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¿ACOTAR EL GOCE?

Norberto Rabinovich

Agosto 2014

La indicación técnica de “acotar el goce” ha cobrado en los círculos lacanianos


una inmensa relevancia. Por sí misma la mencionada expresión no es a mi juicio
ni correcta ni incorrecta; es simplemente insuficiente. Dado que la categoría de
goce es multifacética, sería necesario aclarar su especificidad conceptual para
cernir mejor su alcance.

El punto de partida del descubrimiento freudiano fue advertir la profunda


escisión del sujeto ante el goce. Freud mantuvo de una punta hasta la otra de su
producción la existencia de un conflicto en el sujeto ante dos tipos de
satisfacciones. En todos sus modelos teóricos mantuvo el postulado del
dualismo pulsional como la base del conflicto psíquico y —aunque sus circuitos
puedan entrecruzarse— sus metas son contrapuestas, excluyentes,
heterogéneas. Cuando se impone o se alcanza una modalidad de goce, ésta
implica la renuncia, el estrechamiento o fracaso de la otra.

El último modelo dualista que Freud propuso en Más allá del Principio del Placer
divide las aguas entre dos tendencias primordiales: Eros y Tánatos o Pulsión de
vida y Pulsión de muerte. La premisa para que el sujeto alcance la satisfacción
de Eros es poner un límite a la otra satisfacción, en la medida que ésta última
apunta a destruir los lazos que construye Eros. El Principio del Placer regula esta
modalidad del placer de un lado y de evitación del otro. Pero cuando la pulsión
de muerte se libera de los controles, cruza la barrera de contención y empuja al

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sujeto a su meta traumática más allá del Principio del Placer, algo de placer se
pierde por el lado del Eros.

Lacan concibió una categoría de goce cuyo carozo fue extraído de la noción
freudiana del automatismo de repetición –Wierderholungszvang—. Esta noción,
a su vez, había sido reconocida por Freud en su última teoría de las pulsiones
como el motor específico de la pulsión de muerte. Con lo cual el goce, en su
acepción primera y específica, concierne a la experiencia subjetiva donde la
Pulsión de muerte alcanza su satisfacción (goce traumático).

Pero Lacan no planteó ningún dualismo pulsional. Escribió un solo matema de la


pulsión porque el núcleo de la estructura de la pulsión quedó cernido en torno a
los fenómenos de repetición traumática. Las pulsiones del yo y pulsiones
sexuales, que Freud incluye en el Eros, por no estar sometidas a la compulsión
repetitiva, no son para Lacan verdaderas pulsiones. “En última instancia –dijo
Lacan en el seminario XI- toda pulsión es pulsión de muerte”. “El camino hacia
la muerte – alegó en el seminario XVII- no es nada más que lo que llamamos
goce.” Estas afirmaciones contienen el problema más difícil e incomprendido de
su teoría del goce.

La llave que permite abrir el velo de misterio y rechazo que genera la idea de
que el punto supremo del goce al que apunta el ser hablante es la muerte reside
en la categoría de real. Lacan empezó por allí, construyendo una topología del
sujeto en sus relaciones con lo real. Me refiero a lo real de la estructura del
sujeto, porque precisamente lo real “primordial” cierne el campo central del
goce. Allí se aloja el objeto a, la cosa de goce, fuente y meta de toda búsqueda
de goce. De donde puedo decir que el camino del sujeto hacia al encuentro lo
real es lo que se llama goce, el mismo al que Freud consideró como el fin de la
Todtrieb. Pero andar el camino no necesariamente conduce a la meta. El
Principio del Placer orienta al sujeto hacia lo real y al mismo tiempo erige una

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muralla para mantener la prenda preciosa fuera de su alcance. Como si le
permitiera subir a lo alto del trampolín pero le impidiera el acto de zambullirse.
La caída al vacío metaforiza aquí la realización de la meta de la pulsión en el
encuentro del sujeto con lo real (goce trou-matique).De forma más atemperada,
el nietito de Freud simbolizaba en su juego por medio del carretel la experiencia
gozosa de arrojarse a lo real o, correlativamente, su desaparición –Fort- del
campo del Otro. Esta experiencia subjetiva de borramiento del ser—que Lacan
denominó el fading del sujeto— señala el punto donde el sujeto goza de la
realización de la pulsión. No reconocer en la clínica las variantes de los
fenómenos de repetición de lo real y tampoco incluir su incidencia en la
economía del sujeto, deja a los psicoanalistas abocados a una comprensión
psicológica. El “más allá” especifica la identidad del campo freudiano.

Si fuéramos sensatos, concluiríamos que nuestro deber es acotar ese goce


mortífero. Este es el fondo de la cuestión, “acotar el goce mortífero”, explicitada
por los autores que pregonan la indicación de acotar el goce. Pero así, ¿no nos
convertiríamos en juiciosos guardianes morales del reinado del Principio del
Placer? Lo sensato para un psicoanalista es de orden ético, que es otra cosa muy
diferente.

La espinosa tarea de acotar el goce fue sin embargo enunciada por Freud como
una finalidad del análisis. Pero el goce a acotar, precisó, concierne a la relación
del yo con el superyó. Explicó que al perseguir nuestro objetivo en la cura nos
vemos obligados a luchar contra los mandatos superyoicos esforzándonos en
atenuar sus severas y crueles pretensiones, con la aclaración de que el sadismo
del superyó es el velo que disimula la demanda masoquista del yo. Por eso
definió el vínculo erótico entre el yo y el superyó en términos de “masoquismo
moral”. Por su parte, Lacan conceptualizó en términos de la estructura del
fantasma—que también definió como masoquista— dicha posición del sujeto
emplazado como instrumento del goce del Otro.
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La fórmula de Lacan sobre la cual muchos psicoanalistas han edificado su teoría
del goce, “el superyó ordena gozar”, no fue una novedad. Lo único que hay que
entender es que el imperativo “goza” ordena el goce dentro del Principio del
Placer. Esta perspectiva fue reafirmada por Lacan cuando desarrolló a lo largo
del seminario La ética del psicoanálisis la tesis de que la instancia moral o la
función moral o el superyó “tiene la función de mantener una barrera que
sostiene la distancia del sujeto con su real”. No presenta ninguna contradicción
lógica definir al superyó como la instancia que exige la renuncia —Versigth— a
la satisfacción pulsional y al mismo tiempo ordene someterse al goce del Otro.
El superyó gozador, paradójicamente, constituye “una coraza narcisista” contra
el goce troumatique.

Los pasajes donde Lacan aborda la demanda imperativa: “goza” (Jouis), no


sitúan la esencia última del goce. Por eso aclara que la única repuesta del
sujeto, no del yo, es: J’ouis (yo oigo). El yo se esmera en obedecer el mandato
del superyó pero el sujeto del inconciente apunta a que eso falle. Por medio de
un fallido, equivoca el sentido del imperativo y libera al sujeto. De ahí que, a
nivel de la estructura, el Ello pulsional y lo reprimido, que hunde sus raíces en él,
ponen coto al “masoquismo moral”. Gozar del inconciente es, simultáneamente,
“decir no” al goce del Otro.

Hace un tiempo fui testigo y, en cierta forma, agente de una experiencia


clínica que no dejó de sorprenderme. Un joven ya entrado en años que seguía
viviendo con su madre se fugaba desde su adolescencia periódicamente de la
casa comandado por lo que llamamos “pasajes al acto”. De pronto desaparecía
durante varios días sin avisar ni llamar a nadie. Guiado por un impulso no
intencional ni voluntario y en un estado de obnubilación de conciencia, se dirigía
a una estación ferroviaria y subía a un tren que lo llevaba cerca de poblaciones
indígenas. Detalle éste de importancia porque el significante “indígena” se
conectaba con ancestros de la vía paterna. Vemos allí el empuje de la mortífera
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pulsión. Todo ese comportamiento era equivalente a un suicidio. Nene Fort.
Desaparecía de la escena familiar. La madre vivía esas ausencias con el
intolerable presentimiento de la muerte de su hijo. Debo agregar que durante el
análisis no encontré rastros claros de su neurosis infantil y su historial no me
permitía identificar ningún síntoma ni fóbico ni obsesivo.

Después de un par de años de análisis y luego de algunos intentos


frustrados logró pasar al acto de otra manera. Se proveyó de un oficio de
artesano y se fue a vivir a una pequeña ciudad del interior cercana a poblados
indígenas. Llamativamente tuvo una despedida tranquila de su madre. Lo
sorprendente fue que una vez instalado allí, lejos del control materno, al
advertir que podía ganarse la vida con sus artesanías empezó de pronto a
padecer ataques de pánico. Como si la castración simbólica se hubiera inscripto
a nivel de lo reprimido, recién en ese momento, dando lugar al síntoma
neurótico.

¿Cómo describía su síntoma? Profundo dolor de pecho, falta de aire,


presión en la cabeza, palpitaciones, sensación de desvanecimiento. Quedaba
inundado de angustia, seguro de la inminencia de su muerte. Cuando la crisis
empezaba a pasar tenía accesos de llanto desconsolado. La mortífera pulsión
encontraba de nuevo, aunque ahora por la vía del síntoma neurótico, su
tormentosa satisfacción. ¿Por qué?

El análisis le permitió reconocer en las crisis de pánico una minuciosa


simbolización de los signos de un parto. El nacimiento no metaforiza una
muerte, pero implica la muerte de una vida anterior. Abundan en la mitología de
los pueblos la secuencia muerte-renacimiento. Podríamos deducir que el
síntoma repetía el trauma de su propio nacimiento, ahora como sujeto creador
inscripto en el mundo de sus ancestros.
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Otto Rank planteó que la matriz original de los fenómenos de repetición
traumática era trauma del nacimiento. Freud no acordó con esta hipótesis
porque entendió que el recién nacido, por carecer aún de aparato psíquico, no
podría significar el corte real como una separación traumática. Sólo para la
madre, por la pérdida de una parte imaginaria de su propio ser, el parto alcanza
la significación de una castración.

En medio de esta polémica Lacan plantó su bandera: el parto biológico no


coincide con el nacimiento del sujeto en el universo del lenguaje. Después de
que el crio logra salir del vientre materno, ésta lo embaraza nuevamente -pero
esta vez con palabras- al significarlo como complemento de su ser. Este proceso,
que Lacan denomina alienación del viviente al lenguaje, germina el nuevo ser
solo por efecto de ser hablado. El vocablo embarazo deriva del término varazo,
de origen romano, que significa lazo, cordel, cordón. Estar embarazado es estar
impedido en los movimientos, obstaculizado por una atadura. El cordón
subjetivo que enlaza a la madre y a su hijo se soporta en la función imaginaria
del falo. El Eros freudiano describe aquello que Lacan explica como la regla
universal de la primacía fálica para que haya relación sexual.

A partir de este embarazo lenguajero, ¿cómo ubicar el parto del sujeto? Lacan
responde que en el mismo proceso de alienación “no-todo” es capturado en la
palabra. Se desprende un resto, el objeto “a”, que instaura al sujeto como
dividido. Lacan llamó a esta operación separación. Mencionó la etimología del
término “separare”, separarse, enraizada en “se-parire”, parirse. En el modelo
teórico de Lacan de las operaciones constitutivas de alienación y separación se
explica de otro modo el fundamento de la oposición freudiana entre Eros y
Tánatos.

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Pese a que suelen presentarse en la experiencia con rostro mortífero, los
fenómenos de goce articulados a la repetición de lo real –
Wiederholungszvang—simbolizan el advenimiento del sujeto más allá del Otro.
Lo que se repite como traumático es el momento atemporal, lógico, de la “a-
parición” del sujeto en lo real. Todas las repeticiones posteriores comportan
necesariamente la pérdida del cordón fálico, algo que conocemos como
castración. Tánatos metaforiza entonces, aquello que de lo real “no cesa de
repetir” la destrucción de barazos de Eros. Se conjugan en el “no cesa” las
operaciones de separación y castración.

Una vez que en el Seminario La ética del psicoanálisis Lacan desentrañó el


núcleo de la función moral como barrera al encuentro del sujeto con lo real,
(das Ding) introdujo la pregunta por la relación de lo real con la ética:

“…intentaremos retomar en el verdadero nivel, en el nivel donde tenemos


relación con ella [la Cosa de goce] esta esencia del das Ding, o más exactamente,
¿cómo tenemos relación con ella en el dominio de la ética?”

Esta apuesta fundamental de Lacan aún no fue retomada por el psicoanálisis.


Llegado a este punto, repregunto ¿en qué dirección se alinea la preocupación
del analista por acotar el goce mortífero?

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