki, tráelo.
—Que fue, Dani, otro perro. —Reía.
—Oe, Limber, tengo algo que contarte. —Le silvaba al travieso Roqui un
labrador cruzado. —Me lo encargó la rescatista del cinco.
—Está riquísimo esta vaina, manito. Cómo lo haces, ah. —David parecía revivir
su cuerpo drogado.
—Estaba aburrido y me lancé, es muy fácil. Vamos ahora si quieres.
—Ah, esa es, manito. Ja,ja,ja. Que locazo tu causa, Li. —Que entusiasta me
pareció.
—Vamos hacia Ricardo. Qué hacemos aquí. Parecemos drogadictos, ja,ja,ja. Se
pegan. —No me imaginaba que Limber había consumido las clonas.
Un muchacho pasó y gritó:
—¡Bebé! —Bebé dirigió su flaco y duro cuerpo hacia él. —Tienes esa nota, eh,
bebecito.
—Ya manito. —Le entregó a Limber lo que desgranaba en sus manos, la hierba
olorosa —Ya vuelvo, guárdame esa locura.
—Quién es ese, men.
—Quién será. Debe vivir más arriba de Los Malditos de las laderas.
—Tu barrio, eh. Espera, —Sorbía un bocado de trago — Pensé que se llamaban
solo Los Malditos.
—Son sus causas que viven más arriba, la paran haciendo por allí. —Un
muchacho con una gorra de pato, unos jeanes pitillos y un polo demasiado
ancho, zapatillas de skater. Esa amenazadora cara que Andrés evitaba se
acerquen a mí.
—Sí, dan un poco de no sé qué, ja,ja,ja.
—Mi primo es inteligente, lee mucho, los respetan.
—Ah, sí. Por qué. Supongo porque la mueve. Será el único que lee.
—Tiene visión. —David solía andar cargando montos de hierba o coca por las
calles, pasaba algún amigo, le hacían señas con los dedos, a veces dos dedos
en la sien, si indicaba marihuana o le decían “c-c” para la coca. O un dedo
tapándose el orificio de la nariz o la famosa palabra “weed”. Pensé que debí
aprender a expropiar hace muchos años antes. Seguro ese muchachito con un
coeficiente de ochenta sabía robar. Podía enmendar mi error
—Ah, sí, mira, así son las vueltas. Caminar un poco y caleta. —Señalaba al
muchachito.
—Voy a comprarme una bicicleta.
—¿Alprazolam? . —Le abrazaba a su amigo caminando hacia la avenida más
próxima, atravesando el mercadito.
—Sí, es rentable, y más que nada, que los clientes son mujeres.
—Tan depresivas están, pues, ja,ja.
—Está que viene tu primo. Otro día lo emborracharé. Quiero aprender más del
tenderismo. —El amigo se despedía de David, éste seguía inexpresivo y
hermético, caminando sin expresión corporal.
—Podemos sacar entre varios un gran monto de pastillas.
—Ahora no estoy tan interesado, men… ¿Los demonios?
—Son más caleta. No son como el barrio de Alonso, que son más bravos y
pucha, imponen miedo, en cualquier lugar, pero son conocidos, hasta
internacionalmente. Ja,ja,ja.
—¿Por qué le apodan bebé?
—A los trece años ya vivía en pandillas alojadas en las favelas. Creo que
tumbaba a los mayores. —También le decían Caracol o Bob Marley.
—Mierda. Que miedo con tu primo. Pero Alonso es un rankeado.
—Este barrio es caleta.
—Ah sí, ya los conoceré. Ayer me vi con Celeste, estaba angustiada. Creo que
terminaremos pronto, putamadre.
—¿Celeste consume pepas?
—Antes sí, creo, cuando no estaba conmigo. Ahora dice que quiere cambiar,
progresar, trabajar y tanta mierda que no soporto.
—Así son las chicas ahora, mano, debes tener algo en el bolsillo.
—Yo no tengo nada ni quiero tener. Hey, Li, las chicas son depresivas como tú,
las que te compran.
—Jajaja. ¿Sigue tratándote mal?
—Quería contarte otra cosa, men. —Bebía más. —Quiero hacer atracos a mayor
escala. Dime con sinceridad. ¿Qué crees que haría falta? Soy nuevo en esto.
Muy nuevo.
—Mente fría, es lo que entiendo. La gente que conozco que aquí roba tiene la
mentalidad fría.
—Fría en qué sentido.
—Hay consecuencias.
—Cárcel o muerte. —Dije inmediato.
—Sí, eso. Todos sabemos eso, es lo que más teme la gente.
—No sé si me da miedo. —Limber nunca participó en alguno, extrañamente se
involucró más vueltas de hierba o pepas.
—Aquí vas a conocer gente de experiencia.
—En Chile, México, Gracia, Italia…los anarquistas hacen atracos de menor y
mayor escala… aquí la delincuencia es mal vista.
—En todos lados. La gente se asusta, las familias… mi viejo me jode solo por
beber y fumar. —Se empieza en la mente y termina en el cuerpo. El cuerpo
exige el delito, no, Limber.
—Que no te encuentren las pastillas, men.
Limber combinando rones con jugos de frutas, Limber bailando con Estefani,
Leslie, Viviana. También en las marchas del centro. Limber de niño en el primer
día de clases. Limber, mi mejor amigo, el niño rico del barrio. No le faltaba
nada se podría decir. Dos padres, una gran familia. Cuántas veces los domingos
de borrachera me quedaba hasta la noche y su familia festejando con él y yo
recordando a mamá y mi tía tan lejos de mí. Qué error tratar de comparar. Li
guardaba secretos muy negros.
—Has conversado con Alonso del mismo tema.
—Queremos ir al centro a conversar con los anarquistas de otros lados.
—Bien, buena idea.
—Diego sabía de estas cosas, no recuerdas que nos contaba sus historias
quemadas.
—Ja,ja,ja; ese Diego, conchesumare.
—¿Esa mierda de pastillas las suelen usar los malhechores para dormir flacas y
tirárselas, cierto?
—Sí, también. A mi me relaja, a mi flaca también.
—¿Con quién estás ahora?
—Con Fanny, la pelirroja de villa. No la conoces, supongo.
—Quién será.
—Li, vamos al depa. —David le apuraba, parecía ansioso y satisfecho también.
—En un rato.
—Daniel, a cuánto me vendes el jagger.
—Treinta soles.
—¿Y si truequeamos con hierba?
—Es posible.
—Claro, Daniel, aquí tenemos la mejor hierba de la zona. Aquí sobra la droga.
Ja,ja,ja. —Li, que antojadizo.
—Ahora vas a vender hierba, Daniel. Es mejor idea que andar hurtando. Te van
a chapar un día y yo no te conozco. —Ricardo apareció como un fantasma.
—Dame eso para fumar. —Ignoré a Ricardo.
—Ya, manito, que rote. —David fumaba a pesar que la gente le veía. —Sí, me
acuerdo de ti. Hace años cuando la hacían seguido aquí.
—Esa vez te lo presenté, Daniel, cuando un pata del barrio le golpeaba a un
drogo luego que Alonso se presentara del barrio.
—Ah, sí. Déjame recordar. —Me servía más trago, estaba muy delicioso. —El
que vendía pasta. El negro que le tumbó aquí mismo al malcríado que quería
pelearse con Alonso.
—Sí. Ese día.
—Claro, David. —Me dirigí a él. —Tú eres pareja de Angela. Ese día te metiste
como si fuera tu casa.
—A ver a mi hija, manito.
—Yo también entro como si fuese mi casa.
—Puta, hacíamos mucha bulla. —La añoranza. —¿Qué años eran?
—Dos mil quince. Bajaban las chicas del centro, del agustino, del norte, jajaja.
—¿Dónde están esas bandidas, Limber? —David proseguía fumando.
—No lo sé. Ya no nos hablamos mucho con ellas.
—Las cosas cambian, mano. —Le dije a David. Nos llevamos bien.
—Siempre es así, manito. El río varía, la gente siempre cambia.
Y yo debía cambiar pronto o me enfermaría más por la monotonía. Mañana
volvía a clases, que agobio ya sentía.
—Mañana tengo clases, Li.
—Cuarto ciclo, qué rápido pasa el tiempo, carajo. Yo no puedo estudiar por
ahora.
—Sí, pues, la cagaste.
—Jajaja. No interesa. Ten, fuma, para que te desestreses.
—No puedo. No sé si voy a seguir. Lo pienso demasiado.
—Que pasa manito —irrumpió David.
—Ahí, que tengo gastritos y no puedo beber.
—Todo está en la cabeza, manito. —Reía drogado.
—Jajaja.
—Viene Adela, David. Mejor guárdate. —Li le advertía.
—Chau, chau. —Desapareció.
Los vecinos pasaban y ninguno conocía. Unos muchachos hoscos en la esquina,
Ricardo volvía a salir. Pasó delante de nosotros Adela empujando el coche de
bebé.
—Hola, Dani. Cuánto tiempo.
—Hola, Adela. Buenas tardes, señito.
—Buenas tardes, Daniel. —Parecían que llegaban de hacer compras.
—Tengo que irme, Dani.
—Chau, Limber.
Regresé a casa, repasé algunos cursos, le escribía a Celeste y algunas chicas
con un poco de ansiedad. Me tumbé a la cama con Bobby y Roqui. Recordé
cuando andaba en Quilca creyéndome revolucionario, días tan profundos,
paseaba con Celeste y Alonso con Érika tan enamoradísimos. Compraba libros
luego de las clases de derecho. Estaba bien jodido, muerto en vida, cómo
empezó todo, me siento aún confundido, solo, en mundos glaciales. Robar es
morir un poco, así escribió Gomez Muriel y era cierto. La primera vez que hurté
una crema facial me moría de miedo. Cómo empezó todo, carajo. Maldito país,
maldita civilización.

V.
Nunca había trabajado formalmente, ocho horas de asesinato moral y los
puritanos a mi alrededor sosteniendo la fe del mañana, regresar a casa y
rezarle a Babilonia, dormir y al día siguiente agradecer la oportunidad de sanar
mi alma honrando a mi familia y a la ciudadanía, para el fin de semana bailar
con alguna chiquilla en la discoteca de mi barrio. Que asco, nunca había
trabajado y no lo deseaba hacer. ¿Qué me quedaba? Estudiar, para qué, para
también trabajar en cualquier estupidez rodeado de estúpidos y el jefe
estúpido guiándome para el porvenir. Ser mano de obra un poco más
inteligente, era mi futuro espléndido. Llegó la hora que debía enfrentar al
enemigo anidado en uno mismo y no sabía cómo, y Celeste me decía que me
volvía loco, cada vez más loco. La conchasumadre, Celeste, le rogaba
comprensión. A todo el mundo le rogaba comprensión y llegué al límite.
Desperté a las cuatro de la mañana. No podía volver a dormir y recordé que
hoy sería igual que ayer. Cerré mis ojos por horas hasta que me dio hambre. Mi
tía encendía y apagaba las luces en los quehaceres cotidianos. La futilidad del
día iniciaba, la luz traspasaba las rendija de mi habitación de madera, respiraba
hondo, esforzándome aún de repasar derecho penal. Mi tía me saludó feliz, me
preguntaba sobre la universidad y yo que todo en orden, todo muy bien; y el
aire frío del firmamento caer se alojaba en mi piel, un paso, dos. Afuera, todo
igual, todos los días, el resto de mi vida: obedeciendo, participando,
aplaudiendo, apresurado, sofocado, apaleado, saltando el aro.
Mi tía dejó el almuerzo hecho y se retiró a su trabajo. Bebía manzanilla
repasando algo de la exposición que debíamos presentar. Solo debía aprobar el
examen final, pensé, y los parciales. Lo demás puede pasar por agua tibia. Las
azucenas en la mesa me hacían compañía, mis canes, el cuadro de mis
abuelos. Carajo, que desidia, me imaginaba una vida diferente en la casona de
Chumpi. Adrián me llamó.
—Llega temprano, carajo. No te vamos a esperar, harás la exposición principal.
El profesor te admira en secreto. —Su voz cansina.
—Sí, claro, como yo a él.
—Estudia en el camino, Daniel, te necesitamos. Mano, tú eres el mejor.
—Basta. Dedícate a la impresión de los textos que no tendré tiempo. No
vuelvas a llamar hasta más tarde. Voy a salir.
Era mi temporada como un activista animalista. Tenía muchos contactos por
varios distritos de muchachos amantes de los animales, mataba el tedio con
los peluditos y horribles casos de abandono. Llevé a Rina y Bobby donde el
albergue a pocas cuadras de casa. Lynn estaba en la puerta también
impuntual, al lado la casa de la señora que le alquilaba el local, los olores de
los arbustos rodeándonos, las casas de madera.
—Hola, Lynn. Cómo has amanecido hoy.
—Hola, Dani. —Sonreía de extremo a extremo. Ella es una chica muy guapa,
vivía en Iquitos y se mudó desde su infancia en mi barrio. No conocía mucho de
Lima y amaba a los cachorritos.
—Me los llevo al cerro a corretear de una vez. Regreso en media hora porque
debo estudiar unos cursos, sí.
—Ya. Yo voy alistando su almuerzo. —Los perros aullaban al escuchar nuestras
voces.
—Suéltalos a todos, me seguirán, jaja.
El albergue se situaba afortunadamente a pocos metros de la entrada
pedrogosa al cerro los Lucmos. Los vecinos presentaban quejas por los ladridos
diario que hacían los chiquitos y en respuesta mía, les miraba grueso a cada
uno de ellos. Pomposamente escalamos hacia el cerro y todos los chicos
correteando por doquier, molestando a todo aquel ciudadano que pasara,
tratando de llamar mi atención, ensuciándose, sobre las grandes piedras,
jugando al “pilla-pilla”, escondiéndose, y mis hijos se acoplaban al grupo y
enfurecían más la fiesta. Mataba el tedio con los animales abandonados y por
meses leía en las alturas varios textos extra académicos: Feral Faun, Foucault,
Ted Kaczynski. Creo que no debí leer al último.
—Tranquilo, Rocky, no me ensucies. —El más hiperactivo volvía loco a los
demás.
Bajo nosotros se podía vislumbrar los mataderos de cerdos, de vacunos y
criaderos de aves informales. El olor a abono, a miseria y desolación, el olor a
muerto. Tenía entendido que los criaderos informales sobornaban a la policía
del barrio. En una oportunidad intenté secuestrar a un cerdito y el dueño
apareció, doblemente alto y más ancho que yo. Huí y los perros le ladraban, en
especial Blaki que olía la adrenalina. Volvía al local y me despedía de la linda
Lynn. Volvía a mi realidad.
—Mañana vienes, Dani.
—Claro, Lynn. Mañana vamos contigo al cerro.
—Sí, que quiero contarte muchas cosas. Te vas tan temprano hoy.
—Tengo algunos quehaceres. —Colorada y de ojos chinos y muy dócil. Los diez
perros me despedían con aullidos y ladridos.
—Gracias, Dani.
No podía vivir así, me sentía amargo de todo el tiempo que he perdido y
perderé más adelante dedicándome a servir a las leyes y enfermo no podía
disfrutar mis lecturas; la humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de
espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo
de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su
propia destrucción como un goce estético de primer orden.(Walter Benjamin)
Sentía el cuerpo hecho pedazos sentado deseando que acabara el viaje. Qué
voy a hacer ahora. No tengo dinero, tampoco. El repiqueo de los autos en
movimiento, palomas sobre los cables, los montículos de basura. Luego,
chalecos amarillos, la cola para el ingreso, los otros minutos de espera.
Caminar desde Wilson hacia la universidad, sentía que en cada paso algo muy
profundo de mi escapaba.

Adrián estaba en la puerta de la universidad, vestido con su casaca de cuerina,


su cabello con gel limpiecito y su gran inseguridad proseguía.
—Habla, mano. ¿De verdad vas abandonar la universidad?
—Sí, no tolero muchas cosas.
—¿Y qué vas hacer?
—No sé, no tengo planes. No tengo ni puta idea que hacer pero no quiero
seguir aqui. —Los hombres de seguridad vigilándonos. Más cuerpos,
profesores, alumnos, cristales rotos, el techo agujereado, descendiendo,
náuseas.
—No te vayas, Daniel, haremos todo lo que quieras. Quién va joder a los
profesores.
—Quisiera quedarme, Adrían.
Martín cercenaba su cuerpo en la puerta, brazo apoyado, tras él vi al resto.
Clase de economía II.
—Traje todo completo, Martín.
—Bien, manito.
—Siempre llegando tarde. Somos los mejores.
—¿Arlin? ¿Dónde está Arlin? Me dijo que ya estaba aquí. —Preguntó Martín
inmóvil esperando inmediata respuesta.
—Sí lo dijo, sí lo está. —Agregué. —Quizá no está aquí en el aula.
—Estará imprimiendo su presentación.
—¡Mierda! ¡Debo hacerlo yo también! ¡Que se joda esta clase, ya vuelvo!
—Espera, Daniel. —Adrían me siguió, sentí sus pisadas. Descendimos los cuatro
angostos pisos.
—Debo presentar el trabajo.
—No que te vas de la universidad. Mentiroso. —Un pequeño temblor.
—No lo sé, depende de las circunstancias, tío. Pero no dejaremos de vernos, eh.
—Nunca, pe’. —Gracias, amigo.
—Eres de los pocos que saben escuchar y pensar, tío.
—Aprendí muchas cosas de ti, como a joder a los profesores.
—Eres bastante emocional. No dejes de sentir esos sentimientos, Adrian.
—Konny volvió con ese muchacho de quinto ciclo.
—Déjala, te dije, solo quiere llamar tu atención.
—Allí está Arlin. —Señaló a la fotocopista.
—Ese mierdita, fotocopiando las tareas, seguro de la Lucero.
—Pídele antes que venga, rápido. —Saludé bruscamente a Arlin.
—Dame, tío, rápido. —Me sonrió —otra impresión exacta, por favor, señorita
—Dicen que te vas a ir de la universidad, Daniel.
—Sí, no sé exactamente, pero sucederá. ¿Tú? ¿Cuándo vas a decidir estar con
Lucero?
—Ja,ja,ja. No se lo digas. —No sé que más le decía Adrian a él.
—Ya acabé. Vámonos.
—¿Y qué vas a hacer a partir de ahora?
—No lo sé. No me importa.
—¿Cómo que no te importa?
—Quizá me mate o robe un banco.
—Este tipo está loco, Adrian.
—Déjalo, él podrá hacer algo o se morirá.
—No quiero hablar de esa mierda. Estoy muy abstraído.
—No, cagado. Ya no, Adrian. Hoy me voy. He venido solo para pasarla contigo
un día más. —Me quedó mirando resignado, sin decir palabra.
—Míralo a Freddy, Adrian. Se ve que no entiende ni mierda, está volando.
—Sí, ja,ja,ja; está con su cara de huevón.
—Estudia, mierda. —Arlin a mi izquierda.
—Calla, basura. —Los serenos muchachos de adelante giraron cuarenta y cinco
grados hacia nosotros.
—Atiende, mano. —Petrificó su mirada. Arlin me apreciaba, también me veía
como su aliado, como alguien a que acudir en ciertas materias. Dudo que esos
chicos hayan olido maldad en mí. Aquellos aires de montañas que vislumbraría
mucho después. El cuchillo en el pecho, “mierda, Claudia, qué diría de esto”.
—Está bien. Está bien. —Qué será de ustedes, pero estarán bien, mejor que yo,
de hecho. Quiero largarme. —Hoy es probablemente el último día que me veas,
Arlin. Te me cuidas, no dejes de leer. Eres inteligente.
—Eres idiota por dejar esto. Tu familia, manito. Piensa en eso.
—Ellos no están tan jodidos como yo.

—¡Como que te vas a ir! ¡No te vas a ir, conchatumadre! Es otra de tus
quejicas melancólicas existenciales. —Martín daba en el orificio ensangrentado.
—Me largo, tío, me largo, esta vez no bromeo.
—Pero por qué, exactamente. —Tenía la pipa cargada. —Ven, fuma, fuma
mierda, te hace falta fumar.
—No es eso, putamadre. Es también por el dinero en casa. No quiero trabajar.
—Ja,ja,ja; vago de mierda, es por eso. Puta, manito. Al hecho, pecho.
—Pecho y cuchillo. No voy a trabajar y peor por estudiar derecho.
—Es fácil y lo sabes muy bien. Depende de ti.
Las tiendas atosigadas, el cuadro de las calles acosadas de transeúntes
ausentes, emborrachar a los compañeritos tranquilos y nuestras amigas
simpáticas. Una puta vida tranquila, pensaba, pensaba demasiado y no podía
vivir. Pensaba en los mensajes de Claudia hace unos meses, mis leves
sospechas. El eclipse inevitable la obligaba a actuar como ella no solía. El
fondo de la tarde se oscurecía, una docena de mujeres en los barrotes de
Ciudad de Dios vendiendo sus cuerpos. “Por qué me imagino esta mierda”,
luego ella, entre toda esa maldad multitudinaria, con su minifalda, su carne
bajo la penumbra, su tristeza profunda.
—¿Cómo vas con tu flaca?
—No me va pasar esta mierda, la tuya tampoco, eh. Si te pasara.
—A mi nunca me va pasar esto. Daniel, tú no puedes. Yo sí puedo, mírame. Más
limpio y ducho que nunca.
—Que bueno, mano. Me da pena esta mierda.
—No tomes esa basura de pastillas. Esa mierda es lo peor.
—El doctor me ha recetado, no puedo dormir, tengo insomnio por días. Mucho
estrés.
—Esa mierda elimina lo único que eres tú. Apaga toda tu personalidad. Te lo
digo de experiencia.
—Lo voy a dejar, créeme. Tengo sueño. Nos veremos pronto, llámenme.
Y estaban allí, como todos estos años, los muchachos con sus mochilas, sus
libros en mano, atolondrados por buscar a su profesor, y las palabras de mi
madre rebotando, cuando era la mejor estudiante, “me encantaba ir a estudiar,
era mi refugio luego de casa”. Bajaba las escaleras, otras dos muchachas
subiendo, extrañaría a algunas amigas que en el fondo no me entendían. Ellas
tenían otra forma de pensar muy aburrido. Lapiceros, cuadernos, la señora de
limpieza que odiaba a todo el mundo. “Como esta gente puede conformarse
con esta basura de vida”. Vi a mamá y mi tía tras las bancas del vestíbulo
externo. Vestidas hermosamente cuando trabajaban en ventas por varios
departamentos del país. Me senté y esperé a Adrian.
—Acompáñame, tío. —Ya estaba en secretaría solicitando mi ausencia temporal
en el cuarto ciclo que llevaba.
—¿Lo tiene bien pensado, joven? —El instructor jovenzuelo coqueto con las
chicas. Parecía que el mundo le iba bien a él.
—Sí, profe. Es por motivos de salud, tengo una infección agravada y gastritis.
Trabajaré y proseguiré el siguiente ciclo.
—Firme aquí, por favor. —Sonreía siempre, sus dientes pequeños, el
desgraciado.
—Gracias, hasta luego, profe. —Sentí que respiraba mi desprecio.
Adrian me seguía hablando de Konny, de otra chiquilla, de Ana, de Claudia.
—Este mundo no es para mi. No es para nadie. Miren a todos estos patéticos.
Necesito largarme un tiempo. Puede que cambie de carrera.
—Sí, Daniel. Cámbiate a periodismo. Eso es lo tuyo, te gusta la literatura y la
filosofía.
—Quizá. Voy a pensarlo. —Proseguía animándome, que sí, opte un cambio. Que
me van a extrañar. Quién va joder a los profes y tanta cháchara y locuras que
pasamos.
—Debo irme, si no duermo temprano, me va a joder esta mierda, Adrian.
Vuelvo la próxima semana. —Imaginé palabras de Martín: este hombre, que
deprimente es.
—Bajas a mi barrio, cuando puedas, Daniel. El quica te espera, la gente. —
Gracias, pensé, Adrian.
Me largué, aliviado, del edificio de la Universidad, hacía frío, el viento de otoño
iniciaba desde los polos, golpeaba contra mi cara, me obligó a detenerme bajo
los árboles del parque, recordándome que dejaba atrás años de sueños. Pedía
a gritos interiores poder disfrutar de algo, algo tan simple como una familia
normal, una novia segura de mí, palabras triviales al anochecer, obsequios
cada fin de semana, tortitas de mamamarci, una mesa grande y vasta de
comida y conversaciones superficiales. Mamá cocinando, esmerada de
terminar mi carrera profesional. Fumaba apoyando en un árbol, bloques de
piedras, escaramuzas del gentío y sus ruídos; deseando sentir su fantasma de
mamá, miraba una madre y su hijo pasar, tan despreocupados. Lo imaginaba
tétricamente y no podía. Unas frías lágrimas, otras bandas de militares
apuntando a los indios. Hordas de muchedumbres asesinas. Intenté concebir la
idea de suicidarme, pero no tenía suficiente satisfacción con la idea, no podía
aún. El mismo sabor de desolación y desamparo que se avecinaba en mi cara,
cuando a los seis años contemplaba las blancas sábanas de nieve sobre la
montaña que se vislumbraba desde la casona de mi abuela. Mamá no estaba,
tenía cuatro años, no podía dejarme más de cinco minutos en un lugar extraño.
El sol candente que compensaba el frío, los paisanos yendo con sus animalitos
a las chacras, sus túnicas, sus ponchos coloridos, las polleras y los niños. Mamá
regresaba, me cargaba, “mi bebé, por qué lloras, me he ido solo unos minutos.
Mamá, mi chico me quiere mucho”. El tío Guillermo visitándonos con la Jimena,
aún viva. Mi tía esperaba un abogado en la familia. “Detesto esta putrefacta
sociedad”, subiendo al carro. La gente alborotada seguía, los veía tras la
ventana, estudiantes, trabajadores municipales, ambulantes, buses. Me quedé
dormido para no sentir el tráfico, el ensordecedor repiqueo de los autos, la
mierda elevándose a los sentidos.
Como mierda pude recurrir a esta carrera. “¡mierda!”. Quizá si hubiera elegido
periodismo, estaría en otra frecuencia, en hondas ultravioletas, en análisis de
otros textos, desarrollando otras habilidades, pero, de igual forma, habría de
odiar esta horrible tortura mental. “¿Cómo la gente puede vivir así?”, pensé,
fatigado caminando sin nada en los bolsillos, tenía hambre, enfadado, llegaba a
casa. “Qué eran los abogados, los doctores, los ingenieros, futuros periodistas
como Claudia, profesores”. Era muy fácil y simple, pienso ahora, obedecer, una
carrera técnica, esperar, luego cobrar, pagar el resto de tu vida por ese
privilegio. “Perder tu propio individuo. Solo tenemos ello, mi individuo. Me estoy
volviendo loco, mamá”. Me sentí tonto por segundos, no poder aprovechar mis
pequeños ingresos de casa. “Quizá me estoy volviendo loco de verdad”, pensé,
y volvía el odio. “Para qué, trabajar en una empresa privada, estatal,
financiera, independiente y ser parte de esta mierda tan asquerosa”.
—Ya volví, tía. Tengo hambre.
—Como te fue.
—Lo abandoné. Lo retornaré el próximo ciclo. La psicóloga dijo que era lo mejor.
—Sí, lo mejor es la salud. No te preocupes. Estás muy joven.
"¡Al carajo toda esta mierda!", pensaba aturdido, caminaba de esquina a
esquina de mi cuarto bebiendo cervezas. "Carajo, ahora que haré”, me hablaba
y mi voz se perdía entre el bullicio de la música, melodías Pink Floyd que
escuchaba en España, me traían el olor que desprendía los invernaderos cerca
mi departamento, los colores de los migrantes en cada esquina, los viajes con
mi familia, cuando era adolescente, cuando era niño. “Volveré a ser niño”, me
tumbé a la cama. Bobby en los pies, Rina en mi pecho. “Volveré a ser niño, sí,
volveré a la niñez eternamente”.
VI.

VII.

Gaby no llega a casa, decía una mujer muy guapa de unos treinta y cinco años,
parecía venezolana, afuera de casa de Alonso. Limber me dijo en mi oído que
era la mamá de Gaby.
—¿Quién es Gaby? ¿La hermana de Nayeli?
—Sí, quemado, donde andas, ah. Te he hablado de ella, que estuvimos en mi
casa y...
—Ah ya, yo creí que era Vicky. Puta, no te entiendo, men, me hablas de tantas
chicas y ando estresado por Celeste.
—Tienes que olvidarte de ella de una vez. —Saludé a la venezolana y a otra
señora preocupada que me veían como a enemigos.
—Hola, Danielito, Limber. ¡Alonso, han venido tus amigos!
—Oe, pasen, pasen, no estén afuera. —Alonso ignoró a las dos mujeres.
—Qué está pasando, señito. —Le pregunté a su mamá.
—Ay, hijito, la hermanita de Nayi no regresa a su casa y su mamá está mal de
los nervios. Ay, pobre chiquilla como hace renegar a su mamá.
—Tu hermana no tiene corazón, Nayi. —Alonso le decía a Nayi.
—Siempre ha sido así. —Nos saludó a ambos. —Por fin los veo a los tres juntos.
—Falta Renato. —Agregó Li. —¿Qué pasó con tu hermana? ¿Dónde está?
—Donde su novio, me imagino. ¿Cómo se llamaba el tipo? —Dije y el rostro de
Limber era de celos. Ay, dios santo, dije a mi mismo. .
—No está con él, hace dos noches terminaron y no se sabe nada de Gaby. —
Agregó Nayi.
—Ah, ya. Y cuál es el problema. Tú y yo nos desaparecíamos semanas, Alonso.
—Dije.
—Mi hermana es menor, pues, Daniel. O si tuvieras una hija te gustaría que se
pierda así. Mi papá está preocupadísimo. La han buscado en todo Villa el
Salvador, en Villa María. No la encuentran en ningún lugar. —Nayi abrazaba a
su hermanito pequeño.
—Hola, pequeño, debes estar chévere. —Miraba la TV con gran tranquilidad y
me saludó.
—El es mi hermanito pequeño. Se llama Alonso también. Tiene ocho años.
—Está tranquilo y sereno el pequeño. —Le susurré a Limber en el oído.
Pasé la noche bebiendo en casa de Limber y decidimos buscar a nuestro otro
perdido amigo para pasar el día. Al parecer Limber ya conocía a la nueva
familia.
—Pero, señito, por qué están aquí las señoras. Qué tiene que ver Alonso.
—Ay, no sé, hijito. Alonso conoce a los muchachos del barrio. —Conversábamos
a solas en la cocina. El sol aún no nos despedía.
—Oh, señito. Ya entiendo mejor. —Nayi vivía en casa de Alonso, ahora parecía
todo tener lógica.
—Tamare, que hago, Dani. El pata con el que pasó la noche va venir ahora.
Tengo que cuadrarlo porque mi suegra está desesperada.
—Pregúntale donde está o lo que sepa. —Limber conversaba con Nayi sobre
Gaby y todos los detalles.
Llegó el maldito. Un muchacho feo con pinta de pandillero de antaño, cómo
una chica tan linda como decía Nayi iba a estar con alguien así, me dije a mi
mismo.
—Mi hermana es hermosa, como puede estar perdiendo el tiempo con ese
huevon, Alonso.
—Tu hermana está loca. —Alonso replicaba.
—Quiero conocer a tu hermana. Todos hablan de ella y no sé, ni por fotos la he
visto. —Dije y sentí un pequeño golpe en mi cintura, era Li. —Qué pasa, wacho.
—De ahí te explico algo. —Me reí en mis adentros.
—Voy a hablar con ese huevón'.
Alonso le increpó la ubicación de su cuñada, que no se haga el santo, que
afronte así como pasó la noche con ella en alguna fiesta o en nosé donde, que
“pare su pleito como un hombre”. El muchacho se negó. Dijo que la dejó en la
fiesta de a unas cuadras.
—¿Fiesta? Eso es puro floro, no, Nayi.
—No sabe que decir. Había una fiesta pero no me dijeron que ella estaba allí.
Luego el muchacho dijo que ella estaba fumando marihuana con otros
muchachos mayores como él del barrio de los Cubanos que no conocía. Llegó
su mamá del muchacho y se lo llevó.
—Espera, Li, por qué le hacen caso tanto a la mamá de Nayi.
—Es menor de edad, pues, si le meten una denuncia se jode. —Me contestó.
—Mierda. Qué peligro. En serio, quiero conocer a esa chica. Ja,ja,ja.
—Oe, no puedes hacer eso. Ven, te explico algo.
Las dos señoras entraron a la pequeña salita de Alonso. Su mamá les invitó
limonada fría. Miraba la tv con el pequeño Alonso intentado entretenerlo. Me
contaba de sus primeros años en el colegio, le presté mi celular y jugaba uno
de esos videojuegos. Las señoras se lamentaban y la suegra empezaba a llorar
maldiciéndose a sí misma, qué cosa hizo para que su hija fumara drogas.
—Dios, Alonso, esto me está poniendo mal de los nervios. Que tiene de malo
que fume hierba. Hemos conocido chicas realmente bohemias. —Nos fuimos al
patio a fumar unos cigarros.
—Es que la chiquilla es más sana, pues, es tranquila. Recién conoce la calle.
—¿Y su viejo? —Me entró la curiosidad y me uní a la novela.
—Es un huevonazo. No le importa lo que le pase a sus dos hijas.
—El muchachito es de otro padre, entonces.
—Ya no preguntes mucho, huevón. Estoy asado, tanta huevada pasa, ya me
esta amargando este tema.
—Relájate, mano. Desde qué hora están aquí.
—Hace tres horas.
—¡Alonso, ven! —La voz de la señito Mónica.
—Ya voy, mamá.
Ya iba entendiendo mejor el asunto. La suegra concurría a Alonso porque él
también era un sucio pecador que convivía con su otra hija que era menor de
edad, aunque diecisiete años. Gaby tenía dieciseis entonces. Alonso vivía
estresado más los gastos que debía dar para su hijita y Erika que ignoraba todo
el preámbulo del amor. Me acerqué a la sala con la idea de versar sobre el
problema y escuchaba la voz desde altavoz del celular de la suegra.
—Mamá, estoy bien, perdóname, estoy en villa el salvador, por el mercado la
dolly. —Su voz se lamentaba. —Me siento muy mal.
—Hijita, donde estás, iremos para allá a recogerte de inmediato.
—¡Alonso, Alonso! —Gritó Nayi y el pequeño Alonso seguía jugando en mi
celular. Era mejor porque Celeste me estaría jodiendo y no entendería lo que
haría allí.
—Ya estoy yendo para allá, no te preocupes mamá. Debo colgarte, perdóname
por favor. —Se echaba a llorar.
—Vaya, vaya, tu cuñada sí que es manipuladora, Alonso.
—Putamadre, todo para esto. ¡Carajo! —Alonso gritaba en su habitación y Nayi
trataba de calmarlo.
—Señito, tranquilícese. —Le dije a la suegra. —Son cosas de jóvenes, todos
hemos pasado esas cosas y cometemos errores para luego no volverlas a
cometer. Usted debe saberlo muy bien.
—Mi pobre hijita. No sé que he hecho para que se vuelva así. —Miraba al suelo.
La otra señora, quien era la hermana menor cogió el celular y le reprendía a la
pobre Gaby.
—Son cosas de jóvenes seño, más bien, si usted le prohíbe y le pone límites es
peor. A los jóvenes hay que dejarnos libres.
—Mi hija es bastante inocente. No sé con que clase de gente se junta.
—Delincuentes, señora, delincuentes. —Decía Limber.
—Oye, Limber, no quisieras quedarte con mi hija en tu casa. —Le miró con las
lágrimas en sus ojos.
—No lo sé, señora, tendría que hablar con mis padres. —Alonso no dijo palabra
pero pensaba lo mismo que yo. Callé y me dejé llevar.
—Señora, cuide a sus hijas, cualquier cosa nos avisan. Vámonos, Limber. Tengo
hambre.
—Quédate oe, conchatuvida. —Alonso salió de su habitación. —Ven para aca,
ven para aca.
—Ya, ya, ya. —Otra vez en el patio charlábamos pero con una lata de cerveza
sin cigarros.
—Llévame a robar, estoy estresado.
—Cómo no vas a estar estresado. Yo me estoy jodiendo aquí. He venido a verte
no a ganarme esto. Se joden tanto porque una chica sale a festejar o follar con
alguien. ¡Quien mierda son ellos para prohibirles algo, es joven, debe vivir,
salir, morir! —Me alteré.
—Si, no, que huevada. —Su expresión ya no era de euforia, ahora decepción.
—Mañana hay que salir. Justo venía para hablarte de eso. Debo irme. Mi flaca
me quiere terminar.
—Ya olvídate de ella, carajo, Dani. —Me resondraba Alonso como solía y Nayi se
acercó.
—Quédate con Bere, ella me ha hablado de ti. Me dice por qué no le llamas.
—Mañana la veré a ella. Lo prometo. —Me despedí de todos calurosamente.
Una brazo para la señito Mónica. Manda saludos a la casa, Dani. Gracias señito.
Saludos a la abuelita. Gracias.
—Quisiera que Gaby viva en mi casa. —Limber se jactaba.
—Si vas a andar con menores no me llames. No te das cuenta lo peligrosa que
es esta familia. Están intimidando a Alonso porque está con Nayi. Si no, por
qué estarían allí.
—Viste que la señora me preguntó eso. Ja,ja,ja. —Nos retiramos por la avenida
Alamos.
—Yo quiero hurtar un trago. Ya no me siento mal desde que dejé la universidad.
Me siento mejor del cuerpo.
—Bere es un buen partido. Tiene billete, por qué no le entras, ah, Dani. Debes
cambiar de chip.
—Quiero estar solo, Li. Muy solo, jodidamente solo. —El bus apestaba a gente y
ciudades de mi infancia, ese olor que adornaba el tremendo aburrimiento
cuando esperaba horas y horas para llegar a casa de acompañar a mi mamá en
su trabajo, una mezcla de gasolina, sudores y el traqueteo del bus y la imagen
monstruosa de las calles. Estando solo nadie me decía que hacer, era mucho
mejor.
VIII.

Cuando conocí a Alonso tenía poco de leer la Metamorfosis de Kafka, diecisiete


años, enamorado de Konny, depresivo todos los días pensando en ella, llegar a
casa luego de beber con Sandro y la pandilla de su barrio, Villa Miseria nuestro
hogar. La idea del suicidio era solo una sensación. ¿Quién es Alonso? Tu mejor
amigo. El mismo día que lo vi con su polo de los Sex Pistols tras una banda de
rock con una botella de pisco acholado, y le dije que me invite, que también
escuchaba a los pistols y que Eskorbuto, y que la Anarquía, y que los marxistas
son idiotas... Noches enteras bebiendo trago barato en la abandonada villa
salvaje. En villa maría, San juan de Miraflores, cuando Renato conoció a
Johanna. En el barrio de Limber con las chicas anarchys, el exquisito centro de
lima y las orgías clasemedieras sobre revolución social. Allá, en el cono norte,
este, oeste. ¡Maldición!, en el Callao también nos vacilamos. Cómo carajos
llegamos allí. Al recoger a los mexicanos anarquistas de Oaxaca caímos en un
bar y por tanta cerveza casi nos asaltan. Alonso, Alonso, hermano, me siento
bien jodido. Por qué estarás también igual. Los domingos son eternos y únicos.
Todo vuelve al mismo lugar de nacimiento, no, Alonso; que depresión, veintidos
años y la destrucción era la única esperanza. Lunes: pagar nuestras culpas, no,
hermano. Ser tan libres como un ser abortado. Le remedábamos a Cioran
desde los diecisiete...

Agazapado, manos al bolsillo, atravesando los jirones, casas tras casas


cubiertas con calaminas, concreto viejo roído en algunos, otros progresando
construyendo pisos. Alonso me miraba pícaro e insinuaba el origen negro de
esos progresos, “la cagada este barrio, mano, como te envidio”. Me recordaban
a los barracones del callao que veía en la tv toda mi vida. “Delincuencia, la
mala vida, dicen”. Algunos niños, correteando en las pistas, y cagadas de
perros. Niños mosaicos con las manos llenas de polvo. La virgen de la pequeña
plazoleta. El pampón convertido en parque, buitres y cuervos mirándome, con
pantalones embotados, gorras de pico pato y casacas del mercado, y ya me
conocían por años.

, no, Alonso, esos mensajes subliminales, mensaje corpóreo: la gran seguridad


de Alonso siempre me sorprendía, yo al lado de él era el polo opuesto. Este
sabor era de su adolescencia, por qué esa necesidad, Alonso, de recordar tu
adolescencia. “Entendí, hoy la hacemos linda”.

Maquinaba nuevos hurtos al centro de Lima, robar un trago rico y matar este
mal día. Iría 010con terno, esta vez, y en el doble fondo interior pegaría la ropa
hurtada. Entré a casa y mi tía me tenía preparado un jugo de limón.
—Toma hijo, tendrás mucha sed. No tomas agua.
—No tengo sed, tía. Igual déjalo ahí, gracias.
Compré soldimix un pegamento muy potente en la librería ubicada en la
avenida del mercado principal. El mismo ojeroso dueño y su esposa, amigos de
mamá. Pedí tres y una tijera. Como solía hacer, miré cada detalle del negocio
queriendo ubicar el dinero. Le seguí las manos del hombre al recibir mis
monedas. Me entretuve en la vitrina a la altura de mi rodilla. Temperas,
crayones, colores, plumones, de niño me encantaba pintar con mucha
paciencia. Recordé a mamá cargándome de la mano a la librería, ella
fotocopiaba revistas o libros para revenderlo. En esa misma vitrina vendían el
album de animales salvajes que siempre le pedía a mamá.
—Tenga.
—Gracias. ¿Aún vende albumes sobre animales?
—¿Cómo? —Refunfuñaba.
—Nada. Hasta luego.
Porqué de niño sentía tanto fanatismo hacia los animales. Barbitas aparecía en
mi cabeza, pelo crispado, blanco, sucio, flaquito, despreciado. Subí al bus, con
ganas de matar a alguien. Apoyé mi cara a la ventana, estaba cansado,
aburrido e indigno. Lloré pidiendo auxilio en silencio. Sentía que me asfixiaba
desconsolado. Quizá lloré por anteriores desencuentros y frustraciones.
Deseaba tanto asaltar algunos negocios y mover una guardería de caninos
como lo hacía Eli y me sentía estúpido desear algo tan descabellado cuando
todo lo que me rodea anhela la banalidad, superficialidad y cosas que no
sirven.
—¡Maldición, tan lento avanza esto! ¡Apúrese! —Otras voces desesperadas. El
viaje apestaba a tráfico, impaciencia y desesperanza.

Me llamaba por las noches cuando bebía, por las mañanas en sus resacas,
conversábamos horas y horas. Me decía que vaya e iba sin pensarlo. En su
gran ego me dejaba algunos minutos a solas. Rayos, pensaba, tan popular y
guapa era que los demás muchachos hacían fila para hablarles y yo me hacía
el ebrio disfrutando el momento con los otros muchachos y le acompañaba
donde iba. Nuestros primeros encuentros, Plaza Brul, Plaza Norte, Parque del
Centro, alcohol, y cigarros. Ya era un exceso y una de esas noches me pidió que
ya no bebiera por mi salud y me abrazó, y caminamos a solas hasta
embarcarme. Me contó detalles de su familia en mayor intimidad, le dije que
me gustaba y ella asintió sin negarse, nos abrazamos e intenté besarla,
negándome pero abrazándome intensamente.
Estaba enamorado de Celeste pero daba lo que sea por unas palabras de
Estéfani, el mismo olor de sus abrazos y las intimidades que nos contábamos y
hablando sin nunca aburrirnos, creo hasta abandonaría mi relación por
Estéfani. ¡Mierda!, pensaba, y cuando Celeste se acercaba a pocos metros le
abrazaba con un gran tormento prolongado hasta perderla de vista entre la
multitud en Alfonso Ugarte, y unas irremediables ganas de llorar que me
sacudían el cuerpo entero.

Nos invitó a mi y Diego al cumpleaños de su amiga, una militante del partido


comunista del perù Patria Roja, facción Juventudes Comunistas. Grabamos en
casa un video anónimo quemando la bandera de Estados Unidos por la
novedad de que sus militares anclaron bases en el territorio peruano. Lo
subimos por medios seguros y cogimos un taxi. Diego examinaba mis libros, mi
habitación, mis perros, estaban tan impresionado que se conmovió recordando
su adolescencia que decía era exactamente igual. Llegamos al Agustino. Casas
sobre casas amontonadas y el aspecto criminal de los guetos pobres. Estéfani
estaba en la puerta esperándonos, tan linda y bien vestida.

Entonces llegaba a casa, leía algunos libros que no terminaba, quedaba con
otros muchachos para alcoholizarnos, era verano, no tenía que preocuparme
de nada antes de estudiar algo. Le escribí una carta que le titulé: “Te conocí
leyendo los diarios de Kafka”. Estaba depresivo por una pequeña ruptura, creí
que me rechazaría con un gran miedo: nunca antes en mi vida me escribieron
una carta así, me encantó, me respondió emocionada. Me sentí feliz. Estaba
feliz. La chica más rebelde de Lima me veía diferente de alguna manera. La
más revolucionaria. ¡Sí, sí, carajo!
—Ya no puedo estar tras de ti, Estéfani, mi relación va en serio. —No me dijo
nada. Se hacía la que no escuchaba y cambiamos de tema.

Gabriela me dio cincuenta soles, bebimos un rato en casa de Limber y me


retiré. Llamé a Eli y nos encontramos en Atocongo. Me alcanzaba para una
botella de ron y pagar un hostal. Ella complementó las gaseosas y la cena. A
las horas me estaba haciendo un buen sexo oral y el alcohol me hizo el amor
mucho mejor que ella. Al despertar veo en mi celular que Estéfani me bloqueó
por todos los medios posibles. Le llamaba a su número extrañado y me
colgaba. Mierda, pensé, está celosa o lo finge. Preferí creer lo primero si era
verdad o mentira. Terminé con Eli y fui tras Estéfani. Estaba enloqueciendo.
Le contaba casi todo a Diego y él se cagaba de risa dándome buenos consejos,
que era un buen muchacho, que eso ve Estéfani, que soy un chico malo y a la
vez bueno. No le entendí. Quizá no era tan mal muchacho porque no robaba
como él de joven. Yo quería seguir bebiendo.
Hoy me soñé con Kenny y Sandro. Mierda, Alonso. Volví a dormir.
Celeste vino a verme, vimos la película Control, sobre la vida y el suicidio de
Ian Curtis.
-Tienes los mismos ojos perdidos que ese muchacho, los mismos ojos, jiji.
-No lo creo, amor, él estaba mucho más jodido.
-¿Cómo pudo suicidarse dejando a su esposa y su hija?
Hicimos el amor, me lo hizo de una forma que nunca lo olvidaré, ella parecía
poseída, ella lloraba por dentro.
-Por qué no tenemos un hijito, amor.
-Ah, no, no podría, Celeste.
-¿Por qué no? Seríamos buenos padres. Tú cambiarías. Te harías responsable.
-¿Traer vida a este mundo? -Me acerqué a la ventana.
-Sí podemos, amor, le enseñaremos las cosas que no nos enseñaron a
nosotros.
Caminábamos por las calles cogidos de la mano, abrazándonos, besándonos.
Le decía que no sabría si irme a España o quedarme a hacer locuras.
-¿Qué clase de locuras quieres hacer?
-Aún no lo sé.
-Te quieres inmolar, acaso, Daniel.
-No. Mi grado de suicidio no llega a ese punto.
-Extraño la persona que eras antes.
-Lo sé. No sé que decirte. No entiendo que me pasa.
-Siempre contestas así, bebe. -Me daba un besito.
-¿Tu papá como está? Sigue asistiendo a los casinos.
-Supongo que sí. Sigue en Arequipa.
-No sé como voy a terminar, Celeste.
-Debemos tener un hijito.
-No, amor, no digas eso, por favor.
-Acaso no me quieres como tu esposa, como la madre de tus hijos.
-Sí, eres la única que podría hacerlo. Pero por ahora no.
-No importa si no te haces cargo. Quiero un hijo tuyo. -Me quedé estático.
-El filósofo Cioran decía que el peor pecado es ser padre.
-Cioran, el rumano.
-Sí, el que lo leía cuando vivía en España a los dieciseis.
-Por qué estarás tan jodido, amor, me preocupas mucho.
-Te quiero, nena.
Esperábamos el bus para embarcarla y apareció David como un fantasma
atraído por otro cadáver. Me miró y señaló al barrio. Saludó a Celeste:
-Allá está la gente en el barrio.
-Ya, en un rato subo.
No sé a donde se fue. Parecía drogadísimo.
-¿Quién es ese muchacho, amor?
-Un amigo que vende hierba.
-Ay, esa clase de amigos que tienes.
-Es un buen chico, alucina, le gusta leer mucho.
-Ya viene mi carro. Cuídate, por favor, come, evita salir mucho, no tomes.
-Sí, amor, cuídate.
-Te amo.
Desperté a las nueve de la mañana con un terrible dolor de cabeza. Las
palabras de ayer de Alonso rebotaba en mi cabeza, estaba divirtiéndose como
hace tantos años. La teoría de Wilde: vuelve a cometer los mis placeres de
antaño. Limber me había dejado mensajes: ese conchasumare de mi papá me
despertó. Solo dormí media hora y me ordenó lampear los restos de la
construcción del tercer piso. Nos cagamos de risa con Kenny que ya estaba
despierto emocionado y feliz, como antes, hermano, me decía. Como hace
pocos meses que la vida solo se trataba de hurtar y beber como oficio. Vera
seguía durmiendo en mi habitación, la husmeé sin que Kenny lo notara, parecía
una brujita medieval totalmente vulnerable al incendio. El incendio estaba en
nuestros corazones. Kenny me contaba algunas estafas que realizaba con Vera.

Conocí a Alonso poco de terminar con una chiquilla llamada Konny, una
hermosa suicida que llevaba cortes en brazos y piernas y me miraba con una
dulzura adolescente. Sentía que el suelo se dividía en dos, y apareció Alonso
sobre la hendidura, descendiendo directo al abismo. Otro amante del caos,
pensé al conocerlo.

No sabía qué mierda hacer. Normalmente la sensación de no saberlo me era


familiar, más familiar que mis propios canes ensuciandome cada noche que
llegaba borracho de casa de Alonso. No sabía que hacer sólo debía dejarme
llevar. Mis mejores amigos tampoco sabían que hacer por más que se
plantearan objetivos o ya eran padres. Los conocía de tantos años a cada uno y
de igual forma confiábamos el uno al otro y pensaba y pensaba, es momento
de conocer el crimen en algunas modalidades: hurto, estafa, robo,
microcomercialización. Un poco de alegría del dios desconocido y sus vinos. Es
posible, le dije a Sandro, solo se necesita inteligencia y guardas inteligencia
que yo puedo verlo, chico. Sandro empezaba a vender hierba.

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