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Dennis Gonzalez !

Todos los cholos

by

Dennis Gonzalez
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High-school

Posteo un video de Youtube en el Facebook y cruzo los

dedos para que Adriana le ponga like. Es mi forma de ser

pasivo-agresivo con una chica que ya no me habla. Obvio

que ella se va a hacer la que no se da cuenta, pero sabe

muy bien que la letra de la canción, Feels like we only go

backwards habla sobre nosotros, sobre nuestra relación

que pudo ser, pero no fue. Estoy seguro de que si ella

escuchara, Every part of me says go ahead, I’ve got my

hopes up again, va a pensar, “Oh, está hablando de mí, el

pobre está sufriendo. Le voy a dar otra oportunidad”. Lo

más probable es que ni siquiera haga click en el video

porque está ocupada.

Espero que sufra, pero en realidad el que está

sufriendo soy yo. Todo por culpa de Silvio que se sentó en


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la carpeta donde me sentaba con Adriana. Cuando nos

sentábamos juntos, ella se reía de mis chistes, de cuando

yo decía, “Mario” con la voz de Mario Bros.

Ya le iba a inventar a ver Finding Doris. Había

encontrado un cine donde te pasaban las películas

subtituladas porque Adriana estudiaba inglés en el

Británico y detestaba ver las películas dobladas al español.

Estaba dispuesto a pagar treinta soles por cada entrada y

veinte más por la canchita, pero Silvio, el cara de tortuga,

el cegatón de mierda, el que dice que es vegano porque

comer a los animales es un acto cruel, se sentó en la

carpeta donde me sentaba con Adriana. El hijo de puta

nunca más se movió de ahí. El huevón venía más

temprano y por eso no le podía ganar el asiento. Lo peor

de todo era que nunca se despegaba de Adriana. En el


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recreo la seguía a todos lados, al quiosco para comprar una

hamburguesa, al patio para conversar mientras los demás

muchachos jugaban fútbol, si fuera socialmente aceptable

también la acompañaría al baño de mujeres para seguir

conversando. Silvio era una sanguijuela que no se soltaba

aunque la quemaras con un lanzallamas.

Lo que yo más odiaba era su veganismo porque se

creía superior a los demás, porque no usaba productos

derivados de los animales y ni siquiera iba al zoológico

porque le partía el corazón ver a tantos seres vivos

encerrados. Se creía tan superior que le rechazó la comida

a la señora Carmen y solo comió arroz con ensalada.

Manuel nos había invitado a jugar Playstation y a ver una

película en Netflix. Cuando la señora Carmen se fue con su

esposo a hacer las compras, Armando sacó de su mochila


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una bolsita de marihuana. Adriana se asustó y hasta

Sandra, que era la más aventada del salón porque fumaba

cigarrillos Lucky Strike, dijo que no le entraba a esas

vainas. Yo no quería fumar delante de Adriana, pero me

llegaba verla tan acaramelada con el cabeza de tortuga.

Entonces Armando conectó su iPhone en la televisión

de Manuel via bluetooth y puso Half Full Glass of Wine de

Tame Impala. Era la primera vez que escuchaba esa

canción pero supe inmediatamente había sido hecha para

mí, Said you wouldn't be home late tonight. I gave up

waiting at seventeen past midnight. Now my only

company's a half full glass of wine. El video se veía muy

trippy y la avecita y el guitarrista con su pelo largo y el

triangulito que giraba y giraba. En ese momento me creí el

badass, el muchacho rebelde que fuma mota delante de la


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chica inocente que va todos los domingos a la iglesia, el

malo más malo que fuma cigarrillos traídos de China y

pisa el pucho con sus zapatillas Converse y toca en una

banda underground y cuando termina el concierto se tira a

una de las tantas fans que se muere por él. Me creí un

neoyorkino que vive al borde del suicidio y vaga por la

ciudad y tiene sexo con otras suicidas y se droga y en ese

estado escribe su mejor poesía.

Pero Lima no es Nueva York y las peruanas son unas

cucufatas. Sandra no quiso fumar. Adriana no quiso

fumar. Silvio, el gran huevón, tampoco quiso fumar.

Fumamos Manuel, Armando y yo. Yo di la primera pitada

y Armando puso todo el primer album de Tame Impala en

Youtube, I wanted her, but she doesn't like the life that I

lead. Doesn’t like sand stuck on her feet. Or sitting around


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smoking weed. Afuera se escuchaba el tráfico de mierda,

pero en el cuarto de Manuel éramos feliz. Adriana no me

decía nada, pero se le notaba en la cara que me odiaba, que

me maldecía por haber fumado marihuana y reírme en su

cara como un maniático. Todas las veces que me había

sentado con ella, todos los chistes que le conté, todas las

veces que le ayudé a hacer las tareas se fueron a la mierda.


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Dos poetas

—Puta, qué tal culo, huevón.

—Tremendo animal.

—Se la chupo todito.

—¡Le hago el beso negro!

—No hables tan fuerte que los multiculturalistas nos

pueden escuchar.

Los multiculturalistas son peores que la santa

inquisición, peores que los soplones del senador

McCarthy, peores que los puritanos que quemaban brujas

en Salem. Los multiculturalistas nos pueden mandar a la

policía de lo políticamente correcto.

—Hay que tener cuidado —dice Yunior.

—Nadie nos va a escuchar. Estamos en el centro de

Lima. Ningún tiramuffin viene por acá. Todos esos están


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por Barranco, por Miraflores, por San Isidro. ¿Qué chucha

van a venir hasta acá?

—Uno nunca sabe. Nos puede escuchar una de esas

cholas eternamente agradecidas todo porque mandaron a

la cárcel a su cholo bruto y abusivo.

—Hablando de cholas agradecidas, ¿qué hay de

Melody? ¿Te la tiras o no?

—Está un poco yuca —dice Yunior.

—¿No me digas que es multiculturalista?

—Ni cagando, estudia en la Villarreal. No tiene plata

para cursos sobre el multiculturalismo.

—¿Y cómo la conociste?

—En un tono, pe. Me invitaron las forajidas del

primer año. Puta, tuve que ir hasta San Juan de

Lurigancho.
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—A la mierda.

—Pero valió la pena, huevón. Ahí estaba ella, bailando

con su jean apretadito. Tiene un culo así de enorme.

Este es el sueño de todo poeta villarrealino, tirarse a

una cachimba de literatura.

—¿Y cómo así la convenciste para salir con un poeta

misio y feo como tú?

—Harto floro, pe. Por las huevas no he leído a Neruda.

—Ese roto siempre impresiona.

—También le dije que iba a leer sus poemas y que se

los iba a corregir y hasta le recomendé dos poetas

franceses. Tú sabes, uno de esos que nadie nunca lee.

—Con razón. Le aplicaste la técnica de, “te voy a

ayudar a convertirte en una gran poeta”.

La custer se atora en la avenida Alfonso Ugarte.


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—Cholo, no la hacemos. Hay que bajarnos —dice

Yunior.

—No quiero caminar.

—Camina, huevón, de paso bajas esa guata chelera.

—Esta guata chelera es como la barriga del Buda. Si la

tocas, te da suerte.

Bajamos y caminamos por la avenida Bolivia. Yunior

prende un cigarrillo y se computa todo un poeta maldito.

Yo lo veo fumar con ojos de cholo misio.

Le pido una pitada.

—Puta, que gorrero te has vuelto. ¿Cuándo consigues

trabajo?

—No hay, cholo. Estoy que busco como loco y no

encuentro. La calle está dura.


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—¿La calle está dura? ¿Desde cuando lees El

Comercio?

—Desde que no tengo trabajo.

El Comercio, el Trome, el Tromercio, el periódico de

los cholos que no pueden leer en inglés para enterarse de

las cosas importantes. Así está el Perú, cagado y lleno de

cholos que solo leen el tromercio.

—Pero es la verdad, no puedo conseguir chamba.

—No puedes porque no te da la gana. ¿Por qué no

trabajas de profesor de redacción? —pregunta Yunior.

—No he leído a Bakhtin para trabajar como profesor

de redacción. Yo quiero ser crítico literario, quiero

ganarme una bequita para estudiar en los Estados Unidos.

Para colmo estudio en la Villarreal, la universidad

chola por excelencia. Los profesores no vienen, siempre


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hay huelga, los alumnos te gorrean para la fotocopia. Si al

menos estudiara en la San Marcos fácil puedo ganarme

una beca en una universidad gringa para representar a la

choledad en su máxima expresión, para que digan que la

Harvard no es racista, que aquí también tenemos cholos

enseñando a gringos deprimidos que quieren tirarse a las

cholas latinoamericanas.

—Quiero ser un verdadero crítico literario.

—Estás cagado. ¿Quién chucha va a trabajar de crítico

literario con un cartón de la Villarreal? —pregunta Yunior.

—Es posible.

—Si eres un apristas y tienes rodilleras, pero si tienes

dignidad debes buscar otras chambas, my friend.

—¿Cómo el maricón de Santiago pudo hacerla?


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—Porque Santiago fue más vivo que nosotros. No

chupó. No se gastó toda su plata en el alcohol. El

conchesumadre ahorro y consiguió pagarse una maestría

en La Católica —dice Yunior.

—Esos tiramufins de mierda.

—Esos tiramufins le han conseguido una buena

chamba.

—¿Me hago cabro entonces?

—No serías capaz. Hay que ser valiente para que te la

metan por el culo.

—Me cagas.

Llegamos a la avenida Wilson, cruzamos la pista y

doblamos en dirección a la plaza San Martín. Antes el

centro de Lima estaba habitado por la aristocracia limeña,


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luego vinieron las hordas cholas y los blanquitos se

fugaron. De Lima ciudad jardín pasó a ser Lima la chola.

Nos sentamos en una banca de mármol y nos

ponemos a ver culitos. Las mujeres nos miran como bichos

raros, como dos seres traídos del ultramundo: arrechos,

desesperados, con cara de enfermos, con esa cara que un

título universitario no va a cambiar porque siempre va a

ser la cara de un cholo sin plata.

—¿A qué hora va a venir Melody?

—En quince minutos —responde Yunior.

—Puta, fácil llega en una hora.

—Nicagando. Melody es puntual.

—¿Desde cuando las peruanas son puntuales?

—Ella quiere ser diferente.


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—Todas las poetas quieren ser diferentes, luego se dan

cuenta de que es mejor conseguirse un hombre con plata,

digamos, un ingeniero, un contador o un abogado.

Maduran y buscan a un hombre de verdad. Por eso tienes

que aprovechar. Antes de que se enteré que eres un pobre

triste huevón.

—No soy un pobre triste huevón —dice Yunior.

—Todo poeta peruano es un pobre triste huevón.

—Aunque sea tengo trabajo. ¿Tú qué haces por la

vida?

—Me cagas.

Ningún ave sobrevuela el cielo. Las nubes son

lombrices que se arrastran sobre una tierra estéril. Cerca al

caballo de San Martín, los estudiantes de filosofía hablan

sobre el capitalismo salvaje, el neoliberalismo, el


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imperialismo hispano-anglo-estadounidense. Tratan de

convencer a la gente de que el comunismo es la solución a

sus problemas, pero lo que la gente no sabe es que esos

muchachos son hijos de papis que tuvieron que estudiar en

una academia pre-universitaria para poder ingresar a una

universidad nacional. Un verdadero obrero, digamos ese

muchacho que trabaja en construcción civil, ni cagando va

a poder pagarse una academia pre-universitaria.

—Ahí viene tu Wasaberta.

—Se llama Melody, huevón —dice Yunior.

—La misma mierda.

—¿Me esperas? —dice Yunior antes de levantarse.

—¿Por qué chucha te voy a esperar?

—No seas atorrante. Espérame.

—Putamadre, me llegas al pincho.


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—Espérame y te invito un menú de ocho lucas, qué

más quieres.

—¿Dónde nos encontramos?

—En el poto del caballo de San Martín.

—¿A qué hora te encuentro?

—Regresa a las dos.

Melody se acerca y nos saluda con un beso en la

mejilla. Melody tiene un culo en forma de corazón y es

menuda y trigueña y tiene los ojos grandes. Una típica

peruana, una chola peruana, una chica al alcance de un

pobre triste huevón que estudia literatura en la Villarreal.

La vida no da para más. Adiós a los sueños de tirarse a una

blanquita de Miraflores. Sueños que yacen en el

subconsciente. Sueños que se forman de tanto ver

Nubeluz, Karina y Timoteo, los noticieros matutinos.


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Melody y Yunior se despiden. Yo me quedo sentado en

la banca de mármol. Pienso en todas las mujeres del Perú,

en todo el porno que he visto en mi vida, en el deseo

irreprimible de masturbarme todos los días. Me levanto y

me acomodo el pantalón para disimular mi erección.

Empiezo mi peregrinaje por el jirón de la Unión. A las

doce del mediodía Lima no está tan llena. Las personas no

se fijan en mí. Compran ropa, comen helados, se juntan en

grupos y conversan. No es como caminar por Miraflores.

Allá, en el sur, en la parte nice de la ciudad, hasta los

cholos se blanquean. Visten sus mejores ropas, estrenan

sus zapatillas nuevas, usan colonias compradas en Ripley y

las mujeres usan maquillaje para parecerse a las blancas.

Como mi amiga que vivía en Independencia y ahora

trabaja en San Isidro y solo compra en el Jockey Plaza


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porque allí los modelos son mejores y años que no va a

Gamarra.

En Centro de Lima la gente tiene mi rostro, visten

como yo, sudan como yo. Ya no me siento tan loser.

No tengo trabajo. Eso me pasa por estudiar literatura.

Hubiera estudiado ingeniería, pero soy un bruto para las

matemáticas. Hubiera estudiado derecho, pero no tengo el

corazón frío de los abogados. La literatura era la única

opción para no terminar tirando lampa como esos cholos

brutos de construcción civil. Palabras de mi abuela,

palabras que quedan a pesar de que yo también soy cholo,

aunque ella diga que soy trigueño y que tenemos un

tatarabuelo vasco.

Llego a la Plaza Mayor, veo el Palacio de Gobierno.

Los soldados protegen al nuevo presidente que también es


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blanco y ahora todo tiene sentido porque es mejor tener un

presidente blanco que sirva a los intereses internacionales.

Mis pasos me llevan a la Casa de la Literatura. Está

abierta y entro por un momento. Como para darme

ánimos, empiezo a ver la linea del tiempo de la literatura

peruana. Desde las primeras crónicas de la conquista

americana, pasando por los comentarios del Inca Garcilaso

de la Vega, hasta las novelas de Mario Vargas Llosa, me

pregunto si algún día voy a estar en esa linea del tiempo.

Me gustaría ver mi nombre ahí, que otros poetas jóvenes

como yo lean mi nombre y se den ánimos, pero apenas soy

una minúscula partícula en la historia del universo.

Un grupo de escolares entra mientras voy saliendo.

Los veo. En sus caras se nota un entusiasmo sincero, un

asombro ante lo nuevo. Me siento feliz. Hay esperanza.


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Los cholos llegaremos algún día al poder y dejaremos de

gobernar para los blancos de la CONFIEP.

Yunior me manda un mensaje de texto, Oye, huevón.

Encuéntrame en el poto del caballo.

¿Qué pasó? ¿Tan rápido?

Me cagaron. Putamadre. ¿Dónde estas?

En la casa de literatura.

Está bien, te encuentro en el poto Don José de San

Martín.

OK.

Hago el peregrinaje pero en reverso. Ahora no tengo

tiempo ni de pensar en los rostros de las personas que

caminan en el jirón de la Unión. Esquivo, como puedo, a

las señoras que caminan demasiado lento, a las parejitas

de ancianos que se demoran en avanzar porque las piernas


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ya no dan más, los huesos duelen, la columna se encorva,

los ojos se llenan de telarañas y los dientes se secan como

los granos de las uvas. Todo el mundo envejece y algún día

me veré como aquellos viejitos y lo más triste es que ya no

creo en Dios porque sino entonces guardaría la ligera

esperanza de ir al cielo, pero Dios no existe y la juventud

se va, como la infancia, como los 9 meses que uno pasa en

el vientre de una mujer mientras el corazón crece, y los

dedos dejan de ser aletas de patos y el cerebro toma

consciencia de la vida que le espera.

Por fin llega al poto del caballo de San Martín. Ahí

está Yunior, sentado como un huevón, fumando un

cigarrillo de canela, de esos que te venden a tres por

cincuenta céntimos.

—¿Qué pasó?
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—Nada, me cagó. Me dijo que nomás me quería como

amigo —dice Yunior.

—Putumadre, te friendzoneó.

—Ya fue, pues. ¿Me acompañas?

—¿A dónde?

—A las Cucardas.

—Con qué plata.

—Yo te invito.

—Ya pues, a la mierda. Vamos a tirarnos un par de

putas.
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El poeta humilde
Era diciembre y el cielo estaba nublado. Daba la
sensación de que iba a nevar, pero en El Paso nunca
nevaba. Solo en raras ocasiones la ciudad amanecía
cubierta por una capa blanca. En esos días, todos los
paseños se emocionaban y en sus patios hacían
muñequitos. Se tiraban bolas de nieve, se tomaban fotos y
celebraban la nevada como se celebra la lluvia después de
diez años de sequía.
Quise encerrarme en mi cuarto, ver porno e
imaginarme que me cojía a una gringa, pero Eduardo me
había pedido que lo acompañara a los outlets. Quería
comprarse unos lentes de sol. Le dije que sí porque no tuve
el valor para decirle la verdad.
Eduardo era un poeta peruano que estudiaba conmigo
en la Universidad de Texas. Era diez años mayor que yo y
había publicado tres poemarios. Me sentía obligado a
ayudarlo, a solidarizarme con un compatriota que estaba
pasando por lo que yo había pasado hace diez años:
soledad, nostalgia, amor excesivo por la patria.
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Me levanté de la cama. Quise bañarme, pero me dio


flojera. Me eché un montón de desodorante en spray para
disimular el mal olor. Me lavé la cara y me cepillé los
dientes. Antes de partir, me paré en el medio de mi cuarto.
No sabía si debía llevar un libro. El bus se demoraba una
hora en llegar a los outlets. Era un viaje largo y no quería
sumergirme en el silencio. Sabía que iba a conversar con
Eduardo durante los primeros diez minutos, pero luego
llega ese mutismo incómodo donde no tengo nada que
decir. Si Eduardo fuera americano, puede que entienda mi
necesidad de leer un libro en el bus, de no hablar, de
aislarme del mundo real. Los peruanos, en cambio, se
molestan cuando no conversas, cuando en pleno viaje te
pones a leer un libro. Piensan que eres un atorrante
porque prefieres leer un maldito libro. El americano es
distinto, ellos sí respetan tu incapacidad para comunicarte
con otra persona.
Decidí no llevar el libro.
Eduardo vivía en un edificio viejo que estaba en el
centro de la ciudad. Como no había timbre, tuve que gritar
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su nombre. Mientras esperaba a que me abriera la puerta,


me puse a observar la calle San Antonio. Pensé en las
largas avenidas que atravesaban una ciudad rodeada por el
desierto, un desierto tan grande que parecía una costra
incrustada en la tierra.
—¡Eduardo!
Eduardo trabajaba para la Universidad de Texas.
Aparte del dinero que recibía como asistente de profesor,
el departamento de Artes Liberales le había dado una beca.
Aun así, no le dio la gana de instalar internet ni de
comprarse un celular. Se comunicaba conmigo gracias a
que a veces se conectaba con el Wi-Fi del hotel Camino
Real.
Al tercer grito, Eduardo abrió la puerta.
Había pasado más de treinta minutos desde la hora
acordada y todavía no estaba listo. No es que yo sea un
maniático de la puntualidad, pero Eduardo era un tardón
de mierda. Cada vez que nos reuníamos para trabajar en
un proyecto, venía veinte minutos tarde y, para colmo, en
vez de empezar a trabajar revisaba su Facebook. Él era así.
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Un relajado, un tipo que no se angustiaba si no terminaba


el proyecto que el profesor Jaime nos había asignado.
Traté de no enojarme con él. Era el único amigo que me
quedaba en El Paso.
—Chango —dijo Eduardo antes de subir por la
escalera—, dame quince minutos y nos vamos para los
outlets.
—Tómate todo el tiempo que quieras.
—No te enojes, sobrino. Todo porque te crees
americano.
No le dije nada porque ya me acostumbré a sus
insultos.
Desde el cuarto piso, contemplé El Paso. Había poca
gente. Las nubes pasaban tranquilamente. Pensé en
Juarez, una ciudad cuya violencia jamás había sufrido ni
sufriré. Podría decir que era una violencia poética. Era tan
abstracta que las tragedias solo llegaban a mí a través del
periodismo y la literatura. Las pocas veces que visité
Juarez, la encontré tan sosegada, tan llena de gente
cotidiana, gente que caminaba con sus bolsas llenas de
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frutas y verduras, gente que estrenaba sus zapatillas


nuevas. Todos ellos exhalaban un aliento de vida normal.
Era como si la violencia jamás hubiera existido en Juarez.
“¿De qué violencia me hablas?”, le podría preguntar a un
reportero, “Aquí nunca ha habido muertos”. Y el reportero
podría decirme, “Hablas puras pendejadas”.
Eduardo salió de su cuarto bañado y perfumado. Se
acercó y me dijo,
—Ya, sobrino, nos vamos.
Caminamos hasta el terminal, tomamos el bus
número quince y, por primera vez en su puta vida,
Eduardo me dejó sentarme al lado de la ventana. En el
trayecto, hablamos de las clases, de la profesora Sara que
no sabía ni mierda de poesía, de la verdadera literatura.
Eduardo insistió es que debía leer a Hinostroza, a
Rimbaud, a Ruben Darío, a Whitman, a todos los grandes
poetas. Cuando le dije que no había leído a ninguno, se rió
y me dijo, “Uy, te falta mucho, sobrino”.
“Te falta mucho, sobrino”, repetí la frase en mi cabeza.
La forma en cómo me lo dijo, la carcajada que soltó
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cuando terminó la frase, ese acento tan peruano y tan


cachaciento, me hizo pensar en que yo era un perro y él era
mi amo. “¿Terminaste de leer a Rimbaud?” “¡Guau!”
“¿Leíste a Hinostroza?” “¡Guau, guau!” Desde que me fui
del Perú, desde que trabajé tres años en una fábrica, desde
que estudié en una universidad mediocre, cada vez que
escuchaba a un literato latinoamericano decirme, “¿Qué!
¿No has leído a Derrida?” Me daban ganas de morderle la
pierna, pero como era un buen perro, sacaba mi libreta y
escribía el nombre del autor y el libro que debía leer y
movía mi colita para agradecerle eternamente.
Cuando Eduardo terminó con su monólogo de lo
fundamental de leer a los poetas universales, me puse a
observar el desierto. Me imaginé perdido en él, sin agua y
sin la protección del espíritu santo.
—Sobrino.
—¿Qué?
—¿Tienes familia en Connecticut?
—Mis padres y mis dos hermanos viven allá.
—¿Y en Perú?
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Le dije que mi abuelita, mi tía y mis dos primos aún


vivían allá.
—¿Y cuántos años tienes viviendo en los yunaites?
—Nueve.
—Nueve años es mucho tiempo sin haber estado en el
Perú.
—Ya sé.
—¿Y piensas volver?
—No puedo volver porque debo cincuenta mil dólares
al gobierno americano.
—A la mierda, ¿por qué tanta plata?
—Me pedí prestado para poder estudiar en la
universidad.
—Ojalá que la pagues y así puedas regresar.
—Eso espero.
En el resto del viaje se nos acabaron las palabras.
Llegamos a los outlets. Era la una de la tarde. Los
clientes compraban con sus tarjetas de crédito y no se
fijaban en los precios. Consumían lo que el tercer mundo
producía. En esta ciudad tan lejana, en este desierto
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desconocido, en esta tierra sin ríos cristalinos ni


everlasting greens, me sentía como un americano más.
—Ahora entiendo porque en este país es tan fácil ser
un consumista —Eduardo declaró con voz solemne.
Eduardo, el poeta peruano que sólo escuchaba
huainos y se drogaba con ayahuasca; Eduardo, el poeta
que había explorado todos los rincones del Perú y conocía
a un gran maestro cuzqueño que vivía con sus tres
mujeres; Eduardo, el poeta que afirmaba que Mario
Vargas Llosa es un pobre triste huevón; Eduardo Casimiro
Rojas, treinta y siete años, mujeriego, solterón, el profesor
más vago de la Villarreal, el profesor que se cogía a sus
alumnas y no le pasaba nada porque en el Perú nunca pasa
nada; Eduardo, Edu, Maradona, el poeta que escribía
poemas sin puntos ni comas porque anhelaba un lenguaje
libre de restricciones; Eduardo, el que se quedaba estático
cuando veía a una planta y la admiraba porque era capaz
de echar raíces en una roca; Eduardo, el anti-imperialista,
el que había conocido el Perú en su totalidad, el hombre
que desvirgó a cinco mujeres; Eduardo, el único amigo que
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tenía y al que ahora traiciono, tenía razón: era fácil


volverse consumista en este país de mierda.
Entramos a la tienda de Ray-Ban. Eduardo se probó
un par de lentes de sol, se miró en el espejo, se acicaló el
cabello, se probó otro par y me preguntó, “Sobrino, ¿cuál
me queda mejor?” Quería decirle que no sea maricón y que
se comprara cualquiera, pero no me atreví. Era imposible
decirle que comprar con él era peor que comprar con una
tía solterona. A pesar de haber vivido nueve años en este
país de mierda, no era tan materialista como para
demorarme una hora probándome unos lentes. Además,
con la miseria que me pagaban en la universidad, no me
alcanzaba ni para limpiarme el culo. A diferencia de
Eduardo, a mí no me habían dado ni una puta beca. Era un
loser que tenía que pedirse prestado al gobierno para
poder sobrevivir.
—Ya pues, sobrino, ¿cuál me queda mejor?
—El de carey.
—¿Estás seguro?
—Los de aviadores están muy grandes para tu rostro.
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—¿De verdad?
Y le contesté que sí e insistí que se veía mejor con los
lentes de carey y después de probarse cinco modelos
diferentes no se decidió por ninguno.
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Monologo de un resentido

Soy un resentido. No tengo dinero. Solo uso tres jeans

y tres camisas. Estudio literatura en la Villarreal. Ahora

está cerrada porque la hemos tomado. Queremos botar al

decano corrupto y por eso nos hemos atrincherado. No

vamos a salir hasta que se largue esa mierda.

Me hubiera gustado estudiar en La Católica. Allá sí se

estudia. Allá tienes las herramientas necesarias para

convertirte en un gran profesional. Tiene una biblioteca

bien surtida, laboratorios de última generación, un

campus donde puedes respirar aire puro y olvidarte de que

vives en el Perú. Me gustaría aprender inglés en el

Británico o en el ICPNA. Me gustaría ganarme una beca

para estudiar en los Estados Unidos, en Inglaterra, en


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cualquier parte menos en este país de mierda. Quisiera

vivir en el extranjero y nunca regresar.

La policía aún no ha entrado. Otros compañeros nos

traen comida y ropa limpia. Hasta un representante del

Ministerio de Educación ha venido para conversar con

nosotros. Dice que el APRA controla casi todas las

facultades. Por eso la Villarreal no ha acatado los nuevos

reglamentos establecidos por el gobierno. Como castigo no

van a reconocer ningún título emitido por la universidad.

Por eso apoya nuestra protesta. Hacemos que le creemos.

Pensamos que somos unos expertos en el arte de negociar

con los burócratas. Sin embargo, todas estas tácticas no

van a servir sino vemos resultados, si el decano no llama a

elecciones. Muchas veces nos han engañado. Es mejor ser

cautos. Es mejor continuar con nuestra lucha.


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Quiero salir. Quiero bañarme en mi casa y dormir en

mi cama calientito. Seré un resentido social y no estaré

estudiando en La Católica, pero al menos tengo mi casa y

comida y un padre muy comprensivo que entiende que no

puedo estudiar mientras la universidad siga tomada. En

mi cuarto, tengo mis libros. Tengo mi sillón viejo y

descosido donde me siento a leer mientras el viento

acaricia mi frente con sus suaves dedos. Quiero tirar la

toalla y regresar a mi casa. Quiero estudiar en la Católica.

“No puedo pagarte La Católica”, me dijo mi padre y

por poco me enseña sus piernas varicosas de tanto estar

parado. Lo que sí pudo pagarme fue la academia pre-

universitaria. Vendió el carro y se gastó toda su grati.

Muchos pensarán, Seguramente el personaje de esta

historia fue un buen hijo, estudió duro, no salió a fiestas,


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se olvidó de los amigos y así ingresó a la San Marcos.

Están equivocados. En el Perú, no todos los hijos del

proletariado se esfuerzan para recompensar el sacrificio de

sus padres. Soy peruano y tengo derecho a cagarla. En la

academia no estudié, me la pasé jugando Star Craft. En vez

de resolver los ejercicios de matemáticas, me quedaba

horas echado en la cama, mirando el techo.

Terminó el ciclo de la academia, di el examen de

admisión y no ingresé. Tuve que postular a la Villarreal,

una universidad llena de profesores decrépitos y

corruptos, una universidad llena de estudiantes eternos.

La Villarreal era la universidad donde estudiaban los

rechazados de la San Marcos. No me quedaba de otra. No

podía obligar a mi viejo a que vendiera un riñón para que

su hijo, que se cree comunista y revolucionario, tuviera


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una segunda oportunidad. Mi viejo no se merecía a un hijo

tan mierda.

Ingresé a la Villarreal. Mi papá llevó a toda la familia a

comer pollo a la braza. Después nos fuimos a Ripley y me

compró una mochila Jansport. Estaba cara pero hizo el

sacrificio. Yo era un muchacho feliz que estudiaba

literatura, un muchacho que pensaba que con esfuerzo y

dedicación podía ganar el premio Nobel, así como Mario

Vargas Llosa.

A los 18 años es la mejor edad para ser un gran

huevón. No me importaba que el profesor de

Comunicación faltara en los dos primeros meses. Me decía

que podía aprovechar el tiempo en la biblioteca. Total,

para ser un gran escritor solo necesitaba levantarme a las

cinco de la mañana y escribir todos los días. No necesitaba


Dennis Gonzalez !40

a los profesores, a la San Marcos, a los amigos que se

echaban en las bancas para ver el cielo gris de Lima.

Tanto esfuerzo preparándome, tanta gastadera de

plata, tantas pajas para no estresarse, todo para ingresar a

una universidad de mierda. Y como ya estaba adentro y me

daba hueva prepararme otra vez, me di ánimos, “Termina

la carrera, cojudo. Trabajas en una academia pre-

universitaria, ahorras cada centavo y así te pagas una

maestría en La Católica”. Ya tenía el plan perfecto, pero al

puto gobierno se le ocurrió hacer una reforma

universitaria y como mi universidad está llena de apristas

de mierda, pues los decanos no acataron los nuevos

reglamentos.

A nuestros decanos decrépitos les vale madre. Al gobierno

también le vale madre porque todos los hijos de los altos


Dennis Gonzalez !41

funcionarios estudian en buenas universidades

particulares. Los únicos jodidos son los cholos sin plata,

los que tienen que estudiar en una universidad nacional,

los que tienen que prostituirse para poder pagarse la

fotocopia.

Cuando mis camaradas tomaron la Villarreal, sentí

eso que muchos llaman el espíritu del pueblo, pero ese

espíritu también se ha ido a la mierda. Nunca he sido un

hombre gregario. No me gusta trabajar en grupo. La

soledad es un estado que me sienta bien. Las huelgas, las

marchas, el pueblo unido jamás será vencido me causan

ataques de ansiedad. Prefiero sentarme frente a la

computadora y escribir para el pueblo.

Pobres compañeros míos que no saben que tienen a

un huraño entre sus filas. La verdad es que no estoy aquí


Dennis Gonzalez !42

para derrocar a los apristas de mierda. La verdad es que no

quiero estar en mi casa porque mi vieja me jode a cada

rato porque no limpio mi cuarto.

Tengo hambre. El cielo gris no se inmuta. Mis

compañeros se están lavando las axilas y los pies en los

baños. Yo estoy sentado en esta carpeta, escribiendo con

un lapicero casi sin tinta. A veces, veo las nubes que pasan,

allá lejos, las maravillosas nubes.


Dennis Gonzalez !43

Sunday Morning

Quiero drogarme, quiero cachar, quiero escuchar The

Velvet Underground. Pero en el Callao a nadie le gusta The

Velvet Underground. Los chalacos solo escuchan salsa,

chicha, cumbia, toda esa música que no me deja dormir los

fines de semana.

Supongo que en San Isidro, en Miraflores, en

Barranco, en el sur de Lima, donde la gente es más clara y

los cholos ya no son cholos sino trigueños, existen

personas que aman The Velvet Underground. Tal vez

tienen toda su música en vinilo y cada vez que se drogan,

cantan, I don't know just where I'm going, but I'm gonna

try for the kingdom, mientras caminan por las calles de

Miraflores a las tres de la mañana, borrachos e

invencibles.
Dennis Gonzalez !44

Me gustaría escucharlos en vinilo, pero no tengo plata

para comprarme un tocadiscos. El que tenía mi abuelo lo

destruí cuando era un mocoso de cinco años. Por eso me

llega al pincho cuando dicen que la música se escucha

mejor en vinilo. Ya sé que se escucha mejor en vinilo, pero

soy tan misio que ni siquiera tengo plata para comprarme

discos piratas. Si no fuera por Paola, nunca los hubiera

descubierto.

Un día, después de las clases, me invitó a su

departamento. Fumamos marihuana, nos echamos en el

suelo y escuchamos todas las canciones de Nirvana. Antes

de irme a mi casa, en mi mochila puso todos sus CDs

originales de The Velvet Underground y me dijo,

“Escúchalos, son de la puta madre”. “¿Los puedo copiar en

mi computadora?” “Por supuesto.” Cuando los escuché


Dennis Gonzalez !45

supe qué con esta música podía sobrevivir en este país de

mierda. La semana siguiente, le rogué a mi abuelita para

que me comprara unos buenos parlantes en las galerías

Wilson. Mi abuelita cedió después de rogarle por una hora.

Me dio la plata y ahí mismo me fui para el centro de Lima.

Me compré unos parlantes de ochenta soles. Eran

Logitech. Según el pata que me los vendió, tenían buena

calidad de sonido. Cuando llegué a mi casa, los instalé y

puse desde el principio todos los álbumes de The Velvet

Underground. Ese día entré como en un trance. Mi cuerpo

flotó y traspasó el techo. Deambulé, como un fantasma,

por todos los barrios peligrosos del Callao y nadie me

podía hacer nada porque era invencible. No escuché ni el

ruido de los carros, ni las balas de los choros, ni la sirena

de los policías que venían cuando ya era demasiado tarde.


Dennis Gonzalez !46

***

Paola me manda un mensaje de texto.

¿Qué haces, cholo?

Nada.

¿Quieres venir a mi casa?

¿Para qué?

Para escuchar música, pe.

¿Y tus viejos?

Se han ido a visitar a unos tíos en el sur.

No tengo a donde ir. Callao ha entrado en una resaca

profunda. Todos duermen. Solo las botellas vacías de

cerveza se arrastran por las calles.

Bueno déjame bañarme y voy pa tu casa.

No te demores.
Dennis Gonzalez !47

Sería formidable si ella sacara marihuana y

empezáramos a fumar y de ahí, quién sabe, escuchamos

The Velvet Underground en el tocadiscos de Paola.

¿Dónde estás?, escribe Paola.

Por la avenida Venezuela.

¿Tan lejos?

Hay tráfico, pe.

Apúrese que ya no aguanto.

Putamadre, déjame algo pe.

Se me ocurre correr desde la avenida de los

Precursores hasta la avenida Plaza Vea, pero voy a llegar

cansado. Además no quiero mostrarme tan perro. Sé que

es mi mejor amiga y que no pasa nada, pero uno nunca

sabe. Tengo dieciocho y ella veinte y nos encanta la música

y ambos estudiamos literatura pero no sé. Tal vez solo me


Dennis Gonzalez !48

quiere como amigo. La verdad es que yo no debería pensar

estas cosas porque tengo enamorada.

Yo tiro con Geraldine cada vez que puedo, cada vez

que ella no se siente culpable porque se supone que las

Reformistas deben esperar hasta al matrimonio para

empezar a fornicar, pero mi flaca no aguantó y tiramos un

sábado cuando sus viejos se habían ido a Trujillo. Yo la

quiero, pero a veces me llega al pincho. Se molesta porque

escuchó rock. No soy muy fanático de la música cristiana.

Si la escuchas cuidadosamente, te darás cuenta de que se

parece mucho a la música Pop. Siempre cantan lo mismo.

A veces Geraldine se hace la muy santa y se pone a orar en

el púlpito y en escuela sabática habla de la segunda venida

de Jesucristo.
Dennis Gonzalez !49

Ya me cansé de esperar. Me voy a fumar un porro,

escribe Paola.

Puta madre, no empieces sin mí.

A la mierda, me bajo de la combi y corro hasta su

departamento que está detrás de Plaza Vea. Ni si quiera los

domingos la avenida Faucett se pone vacía. Lo que pasa es

que desde el boom económico, la gente ha empezado a

comprarse más carros y ya no podemos echarle la culpa a

las combis. Sus choferes manejan como trogloditas, pero

en Lima todos manejan como unas mierdas. Se pasan la

luz roja, no respetan las lineas peatonales, atropellan a los

ciclistas y nunca pagan las multas. Las viejas pitucas dirán

que todas esas bestias son cholos, pero en esta chacra

hasta la más pituca de las pitucas, una de esas con

apellidos larguísimos, maneja como una caca.


Dennis Gonzalez !50

El Perú está cagado. Lima está cagada. Este país

siempre ha estado cagado. Mejor sigo corriendo porque

Paola se va a acabar toda la marihuana.

Llego sudado y hecho mierda. Toco el botón del

intercomunicador y un señor pregunta a quién busco.

—Paola Bultrán.

—¿Número de departamento?

—405.

—Un momento, por favor.

Hay una cámara en el intercomunicador. Fácil me

están grabando la cara en caso de que haya un robo y

cuando pregunten, ¿quién fue el único cholo que entro a

este departamento? Dirán, un muchacho cabezón de pelo

ensortijado y cara de huevón.


Dennis Gonzalez !51

Suena el zumbido de la puerta eléctrica. La empujo y

subo al cuarto piso. Paola me recibe en el pasadizo.

—¿Por qué te demoraste tanto?

—El puto tráfico.

Está vestida con un pantalón jean y un polo de The

Strokes. Lleva puestas sus zapatillas converse. Siempre he

querido tener unas. Se ven tan cools y a Paola le quedan de

la puta madre porque van con su personalidad de váyanse

todos a la mierda, yo soy diferente.

—Pasa, mi querido cholifacio.

Yo salto como una rana y me siento en el sillón de la

sala.

—¿Quieres agua?

—Sí, por favor.


Dennis Gonzalez !52

—Tengo limonada helada. Estás de suerte —Paola

grita desde la cocina.

—Ya era hora.

Me levanto y empiezo a revisar la biblioteca de la sala.

Se podría decir que el viejo de Paola es un izquierdoso, un

tira-muffin, pero es chévere y siempre me presta libros, y

cuando los devuelvo me hace preguntas para ver si soy uno

de esos cojudos que piden prestado libros y nunca los lee.

Esa es la vaina. Como soy un cholo sin plata, nunca

tuve la oportunidad de tener un padre intelectual o una

madre feminista que trabaja en una ONG. Nunca tuve la

oportunidad de estudiar en un buen colegio, ni si quiera en

el Bertolt Brecht. Fácil, Paola terminó de leer la Poética de

Aristoteles a los cinco años, mientras yo, como todos los

cholos que viven en las zonas marginales de Lima, me crié


Dennis Gonzalez !53

viendo Dragon Ball Z, El Chavo del Ocho, las piernas de

Karina, las tetas de María Pia, los culos hermosos que

salían en Habacilar.

—Aquí está tu limonada, muchacho-urbano-marginal.

—¿Cómo conseguiste la marihuana?

—Una amiga me la vendió.

Paola estudia en la Villarreal. A eso yo le considero un

suicidio social. Claro, a mi amiga todo le llega a la punta

del clítoris porque tiene la biblioteca de su viejo y a la

biblioteca de la Católica. A mi me gustaría estudiar en esa

universidad, pero los malditos no te dejan entrar a menos

que pagues cinco mil soles mensuales.

—¿Fumamos? —sugiere Paola.

—Como tú quieras.

—Vamos a mi cuarto.
Dennis Gonzalez !54

Las paredes están llenas de pósteres de Arcade Fire,

The Beatles, Nirvana y, por supuesto, The Velvet

Underground. Tiene un escritorio de esos antiguos. Desde

la ventana se ven los nuevos departamentos que se han

estado construyendo desde el boom inmobilario. Me gusta

su cuarto, su piso de madera, su librero lleno de libros

originales.

Paola se sienta en su sillón francés, cruza las piernas,

prende su pipa, aspira el humo, lo retiene y después de

veinte segundos lo exhala lentamente. Lo hace ver tan

fácil, tan natural.

—Toma, te toca.

Trato de fumar como Paola pero me atoro.

—La marihuana está buena.

—Por supuesto, me la trajo mi batería.


Dennis Gonzalez !55

A mí me da risa cuando Paola, que es tan blanca y tan

educada, trata de hablar como una chica de barrio.

—¿Cuánto pagaste?

—Veinte luqitas.

—Está barato.

Me echo en el piso de madera.

—¿Vas a poner música?

—¿The Velvet Underground? —pregunta Paola.

—Yeah.

Paola se levanta del sillón, se acerca a su biblioteca y

se agacha. En la parte inferior están todas sus discos de

vinilo.

—¿Qué disco quieres escuchar? —pregunta Paola.

—El primero que sacaron.

—¿The Velvet Underground & Nico?


Dennis Gonzalez !56

—Ese mismo.

Veo el plátano amarillo y me lleno de emoción. Con

sumo cuidado saca el disco del estuche. Luego, con las

palmas de las manos, lo coge por los bordes y lo coloca en

el plato giratorio del tocadiscos. Presiona el botón play y,

con más cuidado aun, levanta el brazo de la aguja y lo

acerca al borde del disco.

Se escucha las primeras notas de la lira, el bajo, la

batería, Sunday morning, praise the dawning. Cierro los

ojos. It's just a restless feeling by my side. Me pierdo en el

sonido. Early dawning, Sunday morning. Quiero morir,

quiero ser inmortal. It’s just the wasted years so close

behind. A la mierda con la vida. Watch out, the world's

behind you. Por un momento dejo de ser cholo, dejo de

existir, de vivir en este país de mierda. There's always


Dennis Gonzalez !57

someone around you who will call, “It's nothing at all”.

Qué importa si pertenezco a la clase obrera, qué importa si

mi banda favorita no es peruana. Sunday morning and I'm

falling. La música me da vida. I've got a feeling I don't

want to know. Ya no pienso en Paola, en mi enamorada, en

todos los años que me quedan por vivir.


Dennis Gonzalez !58

Cholo soy

No sé si sucedió. No estoy hablando de la exactitud de

los recuerdos. De los míos estoy seguro, al menos en un

80%, pero en este recuerdo particular, no puedo afirmar

con certeza si sufrí de discriminación. Es imposible

saberlo, sobre todo en este país de mierda. En los Estados

Unidos, es posible que alguien me diga, “Sí, a mí también

me han discriminado”. En el Perú no va a faltar uno que

me diga, “Tal vez no sufriste de discriminación, tal vez en

verdad no eras el indicado para el puesto de trabajo”.

Tenía diecinueve años y estudiaba en la Villarreal.

Como todo chibolo que se cree revolucionario con la plata

de sus viejos, quería conquistar con mi poesía a la masa

obrera. Creía que con trabajo y dedicación toda meta era

posible. Estudiaba duro y leía todos los libros posibles. La


Dennis Gonzalez !59

masa se merecía a un gran poeta que hablara de sus crisis

existenciales.

Sin embargo, como siempre pasa en la Villarreal, los

apristas de mierda la cagaron. A mitad de año, los

profesores hicieron huelga. Por cuatro meses no tuvimos

clases. En vez de esperar a que la huelga terminara, en vez

de ponerme a leer los libros que aun no había leído, en vez

de ahorrar en pasajes, iba todos los días a la universidad y

me echaba en el patio central, esperando a que un profesor

me dijera, “Vamos, muchacho, estudiemos para cambiar al

Perú”.

Me deprimí, pero como era cholo y los cholos no

pueden deprimirse porque no tenemos plata, preferí

dormir hasta las diez de la mañana. No quería hablar con

nadie, solo quería estar a solas. Mi madre, tan buen y tan


Dennis Gonzalez !60

paciente, solo escuchaba mis lamentos de poeta que se

cree obrero.

Un día me aburrí. Dejé de quejarme, dejé de ir a la

universidad, mandé a la mierda a mis amigos y me

desconecté del mundo por dos semanas.

Para sobrevivir, intenté leer en el techo de mi casa.

Disfrutaba del invierno chalaco. Contemplaba los aviones

que pasaban cada quince minutos. Me los imaginaba

destruyéndose en el aire, cayendo lentamente y los

pasajeros se quemaban mientras yo contemplaba el horror

con el sonrisa de sádico. Cuando me aburría, me iba a las

lozas deportivas y veía a los muchachos del barrio jugar al

fútbol. Me gustaba ver a la gente del barrio correr tras una

pelota, gritar para que defiendan bien, renegar cuando un

amarrabolas la cagaba. A veces me invitaban a jugar,


Dennis Gonzalez !61

cuando nadie quería ser arquero. Solo duraba cinco

minutos porque siempre me metían goles. No me

importaba. Me olvidaba por unos momentos de mi

desgracia burguesa.

Un domingo, decidí que no me iba a quedar con los

brazos cruzados mientras los apristas de mierda se

cagaban en la Universidad. Le pedí plata a mi viejo y me

compré El Comercio. Busqué en la sección de clasificados

trabajos para un joven con secundaria completa. Todos

pedían profesionales con experiencia o obreros sin

educación dispuestos a ser explotados. ¡Yo, el gran poeta

del pueblo, no podía trabajar como un peón! Yo debía ser

el guía, el sabio humilde que les dijera a estos pobres

ignorantes como vivir, trabajar, ser felices en esta vida

dialéctica. No me rendí. Me di ánimos.


Dennis Gonzalez !62

Encontré finalmente un aviso.

McDonald’s necesitaba jóvenes con ganas de formar

parte de la más grande cadena de comida rápida en el

mundo. Solo requerían educación secundaria y

disponibilidad de tiempo.

Lamentablemente, le dije a mi abuelita que iba a

postular al McDonalds. Me dijo que para qué iba a buscar

trabajo si teníamos al tío Pablito. Ah, el tío Pablito, el que

trabajaba en la Universidad Reformista como profesor de

Contabilidad, el que nunca me saludaba por mi

cumpleaños, el que se casó con la hija del pastor Padilla y

por eso había conseguido un buen puesto en la

universidad.

—Estoy muy segura que tu tío te consigue un trabajito

—dijo la abuelita.
Dennis Gonzalez !63

Nos vestimos con ropas muy profesionales. Tomamos

una combi que nos llevó hasta la Plaza Dos de Mayo.

Después nos subimos en una custer de esas que te llevaban

hasta Chosica. Salimos de Lima la chola y llegamos a la

Lima rodeada de cerros pelados, donde el aire era más

puro y el solo brillaba más fuerte y cielo ya no era gris sino

celeste. En las dos horas que duró el viaje pensé en lo que

podía hacer con el dinero que iba a ganar. Me podía pagar

el inglés en el Británico y luego postular a la beca por

excelencia para irme a estudiar a Inglaterra. Y en

Inglaterra me iba a casar con una inglesa de ojos azules y

cabello rubio y así mis hijos ya no sufrirían de la triste

condición de ser cholo.

Nos bajamos en el paradero Ñaña y tomamos un

mototaxi que nos llevó hasta la entrada principal de la muy


Dennis Gonzalez !64

reputada Universidad Reformista del Perú. Presentamos

nuestros DNIs al guachimán. Nos preguntó a quién

buscábamos.

—Al profesor Pablo García —dije.

—Enseña Contabilidad —dijo mi abuelita.

—Esperen un momento —dijo el guachimán.

Llamó a otro huevón en su radio. Esperamos unos

veinte segundos. Los estudiantes entraban con sus carnés

universitarios. De vez en cuando entraba una chica muy

bonita de pelo negro y piel castaña.

—Pueden pasar. Oficina 303. En el departamento de

Ciencias Financieras —dijo el guachimán.

Parecía que caminábamos en un exclusivo club

campestre. La universidad tenía un lago lleno de cisnes y

al frente del lago había una mansión de estilo victoriano,


Dennis Gonzalez !65

tal vez pertenecía a un antiguo barón estadounidense.

Cada casa tenía un pequeño jardín donde los catedráticos

podían dormir en sus mecedoras y hacer parrillas los fines

de semana con los amigos de toda la vida. La universidad

era un pequeño cielo reformista, una pequeña muestra del

paraíso que su Dios les había prometido, una tierra lejos

de los cholos sin plata, un lugar donde podían caminar

junto a los ángeles rubios.

Encontramos el Departamento de Ciencias

Financieras, subimos al tercer piso, buscamos la oficina

303, tocamos la puerta y el tío Pablito nos recibió.

Mi abuelita fue la primera en hablar. Le dijo al tío que

yo necesitaba un trabajito porque mi universidad estaba

en huelga y yo era un muchacho que quería trabajar para

pagarse sus estudios en una buena universidad particular.


Dennis Gonzalez !66

Cuando terminó me golpeó ligeramente con el codo y

empecé a hablar, “Yo quiero trabajar, tío y la verdad es

que, pues, si se puede, si tu puedes, claro está, me gustaría

trabajar aquí, tú sabes, en la fábrica o de cualquier cosa,

como vendedor, tal vez. Yo aprendo rápido”.

El tío pablito nos miró, quizá habrá pensado, Quién

carajo le manda a mi hermano menor a meter la pata.

—Si quieres te puedo ayudar a armar tu curriculum

vitae —dijo el tío Pablito.

Felizmente que mi abuelita tuvo dignidad y no

insistió. Se quedó callada, imaginando, tal vez, a los

estudiantes que jugaban fútbol en las lozas deportivas.

Habrá pensado, Aquí no hay huelgas, aquí siempre se

estudia, aquí los muchachos no pierden el tiempo.


Dennis Gonzalez !67

El tío pablito nos invitó a sentarnos y empezó a

escribir en su computadora.

—¿Qué estudias? —preguntó.

—Literatura.

—¿En qué año vas?

—Recién estoy en primero.

—¿Algún hobby?

—Me gusta leer y escribir.

Cuando terminamos, mi abuelita y yo salimos de la

oficina del tío Pablito, le dimos las gracias al guachimán,

tomamos un mototaxi hasta el paradero Ñaña, viajamos

por dos horas en la custer, nos metimos nuevamente al

infierno de la ciudad.

***
Dennis Gonzalez !68

Echado sobre mi cama, mientras escuchaba la radio,

me imaginaba un futuro gris, un futuro lleno de huelgas y

largas colas para conseguir trabajo. Después de cinco años

de estudiar en la universidad, iba a terminar como un

vagabundo en el centro de Lima. Por supuesto que todo

eso podía cambiar si conseguía chamba en el McDonald’s.

Será como en las series americanas, me imaginé, trabajaré

part-time y en las tardes estudiaré en una universidad

particular.

La entrevista masiva iba a realizarse en el McDonald

de Javier Prado. En un solo día, desde las diez de la

mañana hasta las dos de la tarde, cientos de jóvenes se

iban a pelear por unos miserables puestos de trabajo.

Me puse un pantalón negro, una camisa blanca y una

chaqueta de cuero. Me eché la colonia de mi padre, me


Dennis Gonzalez !69

cepillé los dientes, me peiné y salí con mi curriculum vitae

protegido por un fólder. Caminé hasta el puente Faucett,

subí las escaleras de cemento, me fijé de que ningún choro

me siguiera y esperé por la custer que me llevaría hasta el

McDonald’s de San Borja.

—¿Va hasta la Javier Prado? —le pregunté al

cobrador.

—¿Hasta qué cuadra?

—Cerca al Museo de la Nación.

—Dos soles.

Subí, le pagué y me senté junto a la ventana.

Cuando bajé de la combi, vi una cola inmensa de

muchachos desempleados. La gran bestia aun no abría sus

fauces para devorar a los jóvenes que soñaban con estudiar

en una universidad particular. Algunos postulantes vestían


Dennis Gonzalez !70

terno y se notaba que recién se habían cortado el pelo.

Frente a mí, había una chica que estudiaba Ciencias de la

Comunicación en la San Ignacio y otro que estudiaba

Derecho en la Universidad de Lima. Ambos hablaban con

la confianza de los triunfadores. Si tenían plata, ¿para que

venían a buscar un trabajo en un McDonald’s? Seguro

querían ganar dinero extra, seguro sus padres les habían

dicho que debían ganar experiencia laboral, seguro

querían vivir una vida como los gringos.

Detrás de mí se paró una chica que no se veía tan

pituca. Le pregunté qué estudiaba.

—Historia del Arte en la San Marcos —respondió.

Era bonita, tenía el pelo lacio, la piel trigueña y los

ojos negros.

—¿Y tú?
Dennis Gonzalez !71

—Literatura.

—¿En la San Marcos?

Me hubiera gustado decirle que sí. “Qué coincidencia”,

me hubiera dicho, “no hay muchos literatos que buscan

trabajo en un McDonald’s”. “Sí, ya sé, todos se creen hijos

del proletariado”.

Pero tuve que decirle la verdad.

—Estudio en la Villarreal.

—¿Los profesores están en huelga, no?

—Sí, por eso busco un trabajo, para no estar de vago.

—Qué bien.

Se acopló otro que estudiaba ingeniería en la

Universidad del Callao. Nos dijo que también buscaba un

trabajo para ganarse algo extra, para no estar pidiendo

plata a los viejos a cada rato.


Dennis Gonzalez !72

La cola no tardó en enroscarse en un espiral infinito.

Cuando la gran bestia abrió sus fauces, empezamos a

avanzar. Algunos muchachos regresaban cabizbajos, con el

curriculum vitae bajo el brazo. Solo faltaba que lloviera

para resaltar el fracaso en sus rostros. No había manera de

alcanzar el cielo. No había manera de escapar del infierno,

un infierno lleno de cholos desesperados para vivir como

los blancos.

Porque el tiempo tenía que pasar y ninguna tortura

duraba para siempre, llegué a las fauces de la gran bestia.

Bajo la protección de un toldo azul, unas chicas muy

blancas atendían a los postulantes. La que me tocó, me

preguntó por qué quería trabajar en McDonald’s.

—Quiero trabajar y así poder ganar experiencia —

respondí.
Dennis Gonzalez !73

—¿Y por qué piensas que serías el candidato perfecto

para trabajar con nosotros?

—Pertenezco a la iglesia reformista y siempre he

estado acostumbrado a la disciplina.

Seguro la chica sabía algo sobre mi religión y por eso

no me hizo más preguntas. Aunque lo más seguro es que le

importó un pepino.

—¿Tienes tu CV?

Le entregué mi curriculum vitae, lo revisó y me lo

devolvió.

—Ahora vas a dar un examen de aptitud.

Me entregó tres hojas engrapadas y me señaló una

carpa roja donde habían varias sillas y mesas de plástico.

Me senté al lado de una chica vestida como secretaria

ejecutiva. Tenía la nariz respingada, el cabello castaño, los


Dennis Gonzalez !74

ojos verdes y de su falda salían un buen par de piernas

blancas.

Me sentí más cholo que nunca.

Miré por primera vez el examen y tomé la actitud seria

de un hombre serio que sabe lo que hace con su vida seria.

Pegué mi espalda al respaldar de la silla y empecé a

responder las preguntas. Recuerdo una en particular.

Una madre está con su hijo en un McDonald’s. El niño

pide un helado. El niño recibe el helado y cuando está a

punto de retirarse, se le cae. ¿Qué harías?

A) Llamas a alguien para que limpie el piso y

continuas con tu trabajo.

B) Si la madre te dice que le des un helado gratis, le

dices que no puedes.


Dennis Gonzalez !75

C) Sin que la madre te lo pida, le das otro helado al

niño.

Opté por la tercera opción. Sin que la madre me lo

pregunte, sin que el gerente se entere, sería buena gente y

le daría un helado gratis al pobre niño.

Entregué el examen a la señorita muy blanca. Me dijo

que esperara bajo el mismo toldo. Regresé y me puse a ver

el cielo de Lima.

Pasaron quince minutos y la señorita me llamó. Me

dijo que había aprobado el examen. Ahora debía esperar

para entrevistarme con el gerente.

La chica vestida como secretaria ejecutiva se sentó a

mi lado. Ella también había pasado. Le quise preguntar,

“¿Qué se siente ser blanca? Quiero decir blanca de verdad,

no como esos cholos que pasan por blancos gracias a la


Dennis Gonzalez !76

cirugía. Quiero decir cuando te preguntan si tienes

ascendencia europea y tú dices, ‘sí mi familia es italiana y

vinieron cuándo el gobierno quería blanquear a todo el

Perú para modernizarlo, para estar a la altura de las

grandes naciones industriales, para decir que aquí también

tenemos blancos’ ”.

Eventualmente, me senté frente al gerente que

también era un señor muy blanco.

—¿Qué estudias?

—Literatura.

—¿Y qué horarios dispones?

—Tengo disponible todas las tardes. En la mañana

estudio.
Dennis Gonzalez !77

No sé por qué dije eso. Debí decir que tenía todo el

tiempo disponible. Supongo tenía la esperanza de que la

huelga se acabara muy pronto.

—¿De qué hora a qué hora estudias?

—De ocho a una.

—Está bien, ya puedes retirarte.

—¿Les puedo llamar para saber si he sido contratado?

—No, nosotros te llamamos.

Para que dejara de joder, me dio un cupón para un

helado gratis. Salí del estómago de la gran bestia. Nomás

me faltaba encender un cigarrillo y caminar en medio de la

lluvia.

Nunca me llamaron.
Dennis Gonzalez !78

La hermana Rosario

No quiero ir al entierro, pero mi tía insiste. Me dice

que la hermana Rosario me trató como su propio nieto. “Y

todavía te ayudó con tus papeles”, dice mi tía. Por

supuesto que me acuerdo cuando la hermana Rosario

llamó a su hija que vivía en Nueva Jersey y le dijo que

Dante y yo habíamos sido amigos desde la infancia y que

prácticamente éramos hermanos y por eso merecía viajar a

los Estados Unidos porque era un buen muchacho, un hijo

de Dios. Su hija, a la semana siguiente, nos prestó el

dinero y así mi familia pudo viajar a los Estados Unidos.

Lo malo es que estoy cansado y no me dan ganas de ir

hasta Lurín. Es que ayer me fui a una fiesta con mi primo

Esaú y bailé hasta las dos de la mañana con sus amigas del

trabajo. Fui a pesar de que Dante estaba tocando el violín


Dennis Gonzalez !79

en el velorio de su abuela. Se supone que todos los

hermanos estaban ahí, velando a la hermana que había

sido tan buena y generosa conmigo. La verdad es que tenía

miedo de ver a la hermana Rosario en un estado inerte. No

quería verla con sus manos cruzadas sobre el pecho y sus

ojos sellados y el algodón metido en sus oídos como para

que nadie la despertara.

—Tienes que ir —repite mi tía—, la hermana Rosario

fue como tu segunda abuela.

Son las dos de la tarde y el bus que va a llevar a los

hermanos hasta el cementerio el Parque del Recuerdo ya

ha salido hace una hora. Estoy sentado en el sillón de la

sala, mirando mi reflejo en el espejo. Siento que esa

persona que me mira no es el mejor amigo de Dante, el

que iba todas los sábados a la casa de la hermana Rosario a


Dennis Gonzalez 8
! 0

almorzar, el que se acostaba en el sofá mientras Dante y mi

hermano practicaban las canciones que iban a tocar en la

iglesia. Ese que veo en el espejo es un traidor, un mal

amigo, una persona despreciable.

—Anda —dice mi tía—, la hermana te lo va a agradecer

desde el cielo.

Me levanto, subo a mi cuarto, entro al baño, me

desnudo y me ducho con agua fría. Limpio mi cuerpo de

las impurezas del trago, del baile, de las imágenes de las

chicas ricas y apretaditas. Restriego mi piel lo más duro

posible. Me enjabono dos veces la punta de mi pene. Es un

rito purificador. Cojo el jabón en mi mano derecha y

pienso en los árabes, en los romanos, en la civilización que

inventó esta barra de grasa que se utiliza para sacar la

carca que se pega a la piel, a las partes íntimas, a este


Dennis Gonzalez !81

cuerpo decadente. Salgo de la ducha y me seco con la toalla

verde y me pongo ropa interior limpia y me echo talco en

los pies y me visto con un pantalón, una camisa y unos

zapatos negros.

—Sabes como llegar a el Parque del Recuerdo? —le

pregunto a mi tía.

—Desde el Centro podemos averiguar.

Tomamos uno de esos colectivos informales que

llegan hasta el Mercado Central. Mi tía le pregunta al

chofer si conoce algún carro que nos pueda llevar hasta

Lurín. El chofer dice que no sabe, pero que en el Parque

Universitario podemos preguntar. En el Parque

Universitario un taxista nos dice que nos puede dejar en

Grau y que desde ahí podemos tomar otro carro que nos

lleve hasta el Parque del Recuerdo. Le pagamos cinco soles


Dennis Gonzalez !82

y el taxista nos deja en el paradero. Son las cuatro de la

tarde.

Le mando mensaje texto a Dante.

¿Todavía están en el cementerio?

A las 5:00 nos vamos.

Espérame. Ya estoy en camino.

¿Dónde estás?

En Grau. Dice el chofer que se va a demorar unos

cuarenta minutos.

Apúrate que ya nos vamos.

La furgoneta que nos lleva hasta el Parque del

Recuerdo nos cobra ocho soles. Acepto y espero con mi tía

en el asiento del fondo. Lo malo es que el chofer no

arranca porque está esperando a que el vehículo se llene.

Mi tía empieza a discutir con el chofer y este le dice que


Dennis Gonzalez !83

siempre es así, que si solamente lleva a cuatro pasajeros el

negocio no sale.

—Falta tres pasajeros para que al menos recupere mi

gasolina.

—¿Y si te pago por los pasajeros que faltan? —

pregunta mi tía.

—¿Cuánto?

—Treinta soles por todo.

El señor mira su furgoneta vacía.

—Necesitamos ir a un entierro y estamos tarde —

insiste mi tía.

—Bueno ya, pero recojo pasajeros en el camino.

—No sea vivo, señor.

—Tengo que trabajar, señora.

—¿Acaso no le estamos pagando?


Dennis Gonzalez !84

—Si no recojo pasajeros el negocio no sale.

—Le estamos pagando lo justo.

—Bueno, ya, solamente me detengo si alguien levanta

la mano en el camino.

Yo le digo a mi tía que no siga discutiendo, que hay

que llegar aunque sea para tirar los últimos ramos de

flores. Quiero lavar mi culpa por haberme quedado en una

fiesta en vez de ir al velorio de la hermana Rosario. Ni

siquiera saqué plan. Un desempleado de veintinueve años

que ha estudiado una maestría pero no la ejerce y por lo

tanto tiene esa sensación de haber estudiado diez años por

las puras, no puede decir, “Sí, tengo veintinueve y trabajo

en el Británico y vivo solo en mi departamento. Sí, me

siento un hombre realizado”.


Dennis Gonzalez !85

La furgoneta avanza y deja Grau y se va por las calles

estrechas de Lima. Pasamos por el estadio de Alianza

Lima. Estamos en La Victoria, en la rica Vicky, en un

distrito con historia, un distrito desconocido para la

mayoría de los que viven en el sur de Lima. Solo los

valientes viven aquí. Los que tienen calle, los que no se

asustan con pequeñeces. Le echo seguro a la puerta. Ahora

me creo gringo, me creo un ciudadano del primer mundo,

un blanquito asustadizo que tiene miedo de que le roben

sus lentes Ray-Ban.

El semáforo cambia a verde, el carro avanza y La

Victoria desaparece. Lima se transforma en una tierra

baldía. El viento sopla en los arenales y el polvo invade las

casas de esteras. La carretera se ensancha y el cielo se

extiende hasta hundirse en el mar. Estamos en Villa el


Dennis Gonzalez !86

Salvador. La gente vive aquí porque ya no hay más espacio

en la gran ciudad.

La furgoneta nos deja en la puerta del cementerio. El

portero no nos deja entrar porque dice que ya van a cerrar.

Mi tía le ruega. El portero le dice que por la otra puerta es

posible que entre. Mi tía me dice que corra y que ella me

va a dar el alcance. Corro hacia el otro extremo del

cementerio. El segundo portero no me dice nada, entro y

empiezo a buscar a mi amigo.

Encontrar el entierro de la hermana Rosario es como

buscar una aguja en un pajar. Hoy parece que todo el

mundo está enterrando a un pariente.

Le mando un mensaje de texto a Dante, Ya estoy en el

cementerio, ¿dónde te encuentro?

Dante me responde, Cerca a la entrada principal.


Dennis Gonzalez !87

Mientras camino, leo los nombres tallados en las

lápidas. Muchos de los huéspedes de este cementerio han

muerto recientemente: 2012, 2013, 2015. Madres e hijas,

padres e hijos algunas vez existieron y ahora yacen dos

metros bajo tierra. Sus familiares han pagado mucho

dinero para enterrarlos en un cementerio decente.

Encuentro a Dante parado sobre la tumba de su

abuela. Atrás están sus familiares. Corro hacia él. Dante

levanta la cabeza y me ve. Camina lento, como calculando

sus pasos. Cuando nos encontramos, me abraza

fuertemente. Quiero llorar porque mi amigo está llorando,

pero no puedo. Sé que es lo correcto, pero las lagrimas no

salen.

—Gracias, hermanito, gracias.


Dennis Gonzalez !88

Ya no me siento tan culpable. Ya no me siento tan

mierda.
Dennis Gonzalez !89

Soledad

Quiero una chola rica para el verano, una chola que se

desnude, que se acueste a mi lado y que me pregunte,

—¿Tiramos, cholo?

—Claro que sí, chola.

Y que sus cabellos negros se posen sobre mis piernas y

cierro los ojos y siento su lengua sobre mi glande. Y que

me mire a los ojos y me pregunte,

—¿Así te gusta, papi?

—Sí, mami.

El universo desaparece y pienso en los todos años que

intenté tirarme a una gringa porque quería mejorar la

raza, porque desde chiquito soñaba con tirarme a Karina y

a Maria Pía, y por eso me enamoré perdidamente de

Jenny, porque era blanca y tenía los ojos azules. Soñaba


Dennis Gonzalez !90

con hacerle el amor, pero ella siempre me calentaba los

huevos y cuando pensaba que por fin me iba a acostar con

ella, la maldita se alejaba y me decía que era mejor

mantener la distancia. Era para mandarla a la mierda y

regresarme al Perú y olvidarme de los Estados Unidos,

pero nunca lo hice.

—¿En qué piensas, cholo?

—En el tiempo perdido, en todas las veces que

pudimos haber hecho el amor pero no lo hicimos.

—¿Por qué?

—Por querer tirarme a una blanca, porque siempre

quise mejorar la raza.

—Estamos mal, cholo.


Dennis Gonzalez !91

—Lo sé. Fueron Nubeluz y las argentinas de Parchis y

mi familia que es racista, y mi abuelita que una vez llamó a

mi enamorada, “cholita insignificante”.

—Ya no pienses en eso. ¿Te la sigo mamando o

cambiamos de pociones?

—Ponme el culo en la cara.

El culo de mi chola está limpio. Huele a jabón. Es el

único olor que me gusta.

—¡Qué rica estás, chola!

Y le chupo la concha y le paso la lengüita por el

asterisco.

—Lámeme todita.

Mi chola huele a mar, a mar peruano, a mar del Callao

donde los pescadores navegan hasta desaparecer en el


Dennis Gonzalez !92

horizonte. Mi chola suspira, lanza un gemido y mi lengua

se sumerge en un pozo de placer.

—Así, cholita linda, así.

Ella se come mi verga y no aguanto más y eyaculo y

ella se traga todo mi semen.

—Déjame enjuagarme la boca —dice mi chola.

—Primero dame un beso.

Se va al baño. Mi pene flácido descansa sobre mis

muslos. El sol me da en la cara y escucho el grito de los

niños que juegan fútbol en la calle. Mi chola regresa y se

acuesta a mi lado.

—Dime, cholo, ¿por qué nos conocimos tan tarde?

—Porque siempre quise tirarme a una blanca.


Dennis Gonzalez !93

Las Cucardas

Mientras escucho a mis compañeros del Británico,

siento que he perdido diez años de mi vida. ¿Qué hice en

todo este tiempo? Estuve en los Estados Unidos, aprendí

inglés, terminé la universidad, no conseguí trabajo porque

la carrera que había elegido no servía para nada.

Mi existencia es una mierda, me siento viejo, me

siento acabado, a cada rato me duele la espalda. Pensé que

podía ser feliz si Ada era mi enamorada. Ella tiene un

cuerpo joven, un abdomen plano, unas tetas firmes, la

energía de una mujer de diecinueve años.

Mis compañeros se van y solo quedamos Mauro, Ada,

Alberto, Sara y yo. Los dos primeros caminan a diez

metros de nosotros. El cuerpo de Ada es menudo, tiene las

piernas contorneadas y el pelo largo hasta la cintura. Estoy


Dennis Gonzalez !94

arrecho. Ayer en la noche me masturbé dos veces. Después

de la primera paja, pensé que la imagen de Ada iba a

desaparecer. Pero ella siempre regresa a mi cuarto, se

desnuda lentamente y acerca sus pequeños senos a mi

boca. Yo toca su pubis inmaculado, su vagina jamás

penetrada. Ella me susurra al oído, “Eyacúlame en la

cara”.

¿La cagué? ¿Hice algo para que Ada me dejara de

hablar? ¿Se dio cuenta de que era demasiado viajo para

ella? Seguro piensa que soy un pervertido, un hombre

obsesionado con la muerte.

Doblamos por una calle que cruza la Avenida Bolivar y

nos sentamos en un parque. Esta mañana me hace acordar

cuando tenía quince años y estab libre de obligaciones.

Creía que si me esforzaba mucho podía llegar a ser un gran


Dennis Gonzalez !95

escritor. Nada de eso ha pasado. Ahora estoy con un grupo

de muchachos menores de veinte años, a excepción de

Mauro, claro está. Él tiene treinta años. No ha terminado

su carrera y estudia con nosotros para ser profesor de

inglés.

Sentados en las bancas de este parque no hacemos

nada. Conversamos de ánime, de los años que estuvimos

en el colegio. Para ellos no fue hace mucho, para mí se

siente como una eternidad

“Mira hacia adelante”, me dijo Sandra la semana

pasada en un restaurante, “si te quedas atrapado en el

pasado siempre la vas a cagar”.

Pienso en el consejo de Sandra. No tengo trabajo. Sigo

sin encontrarme. Toda mi educación sexual ha sido basada

en la pornografía y la prostitución.
Dennis Gonzalez !96

Mauro y Ada se van. Alberto y Sara empiezan

criticarlos. Mauro se le había declarado a Ada por

WhatsApp. Mauro se lo contó a Alberto y le hizo prometer

que guardaría el secreto, pero Alberto no resistió y le

chismeó a Sara. Sara creo un grupo en WhatsApp, pero no

incluyó a Mauro y a Ada. Así fue como leí lo que Mauro le

había escrito a Ada, Cada vez que veo tu sonrisa, siento

que el mundo se vuelve más hermoso. Pobre Mauro, pobre

Ada. Sentí pena por ellos, pero eso no me impidió reírme

con los demás compañeros. Me comporté como un chibolo

de diecinueve. Detrás de mi risa de idiota, se esconde un

huevón que ha desperdiciado diez años de su vida.

¿Cuándo empezó a gustarme Ada? Se sentó a mi lado

en el segundo mes del curso. Empezamos a hablar,

hicimos los trabajos juntos y hasta me incorporó a su


Dennis Gonzalez !97

grupo. En la casa de Nancy me senté a su lado para

ayudarle a escribir el lección que debíamos presentar como

proyecto final. Me sentí feliz. Pude ver de cerca sus labios,

su sonrisa, sus dientes blancos y perfectos. Ese día respiré

su aroma de mujer de diecinueve años. Cuando llegué a mi

casa, me la imaginé desnuda, junto a mí, temblando y feliz

porque había perdido su virginidad conmigo.

Mauro me confesó que amaba a Ada y que iba a luchar

por ella. Lo admiro porque aún cree en el amor, pero

también me da morbo. Mauro es grande y corpulento. Me

lo imagino junto a mi querida Ada. Su inmensa barriga

chocando contra sus pequeñas nalgas. Me excito. Soy un

enfermo.

Me aburro de escuchar a Alberto y a Sara. Me despido

y camino hacia la avenida Bolivar. Veo a una pareja


Dennis Gonzalez !98

besándose en una esquina y yo me muero de envidia. Subo

al bus que me lleva a mi casa. Pienso en Ada. Tengo la

ligera esperanza de poder hablar a solas con ella. Espero

que algún día me haga caso. En el futuro, Ada cambiará de

opinión, se interesará en mí, aceptará salir conmigo,

conversaremos en un restaurante a solas. La convenceré

de que soy un tipo sensible, un hombre capaz de hacerla

feliz.

Me bajo del bus y camino hacia mi casa. Tiemblo y

pienso en la prostituta que voy a tirarme en las Cucardas.

Ya me había tirado una en Juarez y otra en Chihuaha.

Desde pequeño siempre he anhelado el cuerpo femenino,

perfecto y desnudo; un cuerpo entregado completamente

al deseo.
Dennis Gonzalez !99

En mi cuarto me pongo la ropa más vieja y me quito el

reloj y dejo mi celular en mi escritorio. Solo llevo mi DNI y

130 soles. Cierro mi cuarto con llave y sonrío frente al

espejo con mi sonrisa de idiota.

Me bajo en Tingo María y hago como si me estuviera

yendo al Instituto Nacional de Oftalmología para que el

cobrador no piense que me voy a tirar a una puta.

La combi se aleja, cruzo la pista y bajo hacia la calle

Ricardo Treneman. Doblo a la derecha y acelero el paso

para que no me asalten. Si me asaltan espero que tengan

compasión de este pobre triste huevón que no ha tirado en

dos años.

Llego a la puerta de las Cucardas, le enseño mi DNI al

guachimán, pago los cuarenta soles de admisión el la

boletería.
Dennis Gonzalez !100

—¿Tienes celular? —me pregunta el boletero.

—No.

Me catea el segundo guachimán y me deja entrar.

La oscuridad se disfraza de una luz roja. Tengo una

sensación de abandono, como si estuviera cayendo en un

pozo sin fondo. En un corredor me esperan cinco putas

recostadas sobre el marco de las puertas. Las examino

como si fueran animales de granja. ¿Quién tiene el culo

más grande, quién es la más tetona, quién se parece más a

Ada?

Me acerco a la barra, pido una cuba libre y me la tomo

de un sorbo. Una negra pasa y observo su enorme culo.

Vuelvo a pasar por los corredores. No sé si tirarme a la

de lentes o a la chica que lleva trenzas. Camino


Dennis Gonzalez !101

lentamente. Ellas sonríen. Ya sería mucho descaro cogerles

las nalgas para saber quien la tiene más dura.

Es inútil. Cualquiera que elija, cualquiera que se

acueste conmigo, solo lo hará por dinero y el sexo durará

quince minutos. Es la verdad de la vida. Todo lo bueno

solo dura quince minutos.

Me acerco a una que tiene buenas piernas.

—Hola.

Ella me dice algo en el oído pero no puedo escucharla

bien porque el volumen de la música está muy alto.

—¿Qué?

Vuelve a decir algo que no entiendo.

—¡Qué!

—Setenta soles por quince minutos.

—Está bien.
Dennis Gonzalez 1! 02

Entro a su cuarto. La puta se desnuda metódicamente.

Primero el sostén, luego el calzón y de su mesita de noche

saca un condón. Yo me desnudo. Se acerca, se agacha y me

pone el condón con la boca. Trato de acariciarle el cabello,

pero ella no se deja. Se levanta y me acuesta en la cama. Se

sube encima de mí e inserta mi pene en su vagina. El coito

empieza. Ahora que la veo más cerca, su vientre no es tan

plano y noto que tiene estrías en las piernas. Trato de

cerrar los ojos para imaginar a Ada.

—¿Quieres intentar la pose del perrito? —me pregunta

la puta.

—OK.

Quiero ser un super macho, pero ni siquiera soy un

hombre. En el espejo veo mi barriga inflada, mis brazos

flacos, mi pecho hundido, las entradas de mi frente. Este


Dennis Gonzalez !103

soy yo, este animal que sueña con tirarse a una muchacha

de diecinueve años. No eyaculo y mis quince minutos se

acaban. Le pago a la puta los setenta soles.

—Hasta luego, mi amor.

Me da un beso en el cachete y cierra la puerta de su

cuarto.

Me acerco a la barra, pido otro cuba libre y contemplo

a las otras putas.

Ya no tengo plata para otro polvo.


Dennis Gonzalez !104

Juliana

Ya fue. Mejor la olvido. Es fácil. Me compro un

cuaderno Stanford y un lapicero Stabilo. Forro el

cuaderno con Vinifan y escribo todos los días para

olvidarme de Juliana.

La conocí en la Iglesia Reformista en San José. Yo no

creo en Dios pero a veces me siento solo y me dan unas

ganas terribles de orar y de cantar con los hermanos de la

iglesia. Supongo que por eso regresé a la iglesia después de

diez años. Los hermanos me preguntaron qué había hecho

en todo este tiempo y yo les contesté, “visité muchas

iglesias”.

Ya sé. Soy una mierda. Pero ellos no lo saben. Lo

disimulo muy bien.

Juliana es amiga de Sandra.


Dennis Gonzalez !105

Sandra era la única hermana de la iglesia que sabía

que yo era ateo. Se lo dije porque ella lleva una doble vida:

fuma marihuana, fornica con varios chicos de su

universidad y baila perreo en las discotecas de Lima. Por

eso creí que iba a guardar mi secreto, pero no fue así.

La primera pregunta que me hizo Juliana cuando la

conocí fue: “¿Así que eres ateo?”

Estábamos en un restaurante vegano junto a otros

hermanos que recién se habían bautizado. Pude haberlo

negado, decir, por ejemplo, “Hablas tonteras, seguro

Sandra te ha dicho que soy ateo porque me gusta leer a

Stephen Hawkins”, pero le dije la verdad.

—Soy ateo.

Nadie habló.

—Danny está bromeando —dijo Sandra.


Dennis Gonzalez !106

Quise insistir en mi ateísmo pero decidí no cagarla.

Terminamos de comer, pagamos la cuenta, salimos del

restaurante y nos fuimos al departamento de Juliana.

Juliana es abogada y trabaja en una cadena de

casinos. Vive con un chileno vegano y dos amigas que

también son abogadas.

Desde el onceavo piso vi por la ventana de la sala la

universidad La Católica, parte del parque de las leyendas y

los nuevos departamento que construyeron en la avenida

Universitaria.

—Me gusta la vista de tu departamento —dije.

Juliana me dio las gracias y se metió a su cuarto con

Sandra.
Dennis Gonzalez !107

Me senté en el sillón de la sala. Cogí de la mesita

Pantaleón y las visitadoras y me puse a leer. Solo leí dos

hojas porque Sandra salió del cuarto de Juliana.

—Me voy al INABIF ¿Vas a ir a la iglesia o te vas a tu

casa?

Quería irme a mi casa, descansar y no volver.

—Voy a la iglesia.

—¿Quieres esperar a Juliana? Se está alistando.

—Bueno, la espero.

Sandra se fue y me quedé solo. Tenía ganas de

acostarme y dormir, o salir por el balcón y fumar

marihuana. Odio esperar. No me gusta estar en un estado

de constante expectativa.

Juliana salió de su cuarto.

—¿Nos vamos, Teo?


Dennis Gonzalez !108

Acababa de conocerla y ya me había puesto un apodo.

—OK.

Caminamos hasta la avenida La Marina. Ella no

hablaba. Yo pensaba en mi ateísmo.

—¿En verdad eres ateo? —preguntó Juliana.

—Sí.

Quise preguntarle, ¿Tú también eres una doble cara

como Sandra?, pero no me atreví.

—¿Y por qué vas a la iglesia si eres ateo? —preguntó

Juliana.

—Porque no me gusta estar solo.

Hubo una pausa.

—¿Y de dónde conoces a Sandra? —pregunté.

—De la universidad.

—¿Y ella te trajo a la iglesia?


Dennis Gonzalez !109

Sandra se tardó en responder.

—Sí, ya sé que Sandra es una doble cara, pero yo

también lo soy, así que fresh. Recuerda que la iglesia es un

hospital.

—Ahora que me acuerdo, tú eres la famosa amiga que

siempre le presta el departamento para hacer sus

cochinadas.

—Sí, se lo presto para que tire con sus amigos.

Hubo un silencio extraño. Si fuera un reformista

consagrado, tal vez no le estaría hablando.

—Estoy segura que ya me estás juzgando —dijo

Juliana.

—Yo no he dicho nada.

Y sonreí.
Dennis Gonzalez !110

Otra vez el silencio. La combi se detuvo en el cruce de

las Avenidas La Marina y Faucett. Algunos pasajeros

bajaron y otros subieron. Me hubiera gustado bajarme ahí

mismo.

No hablé durante el resto del viaje.

En la iglesia me separé de Juliana y me senté en las

bancas del fondo. Tal vez esta era una señal para no

regresar. Era como si Dios se hubiera presentado en mis

sueños y me dijera, “no vengas a mi iglesia. No me gustan

los ateos”.

Sin embargo, me levanté y me senté junto a Juliana.

Ella se acercó y me susurró en el oído, “Ateo”.

Sonreí. La observé un rato. Tenía un buen par de

tetas.
Dennis Gonzalez !111

—Oye, ¿no dice la profeta Elena G. de White que los

abogados no entraran al reino de los cielos? —pregunté.

Juliana se rió y solo dijo, “Ay, Teo”.

Se acabó el culto. El primer anciano vino a despedir el

sábado. Habló de las señales del fin del mundo, de la

maldad del hombre, de la segunda venida de Jesús.

Juliana se fue con sus amigos a jugar fútbol en una cancha

por Bellavista. Yo me fui a mi casa. Leí un libro, escribí un

poema y lo quemé en el techo de mi casa. Mientras el

poema se quemaba, contemplé las luces del mall que

iluminaban aquella noche gris.

***

Un día quise ver a Sandra para conversar de cualquier

cosa. No quería quedarme encerrado en mi casa. Así que le

escribí un mensaje de texto.


Dennis Gonzalez !112

¿Te puedo caer a tu casa? Solo quiero conversar.

Escribí solo quiero conversar para no asustarla. En el

Perú, muchas mujeres andan a la defensiva. Si les dices

que las quieres ver, aunque sea para conversar, andan

pensando que te estás muriendo por ellas. Claro, si pasaba

algo con Sandra, un beso, un agarre, iba a reaccionar de

acuerdo a las circunstancias, pero si no pasaba nada,

normal, yo nomás quería conversar.

Estoy con Juliana, pero nos vamos a Jesus María. Si

quieres nos acompañas, respondió Sandra.

Por supuesto.

Me alisté y antes de partir le escribí de nuevo.

¿Cuál era el número del departamento?

Cuarto Piso, edificio H, número 403.


Dennis Gonzalez !113

Tomé una combi hasta la Plaza San Miguel y caminé

hasta la avenida Universitaria con La Mar. Los edificios

parecían más grandes. Seguro era la expectativa, la

ansiedad, aquellas imágenes que me mostraban una

Sandra ansiosa por escucharme. Cuando llegué, me

dijeron que no había ningún edificio H.

—Debe ser a la espalda —dijo una señora que estaba

sentada en el sillón de la recepción.

—¿Cómo se llama la persona que buscas? —preguntó

el portero.

—Juliana —respondí.

—Hay tantas Julianas en estos edificios —dijo la

señora.

—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó el portero.


Dennis Gonzalez !114

Revisé mis mensajes de texto y dije en voz alta la

información que me había mandado Sandra.

—Tal vez se equivocó. Deberías llamar a tu amiga —

me recomendó el portero.

Mi celular no tenía saldo. Había usado el wi-fi de la

casa para comunicarme por WhatsApp. Me vi en una

situación incómoda. Si salía repentinamente, iban a pensar

que era un ratero que se estaba haciendo el huevón para

explorar el territorio.

—Ahorita vuelvo. Voy a llamar por teléfono. Es que se

me acabó el saldo —dije.

Llamé a Sandra.

—¿Aló?

—Sandra, soy yo.

—Ah, hola.
Dennis Gonzalez !115

—Dime una cosa. ¿Estás segura de que el número del

departamento está en el edificio H?

—Sí.

—Es que me dicen que ese edificio no existe.

—¿Dónde estás? —preguntó Sandra.

—En el departamento de Juliana, pues.

Sandra se rió estrepitosamente.

—Qué tonto que eres. Estoy en mi departamento con

Juliana.

Tuve que reírme para disimular mi enojo.

—¿De todas maneras vas a venir? —preguntó Juliana.

—Sí, llego en veinte minutos.

—Bueno, aquí te esperamos.


Dennis Gonzalez !116

Regresé a avenida La Marina y tomé una combi hasta

la avenida Venezuela. Esta vez le di la información correcta

al portero y me dejó pasar.

En la sala de la casa de Sandra recibí un mensaje de

un número desconocido cuando mi celular se conectó al

wi-fi.

Qué baboso que eres.

Asumí que era el de Juliana.

¿No deberías estar defendiendo a un

Narcotraficante?, escribí.

Cállate, Teo.

Juliana bajó con Sandra y se rió en mi cara. Después

de media hora de conversar y huevear, nos fuimos a Jesus

María. Compraron cosméticos de una compañía que no

experimentaba con animales porque Sandra era vegana y


Dennis Gonzalez !117

por ser vegana no quería lastimar a ningún ser viviente.

Cuando regresamos, almorzamos tallarines rojos con

crema a la huancaína, pero en vez de pollo le habían

puesto berenjenas y en vez de leche habían usado leche de

soya. Después de comer, Juliana me agregó a su Facebook

y leyó un post mío que hablaba sobre la soledad y mi

incapacidad para conectarme con el mundo. Al parecer, se

compadeció de mí.

Nos conocimos mejor gracias a los mensajes de texto.

Le escribí que hace un año había regresado de los Estados

Unidos y que trabajaba como profesor de inglés en el

ICPNA.

¿Y por qué te regresaste?

Porque ya estaba cansado de ser tratado como un

ciudadano de segunda categoría.


Dennis Gonzalez !118

¿Y aquí estás mejor?

Un poco.

La primera noche que pasé con Juliana solo dormí a

su lado. Me había invitado a ver una película en Netflix y

como la sala estaba ocupada por el chileno, no le quedó

otra que invitarme a su cuarto. En su cuarto no había sillas

y toda su ropa estaba en la cama. La ordenó y me invitó a

echarme con ella. Me dio una colcha y me dijo que me

pegara a la pared. Tal vez debí ser aventado, pero nunca he

podido adivinar las intenciones de las mujeres. Como ya

era muy de noche, me quedé dormido a la mitad de la

película y cuando desperté eran las seis de la mañana.

Como Juliana seguía durmiendo a mi lado, me quedé

viendo las estrellas de colores que había pintado en el

techo.
Dennis Gonzalez !119

La segunda noche, sí pasó algo. Después de jugar

partido con los hermanos de la iglesia, cuando ya estaba a

punto de irme, Juliana me invitó a una reunión en su

departamento.

—¿Qué van a hacer —pregunté.

—Vamos a tomar unas cervezas. ¿Te animas?

—Déjame bañarme primero.

—OK, te espero en mi depa.

Me bañé. Me enjaboné bien el pene y compré un

condón en la farmacia de la esquina.

En el departamento, Sandra, el chileno y Juliana

estaban tomando cerveza y viendo un video en Youtube.

Los demás ya se habían ido. Jalé una silla para sentarme,

pero hicieron un espacio en el sillón. Nos pusimos a ver

videos de regetoneros puertorriqueños. Cuando se acabó la


Dennis Gonzalez 1! 20

cerveza, Juliana compró tequila y empezamos a tomar

shots, pero nos aburrimos y el chileno entró a una página

web donde cualquier extraño nos podía ver por la cámara

de la laptop. El chileno se paró de cabeza en el sillón y

empezó a bailar con los pies en el aire. Juliana y Sandra

bailaron pegaditas y yo bailé como un epiléptico. Las

personas que nos veían nos daban porras por el chat. A las

doce nos fuimos a dormir.

Sandra se acostó con el chileno y Juliana me invitó a

pasar la noche con ella. Como no teníamos sueño,

empezamos a conversar. Me contó un poco de su madre,

de su padre que la había abandonado, de su abuela que

vivía en los Estados Unidos. Yo le conté sobre mis padres

que vivían en Connecticut, sobre mi hermano menor que

ya había terminado la high school y estaba estudiando


Dennis Gonzalez !121

computación. Después, vimos una película en Netflix y

estuvimos echados en la cama. Trataba de no tocarla, por

caballerosidad, porque solo éramos amigos. Sin embargo,

Juliana se había echado perfume y aquel aroma hizo que

mi cuerpo se pegara más al suyo. Llegué a abrazarla y no

me rechazó. Tuve una erección y su culo se pegó a la punta

de mi pene. El miedo a la muerte, la terrible soledad, mis

dudas sobre la existencia de Dios, y ese dolor que sentía

cada vez que pensaba en mi vida, desaparecieron. Mi

cuerpo de despojó de su propio peso y se volvió etéreo.

—Ya es hora de dormir. Ahí está el sillón —susurró

Juliana.

No quería apartarme de ella, no quería salir de aquel

mar que me arrullaba con el murmullo de sus olas. La

besé. Juliana no me rechazó. Mis labios recorrieron su


Dennis Gonzalez !122

cuello, mis manos exploraron su vientre, nuestras piernas

se entrelazaron. Llegué a tocar el centro de su ser. Estaba

tibio como un lago en el verano.

—Métemela —dijo Juliana.

Cuando quise ponerme el condón, mi erección se

desvaneció.

—¿Qué pasa?

—No puedo ponerme el condón.

Intenté con el segundo paquete y mi pene no

despertaba.

—No importa. Seguro Dios lo ha querido así —dijo

Juliana.

¿Quién es Dios? Creí que ya no existía. Creí que era un

invento del hombre.

—Me tengo que ir —dije.


Dennis Gonzalez !123

—Quédate conmigo. Acurruquémonos.

—No.

—Es muy tarde.

—Tomaré un taxi.

En la oscuridad no pude ver las expresiones de su

rostro. ¿Estaría fingiendo su compasión?

—¿Vas a ir el próximo sábado a la iglesia?

La vida me había enseñado que era mejor mentir que

decir la verdad.

—Por supuesto.

—Nos vemos el próximo sábado, cuídate.

Salí del cuarto, me metí al baño y me lavé la cara. Me

peiné con uno de los peines de Juliana. El agua fría me

había calmado un poco. En la sala no había nadie. Solo la

oscuridad que habitaba aquella noche. Desde la ventana se


Dennis Gonzalez !124

veía un aviso de Johnny Walker. Un hombre muy blanco y

con barba levantaba un vaso lleno de whisky.

Disfruta de este momento, decía en la parte de abajo.

Cerré la puerta y nunca más volví.


Dennis Gonzalez !125

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