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Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis,

Jorge Colapinto y David Maldavsky


Nouveaux fondements pour la psychanalyse. La séduc-
tion originaire, Jean Laplanche
© Presses Universitaires de France, 1987
Traducción, Silvia Bleichmar

Unica edición en castellano autorizada por Presses Uni-


versitaires !k France, París, Francia, y debidamente pro-
tegida en todos Jos países. Queda hecho el depósito que
previene la ley n ° 11.723. © Todos los derechos de la edi-
ción castellana reservados por Amorrortu editores, S.A.,
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Industria argentina. Made in Argentina

ISBN 950-518-503-0
ISBN 2-13-040279-8, París, edición origínal
lndice general

11 Introducción
Fundar de nuevo, 12. Fundamento y epistemología freu-
diana, 13. La fisiología como fundamento: un gusano en
la fruta, 15. Cuatro lugares de la experiencia analítica,
17. La clínica: la cura, 18. El psicoanálisis extra-muros,
20. La teoría como experiencia, 21. La historia como ex-
periencia, 23

27 l. Catártica

27 l. Ló biológico
Lo biológico como esperanza, 27. Lo biológico como mo-
delo, 29. Lo biológico en el origen ... , 30 .... pero no co-
mo fundamento, 31. El modelo biológico en el aparato
del alma, 34. Lo vital no es: «en el fondo del hombre, aque-
llo•, 37

38 11. Lo filog<mético
El instinto perdido, 39. ·contra los fantasmas originarios
innatos, 40. Especulaciones prehistóricas en Freud, 41. Ni
Darwin ní Lamarck, 43. Nada de recuerdo hereditario de
las escenas, 44. Situación secundaria de los «fantasmas
originarios•, 45

46 111. El mecanicismo
El modelo fisicista: cuatro caracteres, 47. El verdadero
modelo del ello ... , 48. . .. una falsa física, 49

49 IV. Lo lingüístico
Situación secundaria del lenguaje verbal, 50. Primacía del
significante o: significante designificado, 53

7
54 V. Mor:{ismos
La cuestión del antropomorfiSmo, 54. El biomoñiBIDo, 56.
Vida y muerte: •en psicoanálisis», 58. El mecánico--mor-
f"lsmo, 59. Lingüistico-morfismo, 61

62 VI. Fundamento y originario hist6rico: p.sicoanálisis y


psicología
Le) originario de la cura remite necesariamente a un ori-
ginario histórico, 62. Historia, desarrollo, génesis, origi-
nario, 64. El vicariato de la autoconservación por la se-
xualidad ... , 67. . .. como fundamento real de ls ilusión
pansexualista y pampsicoanalftica, 68. Superposiciones
abusivas del psicoanálisis y de la psicología, 69. La psico-
logfa psicoanalltica del adulto, 69. Reinyección de con-
ceptos psicoanaliticos en la psicología del niño, 71. Into-
xicación de los psicólogos por el parnpsicoanalitismo,
72. Plegamientos conceptuales, 73

74 VII. Un ejempÚJ ?Wtable de confusión: el estado •anob-


jetal>
Clivar a Freud sobre el narcisismo, 7 4. Tiempos sucesi-
voS de lo erótico, 75. El autoerotismo que, él mismo, no
es primero, 75. El narcisismo, tiempo sexual de unifica-
ción, 76. Cronología del autoerotismo y del narcisismo,
77. Elección de objeto y acceso a la objetividad: ralees
freudianas de una confusión, 79. Plegamiento de la evo-
lución sexual sobre la autoconservación, 80. Plegamien-
to del funcionamiento autoconservativo sobre el modelo
de la pulsión sexual, 81. Adscripción de Freud a la anob-
jetalidad, 81. Confusiones sobre «la alucinación primiti-
va•, 82. Simbiosis, 83. Contra el solipsismo del bebé psi-
coanalitico, dos reacciones mal fundadas en el comienzo,
84. Balint, 84. Los kleinianos, 85

86 VIII. Hacer su lugar a la psicowgía del niño


El niño psicoanalítico, ¿niño mítico? Discusión de
A. Green, 86. Vaciar la psicología: un retomo del pam-
psicoanalitismo, 88. La psicología del lactante: fondo mí-
nimo pero real para el psicoanálisis, 89. El programa de
Lagache, 90. Observación e inferencia en psicología y en
psicoanálisis, 91

93 2. Fundamentos: hacia la teoría de la se-


ducción generalizada

8
93. l. La situación origirw.ria: adulto-niño
Margaret Mead comentada por Merleau-Ponty, 94

96 11. Los protagonistas de la situación originaria


El niño como protagonista, 96. Un individuo bio-psíqui-
co . .. , 97. abierto al mundo . .. , 97. provisto de monta-
jes reguladores . .. , 99. pero sin embargo desadaptado,
100. La Hilflosigkeit, 100. El gran debate sobre la angus-
tia de lo real, 102. El adulto como protagonista, 105. La
dimensión del inconciente, 105

107 m. De la teoría de la seducci6n restringidn a la tearía


de la seducci6n generalizada
Situar a Freud, 107. La seducción infantil: escenas de ex-
periencia sexual prematura, 109. Siempre el adulto y per-
verso, 111. Encadenamiento de las escenas, 112. Pasivi-
dad esencial del niño, 113. La teoria: aspecto temporal,
el apres-coup, 116. Aspecto tópico, 115. Aspecto lengua-
jero, traductivo, 116. Fuerza y aperturas de la teoria, 117.
Puntos débiles: restricción a lo patológico, 117. Ilusión
apofántica, 118. Lo reprimido originario no es presenti-
do, 118. Dislocación de la teoria, 120. Progreso en la fac-
tualidad: la seducción precoz, 122. Nada de retomo a la
seducción infantil, 124. Reinterrogación del par actividad-
pasividad, 125. Los cartesianos, 126. Encuentro con Fe-
renczi, 126. Un sentido ignorado para él mismo, 128. Sig- ·
nificantes enigmáticos, 128. El enigma, resorte de la se-
ducción originaria, 129. Relaciones de los tres niveles de
la seducción, 130. Teoria de la seducción generalizada,
131. En el centro: el punto de vista traductivo, 132. Mo-
dalidades de la rnetábola, 133. La tópica del yo: para re-
evaluar en relación con los tiempos de la represión, 135.
El superyó: ¿un imperativo no metabolizable?, 138. La
teorfa de las pulsiones, 140. Para la pulsión: cuatro re-
quisitos de la experiencia, 142. Los elementos de la pul-
sión en la perspectiva del objeto-fuente, 143. Centrar el
apuntalamiento. Su verdad: la seducción, 144. Pulsiones
de vida. Pulsión de muerte, 146. Su relación con el obje-
to, 147. Su relación con los dos tipos de proceso, 147. La
cuestión del objeto-fuente, 148. La ponderación: ligazón-
desligazón, 149

49 IV. Post scriptu1n: la naturaleza del inoonciente


De la fenomenologia al realismo, 160

9
153 3. La tarea práctica
La crisis de 1897: modelo de la intrincación teorético-
práctica, 153. Desamarre de la teot1a y de la prácti ·
ca, 154

155 l. La situaci6n
El setting: ni un formalismo ni un dispositivo técnico, 155.
Instauración, 156. La cubeta: un Jugar pulsional puro, 156.
Un lugar de seducción originaria, 157. El contenimien-
to, 159

159 II. La trcu¡ferencia


La situación es ella misma trasferencia, 159. Trasferen-
cia en lleno, trasferencia en hueco, 160

162 III. El proceso


Niveles de la teorización, 162. Análisis infinito y trasfe-
rencia de trasferencia, 163

10
Introducción

¿Nuevos fundamentos para el psicoanálisis? ¿Qué ne-


cesidad hay de volver a los fundamentos, y qué justifica
calificarlos de onuevos•? La necesidad, para mi, es clara:
desde 1969 que en París VII se desenvuelve esta ense-
ñanza que después se ha recogido en la serie de las Pro-
blemáticas, 1 cuyos subtítulos muestran claramente cuál
es la tarea. Se trata, a partir de un tema de aspecto clási-
co en el psicoanálisis freudiano, de cuestionar, traer a de-
bate, problematizar. Problematizar es conmover, es so-
meter a prueba hasta sus fundamentos toda la experien-
cia analítica. Está claro que es esta una problemática que
privilegia la experiencia freudiana y que se centra en los
conceptos freudianos.
A partir de estos cuestionamientos radicales, violen-
tos. lo que necesariamente se esboza es una temática nue-
va, son ordenamientos nuevos, conceptos nuevos o una
organización nueva de estos. Mis posiciones sobre la pul-
sión, el narcisismo, el lenguaje, y sobre muchos otros te-
mas, son precisas, aunque se presentaron en orden dis-
perso. llega para mí el momento de mostrar su articula-
ción. ¿Será al precio ile un nuevo esquematismo? Esto
es un poco obligado, y desde el comienzo de esta exposi-
ción siento desdichadamente su peso, es decir la necesi-
dad de abarcar este tema y la voluntad de ir hasta el fin.
De ahí cierta carrera contra el reloj y un tipo de itinera-
rio que será un poco menos moroso y un poco menos •en
espiral• que en otros momentos.
1 [Constituyen los volúmenes Problemáticas 1, La angustia; Proble-
máticas ll, Castración. Simbolizaci01U!S; Problemáticas lll, La subli-
rnacWn; Problemáticas IV, El inconciente y el ello, publicados en cas-
tellano por Amorrortu editores, y Problématiques V, Le baquet. Trans-
cenctancedu tra~ert, Parls: PUF, 1987, cuya edición castellana prepara
esta misma editorial con el titulo La cubeta. Trascendencia de la trasfe-
rencia (N. de 14 T.).)

11
Fundamentos: es, a partir de una crítica incesante de
los conceptos considerados fundamentales, una recap-
tura de los gestos y de los moví-
FuNDAR mientos que fundan; ¿que fundan
oE Nur.vo qué?: que fundan el psicoanálisis,
que fundan un psicoanálisis en el
sentido de lo que llamamos la cura; y, finalmente, que
fundan al ser humano. Porque, insisto en ello, lo que es
fundador para el psicoanálisis únicamente lo puede ser
si está en resonancia, en apres-coup con lo que es funda-
dor para el ser humano.
Fundamentos, entonces, ¿pero también «nuevos fun-
damentos»? ¡Desconfianza, riesgo, cuando aparece este
ténnino, ~nuevo»! Pienso en una crónica reciente que pre-
tende (¡una vez más!) proclamar la declinación del psi-
coanálisis y de su producción intelectual, al mismo tiem-
po que omite algunas de las obras más ricas entre las pu-
blicaciones recientes. El anuncio de la declinación no es
sino el reverso de la avidez insaciable por una novedad
a cualquier precio. Sorpréndenos a cada momento, haz-
nos gozar aún y siempre más, se le demanda al psicoaná-
lisis. El día, ya antiguo, en que el psicoanálisis y, en par-
ticular, el psicoanálisis francés cedió a los efectos y a la
fascinación de la moda se embarcó en lo que, para reto-
mar una fórmula freudiana, se puede llamar •satisfacción
de la pulsión' por las vías más cortas• o, incluso, •proceso
primario• o aun •pulsión de muerte•. El goce a cualquier
precio constituye el trabajo sin freno de la pulsión de
muerte.
Desconfiemos entonces del término muevo• y retome-
mos ese adagio de Freud en El chiste: •todo descubrimien-
to nunca es más que la mitad de novedoso de lo que pa-
recía a primera vista». Escepticismo, se dirá. Pero, evi-
dentemente, no cualquier escepticismo, porque el psi-
coanálisis agrega sus razones a este adagio. El psico-
análisis, que nos muestra que la historia procede no por
progresión continua, no por acumulación, y no hacia un
happy end, no según un desarrollo sin falla, sino por re-
presión, repetición, retorno de lo reprimido. Y, por otra
parte, si nos remontamos a una tradición más antigua,
filosófica -pienso tanto en la tradición de Hegel como
en el legado de un Heidegger-, veremos que aportar al-
go nuevo no es necesariamente innovar, no es necesaria-
mente alejarse de los fundamentos. Entre el término -nue-

12
vo• y el ténnino •fundamento• hay, entonces, un movi-
miento: el hecho de retornar sobre los fundamentos para
renovarlos. Remontarse hasta la fuente.
Además, insisto en este otro punto: agrego •nuevo• a
•fundamento• y no a •psicoanálisis•; no se trata para mí
de un nuevo psicoanálisis. El psicoanálisis existe, es una
situación y una práctica que se desarrolla -que se des-
arrolla también como práctica teórica; volveré sobre
esto-, y no es cuestión de innovar a cualquier precio,
aunque fuera por darle el gusto a algunos. Se trata, en
cambio, de volver a cuestionar y de renovar, explicitán-
dolo, aquello que lo funda.
Distinguir claramente fundamento y práctica, sin em-
bargo, no podrla llevarnos a una oposición absoluta por-
que es bien evidente que renovar los fundamentos no pue-
de dejar de repercutir sobre la práctica, así como cierta
inflexión moderna de la práctica no puede dejar de in-
fluir sobre nuestra manera de abordar los fundamentos.
En esto, en esta insistencia mía en la relación que a pe-
sar de todo existe entre los !un-
FuNDAMENTo v damentos y la práctica, tal vez voy
EPISTEMOLOGIA en contra de lo que Freud ha di-
FRF.UDIANA cho a veces. Me refiero a un pa-
saje de •Introducción del narcisis-
mo,.2 en particular, pero se encuentran otros del mismo
carácter, donde en definitiva los conceptos más genera-
les del psicoanálisis son presentados como superestruc-
turas alejadas de la experiencia y eventualmente inter-
cambiables. Hay proclamado allí cierto escepticismo frente
a la especulación, escepticismo que viene a contradecir
absolutamente la inspiración y la exigencia profunda de
Freud en cuanto a la búsqueda, precisamente, del fun-
damento.
Tenemos otro texto epistemológico más matizado que
quisiera rápidamente comentar: se trata del comienzo,
muy conocido, de •Pulsiones y destinos de pulsión•, don-
de Freud se interroga sobre la necesidad que habría en
recurrir a un concepto tan fundamental como el de pul-
sión.

2 Sigmund Freud, •Introducción del narcisismo•, en Obras comple-

tas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 24 vols., 1978-85 {en adelante


OC), 14, 1979, pág. 75.

13
•Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que
una ciencia debe construirse sobre conceptos básicos, cla-
ros y definidos con precisión. En realidad, ninguna, ni
aun la más exacta, empieza con tales definiciones [he-
mos de ver que todo este texto describe una trayectoria
de epistemología general, sin referencia alguna a lo que
pudiera tener de particular la búsqueda de los fundamen-
tos y la conceptualización en psicoanálisis]. El comienzo
correcto de la actividad científica consiste más bien en
describir fenómenos que luego son agrupados, ordenados
e insertados en conexiones [Freud volverá, por supues-
to, sobre este término de fénomeno: no se trata de un
empirismo ciego]. Ya para la descripción misma es inevi-
table aplicar al material ciertas ideas abstractas que se
recogieron de alguna otra parte, no de la sola experien-
cia nueva [la experiencia misma, simplemente para ser
percibida y contada, para ser simplemente descrita, ne-
cesita de un primer marco conceptual importado, •impro-
visado•]. Y más insoslayables todavía son esas ideas -los
posteriores conceptos básicos de la ciencia- en el ulte-
rior tratamiento del material. Al principio deben compor-
tar cierto grado de indeterminación; no puede pensarse
en ceñir con claridad su contenido [el retorno a una defi-
nición clara es un tiempo totalmente segundo y, se verá,
una etapa que nunca es acabada]. Mientras se encuen-
tran en ese estado, tenemos que ponernos de acuerdo
acerca de su significado por la remisión repetida al mate-
rial empírico del que parecen extraídas, pero que, en rea-
lidad, les es sometido. En rigor, poseen entonces el ca-
rácter de convenciones, no obstante lo cual es de interés
extremo que no se las escoja al azar, sino que estén de-
terminadas por relaciones significativas con el material
empírico, relaciones que se cree colegir aún antes que se
las pueda conocer y demostrar [aquí se otorga entonces
un lugar a la intuición y a lo que, según lo hemos de ver
enseguida, es la especulación]. Sólo después de haber ex-
plorado más a fondo el campo de fenómenos en cuestión
es posible aprehender con mayor exactitud también los
conceptos científicos fundamentales que él requiere y mo-
dificarlos progresivamente ... Entonces quizás haya lle-
gado la hora de encerrarlos en definiciones. Pero el pro-
greso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco
en las definiciones. Como lo enseña palmariamente el
Pjemplo de la física, también los "conceptos fundamen-

14
tales" fijados en definiciones experimentan un constan-
te cambio de contenido•. 3
Comprobémoslo: precisamente en lafisica desembo-
ca este párrafo que describe, entonces, un vaivén enri-
quecedor entre experiencia y concepto: los conceptos fun-
damentales no están alll desde el comienzo, pero desde
el estadio de la descripción hay marcos ideales vagos, co-
mo se podria decir de vestimentas que no deben estorbar
los movimientos, convencionales y al mismo tiempo no
arbitrarios, o sea tomados de aquí de allá; y evidentemen-
te esta importación de conceptos que el psicoanálisis to-
ma de dominios conexos, esta suerte de bricolage, será
uno de los problemas que tendremos que examinar. Sólo
en un tiempo ulterior se opera una afinación de los con-
ceptos fundamentales, una tentativa de ceñirlos y defi-
nirlos; pero siempre estas definiciones estarán s!Uetas a
revisión.
Muy bien, muy bello texto, pero un texto que, insisto,
no es totalmente específico del derrotero del psicoanáli-
sis o, para ser más precisos, lo enrola en una epistemolo-
gía general, en el mismo plano de las ciencias de la natu-
raleza. Es esta la razón por la cual no puedo resistirme
a desbordar sobre el párrafo siguiente, y ustedes van a
ver por qué. Ese párrafo introdu-
LA FISIOLOGIA ce el concepto de pulsión y hace
coMo FUNDAMENTO: una importación de la fisiología, la
uN GUSANo fisiología del Reiz, que es traduci-
EN LA FRUTA do en general por «excitación~~ pe-
ro que sería mejor verter por
•estímulo• para distinguirlo de Erregung, la •excitación•.
El concepto de pulsión, entonces, se comprendería por
referencia a la noción más vasta de •estímulo)). Cito: •Un
concepto básico convencional de esa índole, por ahora
bastante oscuro, pero del cual en psicología no podemos
prescindir, es el de pul.si.ón. Intentemos llenarlo de con-
tenido desde diversos lados. Primero del lado de la fisio-
logía. Esta nos ha proporcionado el concepto del estímu-
lo y el esquema [es aquí que yo comienzo a divertirme,
si oso decirlo) del reflejo, según el cual una excitación
aportada desde el exterior al tejido vivo (la sustancia ner-

3 En OC, 14, 1979, pág. 113. Entre corchetes, comentarios de Jean


Laplanche.

15
viosa) es descargada hacia el exterior baJo forma de ac-
ción".4
Conque, entonces, el concepto de pulsión se aclararía
por la noción de estimulo y por el •esquema del arco re-
flejo•. Un esquema que, tal como lo presenta Freud, yo
no he cesado de mostrar que es absolutamente erróneo:
un esquema extraído de unajalsafi$iología, incluso de.
una flSÍología pueril. La idea de que una excitación apor-
tada desde el exterior al tejido vivo reaparezca idéntica
a la salida proviene de un mecanicismo elemental que na-
die sostendría. Se sabe que lo descargado en forma de
acción muscular terminal .no tiene nada que ver ni con
la energfa del estimulo ni tampoco con la energía nervio-
sa que recorre las vías del •arco reflejo•. La energía mus-
cular, la energía de la acción, aquella que hace levantar
la pierna cuando se da un martillazo sobre el tendón ro-
tuliano, no tiene evidentemente nada en común con la
energía del martillo. Se trata de una serie de desencade-
namientos sucesivos, y no del trasporte y, luego, la eva-
cuación de la energía externa. Entre la extremidad re-
ceptora y la extremidad motriz, nada hay que se asemeje
a una tentativa de desembarazarse de una excitación mo-
lesta. Un •esquema» tal no se sostiene un segundo, no só-
lo frente a la fisiologfa moderna sino, aun, frente a aque-
lla de la época de Freud; y él no podía dejar de saberlo.
¡He aquí entonces esta noción de arco reflejo, descri-
ta por un falso esquema en el marco de una fisiología abe-
rrante, propuesta como modelo para el psicoanálisis! Es
cierto que se trata de un modelo extremadamente fecun-
do, en la medida en que, por erróneo que sea, hay algo
en el aparato psíquico que se parece a esto, es decir que
todo lo que es aportado debe ser rápidamente evacuado.
Así, esta supuesta Importación hecha de una ciencia co-
nexa recurre a una mera fisiología fantástica o, tal vez,
popular, del mi$mo modo como la parálisis histérica re-
curre a una anatomía para-científica para delimitar su te-
rritorio.
No quisiera terminar con este •Párrafo de lucimiento•
epistemológico de Freud sin señalar la manera con que
estalla, como desde el interior, en el momento en que él
pretende •aplicar• su argumento al concepto de pulsión

4
En ap. cit., págs. 113-4. Entre corchetes, comentarios de Jean La-
planche.

16
y •al ejemplo• del arco reflejo. Como en muchos otros
textos5 cuyo argumento se encontraria en apariencia bien
fundado en razón y en experiencia si estuviera referido
a las ciencias de la naturaleza, o incluso a las otras •cien-
cias del hombre•, el gusano es introducido en la fruta por
las últimas lineas, tan desconcertantes: el modelo de la
•biología•, de la psico-fisiología, es un falso modelo. Co-
mo para significar una doble heterogeneidad: no sólo el
psicoanálisis no es como las otras ciencias, porque no pro-
gresa como ellas, sino que está tal vez con las otras cien-
cias en una relación que no es comparable a la que ellas
mantienen entre sí.
Paréntesis, entonces, en este texto, pero un parénte-
sis muy importante: introduce, en un aura de inquietan-
te extrañeza, las relaciones del psicoanálisis con los do-
minios conexos; no sólo la biología sino la lingüística y
también la historia, la prehistoria, otras incluso: tendre-
mos ocasión de recorrer en su detalle este problema. ¿Es
posible la importación, la apropiación de fundamentos
conceptuales exteriores al psicoanálisis? Pero, sobre to-
do, cuestión previa: ¿son verdaderamente exteriores es-
tos conceptos? O incluso, para formular otra interroga-
ción en el mismo círculo: ¿qué sentido podría tener este
término •apropiación de un concepto• cuando se trata del
psicoanálisis que hace de la apropiaci6n misma no sólo
un movimiento conceptual sino un movimiento real; di-
gamos, algo fundado necesariamente en una introyección
(para tomar un término simple)?

Fundamentos para el psicoanálisis


CuATRO LUGARES oE son entonces los fundamentos pa-
LA EXPERIENCIA una experiencia psicoanalfti-
Ca
ANALITICA ca. ¿Puede ser localizada la expe-
riencia psicoanalftica? ¿Hay un lu-
gar privilegiado de esta experiencia? Sin duda, si hay un
lugar privilegiado, diremos enseguida que es la cura psi-
coanalítica. Aún habría que definir con precisión ese pri-
vilegio que no guarda relación con aquel que sedicente-
mente es propio de la experiencia inmediata: un privile-
gio de la empiria; porque, después de todo, tal vez nada
menos empírico que la cura psicoanalítica. Pero, además,
la experiencia psicoanalítica no es sólo experiencia de la
5
Véase inj'ra, pág. 33.

17
cura; y tenemos el derecho de reagrupar los espacios y
los objetos de la experiencia psicoanalítica bajo cuatro tí-
tulos: la clínica, el psicoanálisis exportado, la teoría y la
hístoria.
1 La clínica. Y bien; la lista que an-
LA cuNICA· tecede, que resitúa la clínica en
LA cuRA paralelo con otros espacios, indi:
ca que la clínica no es el todo de
la experiencia psicoanalítica aun si se está dispuesto, co-
rrectamente, a darle el sentido estricto de clínica de la
cura. Con mayor razón no es el lugar de la experiencia
psicoanalítica si se la rebaja, como ocurre a menudo, a
todo lo que un ,¡, cualquiera (se diría en matemáticas),
en cualquier circunstancia, puede recoger de cualquier
sl\ieto. La inflación del concepto de clínica se conjuga con
su carácter vago e irreflexivo, y sobre todo con el valor
de coartada que se le otorga en nuestros días, coartada
contra el pensamiento y arma de guerra contra toda re"
flexión. ¿Se pretende ver en esto un empirismo saluda-
ble? Yo diría que, por relación a la gran tradición em-
pirista, aquella de los anglosajones, el empirismo de la
•clínica• además es irreconocible; los grandes empiristas
ciertamente no se reconocerían allí. Bajo el nombre de
retorno a la clínica en verdad se intenta imponer un te-
rrorismo de conceptos implícitos, a menudo extraídos del
sentido común o trivializados por este. Tendré ocasión
de hablar de uno de estos conceptos, de los más recien-
tes, que se ha convertido en una especie de depósito, en
particular en la psicología psicoanalftica anglosajona: me
refiero al concepto de interacción, trasformado en ade-
lante en una fórmula de anti-teoría vacía de contenido
y que se utiliza para todo. Pero podríamos citar muchos
otros de este tipo ...
¿Diríamos que el tpensamiento clínico" es un pensa-
miento pragmatista? También sería afrentar a la gran tra-
dición del pragmatismo como orientación epistemológi-
ca, sería olvidar que el pragmatismo verdadero toma cier-
tamente como criterio el éxito, pero se trata del éxito del
pensamiento y no de la obtención de un efecto material
inmediato, como lo quisieran, de modo creciente en nues-
tros clrculos, aquellos que a propósito de cada conferen-
cia, en cada momento de la discusión, no tienen más que
una pregunta en la boca: ¿para qué sirve?, ¿qué receta
me propone usted? ¡Una receta a cualquier precio para

18
obturar la angustia de nuestra demasiado frecuente ine-
ficacia terapéutica: •¡Mi reino por un caballo!•. •¡Todo
Freud por una receta!•.
La crítica de un pensamiento 1mlgarmente empirista
o pragmatista es cosa hecha. Freud la esboza en el pasaje
que yo citaba hace un momento: la experiencia, cualquie-
ra que sea, tiene que ser acogida en marcos conceptua-
les, en pre-marcos que se irán afinando y corrigiendo en
una dialéctica, en un movimiento de vaivén con la expe-
riencia. Sin embargo podríamos preguntamos, como yo
lo indicaba anteriormente, si la argumentación de Freud
no es un comodín. ¿Se mantiene la epistemología de
Freud, en este pasaje, a la medida de su objeto y de la
especificidad de este? Especificidad del objeto humano,
uno está tentado de decir. Sea. Y sin embargo ... ¿Se tra-
ta simplemente de oponer las ciencias del hombre a las
ciencias de la naturaleza? Tal vez no se iría necesaria-
mente muy lejos si se enrolara la epistemología del psi-
coanálisis en una epistemología general de las ciencias hu-
manas.
Antes de seguir avanzando, creo que conviene definir
dos especificidades de la clínica psicoanalítica como ob-
jeto. Primeramente la especificidad de nuestra experien-
cia de la cura. Nuestra experiencia se produce en un mar-
co fundador, según una regla ella misma fundadora, ya
que se intitula así: Grundregel, •regla fundamental•, es
decir que está en el fundamento mismo de lo que va a
ocurrir en la cura. En cuanto a lo que esta regla funda,
a lo que ella funda de nuevo, volveremos sobre ello, pero
destaquemos que este carácter fundador de la cura va
mucho más allá de lo que se puede decir de las condicio-
nes experimentales que necesariamente enmarcan todo
dispositivo de experimentación en una ciencia cualquie-
ra ( •humana• o no): va mucho más lejos que el precepto
que indica tomar en cuenta las condiciones de la obser-
vación. Es algo que pretende fundar y encaminar un pro-
ceso en resonancia con un proceso fundador del ser hu-
mano.
El otro carácter, que no es totalmente independiente
del primero, consiste en que el objeto del psicoanálisis
no es el objeto humano en general; no se trata del hom-
bre tal como lo pueden abordar diversas ciencias, la psi-
cología, la sociología, la historia, la antropología, sino del
objeto humano, en tanto él formula, en tanto da forma

19
a su propia experiencia. Desde luego, le da fonna esen-
cialmente en el lenguaje de la cura, pero, más profunda-
mente, hay allí un movimiento de su vida toda. Una epis-
temología y una teoría del psicoanálisis deben tener en
cuenta, en la base misma, este hecho de que el sujeto
humano es un ser teorizante, y teorizante de sí mismo,
quiero decir que se teoriza a sí mismo, que se autoteoriJ ~
za, o aun, si este término de teoría da demasiado miedo,
que se autosimboliza. La simbolización que le adviene en
la cura, interpretación o autointerpretación, movimien-
to de la interpretación entre analista y analizado, esta
simbolización es resimbolización sobre la base de simboli-
zaciones primeras, de esas sim~olizaciones originarias si-
guiendo cuya pista, necesariamente, nos metemos en es-
ta búsqueda de los fundamentos.
Un segundo lugar y objeto de la
EL PsrcoANALisrs experiencia psicoanalítica es el
EXTRA-MuRos psicoanálisis que yo llamo expor-
tado o extra-muros. Se sabe que
empleo esta expresión para diferenciarme de aquella de
•psicoanálisis aplicado• que es seguramente la más común
y la más aceptada, que encuentra su origen incluso en
tiempos de Freud, pero que, en tanto trae envuelta la
idea de aplicación, está totalmente sujeta a crítica. •Apli-
cación• supondría que de un dominio privilegiado, que
es en efecto la cura, se extraerían una metodología y una
teoría que se trasportarían después, sin más -como en
un engineering-, a otro dominio, del mismo modo como
la ciencia aplicada del ingeniero, para construir un puen-
te, en definitiva no es sino una ingeniosa derivación a
partir de conceptos fundamentales de la física o de la me-
cánica. Por eso nosotros rechazamos esta noción de psi-
coanálisis aplicado que desdeña lo que comprobamos en
cuanto a su función, su rol, su importancia, en el movi-
miento psicoanalítico y, en primer lugar, en Freud; en
Freud, donde verificamos no sólo su importancia cuanti-
tativa en la obra sino su fecundidad. Cuando pensamos
que un caso como el de Schreber o como el de Leonardo,
tan centrales para el progreso del pensamiento freudia-
no, son del orden del psicoanálisis extra-cura, extra-
muros; cuando pensamos en los estudios socioantropoló-
gicos, en T6tem y tallú o en Moisés, en los estudios sobre
el arte, en los estudios sobre la religión, escritos todos
que constituyen una proporción considerable de la obra

20
freudiana: en ningún caso este pensamiento extra-muros
es secundario en Freud; extrae sus resultados, siempre,
de su contacto con su objeto. Frente a esta fecundidad,
he tenido ocasión también de destacar, no sin cierta iro-
nía, el descrédito de que muchos lo hacen objeto en nues-
tros días, un descrédito que sólo tiene parangón en el ar-
dor con el cual algunos se dedican a él, sea abiertamente
-y es sin duda el mejor caso-, sea de manera subrepti-
cia y hasta en las apreciaciones psicoanalíticas que ver-
san sobre el «movimiento,., las escuelas psicoanalíticas, o
aun en el •psicoanálisis• de los •queridos colegas•.
El psicoanálisis que se lleva extra-cura, no de manera
accesoria, como mera adjunción, sino fundamentalmen-
te, se dirije al encuentro de losfenómerws culturales; por-
que, en efecto, el psicoanálisis exportado no es exporta-
ción a cualquier lado, no todo •extra-cura• es objeto de
psicoanálisis extra-muros: las condiciones de dominio y
de método se deben definir en cada caso. En este movi-
miento de llevar-se-fuera del psicoanálisis, yo distingo dos
aspectos, dos movimientos, o un doble aspecto de un mis-
mo movimiento: evidentemente el aspecto interpretati-
vo, teorético, hasta especulativo, pero también un aspecto
real sobre el que no se ha insistido demasiado. Por aspec-
to real quiero decir que el psicoanálisis, no sólo como
pensamiento y como doctrina, en las obras del psicoaná-
lisis que decimos extra-muros, sino cmno modo de ser, in-
vade lo cult:ural. El psicoanálisis es un inmenso movimien-
to cultural, y en este sentido es el col\iunto del psicoaná-
lisis el que se lleva extra-muros. He intentado en mis
Problemáticas JII, dedicadas a la sublimación, 6 cercar lo
que podría ser una teoría de la sublima.ción rrwd.erna,
para emplear un término tal, desde ese movimiento que lle-
va el psicoanálisis a la cultura y hace que el hombre psi-
coanalítico no sea sólo un hombre según el psicoanálisis,
estudiado por el psicoanálisis, sino un hombre que en ade-
lante está marcado culturalmente por el psicoanálisis.
Tercer lugar y objeto de la expe-
LA TEORIA riencia: la tevria. Enunciar que
COMO EXPERIENCIA la teoría es Jugar YObjeto de expe-
riencia supone, evidentemente,

6 Problématiques m, La sublimatinn, Paris: PUF, 1980. [Ed. en cas-


tellano: Problemáticas /11, La sublimacWn, Buenos Aires: Amorrortu
editores, 1987, Segunda parte: •Hacer derivar la sublimación•.)

21
rehusar a la teoría todo estatuto definitivamente aparte,
sea como herramienta (herramienta conceptual, se dice
a veces: ella debe servir para algo), sea por el contrario
como superestructura más o menos inútil (y sabemos que
en ocasiones fue una coquetería, no se puede decir de
otro modo, de Freud, pretender que los conceptos psi-
coanalíticos eran, en suma, nuestro hobby). Afirmar que·
el hombre es autoteorizante, en cambio, equivale a sos-
tener que toda verdadera teorización es una experiencia
que necesariamente compromete al investigador. El mo-
delo de esto se encuentra por supuesto en Freud. Pienso
en esos monumentos puramente teóricos que son el •Pro-
yecto de psicología• de 1895, el capítulo VII de La inter-
pretación de los sueños, Más allá del principio de pla-
cer, o incluso el último descubierto, ese texto inédito que
se intitula •Panorama sobre las neurosis de trasferencia•.
Y bien: ¿cómo abordar esos movimientos teóricos si no
es considerándolos ejercicios donde se vive el análisis?
El no se vive allí por referencia a un objeto que le fuera
extrinseco, él se desarrolla a partir de su propio movi-
miento. Experiencias estas que es preciso analizar, em-
pujar aún más lejos de Jo que Freud Jo hizo, empujar en
sus atrincheramientos, con la prevención, al hacerlo, de
verlas dislocarse, descomponerse y recomponerse.
Se trata allí, nos dice Freud, de especulación; •lo que
sigue es especulación ... • señala en Más allá del princi-
pio de placer, y es más o menos la misma frase en •Pano-
rama sobre las neurosis de trasferencia•. Lo enuncia co-
mo excusándose y comparando la especulación con el li-
bre juego de la fantasía; sin embargo sabemos que esta
especulación adquiere rápidamente para él más peso que
cualquier razonamiento experimental. Pensemos en par-
ticular en la famosa especulación sobre la pulsión de
muerte; habiendo nacido en efecto de un movimiento pre-
tertdidamente •para ver>, de una suerte de •experiencia
de pensamiento•, •prende• poco á poco, como prende una
mayonesa, y prende con una consistencia incluso más
grande que la mayonesa, como un verdadero cemento.
Especulación biológica en Más allá del principio de pla-
cer, especulación antropológico-histórica en Tótem y ta-
bú, o incluso en •Panorama•, la especulación en Freud
es una verdadera «experiencia interior», para retomar este
término de otro autor. No se trata de desvalorizarla sino
de movilizarla, es decir, de hacerla móvil, removilizarla,

22
desatar sus lazos artificiales para eventualmente encon-
trarle otras valencias, sin por eso plegarla sobre un puro
•ilusorio• (sinónimo, para algunos, del fantasma o de la
fantasía), pero, por otra parte, sin reducirla a un juego
de argumentos puramente racionales.
Mi cuarro punto será, finalmente, ·•
LA HISTORIA este: lo que acabarnos de esbo-
coMo EXPERIENCIA zar sobre la experiencia teórica se-
ría aún más verdadero a propó-
sito de la historia como lugar y objeto de experiencia.
Me refiero a la historia del psicoanálisis y, en particular,
a la historia de Freud y del pensamieto freudiano. No he-
mos agotado aún (¿lo haremos alguna vez?) el privilegio
de este pensamiento de no ser sólo fecundo, o genial si
se quiere, sino de ser el lugar de una experiencia que re-
vela hasta en sus vacilaciones, en sus defensas, en sus
tomas de partido, en sus repeticiones, los contornos mis-
mos de su objeto. Por historia del pensamiento de Freud
no entiendo, evidentemente, la historia historizante; en
modo alguno soy un historiador de Freud, otros son mil
veces más competentes que yo. Yo libo en la historia que
los otros escriben, pero no es esta la cuestión: parto de
una reflexión sobre la historia del pensamiento freudia-
no. No entiendo por ello ni la historia oficial de este pen-
samiento, ni la historia restituida. La historia oficial es
en primer lugar la historia de Freud por sí mismo. Freud
más de una vez esbozó, sea en obras separadas, sea en
ciertos pasajes, una historia de su propio pensamiento,
historia que está siempre extremadamente sujeta a cau-
ción, falsificada. Con mayor razón la historia oficial de
los grandes hagiógrafos, aun si es competente como la de
Jones. Pero, a la inversa, tampoco entiendo por historia
la historia restituida que puede presentarse en nuestros
días, anecdótica o no, según algunos documentos que se
ha logrado exhumar y que a veces son seguramente im-
portantes, una historia más verídica que poco a poco pre-
tende remplazar la..<; falsificaciones o los aplanamientos
de la precedente. Lo que me interesa es la historia de
un pensamiento enteramente movido por su objeto o, si
ustedes quieren, enteramente movido por su pulsión. Más
que la anécdota, más que las peripecias (esos famosos
abandonos, esos famosos retornos), más también que las
continuidades, lo que me interesa en esta historia de ex-
periencia es una dialéctica compleja donde uno encuen-

23
tra, en la evolución de la teoría, el eco o incluso a veces
el calco de la evolución del ser humano. Pienso que no
sería abusivo enunciar una suerte de ley de Haeckel de
nuevo tipo (ustedes saben: la ontogénesis reproduce la
filogénesis), aplicable al menos al pensamiento psicoana-
lítico, con este enunciado: da teórico-génesis reproduce
la ontogénesis•. He tenido ocasión de mostrarlo de cerca
con ocasión de la teoría freudiana de las pulsiones, de
la cual uno está forzado a decirse que su mismo desarro-
llo temporal reproduce algo del movimiento del ser· hu-
mano por medio del cual se engendran sus propias pul-
siones.
En otros momentos es el conflicto, la discordia, el des-
fasaje entre el pensamiento y su objeto Jo que se recono-
ce en aquello que se está en el derecho de llamar repre-
siones, defensas, repeticiones incoercibles_ Entre esas re-
presiones, entre esas defensas -que arrastran a menudo
consigo, como toda defensa, mucho más que aquello de
Jo cual quieren defenderse, que arrastran a menudo todo
un fragmento de la realidad, y aquí todo un fragmento
de la realidad de pensamiento-, existe esta suerte de ca-
taclismo sobre el cual todavía no hemos vuelto y que aún
no hemos perlaborado suficientemente, ese famoso ca-
taclismo del así llamado abandono de la teoría de la se-
ducción.

Fundar el psicoanálisis y no crearlo, porque él existe


en sus cuatro Jugares de experiencia: clínico, teórico,
extra-cura e histórico, Jugares que yo reúno con el térmi-
no de •teorética• para distinguirlos en bloque de una •prác-
tica• en el sentido de que incluso lo que se intitula clínica
es de hecho una cierta consideración (theorein) y una
cierta reflexión sobre el objeto, porque no existe clínica
puramente empírica. Cuatro Jugares de experiencia; y el
francés es pobre con esta palabra que recubre al menos
tres términos del alemán (y también de otras lenguas):
el de •Experimento, el experimentalismo que se borra
frente al objeto; el de •Erlebnis>, la experiencia vivida,
traducimos, donde es más bien el objeto el que se borra
frente a lo vivido y, por último, Jo que yo entiendo aquí
por experiencia, la «ErfahruTI{J•, es decir un movimiento
en contacto con el objeto, en contacto con el movimiento
del objeto.

24
Fundar es entonces refundar, y refundar es volver a
un gesto fundador y, necesariamente, por supuesto, al
fundador, es decir a Freud. ¿Cuál es este gesto funda-
dor? Aquel con el cual él instaura la situación psicoanalí-
tica en los años de 1890-1895, lo que yo llamo la cubeta,
que esquematizo, corno se podrá encontrar desarrollado
en enseñanzas ya antiguas, en su extraño cierre (cierre
del círculo) o abertura (ya que hay tangencia con otro
círculo, aquel de los intereses y de la adaptación). 7
Gesto inaugural este de Freud, pero que no parece sos-
pechar que lo es solamente porque renueva otro gesto
fundador, otros gestos fundadores que son el trazado, la
delimitación de un dominio en el seno del ser humano,
en el pequeño ser humano. Fundar es siempre fundar de
nuevo.
¿Qué decir por relación a lo que se llama, a lo que se
ha llamado desde hace ya no poco tiempo, •retorno a
Freud•? Los estilos en esto son innumerables desde el mo-
vimiento de impulsión que vino de Jacques Lacan. ¿Re-
torno a Freud? ¿Equivale a ser freudiano ortodoxo? ¿Y
qué podría querer decir ello? Sería, a la inversa, hacer
decir a Freud lo que se quiere; en efecto, este es el caso
de cierto lacanismo. Sería también hacer recurso a Freud,
quiero decir eventualmente de manera apologética, ases-
tar pasajes de Freud contra otros paslljes. •Escolástica
freudiana•, se dice: en realidad no exageremos, la esco-
lástica freudiana nunca ha tomado las dimensiones que
tenía la escolástica aristotélica ni, incluso, más cerca de
nosotros, la escolástica marxista. El término que yo pre-
fiero, a partir de este retorno a Freud y de este recurso
a Freud, sería el retomo sobre Freud, porque no se pue-
de volver a Freud sin hacerle sufrir (y es esto lo que quiere
decir este •sobre•) un cierto trablljo: trabajo sobre la obra
y trablljo de la obra acerca del cual ya me he explicado,
trabajo que pone la obra en la cuestión.

7
Cf. Prob/.ématiques I, L'angoisse, Parls: PUF, 1980. (Ed. en cas-
tellano: Problemáticas l. La angustia, Buenos Aires: Arnorrortu edito-
res, 1988, págs. 178 y sig. y sabre todo Problématiques V, Le l>aqiwl
Transcendance du tra~ert, París: PUF, 1987.]

25
l. Catártica

¿Cómo se plantea la cuestión de los fundamentos, en


primer lugar en el caso de Freud y, tal vez a partir de
él, en particular en la aventura lacaniana? Desde el co-
mienzo, como un recurso a dominios científicos más o me-
nos cercanos; intentaré examinar cuatro de ellos: el re-
curso a lo biológico, el recurso a la prehistoria de la espe-
cie humana, el recurso al mecanicismo y el recurso a la
lingüística. Los tres primeros están en intrincación ince-
sante en Freud, quiero decir el biologismo, el prehistori-
cismo y el mecanicismo; el cuarto está ligado a la tentati-
va de encontrar otra •ciencia piloto•, según la expresión
con la cual se ha connotado durante cierto tiempo, en
el ambiente estructuralista, a la lingüística.

l. Lo biológico

Lo biológico es omnipresente en Freud. Me he referi-


do a esto repetidas veces y remito, para ciertas elabora-
ciones, a mis Problemáticas I, en particular •La angustia
en la tópica•_! Lo biológico se presenta de tres maneras
en el freudismo: como origen, como modelo (con la poli-
valencia que se puede atribuir a este término, vuelvo so-
bre ello en un momento) y, por último, como esperanza,
como perspectiva de futuro; muy precisamente: como
perspectiva terapéutica.
La esperanza de un tratamiento
Lo BIOLOGico biológico, quimioterapéutico, de
coMo ESPERANZA las neurosis nunca abandonará a
Freud: consideraba que algún día,

1
Cf. Problemáticas 1, La angustia, Buenos Aires: Amorrortu edi-
tores1 1988, págs. 155-241.

27
por caminos mucho más cortos, debía suplantar al trata-
miento psicoterapéutico. Esto no carece de fundamento
en la teoría, en relación con una idea precisa que se pue-
de enunciar de diferentes maneras.
En primer Jugar, la naturaleza quúnica de la libido,
considerada por Freud corno un producto de metabolis-
mo susceptible de descarga, de acumulación y, por Jo tan-
to, responsable de intoxicación. La libido, para Freud, se-
ría una sustancia única en ambos sexos.
Ligada a esta teoría de la naturaleza química de la li-
bido, está la vieja teoría de las neurosis actuales, que no
se consideran psicológicas por su origen ni por su signifi-
cación, sino detenninadas por una desviación del meta-
bolismo sexual, un desarreglo de mecanismos que normal-
mente desembocarían en una descarga regular de la libi-
do. Esta temia de las neurosis actuales, siempre presente,
jamás abandonada, significa por una parte que Freud em-
plaza una categoría al lado de otra, la categoría de las
neurosis actuales aliado de la categoría de las psiconeu-
rosis; estas últimas tienen una determinación y una sig-
nificación psíquicas, en tanto que en las neurosis actua-
les jugarla plenamente un mecanismo somático, por lo tan-
to presente, •actual•, puesto que el cuerpo, por definición,
como res extensa, está siempre en el presente. Pero la
neurosis actual es, al mismo tiempo, más que una simple
categoría limitada: Freud la postula como algo intrínseco
a las psiconeurosis en el sentido de que no hay psiconeu-
rosis, aun plenamente comprensible por factores psíqui-
cos, que no contenga un momento -tal vez el más eficaz
desde el punto de vista de la producción de síntomas-,
un momento •actualidad•, un tiempo en que se actualiza
en lo actual del cuerpo. Idea demasiado olvidada, pero
periódicamente redescubierta y que lo ha sido reciente-
mente a propósito de la angustia puesto que un congreso
sobre este tema, del que los diarios han dado noticia de
una manera muy curiosa, oponía la posición de Freud,
que sería puramente psicogenética, a una teoría que lla-
maríamos •metabólica• de la angustia, olvidando que
Freud mismo es el inventor de esta teoría metabólica, in-
toxicati va. 2 La angustia como miedo presente que repite

2 Simposio internacional sobre •Nuevos aspectos de la ansiedad•; se-


sionó en la Academia de Medicina del24 al26 de abril de 1985. Infonne
aparecido en Le Mande, el 24 de abril de 1985.
un miedo antiguo, he ahí el aspecto más simple (y sin du-
da e( más simplista, inaceptable bajo esta forma) de la
teoría psicogenética; 3 la angustia como desbordamiento
y abatimiento del yo por un exceso de libido, he ahí la
teoría •actualo. Sin insistir en la síntesis posible entre es-
tos dos puntos de vista, era válido señalar que una teoría
psicoanalítica de la angustia no puede abstenerse de to-
mar en cuenta este ataque interno por la libido, 4 que se
desarrolla en el nivel mismo del cuerpo. Igualmente con-
vendría recordar, para una teoría general de los afectos,
que esta no puede evitar -como no lo puede la teoría
de ese afecto por excelencia que es la angustia- situarse
en la escena misma del cuerpo. La modificación corporal
y su vivenciar perceptivo son esenciales al vivenciar del
afecto, de modo que nada tiene de escandaloso ni de an-
tipsicoanalitico recordar que las drogas pueden modifi-
car totalmente ese vivenciar, y formular el proyecto de
una acción selectiva y controlada sobre esto.
Después de esta evocación sumaria en lo tocante a la
noción de lo biológico como •esperanza•, vuelvo a lo que
quisiera ante todo destacar, y discutir, en el freudismo:
lo biológico como •prototipo•. V or-
Lo BtoLomco bild es un término de una fre-
coMo MODELo cuencia considerable en Freud, y
en él se cof\jugan muchas ideas.
Vorbild es una imagen, un esquema, un dibujo previo,
a la vez •modelo• abstracto, pero, también, una primera
realización concreta, es decir, un •prototipo•. En más de
una oportunidad Freud utiliza esta noción en particular
a propósito de lo que él llama los prototipos normales de
los estados patológicos. Así el duelo sería el Vorbild nor-
mal de la melancolía; por su parte el dormir sería como
el modelo normal o, más bien, el modelo actual, del esta-
do fetal. Pero vemos, en esta última proposición freudia-
na, extraída de •Complemento metapsicológico a la doc-
trina de los sueños•, que uno podría preguntarse cuál es
el modelo del otro: ¿un modelo sería aquel que nos per~
mite conocer al otro, o bien sería aquel que, en la crono-

3 Cf., sobre este punto, Problemáticas 1, La angustia, op. cit., págs.


149-52 y 236-8.
4 Lo que yo llamo el ataque del objeto-fuente. Cf. en particular ·Une
métapsychol~gie 8. l'épreuve de l'angoisse•, Psyckanalyse d l'Universi-
re, vol. IV, n• 16, 1979, págs. 709-22.

29
logia, viene antes que el otro? Si se declara que el dormir
es el modelo normal del narcisismo, es para sugerir que
el dormir es la manera, para nosotros, de acceder al nar-
cisismo fetal; pero, por otra parte, según Freud al me-
nos, el narcisismo fetal sería el prototipo del dormir. En
suma: ¿cuál es modelo y cuál es prototipo en el sentido
de lo que viene primero según el término alemán de Vor-
bild? ¿En qué medida un modelo describe un origen? ¿Y
qué origen describe? ¿Es un origen en el interior del mo-
delo o es un origen exterior al modelo?
Y puesto que me detengo un poco en esta noción de
modelo (término, una vez más, que no está exactamente
presente en Freud en el sentido que le da una epistemo-
logía más· moderna; como lo más cercano, encontraremos
el término «ficción»), recordaré rápidamente que se pue-
den distinguir al menos dos tipos de modelos en Freud. 5
Encontramos por una parte lo que yo llamo los modelos
de memorias, modelos de circulación libre comparables
con lo que son, en nuestros días, los modelos informáti-
cos. El más famoso de esos modelos es el del capítulo VII
de La interpretación de los sueños, pero tenemos tam-
bién toda una parte del •Proyecto de psicología ... El fa-
moso modelo del capítulo VII emplaza, en efecto, una su-
cesión de memorias entre las cuales se producen reins-
cripciones sucesivas. Y por otra parte existe otro tipo de
modelos, los modelos de nivel; están ellos mucho más cer-
ca de la biología porque hacen intervenir la ficción de
un organismo -y no sólo de un aparato psíquico- que
tiende por todos los medios a mantener cierto nivel, una
homeostasis. A menudo estos dos tipos de modelos se com-
plementan, vienen a _mezclarse, particularmente en el
•Proyecto de psicología•, donde partimos de un modelo
de memorias, pero donde muy rápido nos vemos forza-
dos, constreñidos, nos dice Freud, ((por la urgencia de la
vida> (precisamente constreñidos en nuestro pensamien-
to como el organismo lo es en su ser), a hacer intervenir
la noción de un nivel por resguardar.
Cotejemos un instante los tres tér-
Lo BJOLo<~rco minos de origen, de 'modelo y de
EN EL oRrct;N . fundamento, en su referencia a lo
biológico. El origen supone una

;, Cf. Prohlhnatiques V, Le baque!. Trnnscendance du tran.'ifl-rl, Pa-


rís: PUf', 1987, págs. 31 y sig.

:111
anterioridad. Partimos nosotros de la siguiente evidencia,
a saber, que somos seres vivientes antes de ser seres hu-
manos, seres «Culturales». Evidencia que nadie discutiría:
en la historia de la vida existen seres no culturales antes
que aparecieran aquellos que están marcados por una cul-
tura, y probablemente no se discutiría mucho tampoco, en
la historia de los homínidos, que el estadio cultural vino
a injertarse en un estadio más biológico. Por último, una
anterioridad similar, tal vez postulada no sin razón en el
individuo en cuyo desarrollo se puede por lo menos recons-
truir, a partir de la observación, la existencia de una capa
adaptativa-desadaptativa (se podría decir) de comporta-
mientos neo-natales, antes que llegue a marcarlos la inter-
acción social. He aquí entonces lo que nos parece acerca
de este término •origen biológico•: postular que el viviente
está antes, es anterior a lo cultural, no es, en nuestra opi-
nión, formular una demanda o una concesión excesiva.
Veamos ahora lo que ocurre en la cuestión del~~mode­
lo biológico •. El psicoanálisis proporciona, para nuestro
devenir-humanos, modelos llamados biológicos, por recur-
so a la noción general de un viviente enfrentado a un
medio. Además, no son solamente modelos estáticos sino
modelos en movimiento, modelos de génesis que preten-
den mostrar cómo ese viviente evoluciona de una etapa
simple a una etapa más compleja, por diferenciación.
Y bien, ¿cómo estos tres aspectos: anterioridad del vi-
viente en nosotros, modelo del viviente para nuestro psi-
quismo y, por último, modelo evolutivo, constructivo del
viviente (modelo constructivo de un viviente porque se
trata de un viviente en toda su abstracción), no desem-
bocarían, por coalescencia, en una total confusión entre
lo que corresponde al origen, al modelo o al fundamen-
to? Lo biológico antes que lo humano, estamos predispues-
tos a admitirlo. Lo biológico que invade como modelo el
psiquismo humano: es esto lo que hay que describir; es
lo que Freud a veces intentó hacer, si me quieren ~eguir)
en particular a propósito del •yo•. Pero, por el contrario,
lo biológico que preside la génesis del psiquismo humano
a partir de un fundamento vital,
. . . PERo No en otros términos, lo biológico que
coMo FUNDAMENTo preside la relación del psiquismo
y de la vida porque la emergencia
del psiquismo humano está ella misma regida por lo bio-
lógico: esto es lo más dudoso. Dos evidencias: la prece-

31
dencia de lo biológico y la presencia del modelo biológico
en el psiquismo; una conclusión dudosa: que esta evolu-
ción del psiquismo humano esté ella misma regida por una
ley biológica. Sin embargo, tenemos en esta idea de que
la evolución de lo vital al psiquismo humano pertenece-
na ella misma al orden vital, y hasta al orden de la adap-
tación, una concepción corriente, admitida, nunca vuel-
ta a poner en cuestión, y que se traduce, por ejemplo,
en una teoría de la estructuración progresiva del ser hu-
mano, con emergencia de rúveles adaptativos siempre más
elevados, aunque fuese a través de rupturas.
La expresión de este género de teoria, hace algunas
decenas de años -tal vez hoy esté un poco pasada de
moda- era el órgano-dinamismo cuyo campeón fue Henry
Ey. Era esa una visión de col\iunto de la psicopatologia,
que invocaba dos fuentes consideradas compatibles: por
una parte Jackson y, por otra parte, Freud. Las tesisjack-
sorúanas de la integración sucesiva de diferentes rúve-
les, de la progresión de lo más simple a lo más complejo,
de Jo más automático a lo más voluntario, se conjugaban
con la idea de una desintegración posible que en la diso-
lución psicopatológica recorrería las mismas etapas en sen-
tido inverso. Lo que el propio Henry Ey llamaba su neo-
jacksonismo no era otra cosa que una tentativa por inte-
grar en ese esquema, como la primera etapa de este re-
corrido, al inconciente, al dinamismo pulsional. Segura-
mente Freud, en más de un aspecto, se presta a ello. To-
da una línea de pensamiento, toda una línea de textos
van en este sentido y uno de los que avanzan más lejos
en esta tentativa de construcción del ser humano de lo
más simple a Jo más complejo, como un viviente que se
adapta a la necesidad vital, es probablemente el que se
intitula •Formulaciones sobre los dos principios del acae-
cer psíquico •. 6 Seria raro que un texto tal, que se pudie-
ra decir de inspiración naturalista, no contuviera lo que
yo diría un llamado al orden, como un sueño contiene
a menudo en un pequeño rincón un indicio, un •determi-
nante•, que nos indica por ejemplo que todo el contenido
del sueño debe ser marcado con el sello de la contradic-
ción o del absurdo: un •recapacitemos•. A este verdade-
ro llamado al orden, en este texto, se Jo encontrará en
el último párrafo. En tanto que todo el artículo está cen-
6 S. Freud, en OC, 12, 1980, págs. 217-31.

32
trado en la adaptación progresiva de un organismo al mun-
do, por tanto a la realidad, ese último párrafo nos recuer-
da, justamente en contradicción con el coi\iunto del tex-
to, que la moneda de la realidad (es el término empleado
por Freud), la moneda de la realidad flsica, no tiene cur-
so en psicoanálisis porque este se desenvuelve enteramen-
te en el dominio de lo no-adaptativo, de lo no-vital. 7
La cuestión, para plantearla de otra manera, sería la
siguiente: ¿lo biológico en el comienzo de la vida, el orga-
nismo concreto del cachorro humano, aquel que admiti-
mos evidentemente tomar en consideración, y !o biológi-
co como modelo en el psiquismo, ese •viviente• en el psi-
quismo que vamos a encontrar, son exactamente lo
mismo? Y bien, en el texto que he citado, Freud va a plan-
tearse la cuestión en una nota famosa 8 en que él se hace
una objeción capital: el organismo que él describe, y que
es, como ustedes saben, pretendidamente capaz de satis-
facer por vía alucinatoria sus deseos, de vivir en autar-
quía, esta mónada que estaría por entero sometida al
•principio de placer> y que descuidaría la realidad del
mundo exterior, ¿cómo podría mantenerse en vida aun-
que más no fuera un instante, y aun, simplemente, cómo
habría podido aparecer? Pero, agrega Freud (con una be-
lla desenvoltura), <la utilización de una ficción de este
tipo se justifica por la observación de que el lactante, a
condición de agregarle los cuidados maternos, está bien
cerca de realizar un sistema psíquico talo. Así Freud mis-
mo no es insensible a la diferencia que existe entre una
especie de modelo, hay que decirlo claramente, en ex-
tremo simple y abstracto del viviente, y el viviente que
somos todos y, aun más, el viviente que es el recién naci-
do: para reducir esta diferencia considerable no le hace
falta nada menos que incluir en el modelo el cor\iunto de
los cuidados maternos ... ¿Pero no es trastocar por com-
pleto un modelo biológico introducir en él una interven-
ción extraña de la cual lo menos que se puede decir es
que es muy compleja y, de todos modos, irreductible a

7 •Pero no hay que dejarse inducir al error de incorporar en las for-

maciones psíquicas reprimidas la valoración de la realidad . . • (ibid.,


pág. 230). Si el psicoanalista es advertido de no introducir esta •valora·
ción de la realidad•, ¿cómo seria capaz •la urgencia de la vida» de intro·
ducirla en el inconciente humano?
8 /bid., págs. 224-5, n. 8.

33
un elemento suplementario en un supuesto equilibrio
autárquico?9
La mayor parte de las veces Freud no se cuidará de
dar una respuesta más explícita al cuestionamiento refe-
rido a ese viviente concreto que es la cría humana del
comienzo. Lo puesto por él en el origen no es, en efecto,
la cría humana tal como se la observa, sino que es un mo-
delo, se podría decir, primitivo, un modelo de una biolo-
gía elemental, un protista, un vi-
EL MODELo viente reducido a su más simple
stotomco expresión: es, corno ustedes sa-
EN EL APARATo ben, el famoso modelo de Más allá
DEL ALMA del principio de placer, donde
este protista es denominado •ani-
málculo protoplasmático•. He tenido ocasión de referir-
me a esto por extenso 10 y quisiera simplemente volver
a trazar aquí unos grandes rasgos. ¿Qué caracterizaría a
este modelo que podemos llamar biológico? Tengamos en
cuenta que es un aparato de nivel, si se quiere retomar
la distinción propuesta más arriba entre aparatos de me-
moria y aparatos de nivel. Un aparato de nivel es ante
todo un aparato energético: toma en consideración can-
tidades de energía y, sobre todo, diferencias entre canti-
dades de energía; habida cuenta de estas diferencias, el
aparato tiene por función y por única meta mantenerse
en la existencia, lo que, para él, no es otra cosa que man-
tener constante su nivel. He aquí lo que se llama homeos-
tasis y principio de homeostasis. No hay que creer que,
en homeostasis, el nivel energético de este animálculo pro-
toplasmático fuera más elevado que el del exterior; por
el contrario, lo que intenta mantener constante el •orga-
nismo• de •partida• (en una ficción que es necesario acep-
tar) es un nivel menos elevado que el circundante; el
límite tiene por objeto proteger un nivel interno de ener-
gía inconmensurable con las energías exteriores que Freud
considera en extremo violentas y en todo momento ca-
paces de destruirlo. Para tomar un modelo de otro tipo,
pero, en definitiva, bastante próximo: una vasija, un va-
so, puede tener por meta mantener más elevado el nivel
energético (el nivel de agua) por relación a lo circundan-

9 Se verá más adelante la función profundamente •anti-homeostáti-


ca~ de los cuidados matemos, en la hipótesis de la seducción.
10 Cf. Problemáticas 1, La angustia, op. cit., pág. 185.

34
te; pero si el vaso está ligeramente hundido, vacío, en
la superficie del agua, su función será entonces mante-
ner, en el interior, un nivel menos elevado.
Quien dice «nivel constante» dice necesariamente una
superficie, un límite, algo que protege ese nivel. Lo que
implica, en el modelo freudiano, una diferenciación su-
perficial destinada a mantener la diferencia de nivel: lo
sabernos, es lo que Freud llama Reizschutz, para-estímulo,
capa protectora. Esta capa protectora, endurecida, esta
cutícula comparable con la membrana celular en el vi-
viente unicelular concreto, tiene, según Freud, una do-
ble función normal: la protección del nivel energético y
el rebajamiento, la reducción de las energías que afluyen
al organismo. Por último, esta envoltura tiene (no se tra-
ta en este caso de una función más) un rol capital en to-
do lo que es patología, puesto que es su desbordamiento
por la energía externa lo que, según los casos, se traduce
en dolor o bien en traumatismo.
Recordemos, por último, para completar, que la di-
ferenciación superficial del aparato desemboca, según
Freud, en la formación de dos capas superficiales y no
de una sola; capa protectora, pero también capa percep-
tiva: la capa llamada «percepción-conciencia», directamen-
te situada bajo la capa protectora.
He aquí entonces lo que llamamos un modelo. ¿Qué
relación tiene él con la cosa: qué modelo y qué cosa? Si
uno lee a Freud, encuentra muy trabajoso situar de ma-
nera unívoca lo que quiere representar, probablemente
porque él tiene en vista varias cosas al mismo tiempo.
Por una parte, y ante todo, se trata de un modelo bioló-
gico del organismo; no sólo del organismo protozoario,
sino aun de todo organismo, lo que demuestra el valor
explicativo que le confiere Freud: es que permitiría dar
razón de un fenómeno tan general como el del dolor; el
dolar físico se considera, según sabemos, el resultado de
una efracción limitada de la envoltura protectora. Pero,
por otra parte, insisto en ello: es un organismo teórico
cuya relación con el organismo neonatal concreto es más
que hipotética ¡porque se debería encerrar allí a la ma-
dre para hacer coincidir, más o menos, modelo y realidad!
En un segundo nivel (y anuncio que encontraremos
al menos tres), -este modelo lo es de un sistema especiali-
zado en el viviente, y no ya del co~unto del organismo
viviente; sistema que no es indiferente llamar, según los

35
casos, sistema nervioso central o, del lado psicoanalítico,
aparato psíquico o aparato del alma. Por momentos pa-
recería que sistema nervioso central y aparato psíquico
fueran nociones casi equivalentes; empero, su función ex-
plicativa es muy düerente: cuando se trata del sistema
nervioso central, lo que hay que explicar es el traumatis-
mo físico; en cambio, cuando se trata del aparato psíqui-
co, es el traumatismo psíquico lo que interesa. Ahora bien,
entre ambos tipos de traumatiSmo hay ciertamente ana-
logia, pero también una capital solución de continuidad;
estamos alli en un punto de ruptura esencial en el senti-
do de que traumatismo fisico y traumatismo psíquico, le-
jos de complementarse o de prolongarse uno al otro, se
excluyen. Muy concretamente, ello signüica que, en una
situación traumática, el hecho de ser herido somáticamen-
te viene a evitar, y no a redoblar, el traumatismo pslquico.
Hemos apuntado, hace poco, que la marca de la con-
tradicción se insinuaba a menudo en un rincón del texto
freudiano. Aquí, en Más allá del principio de placer, se
presenta en la forma de un •absurdo• que, desde luego,
no se trata de registrar simplemente para poner a Freud
en posición de decir cosas insensatas. Me refiero aquí a
una argumentación absolutamente notoria en que Freud
intenta confirmar su idea de que el •sistema• se desarro-
lla por düerenciación periférica, y que en particular el
sistema percepción-conciencia se encuentra inmediata-
mente subyacente a la capa protectora. Ahora bien, Freud
pretende encontrar la prueba de este aserto en conside-
raciones neuroanatómicas según las cuales la corteza, lu-
gar de la conciencia, se encuentra ella miSma en la su-
perficie del cerebro. Lo que evidentemente es una consi-
deración de una anatomía macroscópica casi pueril que
parece suponer que las excitaciones llegarían a la corte-
za directamente, como desde el exterior, a través de la
caja craneana. Mientras que en realidad, según lo sabe-
mos por la anatomía neuronal, la corteza cerebral, lejos
de ser lo primero expuesto a las excitaciones en el siste-
ma nervioso, se encuentra totalmente al final de las vías
aferentes.l 1 El absurdo de establecer una comparación
11 Cito este pasaje que merece ser escuchado: ·Así caemos en la

cuenta de que con estas hipótesis no hemos ensayado algo nuevo, sino
seguido las huellas de la anatomía cerebrallocalizadora que sitúa la ''se-
de" de la conciencia en la corteza del cerebro, en el estrato más exte-
rior, envolvente, del órgano central. La anatonúa cerebral no necesita

36
topológica entre caja craneana y corteza, por una parte,
y para-estímulo y sistema percepción-conciencia, por la
otra, es tan evidente que no se podría reprochárselo sim-
plemente a Freud sin buscar allí un sigrw para otra cosa:
el signo de esta seudo biología que yo intento hacer sal-
tar, como se hace •saltar la liebre•, en los modelos freu-
dianos.
En fin, el último nivel posible de este modelo, después
de serlo de un organismo y de serlo también del sistema
nervioso central o de un aparato psíquico, es el de un
yo. Un yo, porque no es indiferente anotar que Más allá
del principio de placer es el texto en el cual Freud rein-
troduce plenamente esta noción, retomando una línea
muy antigua, la del •Proyecto de psicología• de 1895, y
retomándola en la misma dirección: haciendo del yo no
desde luego la totalidad de la persona psíquica, sino un
órgano de esta; pero -segunda característica- no cual-
quier órgano sino precisamente un organismo, una orga-
nización cuyo funcionamiento todo está regido por el prin-
cipio del nivel, que definimos antes. Como nuestro ani-
málculo de hace un momento, el yo está él mismo
sumergido en un mundo de energías traumatizantes, las
pulsiones.
Pero así las cosas, si se considera este último nivel,
el del yo, nos damos cuenta de que lo •vital•, lo •biológi-
co•, ya no opera como fundamento, un fundamento en
existencia, sino como modelo y, además, como un mode-
lo real: como aquello que es representado o que se hace
representar en el psiquismo. Lo vital en el ser humano
es un presupuesto, he ahí algo in-
Lo viTAL NO Es discutible. Pero la distancia se si-
·EN F.L FoNDo DEL túa en esto: ¿es preciso decir por
HOMBRE, AQUELLo.. eso que lo vital es el primer repri-
mido o que constituye lo más pro-
fundo del psiquismo? Es empero esta una tesis que co-
rrerá a lo largo de la obra de Freud y, sobre todo, a lo
largo de cierta vulgata freudiana: lo vital sería lo repri-
mido, mientras que lo cultural sería a la vez la super-

ocuparse de la razón por la cual -en términos anatómicos- la concien-


cia está colocada justamente en la superficie del encéfalo, en vez de
estar alojada en alguna otra parte, en lo más recóndito de él. Quizá no-
sotros, respecto de nuestro sistema P-Cc, podamos llegar más lejos en
cuanto a deducir esa ubicación~, Más allá del principio de placer, en
oc, 18, 1979, pág. 24.

37
estructura y lo represor. Reeneontramos esta tesis en ca-
da una de las dos •tópicas•; en la primera tópica, con una
expresión como esta: todo lo que devino conciente debió
primero ser inconciente. Lo inconciente no sería enton-
ces más que la parte, mantenida por segregación, de un
dominio inconciente primordial. Conocernos esa famosa
imagen de un parque natural (el primer parque natural
de los Estados Unidos, el de Yellowstone): el inconciente
se asemejaría a una reserva natural cercada, y por eso
mismo mantenida en su estado originario. En cuanto a
la expresión, en la segunda tópica, de esa sedicente prio-
ridad de lo vital, la más bella ilustración sería el títnlo
en francés escogido en su momento para la obra de Grod-
deck, Aufond de l'homm.e, cela [En el fondo del hombre,
aquello]. El ello, aquello, es seguramente un lugar de lo
extraño, de lo extranjero: el término mismo significa sin
duda que es «en cosa))' ({en tercera persona», neutro. El
ello, lugar de las pulsiones más oscuras y, en particular,
de la pulsión de muerte: ¿significa esto por ventura que
es necesariamente lo más biológico en nosotros? He ahí
una inferencia absolutamente discutible. ¿Es el ello algo
primordial originario, o bien deviene, por el proceso mis-
mo de constitución del aparato psíquico y, en particular,
de las represiones, eso ajeno que es en adelante en noso-
tros? ¿Es o no primero el gesto que separa, respecto de
lo separado? ¿No insta·m·a él lo que separa?

11. Lo filogenético

Ahora quiero someter a examen una segunda forma


de lo originario en Freud; me refiero a ese recurso, como
fundamento último, a lo que se puede llamar filogénesis,
prehistoria o historia arcaica de la humanidad.
Aquí también la pulsión va a estar en el centro del
debate. Recordemos en primer lugar ruán neta es la ter-
minología de Freud sobre este punto; a pesar de todas
las variantes de traducción, reencontramos en él dos tér-
minos perfectamente distintos y que designan dos cosas
por completo diferentes: por una parte Trieb, que con
derecho traducimos «pulsión», y por otra parte <dnstinto»,
el Instinkt. Las más de las veces, por otro lado, es la ex-
presión «instinto de los animales» la que encontramos ba-
jo su pluma; en un sentido preciso: un comportamiento
por entero montado, fijado y preadaptado a una meta,
exactamente lo que los etólogos han descrito, durante to-
do un período de sus trabajos, como montaje instintivo.
Sin embargo, entre instinto y pul-
EL INSTINTo sión hay una cierta dialéctica. 12
PERDIDo Todo el movimiento de Tres ensa·
yos de teoría sexual se puede re-
sumir así: el instinto perdido es el instinto reencontrado.
En definitiva todo para en demostrar que en el hombre
el instinto es perdido, en particular el instinto sexual y,
más precisamente, el instinto que tiende a la reproduc-
ción. La pulsión, en el hombre -es al menos la tesis de
Tres ensayos en sus dos primeras partes-, no tiene obje-
to fijo y definitivo, ni aun meta, es decir, desenvolvimien·
to estereotipado y único. En la descripción de las aberra-
ciones sexuales, de las perversiones, sean ellas en cuan-
to al objeto o bien en cuanto a la meta, se trata de un
verdadero alegato en favor de la plasticidad, la movili-
dad, la intercambiabilidad de las pulsiones unas por rela-
ción a las otras, de los comportamientos unos respecto
de los otros. Lo puesto en primer plano es la V ertretungs-
fahigkeit, es decir la capacidad de vicariarse una a la otra,
la capacidad para una pulsión de venir al lugar de otra,
eventualmente una pulsión perversa al lugar de una no
perversa, y viceversa. Por otra parte, en Tres ensayos,
«el instinto reencontradO>> es, a través de los remodela-
mientos de la pubertad (die Umgestaltungen der Puber-
tat), lo que se podria también llamar el instinto mimado,
el instinto remplazado, a través de una evolución com-
pl(\ja, por algo que va pese a todo a asemejarse a lo ins-
tintual. Pensemos en lo escasamente simple del deseo de
hijo según Freud describe su génesis en el ser humano,
en la mujer, pese a su apariencia natural. ¿Por qué déda-
los no pasa la mujer hasta llegar a desear aquello hacia
lo cual todo viviente tiende instintualrnente?
Este instinto reencontrado sería entonces el resulta-
do de una evolución compleja, aleatoria, hecha de vira-
jes y de identificaciones a menudo extrañas; pensemos,
en particular, en el fenómeno de la identificación que es
esencialmente en Freud una identificación con el objeto

12 Dialéctica que descuidan, necesariamente, quienes pretenden bo·

rrar -en traducción- la distinción de ambos términos.

39
de amor, de modo que la asunción del sexo supone al co-
mienzo un amor homosexual muy fuerte, un amor homo-
sexual por el padre del mismo sexo con el cual hay que
llegar a identificarse.l3
Sin embargo, si se puede mostrar que la evolución se-
xual del individuo es siempre compleja, no es -o sólo
escasamente- preformada, la pasión de lo preformado,
de lo hereditario en el hombre no cesará de inquietar a
Freud. El ejemplo más extremo de este retorno de lo he-
reditario es sin duda el de los •fantasmas originarios•. Si
existe en el hombre, declara Freud, algo parecido al ins-
tinto de los animales, sin duda que
CoNTRA ws es por el lado de los fantasmas in-
FANTASMAs natos donde hay que buscarlo. Es-
ORIGINARios tos fantasmas originarios han sido
INNATos exhumados por Pontalis y por mí
mismo en un breve texto que aca-
ba de ser reeditadol4 y que reubica esta verdadera pa-
sión de lo filogenético en Freud. Aprovecho la ocasión
de ese volumen para indicar las distancias que tomo res-
pecto de esta noción: no por restituir un pensamiento ad-
hiere uno enteramente a lo que él vehiculiza.
Los fantasmas originarios en Freud son, entonces, co-
mo unas categorías a priori, no sólo conceptos, sino ver-
daderos guiones escénicos, de los cuales se enumeran al
menos cuatro: guión escénico de seducción, de castración,
de escena originaria y, por último, eventualmente, de re-
torno al seno materno. Freud pretende que estas catego-
rías, como toda categoría en el sentido kantiano del tér-
mino, son más fuertes que el vivenciar individual, pues-
to que, cuando este no les es conforme, cuando presenta
atipias, habría una suerte de llamado al orden por parte
del fantasma originario que vendría a encuadrar, com-
pletar, inflexionar y aun corregir las singularidades per-
sonales.
Esta tesis de los fantasmas originarios va aunada con
aquella otra de un desarrollo casi endógeno del Edipo,
13
Cf. Problemáticas 1, La angustia, op. cit., págs. 323-5.
14
J. Laplanche y J.-B. Pontalis, Fantasmeortgtnaire,fantasme des
origines, origines dufantasme, París: Hachette, 1985; edición revisa-
da de una primera publicación en Les Temps Modernes, n° 215, 1964,
págs. 1133-68. [Ed. en castellano en El inconcientefreudiano y el psi-
coanálisis francés contemporáneo, Buenos Aires: Nueva Visión, 1969,
págs. 103-43 (N. dR la T.).!

40
de su acmé y de su caída o desaparición. Por último, esta
tesis se completa con los inmensos frescos prehistóricos
que ponen en escena al hombre de los orígenes, Ur-
mensch, o a la horda originaria, Urhorde. Con Tótem y
tabú es todo el despliegue del vivenciar individual el
prefigurado en ese extenso pano-
EsPECULACIONES rama prehistórico que pretende
PREHISTORICAS que al comienzo una horda estu-
EN FREUD vo dominada por un padre poten-
te que castraba a los hijos, que los
hacía impotentes, que los mantenía enteramente bajo su
dominio, y que promulgó las dos leyes iniciales de la pro-
hibición: la del asesinato (del padre) y la del incesto (con
la madre). Sabemos que finalmente el padre originario se-
ría sin embargo destronado por los hijos para llegar a una
sociedad de un tipo muy diferente, la sociedad llamada
fraterna, donde .el lazo homosexual entre los hermanos
es predominante. Es la gran saga de Tótem y tabú, com-
pletada ahora por un texto reencontrado recientemente,
que se intitula •Panorama sobre las neurosis de trasfe-
rencia• (Uebersicht der Uebertragungsneurosen)15 Este
texto que es más bien un esbozo, en estilo casi telegráfi-
co, data de 1915 y fue enviado por Freud a Ferenczi: un
destino que sin duda no deja de influir sobre el conteni-
do porque sabemos que toda una vertiente del pensamien-
to de Ferenczi nos lleva hacia esas especulaciones meta-
históricas, incluso metacosmológicas. Lo que es presen-
tado alli viene a completar en parte a Tótem y tabú, sobre
todo por la hipótesis de un estadio pre-horda (si se puede
decir así), anterior al reino del padre, que Freud compa-
ra bien simplemente con el paraíso terrenal, un estadio
donde la penuria no existe, al contrario del estadio si-
guiente donde es la necesidad la que constituye el factor
que desemboca en la formación de la horda bajo el domi-
nio, pero también bajo la protección, de un padre omni-
potente, un amo. Todo esto, en los diferentes textos y
particularmente en •Panorama•, es desde luego presen-
tado como una pura fantasía; por otra parte, como es-
peculación, un térinino en que he tenido ocasión de in-
sistir _16 He aquí, en ese texto, el comienzo del desarrollo

15 Frankfurt aro Main: S. Fischer Verlag, 1985; traducción france-

sa, Parfs: Gallirnard, 1986.


16
Cf. supra, págs. 21-3.

41
sobre la filogénesis: •Espero que el lector, que además
ha podido notar, por el tedio que se desprende de mu-
chas secciones, hasta dónde todo se ha construido sobre
una observación cuidadosa y laboriosa, apelará a su in-
dulgencia si, por una vez, la crítica cede el paso frente
a la fantasía y cosas inciertas son propuestas simplemen-
te porque son incitadoras y abren perspectivas sobre lo
lejano•.l 7 En suma un equilibrio, él mismo estimulante,
entre el tedio de la teoría y de la clínica fundada en una
observación laboriosa y después esta suerte de recreo que
otorga de golpe la fantasía, una fantasía sin embargo con-
siderada fecunda, incitadora y que, a menudo, se vuelve
progresivamente creencia y adhesión.
Esta segunda parte del texto arranca de una reflexión
sobre la predisposición a las neurosis y sobre la concor-
dancia de tres series que Freud intenta poner de mani-
fiesto; las esquematizo a continuación:

dcba/abcd
ABCD

La serie de minúsculas de la derecha refleja la apari-


ción de las diferentes neurosis en la historia del indivi-
duo: las diferentes neurosis aparecen comúnmente en una
época más o menos privilegiada, de modo que es posible
situar en cierto orden la histeria de angustia, la neurosis
obsesiva, la histeria de conversión, la demencia precoz,
etc. A la izquierda se representa la serie de los aconteci-
mientos predisponentes, siempre en la historia individual.
Se comprueba que está invertida, en espejo por relación
a la precedente, de suerte que más la psiconeurosis se
desarrolla tarde, más el acontecimiento causante es anti-
guo. La demencia precoz, por ejemplo, se desarrolla en
principio después de la adolescencia, en tanto que sus
acontecimientos fundadores son muy remotos. Por últi-
.mo, lo que nos interesa aquí en mayor medida, y que es
muy innovador (aun si discutible) en este texto, es la se-
rie marcada con letras mayúsculas, que es supuestamen-
te una serie filogenética, la serie de las psiconeurosis de
la humanidad entera. Se observará que esta predisposi-

17
Uebersicht der Uebertragung.<meurosen, op. cit., pág. 28 (8).
Aquí, traducción de Jean Laplanche.

42
ción allí planteada sigue el mismo orden (y no el inverso)
de aparición en el individuo. Vemos hasta dónde llega lo
que se puede llamar la verdadera pasión de Freud por
la filogénesis: aquí no se encuentran preinscritos guiones
escénicos prototípicos de la normalidad, sino los esque-
mas transindividuales, metahistóricos, de toda la psico-
patología. Además, se alinean en una cronología históri-
ca que vendrá a reproducir, en una población contempo-
ránea, la diversidad de las épocas de aparición de las
psiconeurosis.
¿Cómo situar esta que acabo de
Nr DARWIN designar una pasión de Freud, por
NI LAMARCK referencia a las teorías de la evo-
lución? Hacerla entrar en una
gran categoría parece abusivo. El darwinísmo, como sa-
bemos, es considerado por Freud como un momento ca-
pital del pensamiento humano, como una de las tres gran-
des revoluciones que han destronado al hombre de su an-
tropocentrismo, entre la revolución copernicana, 18 que
destrona a la Tierra de su lugar central, y la revolución
freudiana, que destrona incluso al alma humana de su
centramiento porque resulta excentrada por relación a
su propio inconciente. Así, el darwinismo es proclamado
por Freud como la gran doctrina de la evolución, y sería
un poco apresurado encontrar en este tipo de fantasías
filogenéticas un lamarckismo más o menos latente. Para
recordarlo brevemente, con Darwin tenemos variaciones
aleatorias, mutaciones que se mantienen en virtud de la
eliminación del más débil en la historia de las especies.
Con Lamarck es el enfrentamiento y la adaptación al me-
dio lo supuestamente primero, que crea modificaciones
adaptativas, acordes al fin y luego trasmitidas heredita-
riamente. Sabemos también que actualmente ellamarc-
kismo ha sufrido un general abandono en beneficio de
lo que se pudiera llamar un neodarwinismo bastante ge-
neralizado.19 Y bien, en Freud no se trata, a decir ver-
dad, ni del uno ni del otro. Evidentemente, él admite una

18 Que se deberla más bien llamar •aristarquiana», para restituir su

paternidad a Aristarco de Samos.


19 No entraremos en absoluto en el detalle concerniente a las dife-

rencias fundamentales entre darwinismo y neodarwinismo. De todos


modos, uno y otro niegan la posibilidad de una trasmisión hereditaria
(por el germen) de lo adquirido en la existencia individual o colectiva
(en el soma).

43
herencia de lo .adquirido• en el curso de largos períodos,
en la existencia -las existencias- del hombre histórico
o prehistórico. Esta hipótesis es tomada suficientemente
en serio, al pie de la letra, y no en un sentido •mítico•,
de suerte que se puede plantear una cuestión de este ti-
po: ¿herencia, entonces, de algo adquirido? Pero es muy
diferente de las adquisiciones del hombre •lamarckiano•,
al punto que el término adquirido es él mismo engañoso.
Por una parte, lo trasmitido no es especialmente adapta-
tivo, aun si lo fue en cierta época: puede tratarse de neu-
rosis ... Por otra parte, y sobre todo, esta herencia filo-
genética no consiste en caracteres o perfeccionamientos
de aparatos sino en guiones escénicos presentes en una
suerte de memoria; lo señalé hace un momento: los fan-
tasmas originarios pueden venir a completar la memoria
individual; ellos se sitúan en un plano de memoria y no
de función. El modelo de la historia humana es siempre
para Freud la historia individual. Sus adquisiciones son
archivadas como recuerdos o, al menos, como esquemas
de recuerdos.
Mi posición personal -puesto que
NAnA DE RECUERDO me veo llevado a explicitarla, con
HEREDITARIO la particular ocasión de ese OpÚSCU-
DE LAS ESCENAS lo de Laplanche y Pontalis SObre
los •fantasmas originarios•- es
que a partir del momento en que la mano tiembla en el
trazado de lo originario infantil y en la delimitación de
la memoria infantil, a partir de ese momento se introdu-
ce el recurso a una herencia genética de las escenas. En-
tendámonos bien: no se trata, en un debate en cierto mo-
do superado entre lo adquirido y lo hereditario, de ta-
char de un plumazo cuanto pueda ser del orden de la
predisposición. Freud lleva razón cuando insiste en aque-
llo que adviene al nacer, lo que es congénito y hasta cons-
titucional, con términos como Anlage: lo que se encuen-
tra allí, depositado, la Veranlagung. No se trata de un
debate entre el todo innato y el todo adquirido, sino de
situar lo que puede ser innato: puede tratarse de una ad-
quisición de la especie o, de manera diferente, tal vez
de la predisposición de un linaje genético particular que
desemboca en un individuo determinado. Las adquisicio-
nes de la especie humana, los montajes del nacimiento
son más importantes de lo que se ha querido decir; y por
otra parte lo constitucional, particular de tal linaje gené-

44
tico y, por tanto, de tal individuo que ha surgido de él,
es concebible en diversos dominios: pensemos en las ap-
titudes adaptativas, sensoriomotrices, en las predominan-
cias sensoriales, en la dominancia de tal o cual sensorium
al cual uno puede atribuir por ejemplo un tipo de predis-
posición artlstica; pensemos incluso en la receptividad
acrecentada de una zona corporal a las estimulaciones,
punto de atracción natural para que la pulsión que va
a pegarse a ella resulte reforzada. Por último, se puede
ciertamente hablar, de manera general, de una mayor o
menor sensibilidad congénita al traumatismo. Por el con-
trario, la idea de secuencias escénicas mnémicas, bioló-
gicamente inscritas, no puede sino ser objeto de un es-
cepticismo radical; sin duda que los genetistas no la arl-
mitirian, salvo a favor de una confusión entre memoria
(siempre ligada a representaciones) y esquemas de com-
portamiento.
No se trata, sin embargo, de ne-
SITUACION gar que con los fantasmas origina·
sECuNDARIA DE rios Freud haya descubierto algo
Los ·FANTASMAS prototípico, algo que sobrepasa
oRIGINARios. efectivamente el vivenciar indivi-
dual y que informa, hasta modifi-
ca, el vivenciar particular. Pero no está resuelta la cues-
tión de la naturaleza de eso •prototlpico• o, más exacta-
mente, se trata incluso de una doble cuestión por resol-
ver: su modo de trasmisión y su situación tópica. Y tal
vez sería más fácil abordar su modo de trasmisión si se
reflexionara primero de manera critica sobre lo que es
su verdadera situación tópica. ¿Cómo situar en el siste-
ma psíquico humano estos guiones escénicos prototípicos?
¿Más cerca'de qué? ¿Del ello, del yo, o del superyó? En
cuanto al ejemplo del fantasma de castración, el más fun-
damental tal vez de esos fantasmas originarios, ¿cómo no
sentirse sacudidos al notar que lo que Freud reintitula
•fantasma originario• es lo que ya habla descubierto co-
mo •teoría sexual infantil•? ¿Y qué podría querer signifi-
car esta última noción como no fuera algo que no surge
directamente en el nivel de lo pulsional, sino que está
encargado por el contrario de domeñar, de endicar, aque-
llo que lo pulsional tiene indudablemente de anárquico,
pero también de cuestionante, en todo el sentido del tér-
mino? La castración, titulada como teoría, fantasma, o
fantasma originario, es ante todo. una respuesta y no un

45
cuestionamiento pulsional. Es una respuesta a una pre-
gunta entre las preguntas angustiantes que tal vez se plan-
tean los niños pequeños: ¿de dónde proviene la diferen-
cia de los sexos? Es entonces del lado en que el ser hu-
mano es teorizante, autoteorizante, donde se sitúa la
teoría que explica la diferencia de los sexos. La noción
de castración es inseparable de la gran categoría, final-
mente lógica, del cercenamiento, y la idea de cercena-
miento del sexo -como lo percibimos bien en la historia
de la especie, por ejemplo, en las figuras prehistóricas- 20
es por excelencia secundaria, ligada a la idea misma de
la negación lógica (presencia-ausencia y tercero exclui-
do) que ella, por otra parte, va a fundar. El fantasma o
la teoría de la castración como origen de la diferencia de
los sexos introduce al sujeto humano en el desarrollo in-
finito, pero también en el yugo de una lógica binaria, de
una lógica de la contradicción; ¿situarla del lado de un
inconciente primordial no supondría anular este descu-
brimiento fundamental del psicoanálisis, a saber, que pre-
cisamente el inconciente no conoce la negación? Si la ne-
gación se sitúa, como símbolo de la negación, en el nivel
más «elevado» del aparato psíquico, ¿cómo no ocurriría
)o mismo con esta puesta en acto fundamental de la ne-
gación que es la castración? Habría entonces que situarla
del lado de ese logro cultural inmenso que introduce al
género humano en el pensamiento de la contradicción.
Ahora, para volver a la ligazón establecida anterior-
mente entre la situación tópica del fantasma originario
y el problema de su trasmisión, digamos que la situación
tópica •secundaria• del guión escénico de la castración ar-
gumenta en favor de su trasmisión como un pattern se-
cundario, lógico, como un presupuesto implícito de la co-
municación verbal.

IIL El mecanicismo

Mi tercera elaboración acerca de ciertos fundamentos


exógenos que intentamos encontrar en el psicoanálisis to-

2
° Cf. J. Laplanche, Problématiques JI, Castration. Symbolisations,
París: PUF, 1980. [Ed. en castellano: Problemáticas JI, Castración. Sim-
bolizaciones, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988, págs. 203-4.]

46
cará rápidamente el problema del mecanicimw. Se trata
de una inspiración freudiana fundamental que es costum-
bre situar biográficamente remitiéndola a la influencia
de la escuela •fisicista• con el famoso juramento que unía
en un pequeño clan a Brücke, Dubois-Reymond, Helm-
holtz y algunos otros. El juramento de los fisicistas, cuyo
texto encontramos en Jones, obligaba a no explicar nada
en la psicología que no fuera reductible a la rigurosa fisi-
coquímica. Pero continuaba así: en caso de que fuera im-
posible descubrir directamente estas fuerzas, se deberá
•postular la existencia de otras fuerzas equivalentes en
dignidad a las fuerzas fisicoquímicas inherentes a la ma-
teria, y reductibles a la fuerza de atracción y de repul-
sión•. Aliado de la tentación abstracta de reconducir com-
pletamente la psicología a la fisicoquímica, se encuentra
una idea muy diferente y más interesante: en caso de que
esta reducción aparezca demasiado lejana, demasiado di-
fícil, un modelo fisicista deberá ser introducido en la psi-
cología. Estamos aquí en el nivel del segundo tipo de mo-
delos que yo distinguía más arri-
EL MODELO FISICISTA: ba, }OS modelOS de memoria, 0
cuATRo cARACTEREs podria decir, los modelos
aun, se
maquinistas. Nos vemos introdu-
cidos en esos modelos a la vez maquinistas y mecánicos
del freudismo, de los cuales el más desarrollado es el del
•Proyecto de psicología• de 1895. Recordemos rápidamen-
te algunos rasgos esenciales para nuestro propósito.
En primer lugar, todo es reducido allí a figura y fuer-
za; digamos fuerzas que circulan en un modelo figurado,
espacialmente figurado. La figura se complejiza en me-
moria, que no es otra cosa que el efecto de la fuerza so-
bre ella; sabemos que las huellas del paso de la fuerza
de excitación dan por resultado facilitaciones, que no son
sino el aspecto físico de lo que llamamos memoria. He
ahí el primer punto, que evidentemente es de muy anti-
gua ascendencia, cartesiana por lo menos: dualidad de
la figura y el movimiento, se decía en el siglo XVII.
Un segundo punto: se trata de un modelo rw-biol6gico
y, lo que es más, de un modelo no-viviente; más todavía:
de un modelo que no puede vivir, que no podría sobrevi-
vir ni un momento. Es un modelo que, en principio, está
como abierto a todos los vientos, puesto que solamente
tiene por meta desembarazarse de la energía que le es
aportada.

47
Este mecanicismo, que será nuestro tercer punto, es
planteado antes de un biologismo que viene a complicar-
lo, pero sólo a complicarlo; es lo que Freud llama la in-
tervención de la urgencia de la vida, la •Not des Lebens>,
que, no se sabe cómo, interviene a modo de un verdade-
ro deus ex machina forzando al aparato a economizar
energía, cuando, por el contrario, su único principio era
desembarazarse de ella. Por un verdadero pase mágico,
para mejor desembarazarse de la energía esta máquina
no-vital debería aprender a vivir, es decir, a acumular
energía.
Cuarta característica: este mecanicismo proporciona
el prototipo del proceso psíquico primario, que se carac-
teriza precisamente por la circulación libre de energía;
es un proceso primario que viene antes del secundario:
así como se supone que la vida viene después del meca-
nismo en esta suerte de génesis fantástica, y bien, lo psí-
quico secundario, lo ligado, lo que no se desliza libremen-
te, vendría después de la energía libre. Lo libre antes que
lo ligado, lo muerto antes que lo vivo; y Freud no se abs-
tendrá de decirlo en otras ocasiones, particularmente en
Más allá del principio de placer: la materia inerte antes
que la materia organizada.
¿Problemas a propósito de este
EL vERDADERo modelo? Al menos dos. En primer
MODELO DEL ELLO.. lugar: ¿de qué eS modelo?, COIDO
nos lo hablamos preguntado a pro-
pósito de la vesícula en Más allá del principio de placer.
¿Es el modelo de un ser viviente y de su sistema nervioso
central? Indiqué hace un momento la paradoja que ha-
bría en querer enseñar a vivir a algo que está hecho jus-
tamente para no vivir, para ser una máquina de evacuar.
Pero, si no es entonces el modelo de aquello que cabría
situar en el punto de partida, en el origen, ¿no sería más
bien el modelo de lo que se hundió en lo más profundo?
Porque no cesamos de insistir en esta distinción, que va
en contra de toda una corriente freudiana, incluso de la
corriente preponderante: no es lo mismo estar en el ori-
gen que estar hundido en lo más profundo. Lo mecánico,
lo «en tercera persona•, lo «en persona neutra», lo ..:en for-
ma de ello•, está, según nosotros, en lo más profundo del
ser humano, aunque sin estar por ello en el punto de par-
tida.

48
Nuestra segunda cuestión es tal
... UNA FALSA vez más accesoria para el psico~
FisicA analista, pero no carece de inte-
rés planteársela: ¿de qué ciencia
flsica se trata? No de una física muy actualizada, ni muy
poscartesiana; en todo caso, de una física absolutamente
precuántica y prerrelativista, una fisica que es aún aque-
lla de las apariencias macroscópicas, física definitivamen-
te superada en el momento mismo en que Freud recurre
a ella. Si esto es así, el nacimiento del psicoanálisis en-
contraría entonces, desde el punto de vista epistemológi-
co, su incitación, su resorte, no en un momento de ex-
pansión de la flsica, sino en una suerte de florescencia
final, de último resplandor arrojado por el mecanicismo,
un último resplandor tal vez más filosófico que verdade-
ramente científico. Es que, después de todo, la escuela
fisicista se pretendía en efecto más filosófica que cien-
tífica.
¿Cuáles son, finalmente, los elementos en juego? ¿Se
trata de la materia que describe la flsica moderna? ¿Se tra-
ta, desde una perspectiva más popular, de una materia
que en cierto modo coincidiría con cierto cartesianismo?
¿O bien hay que afirmar que intervienen, en psicoanáli-
sis, otros elementos últimos, otros átomos, otros indivisi-
bles? Pero entre estos indivisibles que son las neuronas
del •Proyecto•, estos indivisibles que son las represen-
taciones en Freud, y Jos indivisibles que son Jos signifi-
cantes en lingüística, lo ven ustedes: el pasaje no es to-
talmente arbitrario. Y es allí donde viene a proponerse
un cuarto tipo de fundamento, extrínseco también al aná-
lisis, el fundamento lingüístico.

IV. Lo lingüístico

A falta de encontrar una derivación a partir del vi-


viente y de su adaptación, se trata, en este proyecto de
fundamento lingüístico, de reconducir el inconciente hu-
mano a lo que es manifiestamente lo propio del hombre
y manifiestamente el resorte de la cura, es decir, el len-
guaje. Ustedes reconocen allí el proyecto lacaniano so-
bre el cual he tenido ocasión de expresarme detenida-
mente en particular en la primera parte de Problemáti-

49
cas IV, bajo el título de •La referencia al inconciente•. 21
Tomé partido explícito con respecto a la fórmula canóni-
ca lacaniana «el inconciente estructurado como un len- ,J

guaje•.
¿Qué lingüística? ¿Qué lenguaje? ¿Qué lacanismo, in-
cluso, puesto que hay más de uno? Lo que se puede de-
cir, en todo caso, y no hemos dejado de señalarlo desde
1961, es que identificar lo más profundo22 que hay en
el hombre, su inconciente, con el lenguaje verbal (lo que
llamamos lenguaje en el sentido estricto del término) es
explícitamente antifreudiano. No porque el lenguaje no
tenga un inmenso lugar en Freud; ustedes encontrarán
varias pruebas de ello en un texto como •El interés por
el psicoanálisis•, 23 donde lo que viene primero en el in-
terés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas es
•el interés para la ciencia del lenguaje•. No resisto la ten-
tación de citar las primeras frases, que sitúan muy exac-
tamente lo que Freud llama lenguaje: •Sin duda trasgre-
do el significado usual de los términos cuando postulo el
interés del filólogo (por lo tanto de aquel que se interesa
en el logos, en el discurso] en el psicoanálisis. Por len-
guaje no se debe entender aquí la mera expresión de pen-
samientos en palabras, sino también el lenguaje de los ges-
tos y cualquier otro modo de expresar una actividad psí-
quica, por ejemplo la escritura•. 24 Así, en la presentación
de este capítulo, por otra parte muy condensado, lo que
Freud señala en primer lugar es que el lenguaje debe ser
tomado en un sentido que engloba lo verbal y lo no verbal.
El lenguaje verbal, por su parte,
SITUACION SECUNDARIA en el Sentido estriCtO del término
DEL LENGUAJE vERBAL esta vez, desempeña también un
papel esencial en Freud bajo la
bien conocida forma de las representaciones de palabra
(Wortvorstellungen). La representación de palabra no está
en absoluto en la raíz ni en el origen del inconciente; el

21 Cf. Problématiques IV, L'inconscient et le Qa, Par(s: PUF, 1981.


[Ed. en castellano: Problmnáticas IV, El inconciente y el ello, Buenos
Aires: Arnorrortu editores, 1987, Primera parte: •La referencia al in-
concíente•.]
22 Porque yo no veo por qué rechazar la noción jreudiana de una

«psicología de las profundidades•, salvo en nombre de un esnobismo que


bien podría no ser sino el residuo de urm cierta fenomenología.
23 S. Freud, en OC, 13, 1980, págs. 165-92.
24 /bid., pág. 179. Entre corchetes, comentariosdeJean Laplanche.

fiO
lenguaje verbal, para Freud, es secundario en todos los
sentidos del término, exactamente como yo mostraba ha-
ce un momento que la castración se sitúa en el nivel de
lo secundario. El lenguaje verbal es secundario históri-
camente: en la historia individual tenemos el derecho de
hablar de un estadio preverbal. Freud pretende incluso
apelar a est.a cronología para descubrir la sintomatología
de ciertas neurosis, en particular la histeria de conver-
sión, que es una regresión al estadio anterior al lenguaje,
caracterizado por el hecho de que, en esta etapa prelen-
guajera, la distinción entre conciente e inconciente no
existe aún. De suerte que los estados segundos, los esta-
dos hipnoides de la histeria, donde justamente las fron-
teras entre conciente e inconciente se borran, serían una
regresión a ese estadio anterior al lenguaje. En la histo-
ria colectiva, también, el lenguaje es cronológicamente
secundario según Freud, lo que se ve con claridad cuan-
do él apoya con todas sus fuerzas el artículo de Hans Sper-
ber sobre el origen sexual de las primeras palabras y del
primer lenguaje.25
Tópica'l'l'l.ente el lenguaje es secundario: caracteriza al
preconciente y al yo en el sentido de que es él quien pro-
vee el esclarecimiento de representaciones de palabra que
permiten a las cadenas de pensamiento devenir concien-
tes. Para Freud no hay conciencia sin percepción actual.
La conciencia es primariamente una conciencia percepti·
va, aquella que tenemos en el instante mismo en que es-
tamos abiertos hacia el mundo, pero, por supuesto, hay
que dar razón también de la conciencia secundaria, es
decir de la conciencia que tomamos de contenidos psí-
quicos, contenidos de pensamiento o recuerdos. Y bien,
esta conciencia ~(secundaria» no puede derogar su carác-
ter perceptivo: ella implica lo que podríamos llamar flash-
es perceptivos sucesivos, discontinuos, y esos flashes per-
ceptivos, que nos permiten tomar conciencia de conteni-
dos psíquicos, implican la reproducción de las represen-
taciones de palabra. Sólo porque, de lugar en lugar, so-
bre un contenido de conciencia, abrochamos algunas
palabras; sólo porque estas palabras son reactualizadas,
repercibidas, revivificadas en el sentido propio del tér-
mino, incluso repronunciadas interiormente: sólo así se

26 Hans Sperber (1912), Ueber den Eirifluss sexueller Momente auf

der b'ntstehung undEntwicklung derSpraclte, /mago, vol. 1, pág. 405.

51
vuelve posible una toma de conciencia secundaria. Sin
duda, he ahí algo muy importante en lo que concierne
a la dinámica de la cura, sometida toda ella a esta fórmu-
la capital según la cual la representación preconciente,
en la toma de conciencia, es la representación de cosa
más la representación de palabra.
Económicamente, por último, el lenguaje verbal es se-
cundario, es decir que está regulado por un modo de aso-
ciación y de circulación con retenciones, barreras. Para
que haya pensamiento hace falta que no cualquier cosa
pase a cualquier otra: es lo propio del lengu~e verbal.
Un cierto lacanismo, probablemente incluso su corrien-
te dominante, va en el sentido de situar el lenguaje ver-
bal en el fundamento del inconciente, un inconciente que
deviene entonces, y por definición, transindividual; en-
contramos alll, sin duda que diferente del inconciente jun-
guiano, una suerte de inconciente colectivo; con la sal-
vedad, por contrapartida, de hacer funcionar ese lengu~e
verbal, que supuestamente sería el del inconciente, se-
gún el proceso primario; conocemos bien esa enferme-
dad del juego de palabras a ultranza que no cesa de ha-
cer estragos en tantos textos, modernos o antiguos, de
los lacanianos, más aún tal vez que en Lacan mismo, y
que ha sido estigmatizada, de manera cómica, con la ex-
presión •l'effet yau d'poéte..26 Una teoría tal, la de un la-
canismo centrado en ellengu~e verbal, promueve segu-
ramente una escucha •analítica• que ya no guarda rela-
ción con la escucha de lo singular; es que son los efectos
universales, o, si se quiere, transindividuales, del lengua-
je los que resultan enionces privilegiados.
Hacer el periplo del lacanismo sería imposible aquí,
aun del lacanismo en lo que respecta al lenguaje. Es un
pensamiento múltiple, un pensamiento tal vez contradic-
torio en lo que concierne a esta cuestión de lo verbal y
de lo no verbal. Es también un pensamiento que ha evo-
lucionado. Hubo un tiempo en que Lacan proclamó la lin-
güística como •ciencia piloto• (era la gran época del es-
tructuralismo); para darse cuenta enseguida, felizmente,
de que una lingüística psicoanalítica se situaría en muta-
ción profunda respecto de la lingüística de los lingüistas.

26 [«L'fd{et yau d'poele. alude al nombre del libro de G. George, des-


tinado a explorar el efecto de encadenamientos de leng\U\je que juegan
con la pura sonoridad (N. de la T.).]

52
Por mi parte diri\ que, de todo este barullo psicoanalí-
tico alrededor de la lingüística, 27 lo más positivo es lo que
se refiere al significante. La noción de significante está
evidentemente retomada de Saussure, en su oposición y
su complementariedad frente al significado. También tk-
be ser retomada de Saussure en la extensión que implica
respecto del lenguaje verbal, porque en Saussure no es
hacia una lingüística, sino totalmente hacia una semiolo-
gía general, es decir, hacia una ciencia del col\iunto de
los sistemas de significante-significado, adonde tiende la
puesta en primer plano de la fórmula del signo.
Aquello en lo cual Lacan rebasa
PRIMACIA DEL totalmente a Saussure es en la
SIGNIFICANTE o. afirmación de la independencia
siGNIFICANTE del significante, incluso de la pri-
DESIGNIFrcAoo macia del significante sobre todo
significado. Aquí el deslizamiento
metafísico no está lejos, un verdadero idealismo del sig-
nificante asoma la nariz, y es esta tal vez la tentación
de un autor filosófico como Juranville. Pero lo más fe-
cundo, desde mi punto de vista, que hay en el uso laca-
ruano de la noción de significante es la distinción, episó-
dica, y sin embargo esencial, entre estos dos aspectos: el
significante de qué (el significado, sobrentendido) y el
significante a quién. Lo que está puesto en primer pla-
no, en ciertos momentos, es este aspecto del significante
donde él es lo que significa a alguien, lo que interpela
a alguien, en el sentido en que se dice que un oficial de
justicia significa, por medio de una cédula, un embargo
o un arresto. Esta puesta en primer plano del aspecto •Sig-
nificante a• es de lo más importante; en efecto, un signi-
ficante puede significar a sin que se sepa, sin embargo,
lo que él significa. Se sabe que significa, pero no se sabe
qué. Un significante tiene una significación, un poder sig-
nificante o significativo, que se puede descubrir; se sabe
que hay significante en alguna parte, sin que por ello se
haya manifestado un significado explicito. Era una ima-
gen propuesta por Lacan aquella de los jeroglíficos en el
desierto, los caracteres cuneiformes sobre una tabla, de

27 cLing(listería•, dijo Lacan. La de lós psicoanalistas, pero también


aquella <k los lingüistas: ¡tantas escuelas, tantas elecciones concep-
tuales como individuos! Aquí, el psicoanálisis mismo es batido en el pla-
no de la dispersión, del •YO distingo• y de la exégesis . ..

53
los cuales sabemos que significan y que, en tanto tale~.
tienen un tipo de existencia propia, diferente fenomeno-
lógicamente del modo en que existen las cosas: ellos quie-
ren significarnos algo sin que tengamos por eso significa-
do alguno para atribuirles. Pero esto no supone adherir
a una primacía del significante, y menos a una hegemo-
nía del significante, sobre todo a una hegemonía del sig-
nificante en la cura. Se trata simplemente, pero con fuer-
za, de destacar la posibilidad, para el significante, de ser
designificado, de perder lo que significa, de perder in-
cluso toda significación asignable sin por ello haber per-
dido su poder de sign{ficar a. Me refiero aquí al signifi-
cante tanto no verbal como verbal, e introduz('o de esta
manera un jalón hacia lo que llamo el significante enig-
mático.

V. Morfismos

A continuación de este breve repaso de los fundamen-


tos heterogéneos y exógenos propuestos para el psicoaná-
lisis, el biológico, el antropológico o antropo-sociológico,
el mecanicismo, el lingüístico, concedemos como eviden-
te que todos estos dominios encuentran su lugar en el
campo abierto por el psicoanálisis. Digamos también que
encuentran un doble lugar, según lo indiqué anteriormen-
te respecto de lo biológico: por una parte, en los confines
del campo psicoanalítico; por otra, en el interior del cam-
po psicoanalítico. Pero, ¿cuál es la relación entre ambos?
Que exista una relación de causalidad entre los dos, he
ahí lo que yo cuestiono. Entre lo que está en los confines
y lo que !"Stá en el interior existe una mutación profunda
que los vuelve verdaderamente irreconocibles a uno fren-
te al otro; tanto es cierto que, por ejemplo, es preciso
recurrir a una falsa biología para que la vida esté repre-
sentada en el aparato psíquico. Evocaré incluso, para ha-
cerme entender, lo que he llamado la cuestión dRl antro-
pomorfismo en psicoanálisis, y su
LA cuEsTION DEL crítica. La crítica del antropomor-
ANTROPOMORflsMo fisrilo del psicoanálisis, freudiano
o kleiniano por ejemplo, se funda
en el ideal de una psicología que fuera científica y no má-
gica, en tanto que el antropomorfismo, por definición, ten-

54
dría ese pequeño aspecto mágico, porque reduplicaría en
la psicología lo que ocurre en el exterior para tener la
impresión de controlarlo. Reproche principal hecho a
Freud: las figuras humanas presentes en el aparato psí-
quico, y de las cuales él no podría prescindir. En la pri-
mera tópica (en La interpretación de los sueños), está esa
famosa imagen -más que una imagen- que da razón de
la censura en el pasaje de un sistema al otro: un portero
que abre y cierra la puerta a tal o cual representación,
que admite algunas y rechaza otras. En la segunda tópi-
ca el antropomorfismo es aún más marcado porque las
instancias (salvo tal vez la del ello), el yo, el superyó y,
sobre todo, las instancias ideales, se suponen formadas
a imagen de seres humanos que representaran sus pape-
les en una escena interior según guiones escénicos rle ti-
po interhumano, por ejemplo una relación de tipo sado-
masoquista entre el yo y el superyó. La objeción, por su-
puesto, es que se habla según el modo del <como sk y
evidentemente el ideal científico es encontrar un lenguaje
que no sea el del~~como sh. Frente a esta objeción, la úni-
ca manera de responder será: ¿y si el ser humano se cons-
truyera bajo el modo del ~~.como sil)?, ¿y si el «Como si» no
fuera sólo una precaución de estilo en el nivel de la in-
terpretación (<usted se conduce como si su madre en us-
ted fuera alguien que pronuncia prohibiciones absolutas<)
sino que el «Como sh fuera meramente la forma con la
cual el ser humano estuviera estructurado? No sólo las
que se han denominado •personalidades como si•: ¿y si
todas las personalidades, no sólo aquellas, fueran perso-
nalidades as if?
Existe sin embargo otra objeción que no creo que ha-
ya sido formulada pero que parece capital y, efectiva-
mente, habría que darle derecho de ciudadanía. Estos per-
sonajes interiores no son personas: ¿el guardián que es
una parte del aparato psíquico, en la Traumdeutung, ten-
dría él mismo un aparato psíquico?, ¿tiene el guardián
un inconciente? He aquí el límite del antropomorfismo:
estas formas humanas, estos «nwrfismos» son imagos en
nosotros, y las imagos no tienen aparato psíquico ni in-
conciente. Las imagos no tienen trasfondo ni trascenden-
cia. Cuestionamiento y objeción que se podrían llevar tam-
bién a Jos mitos de la prehistoria, porque el padre de la
prehistoria, que se supone en el origen del desarrollo hu-
mano y de la formación de un aparato psíquico con sus

55
instancias, sus prohibiciones y su inconciente, este padre
anterior al Edipo, ¿•tenía• él mismo un •Edipo•, un in-
conciente, etc.? Plantear la cuestión es responderla; los
personlljes del mito, así como aquellos de la escena
interior, son personajes antropomórficos, ellos carecen
de profundidad y, evidentemente, de consistencia histó-
rica.
Estos aparentes fundamentos externos que podemos
buscar al psicoanálisis: antropología, biología o mecani-
cismo, están entonces en los confines de lo psicoanalíti-
co, y al mismo tiempo representados, de una manera muy
particular, bajo la forma de lo que se podrían llamar •mor-
fiamos•. El antropomorfismo es en defmitiva una falsa an-
tropología o una falsa antropo-sociología interiorizada:
una antropología de representaciones, sin duda, pero es-
ta fórmula no es suficiente porque el psicoanálisis no pue-
de ser reducido al problema de la representación sin que
se agregue ahí el término •inconciente•: una antropolo-
gía de representación inconciente. Del mismo modo, pa-
ra la vida, se podría (si es que tales neologísmos me son
perdonados) hablar de una suerte
EL BIOMORFisMo de •biomorfismo•. En su descrip-
ción del aparato del alma, 2 8 des-
cripción tópico-energética, el psicoanálisis retoma concep-
tos de apariencia biológica: excitación, que sería incluso
cuantificable; reflejo, organismo, hasta organización in-
tema, puesto que el yo no sólo es una estructura sino que
comprende subestructuras; mantenimiento de constan-
cias, la más notable de las cuales seña la homeostasis del
yo o del sistema complejo de instancias yoicas e ideales.
Estos son conceptos, si no falsos, al menos muy rudimen-
tarios desde el punto de vista de una biología moderna.
Este saco, esta ameba que sería el yo, que es el yo, sólo
tiene relaciones lejanas con los mecanismos homeostáti-
cos complejos que rigen al organismo humano. El vivien-
te interno, el yo, es un viviente rudimentario, hasta fal-
so, la imagen de un viviente; algo que se mantiene cons-
tante frente a lo que metaforiza los ataques exteriores,
es decir, los ataques provenientes del mundo interno, los
ataques de las pulsiones.

28
Prefiero este ténnino de aparato del alma al de aparato pslquico
porque marca mejor lo que será desarrollado a continuación, a saber,
que lo psicoanaHtico-no es lo ps(quico en su totalidad, ni lo psicológico.

56
Pero esta falsa biología interiorizada tiene su razón de
ser profunda porque en un organismo, todavía poco via-
ble en el comienzo, el del niño pequeño, lo vital debe es-
tar representado, vicariado, suplido. Es una comproba-
ción después de todo trivial: el ser humano puede matar-
se o, en cualquier caso, aceptar morir, por un ideal. Una
comprobación más psicoanalítica es que, también para vi-
vir, y no sólo para morir, hay necesidad de amor, hay
que tener una razón de vivir que sea el amor, una pul-
sión de vida que Freud denomina Eros. Amar para vivir,
amar al otro, pero también amarse para vivir un poco más
autónomo, un poco al margen de las vicisitudes del amor
del otro. Amarse a sí mismo: después de todo, no es algo
evidente; hace falta un sí-mismo, •Un yo• dice Freud, y
es así como renace, después de un relativo, muy relativo
eclipse, la noción de yo en 1915, con <Introducción del
narcisismo•. Renace con esta dimensión, a partir de en-
tonces explicitada en un primer plano, de no ser sólo un
organismo central inhibidor, corno lo era ya desde hacía
mucho tiempo, sino una suerte de vesícula protoplasmá-
tica llena de amor, cuyo nivel energético, por difícil que
sea concebirlo, es el amor; objeto de amor y que sólo pue-
de amar porque es ella misma objeto de amor, objeto de
amor del individuo mismo, de sus pulsiones eróticas.
Para amarse, para amar vivir, para amar hacerse vi-
vir, hay que ser un ser viviente o ser a la imagen de un
viviente. Esta frase que he citado hace ya mucho tiem-
po: •El yo no es sólo un ser de superficie sino la proyec-
ción de una superficie• introduce claramente en esta no-
ción nueva de yo. El yo no es sólo un órgano diferencia-
do en la superficie del aparato psíquico; es también la
proyección, al interior, de una •superficie•. ¿Cuál es esta
superficie que se proyecta en nosotros? Es también la su-
perficie del otro, tanto la envoltura corporal del otro hu-
mano como nuestra propia envoltura corporal. Es esto
lo que Didier Anzieu ha desarrollado con mucho talento
y ejemplos clínicos en sus escritos sobre El yo-piez.29 Es-
ta superficie es una piel, la piel del yo, que proviene de
la piel del otro. Pero es, también, si esta piel falla, algo
tomado corno piel sustitutiva; las palabras mismas, según
lo muestra Anzieu, pueden ser tornadas como piel.

29 Le moi peau, Parfs: Bordas, 1986, y Une peau pour les pensées,

Paris: Clancier-Guénaud, 1986.

57
Ahora que estamos tratando el
VInA v MUERTt:: de lo «vitab en el hombre,
punto
«EN PSICOANALISis" me permitiré una reflexión sobre
el título de uno de mis primeros
libros, casi inaugural de este recorrido que es el mío; me
refiero a Vida y muerte en psicoanálisis. 30 Estas pala-
bras introducen al menos tres cuestionamientos: ¿vida y
muerte?, ¿qué devienen la vida y la muerte según las en-
tendemos en la vida cotidiana, en un psicoanálisis? Y des-
pués, segunda cuestión: ¿se podría vivir y morir en psi-
coanálisis como se dice vivir y morir en religión?, ¿no se-
ría el caso para los analistas? Y por último: ¿no es cierto
que la vida y la muerte en psicoanálisis están profunda-
mente mutadas, designan profundamente otra cosa que
la vida y la muerte, digamos, de la vida cotidiana? En
cuanto a la vida, es lo que acabamos de desarrollar hace
un momento: la vida en psicoanálisis no es la vida real,
ni aquella de la vida cotidiana, ni la del biólogo, sino la
imagen ideal, simplificada, de un viviente, imagen sim-
plificada acerca de la cual Lacan señaló que podía ser alie-
nante, pero felizmente no es sólo eso. ¿,Y la muerte? ¿Qué
podría querer decir la muerte en psicoanálisis? Conoce-
mos las dos formulaciones freudianas extremas; por una
parte, la ausencia de representación inconciente de la
muerte, sobre la cual no hay que volver salvo para expli-
carla, porque concuerda muy precisamente con la ausen-
cia de negación en el inconciente. Es posible explicitar
más las cosas mostrando que, si no hay ningún tipo de
idea inconciente de la muerte, es simplemente porque no
hay idea en el inconciente: no pueden encontrar lugar
ahí la negatividad propia de toda idea ni, por lo tanto,
más en particular, de la idea de muerte. Y luego, en el
otro extremo, encontramos lo que se puede llamar «pul-
sión de muerte•. Una •muerte• muy especial es esta de
la pulsión de muerte: su modelo no es la muerte sufri-
miento y deceso que conocemos, ni tampoco la muerte
descomposición del cadáver, ni nada que concierna a los
problemas que pudieran agitarnos en torno de nuestro
«ser-para-la-muerte», sino una suerte de muerte anterior
a la vida, un estado que se dice estado inanimado de la
materia, en suma, algo como el silencio de muerte de los

30
París: Flammarion, 1970. [Ed. en castellano: Vida y muerte en
P~'>icoanálisi..<;, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1973.]

11H
<<espacios infinitos,> o de la superficie lunar. En la visión
cosmológica de Más allá del principio de placer, esta vi-
sión es eminentemente discutible desde un punto de vis-
ta energético porque pone, contrariamente a lo que pue-
den col\ieturar todos los cosmólogos, la nivelación ener-
gética antes de la aparición de diferencias ligadas a la
vida, cuando uno pensaría que el universo va hacia el
estado de nivelación energética, pero no la tiene detrás.
En esta visión cosmológica freudiana, la muerte sería to-
talmente la muerte del mecanicismo, es decir, lo que el
mecanicismo nos presenta como máquina muerta. Muer-
te que, otra paradoja, estaría en el origen de un movi-
miento desenfrenado y aun dionisiaco por encontrarla,
si es verdad que en Más allá del principio de placer la
pulsión de muerte aparece como una suerte de alma uni-
versal de toda pulsión, aquella que tiende a la meta pul-
sional por excelencia, el retorno por las vías más cortas,
al precio de las más grandes destrucciones, sin rodeos ni
miramientos, a un estado llamado nirvánico.

Volveremos a esta pulsión de muerte y a la pulsión


de vida en una etapa ulterior de estos <(fundamentos>);
aquí, planteémonos simplemente la cuestión: ¿no habría
en el ser humano, del mismo modo que hay un antropo-
morfismo y un biomorfismo. una suerte de tanatomorfis-
mo? Prefiero, a pesar de todo, hablar provisionalmente
de lo que sería una suerte de «mecánico-morfisrno,, para
definir cierto nivel de funciona-
Er. MF.CANICo- miento del aparato del alma, del
MORFisMo cual el psicoanálisis ha hecho el
gran descubrimiento, quiero decir
el proceso primario; descubrimiento del proceso prima-
rio que fue heeho en el sueño esencialmente, pero tam-
bién, desde luego, en otras manifestaciones y, en par-
ticular, en el síntoma.
Proceso primario, ¿qué quiere decir ello (si se pone
entre comillas, por el momento, el término de primario,
para volver sobre él enseguida)? Es que existe un nivel
en el cual los pensamientos se comportan como cosas, co-
mo rnóviles que se trasmiten al ciento por ciento su can-
tidad de movimiento. El desplazamiento en el sueño es
precisamente esto; cuando marcha a pleno, todo pasa sin
resto de la imagen A a la imagen B; B ha pasado comple-
tamente a A, o A a B. En el síntoma, del mismo modo,

59
todo el sentido ha pasado; he aquí la consistencia del sín-
toma que no apela a ninguna otra cosa que a si mismo,
que a priori sólo se evoca a sí mismo: justamente es lo
que le ha permitido permanecer, antes del análisis, por
tanto tiempo, mudo y no elucidado. En la condensación,
ese otro mecanismo del proceso primario, una represen-
tación deviene fascinante, pregnante, por fusión de la
energía que le llega, desplazamiento mediante, de otras
dos (desplazamiento y condensación son complementa-
rios: no hay condensación sin desplazamiento); aquí, la
imagen mixta viene verdaderamente a remplazar a las
otras dos; sus efectos se adicionan allí como matemática-
mente.
Existe entonces un nivel mecaniclsta del aparato psí-
quico; lo encontramos desde el comienzo del •Proyecto
de psicología•, pero trae consigo un doble •error> freu-
diano que debemos registrar: por una parte, un mecani-
cismo tal, lejos de tomar las vías brillantes de la mecáni-
ca física, está totalmente •a la cola• por relación a esta.
Pero el otro error, aún más grave, es pretender situar es-
te mecanismo como algo primario, en una génesis gene-
ral del viviente humano. Tendremos ocasión de situar este
•mecánico-morfiSmo•, de darle su lugar: su posición es
ciertamente originaria, pero no está en el origen del ser
humano, ni aun en su origen psicológíco: es correlativo
de un momento fundador muy específico: el origen de
la pulsión, en particular de la pulsión sexual; y más pre-
cisamente aún: está en el origen de la pulsión sexual lla-
mada parcial, cuyo objeto son los objetos llamados par-
ciales. No es insignificante que precisamente a propósito
de los objetos parciales describa Freud la noción de equi-
valentes simbólicos, el deslizamiento que puede operar-
se de un objeto parcial a otro; se trata allí de equivalen-
cias bien conocidas: niños, heces, falo, pecho, etc. A este
mecánico-morfismo tendremos ocasión también de loca-
lizarlo tópicamente en lo más profundo del inconciente,
como su alma oscura. Por último, nos preguntaremos qué
reproduce, qué interioriza, sabiendo, también allí, que el
movimiento que interioriza no conserva como tal, sino
que deforma, a menudo de manera irreconocible, lo que
ha interiorizado.
Y es aquí donde se introduce la cuestión de la rela-
ción entre nuestros dos últimos «morfismos•: en este ni-
vel del proceso primario, de la energía libre, que se pue-

60
de tachar de •mecánico-moñJSmo•
LINGütsnco- o de falsa mecánica, ¿no se lo po-
MORFisMo dría describir como •lingüístico-
morfismo•, y también en este ca-
so por referencia a lo que sería una falsa lingüística? ¿El
modelo no sería el de una suerte de •lenguaje•, sin ancla-
je ni tope, donde toda circulación de un significante a
otro fuera posible y según todas las vías, contigüidad, se-
mejanza, contraste? 31 ¿Diremos, como en el caso de la
mecánica, que se trataría allí de un falso lenguaje, o de
un lenguaje deslenguajizado? Un lenguaje mecánico, pe-
ro de esta mecánica tan particular que sería una mecáni-
ca macroscópica de tipo cartesiano. Yo había emitido es-
ta idea criticando el famoso adagio de Lacan de que •el
inconciente está estructurado como un lenguaje•, e in-
tenté reformularlo así, lo que evidentemente lo destru-
ye: •el inconciente es un como-un-lenguaje, no-estructu-
rado•. He ahí lo que entiendo por esta mecánica enloque-
cida o lingüística enloquecida del proceso primario.

Moifismos: es entonces el término que empleé para


decir, de otra manera, ese «como-un .. , como un cuerpo,
como un viviente, como un lenguaje; un «C011W-u~ que
1W es ya eso como lo cual e1 es, me atrevería a decir. Lo
que nos lleva a la idea de que hay un dominio propio del
psicoanálisis que no es •como•, o que está infinitamente
lejos de eso como Jo cual es. En este dominio encontra-
mos trasposiciones, profundamente alteradas, de Jos do-
minios conexos, pero esto no significa que el dominio psi-
coanalítico se construya, emerja, a partir de esos campos
heterogéneos a él ni por tanto que se pueda de ninguna
manera deducirlo de una antropo-sociología, de una bio-
logía, de una mecánica o de una lingüística (ni reducirlo
a estas, en consecuencia). Nuestra tesis a propósito de
esos campos conexos es que ese dominio propio del psi-
coanálisis se produce por un recorte a partir de esos do-
minios conexos y en confrontación con estos; por un re-
corte, una vez más, que no deja idéntico lo recortado:
que es fundador. Así como es fundador, re-fundador, el
gesto que crea la situación psicoanalítica.

31 Cf. Problemáticas IV, El incunciente y el ello, Buenos Aires:


Amorrortueditores, 1987, págs. 134ysigs.; y J. LaplancheyS. Leclai-
re, •El inconciente: un estudio psicoanalitico•, en ibid., págs. 283-7.

61
VI. Fundamento y originario histórico: psicoanálisis y
psicología

Fundar el psicoanálisis; vamos llegando allí poco a po-


co, a través de estos prolegómenos que pretenden ser tam-
bién una «Catártica». Y bien, si se debe afirmar que no
puede ser fundado en aquello a partir de lo cual -sobre
lo cual- se recorta, ¿quiere decir que se lo puede fundar
directamente en lo que él se da por ser, en su inmedia-
tez, o sea, en su práctica? ¿Se po-
Lo ORIGINARlo dría, sin más, extraer de esta prác-
DE LA cuRA REMITE tica un saber positivo que no re-
NEcEsARIAMENTE curriera en suma más que a sí mis-
A uN ORIGINARio mo y a ella misma? Es sin duda,
HISTORICO en ciertO ffiüdO }a ambición de
1

Freud o, en todo caso, uno de los


aspectos según los cuales él presenta al psicoanálisis; pe-
ro, después de todo, entre presentar y fundar hay dife-
rencias, como él sabe también recordárnoslo. Entre una
presentación que se pretende explicación y un fundamen-
to que quiere partir de los orígenes y construir el objeto
ante nosotros, el encaminamiento es sin duda diferente.
Comoquiera que sea, es claramente a partir de la situa-
ción analítica o a partir de los resultados inmediatos de
esta situación como Freud se ve llevado con frecuencia,
sobre todo en textos didácticos, a presentar el psicoaná-
lisis.
No fundar el psicoanálisis sino en lo que él hace oír,
más allá de \as contingencias, corno su situación funda-
mental, ¿no sería lo que yo he reiterado al hablar de la
«Cubeta", es decir, una situación que se funda a sí misma,
que crea su propio campo y su propia clausura, el cierre
de la sesión y de la cura analíticas? Es necesario sin em-
bargo considerarlo un poco más de cerca en cuanto a la
cubeta, porque se trata de una cerrazón totalmente rela-
tiva. N o es cerrazón frente a la vida cotidiana en gene-
ral, sino frente a esta en tanto movida por los •intere-
ses». Pero, al mismo tiempo, esta cerrazón es una tan-
gencia, es decir que todo lo que ocurre en la vida cotidiana
encuentra allí su eco. Y, sobre todo, esta situación analí-
tica es una apertura· sobre otra cosa, apertura interpre-
tativa, que se tiene que formular en los términos de de-
seo inconciente, pero también, y esto resulta capital,
por referencia al pasado. La cubeta psicoanalítica está
forzosamente abierta sobre la dimensión del pm;ado, y
la interpretación psicoanalítica no podría, aun si preten-
diera permanecer sin cesar en el hic et nunc, olvidar esta
referencia. Decir que es un pasado mítico, decir que abor-
damos un «niño mítico~~, está muy a la moda, pero al mis-
mo tiempo es jugar con las palabras. Desde luego que no-
sotros mitificamos el pasado, pero a la busca de una ver-
dad, a la busca de más verdad sobre el pasado. Ni al
paciente en análisis, ni a aquel que nos interroga sobre
nuestro saber, podemos responder simplemente que crea-
mos mitos: aquello de lo cual tenemos que dar razón es
que el individuo humano sea mitizante (a veces: mitifi-
cante), que sea auto-mitificante. Ni 1) ese poder mitizan-
te o teorizante (y empleo esos términos, por el momento,
como equivalentes), ni 2) aquello sobre Jo que recae, es
decir, ¿qué hay para teorizar, cuál es ese residuo que resta
por teorizar en el ser humano?, ni, por último, 3) sus orí-
genes, sus primeros pasos, podrían ser dejados sin res-
puesta. En otros términos, adherimos a la idea de que
un fundamento del psicoanálisis sólo puede ser buscado
en cierta historia, la historia de la aparición del sujeto
psicoanalítico, aparición que debe ser situada por rela-
ción a una historia más vasta, pero, ella, no psicoanalíti-
ca: la historia infantiL
Una vez hecha esta opción general, nos es imposible
seguir adelante sin examinar, con más detenimiento que
en el caso de las llamadas ciencias conexas (que he reu-
nido en definitiva bajo el término •morfismos•), la rela-
ción tan compleja -falseada, veremos por qué- d!Jl psi·
coanálisis y de la psicologia, en particular la psicologia
d!Jl niño.
En este lugar avanzamos sobre un terreno minado,
aquel del «punto de vista genético• donde pululan Jos ma-
lentendidos sobre las palabras y sobre las cosas, donde
se han sedimentado los efectos retroactivos más i(\justi-
ficados, pero también los más tenaces, donde una espe-
cie de consenso ha terminado por consolidarse acerca de
tesis que terminan por tomar una apariencia indiscuti-
ble, como aquella, por ejemplo, de que el psicoanálisis
seria urm teoria psicológica global, unitaria, capaz de dar
razón (y conminada a hacerlo) del conjunto del desarro-
llo del pequeño ser humano y, finalmente, del ser huma-
no. Algunos psicoanalistas se mostrarían más bien pru-
dentes en cuanto a esta reivindicación, pero otros se arro-

63
jan de cuerpo entero en esta respuesta a la demanda de
una psicología generaL
Hablé de un terreno minado, y por eso mismo no sé
si avanzo demasiado lentamente o demasiado rápido; los
términos como tales son sospecho-
HisTORIA sos: historia, desarrollo, génesis,
DEsARRoLLO origen, cada una de estas palabras
GENEsis puede ser aceptada o rechazada,
oRIGINARio cada una puede ser tomada por el
buen lado o por el malo. Intente-
mos definir un poco aquello que vamos a utilizar, aun-
que nunca dejará de ser una cierta aproximación y tal
vez dependa en parte del humor del momento. Desarro-
llo, se quiera o no, implica que algo se desenrolla (en ale-
mán: sich entwickelt), que potencialidades ya presentes
se despliegan, y ello en un orden predeterminado: desa-
rrollo significa sucesión de etapas, de estadios. Segura-
mente •desarrollo• merece ser tomado por el mejor lado:
no hay razón para rechazar esta noción, a condición de
que no excluya las mutaciones, las reorganizaciones, los
reestrenos; un desarrollo no implica necesariamente una
continuidad: puede ser dialéctico. Desarrollo, además, no
implica forzosamente que se trate de una unidad simple,
monádica, según el modelo del grano o del germen, que
fuera desplegando sus potencialidades aisladas. O, más
exactamente, se puede tomar como sujeto del desarrollo,
incluir en esta unidad, subcmijuntos: el tipo más frecuente
para estas descripciones de un desarrollo será aquel que
incluya, en la unidad de partida, a la madre o al ambien-
te, si nos referimos a un desarrollo de la relación hijo-
madre. Es decir que existe sin duda un punto de vista
del desarrollo y, legítimamente, una psicología del des-
arrollo. Se trataría más bien de volver a darle su lugar
que no es psicoanalítico. Otorgarle su lugar es al mismo
tiempo situar en otra parte al psicoanálisis, porque el fun-
damento para el psicoanálisis no puede ser encontrado
en un desarrollo. La aparición del inconciente es un acon-
tecimiento no inscrito en un programa, cualquiera que
sea, ni aun cuando se incluya al organismo de la madre
en ese programa.
¿•Psicología genética»? Es difícil encontrar en estas pa-
labras una gran diferencia con •psicología del desarrollo•.
Seguramente el término de .génesis• iría más lejos: Géne-
sis se dice en alemán Entstehung, surgímiento, incluso

64
creación. 32 Como hay que decidirse entre sentidos flo-
tantes, yo elegiré tomar la •psicología genética. como si-
nónimo de •psicología del desarrollo•: un dominio que no
es directamente aquel del psicoanálisis incluso si el psi-
coanálisis interviene allí; pero es importante darle el sen-
tido más fuerte a este inter-venir; él interviene como uno
lo hace bruscamente en una sala para interrumpir a al-
guien: el psicoanálisis interviene en el desarrollo, el in-
conciente interviene en lo genético. Como no puedo de-
purar completamente mi lenguaJe, no proscribiré la pala-
bra .génesis• en la expresión .génesis del inconciente•, que
no significa ese desarrollo del inconciente contra el cual
acabo de tomar posición, sino por el contrario el adveni-
miento, el surgimiento de este.
<Historia.. Aquí también el debate sería muy extenso
y me limitaré a una breve mención. No rehúso decir que
el psicoanálisis debe estar fundado en un punto de vista
histórico, o sea que sitúe lo que detecta por referencia
a una sucesión temporal. No pienso, si se afirma que el
inconciente adviene, que uno pueda sustraerse de decir
más o menos en qué momento, siquiera en un individuo
determinado, y bajo qué forma se puede detectar esta
intervención, ni, por lo mismo, de afirmar que antes de
tal o cual época no estaba presente. No me referiré, en
principio, a lo que se llama la mueva historia•, esta es-
cuela moderna, fecunda por las innovaciones que apor-
ta, y una de cuyas opciones más avanzadas parece ser
una oposición a lo acontecial. Se pretende haber barrido
lo acontecial, pero yo pienso más bien que uno lo ha pues-
to mejor en su lugar, situado por relación a sus condicio-
nes de posibilidad, de surgimiento: la historia de las men-
talidades o aun la arqueológica (en el sentido de Foucault)
encuentra allí una de sus principales significaciones. El
psicoanálisis, por su parte, en la medida (cierta) en que
adopta también un punto de vista histórico, debe hacer
suyos estos dos aspectos correlativos: lo acontecial, el
trauma, los acontecimientos de la infancia siguen siendo
un polo indispensable de nuestra referencia; pero inten-
tamos también poner en evidencia, en situaciones más
universales, algo que se asemejarla, mutatis mutandis,

32
Biblia obliga; aunque si echamos un vistazo a lo que hace Chou-
raqui para retraducir la Biblia, advertimos que el Génesis ha desapare-
cido y ahora es "Entere» el titulo de ese primer libro: neologismo osado.

65
a lo •arqueológico•: no sólo el marco en el cual se inscribe
tal o cual acontecimiento, no sólo el fondo sobre el cual
los acontecimientos vienen a recortarse, sino lo que per-
mite a un acontecimiento existir, lo que le confiere su
especificidad psicoanalítica.
Sólo en acepción descuidada se utilizaría, para eso no
acontecial que funda al acontecimiento, el nombre de es-
tructura, porque este ha quedado definitivamente (hay
que lamentarlo) marcado por el sujetamiento estructura-
lista.33 Por mi parte prefiero retomar el viejo término
freudiano con la salvedad de reinyectarle algún sentido
personal: aquel de •lo originario•, del cual sabemos que
viene a traducir el prefijo Ur- o bien el adjetivo ursprüng-
lich. Lo originario es algo que trasciende el tiempo, pe-
ro que permanece al mismo tiempo ligado al tiempo. De-
sarrollaré la idea de una situación originaria, que, en mi
opinión, debe dar razón de una intervención, de un sur-
gimiento: tanto del inconciente como de la pulsión o, aun,
del aparato del alma.
Acabo de fijar algunas palabras, pero eso nunca basta
para disipar los malentendidos, muy en particular cuan-
do se trata de los orígenes. Me refiero a las innumerables
sedimentaciones, retrospecciones del adulto sobre el ni-
ño, acumulación de afirmaciones que a fuerza de ser re-
petidas (entiendo: tesis •psicoanalíticas•) terminan por ha-
cerse más opacas, más impenetrables, más consistentes
que los hechos, se trate de las tesis del estado anobjetal
o del narcisismo primario o aun de las tesis kleinianas.
De estos deslizamientos, de estos paralogismos, de estos
recubrimientos o confusiones de campo, Freud no está
exento. No pocas perspectivas esclarecedoras son oscu-
recidas por esta confusión de puntos de vista. Pero si pa-
samos a la posteridad freudiana, desaparecen entonces
los recaudos, las distinciones conceptuales, y -también
y sobre todo- lo que he denominado, a propósito de
Freud, •llamados al orden•.

Formulemos otra vez nuestro punto de partida, por-


que es complejo: afirmamos que el fundamento del psi-
coanálisis no puede evitar referirse a una historia, que
debe ser, en ese sentido, histórico o genético; pero esto

33 J. Laplanche, .cE! estructuralismo ante el psicoanálisis~>, Psych-


analyse d l'Université, vol. IV, n° 15, 1979, págs. 525-8.

66
en el sentido de una génesis de lo originario y no en el
sentido estrecho de la psicología genética. En otros tér-
minos, el fundamento del psicoanálisis no está en el aire;
rehusamos la facilidad vehiculizada por la idea de mi-
to, toda remisión a tiempos llamados •míticos•, sea en la
historia individual o colectiva. Pero al mismo tiempo el
fundamento del psicoanálisis debe diferenciarse de una
psicología del desarrollo, lo que sólo se consigue si se mar-
ca la especificidad de su objeto, es decir, el inconciente
y la sexualidad.
Ahora bien, si este deslinde entre
E1. vrcARIATO oE la génesis de lo originario y lo ge-
LA AUToc:oNsERVAcioN nético o perteneciente al desarro-
POR LA sExUALIDAD llo no es fácil, ¿cuál sería la razón
profunda de ello? Es que todo el
movimiento del ser humano mismo consiste en rehabi-
tar o, si se quiere, en reinvestir, la vida psíquica en su
conjunto con motivaciones sexuales en gran parte incon-
cientes. La sexualidad, enunciémoslo, viene a vicariar una
autoconservación parcialmente faltante en el hombre. En
este punto, propondré una imagen para ilustrar mi afir-
mación: pensemos en la construcción progresiva de un
edificio en el curso de los siglos, incluso de los milenios,
un palacio o un templo protohistórico con las remodela-
ciones y las adjunciones sucesivas que esta evolución trae
consigo. Cada soberano, cada generación de sacerdotes
agrega un estrato nuevo a la antigua construcción, pero
con esta particularidad (indispensable para mi ejemplo):
que entretanto se haya cambiado de técnica y de mate-

Reciinentación

67
riales. Se ha pasado de la madera al adobe, de este a la
piedra, sin mortero o con mortero, etcétera.
Evidentemente, si se construye en piedra sobre el la-
drillo crudo, los cimientos se hunden. ¿Habrá entonces
que rehacer todo de nuevo o será posible •recalzar>? Re-
calzar es, previo encofrado, excavar los cimientos para
recimentarlos más sólidamente (hoy se •inyecta• hormi-
gón sin haber cambiado nada en las superestructuras).
Evidentemente aporto esta imagen para representar el
•vicariato• de la autoconservación por la sexualidad en
el ser humano. Una recuperación en recalce, sin embar-
go, no es totalmente lo mismo que el vicariato, porque
ella se realiza de un solo golpe, en todo caso por grandes
movimientos, en tanto que el vicariato se produce peda-
zo a pedazo y de manera progresiva: el desarrollo sexual
del niño no pasa bruscamente y de una vez por todas a
relevar, a sostener todo su desarrollo psicológico. Ade-
más el vicariato no es sólo un proceso temporal sino que
vale también en la simultaneidad: a cada momento, en
cada situación, las motivaciones sexuales inconcientes vie-
nen a infiltrar, a inyectar, a dar coherencia a una auto-
conservación más o menos insuficiente. Existe entonces
una tendencia, si no natural al menos espontánea, del ser
humano a esta labor de recalce, que es aun otro nom-
bre para designar lo que yo llamo
_.. coMo FUNDAMENTo pansexualismo. El pansexualisrno
REAL DE LA ILUSION 8S Un estado Y Un mOVimiento de
PANSEXUALISTA Y la realidad hu-mana anteS de Ser
PAMPSICOANALITICA Una aberración atribuida a
Freud. En cuanto al pampsicoana-
litismo, no es sino la forma degradada del pansexualis-
mo, cuando lo sexual, precisamente en ese movimiento
de vicariato, ha perdido su vigor, ha sido degradado en
•relación de objeto•, es decir: cuando su distinción rigu-
rosa respecto de lo no sexual no ha sido mantenida.
Es entonces por este sesgo muy preciso del vicariato,
en el ser humano, de lo no sexual por lo sexual, como
yo pretendo abordar, y pasar por el tamiz de la crítica,
el vicariato epistémico de la psicología por el psicoaná-
lisis. Si intento denunciar algunos errores epistemológi-
cos que desembocan en la confusión de campos es con
la advertencia solemne de no olvidar que esos errores re-
miten, como a su fundamento, al hecho de que es el suje-
to humarw mismo (como nuestro arquitecto) el que nos

68
induce a error porque ha cambiado los cimientos de su
edificio.
Freud empleó en otro contexto (pero que no está tan
alejado, se podría mostrar de qué modo), a propósito de
la histérica y de la teoría de la seducción, el término de
.-QwTov .Y•ii6o<; esto significa por supuesto primera men-
tira, pero también primer error o, como se diría, primera
•mentira objetiva•; primera •falacia•, he traducido yo a
veces: la histérica no es alguien que miente por el placer
de mentir, hay una mentira en la situación histerógena
misma. Y bien, ampliando o desplazando este término,
yo diré que hay un 1rewTOP >P•uóo• en acto en el ser huma·
no, que funda el dominio psicoanalítico y que induce cons-
tantemente las recaídas epistemológicas que se nos apa-
recen como errores. Para desmontar estos errores, hay
que aprehender su resorte. No se trata simplemente de
volver a Freud, ya que él mismo es capturado en este
movimiento de la falacia, como lo veremos en un ejem-
plo. Todos esos errores están •bien fundados•, es esto lo
que intento mostrar; están fundados en una propensión
del ser humano, en un movimiento real: el movimiento
del conocimiento tiende a realizar, a llevar a su culmi-
nación, un movimiento real.
Las ilusiones son varias, pero to-
SuPERPOsicioNEs das se resumen en una consigna:
ABUsivAs asimilar el psicoanálisis a una psi-
DEL PSICOANALISIS CO}ogía general. En ViSta de que
v nE LA PsrcoLOGIA el psicoanálisis cree tener algo pa-
ra decir acerca de todo, cree po·
der intervenir (retomo este término) en todo, es pre-
tender, bajo ese pretexto, que él es todo y actuar para
que, como saber general, intente realizar esta pretensión.
Desmontar esas pretensiones del psicoanálisis necesi-
ta algún desarrollo y, en primer lugar, mostrar que la si-
tuación no es totalmente la misma según que se hable del
adulto, del niño o, aun, de la relación (epistemológica y
también real) adulto~niño. Diversos procederes discuti-
bles se proponen, que, por otra parte, se complementan.
El primero consiste en pretender
LA PSICOLOGIA extender los resultados adquiridos
psrcoANALITICA por el método psicoanalftico a una
DEL ADULTD psicología general del adulto. Es
esta una tendencia universal del
movimiento freudiano: el aparato del alma es descri-

69
to como aparato psíquico en general y, a partir de este
aparato y sobre todo de sus partes, que son llamadas par-
tes del •YO• o del •conciente-preconciente•, se propondrá
una explicación general de los comportamientos y de las
acciones humanas. Reconocemos aquí la posteridad más
oficial de Freud, con la escuela norteamericana, Hart-
rnann, y con su psicologización máxima en el momento
en que se encontró con un psicólogo demasiado feliz de
hallar al fin una doctrina al alcance, Rapaport. Pero mu-
chas otras escuelas van hacia el mismo resultado, aun si
es bajo un aspecto diferente: los kleinianos no proceden
de otro modo cuando piensan que no existe otra psicolo-
gía que el psicoanálisis; y la tentativa tal vez la más for-
malizada, pero también la más generalizada, seria cierta-
mente la de Bion. Digo que se trata allí de una ilusión;
pero, para el caso del adulto, es una ilusión relativamen-
te bien fundada porque en el adulto estamos ante la in-
capacidad de delimitar un campo psicológico que no sea
en fin de cuentas y sin cesar reinvestido, rehabitado por
motivaciones sexuales inconcientes. La extinción de una
psicología adulta no psicoanalítica no es entonces un azar.
Queda por saber sin embargo si, en esta extinción y en
esta ampliación, no es también el psicoanálisis el que fe-
nece porque yerra la especificidad de su abordaje: preci-
samente aquella que lo aísla dentro de lo que hemos es-
bozado como una cubeta, en derivación sobre el campo
de los •intereses•, tangente a ese campo pero no confun-
dido con él. Si no hay casi psicología del adulto que no
apele mucho o poco al psiconanálisis, quedaría sin e m-
bargo por demostrar que no existe una psicología no psi-
coanalítica posible y articulab/.e con el psicoanálisis. Si
retomamos, por ejemplo, La int.erprelación de las sueños,
nos sorprende la ambición que consiste en elaborar una
psicología general del sueño, más allá del problema pro-
piamente psicoanalítico de su interpretación. Además, no
en vano el último capitulo se intitula •Psicología de los
procesos oníricos». Una lectura moderna, renovada, mues-
tra hasta qué punto se han dejado pendientes problemas
propiamente psicológicos que se deberían retomar desde
su base, con una descripción más exacta, fenomenoló-
gica, de lo que es verdaderamente el •sueño soñado•.34

34
Nueva puesta en obra de la Traumdeutung. cuyo programa pue-
de ser formulado.

70
Si el pampsicoanalitismo puede
REINYECCioN encontrar una excusa, para el caso
DE coNCEPTos del adulto, en el hecho de que es-
PSICOANALITicos te es completamente reinvestido
EN LA PSICOLOGIA por lo sexual, los procederes con-
DEL NIÑO cemientes a la psicología del ni-
ño están más fundamentalmente
viciados, se trate de retroproyectar los datos del psi-
coanálisis adulto sobre una psicología del niño o de con-
fundir, en el dominio propio de la infancia, lo que es del
orden del psicoanálisis y lo que es asequible a una psico-
logía o a una psico-fisiología. Con, en esta última confu-
sión, dos aspectos diversos según se produzca bajo la égi-
da de conceptos surgidos de la situación psicoanalítica -se
reconocerá aquí a Melanie Klein- o, en el otro extremo,
en beneficio de conceptos bastardeados del tipo de •sim-
biosis» o *'interacción». Estos diferentes procederes, en el
fondo, no constituyen sino uno. Los conceptos extraídos
del análisis, de la situación o de la observación psicoana-
lítica, aun incluso del psicoanálisis extra-cura, pueden pro-
venir tanto del adulto (ejemplos son los conceptos de nar-
cisismo, de autoerotismo o incluso los estadios de la se-
xualidad que provienen directamente del abordaje
psicoanalítico del adulto) como del niño y del adulto (un
ejemplo es Melanie Klein con sus ((posiciones», conceptos
extraídos de la situación analítica con el adulto o con el
niño): siempre hay retroproyección o retro-inyección. Evi-
dentemente lo que de teoría y de práctica se juega puede
parecer diferente en los dos casos que hemos distingui-
do: según que los conceptos reinyectados falsamente en
la infancia guarden o no su consistencia psicoanalítica.
Si esos conceptos conservan su rigor (¿serian capaces de
ello?), tenemos una falsa psicología psicoanalítica del ni-
ño que presenta a menudo el mérito de enarbolar ese ca-
rácter •falso• bajo la oriflama del mito o del nino mítico.
Encontramos representada esta tendencia en el número,
ya antiguo pero muy instructivo, de la Nouvelle Revue
de Psychanalyse sobre el niño 85 En el otro caso, los con-
ceptos reinyectados lo son al precio de un bastardeo que
permite hacer más plausible la imagen del desarrollo así
creado. Pero de hecho lo uno es tan peligroso como lo
otro porque lo que ha fallado, claramente, es la articula-
35
·L'enfanb, vol. 19, 1979.

71
ción psicoanálisis-psicología. Estamos siempre en presen-
cia de un mixto de uno y otra, es decir que hay siempre
a la vez corrimiento [décalage] entre el niño psicoanalíti-
co y el niño observado y bastardeo de los conceptos psi-
coanalíticos para intentar hacerlos coincidir con el lac-
tante observado. Finalmente, estas dos soluciones, lejos
de que una sea mejor que la otra, terminan por agravar-
se la una a la otra.
Hay entonces, más todavía a propósito del niño, una
ilusión científica fundamental, ligada al 1rQWTOP 1/l•u~a..
El descubrimiento psicoanalítico, nunca se insistirá bas-
tante en ello, es el del inconciente y de la sexualidad,
en el sentido que Freud le da. Lo que el psicoanálisis en
situación puede describir (se hable del adulto o del niño,
porque existe una situación analítica con el niño, Mela-
nie Klein lo ha demostrado suficientemente) es cierto es-
tado, son estadios, es cierta génesis, que de manera es-
pecífica corresponden al sector propiamente psicoanalí-
tico. A partir de ahí, la ilusión en los psicoanalistas, al
menos para buen número de ellos, consiste en creer que
pueden redescubrir esas situaciones, no como estadios de
la sexualidad infantil (habría por otra parte que ponerlos
en evidencia, lo que no es tan simple), sino como evolu-
ción de la relación generalizada del niño con su mundo.
En este proceder, es otra vez el pansexualismo el que es-
tá en acto. Pero cada vez que el pansexualismo se pone
en acto; cada vez que la sexualidad pretende que ella es
todo (aquí: que los estadios de la sexualidad infantil son
el todo de la relación del individuo con su ambiente) es
que ella no es ya nada. Si el psicoanálisis es el todo de
la psicología del niño, la sexualidad se disuelve ahí com-
pletamente, corno lo hemos visto en todas las tentativas
de pansexualismo y, en particular, en la de Jung.
Cosa curiosa, esta re-inyección ilu-
INTOXICACION DE Los siona a los psicólogos mismos: no
PsrcoLoc;os PoR EL hay más que abrir cualquier obra
PAMPsicoANALITJsMo de psicología del niño para ver los
derechos de cuidadanía acorda-
dos, en el mismo plano que a las tesis de un Piaget o de
cualquier otro psicólogo de la observación directa o ex-
perimental, a lo que se ha convenido en llamar, sin peyo-
rización, por otra parte, en estas obras, el modelo de ins-
piración psicoanalítica; sin empacho de yuxtaponer en ese
modelo puntos de vista tan divergentes como los de Spitz,

72
Mahler, Winnicott, Melanie Klein, para no hablar de
Freud, que está, pese a todo, un poco olvidado. Este de-
recho de cuidadanía acordado sin justificación alguna a
tesis evolutivas supuestamente analíticas no es más que
un homenaJe indirecto a la fuerza de persuasión, de into-
_xicación, que emana del pampsicoanalitismo cuyo dina-
mismo oculto es el pansexualismo espontáneo del ser hu-
mano.36
Estamos entonces en plena confusión, una confusión
consentida en definitiva por los psicoanalistas (salvo aque-
llos que se refugian en el •mito•) y por los psicólogos que
aceptan utilizar parcialmente no-
PLEGAMIENTOS ciones y secuencias extraídas de
coNcEPTUALEs una perspectiva psicoanalftica so-
bre el desarrollo de la sexualidad
humana como si se estuvieran refiriendo a la misma cosa
de que tratan ellos cuando hablan de la constitución del
objeto o de la adquisición de relaciones lógicas. A partir
de un común acuerdo entre los psicoanalistas-psicólogos
de la infancia, y los psicólogos más experimentalistas, se
opera un plegamiento entre los términos que esquemati-
zo por medio de las dos columnas que expongo a conti-
nuación:

Objeto del Wunsch sexual (deseo:• Objeto de la necesidad y de la


percepción:
Percepción guía de la vida
Percepción guia de la necesi-
dad
(en tanto que Freud, como veremos, hace derivar lo uno de lo otro)
Objetalidad: hallar un objeto Objetividad: delimitar y poner,
sexual según la vía trazada como independiente, un objeto
por el Wunsch 1 perceptivo-motor (Piaget, etc.)
Oumplimiento llamado al:ud:naJurio 1 Inserción de una etapa preten-
de! deseo (cuyo modelo lo cons- didamente alucinatoria en el
tituye el sueño) acceso a la realidad exterior
Narcisismo sexual Ausencia de objeto real mentado,
indiferenciación sujeto-objeto,
1 simbiosis, etc.

36 Cf., como un ejemplo, la parte teórica de una obra reciente eo-


mo la de Ann1e Vinter, L'imitatWn chezle fi:OUveGU-né, Neuchitel-Parfs:
Delachaux & Niestlé, 1985.

73
Este plegamiento no es sólo eonfusión de coneeptos,
sino superposición de fases y de evoluciones. Toda la evo-
lución es colocada a la sombra de una descripción freu-
diana que se aplicaba a la emergencia de la sexualidad.
Pero, correlativamente a este imperio freudiano sobre el
desarrollo, el freudismo es completamente vaciado de su
sustancia porque toda la evolución es desexualizada.

VII. Un ejemplo notable de corrfu,sión: el estado •anobjetaL.

Un ejemplo central: son las eonfusiones groseras ve-


hiculizadas por las nociones de narcisismo y de narcisis-
mo primario. Aquí, será necesario clivar a Freud mismo.
¿Por qué razón otorgamos ese de-
CuvAR A FREuo recho y pretender elegir «nues-
soBRE EL NARCISisMo tro» Freud, o el •bueno» contra el
•malo•? Este proceder seria total-
mente inaceptable si no demostráramos la existencia y
el resorte del plegamiento antes denunciado y explicado.
La eleeción por operar no es más que la operación inver-
sa de la confusión que expusimos ampliamente.
Pero lo que legitima también este •elivaje• es la pre-
sencia, en textos fundamentales, de tal o cual pasaje errá-
tico, monitorio, del tipo •llamado al orden•, •recupere-
mos la calma•, donde se nos advierte que el psicoanálisis
es algo diferente de lo que se aeaba de describir y que,
tal vez, la perspectiva debe ser invertida. Así, en el mo-
mento mismo en que ha soltado el término, por lo menos
ambiguo y tal vez funesto, de •narcisismo primario del
niño•, Freud nos deja entender claramente que el único
narcisismo en cuestión en •Su Majestad el bebé• es el nar-
eisismo de los padres, que proyectan sobre este niño su
propio amor de sí y, precisamente, sus difuntos •proyee-
tos•. Una lectura interpretativa y clivante se impone en-
tonces, que atraviese los textos de Freud pero no, en mo-
do alguno, según una demarcación cronológica: no hay,
en particular sobre esta euestión del narcisismo, un proto-
Freud que fuera absolutamente puro, ni un deutero-Freud
totalmente olvidadizo de sí mismo, que estuviera •Cho-
cho•. No entro entonces en la historia de este plegamien-
to y me conformo con remitir, por ejemplo, a ciertos tex-
tos, sobre todo a los del Vocabulaire con Pontalis ( •Auto-

74
erotismo,., ~Narcisismon, «Narcisismo primario y secun-
dario•), que registran lo esencial de los textos freudia-
nos. Y, del mismo modo, a un artículo muy agudo de B.
Vichyn, •Nacimiento de los conceptos: autoerotismo y nar-
cisismo,.. 37
¿Qué comprobamos en Freud? Una genealogía que se
puede trazar así, y que después se
TIEMPOS SUCESIVOS hará COmpleja: autoerotisrrw, nar-
DE LO EROTICO Cisismo, elección de Objeto. Es Una
genealogía-cronológica, es una ge-
nealogía de sucesión; no se puede tergiversar pretendien-
do que se trata de un falso tiempo o de una génesis míti-
ca: es claramente una a continuación de otra como se pro-
ponen estas tres posiciones. Desde ahora vemos que el
narcisismo, en esta genealogía, no está al comienzo; ade-
más, como se dice de un ladrón entre dos gendarmes, el
narcisismo está bien •encuadrado• porque tiene lo eróti-
co a ambos lados: tiene autoerotismo antes y elección de
objeto después, y sabemos que para Freud esta no puede
ser otra cosa que la elección de objeto de amor. Segura-
mente ustedes dirán que entre el autoerotismo anterior
y el amor posterior habría también que justificar ese cam-
bio de términos. . . Pero es precisamente el narcisismo
el encargado de dar razón de ello.
Recordemos los cuatro aspectos
EL AUTOEROTisMo que caracterizan al primer térmi-
QUE, EL MisMo, no, el autoerotismo o «estadio"
No Es PRIMF.Ro -ya que hay que expresarse cla-
ramente así- autoerótico: hay sa-
tisfacción in situ, en tal o cual parte del cuerpo, en el
lugar mismo en que la excitación se produce: lo que Freud
llama placer de órgano. Se trata de una satisfacción no
unificada, fragmentada, que no remite a otros órganos
ni, con mayor razón, al cor\iunto del cuerpo, sino que se
agota allí donde ella nace; es la imagen de un polipero
de placeres. Por otra parte, como lo indica el pr.efijo auto,
el autoerotismo no tiene objeto exterior, sea este una per-
sona o, lo que es igual, un objeto parcial. Por último, la
actividad autoerótica no se puede definir sin mencionar
al fantasma, y aun al objeto fantasmático, lo que no es
totalmente lo mismo. Demos testimonio de ello por el he-
cho de que ante todo comportamiento llamado autoeró-

37 Psychanalyse d l'Université, 1984, vol. IX, n° 36, págs. 655-78.

75
tico de un analizado el psicoanalista no deja de buscar
y de encontrar el fantasma subyacente: no hay mastur-
bación sin fantasma y el interés de la masturbación por
parte del analista es el fantasma. Pero no es este el caso
sólo para el adulto: esta dimensión de la representación
fantasmática, por lo tanto de la memoria, es postulada
desde el origen, desde el prototipo oral del autoerotismo:
•Es adernás manifiesto que la acción del niño que chupe-
tea está determinada por la búsqueda de un placer ya vi-
vido y ahora rememorado•_38
Señalamos antes que el narcisismo estaba •bien rodea-
do,. en una secuencia, lo que significa, por consecuencia
absoluta, que no es el primero, sino que es el segundo:
autoerotismo, narcisismo, elección de objeto. ¿Equivale
esto a decir que el autoerotismo sería el primer término,
concretamente, en el desarrollo del individuo? Freud, en
un pasaje célebre, afirma que este no es el caso: •En la
época en que la satisfacción sexual estaba ligada a la nu-
trición, la pulsión sexual encontraba su objeto fuera del
propio cuerpo: el pecho materno. Este objeto fue ulte-
riormente perdido ... La pulsión sexual ckvirw, a partir
<k entonces, autoerótica, y sólo después de haber supe-
rado el período de latencia la relación original se resta-
bleció. . . Encontrar el objeto sexual no es en suma más
que reencontrarlo•. 39 He comentado muchas veces este
pasaje, 40 capital para la teoría llamada del •apuntalamien-
to•, pero hoy querernos superar esta noción de apuntala-
miento; explicaremos por qué. Lo que nos importa aquí
es que el autoerotismo no es en absoluto primero; que
sucede a otra cosa en el tiempo, si bien constituye el pri-
mer estadio independiente de la sexualidad; no es el co-
mienzo de la relación con el mundo, sino que marca lo
que hemos llamado el tiempo •auto•, que supone una re-
troversión de la relación con el mundo.
Progresemos ahora del autoero-
EL NARCISISMO, tisrno al narcisismo. ¿Cómo se ca-
TIEMPO SEXUAL racteriza el narcisismo por rela-
DE UNIFICACION ción a este primer tiempo de re-
troversión? En los textos más ex-
38
S. Freud, Tres ffflSayos de I<Joríasexual, en OC, 7, 1978, pág. 164.
[Hemos respetado la traducción ofrecida por Jean Laplanche (N. de la T.).¡
39 Cf. ibid., pág. 202. Las bastardillas son de Jean Laplanche.
40
Por Etiemplo en Vida y m.uerte en psicoanálisis, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1973, págs. 25 y sig.

76
plícitos de Freud, él se define como unificación del auto-
erotismo (por esencia disperso) en un objeto único, pero
en un objeto que es él mismo •auto•, un objeto que es
siempre interno, •reflejado•, y sin duda que por eso se
lo bautiza con el nombre de ese héroe del espejo, Narci-
so. Este objeto reflejo es corijuntamente, en una serie de
encajamientos sucesivos, el cuerpo propio o, incluso, cier·
ta imagen unificada del cuerpo propio, o incluso el •YO•.
El texto cardinal, a menudo silenciado o descuidado en
su radicalidad, texto inaugural de Freud, suena así: •¿qué
relación guarda el narcisismo, de que ahora tratamos, con
el autoerotismo que hemos descrito como un estado de
la libido en su comienzo [como vemos claramente: esta·
do de la libido en su comienzo, no quiere decir estado
del individuo en su comienzo]? Es necesario admitir que
no existe desde el comienzo, en el individuo, una unidad
comparable al yo; el yo debe experimentar un desarro·
Uo. Empero las pulsiones autoeróticas existen desde el ori·
gen; por tanto algo, una nueva acción psíquica, tiene que
agregarse al autoerotismo para que el narcisismo se cons-
tituya [dos comentarios esenciales: para Freud se trata
de una secuencia explícitamente temporal, y no mítica.
El nacimiento del narcisismo es absolutamente correlati-
vo del nacimiento del yo]•.4l Dentro de esta secuencia
(autoerotismo, narcisismo, elección de objeto), que noso-
tros procurarnos reducir a lo esencial, no se trata enton-
ces de todo el individuo sino de su vida sexual, del objeto
sexual y de la pulsión sexual. Esta vida sexual se destaca
sobre el fondo de una vida o de una relación no sexual
que la preexiste: es la vida de la necesidad, de la cual va
a separarse.
Las nociones de apuntalamiento y
CRONOWGIA DEL de tiempo •auto• significan que la
AUTOEROTISMO Y vida sexual no está allí desde el
DEL NARCISISMO COmienzo O, para ser más Claro: SU
comienzo no pódrla ser confundi-
do con el comienzo de la vida de relación. Y por otra par-
te (en esta genealogía freudiana, al menos) no hay otro
narcisismo primario u originario que este, y no hay auto-
erotismo más primario que este. De modo que nuestra
concepción es la de una vida sexual que viene, como un

41
S. Freud, •Introducción del narcisismo-, en OC, 14, 1979, pág. 74.
Entre corchetes, comentarios de Jean Laplanche.

77
il\ierto o como una emergencia (la cuestión se deja abier-
ta) sobre la vida de relación (caracterizada en esta época
de 1910-1915 por los términos de pulsiones de autocon-
servación, o de necesidad). Aquí va a plantearse una cues-
tión esencial, la de la •escalarización• o del estadismo; ¿de
qué manera concebir esta secuencia: autoerotismo, nar-
cisismo, homosexualidad (que Freud, en un momento da-
do, ha intercalado aquí) y elección de objeto heterose-
_xual?, ¿y cómo articularla, incluso hacerla corresponder
en unas tablas cronológicas sinópticas, con esa cantidad
de otras secuencias a las cuales son tan aficionados los
analistas: sucesión de estadios oral, anal, genital, y des-
pués todos los estadios descritos por Ferenczi a propósito
del •desarrollo del sentido de la realidad•, pasando por
el encadenamiento de las •posiciones• kleinianas, hasta
«autismo, simbiosis, separación, individuación, etc.11? O
aun: ¿habría, por relación a la evolución gradual y ma-
durativa de la relación del sujeto con el mundo objetivo
(descrita y afinada a partir de un Piaget), un estadismo
sexual que se debiera situar dentro de un simple corri-
miento (décalageJ cronológico? Si decimos que la secuen-
cia autoerotismo, narcisismo, elección de objeto viene a
il\iertarse sobre la vida de relación, ¿se podria decir que
habria, por ejemplo, que hacerla comenzar a los dos o a
los seis meses? En absoluto. A partir de que nos hemos
desembarazado de la idea de que estas etapas freudianas
son estadios del individuo, nada permite reiterar, a pro-
pósito de ellas y sin matices, una nueva escalarización.
Autoerotismo y narcisismo no definen modos funda-
mentales de relación con el mundo en general, sino mo-
dos de funcionamiento sexual y de placer. Desde el mo-
mento en que ellos se recortan sobre el fondo de una re-
lación general con el mundo, que durante ese tiempo
evoluciona y progresa, sólo pueden ser concebidos como
1I'W'I'Mntos más o menos puntuales y más o menos reite-
rados, que por otra parte presentan diferencias esencia-
les en el estatuto temporal de uno y otro. La secuencia
en dos tiempos -satisfacción sexual ligada a la necesi-
dad, retroversión en el autoerotismo- se renueva un nú-
mero incalculable de veces. Pero nada obliga a imaginar
que esas microsecuencias se continuaran mecánicamen-
te cada vez en un tercer estadio que aportarla su corona-
miento a la triada: apuntalamiento, autoerotismo, narci-
sismo. El narcisismo primario, por su esencia misma de

78
unificación, hasta de consolidación, se presta mejor a una
evolución por momentos estructurantes, y es importante
que una de las etapas capitales para ceñir su surgimiento
haya sido descrita por Lacan como un momento de mu-
tación, en el estadio del espejo. No porque el estadio del
espejo sea el alfa y omega del narcisismo, sino que es pro-
totfpico de estos momentos cruciales de precipitación, de
consolidación o de cristalización (como se dice a propósi-
to del •amor•, y no es un azar). Seria sin embargo absur-
do, a partir del momento en que hemos situado el narci-
sismo en la secuencia sexual, hablar de fase narcisista pu-
ra. Es por otra parte claramente aquello que Freud nos
significa, a propósito de la tercera de nuestras etapas, la
de la elección de objeto: elección de objeto narcisista y
elección de objeto por apuntalamiento están en coexis-
tencia y en intrincación constantes.
·Elección de objeto•: desde luego
ELEccJoN DE OBJETo entendemos elección de objeto se-
Y AccEso A LA xual. ¿Cómo este tipo de secuen-
OBJETIVIDAD. cia puede oscilar dentro del pen-
RAICEs FREUDIANAs samiento psicoanalítico en una se-
DE UNA coNFusioN cuencia que escande el acceso a
la objetividad? ¿Cómo esto puede
oscilar en primer lugar en Freud? Eso osciló ya otrora;
no hubo un momento en el cual las cosas estuvieran per-
fectamente claras y un momento donde se embarullaron:
y había ya oscilado antes de ser enunciado. La teoria no
evoluciona linealmente en el sentido de ese plegamiento
que yo denuncio. El plegamiento de lo sexual sobre la
autoconservación está presente, debemos decir, aun an-
tes del enunciado claramente formulado del narcisismo.
En concreto, tres textos: «<ntroducción del narcisismo» de
1914, •Formulaciones sobre los dos principios del acae-
cer psíquico• de 1911 y, por último, •Pulsiones y destinos
de pulsión• de 1915. Al texto sobre los dos principios42
no podemos más que •hincarle el diente•43 (si yo lo he

42 S. Freud, tFonnulaciones sobre los dos principios del acaecer psí-


quico•, en OC, 12, 1980, págs. 223-31.
43 [La expresión que emplea Jean Laplanche es •garder une dent•:
sentir animosidad hacia algo o alguien. Hemos elegido para la traduc-
ción •hincar el diente» porque es lo que nos pone de manifiesto el párra·
fo que sigue, donde el autor no vacila en manifestar su desacuerdo con
este texto freudiano pero, para hacerlo, de hinca el diente», como él
mismo señala (N. de !a T.).)

79
traducido, ¿fue tal vez para mejor ejercer mi diente?) en
la medida misma en que es el texto fundador de una psi-
cología psicoanalftica del niño, que denunciamos como
confusional.
Las cuatro primeras páginas de ese texto nos presen-
tan explícitamente una evolución de las pulsiones del yo
o de autoconservación; las pulsiones sexuales no son lla-
madas en auxilio hasta el párrafo 3 y para decir que las
cosas ocurren de un modo bastante diferente en su caso.
Perfecto, todo va bien, ¿está por lo tanto establecida la
distinción? No, por el contrario,
PLEGAMIENTo todo va mal porque se ha descri-
DE LA EVOLucroN to, en esas cuatro primeras pági-
SEXUAL SOBRE LA nas, el desarrollo de las pulsiones
AuTOCoNsERvAcroN de autoconservación según una
secuencia calcada sobre la secuen-
cia sexual, y comenzando por un estado originario cerra-
do sobre sí mismo, inicialmente autosuficiente y monádi-
co (mientras que •auto•, en el dominio sexual, seria el re-
sultado de un proceso y no un origen absoluto). Un esta-
do del cual hay que salir después por no se sabe qué
contorsión, que es la contorsión propia de todo idealis-
mo: ¿cómo un idealismo podría abrirse sobre el mundo
si está cerrado? Todo idealismo se contorsiona para en-
contrar aquello que ha perdido. Lo que yo estigmatizo co-
mo un idealismo o un solipsismo biológico está en su apo-
geo en estas primeras páginas de Los dos principios. Las
pulsiones de autoconservación, el individuo psicobiológi-
co, el lactante, tendrían que aprender la vía del objeto,
y será necesario, dado esto, encadenar, en una verdade-
ra deducción de una psicología racional muy inverosímil,
las funciones psfquicas sucesivas: conciencia, atención,
memoria, juicio, etc. Después de todo, este texto podría
enrolarse bajo el estandarte de la •simbiosis• si se toma
en cuenta esa famosa nota44 que hace entrar los cuida-
dos matemos (no la madre) en el huevo inicial. Así, des-
de antes que el narcisismo sea verdaderamente •introdu-
cido• (•Introducción del narcisismo•), su futuro plegamien-
to está ya prefigurado, ¡hasta efectuado!
El otro texto ejemplar es •Pulsiones y destinos de pul-

44 S. Freud, •Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psí-


quico•, op. cit., pé.gs. 224-5, n. 8.

80
sión•, 45 donde el plegamiento es
PLEGAMIENTO también operado, pero de mane-
DEL FUNCIONAMIENTO ra Simétrica a }a precedente: de }a
AUTocoNsERVATivo autoconservación sobre la sexua-
soBRE EL MODELO DE Jidad, y no ya de la sexualidad so-
LA PULStoN sExuAL bre la autoconservación. Aquí, en
efecto, el modelo de partida es ex-
pllcitamente la sexualidad; la autoconservación es deja-
da en buena parte de lado puesto que se trata del destino
de las pulsiones sexuales. Pero, pese a ese comienzo pro-
metedor, hemos mostrado que era necesario hacer •pa-
sar un cuchi1Jo,46 e indicamos las lineas siguiendo las cua-
les había que clivar la descripción de la pulsión que se
nos propone. Sin pretender volver sobre Jo que hemos
desarrollado en otra parte, recojamos sólo una proposi-
ción, capital y ambigua, verdadera formación de compro-
miso: •Las necesidades de las pulsiones yoicas que nunca
pueden ser satisfechas de manera autoerótica ... '· 47 En ·
efecto, ¡bravo! El individuo bio-psicológico, con sus pul-
siones de autoconservación (o •yoicas•), está desde el co-
mienzo abierto hacia una intencionalidad-objeto. Pero
también ¡qué confusión asombrosa en la expresión! que
las pulsiones de autoconservación, que precisamente no
son eróticas, no puedan satisfacerse de manera •autoeró-
tica•: ¿será una trivialidad o un sinsentido? ¿No se trata-
rá, más bien, de una impropiedad, de una desviación del
sentido del autoerotismo, ya presto a perder su connota-
ción sexual para significar sólo una clausura general so-
bre sí mismo, una ausencia de objeto exterior, sea sexual
o no sexual? Una ocurrencia suplementaria del plegamien-
to que queremos desplegar.
Para terminar esquemáticamente
AnscRrPcroN con este plegamiento freudiano
DE FREUD A LA recordemos que, a ·continuación,
ANOBJETAUDAD el narcisismO primariO U Origina-
riO va a ser planteado como esta-
dio primero del ser humano y ya no se Jo distinguirá del
autoerotismo: la secuencia autoerotismo-narcisismo va a

46 S. Freud, en OC, 14, 1979, págs. 113-34.


46 Cf. Problemáticas 111, La sublimacWn, Buenos Aires: Amorror·
tu editores, 1987, págs. 48 y sigs.
47 S. Freud, •Pulsiones y destinos de pulsión•, op. cit., pág. 129,
n. 30.

81
desaparecer de las elaboraciones freudianas; el autoero-
tismo será definido como el modo de satisfacción del es-
tadio narcisista. El narcisismo primario perderá por eso
su carácter de relación especular con un objeto interno,
para devenir casi sinónimo de estado •anobjetab. En una
misma redistribución del juego, el •narcisismo del yo• va
a cambiar de Jugar: en <Introducción del narcisismo• era
equivalente al narcisismo primario porque hacía falta una
acción fundadora del yo para que hubiera narcisismo; no
hay yo, no hay narcisismo. Pero en Jos textos ulteriores,
El yo y el ello en particular, el narcisismo del yo va a ser
declarado •secundario• respecto de un narcisismo prima-
rio anobjetal.
La confusión que denuncio, este plegamiento de la gé-
nesis de la sexualidad sobre el desarrollo de la relación
perceptivo-motriz con el mundo o con el ambiente, con-
tinúa haciendo sus estragos después de Freud. Si un su-
jeto, confundidas todas las pulsiones, se pudiera decir,
está inicialmente cerrado para después tener que abrir-
se, ¿como podría hacerlo? Se nos habla de la •frustración•
que enseñaría al pequeño ser humano a vivir, pero, pre-
cisamente, en Freud la Versagung no es frustración -o
no es eso sólo-; es acto de rechazo por parte de un ser
humano adulto, un «rehusarse a,., o, como intentamos tra-
ducirlo actualmente, un «rehusamiento».
Otro punto que es necesario cues-
CoNFusroNES SOBRE tionar, aunque se haya terminado
.. LA ALUCINACION por tomarlo como adquisición in-
PRIMITIVA· discutible a fuerza de haberlo oído
repetir desde Freud, es la noción
de alucinaci6n primitiva y la confusión que ella vehicu-
liza. Sabemos que esta noción encuentra su origen, en el
•Proyecto de psicología•, en Jo que Freud llamaba enton-
ces •experiencia de satisfacción• y que presupone preci-
samente la apertura originaria al mundo para una satis-
facción. Después, se nos dice, en ausencia de la satisfac-
ción el objeto sería alucinado. Alimentarse alucinando:
¿por qué se saldría de ello? ¿Por qué un poco de frustra-
ción se toleraría gracias a la alucinación y por qué mucha
frustración llevaría a renunciar a esta? De hecho se pue-
de mostrar aquí, sobre todo en la posteridad freudiana,
el mismo plegamiento. Lo que describía con ello Freud
era una suerte de surgimiento, de génesis de la sexuali-
dad. En el•Proyecto•, lo •alucinado• son unos sig'YWs que

82
acampañan a la satisfacción, y no el objeto de la satis-
facción. Hemos insistido en este desplazamiento metoní-
mico del objeto, en el surgimiento de la pulsión sexual
a partir de las funciones de autoconservación. En el ejem-
plo prototípico, este modelo, casi ficticio, del amamanta-
miento, no hay coincidencia sino total desplazamiento de
la leche al pecho. La •alucinación• no es entonces algo
real imaginado que sustituyera a lo real, un alimento que
sustituyera a otro alimento. Lo podríamos mostrar tam-
bién en el ejemplo que sin embargo parece ir más lejos
en el sentido de una satisfacción sustitutiva: me refiero
a los sueños de inanición, según Freud los estudia en La
interpretaci6n de tos sueños. La alucinación llamada pri-
mitiva no nutre; no sustituye a lo real: ella es el naci-
miento del fantasma, el despegue de la genealogía sexual.
La alucinación primitiva (si •alucinación• hay) nunca se-
rá desautorizada por la realidad, no puede serlo. (Volve-
remos sobre este esquema porque, como tal, es aún insa-
tisfactorio: forma parte de la construcción llamada del
•apuntalamiento•, una construcción que no es más que
un momento para llegar a otra cosa. El apuntalamiento,
como tal, propone todavía un movimiento de aspecto en-
dógeno; en el esquema de la experiencia de satisfacción
y del apuntalamiento, es cierto que el otro humano está
ahí antes, pero su rol se resume a ausentarse.)
A otro avatar de este plegamien-
SIMBIOSis to ya lo mencionamos a ralz de la
inclusión, en el huevo inicial, de
la madre. La via está aquí totalmente trazada hacia lo
que se llama diada o adualismo, o también simbiosis. Pa-
ra tomar este último término: vehiculiza, bajo su aparien-
cia de evidencia, todas las confusiones posibles. La sim-
biosis es una noción biológica, objetiva tal vez, pero de
la cual se pretende extraer la idea de una simbiosis sub-
jetiva. En el plano biológico, según el diccionario de Ro-
bert, se trata de una •asociación durable y recíprocamente
beneficiosa de dos organismos vivos•; y se nos da el ejem-
plo del liquen. Pero aun biológicamente, aun en el plano
de la autoconservación, esa reciprocidad que haría bene-
ficiosa para ambas partes la asociación madre-hijo es du-
dosa. Hay disimetrías fundamentales. En cierto sentido,
para retomar otro modelo biológico de asociación, se po-
dría también decir que el hijo es el parásito de la madre.
Y se podría decir inversamente (en este caso tomando •pa-

83
rásito• en el sentido moderno, surgido de la comunica-
ción: los ruidos parásitos) que la madre •parasita• al hijo.

He querido mostrar, para todos es-


CoNTRA EL tos movimientos de plegamiento
SOLIPSJSMO DEL BEBE teárico de la sexualidad sobre la
PSICOANALITico. autoconservación, su fuente en la
oos REACCIONEs relación real de vicariato, de «re-
MAL FUNDADAS cuperación en recalce~~; evidente-
EN EL coMIENzo mente un proceso complejo que es
preciso concebir progresivo y par-
celario. Si se traspone ese movimiento en una recupera-
ción global de los intereses de la autoconservación por
el amor, si se postula además que esta recuperación exis-
te desde el comienzo y como desde toda la eternidad, uno
niega evidencias y se coloca ante una tarea imposible (re-
tomada de la filosofía solipsista más caricaturesca): ha-
cer salir al s~eto de su mónada, hacer surgir el mundo
de la galera del prestidigitador.
· Una de las reacciones más vigoro-
BALINT sas contra esta teoría del narcisis-
mo primario fue sin duda la de Ba-
lint en un artículo de 1937, ·Los primeros estadios del des-
arrollo del yo. Objeto de amor primario•. 48 En su parte
critica, en efecto, barre definitivamente el narcisismo pri-
mario anobjetal. Pero por otra parte Balint no escapa al
movimiento general en la medida en que sustituye ese
narcisismo primario por el término de amor (de objeto)
primario, con lo cual introduce, desde el comienzo, una
hegemonia de lo sexual. ¿Amor o erótica? De todos mo-
dos, hay más inconvenientes que ventajas en introducir
el término de amor aquf, es decir desde el comienzo, en
la medida en que toda la investigación psicoanalitica
muestra que el amor no es sólo relación con el otro en
el apego, sino consideración del otro en total y como ac-
to del sujeto total; según lo formula Freud, no se puede
decir que una pulsión ame. De modo que la retroproyec-
ción que Balint hace del amor sobre la primera relación
sujeto-ambiente amenaza de nuevo hacernos descuidar
el hecho de que Eros tiene una génesis separada y autó-
noma, una de cuyas etapas rectoras es la totalización nar-

48 Amour primaire et technique psychoanalytique, Pañs: Payot,


1972, págs. 91-109.

84
cisista. Todo esto para señalar frente al artículo mencio-
nado un entusiasmo en cuanto a la claridad de la crítica,
pero una circunspección en cuanto a la introducción del
ténnino «amor primario», que nos hace recaer otra vez
en el plegamiento que intento exorcizar.
¿Qué ocurre del lado de los klei-
Los KLEINIANos nianos? Estos se deslizan en el
pensamiento freudiano hasta el
momento en que lo hacen estallar desde el interior: in-
yectan poco a poco su problemática en la terminología
freudiana, de modo que durante largo tiempo el término
de narcisismo primario continuará siendo conservado. Lo
que ellos describen dentro de este cuadro es un tipo de
relación con el objeto, lo que está en contradicción feliz
con la noción de narcisismo absoluto. Es en Desarrollos
en psicoanálisis donde sale a la luz la concepción klei-
niana del narcisismo, con una crítica al menos implícita,
a veces explícita, de la noción de una clausura monádi-
ca. He aquí una formulación extraída de un articulo de
Paula Heimann: • ... en el estado narcisista, el objeto ex-
terior es odiado y expulsado de manera que se pueda amar
al objeto interno que está fusionado con el yo y extraer
de ello placero. 49 El estado narcisista implica aquí el in-
vestimiento de un objeto, de una cosa intema en sí, fu-
sionada con el yo. Además, este estado narcisista esto-
talmente compatible con la apertura al mundo y al obje-
to externo desde el comienzo, aun cuando más no fuera
para odiarlo y rechazarlo. En el movimiento kleiniano el
narcisismo aparece más y más ligado al objeto interno in-
teriorizado. Así, para Joan Riviere, en la introducción del
mismo volumen: •desde nuestro punto de vista, la fase
narcisista o autoerótica recubre la relación objeta! y co-
existe con ella, en gran parte en virtud de los procesos
introyectivos que actúan en ese estadio•. 50 Encontrare-
mos las mismas posiciones contra el estado rnonádico en
el artículo de Melanie Klein •Observando la conducta del
bebé•. 51 Para concluir sobre este punto: los kleinianos es-

49
•Algunas funciones de la introyección y de la proyección en la
temprana infancia., en Desarrollos en psicoanálisis, Buenos Aires: Hor-
rné, 1967, pág. 141.
50
Introducción general, en ibid., pág. 28.
5I lbid., págs. 209-34. El texto, relativamente tardío (1951) y poco
conocido, sobre •Los orfgenes de la trasferencia-, toma definitivamente
partido contra •la hipótesis de un estadio pre-objetal•. Nuestra objeción

85
bozan una perspectiva que se despega de la fábula de un
estado narcisista originario del ser humano, en beneficio
de la única concepción sostenible del narcisismo, que es
entenderlo ligado a una introyección del objeto total. Pe-
ro, por otra parte, un poco como en Balint, el plegamien-
to amenaza nuevamente porque todo el desarrollo es co-
locado bajo el signo explícito y único de la diada amor-
odio, sin que se diga una palabra acerca de la autocon-
servación.

VIII. Hacfff su lugar a la psicología del niño

Una perspectiva sana sobre la especificidad del-psico-


análisis, sobre la relación del campo psicoanalítico con
el campo psicológico y sobre el primer desarrollo del ser
humano padece gravemente por la omisión de distinguir
el dominio de la sexualidad y el de las adaptaciones psi-
cofisiológicas primeras, lo que Freud llamaba autoconser-
vación antes de abandonarlo él mismo en su pensamiento.
Frente a esta aporía que nos ha dejado Freud, frente
a este recubrimiento, a esta recaída operada por él en
su teoría, la reacción más radical es sin duda separar la
linea psicoanalítica de toda psicologia, sea en Balínt o en
los kleinianos en cierto modo, hasta, eventualmente, el
repliegue sobre •el niño mítico• o •el niño psicoanalítico•.
Esta es la linea de pensamiento de
EL NIÑO ciertos artículos del número 19 de
PSICOANALITICO, la Nouvelle Revue de Psychanaly-
¿NIÑO MITICO? se sobre •L'enfant•.52 El articulo
DtscusioN de André Green, •L'enfant mode-
DE A. OREEN le•, va claramente en ese senti-
do de la retirada sobre •el niño
psicoanalítico•, a la vez aquel de la situación analltica y
el de la teoría. •Se desemboca necesariamente en la dis-
cusión cuyos términos han sido def"midos por Anna Freud:

a Melanie Klein permanece, sin embargo, enteramente: la ausencia de


distinción entre la relación de autoconservación y el par amor-odio le
impide fundar sus posiciones tanto en relación con la metapsicologfa
cuanto con relación a la biologfa. (Cf. Melanie Klein, •Les origines du
transferb, Revue Franc;,aise de Psychanalyse, vol. XLVII, n° 3, 1984,
págs. 814-24.)
62 Primavera de 1979.

86
¿es el niño "real" aquel que construye, o reconstruye,
el psicoanálisis? Responderemos sin equívoco: no. Pero
será para afirmar, en cambio, que el rol del psicoanálisis
no es reconstruir el niño real; más bien el niño mítico,
la infancia mítica de un niño real, que, este sí, constitui-
rá el objeto de la psicología del niño [vemos que surge
la oposición entre mito-psicoanálisis y realidad-psicología].
Opondré entonces el niño verdadero del psicoanálisis
-en el sentido en que Freud habla de verdad histórica-
al niño real de la psicología. Por encima de ambos, el ni-
ño de la verdad material no podría ser otro que aquel de
la coniunción del niño real de la psicología y el niño ver-
dadero del psicoanálisis•. 53 Ciertamente este movimien-
to debe ser calificado de sano o de saludable en la medi-
da en que sitúa el campo del psicoanálisis, como convie-
ne, a partir de una distinción frente a otro campo, el de
la psicología. Pero nos parece que Green fracasa en la
tarea de situar esta distinción en el lugar correcto. Sólo
atina a reducir a la .fuerza la psicología a una seudo cien-
cia destinada exclusivamente a lo «reah, sin ningún dere-
cho a la hipótesis, sin posibilidad de recurrir, por ejem-
plo, a la hipótesis de la representación, noción central
del psicoanálisis según Green. Si lo acompañamos un tre-
cho de su camino, las cuestiones pululan bajo nuestros
pies. En primer lugar, me parece que no lleva las cosas
hasta el fondo en lo que toca a la concepción del niño
mítico o representativo; en efecto, seria indispensable,
por una parte, reconocer que -y el modo en que- el su-
jeto humano, el niño, se mitifica a sí mismo y, por otra
parte, mantener empero la distinción entre esta auto-
representación y la hipótesis científica. Más en general,
nos parece que Green oscila entre dos criterios para des-
lindar el dominio propio del psicoanálisis: a veces se tra-
ta del inco'TICiente, y estamos en un todo de acuerdo en
ello (aunque no se debe omitir caracterizarlo como pro-
piamente sexual); y otras veces lo propio del análisis se-
ría moverse en el campo de la representación; y aquí yo
objeto que no se puede rehusar a la psicología el derecho
a la secuencia heurística que es patrimonio de muchas
otras ciencias: imaginario, hipótesis, verificación. Esta re-
ducción de la psicología a una realidad sin verdad, a una
suerte de empirismo impensable, sería en suma el precio
53
lbüL, pág. 45.

87
a pagar (¡a hacer pagar por el otro, por la psicología!) pa-
ra consolidar la autonomía del campo psicoanalítico. Es-
ta reducción es palpable en otro pasaje que pretende di-
ferenciar psicoanálisis y psicología según criterios no de
objeto sino de método: •Hay que elegir entre lo sensible
por una parte, lo imaginable y lo deductible por otra, aun
cuando esta distinción ya esté conceptualmente supera-
da en la medida en que lo sensible ''puro'' no existe más.
Digamos que hay que elegir entre las limitaciones impues-
tas por la objetivación y el inevitable "suplemento" a¡xir-
tado por la hipótesis heurística de base. El primer abor-
daje, que aspira al rigor, resulta, en el límite, mudo, en
su deseo de no inferir nada; comoquiera que fuere, si es
coherente consigo mismo, tiene que renunciar a aprehen-
der cosa alguha de la representación psíquica. La segun-
da actitud, que tomará la representación por objeto, acep- ·
tará con toda lucidez ser conjetural, como lo es por defi-
nición la representación. Porque la especificidad de la
representación consiste precisamente en no estar cons-
treñida por las exigencias limitantes de lo real y en po-
seer esta cualidad esencial: hacer que lo posible adven-
ga, por el solo juego de la psique•. 54 La distinción entre
el procedimiento psicológico y el psicoanalítico se debe-
ría entonces situar en esta triple
VACIAR oposición: del lado de la psicolo-
LA PSicoLOmA, gía, lo sensible, la objetivación y
uN RETORNo DEL la no inferencia; del lado del psi-
PAMPSICOANALITISMo Coanálisis, lo imaginable y lo de-
ductible, las hipótesis heurísticas
de base y tomar por objeto la representación psíquica.
¿Qué psicólogo, de la escuela que fuere, aceptaría la pri-
mera opción, es decir: no inferencia, objetivación, puro
sensible? ¿Qué psicólogo de niños, podríamos preguntar-
nos, renunciaría a la hipótesis, a lo imaginario y a la deduc-
ción, y hasta al uso -como construcción hipotética- del
término representación? Desde ese momento, vaciada la
primera opción de todo cuanto pudiera constituir proce-
dimiento científico, no hay otra ciencia, en el sentido de
ver<;lad, que el psicoanálisis, que se arrogaría la exclusi-
vidad de toda la segunda opción, incluidas las hipótesis
heurísticas y la deducción. De suerte que a pesar de la
intención de distinguir dos dominios, en lo cual estamos

54 1l>id.. pág. 41.

88
de acuerdo con Green, el otro dominio, el de la •psicolo-
gúu, queda reducido a una sombra, o a una pura empiria,
lo que viene a ser lo mismo. ¿No habrá aquí un retorno
del pampsicoo,nalitismo? A tal punto la recaída freudia-
na es sin cesar amenazante. El psicoanálisis es llamado
cof\ietural por Green, pero el término plantea ambigüe-
dades. Si se quiere decir que su objeto (en este caso la
•representación•) es construido, supuesto, no asequible
directamente, ¿no es esto lo propio de toda ciencia? ¿Por
qué rehusar la cm\ietura, en ese sentido, a la psicologia?
Pero, si se afirma que la representación •no está constre-
ñida por las exigencias lirnitantes de lo real sino que po-
see esta cualidad esencial: que lo posible advenga•, en-
tramos en otro desarrollo, en aquel que concierne al po-
der autosirnbolizante del ser humano. Queda entonces por
reconocer que el psicoanálisis, como todo saber, procede
por hipótesis, col\ieturas o representaciones; pero que lo
propio del psicoanálisis es proponerse por objeto al suje-
to humano en tanto es él mismo auto-hipotético, auto-
cof\ietural, auto-representante o auto-teorizante. Eviden-
temente hay un problema de distinción y de filiación en-
tre estos dos niveles de la teorización, y no se trata pura
y simplemente de confundirlos.

Felizmente, diremos -y pese a


LA PSICOLOGIA que el psicoanálisis intenta ane-
DEL LACTANTE: xarlo, infiltrarlo, reducirlo al mí-
FONDO MINIMO nimo indispensable-, una obser-
PERO REAL vación, un conocimiento de los co-
PARA EL mienzos de la conciencia humana
PSICOANALISIS Se desarrolla. «Felizmente», por-
que el movimiento de recorte que
constituye aqul nuestro objeto, aquel que traza la géne-
sis de la sexualidad, y que el conocimiento psicoanalítico
renueva, sólo es posible sobre un fondo minimo. Pero,
en un conocimiento minucioso, que no se prive sin em-
bargo de razonar ni de formular hipótesis y col\ieturas,
las primeras aproximaciones de los psicoanalistas, tanto
como las racionalizaciones más o menos fundadas de un
Piaget, ceden su lugar a un conocimiento más preciso de
esas primeras relaciones con el mundo, con el ambiente
animado o inanimado, parcial o total; en suma: con la evo-
lución y el perfeccionamiento de esos montajes sensitivo-
motores o perceptivo-motores, de este •equipamiento• del

89
lactante, aun -y seguimos creyéndolo- si se trata de un
equipamiento muy lagunoso. La psicología del lactante
se desarrolla sin la hipótesis contradictoria del narcisis-
mo primario, incluso si, de tiempo en tiempo, se cree aún
obligada a dar sombrerazos ante lo que cree que es el psi-
coanálisis. De esta descripción del
EL PROGRAMA pequeño ser humano, ya Lagache
oE LAcACHE trazaba el plan, denunciando lo
que llamaba las afirmaciones •te-
merarias• concernientes a una supuesta indiferenciación:
•La noción de diferenciación primaria es preferible a
la de indiferenciación, más corrientemente adoptada. La
indiferenciación [la del lactante por relación al ambien-
te] es sólo relativa, por comparación con los estadios ul-
teriores; no es absoluta, como lo dan a entender ciertas
fórmulas temerarias, por ejemplo, la ausencia de concien-
cia, la ausencia de sl\ieto, de objeto y, por consiguiente,
de relaciones de objeto. La diferenciación primaria está
demostrada por la existencia de aparatos que aseguran
al sl\ieto un minirno de autonomía: aparatos de la per-
cepción, de la motricidad, de la memoria, umbrales de
descarga de necesidades y afectos; estos aparatos sirven
a la gratificación de las pulsiones y son también las ga-
rantías primarias de ajuste al ambiente; preexistentes al
conflicto, pueden participar en él como factores indepen-
dientes. . . [y he aquí una de las reflexiones de base de
Lagache con respecto a esta supuesta ausencia de con-
ciencia en el lactante, o indiferenciación:] Se niega la evi-
dencia cuando se pretende que el recién nacido no tiene
experiencias concientes, siendo que él alterna entre el
dormir y la vigilia [si todo no fuera más que un estado
narcisista que tuviera justamente el dormir por prototi-
po, ¿qué significaría esta alternancia?]. Estas experien-
cias concientes son, sobre todo, experiencias de estados
y de actos corporales, es decir que reposan principalmente
en recepciones interoceptivas y propioceptivas. Pero el
niño no está encerrado en su subjetividad. Es difícil conce-
bir la relación del recién nacido con el pecho si no es como
la relación de un sujeto con un objeto: sin existir en tan-
to estructura cognitiva, el sl\ieto funciona y se actualiza
sucesivamente en las necesidades que lo despiertan y mo-
tivan, en los actos de orientación y, después, de consu-
mación que lo apaciguan y adormecen; del mismo modo,
el pecho y la leche cumplen su función de objeto mucho

90
antes de que haya conciencia posicional del objeto•. 55
Evidentemente, percibimos a Lagache marcado por lo más
positivo de la fenomenología, incluso si no utiliza su jer·
ga: la ausencia de una conciencia <tética• del objeto y del
sujeto no supone empero la ausencia de relación sujeto-
objeto, es decir, de una conciencia •no tética».
Entendámonos bien: parecemos oscilar entre dos to·
talitarismos que aparecen ineluctables, excluyentes el uno
del otro: el del niño psicoanalítico, llamado mítico (es
conocida nuestra desconfianza hacia ese término), y el
del niño psicológico observable, objeto de construcciones
cientlficas. El problema, entre estas dos pretensiones he-
gemónicas, es por supuesto que en realidad ambas se in·
trincan o más bien se recubren, como precisamente lo ha·
cen autoconservación y sexualidad. De modo que uno y
otro, el niño •mítico• del psicoanálisis y el niño de la psi·
cología, son en ese sentido abstracciones. Pero no se pue·
de negar tampoco que el abordaje del uno no coincide
con el abordaje del otro. Se nos dice, indudablemente: es
la situación experimental la que
OssERVACION alcanza al niño psicológico, situa-
E INFERENCIA ción cuyo artificio conocemos. El
EN PsicoLOGIA v niño psicoanalítico no es accesible
EN PSICOANALISIS más QUe en SituaciÓn analitica, in-
clUSO si se trata de la situación del
análisis de niños. Pero, entre ambos, dominio común o
no man's land, tenemos la observación, que alternada·
mente se puede orientar hacia los grandes aparatos y mon·
tajes adaptativos o haci¡t el nacimiento de lo •psicoanalí·
tico• en la relación espontánea: no es otra cosa lo que
hace Melanie Klein en su artículo ya citado: •Observando
la conducta del bebé•.
No reneguemos entonces de la observación psicoana·
lítica. Existe también aquella de Freud concerniente al
juego delfort·da: no es una situación psicoanalítica como
la del•pequeño Hans•. No busquemos la diferencia entre
una observación psicoanalítica y una observación psico·
lógica en el hecho de que una sea indirecta, la psicoana·
lítica, y la otra, no. Ambas son indirectas porque no hay

66
D. Lagache, •La psychanalyse et la structure de la personnatité•
(1961), en OFJuvres IV: Agressivité. structure de la personnaliMet autres
travaux, París: PUF, 1982, págs. 200-1. Entre corchetes, comentarios
de Jean Laplanche.

91
observación que merezca ese nombre si se priva de hipó-
tesis, verificadas sólo de manera indirecta. Pero repeti-
remos que la observación psicoanalítica es doblemente
indirecta: 1) como toda tentativa de saber y de conocer,
y 2) porque su objeto es él mismo •indirecto•. Para mos-
trarlo no se puede hacer nada mejor que introducir la no-
ción de tiempo y lo que constituye su especificidad en
psicoanálisis: lo que llamamos el apr€s-roup. El apres-coup
es un funcionamiento en dos tiempos, del cual ninguno
es registrable por sí mismo. La evolución, los retrocesos,
las mutaciones de una evolución perceptiva se pueden
seguir paso a paso, inclusive si hay fenómenos de ruptura,
de cambio de función, de recaptura, etc. Pero si es ver-
dad que hacen falta siempre dos traumatismos para CO'TIS-
tituir un traumatismo, dos tiempos distintos para consti-
tuir una represión, esto equivale a decir que la represión
originaria, o bien el traumatismo, nunca pueden ser se-
fialados con el dedo en una observación, incluso analíti-
ca. La observación analítica está destinada, no por el he-
cho de no sabemos qué desdicha metafísica, sino por el
tipo mismo de este objeto en dos tiempos, a situarse siem-
pre y por definición o demasiado temprano o demasiado
tarde. A los procesos analíticos, por naturaleza, sólo se
los puede cercar y enmarcar. Una de las personas que,
en mi opinión, lo hace mejor es Silvia Bleichmar en su
trabajo Aux origines du sujet psychü¡ue dans la clini-
que psychanalytique de l 'enfant, 56 que intenta precisa-
mente enmarcar, por la clínica, hipótesis teóricas funda-
mentales: •Los tiempos miticos no son construcciones, son
movimientos reales de estructuración del stijeto psíquico
que, aun cuando no podamos capturar en su subjetivi-
dad, podemos cercar como se cerca un elemento en la
tabla periódica de Mendeleiev ... Tal vez no podemos to-
carlo, ni verlo, pero sí podemos conocer su peso específi-
co, su densidad, su efecto, su combinatoria•.57

56 Parls: PUF, 1985. (Ed. en castellano: En los arígenes crel sujeto


psú¡uioo. Del mito a la hi.slm'ia, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1986.]
67 /bid, ~ág. 9 (pág. 36.]

92
2. Fundamentos:
Hacia la teoría de la seducción generalizada

Hemos procedido durante toda una primera parte a


un despejamiento epistemológico del terreno, a una lim-
pieza del campo minado hemos dicho, minas de las cua-
les es preciso decir que el propio Freud colocó algunas;
y he intentado dar razón del hecho de que en cierto mo-
mento, agotado todo comentario, se puede elegir cierto
Freud contra otro, si podemos dar razón, en la realidad,
de la vía errónea adonde Freud mismo se vio arrastrado
por su objeto.
Uegamos entonces a esos •nuevos fundamentos•, a eso
fundamental que se puede llamar también lo originario:
se habrá entendido que no se trata para nosotros de una
categoría abstracta, de un •trascendental• filosófico ni de
algo •mítico• que se situara fuera del tiempo. No es tam-
poco un •tiempo mítico• porque si el mito gusta en efecto
de desplazarse en un tiempo de ficción, nosotros nos si-
tuamos por relación al tiempo real. Para nosotros, como
para el propio Freud, lo originario es lo que está presente
en el comienzo; concretamente, en los orígenes del ser
humano; digamos entonces: del lactante. Pero, por otra
parte, lo originario, en esta situación de partida, es lo ine-
luctable, lo que está fuera de las contingencias, aun las
más generales. Evidentemente hay que tener en cuenta
aquí la diferencia entre la categoría de la universalidad
y la de la generalidad. Con lo originario estamos en lo
universal, así como Sócrates es mortal porque todos los
hombres son por esencia mortales.

l. La situación ariginaria: adulto-niño

La situaci6n originaria es la confrontación del recién


nacido, del infante en el sentido etimológico del térmi-

93
no, aquel que no habla todavía, con el mundo adulto.
Frente a esto, en cierta manera, aun lo que se llama el
complejo de Edipo se inclina a cierta contingencia. Aquí
la antropología y su relativización de las estructuras edí-
picas, aquí la prospectiva también, pueden venir a ayu-
darnos .Porque, después de todo, ¿qué permanecerá en
algunos decenios, en algunos siglos -no digamos ya de
una triangulación- sino de un triángulo edípico clásico?
¿Quién puede apostar a la subsistencia del Edipo, en que
se funda Freud? Pero, ¿quién podría decir, en ese mismo
espíritu, que el ser humano no continuará siendo un ser
humano?
Volver a lo fundamental: ¿sería entonces volver, co-
mo más universal, a la relación madre-hijo? Ustedes sa-
ben que es el movimiento de todo el psicoanálisis el que
debe ser remontado de la relación edípica a la relación
madre-hijo. Y sin duda esta relación está más anclada que
el Edipo en lo biológico, pero, sobre todo, más anclada
en lo pulsional, en el sentido en que yo entiendo ese tér-
mino, que desarrollaré en lo que sigue. Sin embargo, ¡cuán
rápido evoluciona esta relación madre-hijo! Sin hablar de
la •prospectiva•, que mantendremos simplemente, como
en una especie de visión periférica, en las lindes de nues-
tro campo: con esos niños artificiales que nos fabrican
cada vez más. Y bien, para interrogar a ese prototipo ca-
si obligado de los psicoanalistas, el •pecho•, recordemos
hasta qué punto los niños tienen cada vez menos contac-
to efectivo con éL
Haré aquí un paréntesis a propó-
MARGARET MEAD sito de una lectura ligada a la ela-
COMENTADA POR boración de este volumen: traba-
MERLEAu-PoNTY jando esta noción de situación ori-
ginaria y de lo que surge de ella,
es decir, la seducción, encontré a Margaret Mead comen-
tada, llevada a lo esencial, por Merleau-Ponty. Se trata
del libro que se intitula Maclw '!) hembra, 1 y de ese Bu-
lletin de Psychologie ya antiguo, que reúne los cursos de
Merleau-Ponty en la Sorbona cuando fue designado titu-
lar de la cátedra de psicología del niño. 2 Encontraremos
atractivo el carácter cuidadoso del abordaje y el interés

1
Ma.rgaret Méad, L 'un et l'autre sexe, Parls: Denoél-Gonthier, 1966.
2
Bulletin de Psychologie, vol. 18, n° 236, noviembre de 1964, págs.
'l~.

94
de Merleau-Ponty por cosas que muchos psicoanalistas
consideran indignas de interés. Les citaré sólo algunas lí-
neas en que Merleau-Ponty redobla la profundidad de re-
flexión de Margaret Mead: •Para Margaret Mead la situa-
ción edípica descrita por Freud no es más que una solu-
ción particular de un problema que parece universal. Lo
que es universal [el término de universal que yo evocaba
hace un momento aparece aquí] es cierto problema plan-
teado a todas las sociedades por la existencia de padres
y de hijos. El hecho universal es que hay niños que co-
mienzan siendo deoiles y pequeños, al tiempo que se aso-
cian estrechamente a la vida adulta [cita de Margaret
Mead]: "hay eflorescencia prematurada de sentimientos
sexuales en el niño, que es aún incapaz de procreación''.
El niño es polarizado en las cuestiones sexuales, no obs-
tante ser incapaz de ejercer las actividades que caracte-
rizan a un adulto•. 3 El texto citado será, por supuesto,
situado (afectado de un matiz peyorativo corriente, no
sabemos por qué) en el •culturalismo•, es decir en el es-
tudio de las variaciones de los parámetros psicoanalíti-
cos -de todos los parámetros psicoanalíticos- en fun-
ción de diferencias culturales. De modo que la sacrosan-
ta universalidad del Edipo deviene una solución, entre
otras, al problema planteado por la situación (en este ca-
so universal) de la relación niño-adulto, de la entrada del
niño en un universo adulto. Del mismo modo, para pro-
longar un poco este impulso dado por Margaret Mead, las
sexualidades pregenitales están sl\ietas a variaciones cul-
turales considerables, y aun lo está -es este el punto que
constituye el objeto del libro y aun su título- el famoso
par masculinidad-feminidad. En lo cual por otra parte
Freud está completamente de acuerdo con Margaret Mead
(si oso decirlo), para afirmar que el par masculinidad-
feminidad no es más que un resultado compl<:jo, tardío,
aleatorio, y en que el factor sociológico juega papel prin-
cipal. Ustedes ven que un culturalismo puede redoblar-
se, completarse, con un esencialismo, es decir con el he-
cho de ir en alguna parte a lo esencial. Pero enseguida
veremos que, pese a este anticipo de Margaret Mead, ella
yerra todavi..a lo esencial de esta relación niños-adultos,
dicho esto sin poner en duda el interés de sus observa·
ciones. ¿Quién nos dará una Margaret Mead del tiempo,
3
Ibid., pág. 120. Entre corchetes, comentarios de Jean L.aplanche.

95
de la prospectiva, y no sólo, como ella, una antropóloga
del espacio, es decir de las civilizaciones simultáneas que
se encuentran en la superficie de nuestra tierra?
Reservamos otro paréntesis para señalar la lección que
nos da, en sus textos, un Merleau-Ponty: ¡un filósofo a
la escucha de la observación! De la observación y de la
experimentación más concreta, en el niño; y también a
la escucha de la observación antropológica, lo cual po-
drla servir de lección a más de uno de nuestros psicoana-
listas. Freud también nos da esta lección, él que no temió
nunca la referencia a la observación, en particular an-
tropológica; el psicoanálisis, seguro de su abordaje, de-
be, en vista de ese proceder de los grandes pensadores,
deshacerse de su reserva temerosa frente a la observa-
ción no-psicoanalítica; y, si quiere utilizarla, si quiere cri-
ticarla como no dejan de hacerlo ni Freud ni Merleau, su
primer paso tendrá que ser no recusarla sin más.

11. ÚJS protagonistas de la situación originaria

Volvamos a nuestra situación originaria, situación


niño-adulto, más allá tanto del
EL NIÑO coMo Edipo como de la relación niño-
PROTAGONISTA madre. El niño en primer lugar.
La catarsis propuesta en las pági-
nas precedentes, por relación en particular a ese lactan-
te psicoanalltico falso, el lactante •narcisista•; esa catar-
sis deja su lugar a lo que es a la vez el sentido común,
la observación cotidiana y, cada vez más, el objeto de una
psicologla en pleno desarrollo desde hace algunos años,
se la llame etologla, psicología experimental, psicología
de la observación, poco importa. Nuestra finalidad no es
resumir esos datos sino, simplemente, decir que tienen
su lugar asegurado, reservado, si es que se quiere situar
. al psicoanálisis en su Jugar propio. No hay razón para re-
chazar por anticipado ningún resultado de la observación,
sea cual fuere; ¡nos da un poco de vergüenza tener que
decirlo! Algunos de esos datos de la observación cotidia-
na, antes de ser afinados por la observación científica,
han sido ya claramente enunciados por Freud. Resumo
rápidamente los puntos que nos parecen esenciales para
nuestro propósito.

96
En primer lugar, hablar del niño
UN INDivmuo es en principio hablar de un indi-
Bio-PSIQUico. viduo /;io-psiquico, y sería abe-
rrante la idea de un lactante puro
organismo, pura máquina, sobre el cual vendría a il\ier-
tarse no sé qué, un alma, un psiquismo. La observación
más simple de un recién nacido muestra comportamien-
tos que tienen un sentido y, además, comportamientos
comunicativos. Y, después de todo, ¿por qué habría de
ser de otro modo, si la psicología animal prescinde total-
mente del viejo problema del alma y del cuerpo que em-
barulla muchas cosas? Lo único que importa, para poder
hablar de individuos bio-psíquicos o somato-bio-psíquicos,
es plantear la cuestión: ¿a partir de qué momento hay
comunicación?; cuestión que se complejiza porque ense-
guida es preciso distinguir y jerarquizar los tipos de co-
municación.
Mi segundo punto, lo he explorado largamente en mi
primera parte, es que para la cría humana el problema
de abrirse al mundo es un falso
ABIERTO problema y que la única proble-
AL MUNDo.. mática será más bien cerrarse, ce-
rrar un sí-mismo, o un yo, cual-
quiera que sea por otra parte la periferia, la circunferen-
cia de ese yo; y sabemos que esta periferia está como en
múltiples diámetros, en geometría variable; por eso te-
nemos el hábito de invertir la frase de Winnicott sobre
su famosa ifirst not-me possessiorn, esta supuesta adqui-
sición por el niño de una primera posesión que no sea
yo, diciendo que el problema es, mucho más, el de la ad-
quisión de una ifirst me possession>o, la primera adquisi-
ción de un «en cuanto a sí•.
Tampoco en este punto do::ja Freud de darnos indica-
ciones, en particular en el •Proyecto de psicología•, don-
de lo que se plantea no es la cuestión de la apertura, sino
directamente la cuestión de la clausura. Recordemos que
en el •Proyecto de psicología> hay demasiada realidad per-
ceptiva; todo es realidad, y para distinguir en esta reali-
dad aquello que no lo es habría que encontrar un sedi-
cente •indicio de realidad•, un signo suplementario con
que estaría afectado el mundo •real•, a diferencia de lo
que seria el mundo de la fantasía, de lo no-real, de lo ima-
ginario. Evidentemente la cuestión es una cuestión inge-
nua, a la cual Aristóteles aportó su contradicción: si es

97
necesario un indicio para la realidad, ¿qué dará el indicio
de este indicio? Si la realidad debe estar marcada, ¡,en
qué reconoceremos esta marca?: una remisión al infini-
to. De modo que Freud no se contenta con esta idea de
un indicio de realidad, sino que finalmente la única ma-
nera con la cual el mundo subjetivo puede ser recortado
del col\iunto de la realidad perceptiva es mediante una
inhibición; es inhibiendo cierto tipo de procesos que tie-
nen su origen en el interior del sistema, es únicamente
disminuyendo su intensidad -dispositivo puramente
cuantitativo y no cualitativo- como se marca esta dis-
tinción.
Otro testimonio, siempre en Freud: lo encontramos en
el texto recientemente publicado •Panorama sobre las
neurosis de trasferencia•. Ya hemos mencionado que
Freud refiere allí explícitamente la sintomatología de la
histeria de angustia -con sus estados llamados hipnoi-
des, u oniroides, donde la distinción del sueño y la reali-
dad no está ya marcada- a una regresión a la época en
la cual la distinción preconciente/inconciente no existía
aún, tiempos anteriores al lenguaje y anteriores a lacen-
sura, porque, efectivamente, lenguaje y censura son los
que introducen la distinción entre el sistema preconciente-
conciente y el sistema inconciente. Pero, a partir de allí,
si se admite un tiempo anterior a la distinción precon-
ciente/inconciente, hay que preguntarse de qué natura-
leza es ese tiempo, y dos soluciones aparentemente sim-
ples se proponen: o bien ese tiempo es todo inconciente
o bien es todo conciente o preconciente. Que lo que está
en el origen sea inconciente, que el lactante viva en algo
que sería lo inconciente, o que será después lo inconcien-
te, que será después delimitado, circunscrito por la fa-
mosa barrera del •parque naturah, que será encerrado
en el gueto del inconciente, es evidentemente esta una
de las formulaciones freudianas de marca mayor, incluso
si se la recusa como yo lo hago. Esta idea se liga a aquella
de que, en este texto, es el lenguaje efectivamente el que
aporta la conciencia, y que antes del lenguaje habría in-
conciencia. Ello sin embargo es totalmente discutible, in-
cluso en la perspectiva freudiana, y con mucha mayor
razón se puede pensar que lo que está en el comienzo
es algo del orden de una conciencia, una presencia en
el mundo o una suerte de conciencia-preconciencia. Re-
cordemos que Freud inicialmente otorgó todo su lugar a

98
una conciencia-perceptiva primaria, como la que venimos
considerando: no verbal, a diferencia de la conciencia se-
cundaria.4
Para volver al lactante, esta interpretación, que recu-
sa la idea de una inconciencia primaria, coincide perfec-
tamente con la observación más simple e imparcial. Ar-
moniza con aquel argumento de !..agache, tan importan-
te, que recuerda que desde el nacimiento observamos una
alternancia entre presencia y no-presencia: ¿y cómo ha-
bría no presencia, o sea, dormir, si no hubiera efecti-
vamente presencia? De modo que si existe un prototipo
-en el sentido freudiano del Vorbild- de una •prime-
ra posesión-yo• (para retomar nuestra inversión de la ex-
presión d<> Winnicott), será el dormir y, tal vez, el sueño.
¿Qué es un lactante <·ntonces? Son
PRovisTo · ,.. montajes, que describen cada vez
MONHJ<S mejor la fisiología y la Etología,
REGULADoREs montajes cuya nociú11 de base,
hasta que se pruebe lo .~ontrario,
sigue siendo la homeostasis, es decir, el mantenimiento
de equilibrios o el retorno a ellos. Una homeostasis don-
de se pueden distinguir dos niveles: un nivel más direc-
tamente fisiológico, y el nivel psicofisiológico o instintual.
El primer nivel, el mantenimiento en el lactante y en el
ser humano de constantes biológicas entre las cuales co-
nocemos, como los ejemplos más simples, la constancia
de las tasas de sustancias en la sangre, gas carbónico, glu-
cosa, constancias todas reguladas por mecanismos de feed-
back bien conocidos. Simplemente, debemos recordar que
esas constantes fisiológicas son imperfectas en el lactan-
te; su estabilización completa sólo se alcanza progresiva-
mente: sabemos que un lactante puede morir de un gol-
pe de calor y que puede deshidratarse sin que uno lo ad-
vierta si no está muy atento. Y luego, en el segundo nivel,
registramos montajes que nos interesan más, aun cuando
estén conectados con los precedentes: los montajes psi-
cofisiológicos o instintuales. Porque existen efectivamente
comportamientos adaptados en el lactante, aun si no to-
do es adaptación; montajes pre-consumatorios o consu-
matorios que desembocan en la lactación, por ejemplo,
y cuyo estudio está siempre en vías de ser afinado. En
este nivel adaptativo, no podemos rehusarnos a compro-
4
Cf. supra, págs. 50 y sigs.

99
bar la existencia de esquemas perceptivo-motores que nos
permiten seguir el desarrollo de lo que hay que llamar
la atención, el hábito, la memorización, etc. Todo este
conocimiento que se afirma va tanto en contra del lac-
tante •cerrado• (iba a decir <ameba> ... pero la ameba mis-
ma no está cerrada) como contra el lactante •tabula ra-
sa• sin vectores de orientación; porque si este lactante
tiene homeostasis es porque tiene .valores•, y es muy su-
gerente describir en términos de valores vitales, siguien-
do a un Lagache, lo que se indica como aquello que per-
mite restablecer equilibrios.
Un lactante que no está cerrado
PERO SIN EMBARGO IÚ es taf:rula rasa, pero QUe Sin em-
DESADAPTADO bargo es un lactante profunda-
mente desadaptado. Se continúa
empleando, con derecho, el término de •prematuración•,
que podríamos definir así: estar enfrentado a tareas de
nivel demasiado alto para el grado de maduración psicofi-
siológica. Pero, en el caso del pequeño ser humano, hay que
distinguir dos tipos de prematuración, en la medida exacta
en que queremos distinguir bien el nivel de la autocon-
servación de aquel de lo sexual. La prematuración en el
dominio adaptativo está ligada al problema de la super-
vivencia. La prematuración en el dominio de lo sexual
es la confrontación con una sexualidad para la cual, si
retomamos esta expresión que cae baJo la pluma de Mar-
garet Mead, el niño no tiene la reacción adecuada. Es lo
que Freud llama el estado •presexual•, del cual hablare-
mos suficientemente a continuación. Pero quisiera vol-
ver a la prematuración en el dominio de la superviven-
cia. El ser humano no es el único que necesita de la ayu-
da adulta para subsistir; no hay que ver en eso el alfa
y omega de toda la explicación de la hominización; hay
otros mamíferos y, en general, muchos animales que ne-
cesitan de esta ayuda y de la educación durante un tiem-
po más o menos prolongado, aun el pajarito que es ali-
mentado en su nido, porque no todos los pichones sepa-
recen a ese polluelo que, por el contrario, picotea casi
desde el momento en que sale del huevo. Esta necesidad
de ayuda, esta ausencia de ayu-
LA .H>LFLOSIGKEIT· da, he ahí lo que Freud registra
desde el comienzo baJo el término
de Hilflosígkeit. Es difícil traducirlo, pero es bastante fácil
entenderlo; se inclina en cierto modo, en alemán, ha-

lOO
cia el lado de lo afectivo, hacia el lado del desamparo (es
asf como se lo traduce habitualmente) y, por qué no, de
la derrelicción. En Freud, tenemos que decirlo, es mu-
cho menos afectivo que en la lengua alemana en general;
connota un estado muy objetivo, y es una lástima que
no se haya encontrado un equivalente francés: ¿estado
sin ayuda, estado de desayuda, de no auxilio? En suma:
es el estado de un ser que, librado a sí mismo, es incapaz
de ayudarse por si; tiene entonces necesidad de la ayuda
ajena, lo que Freud llamafremde Hifje. A esta necesidad
de pasar por la ayuda ajena la encontramos en las prime-
ras elaboraciones del •Proyecto de psicología•. ¿Cómo el
primer aparato psíquico, cómo esa pequeña máquina hu-
mana, llama al •extraño• en su ayuda? Es sólo porque la
excitación que viene del interior desborda, por as! decir.
Por sf mismo, él es incapaz de poner en marcha los meca-
nismos que desembocan en el restablecimiento de los equi-
librios: si falta glucosa en la sangre, no queda más reme-
dio que ir a buscar un pedazo de pan, pero el pequeño
lactante no puede ir a buscar la leche; y la única manera
que tiene de llamar en su ayuda no es precisamente un
llamado, un mensaje, sino un simple indicio ot¡jetivo: el
desbordamiento del hervidor; son gritos, movimientos,
una agitación desordenada que la madre aprende rápida-
mente a reconocer como llamado de ayuda. Por critica-
ble que sea este rechazo absoluto de toda comunicación
preadaptada entre madre e hijo, ciertos apuntamientos
frlmdianos no dejan de ser muy sugestivos, este en par-
ticular: en el nivel de la autoconservación o adaptación
(empleamos los dos términos como equivalentes), la co-
municación va en el sentido infante-progenitor, mientras
que en el dominio sexual va en el sentido inverso; de mo-
do que el infante evoluciona de la adaptación a la sexua-
lidad, y Freud no vacila en decir que la madre (en su re-
lación con el hijo) pasa de la sexualidad al afecto: •El amor
de la madre por el lactante a quien ella nutre y cuida es
algo fundamentalmente diferente que su posterior afec-
ción por el niño crecido•. 5 Hay un verdadero enroque en-
tre la vía que recorre el niño y la que recorre la madre.
Decíamos hace un momento que la Hiljlosigkeit de-
be ser desintrincada de su aspecto: pánico, desamparo,

5 S. Freud, Un recu.erdo itifan.til de Leonardo da. Vinci, en OC, 11,


1979, pág. 109.

101
derrelícción. La incapacidad de ayudarse no interviene
sólo en la búsqueda de valores positivos para la subsis-
tencia: alimento, bebida, etc.; intervendrá también cuan-
do se trate de evitar los peligros, es decir, en aquello que
se llama las reacciones de miedo. Freud lo apuntó con
claridad, y es interesante ver que ha sido verificado por
la experimentación reciente. Miren a un niño, propone
en C¡mferencias de introducción a! psícoaru'ilisis: corre
sobre un muro al borde de un precipicio, juega con cu-
chillos,. se acerca al fuego, no tiene noción alguna de pe-
ligro, ningún montt\ie de reacción, ningún miedo; el niño
está exentn de miedo porque carece de montaje adapta-
tivo, de modo que aun aquí está en cierto modo hílj1,os,
y esto, se podría decir, con toda alegría; simplemente ne-
cesita de la ayuda ajena y ni siquiera se da cuenta de ello.
Y bien, esa comprobación cotidiana puede ser confirma-
da científicamente en experimentos sobre la reacción al
peligro: se puede as! comparar los comportamientos frente
al vacío del niño pequeño y de un tipo de avecilla que
anida habitualmente en los huecos de los acantilados. Bas-
ta colocar un vidrio perfectamente trasparente encima
de un agujero y poner ahí al sujeto: el bebé avanza como
sí no hubiera nada. en tanto que el pájaro rehúsa mar-
char coronando el abismo. Experiencia de observación
sencilla y que demuestra en un punto muy preciso esta
incapacidad del pequeño ser humano para ayudarse fren-
te al peligro o, aun, para percibirlo.
Esta comprobación rectora se ins-
EL GRAN ntMTE cribe en la «gran controversiaR,
soBRE que Freud designa como tal: el
LA AsGusnA gran debate que asedia toda su
m w RPAL teoría sobre la prioridad entre lo
que él llama Realangst, angustia
de lo real, y Triebangst, angustia de pulsión. Es decir:
¿qué está primero en el ser humano?, ¿una •angustia de
lo reab, es decir, un miedo (la angustia de lo real es final-
mente un miedo; sabernos que en alemán Angst engloba
a ambos) adaptado a un peligro real?, ¿o se trata de una
Angst como reacción al ataque pulsional interno, es de-
cir, una •angustia de pulsión•, una angustia que entonces
deja de ser reacción-a, secundaria de un peligro, porque
en la •angustia de pulsión• ya no hay distancia entre peli-
gro y miedo: la percepción del peligro, cuando se trata
de la pulsión. el ataque del peligro es como tal la angus-
tia? Ahora bien, Freud no cesó de vacilar entre ambas
concepciones, como lo recuerda en particular en •Pano-
rama sobre las neurosis de trasferencia•. En esta •contro-
versia• antigua, da incluso prioridad, inicialmente, y co-
mo el lado favorito del punto de vista psicoanalítico, a
la •angustia de pul•ión•, que en este caso él designa con
otro término de un sentido bastante cercano, Sehnsucht-
a.ngst, que se puede traducir por •angustia de deseo•. 6
Nuestra tendencia entonces, nuestra inclinación (la de no-
sotros, psicoanalistas), sería otorgar prioridad en el ser
humano a la angustia de deseo [désirance] sobre la an-
gustia de lo real: lo que va totalmente en el sentido de
lo que recordábamos hace un momento; esa suerte de im-
perfección en el niflo pequeño, desde el punto de vista
del peligro: nada de conocimiento innato, nada de intui-
ción instintual de los peligros.

Citemos algunos pasajes de este texto:

•A propósito de la angustia infantil, vemos ahora que


el niño, en caso de insatisfacción [es siempre el mecanis-
mo de desbordamiento por la libido], trasforma su libido
de objeto en angustia de lo real ante el extraño, pero tam-
bién es en general propenso a angustiarse ante toda no-
vedad. 7 Hemos sostenido una larga L'Ontroversia en cuan-
to a determinar si es la angustia de lo real o la angustia

f¡ [La expresión que utiliza aquí Jean Laplanche es •angoi.~ de M-


sira:rn;e.., que podría equivaler en castellano a un neologismo corno •an-
gustía de deseanría•; no es angustia producida por el deseo, sino ante
el deseo (N. de la T.).]
7 Esta teoría de la prioridad de la angustia de pulsión se pres..•nta
muy completa y desarrollada en ConJereruiás de introdw:cüJn al p.'ri-
manáli.<oU a propósito de la angustia del laetante en la oscuridad y ante
el extraño: falsamentf: uno se fía en las apariencias: ínmediatas y cree
en la angustia rnamfiesta frente a lo extrafio; en realidad, ~el desborM
damiento de angustia por pérdida deJa madre el que resultará fijado
en lo extraño. Lo que nosotros complf'tarnos, ag::r-egando al1í un punto
de vista kleiniano: rle lo extrafio ... que toma los malos aspectos
de la madre. En nuestros propios términos, decimos: el yo del nífto es
desbordado por el ataque interno de su objeto-fuente que no puede ya
simbolizar~. La angustia de lo real, del extraño que llega a la habita-
ción en lugar de la madre esperada, no es slno una fijación de esta an-
gustia de pulsión. Cf. para esto Problemáticas 1, Üt artg'U$tia, Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1988, pág.,. 73-82, y «Une métapsychologie
a l'épreuve de l'angoisse•, Psychanalyse d l'Université, voL IV, 11° 16,
1979, págs 707 ~22.

103
de deseo (désirance] lo originario, si el niño cambia su
libido en angustia de lo real porque él [la) considera de-
masiado grande, peligrosa, y llega así, de una manera ge-
neral, a la representación del peligro, o bien si cede, por
el contrario, a una ansiedad general y aprende de esta
a tener miedo también de su libido insatisfecha. Nuestra
tendencia nos inclinaba a admitir la primera [proposición],
a poner en primer plano la angustia de deseo [désiran-
ceJ ...•.s La balanza psicoanalítica se inclina entonces, in-
dudablemente, en favor de la angustia como proceso in-
temo: el yo es presa de la pulsión. Y es aqul donde Freud,
tal como el galo de la historia que arroja su espada en
la balanza, hace inclinar arbitrariamente todo, haciendo
intervenir otro real, otra .angustia de lo real•: aquella de
la •filogénesis•. •La reflexión sobre la filogénesis parece
ahora zlll\iar esta controversia en favor de la angustia de
lo real y nos lleva a admitir que una parte de los niños
trae congénitamente consigo la ansiedad del comienzo del
periodo de las glaciaciones, y es esa ansiedad la que los
mueve a tratar la libido insatisfecha como un peligro ex-
terior-.9 Una vez más, Freud recurre a un fundamento
exógeno, extrínseco al psicoa71Ó.lisi.s: aquí, el hombre del
periodo de las glaciaciones (que sucede al hombre del pa-
raíso terrenal ... ). Fundamento arbitrario que ya hemos
denunciado, pero que sin embargo no es un puro retorno
al instinto: el atavismo así adquirido no seria en nada el
aprendizaJe de tal o cual peligro preciso, que permitiera
reacciones adecuadas (como las del animal cachorro), si-
no, por el contrario, una verdadera ad.quisici6n patol6-
gica y desadaptativa: una tendencia general a la ansie-
dad, presta a aprehender •toda novedad• -incluida la apa-
rición del deseo (désirance)- como un peligro y a tratarlo
como tal.
Fue para presentar mejor a uno de los protagonistas
de la situación originaria o fundamental que debimos re-
tomar el sentido exacto de la HiiJlosigkeit, exorcizando
al pasar al fantoche de la prehistoria. El niño, aun si no
carece de ciertos montajes y aptitudes adaptativas que
comenzamos a conocer bien, permanece fundamental-

8 Frankfurt am Main: S. Flscher Verlag, 1985, pá¡¡. 38 (13); traduc-


ción francesa, Pañs: Gallimard., 1986. Aquf, traducción de Jean Laplan~
che. Entre corchetes, sus comentarios.
• /bid.

104
mente destinado (sin ningún patlws . .. ) a la Hi(flosigkeit;
debe necesariamente ser relevado por el otro, tanto para
la satisfacción de sus necesidades como para la preven-
ción de peligros, y hasta para el aprendizaje del miedo,
que en él falta; el miedo se aprende, y no esencialmente
con la experiencia: se enseña; no por tocar el fuego se
all\ia uno de él, sino porque nos han enseñado en princi-
pio a no tocarlo.

Volvamos ahora al otro protago-


EL ADULTO COMO nista, el aduUo. Sabemos que, pa-
PROTAGONISTA ra caracterizar este •mundo adul-
to•, Ferenczi habla de •lenguaje de
la pasión•, pasando así, nos parece, por el costado de la
coordenada mayor que es la del inconciente del adulto.
Freud también descuida, salvo raras excepciones, ese pro-
blema del inconciente del adulto o, más generalmente,
del otro; excepciones que, como siempre, nos ayudan, y
de las que podemos poner de relieve dos: •El tabú de la
virginidad•, donde es la percepción del deseo inconcien-
te del otro, del deseo de castración por la mujer y por
la madre, lo que está en la base del tabú de la virginidad;
otro texto es el del •Leonardo•, donde se alude muy pre-
cisamente a que la madre interviene ante su hijo con to-
dos sus deseos reprimidos.
Un adulto entonces, con esta di-
LA DlMENSION mensión del inconciente. Olvide-
'
DEL INCONCIBNTE mos por un momento toda teorfa
sobre la esencia del inconciente;
tomemos el descubrimiento psicoanalftico más acá de sus
teorizaciones, se trate de la primera tópica con la repre-
sión y el sistema Ice, o de la segunda tópica, más comple-
ja, con el ello. Aceptemos incluso provisionalmente, a los
solos f"mes de plantear esta .situación, una concepción anti-
realista del inconciente, de aquellas que hemos terudo oca-
sión muchas veces de desarrollar aunque sólo fuera para
discutirlas: la de un Politzer, la de los fenomenólogos o,
más moderno avatar, la de Schafer. Tomemos entonces
el descubrimiento psicoanalítico en su punto más demos-
trable, o tal vez más mostrable.
¿Cuál es elruvel más •mostrable• del psicoanálisis, sin
teorfa? ¿Es el sueño, .vía regia•? Releyendo Conferencias
de introducción al psicoanálisis nos sorprende que es-
tas •lecciones> no comienzan por el sueño sino por las Fehl-

105
leistungen, que hay que traducir por operaciones falli-
das, operaciones que engloban los actos fallidos pero tam-
bién otros actos, en particular las equivocaciones del len-
guaje, lapsus de la lengua o de la pluma. Freud comienza
entonces por esta operación fallida más demostrativa, más
esencial, que es el lapsus, para recordarnos que, por una
parte, la Leistung, es decir la operación misma, antes de
ser fallida, quiere comunicar algo; pero también y sobre
todo el yerro, el error, tiene un sentido y vehiculiza lo
reprimido, aunque eso reprimido pueda situarse en dife·
rentes profundidades, de las cuales Freud distingue tres
niveles según la manera en que el sujeto reacciona a la
interpretación del psicoanalista: un nivel en que desde
el comienzo el sujeto acepta el sentido que se le propone,
aun considerándolo fuera de lugar; el caso en que hay
que operar un trabajo para hacer admitir ese sentido y,
por último, el caso en que el sentido encontrado por el
psicoanalista es absolutamente rechazado por el sujeto.
Niveles que corresponden a profundidades de la repre-
sión; pero lo esencial es que se descubre un sentido que
no tiene presente el que lo comunica en el momento en
que lo comunica. Entonces, como un ser capaz de lapsus
y de operaciones fallidas es presentado el ser humano.
Y sería interesante preguntarse si el animal es capaz de
operaciones fallidas (en el sentido freudiano, por supues-
to): se sabe, se imagina, que es capaz de soñar, percibi-
mos en él reacciones que pueden aparecer como reaccio-
nes a un sueño, y sería interesante también observar a
partir de qué momento un niño puede presentar una ope-
ración fallida. La operación fallida testimonia entonces
que hay •inconciencia•, 10 hay mensajes que el sujeto re-
chaza y no puede reconocer como tales.ll
Lo originario es entonces un niño cuyos comportamien-
tos adaptativos, existentes pero imperfectos, débiles, es-
tán siempre prontos a dejarse desviar; y un adulto des-
vían te: desviante por relación a toda norma en cuanto
a la sexualidad (Freud lo demuestra ampliamente en Tres
10
O, como diña un Roy Schafer, en su cruzada terminológica con-
tra todo sustancialismo, hay •inconcientemente».
11 Si intentamos describir la situación primero sin prejuzgar sobre

la teoría del inconciente es porque esperamos reencontrar la teoría del


inconciente al final de la descripción, pero, en este caso, en un sentido
mucho más tópico y realista. Cf. más adelante: -..Posl:wriptum: la natu-
raleza del inconciente».

106
ensayos de teoría sexual) y, yo diría, desviante aun por
relación a sí mismo, en su propio clivaJe. Hay que agre-
gar aún este matiz: puesto que el niño sigue presente en
el adulto, el adulto frente al niño será particularmente
desviante, propenso a la operación fallida y hasta al sín-
toma en esta relación con ese otro él mismo, ese otro que
él mismo ha sido; el niño que tiene delante convoca a lo
infantil en él. La relación originaria se establece, por ello,
en un doble registro: una relación vital, abierta, recípro-
ca, que legítimamente se puede llamar interactiva, y una
relación en que está envuelto lo sexual, en que la inter-
acción no tiene curso porque la balanza es desigual; en
el ser humano nunca hay acción y reacción iguales, como
lo pretende la física; aquí hay un seductor y un seduci-
do; un desviador y un desviado, que es llevado fuera de
las vía.:; naturales: <~la Traviata», «la desviada•, «la desca-
rriada),l, (da seducida».

Ill. De la teoría de la seducción restrir¡gida a la teoria


de la seducción generalizada

Llegamos al centro de estos <nuevos fundamentos pa-


ra el psicoanálisis•, a la seducción conw hecho generador
rector en psicoanálisis, generador en diferentes niveles:
en el nivel primero, el de la infancia, pero generador tam-
bién en la práctica psicoanalítica. Tendremos que defi-
nirla mejor, pero un poco de historia del pensamiento
freudiano es indispensable aquí, una historia esquemáti-
ca y a grandes rasgos porque nuestro objetivo es el fun-
damento actual del psicoanálisis.

La seducción es siempre, en el pensamiento freudia-


no y en el pensamiento contemporáneo, el lazo entre una
factualidad, entre unos hechos, una realidad efectiva,
y cierta teorización ligada a estos hechos; una y otra, por
lo demás, están íntimamente intrincadas tanto en sus pro-
gresos como en sus borramientos. Proponemos un cua-
dro para que se entienda.
La columna del medio, en cierto
SITUAR A FREuu modo, es todo Freud, y es eviden-
temente un poco osado situar to-
do el pensamiento de Freud bajo el capítulo de la repre-

107
21 de setiembre de 1897 1964-1967
FACTUAUDAD

Seducción infantil Seducción precoz Seducción originaria

TEORIA

Thoria de la seducción restringida: Represión de la te<>ria, con estallido: Tearia de la seduccUin generali>uda:

Aspecto temporal Permanece aislado (el apres-coup) Aspecto temporal


Aspecto tópico Evoluciona separadamente (las tópicas) Aspecto tópico
Aspecto lenguo,jero, traductivo Desapareee Aspecto lenguo,jero (rnetábola)
Plegamiento y confusión de los planos
(autoconservación y sexualidad)

Fonnaciones sustitutivas:
biologismo de la pulsión
{ filogénesis de las fantasías

Teoría de la cura (dominación Teoría de la cura Teorla de la cura


completa de lo inconciente por (la trasferencia como ilusión) (trascendencia de la trasferencia)
lo conciente)
sión; pero los constreñimientos de la represión no impi-
den que eso exista [n'empiichentpas d'exister] ni tampo-
co que progrese. Aprovecho la ocasión de lo que es, a
pesar de todo, una apreciación negativa, para precisar
lo siguiente: en el abordaje de un gran autor (no sólo de
Freud) cuyo pensamiento -y aun cuya descendencia-
seguirnos, dos tendencias alternantes dividen a cada uno
de nosotros. O bien situar a ese autor en su lugar, y sólo
en su lugar, lo que en cierto modo es hacerle justicia, pe-
ro también il\iusticia porque en definitiva se lo fija un
poco en lo que dijo; la otra tendencia es llevarlo hacia
adelante a partir de los elementos más avanzados, o que
uno considera más avanzados, de su pensamiento. Esta
segunda actitud es generalmente la mía: casi siempre,
cuando comento a Freud, lo tomo en lo mejor de él para
intentar hacerlo inspirarme. Pero por eso mismo consi-
dero, a la inversa, justificado, hasta indispensable, fijar-
lo de tiempo en tiempo en un movimiento que es el suyo,
y que él efectivamente quiso tal, porque, después de to-
do, fue sin duda él mismo quien reivindicó su abandono
de la teoría de la seducción.
Este cuadro que trazamos nos evita comentarlo total-
mente puesto que la parte central, aquella que intitula·
mos represión de la teoría, ha sido en considerable medi-
da la materia de nuestra primera parte •Catártica•. Vol·
veremos ahora, sin pretender hacer trab¡ijo de histortador,
sobre el primer panel del tríptico, es decir lo que llama-
mos teoría de la seducción restringida, para seguir luego
el movimiento que hace pasar de la seducción infantil a
la seducción precoz y a la seducción originaria, es decir
a la lfnea de la factualidad, y desarrollar por último la
parte derecha que me parece es el aporte presente.

La teariajreudiana de la seducción restringida: fuerza


y debilidad de la teoría de la seducción restringida. Esta
fuerza y esta debilidad residen en una prieta trama entre
la !actualidad de la seducción y las complejidades de
la teoría: en este tejido, si algunos
LA sEnuccroN puntos se sueltan, todo puede
INFANTIL: ESCENAS reSUltar deshechO. La llfactuali-
DE EXPERIENCIA dad• propiamente registrada en esta
SEXUAL PREMATURA épOCa e5 lo QUe llamo «sedUCCiÓn
infantU•; esta se concreta en •es-
cenas• que pueden ser; gracias al método analítico, reen-

109
~ontradas, reconstruidas, remPmoradas. Pero, como sa-
bemos, Freud no se priva, ni en este período ni después,
de confirmar la rememoración intra-analítica por infor-
maciones extraídas del ambiente, y a veces lleva a cabo
una verdadera investigación objetiva. Todos los escritos
freudianos de esa época están repletos de ejemplos de
esos acontecimientos llamados de aexperiencia sexual pre-
matura"12 en que un niño más o menos pequeño es en-
frentado, pasivamente, a una irrupción de la sexualidad
adulta. El niño en cuestión, en esta seducción que defi-
nimos como «infantil», está siempre en un estado llamado
de inmadurez, de incapacidad, de insuficiencia por rela-
ción a lo que le sobreviene. En algunos de sus textos,
Freud hace remontar estos recuerdos hasta el segundo
año, 13 pero la cuestión no es de pura cronología sino, ante
todo, de desfas¡ije [décalage]. Se trata de un desfasaje que
es el terreno mL~mo del traumatismo. Se puede esbozar
la comparación con la neurosis traumática del adulto, don-
de lo esencial del traumatismo se debe al carácter fortui-
to del accidente; por lo tanto, al hecho de que el sujeto
no estaba preparado: y bien, esa impreparación del niño
es fundamentalmente sinónima de su Hilflosigkeit, o aun,
corno expresa aquí Freud, de cierto estado infantil tanto
de las funciones psíquicas como del sistema sexual. Lo
que adviene, el accidente, el acontecimiento, aparece, lo
mismo que en el caso de la neurosis traumática adulta,
como algo arbitrario. La inmadurez, o aun, para citar a
Freud, •la impotencia sexual inherente a los niños- 14 de-
mandará, naturalmente, ser evaluada con respecto a una
suerte de escala de desarrollo que supone etapas separa-
das por umbrales; niveles de reacción somática, niveles
de reacción afectiva y niveles de comprensión psíquica
o intelectual o fantasrnática: todo esto es una misma co-
sa. Es en su totalidad psico-somato-afectiva como el niño
puede o· no integrar adecuadamente lo que le adviene.
Lo que juega como modelo de estos umbrales, el umbral
rector, es el umbral de la pubertad; por lo tanto, una eta-
pa tardía por relación a lo que será descrito después en
psicoanálisis, pero que prefigura justamente otros umbra-
les y, evidentemente, la ulterior noción de estadio. Por

12
S. Freud, «La etiólogfa de la histeria•, en OC, 3, 1981, pág. 202.
1' /bid., pág. 211.
14 /bid.

110
tanto, lo .. presexual» de que se trata es un «pre-», un «an-
tes)) tanto absoluto como relativo: lo que viene «antes• de
cierto tipo de comprensión posible; y existen diversos
;;presexuales» posibles, que corresponden a las diferentes
etapas de la evolución infantil.
El segundo elemento esencial de
SIEMPRE EL ADULTo estas escenas es que el partenai-
Y PERVERso re obligatorio de la seducción es
el adulto. Es capital ver cómo
Freud trata aquellos casos, aparente excepción a esta re-
gla, en que la escena sexual rememorada se produce en-
tre dos niños o entre dos adolescentes. Regularmente, de-
trás de esas escenas entre niños, Freud pretende remon-
tarse a escenas más arcaicas en que uno de los dos niños
(y a veces ambos) ha sido sometido a la •infección• (es
este el término que emplea) por el adulto: 15 •Toda vez
que la relación se juega entre dos niños, el carácter de
las escenas sexuales sigue siendo empero repelente, da-
do que toda relación infantil postula una seducción pre-
via de uno de los niños por un adulto•.l6
El adulto, sin embargo, no es cualquier adulto: es un
adulto perverso. Esto tomado en sentido estricto, en el
doble sentido que van a acreditar Tres ensayos de teoría
sexual, es decir: desviante en cuanto al objeto y desvian-
te en cuanto a la meta. Desviante en cuanto al objeto por-
que justamente es paidófilo y aun incestuoso, y desvian-
te en cuanto a la meta: •No se puede esperar de personas
q1:1e no tienen ningún escrúpulo en satisfacer sus necesi-
dades sexuales con los niños que se preocupen por mati-
ces en la manera de obtener esta satisfacción•. 17 Todo
el pasaje del cual ha sido extraída esta cita describe, de
una manera que no desautorizaría un Nabokov, el carác-
ter ~~.grotesco~~, «repelenten, •<incongruente~> y «trágico• de
esas relaciones sexuales en una •pareja desigualmente pro-
vista•. Freud, hasta el renegamiento en bloque de su teo-
ría (setiembre de 1897), no se retractará de este carácter
perverso de aquel a quien llama, de manera esquemáti-
ca, el «padre de la histérica". Las escenas incriminadas
son definidas abiertamente como patológicas, y este su

15
/bid., pág. 208. A veces emplea el término Uebertragung, que sig-
nifica trasmisión y trasferencia.
16 !bid., pág. 213. Las bastardillas son de Jean Laplanche.
17 /bid.

111
carácter patol6gico no dejará de contribuir a las impas-
ses en que entrará la reflexión freudiana. En otros térmi-
nos, si hemos invocado los Tres ensayos, no olvidemos
que Freud aún no las tiene en vista en esa época: sola-
mente los Tres ensayos pondrán en su lugar la noción de
perversión porque demostrarán que el conjunto de la se-
xualidad se desarrolla, si no bajo el título de la perver-
sión clínica, al menos bajo el signo de la ausencia de me-
ta y de objeto preestablecidos, es decir, en una errancia
que sólo al final desembocará en la sexualidad llamada
genital. Precariedad e intercambiabilidad de metas, ex-
trañeza e inaccesibilidad del objeto •perdido•: he ahí el
tema mismo de los Tres ensayos. Pero desdichadamente
(la historia del pensamiento está hecha así) el •padre de
la histérica. no se beneficia de esta perspectiva que lo
hubiera resituado en la generalidad del desarrollo hu-
mano.
•Uno o varios acontecimientos,.,
ENCADENAMIENTO declara Freud; pero prácticamen-
DE LAS ESCENAS te todos sus ejemplos clínicos po-
nen en relación varios aconteci-
mientos, varias escenas que se sitúan en perspectiva unas
respecto de las otras, se suceden en el tiempo, pero, so-
bre todo, se simbolizan las unas a las otras. En esta ínter-
simbolización de las escenas dilucidamos desde luego, a
primera vista, un aspecto globalmente analógico: las se-
cuencias escénicas se pueden parecer, se pueden convo-
car entre ellas; pero es capital ver que, más allá de esta
analogía global, lo que se dibuja entre las escenas es un
metabolismo más complejo, elemento por elemento, exac-
tamente del tipo de aquel que Freud pondrá en eviden-
cia, por ejemplo, entre el sueño y sus pensamientos la-
tentes; eventualmente, entre el sueño y una escena vivi-
da la víspera. El esquema dibujado materialmente en el
•Proyecto de psicologia• a propósito del caso Emma es del
mismo tipo que los esquemas propuestos para el sueño.
Desde luego, como en el caso del sueño, analogias globa-
les son posibles, pero lo esencial son relaciones punto por
punto, extremadamente complejas, hechas de contigüi-
dad, de similitud y de diferencia, que se entrecruzan unas
con otras.
Detrás de una escena se insinúa entonces otra, que
deja presentir una tercera, estimulando la •pulsión del in-
vestigador• que anima a Freud. Helo ahí remitido de es-

112
\
cena en escena hasta una improbable escena primera, ver-
ttaderamente originaria; y es esta improbabilidad o ausen-
cia absoluta de la Escena que por fin proveyera la clave
de todo el resto la que valdrá como argumento cuando
la crisis de 1897. Conformémonos, por el momento, con
apuntar la aparente aporía de la remisión indefinida de
una escena a otra, en una relación de simbolización sin
fin: ává-yxJ1 urqvcn.
El último carácter de esta factua-
PASIVIDAD lidad de la seducción infantil será
ESENCIAL el más esencial porque define a la
DEL NIÑo seducción misma: se trata de la re-
lación de pasividad, la pasividad
del niño por relación al adulto. Es el adulto el que toma
la iniciativa en las escenas que describe Freud, él hace
las insinuaciones por palabras o por gestos: la seducción
es descrita como agresión, irrupción, intrusión, violen-
cia. Pero esta afirmación de conjunto de la actividad adul-
ta y de la pasividad infantil debe ser matizada de varias
maneras y precisamente en función del encadenamiento
temporal de las escenas. Primer matiz (todos ellos van
en el mismo sentido) capital es que Freud opone a la his-
teria, en que la pasividad del niño seria desde el comien-
zo evidente en los recuerdos, la etiología de la neurosis
de compulsión (o neurosis obsesiva), donde •Ya no se tra-
ta de una pasividad sexual sino de agresión practicada
con placer, de una participación experimentada con pla-
cer, en actos sexuales; vale decir, se trata de una activi-
dad sexual• .lB Si nos quedáramos allí, la teoría de la se-
ducción no sería válida más que para la histeria, en con-
tradicción con la neurosis de compulsión que se fundaría
en escenas de actividad por parte del niño. En realidad
la oposición se resuelve rápidamente, no se trata más que
de una falsa simetría para Freud: pasividad y actividad
infantil no se reparten el juego por partes iguales entre
las dos grandes neurosis, porque la actividad encontrada
en la infancia del obsesivo se esboza siempre sobre el fon-
do de una experiencia más antigua y pasiva. Cuando uno
se remonta de la escena activa puesta en primer plano
(corresponde decirlo) por el obsesivo, reencuentra la es·
cena de pasividad que la funda: «He encontrado en todos

18 S. Freud, •Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de de-

fensa•, en OC, 3, 1981, pág. 169.

113
mis casos de compulsión un sustrato de síntomas histé-
ricos, dejándose estos remitir a una escena de pasivi-
dad sexual que habla precedido a la acción generadora de
placer._l 9
Vayamos más lejos aún en este encadenamiento de es-
cenas porque la preeminencia que cobra la actividad so-
bre la pasividad, a medida que se avanza en el tiempo,
no es sólo patrimonio del obsesivo. En más de un recuer-
do en que el sujeto pretende haber sido seducido pasiva-
mente se puede mostrar que hay, de su parte, una pro-
vocación. ¿Quién seduce a quién? Ello no es tan eviden-
te, y la pregunta corre el riesgo de perderse en los
meandros de interacciones recíprocas, incluso en espejo.
Y, después de todo, ¿acaso el principal argumento que
se opondrá a la teoría de la seducción no será que se tra-
ta de fantasías forjadas por el niño para enmascarar sus
propios deseos edípicos, por lo tanto, sus propias pulsio-
nes activas? Pero en el pensamiento de Freud, al menos
en esta época, todo se aclara de otro modo: las repeticio-
nes activas de escenas están efectivamente bien registra-
das, pero ellas son siempre secundarias respecto de una
experiencia en la cual domina el carácter fortuito, ines-
perado; por lo tanto, nuevamente, el aspecto traumati-
zante y la pasividad. Para re~omar nuestra comparación
con la neurosis traumática adulta, así como el sujeto aque-
jado de neurosis de accidente repite después en sus sue-
ños el traumatismo, el niño 1 en la concepción de la se-
ducción, es llevado a repetir activamente las escenas, a
volver incluso sobre los lugares concretos del primer ul-
traje, como se ve en el caso Emma del •Proyecto de psi-
cología». 20 Más se avanza en el tiempo, más el sujeto es
activo y más vuelve sobre los mismos lugares, físicos o
psíquicos, para revivir, reelaborar el traumatismo.

Esta descripción de las escenas de seducción infantil


se abre ya, como vemos, sobre lo que se llama teoría de
la seducción, y que yo caracterizo como teoría restringi-
da. Esta se desarrollará en tres registros: temporal, tópi-
co y «traductivo», que aquí sólo evoco brevemente. Son
registros complementarios.

tQlbid.
20 En OC, 1, 1982, págs. 400-3 y cf. en particular Jean Laplanche,
Vida y muerte en psicoanálisis, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1973.

111
El aspecto temporal de la teoría de
LA TEORik la seducción ha permanecido -al
ASPECTo TEMPORAL, menos lo esperamos- como una
EL APRis-couP adquisición del psicoanálisis: se
trata de la teoría llamada del apres-
coup, del traumatismo en dos tiempos. Esta teoría postu-
la que nada se inscribe en el inconciente humano si no
media la relación de por lo menos dos acontecimientos,
separados uno del otro en el tiempo por un momento de
mutación que permite al sujeto reaccionar diversamente
que ante la primera experiencia o, más bien, reaccionar
diversamente, al recuerdo de la primera experiencia, de
la reacción que tuvo en la experiencia misma. El primer
tiempo es llamado por Freud tiempo del espanto (Schreck)
o de la neurosis de espanto: enfrenta al sujeto, no prepa-
rado, con esta acción sexual altamente significativa, pe-
ro cuya significación no puede ser asimilada. D<\iado en
espera, el recuerdo no es en sí mismo patógeno ni trau-
matizante. Sólo deviene tal por su revivencia con oca-
sión de una segunda escena que entra en resonancia aso-
ciativa con la primera. Pero, a causa de las posibilidades
nuevas de reacción del sujeto, el recuerdo mismo, y no
la nueva escena, funcionará como fuente de energía trau-
matizante, como fuente auto-traumatizante. De modo que
esta teoría en dos tiempos muestra que todo traumatis-
mo tiene acción patógena sólo porque deviene auto-
traumático.
Este tiempo auto-traumático no encuentra su salida
en una liquidación o una elaboración normal sino en una
•defensa patológica• (llamada •represión•, lo que en esa
época es para Freud lo mismo), y esto por razones que
obedecen al segundo a.specto, tópico, del proceso. La tó-
pica es aquí el terreno para una
AsPECTo TOPico verdadera estrategia, en el senti~
do militar del término, con movi-
mientos de ataque y de contra-ataque. El individuo es
víctima de dos tipos de desamparo, desarreglo o desar-
me, frente a esta secuencia de acontecimientos: en el mo-
mento del primer ataque, el ataque externo proveniente
del adulto, la primera escena sexual, carece de los me-
dios de defensa adecuados, no tiene las armas, el respon-
diente, y como máximo puede bloquear al enemigo in si-
tu, enquistar el recuerdo, pero no reprimirlo. En el se-
gundo tiempo, por el contrario, tiene sin duda los medios

115
para hacer frente, es decir, para comprender Jo que ocu-
rre, pero es flanqueado, en una verdadera guerra estra-
tégica, agredido por su frente desarmado, es decir, des-
de el interior: atacado por un recuerdo y no por un acon-
tecimiento. Evidentemente entre ambos hay que hacer
intervenir -lo que Freud no opera todavía sino de una
manera sumaria, pero clara- la aparición del yo; porque
esta manera de quedar flanqueado del lado de la barrera
interna sólo se concibe a partir del momento en que el
sujeto totalidad, el individuo totalidad, resulta vicariado
por su yo naciente: no existe otro para-estimulo interno
que el del yo.
Advertimos cuán genial es esta teorfa que hace caso
omiso de todas las dosificaciones que se intentará descri-
bir después, entre factores exógenos y factores endóge-
nos. Aquí todo es exógeno y, al mismo tiempo, todo es
endógeno porque toda la eficacia viene del tiempo de
reactivación endógena de un recuerdo que por su parte
proviene, evidentemente, del acontecimiento exterior
real. Pero este aspecto tópico, única solución metapsi-
cológica radical a las interminables cuestior!es metafí-
sicas sobre lo exterior y lo interior, sólo podrá ser verda-
deramente fundado por un desarrollo de la teoría del yo
y de sus periferias, que aquí no está presente salvo en
puntillado.
Por último, junto a estos puntos de vista temporal y
tópico, la teoría de la seducción se desarrolla en un pla-
no que distinguimos cuidadosamente del lingüístico: el
plano Jenguajero y traductivo.
AsPECTO LENGUAJERO, Desde Juego que es sólo uno de Jos
TRADucTJvo momentos del pensamiento freu-
diano, y aun de los momentos no
publicados por él; en efecto: se trata, en lo esencial, de
la carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896, que sitúa
la sucesión de las escenas y que asimila sus recíprocas
relaciones a una reinscripción y a una traducción; que
sitúa la represión en la barrera que separa dos épocas psf-
quicas y la asimila a una omisión parcial de traducción.
Muchos puntos quedan todavía en puntillado, en esta car-
ta 52, en particular la naturaleza de una primera inscrip-
ción, en el pequeño ser humano, de un •signo• o •indicio
de percepción-. 21
21 Cf. infra, págs. 132 y sig.

116
En resumen, esta teoría freudia-
FuERZA y na anterior a setiembre de 1897,
APERTURAs •teoría de la seducción restringi-
DE LA TEORIA da•, presenta a la vez una gran
fuerza y puntos débiles. Su fuer-
za reside en la trama prieta que liga la teoría con los da-
tos de la experiencia anaHtica: es una teoría estrechamen-
te intrincada en la experiencia. Ella reside en la puesta
en juego, ya rigurosa y para lo sucesivo insuperable, de
los tres factores de la racionalidad analítica: la tempora-
lidad del apres-cmLp, la tópica del sujeto y los lazos tra-
ductivos o interpretativos entre las secuencias escénicas
o las escenas. Ella reside en la capacidad explicativa del
modelo, ampliamente susceptible de trasposición y exten-
sión, al menos en el campo de la psicopatologla. Reside
en la capacidad evolutiva del modelo, lo que hemos de-
signado al pasar como •puntillados• para futuros desarro-
llos: puntillados del yo, puntillados de la teoría traductiva.
Los puntos débiles, a la Inversa,
PuNTos DEBILES: son aquellos en los cuales una teo-
RESTRiccroN A Lo ría •restringida• corre el riesgo de
PstcoPAToLOGrco bloquearse en una concepción res-
trictiva. Podemos descubrir varios
de estos puntos, destinados a una fractura y que se que-
bmrán efectivamente en el momento de la revisión des-
garradora del 21 de setiembre de 1897. Del lado de las
escenas, en primer lugar, tenemos la esencia delfenáme-
oo seductivo, que no es objeto de cuestionamiento: la con-
cepción de Freud se mantiene aquf en el nivel de la psi-
copatologfa más manifiesta, es decir, las relaciones per-
versas, en el sentido cllnico del término, entre un adulto
y un niño- Dada entonces esta concepción clínica de la
relación perversa, en el sentido de la perversión psicopa-
tológica, Freud se verá llevado a Interrogarse, con dere-
cho se podría decir, en términos estadisticos: encontra-
mos, en la clínica, muchas histéricas; para hacer una his-
térica hace falta un padre perverso; ahora bien, por otra
parte, no basta con un padre perverso para hacer una
histérica, sino que son necesarios además otros factores:
por lo tanto, para que se produjera estadfsticamente una
histeria, tendrfamos que poder encontrar 2, 3, n padres
perversos. De este cuestionamiento de sesgo simplista no
escapamos si nos atenemos al aspecto psicopatológico de
los hechos de seducción y de la •perversión• patema.

117
Del mismo modo, y más profunda-
!LusroN mente, siempre a propósito de los
APOFANTICA hechos de seducción, es el tipo
de factualidad en cuestión o, más
exactamente, el modo de la realidad buscada en la inves-
tigación analítica lo que es mal apreciado: si la investiga-
ción analítica interpreta una escena por otra, si las esce-
nas se traducen las unas en las otras y si no hay más sen-
tido por buscar que aquel que entregaría una primera
escena, que, ella, sería apofántica, en el sentido mismo
de los Misterios, es bien evidente que nunca se llegará
a esa escena oculta, totalmente reveladora, que encerra-
ra en ella misma todo su sentido sin remitir ya a otra co-
sa; de modo que la búsqueda de una primera escena que
proporcionara todo el sentido de la secuencia no puede
ser sino infinita y decepcionante. Lo que está en cues-
tión, entonces, es aquello mismo que ha de ser pesquisa-
do por la investigación analitica. 22
Del lado de la teoría, ahora, y no
Lo REPRIMIDo sólo de la factualidad, la misma n-
ORIGINARIO No gidez aparente; el modelo expues-
Es PRESF.NTmo to, por coherente que sea, lleva
el propósito de dar razón de la psi-
copatología, y sólo de ella. Defensa patológica, represión
e inconciente pertenecen al mismo coJ\iunto, un conjun-
to que, en sentido inverso, la cura se propondría desha-
cer: a todo esto el inconciente es concebido como psico-
patológico y como reductible por medio de psicoanálisis.
La idea de un inconciente .-normal», irreductible no obs-
tante lo que se le pudiera conquistar, la postulación de
una represión originaria que la propia teoría de la seduc-
ción explicara, todo ello está aún fuera de alcance. De
modo que la loca esperanza de un •éxito total>, del des-
cubrimiento del •secreto del episodio de juventud• o, aun,
de uná •dominación completa de Jo inconciente por lo con-
dente•, 23 desemboca necesariamente en la decepción: pe-
ro esta culmina, sin apelación, en hacer volar la teoría

22 Esta cuestión de la remisión al infinito de la cura analítica no es


zanjada ni por una posición -realista. ni por la Investigación del fantas-
ma. En ambos casos~ ante una revelación que se pretenderla conclu-
yente (•he aquí por qué su hija es muda.), el analizado tiene el derecho
de decir, de decirse: ¿Y entonces?
23
Carta a Fliess del 21 de setiembre de 1897.

118
en pedazos, cuando la relación de la teoría y los hechos
habría podido ser radicalmente renovada por su profun-
dización col\iunta. Porque sólo se había buscado un as-
pecto parcial y restrictivo de la factualidad para recha-
zar una teoría ella misma demasiado restringida, siendo
que la discusión de 1897 puede desembocar en una re-
modelación dialéctica, en una doble generalización, co-
mo aquellas que en general observamos en la historia de
las ciencias.

El período de represwn

Me encamino hacia lo que llamo •teoría de la seduc-


ción generalizada•, programa que sitúo en el periodo con-
temporáneo exactamente, a partir de 1964-1967. Pero no
puedo omitir el período intermedio; es que se trata de
un período de setenta años, que cubre la casi totalidad
de la invención del psicoanálilsis. Lo caracterizo como un
período de represión en la medida en que se pueda apli-
car este término de represión a un pensamiento, en par-
ticular al de Freud. Una caracterización tal puede tener
un valor al menos descriptivo cuando se trata del pensa-
miento de un solo hombre, que es verdaderamente el crea-
dor del pensamiento analítico. Yo no diría que en los otros
autores, discípulos o herederos, haya represión, sino una
especie de silencio, de olvido, o de censura, inducidos por
las opciones del maestro. Esto con la excepción de Fe·
renczi, sobre el cual tendremos ocasión de volver. Si con·
su! tamos el Indice de los escrilos psicoanalíticos de Grin-
stein, que cubre exactamente este período, hasta 1969,
se nos remite, para la entrada «seducción~, en total a cua-
tro artículos de autores ilustremente desconocidos y pu-
blicados en revistas no psicoanalíticas. Uno ele ellos, que
sería interesante exhumar, se intitula •"La teoría de la
seducción" de Freud: una reconstrucción .. y apareció en
un periódico, al menos, especializado: el JourrUJl d 'His-
toire des Sciences du Camportement. 24 Los otros, desde
sus títulos mismos, pueden ser considerados de pura cu-
riosidad psicopatológica porque tratan sobre cuestiones
muy particulares, como la seducción de niños por emplea-

24 A. Schusdck, «Freud's "reduction theory": a reconstruction•, J.


Hist. Behav. Sci., vol. 2, 1966, págs. 159-66.

119
dos domésticos o la influencia de la seducción en la cri-
minalidad. 25
En Frcud mismo, después de
DisLOCACION 1897, la teoría de la seducción su-
DE LA TEORJA fre un verdadero cataclismo; este
cataclismo comienza por fragmen-
tar, dislocar, tachar, para reprimir enseguida y elaborar
luego, de manera secundaría, los elementos restantes des-
figurándolos. Es aquello de lo cual proponemos el esque-
ma en la parte central de nuestro cuadro. Cada uno de
los elementos de la teoría seductiva sufre entonces una
suerte diferente, evoluciona por sí mismo, buscando even-
tualmente otro contexto. Es así como el aspecto designa-
do •temporal• de la teoría, el aspecto del apres-wup, con-
tinúa siendo una línea importante, incluso directriz del
pensamiento psicoanalítico, aunque a pesar de ello haya
sido necesario que esta dimensión capital fuera ella mis-
ma exhumada, por Jacques Lacan y a continuación de
él. El a~-coup, si se quiere leer bien a Freud aun sin
Lacan, esto Nachtriiglich, es una categoría freudiana que
sigue siendo importante, en particular en un texto como
el referido al Hombre de los Lobos, donde es incluso cen-
tral. Pero con la objeción y la tentación propuesta por
Jung de preguntarse si finalmente el a¡rr8s-coup no es pu-
ra y simplemente reductible a una retro-actividad. Lo re-
troactivo, lo que Jung l!amaZurüclifantasieren, consiste
simplemente en fabricarse un pasado a la medida del pre-
sente, eventualmente para engañarse y evitar enfrentar
las dificultades presentes, en tanto que Freudmantiene
firmemente la tensión entre la escena más antigua y la
secuencia escénica más reciente. Sin embargo, Freud se
libra mal de la objeción junguiana según la cual la escena
más antigua es sólo del orden de lo imaginario, recons-
truida ulteriormente; para librarse, no puede hacer otra
cosa que postular una realidad aún más antigua, que en
este caso nos lleva más allá de los limites de la existencia
individual. A este movimiento de Freud, Pontalis y yo
26 M. Kossak, •Sexuelle Verführung der Kinder durch Diensboten•

(Seducción sexual de niños por servidumbre), Sexual Problem, enero


de 1913; B. E. Schwarz y B. A. Ruggierl, •Morbid parent-child in delin-
quency. (Pasiones mórbidas progenitor-hijo en la delincuencia), Social
Therapy, vol. 3, n° 180, 1975, y cSadism, seduction and sexual dévia-
tion• (Sadismo, seducción y desviación sexual), Medical Times, vol. 87,
1959, págs. 216-24.

120
mismo lo hemos ampliamente descrito en el texto sobre
los •fantasmas originarios•,26 un texto que data de 1964
y que marca la reaparición, en el análisis, de la teoría y
de la noción misma de seducción. Pero, remitiendo el
apros-ooup a la teoría de los fantasmas originarios, y es-
tos a escenas realmente vividas en la fllogénesis, Freud
tenia que introducir un vicio fundamental en la noción
tan innovadora del a¡rres-coup. 27
En lo que concierne a los aspectos tópicos de la teo-
rfa, si entendemos este término en el sentido más am-
plio, que hace interverúr las nociones de interno y de ex-
terno en el conflicto ps!quico, las cosas van también aqui
a derivar peligrosamente. La noción de ataque interno,
aquella que estaba ligada al cuerpo extraño interno, no
es cuestionada, pero es la fantasía la que va a tomar el
lugar de esta realidad psíquica última. Ahora bien, la
fantasia, reducida a si misma, se disuelve demasiado fá-
cilmente en el humo de lo imaginario. También en este
caso es ineluctable para Freud buscar el terreno de una
realidad más •objetiva•: inevitablemente la fantasia mis-
ma debe encontrar su origen en la pulsión, y la pulsióp
en lo biológico. Cualesquiera que sean las relaciones lla-
madas de •representancia• (Reprdsentanz), que aseguran,
para Freud, la mediación, el movimiento va siempre en
el sentido siguiente: excitaciones somáticas - pulsión -
fantasia. Aun el modelo llamado del apuntalamiento, si
es concebido como una emergencia, va finalmente en ese
sentido, aquel que asimila el empuje proveniente de lo
•interno• a un movimiento de lo somático hacia lo psíqui-
co; con las críticas a que se presta esta oposición. Mien-
tras que en plena teoría de la seducción (carta del 2 de
mayo de 1897) la serie causal se establecía de modo to-
talmente diferente: llevaba desde lo más profundo, los
recuerdos de las escenas, hasta lo más actuali2ado, los
Impulse, verdaderos precursores de las pulsiones (Trie-
be) en el pensamiento freudiano. Una vía directa y una

26 J. Laplanche y J. -B. Pontalis, Fantasme originaire, jantasme dss


Cfrigi:rUJS, origines dufantasrne, París: Hachette, 1985; edición revisa-
da de una primera publicación en Les Temps Modernes, n° 215, 1964,
págo. 1133-68. (Ed. en castellano en E! inconci.ente frewjiaoo y el psi·
ooa:ndl:isisfrancw!s contemportf:neo, Buenos Aires: Nueva Visión, 1969,
págo. 103-43 (N. de la T.).]
27 Cf. nuestra critica supra, •Lo filogenético», págs. 38-45.

121
ción no sólo no ha sido abandonada por completo, sino
que- ella recorre su camino, en una profundización que
desde lo anecdótico de nuestras escenas •a la Nabokov..
avanza hacia lo esencial. Citemos uno de los pasajes ca-
nónicos, que se sitúa bastante tardíamente, en las Nue-
vas conferencias: •Aquí la fantasía toca el terreno de la
realidad efectiva, pues fue efectivamente la madre quien,
en la realización de los cuidados corporales, provocó ne-
cesariamente y tal vez incluso despertó por primera vez
sensaciones de placer en el órgano gerutaJ.. 28 Se trata allí
de un paso capital, en una vía que nos hace remontar
no sólo en el tiempo, porque son los primeros meses los
que están en juego, sino en la categoría de realidad, don-
de hay que situar los hechos de seducción. Porque no se
trata exactamente aquí de Realitiit, término que designa
la realidad en sus aspectos más aconteciales, sino de efec-
tividad ( Wirklichkeit), realidad efectiva, categoría que
nos lleva más allá de la contingencia y de la peripecia;
lo que atestigua aún el •musste•: la madre 1W pudo me-
nos que despertar; este despertar por la madre es ineluc-
table, está inscrito en la situación misma y no depende
de tal o cual contingencia. En cambio, Freud peca por
defecto en la valorización de este segundo nivel de la se-
ducción. Omite analizar lo que constituye esta universa-
lidad y esta ineluctabilidad que la caracterizan como un
dato humano fundamental. Omite extender la seducción
precoz a la sexualidad en general, limitando su acción al
despertar de sensaciones •en el órgano genital•, sin ob-
servar que este despertar existe también en el nivel del
conjunto de la erogenidad del cuerpo y, en particular, en
la erogenidad anal y oral. Omite poner en juego el incon-
ciente de la madre, lo que sólo ocurre, por otra parte,
en el conjunto de su obra, en muy raros puntos. 29 Y por
último, sobre todo, omite resituar esta seducción precoz
en el conjunto teórico que le conferiría todo su valor, pe-
ro que, precisamente, se ha perdido por completo: por-
que es artificial distinguir, como lo hacemos por comodi-
dad, la línea de la !actualidad y aquella de la teoría: una
teoría de la seducción generalizada sólo puede desarro-
llarse si se ciñe con precisión la efectividad de lo que lla-

Zt< S. Freud, Nuevas conferencias de introd-ucción al psicoanálisis,


í'n or. 22, 1979, pág. 112.
29 Cf. supra, pág. !Oh.

123
ción no sólo no ha sido abandonada por completo, sino
que- ella recorre su camino, en una profundización que
desde lo anecdótico de nuestras escenas •a la Nabokov..
avanza hacia lo esencial. Citemos uno de los pasajes ca-
nónicos, que se sitúa bastante tardíamente, en las Nue-
vas conferencias: •Aquí la fantasía toca el terreno de la
realidad efectiva, pues fue efectivamente la madre quien,
en la realización de los cuidados corporales, provocó ne-
cesariamente y tal vez incluso despertó por primera vez
sensaciones de placer en el órgano gerutaJ.. 28 Se trata allí
de un paso capital, en una vía que nos hace remontar
no sólo en el tiempo, porque son los primeros meses los
que están en juego, sino en la categoría de realidad, don-
de hay que situar los hechos de seducción. Porque no se
trata exactamente aquí de Realitiit, término que designa
la realidad en sus aspectos más aconteciales, sino de efec-
tividad ( Wirklichkeit), realidad efectiva, categoría que
nos lleva más allá de la contingencia y de la peripecia;
lo que atestigua aún el •musste•: la madre 1W pudo me-
nos que despertar; este despertar por la madre es ineluc-
table, está inscrito en la situación misma y no depende
de tal o cual contingencia. En cambio, Freud peca por
defecto en la valorización de este segundo nivel de la se-
ducción. Omite analizar lo que constituye esta universa-
lidad y esta ineluctabilidad que la caracterizan como un
dato humano fundamental. Omite extender la seducción
precoz a la sexualidad en general, limitando su acción al
despertar de sensaciones •en el órgano genital•, sin ob-
servar que este despertar existe también en el nivel del
conjunto de la erogenidad del cuerpo y, en particular, en
la erogenidad anal y oral. Omite poner en juego el incon-
ciente de la madre, lo que sólo ocurre, por otra parte,
en el conjunto de su obra, en muy raros puntos. 29 Y por
último, sobre todo, omite resituar esta seducción precoz
en el conjunto teórico que le conferiría todo su valor, pe-
ro que, precisamente, se ha perdido por completo: por-
que es artificial distinguir, como lo hacemos por comodi-
dad, la línea de la !actualidad y aquella de la teoría: una
teoría de la seducción generalizada sólo puede desarro-
llarse si se ciñe con precisión la efectividad de lo que lla-

Zt< S. Freud, Nuevas conferencias de introd-ucción al psicoanálisis,


í'n or. 22, 1979, pág. 112.
29 Cf. supra, pág. !Oh.

123
maremos, esta vez, seducción ariginaria; e inversamen-
te, en el terreno de una teoría que combina un biologis-
mo de la pulsión y una antropo-filogénesis de las fantasías,
Freud no podía llevar a buen término su reevaluación del
hecho seductivo.

Hacia la teorúl de la seducci.6n generalizlula

Henos aquf llegados al período


NADA DE RETORNo A LA contemporáneo, el posterior a
SEDUCCION INFANTIL 1964-1967; pero ellO no será para
enganchar a nuestro tren el vagón
tardío de quienes exploran la prehistoria de Freud po-
niendo el acento en su antiguo interés por las observa-
ciones psicopatológi.cas, hasta médico-legales, de abusos
sexuales perpetrados en niños. Un texto como el de Jef-
frey Masson, El abandono de la teoría de la seducci6n
(The Suppression ofthe Seduction Theory) tiene de nota-
.ble, en contradicción con su título, que ignora hasta la
primera palabra de la teoría de la seducción freudiana.
Casi todos los escritos que se refieren hoy a la •teoría de
la seducción• invocan a lo sumo la vaga idea de que a
la seducción, en cierta época, se le atribuyó gran impor-
tancia ... en la etiología de las neurosis. Aparentemen-
te, estos autores no tienen ninguna noción del funciona-
miento, tan elaborado sin embargo, de esta teoría. 30 En
el libro de Masson, un capítulo sobre •Freud en la mor-
gue de París• pone en evidencia toda la atención dedica-
da por Freud a los atentados sexuales cometidos en ni-
ños; investigación que no deja de tener interés histórico,
pero que nos reconduce, sin otra reflexión, a la seduc-
ción infantil: afirmar que Freud, por pusilanimidad, no
fue más lejos y, sobre todo, pretender hacernos partir nue-
vamente del punto en que él tal vez insisti6 demasiado,
los atentados sexuales evidentes, es, en nuestra opinión,
recaer en la gravosa oposición de lo real y de la fantasía,
que la teoría permite justamente superar.
La generalización que proponemos se presenta enton-
ces, y ante todo, bajo la forma de un recuestionamiento

°
3
Como por ejemplo M. Balmary, L'homm.e au.x statues, Parfs:
B. Gra.sset, 1979: M. Krull, Sigmund, jit. de Jacob, Parls: Gallimanl,
1983; J. Malcolrn, Ternpéte aux archives Freud, París: PUF, 1986.

124
teórico. Su primer fundamento es incluso claramente fi-
losófico: una reinterrogación del
REINTERROGAcroN par «actividad-pasivicl.a!b. Freud
DEL PAR tuvo el gran mérito y la gran auda-
ACTIVIDAD-PAStvmAD cia de poner este par en los orfge-
nes, tanto en la teoría de la pul-
sión como, cronológicamente, en el desarrollo de la vida
sexual. 31 He ahí una manera de situarse, como de ante-
mano, en contradicción con lo que es hoy la más •moder-
na• descripción de las relaciones adulto-rúño bajo el títu-
lo de la tdnteracción•. Y en efecto, si uno se atiene a una
descripción puramente conducta! de la relación entre dos
individuos vivientes, sean ellos de la misma generación
o no (hasta de la misma especie), muy hábil sería quien
distinguiera quién es activo y quién pasivo: •Toda pul-
sión es un fragmento de actividad; cuando se habla de
manera negligente de pulsiones pasivas, no se pretende
decir otra cosa que pulsiones de meta pasiva•. 32 Sin em-
bargo, incluso con esta referencia a la meta, Freud va
a embarullarse, como se lo puede mostrar con el ejemplo
más simple: la situación primera del amamantamiento.
Así, en Nuevas cmiferencias afirma que en el curso de
las relaciones primeras •la madre es en todo activa hacia
el hijo•,33 en tanto que en el •Leonardo• (texto, por otra
parte, tan firmemente orientado) parece desarmado por
el hecho de que en el recuerdo de Leonardo el niño reci-
be pasivamente entre sus labios la cola del milano cuan-
do, piensa él, el erotismo oral, la succión del pecho, de-
bería ser acción por parte dellactante. 34 Las cosas, lo per-
cibimos, están aquí confundidas, una confusión que sólo
puede beneficiar a los sostenedores de la interacción, a
menos que se puedan desenmarañar los roles recurrien-
do a criterios precisos. No vacilaremos entonces, para dis-
tinguir la actividad de la pasividad, en recurrir a la refle-
xión filosófica, en particular de los cartesianos que han

31 Véase J. Laplanche y J.-B. Pontalis, Vocabulaire de la psych-

an.alyse, París: PUF, 1967, artículo •Actividad-pasividad•.


32 S. Freud, ·Pulsiones y riestinos de pulsión•, en OC, 14, 1979,
pág. 118.
33 S. Freud, Nuevas co'tifenm.cias ... , op. cit., pág. 107.
34 cr. •Traurnatisrne, transfert, transcendance et autres trans (es).,
Psychanalyse d l'Université, vol. II, n° 41, 1986, pág. 78, y Problemá-
ticas JI/, La sublimaci6n, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987, p.á.w¡.
88-93.

125
planteado de manera tnuy a~uda esta <'uestión de la
actividad-pasividad en la relación intersubjetiva: relación
de las criaturas entre sí, y de la criatura con Dios. Pode-
mos referirnos aquí tanto a Des-
Los CARTESIANos cartes como a Spinoza o a Leibniz.
Para Descartes, cuando se exami-
na la relación de causa a efecto (este es el motor de una
de sus pruebas de la existencia de Dios) tiene que haber
•por lo menos tanta realidad• en la causa como en el efec-
to. Spinoza va aún más lejos: relaciona la pasividad con
una inadecuación para domeñar «algo que sucede en no-
sotros,,.35 Pero sin duda Leibniz es todavía más claro: 11De
una criatura se dice que actúa hacia afuera en tanto tie-
ne perfección; y que padece de otra en tanto es imper-
fecta. [Pero, pese a las apariencias, esta noción teológica
de perfección no es tomada en el sentido absoluto, sino
como susceptible de graduaciones.) Y una criatura es más
perfecta que otra en tanto se encuentre en ella lo que
sirve para dar razón a priori de lo que ocurre en la otra;
y en virtud de ello se dice que actúa sobre esta». 36
Es apoyándonos en este firme criterio, el de un •más•:
más de contenido, de significación y, por lo tanto, de men-
saje, como podemos abordar la situación originaria del
niño e intentar definirla más allá
ENCUENTRo de todas sus variaciones. Aquí la
coN FERENCZI audacia de un Ferenczi nos guía
y nos permite salirnos del exclu-
yente •familiarismo• que pesa sobre todo el pensamiento
psicoanalítico. Porque es finalmente una contingencia
-aunque anclada en la biología y en la historia humana-,
no un hecho universal necesario en sí, que un niño sea

3li ~DEFINICION U. Digo que somos activos cuando en nosotros o


fuera de nosotros sucede algo de lo que somos causa adecuada, esto
es (por la definici611. precedente), cuando de nuestra naturaleza se si-
gue en nosotros o fuera de nosotros algo que puede entenderse clara
y distintamente por ella misma. Por el contrario, digo que somos pasi-
vos cuando en nosotros sucede algo de lo que no somos sino causa par-
cialmente• .
.. PROPOSICION l. Nuestra Alma es activa en ciertas cosas, pasiva
en otras; a saber, en tanto tiene ideas adecuadas, es necesariamente
activa en ciertas cosas; en tanto tiene ideas inadecuadas, es necesaria-
mente pasiva en ciertas cosas... Spinoza, Etica, México: Fondo de Cul-
tura Económica, 1980, págs. 103-4.
36 Monadología, parágrafos 49 y 50. Entre corchetes, comentarios
de Jean Laplanche.

126
criado por padres, por su.s padres, por los padres. La si-
tuación originaria, como Ferenczi la plantea, es la con-
frontación del niño y del mundo adulto. Porque se puede
en rigar, y cualesquiera que sean las distorsiones que re-
sulten de ello, devenir, sin una familia, un ser humano,
pero no sin aquella confrontación. Apuntemos aquí de
pasada que un reexamen del pensamiento de una Marga-
ret Mead en sus escritos de antropología comparada nos
llevaría tal vez en la misma dirección: el hecho funda-
mental planteado por ella, más allá de las variaciones cul·
turales, es el problema del acceso del recién nacido al
mundo adulto.
Pero este mundo adulto no es un mundo objetivo que
el niño tuviera que descubrir y que aprender, como apren-
de a caminar o a manipular las cosas. Está caracterizado
por mensajes, en el sentido más general del término (lin-
güísticos o, simplemente, lengu'\ieros: prelingüísticos opa·
ralingüísticos), que inten-ogan al niño antes que él los com-
prenda y a los cuales debe dar sentido y respuesta, lo que
es una sola y misma cosa.
Hasta aquí Ferenczi nos acompaña, pero no mucho más
lejos, porque la expresión •confusión de lenguas• no nos
parece del todo adecuada. Existen en efecto las lenguas
del adulto, lengua verbal, lengua de los gestos, de las con-
venciones, de las mímicas o de los afectos. Hay en el ni-
ño una potencialidad de entrar en esas lenguas, que es
una potencialidad natural, instrumental y también afec-
tiva. Pero precisamente el problema no se resume en la
adquisición de uno o varios •lenguajes», ni en la confron-
tación de dos lenguajes con sus lógicas y sus baterías sig-
nificantes diferentes. Sabemos, en efecto, que, sin gra-
mática ni diccionario, una adquisición tal o una corres-
pondencia tal es perfectamente posible, y ello, sin resto.

Siguiendo en esto una imagen de ciencia ficción ya pro-


puesta por Freud, se podría intentar evocar aquí la con-
frontación de nuestra civilización con la llegada de ex-
traterrestres, o incluso, más simplemente, con la acogida
reservada a Pizarro por los Incas. Sabemos por este últi-
mo ejemplo que, cualesquiera que sean las diferencias de
las estructuras mentales, de las historias y hasta de los
referentes, la confusión de lenguas termina por dejar lu-
gar a alguna modalidad ordenada de correspondencia y
de adquisición. Del mismo modo, para volver al niño, es-

127
te se introduce sin profesor en el lenguaje que le preexis-
te: habita el lenguaje.
Es entonces aquí, muy precisa-
UN sENTIDo IGNORADO mente, donde hay que ir más le-
PARA EL MISMO jos que Ferenczi, pero también por
otra vía que ellacanismo. Porque
Ferenczi no da el paso de tomar en consideración que lo
que él llama <lenguaje de la pasión• (el lenguaje del adul-
to) no es traumatizante más que en la medida en que ve-
hiculiza un sentido ignorado para él mismo, es decir, don-
de manifiesta la presencia del inconciente parental. Pe-
ro, en contra de Lacan, nosotros afirmamos que esta ma-
nifestación del inconciente es irreductible a las solas po-
tencialidades polisémicas de un lenguaje en general: el
problema sigue siendo, según nosotros, el del inconcien-
te individual.
Para ligar entre ellos todos estos elementos, enuncia-
remos: la confrontación adulto-niño encierra una esen-
cial relación de actividad-pasividad, ligada al hecho ine-
luctable de que el psiquismo parental es más •rico• que
el del ruño. Pero, a diferencia de los cartesianos, no ha-
blaremos aquí de mayor •perfección•, porque esta rique-
za del adulto es también su imperfección: su clivaje res-
pecto de su inconciente.
Con el término de seducción originaria calificamos
entonces esta situación fundamental en que el adulto pro-
pone al niño significantes no-verbales tanto como verba-
les, incluso comportamentales, impregnados de sigllifica-
ciones sexuales inconcientes. En cuanto a lo que yo lla-
mo significantes enigmáticos, no
SIGNIFICANTES hay necesidad de buscar muy le-
ENIGMAncos jos para dar ejemplos concretos.
¿Se puede seguir descuidando, en
la teorfa analítica, el investimiento sexual e inconciente
rector, por parte de la mujer, del pecho mismo, órgano
aparentemente natural de la lactancia? ¿Se puede supo-
ner que este investimiento sexual, que podríamos consi-
derar perverso en el sentido de Tres ensayos de teoría
sexual, no es percibido, sospechado por el lactante, co-
rno fuente de este oscuro cuestionamiento: qué pretende
de mi, más allá de amarnantarme y, después de todo, por
qué quiere amarnantarrne?

128
Pero quisiéramos reservar aquí su lugar principal, en-
tre los significantes enigmáticos, a lo que se Uama la •es-
cena originaria•. No puedo sino retomar el texto inicial,
el primero en que Freud habla del coito entre los padres:
•Que el comercio de los adultos se presenta de manera
unheimlich [de una inquietante extrañeza] a los niños que
lo observan, y despierta en ellos angustia, es, diña yo,
un dato de la experiencia cotidiana. He dado de esta an-
gustia la explicación de que se trata de una excitación
sexual que no es domeñada por su comprensión y que
se topa sin duda también con una recusación (más ade-
lante se hablará de represión: •recusación• se entiende
aproximadamente en el sentido de la represión en ese tex-
to] por la razón de que los padres son intrincados allí y,
por ese hecho, se trasforma en angustia [reencontramos
aquf la •primera- teoría, totalmente insuperable, de la tras-
formación de la excitación sexual en angustia]•.37
Aquello que destaco en este pasa-
EL ENIGMA, RESORTE je que prefigura la idea de la se-
DE LA SEDUCCION dUCCiÓn Originaria es QUe ahí hay
oRIGINARIA algo que sólo se podña domeñar
por un trabajo de comprensión, y
que es traumatizante y reprimido justamente porque per-
manece como en estado salvaje.
Querer situar la seducción, como después lo hará
Freud, en el desván de las fantasías originarias, en el mis-
mo nivel que la escena de observación del coito entre los
padres, es no notar que entre ambas no hay equivalente
o yuxtaposición, sino jerarquía. La escena llamada •origi-
naria• es ella misma seducción para el niño, en el sentido
de la seducción originaria. La observación del coito pa-
rental propone al niño, le impone, imágenes, fragmentos
de secuencias escénicas traumatizantes, inasimilables por-
que son parcialmente oscuros para los actores míamos.
La conéepción ulterior de Melanie Klein, aqueUa de la •pa-
reja combinada•, ilustrará bien este· aspecto: los padres
están unidos en un coito eterno que cof\iuga el goce y
la muerte, excluyendo al bebé de toda capacidad de par-
ticipar; por tanto, de simbolizar.
Én ese mismo registro funcionan también los dos gran-
des enigmas descubiertos por Freud como aquellos que

37
S. Fteud, La interpretación de los sueños, en OC, 5, 1979,
págs. 575-6.

129
ante todo y primordialmente los puntos de focalización
de los cuidados maternos. Cuidados de higiene motiva-
dos concientemente por la solicitud, pero donde las fan·
tasias de deseo inconciente funcionan a pleno. Por últi-
mo, es a partir del terreno de la seducción originaria y
de la seducción precoz como hay que dar toda su impor-
tancia a los hechos de seducción infantil, para sacarlos
al fin de la suerte de gueto teórico al que han sido, desde
hace años, confinados.
En esta serie: seducción infantil - seducción precoz -
seducción originaria, insistamos nuevamente en que no
vamos de lo más real a lo más •mítico• porque es conve-
niente recusar la calificación de mítico (o de •tiempos mí-
ticos•) por la cual se pretende desembarazarse de lo ori-
ginario; lo originario es una profundización de la noción
de real (lo real humano, evidentemente) en dirección a
las situaciones ineluctables que lo fundan: lo originario
es una categoría de la efectividad, de la Wirklichkeit.
Es a partir de una concepción precisa de esta jerar-
quía de las seducciones como se debe reconstruir, en su
forma generalizada, la teoría de la seducci6n (la parte de-
recha de nuestro cuadro). Esta es
TEORIA DE LA una reconstrucción que se propo-
sEnuccJoN ne hacer pasar a otro nivel la teo-
GENERALIZADA ría «restringida~~ de Freud, exacta-
mente en el sentido en que esto
se produjo en el caso de la relatividad en física: ella des-
truye la restricción a lo patológico, que era esencial en
el pensamiento de Freud anterior a 1897; intenta fundar
la estructura del aparato psíquico o aparato del alma, en
general, e invalida el recurso biológico y filogenético, ba-
jo reserva de resituarlo, secundariamente. Esta teoría de-
be explicar, a través del mecanismo de la represión, la
constitución y la permanencia de un inconciente, así co-
mo el efecto •pulsión• que le es indisociable . Pero debe
también incluir en su modelo lo que se llama la •cura.:
tanto sus efectos como sus limites.
Al esquema general lo hemos trazado recientemente,
con la mayor precisión, a propósito de la pulsión. 39 Es
la puesta en confrontación de un individuo cuyos monta-
jes somatopsíquicos se sitúan de manera predominante

39 ·La pulsion et son objet-source; son destin dans le transferb, en


La puJsion, pour quoi faire?, París: APF, 1985, págs. 9-24.

131
en el nivel de la necesidad con significantes que emanan
del adulto, ligados a la satisfacción de esas necesidades,
pero que vehiculizan consigo la potencialidad, la interro-
gación puramente potencial de otros mensl\ies: sexuales.
Estos mensajes enigmáticos suscitan un trabajo de domi-
nio y de simbolización difícil, hasta imposible, que d~a
necesariamente detrás de sí unos restos inconcientes, unos
.fueros, decía Freud: lo que llamamos los •objetos-fuente•
de la pulsión. No se trata entonces de una vaga confu-
sión de lenguas, como lo pretendía Ferenczi, sino, preci-
samente, de una inadecuación de los lengul\ies, inadecua-
ción del niño frente al adulto, pero también, y primor-
dialmente, inadecuación del adulto frente al objeto-fuente
que a él mismo lo agita.
Si retomamos los tres puntos de vista que distinguía-
mos en la teoría primera de Freud: temporal, tópico y
traductivo, nos damos cuenta ya de que el punto de vista
temporal sólo se comprende a través del punto de vista
traductivo y semiológico porque únicamente en el domi-
nio de la reelaboración traducti-
EN EL cENTRo, va se puede comprender lo que
EL PUNTO DE VISTA puede significar ese curioso efec-
TRAnucTivo to denominado «apres-coup». Es el
esquema de la carta 52 el que
permanece en este punto como una especie de progra-
ma, pero recordemos que dejaba al comienzo, de manera
enigmática (y nadie lo ha afrontado), el lugar vacío a la
primera inscripción llamada Wz, es decir •signo de per-
cepción•. ¿Cómo, en efecto, en todo rigor, la pura per-
cepción podría proveer ya de si¡pws? Si se trata sólo de
la percepción de objetos inanimados, esta a lo sumo pro-
vee de indicios. Y si fueran meros indicios, huellas pura-
mente !actuales, residuos sin intencionalidad semiológi-
ca, ¿cómo podrlan ellos proponerse paro una primera tro-
ducción por el sujeto? Asignamos entonces el signo de
percepción, esta primera inscripción en el aparato psí-
quico, al significante enigmático, exactamente tal como
él se deposita antes de toda tentativa de traducción. Es-
to implica desde luego, si se tiene presente la teorización
freudiana, un completo replanteo de lo que se ha llama-
do •experiencia de satisfacción•.
El ser humano es y no cesa de ser un ser auto-traductor
y auto-teorizante. La represión originaria no es más que
el momento primero y fundador de un proceso que dura

132
toda la vida. Para ese proceso he-
MoDALIDADES DE mos propuesto un esquema, aquel
LA METABOLA de la sustitución significante o me-
tábola, con sus diversas modalida-
des. 40 Evoco aqul el esquema, derivado en parte de La-
can, aunque se orienta en una dirección por entero dife-
rente y, por lo demás, fue criticado precisamente por él.
Es el hecho de que un primer par significante-significado
es sometido a la acción metabolizante (me explicaré so-
bre este término) de un segundo par que es en este caso
un par de dos significantes:

-ªLx~
S SI

Esto se parece a una fórmula matemática, y en efecto


puede ser tratada, en cierto modo, matemáticamente, pe-
ro no es cuestión ni de altas matemáticas ni de topología.
Comentemos la parte izquierda: en el lugar del significa-
do (s) podemos tener un significado accesible o bien un
significado más o menos inaccesible; en los primeros sig-
nificantes enigmáticos parentales, el <S> es puramente
remplazado por un punto de interrogación ( •¿qué pretende
de mí?•). Del lado derecho, lo que se debe examinar es
la relación entre S2 y S¡: esta puede ser tanto de seme-
janza como de contigüidad. A diferencia de los lacania-
nos y de los pos-lacanianos, y aun de mi amigo Rosolato,
opino que la sustitución puede también tener por pivote
significantes ligados entre sí tanto por la contigüidad co-
mo por la semejanza. Cuando el lazo de 82 con S¡ es (en
lo esencial) un lazo de analogía, esta metábola es llamada
metáfora; cuando el lazo de S2 con S¡ es de pura conti-
güidad, esta metábola es llamada metonimia. La metábo-
la es entonces el género común a la metáfora y a la meto-
nimia; las más de las veces, por otra parte, el lazo de los
dos significantes es a la vez de contigíiidad y de semejan-
za, de modo que metáfora y metonimia son dos tipos abs-
tractos que rara vez se presentan en estado puro y que
casi siempre aparecen mezclados.

40 Cf. en particular Problemáticas IV, El inconciente y el ello, Bue-


nos Aires: Amorrortu editores, 1987.

133
¿Cuál es el devenir posible de esta •multiplicación• que
es la operación metabolizante? Matemáticamente pode-
mos imaginar al menos dos. El primero es una •simplifi-
cación•; si S¡ desaparece pura y simplemente, el resulta-
do será &.!. Para dejar la matemática, el nuevo significan-
te ha sustituido sin resto al antiguo en la mención de lo
significado; es la sustitución que yo llamo •olvidadiza•,
en el sentido de que cancela al antiguo significante: pen-
semos por ejemplo en lo que puede ser una metaboliza-
ción etimológica; un significante, en el curso de los años,
ha remplazado a otro: ya nadie conoce, ni siquiera in-
concientemente, el ;ignificante griego o sánscrito que era
el •S¡• de partida. El otro esquema es, desde el punto de
vista algebraico, un puro artificio, pero muy sugestivo:
los dos S¡ de la fórmula inicial son conservados pero pa-
san completamente por debajo de la barra:

S2
S

SI
SI

fórmula matemáticamente absurda porque, en el deno-


minador, el antiguo significante no remite más que a sí
mismo. Hacemos de este esquema el tipo de la metábola
represiva, que desemboca en la formación del objeto-
fuente de la pulsión.
Pero, de hecho, todo esto es aún muy esquemático;
en efecto, siempre nos vemos en presencia de mixtos de
esos dos resultados: una parte de S¡, pero sólo una par-
te, es arrancada a su oscuridad, y una parte es reprimi-
da. Además, hay que hacer lugar a lo que se llama simbo-
lización y que es el resultado de un tejido de metábolas,
y de metábolas de diferentes tipos, que alían la metoni-
mia y la metáfora. Es esta red, es este retículo simboli-
zante el que permite, poco a poco, arrancar de su oscuri-
dad algo de lo reprimido originario.

Algunas palabras sobre el punto de vista tópico talco-


mo viene a sit\)arse en la teoría de la seducción generali-
zada. La tópica, tal como la dibuja Freud en lo que se
designa como su segunda teoría {ello, yo, superyó), mar-

134
ca un inmenso progreso por relación a su primer modelo.
Pero el error sería pensar que por ello la tópica se libera
del problema de su propia génesis y de ese factor esen-
cial que representa la represión
LA TOPICA DEL vo· en el emplazamiento de las instan-
PARA REEVALUAR Cias. El punto de ViSta tópiCO es
EN RELAcioN coN indispensable para comprender la
Los TIEMPOS DE LA represión, pero la represión es in-
REPRF.STON dispensable para comprender la
tópica. Hay, diremos, diferentes
niveles tanto de la represión corno de la evolución tó-
pica. Niveles de represión que están marcados ya por la
distinción entre represión originaria y represión secun.-
daria o propiamente dicha. Insisto, para comenzar, en el
hecho de que los niveles de represión no corresponden
necesariamente a la jerarquia: seducción originaria, se-
ducción precoz y seducción infantil; esta jerarquía no es
una sucesión, porque la seducción originaria constituye
el soporte, el resorte, tanto de la seducción precoz como
de la seducción infantil, y aun de la seducción adulta,
incluida la seducción analítica.
Respecto de la represión originaria, lo que hay que de-
cir aquí es que sus dos tiempos son indisociables del mo-
vimiento que desemboca en la creación del yo. En el pri-
mer tiempo, nada de uyol), o bien, si se quiere emplear
ya ese ténnino, hay que decir que coincide con el todo
del individuo y, más precisamente, con su periferia que
lo delimita. En ese momento él es yo-cuerpo, como dice
Freud. En cambio, en el segundo tiempo de la represión
originaria, lo que entra en juego es, en este caso, el co-
mienzo del yo como instancia; el yo-instancia es esta vez
una parw del aparato, a imagen del todo; es en conse-
cuencia metáfora del todo biológico, pero también órga-
no del todo, en continuidad metonímica con él. Lo que
hay que dibujar aquí es el esquema que muestra que en-
tre los diferentes niveles del yo no sólo existe una espe-
cie de paralelismo o de inclusión, sino que hay puntos
de tangencia. Percibimos aquí claramente que Leonardo
de Vinei pueda decir que las ventanas de su cuerpo son
((ventanas del alma»; son, además, ventanas del yo (véa-
se el primer esquema de la página 136).
El tiempo de aparición del yo -que no hay que con-
cebir como un período único, separado del resto y cerra-
do sobre sí mismo-, los tiempos renovados de aparición

135
del yo: es lo que hay que llamar narcisismo primario
en el sentido fundamental que Freud le da en su artículo
inaugural, ~elntrod.ucción del narcisismo~~:41

La situación del significante enigmático (S-E) es dife-


rente en estas dos configuraciones, según que el yo exis-
ta corno instaricia o no. En el primer tiempo, es externo;
está encajado, se podría decir, en la periferia del yo; muy
concretamente: implantado en la periferia del individuo,
-en particular en los puntos que se llamarán zonas eróge-
nas. En tanto que en el segundo tiempo el significante
enigmático o, más exactamente, su resto reprimido, el
objeto-fuen.e (0-F), deviene interno: permanece exter-
no por relación al yo emplazado en su periferia, pero, co-
mo el yo es más restringido que el individuo (podemos
dibujarlo de una manera totalmente espacial), él es un
externo-interno que para el yo actúa (agit) desde el exte-
rior.
Estos niveles de la ligazón y de la síntesis, este envol-
vimiento la una por la otra de las envolturas del yo, esta

41
Notemos aquí también que el movimiento de la teoría: pasaje del
yo-individuo al yo-instancia, coiTesponde al movimiento que se produ-
ce en lo real, en la génesis del aparato psíquico del ser humano.
tangencia o multitangencia de las periferias: he ahí, exac-
tamente, lo que permite comprende.-4 2 las ambigüedades
y la fecundidad de un modelo como el de la vesícula de
Más allá del principio de placer.

Pero un modelo de este tipo no es estático, 1~ envol-


turas son susceptibles de contracción y de dilatación. Al-
gunas pueden volver a coincidir; uno de los mejores ejem-
plos es el del sueño, en que la envoltura del yo viene a
recoincidir con la envoltura somática del soñante; otras
pueden abolirse o dilatarse al extremo, y pienso que hay
lugar para retomar esta teoría del yo en el punto preciso
en que ella fue dejada en barbecho para ser a continua-
ción profundamente desviada por lo que se llama •psico-
logía del yo•. El punto teórico e histórico más exacto de
donde convendría volver a partir son los anticipos de Paul
Fedem. 43
¿Cuál es el tipo de realidad de la •represión origina-
ría•? Como tampoco la represión •propiamente-dich,.,, ella
no es un tiempo mítico (como se ha pretendido); mas no
por ello es directamente accesible a una observación pun-
tual. La razón es muy simple y en modo alguno metafísi-
ca: en tanto se produce en dos tiempos, según la lógica
del apres-coup, puede ser ceñida, enmarcada en una cro-
nología, pero nunca se la podrá situar puntualmente. Es
esto, justamente, lo que un libro como el de Silvia Bleich-

42 Corno he tenido ocasión de desarrollarlo más de una vez. Cf. Pro-

blemáticas 1, La angustia, Buenos Aires: Arnorrortu editores, 1988, y


Problemáticas IIJ, La sublimación, Buenos Aires: Arnorrortu editores,
1987.
43
P. Federn, La psicología del yo y las psicosis, Buenos Aires: Amo-
rrortu editores, 1984.

137
mar muestra muy bien a propósito de la clínica psicoana-
lítica de niños. 44
Además, el apres-coup, que juega entre los dos tie m-
pos de la represión originaria, interviene también por re-
lación a la represión originaria misma tomada en su con-
junto. Lo que quiere decir concretamente que la repre-
sión originaria tiene necesidad de un sello para poder ser
mantenida: necesita de la represión secundaria. Es pre-
cisamente allí donde se sitúa el lugar del Edipo, del com-
plejo de castración y de la formación del superyó. Quiero
decir ahora algunas palabras sobre el superyó puesto que
estamos empeñados en esbozar lo
EL suPERvo, que podría ser un reencamina-
¿UN IMPERATivo miento de la tópica freudiana. Es
No METABouzABLE? sabido que se suele oponer esque-
máticamente un superyó precoz
pulsional, superyó traído a la luz esencialmente por Me-
lanie Klein, a un superyó tardío, hecho de imperativos
culturales y significado por mandamientos: un superyó
ligado, nos dice Freud, a la ley. Y bien, con la teoría de
la seducción generalizada esta oposición pierde amplia-
mente su valor: porque si la pulsión encuentra su origen
precisamente en mensajes (desde luego que no sólo en
mensajes verbales), se debe decir que no hay en princi-
pio oposición de naturaleza entre lo pulsional y lo ínter-
subjetivo, entre lo pulsional y lo cultural. La teoría de
la seducción generalizada, centrada en la noción de enig-
ma, podría entonces ser una guía para la teoría del su-
peryó y de sus imperativos. La otra guía que tendríamos
seria precisamente la reflexión filosófica cuyo centro (no
cuya culminación) es el análisis kantiano de la noción de
imperativo. Recordaré simplemente que, para Kant, las
morales anteriores a él son morales de la heteronomía,
es decir, no centradas en el sujeto sino siempre ex cen-
tradas en una relación con Dios, la especie, la idea de
Bien, etc.; en estas morales, el imperativo, la ley que de-
riva de él, se dicen hipotéticos, es decir, deductibles de
otra cosa. El imperativo hipotético es: •si quieres esto,
haz aquello•. Si quieres complacer a Dios y lograr la feli-

44 S. Bleichmar, Aux origines du SU¡jet psychique, dans la clinique

psycha:nalytique de l'enjant, París: PUF, 1985. (Ed. en castellano: En


los origems del sujeto psíquico. Del mito a la historia, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1986.]
cidad etema; si quieres conformarte a la idea del Bien;
si quieres que la sociedad funcione convenientemente ...
entonces debes comportarte as!. El imperativo hipotéti-
co se sitúa por lo tanto, piensa Kant, en el dominio de
un saber hacer, de una regla técnica, de una adaptación
lo mejor posible de los medios a un fin, con intermedia-
ción de un •si•: el mejor modo de lograr la felicidad eterna
(para retomar en ese caso los grandes imperativos freudia-
nos) es no matar a tu padre y no acostarte con tu madre.
Kant opone al imperativo hipotético lo que llama el
imperativo categórico, en el sentido de que en este últi-
mo no habría si: debes hacer esto, y punto. En realidad,
si lo mirarnos más de cerca, nos damos cuenta de que in-
cluso el imperativo categórico kantiano es en cierto mo-
do todavía hipotético, aunque se trate de una •hipótesis•
un poco especial: <si quieres ser libre, y bien, debes ac-
tuar de tal o cual manera•; pero, a diferencia de los im-
perativos precedentes, es una deducción que Kant pre-
tende puramente formal, es decir que, partiendo de la
simple forma de una voluntad libre, se podría deducir tal
o cual imperativo preciso. Lo que se ha objetado, con jus-
teza, es que en realidad nunca se habría podido deducir
un solo imperativo concreto de esta sola autonomía de
un sujeto. Es precisamente este tipo de crítica el que se
ha opuesto a Kant tanto explícitamente, por una cierta
crítica moderna, como por Freud, implícitamente. Cito
tres nombres que es interesante poner en paralelo: Levi-
nas, por una parte, en el dominio del imperativo religio-
so; Lyotard, y también Freud. Los tres vienen a decir-
nos: el imperativo kantiano no es tan categórico como lo
pretende, ya que es él mismo deducido (y, además, esta
deducción falla ... ); el error es precisamente hacer ir a
la par el aspecto <categórico• y el aspecto •autonomía•.
El verdadero imperativo categórico no podría ser auto-
nomía, no podría tampoco ser deducido de la noción de
voluntad libre: se trata de un •haz esto• que se impone
y que no se tiene que justificar. En el marco de una reli-
gión llevada a su extremo, la religión judaica a la cual
s.e refiere Levinas, Dios dicta la Ley, y esta no tiene que
ser justificada. En cuanto a Freud, plantea también este
aspecto categórico de los imperativos morale' recordán-
donos que las órdenes del su peryó son tiránicas e ÍI\justi-
ficables. Siguiendo su <manía• filogenética, hace remon-
tar esto arbitrario a los decretos instituyentes (lo que él

139
llama •Satzu'fi{Jen• y no •Gesetze•), 45 que son dos; el Pa-
dre de la Horda enuncia: soy intocable; todas las mujeres
me están reservadas.
Conviene tener muy en cuenta esta noción del impe-
rativo categórico, nacido del superyó, y atenerse a este
aspecto específico: los imperativos categóricos son aque-
llo que no puede ser justificado; son ciertamente enig-
máticos, como otros mensaJes del adulto; pero no sólo son
injustificados, sino tal vez incluso il\iustificables, es decir
no-metabolizables. No-metabolizables: ello significa que
no se los puede diluir, remplazar por otra cosa. Están ahf,
inmutables e insimbolizables, resistentes al esquema de
la sustitución significante.
Me quedo aquí en una hipótesis, en una sugestión,
abierta a cuestionamientos: ¿son absolutamente no me-
tabolizables estos imperativos, en el sentido que doy a
la metábola, o son simplemente no-metaforizables, pero
tal vez susceptibles de una cierta derivación metoními-
ca? Otra cuestión abierta a un examen más profundo: ¿es-
tán reprimidas estas·reglas morales trasmitidas por los pa-
dres, o bien permanecen, incapaces de ser reprimidas,
en el entredós de la pre-represión, justamente en la me-
dida en que no se puede ensayar sustituirlas por nada
en el intento de retomarlas? Y si los imperativos categó-
ricos quedan como bloqueados entre los dos tiempos de
la represión originaria, ¿no habría que considerarlos una
suerte de enclaves psicóticos de toda personalidad?
En conclusión, sobre la tópica: sin duda que se la de-
be retrabaJar en su conjunto sin atenerse a las simples
etiquetas pegadas a las •instancias•. El término de ins-
tancia cubre, en verdad, realidades totalmente diferen-
tes: el ello, el yo, el superyó, las instancias ideales, no
son de la misma naturaleza ni del mismo estatuto; unas
son antropomórficas, y otras, no; unas son de naturaleza
lenguajera, y otras, no; algunas, como el yo, están espe-
cíficamente ligadas al problema de la síntesis, etcétera.
··-·-···---- - -·· ·- · ¿Cómo, ahora, definir la tarea teó-
LA TEORIA nE rica nueva con miras a reestruc-
LAs PuLsioNEs turar la teoría de las pulsiones en
el marco de nuestro nuevo funda-

45
Vue d'ensemble des névroses de tran!f{ert, Parfs: Gallirnard, 1986.
Ed. en alemán: Frankfurt am Main: S. Fischer Verlag, 1986, pág. 42
(15). Nuestra lectura: Satzungen y no Setzungen.

140
mento, la seducción generalizada? Se trata, en mi opinión,
de reubicar las distinciones propuestas por Freud, otor-
gándoles una significación precisa.
Son, como sabemos, las .dos teorías de las pulsiones,
y no una sola, las que deben ser conservadas: la primera,
que opone autoconservación y sexualidad, y la segunda,
que opone pulsiones de vida y pulsiones de muerte; y tam-
bién su momento capital de articulación, momento fugi-
tivo en Freud, marcado por el texto <Introducción del nar-
cisismo•. Conservaremos entonces estos dos aspectos teó-
ricos, considerando una vez más que los momentos de la
teoría corresponden también a momentos del desarrollo,
de la génesis del sujeto humano. En otros .términos, el
esquema es el siguiente:

AC
1 Vida

S<Muerte

Autoconservación y sexualidad, sabemos ya hacer fun-


cionar esta oposición, sabemos que ella corresponde en
general, en los momentos más lúcidos del freudismo, a
la oposición entre pulsión, por una parte, e instinto, por
la otra, o bien (términos que preferimos) entre pulsión
y función (situada la función, con sus montajes eventual-
mente instintuales, del lado de la autoconservación). La
exposición crftica que hemos propuesto en la primera par-
te muestra claramente que no descuidamos el nivel de
la autoconservación, su importancia, sus desfallecimien-
tos por supuesto, y sobre todo el interés de las explora-
ciones científicas de que es y debe seguir siendo objeto.
Pero hemos mostrado también que es el plegamiento del
plano sexual sobre el plano de la autoconservación, ple-
gamiento real en el ser humano, el que trae consigo el
plegamiento teórico que hemos denunciado. Hay que de-
cir categóricamente que la autoconservación, aun otor-
gándole su lugar, no participa en el conflicto psíquico.
No se renuncia a la sexualidad por temor a perder la vida
sino por otras razones, por ejemplo, por temor a perder
el amor. La autoconservación puede ser el terreno del
conflicto; puede ser lo que está en él en juego, en el sen-

141
tido de que las funciones padecen de un conflicto que
no se sitúa en su nivel. Los ejemplos de esto serían innu-
merables, y los que propone Freud son probatorios; así,
en •La perturbación psicógena de la visión según el psi-
coanálisis,., muestra claramente que es en el teFreno de
la visión donde se sitúan (en la forma de una ceguera his-
térica) los resultados del conflicto, mas no por ello parti-
cipa en el conflicto la función visual en sus finalidades
autoconservadoras. Lo mismo sucede en Inhibición, sín-
toma y angustia, donde Freud pone en evidencia la sig-
nificación sexual de ciertas inhibiciones de la función,
aquellas, en particular, de la marcha y de la escritura.
La pulsión -término que fue inventado en francés
para traducir la Trieb freudiana, para comunicar la idea
de que la <'l'rieb• empuja, nos emp¡ija a la acción-: ¿hay
que conservar el término y la noción? Ello no es absolu-
tamente evidente. En todo caso, si se la conserva, con-
viene desprenderla de lo biológico. La pulsión sexual pro-
pia del hombre no surge, al comienzo de lo biológico, aun
si se le reúne en el nivel tardío de la genitalidad. Pienso,
a pesar de todo, que sigue siendo útil mantener presente
esta problemática de la pulsión; en efecto, ella responde
a cuatro exigencias, a cuatro requisitos extraídos de la
experiencia psicoanalítica.
El primer requisito es el de cau-
PARA LA PULSION: salidad, no digo forzosamente de
CUATRO REQUISITOS determinÍSIDO; la nOciÓn de pul-
DE LA EXPERIENCIA sión da razón del hecho de que no
somos causa de nosotros mismos
sino que somos totalmente empujados (getrieben). Diga-
mos incluso que es tal vez en la teoría de la pulsión y
sólo en ella donde se refugia la causalidad, que, por otra
parte, es completamente proscrita, destronada de todo
pensamiento científico contemporáneo en beneficio de
otras nociones, en particular aquella de legalidad, sea es-
ta, por otra parte, estadística o no. La pulsión sería en-
tonces el último y verdadero refugio, la patria y el suelo
verídico de la noción de causa, y es sin duda Jo que que-
ría dejar entender Lacan en su juego de palabras sobre
la causa y la cosa.
La segunda razón para conservar la noción de pulsión
es su ligazón indisoluble con representaciones. Pero aquí
nuestros •nuevos fundamentos» empujan esta exigencia
psicoanalítica hasta el extremo. N o es una energía X, co-

142
mo lo pretende demasiado a menudo Freud, la que se
abrocharía, no se sabe cómo, a representaciones. La pul-
sión es verdaderamente la fuerza propia de las represen-
taciones desde el momento en que estas quedan coloca-
das en cierto estatuto aislado, separado, que es el estatu-
to de lo reprimido y del inconciente originario.
Un tercer punto donde la noción freudiana de pulsión
conserva su fecundidad es la ligazón, como pulsión par-
cial, a zonas determinadas del cuerpo y las consecuen-
cias que se desprenden de ello, es decir, la noción de •es-
tadios• o, más bien, de tipos de organización que corres-
ponden a esas zonas del cuerpo y a su funcionamiento.
Sabemos que la teoría de la seducción, bajo el aspecto
en particular de la •seducción precoz•, viene a dar otro
fundamento a esta noción de zona erógena.
Por último, el cuarto punto en que el realismo freu-
diano pide ser seguido es cuando se trata de dar razón
de fenómenos que constituyen el pan cotidiano del psi-
coanálisis: el desplazamiento, la inversión, la separación
del afecto y de la representación, la trasformación en an-
gustia, etc. Pero, precisamente, una teoría biologizante
es mucho menos capaz de explicar estos fenómenos -es
preciso llamarlos metabolizaciones- que una teoría que
otorgue todo su lugar a las representaciones y, en par-
ticular, a la inscripción de los significantes enigmáticos.
Mantener entonces la pulsión, re-
Los ELEMENTos tirándole su carácter de ~~ser míti-
DE LA PULSION C011 1 pero también, probablemen-
EN LA PERSPto:CTIVA te, trastocando sus elementos. Es-
DEL oBJETo" FUENTE tos elementos, dentro del análisis
freudiano, en particular aquel de
«Pulsiones y destinos de pulsión11, se cuentan en número
de cuatro: la fuente, el objeto, la meta y el empuje. La
fuente, según el análisis que hemos dado de ella, no pue-
de ser más que el residuo inconciente de la represión ori-
ginaria. En otros términos, es lo que llamamos objeto-
fuente (lo mismo que Freud había aprehendido ya más
o menos como representación-cosa). Pero tendremos que
explicarnos, un poco más adelante, acerca de este térmi-
no de •objeto• que adherimos al de fuente. Ahora bien,
es preciso mantener igualmente, en lo cual hemos insisti-
do hace un momento, el hecho de que la fuente no es
puramente representativa sino que está anclada en lo so-
mático de las zonas erógenas, precisamente como conse-

143
cuencia del fenómeno de la seducción. La noción de me·
ta tiene que ser conservada, como metaforización, como
acción metaforizante de los procesos somáticos de in ter·
cambio; ligada, por lo tanto, a la fuente y a su anclaje so·
mático. En cuanto al empuje, por último: queda por deter-
minar si tenemos necesidad de este concepto cuantitati-
vo; ¿fuerza constante o no? Y si es una fuerza constante,
una X que debiéramos trasportar sin cesar, como dice
Freud, ¿para qué esto, para qué arrastrarla en todas nues·
tras fórmulas? Empero parece que la idea de una fuerza
relativamente constante de tal o cual pulsión parcüil si-
gue siendo un postulado verosímil; bien decimos relati·
vamente constante, tal vez durante un periodo determi-
nado. Freud define este empuje, con términos fisicistas
de los cuales no es forzoso renegar, como exigencia de
trabajo. Pero, y es ahí donde mi definición diverge de la
suya, esta exigencia de trabajo no es ejercida directamente
por las fuentes somáticas sino por prototipos inconcien-
tes; o, más exactamente aún, por la diferencia entre lo
que es simbolizable y lo que no lo es en los mensajes enig-
máticos originarios. La constancia de ese factor econó-
mico es relativa, bien se advierte, y uno de los aspectos
del proceso analítico consiste en que los procesos de sim-
bolización disminuyan su aspecto compulsionante. Se ad-
vierte también que las reanudaciones del proceso de se-
ducción pueden provocar nuevos aportes pulsionales. En
resumen: si a tod~ costa se quiere conservar esta noción
de una energía pulsional, hay que aceptar la idea de que
esta energía sólo es relativamente constante, que es sus-
ceptible, en razón de los procesos psíquicos mismos, de
ciertos aumentos y de ciertas disminuciones.
Antes de pasar a los dos tipos de
CENTRAR EL pulsiones, es decir, a la subdivisión
APUNTALAMIENTO. de la pulsión sexual, refirámonos
Su vERDAD: todavía al nexo entre la autocon-
LA sF..nuccroN servación y la sexualidad y, a raíz
de esto, intentemos centrar la no-
ción de apuntal.amiento. Esta noción sólo se ha vuelto
central para el freudismo porque fue redescubierta; en
efecto, había quedado muy soterrada. Pero después que
fue redescubierta por Pontalis y por mí mismo, su suerte
fue verdaderamente la de ser condimento de todas las
salsas; desde hace ya cierto tiempo se habla de apuntala-
miento de cualquier cosa en cualquier otra: apuntalamien-

144
toen la madre, apuntalamiento en lo biológico, apunta-
lamiento en el cuerpo; inclusive de contra-apuntalamien-
to, y hasta de apuntalamiento del alma en el cuerpo. Sin
embargo el apuntalamiento, en Freud, en modo alguno
es una respuesta a una cuestión que sería aquella de las
relaciones del alma y del cuerpo. Es el apoyo que toma
el funcionamiento sexual sobre el funcionamiento auto-
conservativo, siendo que U1W y otro por igual puRden ser
llamados tanto psíquicos como somáticos: lo sexual no
es más psíquico ni la autoconservación más somática; uno
y otra son aspectos globales de un funcionamiento que
tiene un sentido.
Esto en cuanto a las desviaciones, los bastardeos de
este concepto a partir de Freud. Pero, aun si se la toma
en su acepción original y en su mejor sentido, hay que
tener en cuenta el hecho de que la teoría del apuntala-
miento surge en el vacío dejado en 1897 por el abando1W
de la teoría de la seducción. El apuntalamiento mantie-
ne validez como presentación de un cierto modo de arti-
culación para el cual hemos dado diferentes esquemas (es-
quema de un diedro o esquema de una cubeta), pero deja
de ser válido si se lo quiere convertir en un modelo de
origen o de génesis. La idea que se registra en ocasiones
en Freud, de una génesis de la sexualidad según el apun-
talamiento, es necesariamente, si se la toma en serio, la
de una emergencia, la de una divergencia progresiva, en
el seno de un funcionamiento biológico, entre la autocon-
servación y la sexualidad. Uno de los esquemas posibles
podría ser el siguiente:

Es claramente esto lo que propone Freud a raíz de la


sexualidad oral, en el modelo llamado del •Chupeteo•. Y
bien, si este esquema puede ser conservado en rigor, es
a condición de no ver ahí un movimiento que fuera es-
pontáneo o endógeno. Tenemos en esto como una espe-
cie de cebolla de la cual una película superficial se sepa-
ra, como una flor de la cual se separara un pétalo. Y bien,
para dar a entender con una sola palabra lo que quere-

145
mos decir: la cebolla no se pela sola, es la seducción la
que viene a pelar, sobre la autoconservación, una cierta
lámina que se puede llamar sexual. Es la seducción la que
pela la cebolla de la autoconservación, y no la autocon-
servación la que, no se sabe por qué tipo de movimiento
endógeno, se clivarfa.
Pasemos ahora rápidamente al
PULSIONES DE VIDA. campo mismO de la pulsión propia-
Puu;ION DE MUERTE mente dicha, a lo que llamamos
segunda teoría de las pulsiones,
pulsiones dR vida y pulsión de muerte. Ello para acen-
tuar de entrada esta observación acerca de las categorías
de vida y de muerte: si se quiere aplicar fuera de la auto-
conservación categorías que están precisamente extraí-
das de esta, la vida y la muerte del sujeto biológico, es
evidente que hace falta imprimir en estas categorías una
profunda rnetabolización. oVida y muerte en psicoanáli-
sis• y en las pulsiones llamadas de •vida• y de •muerte•
no son la vida y la muerte del individuo biológico. Hasta
se encuentran en curiosos entrecruza.rnientos con la vida
y la muerte que son las nuestras en tanto individuos his-
tóricamente destinados a perpetuamos en el ser hasta el
momento en que desaparecemos. Los dos tipos de pulsio- ,
nes descritos por Freud se sitúan, ambos, en el campo f
· de la pulsión sexual: Eros, por supuesto, pero también ~
la •pulsión de muerte•. No podemos volver aquí sobre las
numerosas indicaciones históricas y teóricas que nos per-
miten afirmar que la pulsión de muerte no es un aporte
fundamentalmente nuevo, sino que se sitúa en la linea
de lo que Freud siempre llamó •sexualidad,,46 El aporte
de F'nmd en los años de 1915 no fue la pulsión de muer-
te, j'ue la pulsi6n dR vida, es decir, la sexualidad ligada
a un objeto total, aquella que deviene amor, sea amor
del otro o, de una manera correlativa y fundamental,
amor de sí mismo, es decir, narcisismo. Es el descubri-
miento del amor por un objeto total (el otro total o uno
mismo corno yo, como objeto total) lo que constituye la
novedad; y, por contragolpe, es lo que obliga a Freud,
para enderezar el timón, a reaf"rrmar aquello mucho me-
nos idílico, mucho menos narcisista también, que había

46 Cf. por ejemplo Problemáticas IV, El i?ICOncien.te y el ello, op.


cit., pégs. 215 y sig., y La pulsion de mort dans la théorie de la pulsion
s=ueUe, en La pulsWn de nwrt, Parfs: PUF, 1986, págs. 11·26.

146
en la sexualidad desde su comienzo, es decir, sus aspec-
tos más desestructurantes, los más fragmentados y frag-
mentantes. Si se toma una perspectiva longitudinal del
pensamiento freudiano, si uno se pregunta qué hay baJo
este término de •pulsión de muerte• (después de todo, uno
no está obligado a conservar esta expresión incluso si es
muy -demasiado- inspirada), se advierte que es una re-
afirmación de lo que había constituido siempre la esen-
cia conflictual, opuesta al yo, •inconciliable•, de la sexua-
lidad. Otra indicación entre muchas otras es el hecho de
que, aun planteando dos tipos de pulsiones, Freud nunca
admitió que hubieran de existir por ello dos tipos de ener-
gías pulsionales: nunca admitió una energía especial pa-
ra la pulsión de muerte, lo que seña una destrudc (des-
tru:do no es un término freudiano, no existe dRstrudo ).
Pulsión de muerte y pulsión de vi-
Su RELACioN da son dos aspectos de la pulsión
coN EL OBJETO sexual que tenemos entonces que
llegar a derinir bien, ayudándonos
eventualmente con otros aportes, en particular los apor-
tes kleinianos. La pulsión sexual llamada •de vida• corres-
ponde a un objeto total y totalizante, ella está ligada (en
el sentido freudiano del término, es decir: fijada de ma-
nera más o menos coherente y no fragmentada) por esta
relación con un objeto en vías o en acto de totalización.
Y nos parece que está, por este hecho, más volcada al
desplazamiento meto,{rYrico que al desplazamiento meto-
nímico; la razón es simple: sólo estructuras que presen-
ten cierta totalidad, cierta articulación interna, son sus-
ceptibles de prestarse a la analogla inductora, prectsamen-
te, de la sustitución metafórica; hay analogía únicamen-
te entre unidades que incluyan, en su totalidad, ciertas
estructuraciones y, entonces, ciertas semejanzas de for-
ma. Por el contrario, la pulsión de muerte corresponde
al objeto parcial, que apenas si es un objeto porque es
-también en Klein- inestable, informe, fragmentado;
más volcado a la metonimia que a la metáfora.
Evidentemente, se podrian poner
Su RELACioN coN estos dos tipos de pulsiones en
ws nos TIPOS cierta relación con lo que se !la-
DE PROCESO ma proceso pri'mQ,TÜJ Y proceso se-
CUndario; mas no por cierto para
anrmar una ecuación absoluta en que todo el proceso pri-
mario se situara del lado de la pulsión de muerte y todo

147
el proceso secundario del lado de la pulsión de vida; de
hecho, hay más una serie complementaria que una ver-
dadera oposición, serie que se extiende, en el aparato psí-
quico, desde lo más profundo del ello entregado a la frag-
mentación absoluta hasta los procesos más encadenados
por el yo o por el objeto, esos procesos descubiertos con
el narcisismo. Entre proceso primario absoluto y proceso
secundario absoluto tenemos, entonces, una serie que se
distribuirá de manera igual según el más o el menos de
metonimia y el más o el menos de metáfora, pero sin que
por eso pudiéramos asir en un extremo la pura metoni-
mia y en el otro la pura metáfora.

Hay entonces, en el proceso pri-


W CUESTJON DEL mario mismo, es decir, en los pro-
OBJETO-FUENTE cesos inconcientes, una gran di-
versidad de funcionamiento: un
proceso primario en estado cuasi puro, funcionamiento
de la pulsión de muerte, y un proceso primario ya en cier-
to modo regulado, que es el funcionamiento de la pulsión
de vida, la cual no está totalmente entregada ni al proce-
so primario ni al proceso secundario. V e mos también que
esto equivale a cuestionar, por expresión imperfecta, el
término de objeto-fuente; ¿fuente? seguramente; ¿obje-
to? a condición de distinguir el objeto total y el objeto
parcial y concediendo que el objeto parcial apenas si es
un objeto: más cercano al indicio que al objeto •objeta!».
De modo que hasta nos hemos visto llevados a oponer
los dos tipos de pulsión como •pulsión de objeto• y •pul-
sión de indicio•. Pero hay que agregar todavía que es el
mismo objeto-fuente el que es fuente a la vez de lo uno
y de lo otro, fuente tanto de los aspectos mortíferos co-
mo de los aspectos sintetizantes de la pulsión, según el
aspecto fragmentado y parcial, o bien total, que él revis-
ta. Es el mismo objeto-fuente el que es a la vez indicio
y objeto, objeto parcial y objeto total.
Todo esto, que aparece ya como complejo en su prin-
cipio lo será aún más si intentamos alcanzar el nivel del
conflicto psíquico. En el nivel último de la metapsicolo-
gla, en los combates que, según la imagen propuesta por
Freud, enfrentan a ejércitos en el cielo, en último análi-
sis entonces, el conflicto psíquico es conflicto entre pul-
siones de vida y pulsión de muerte; más concretamente
ya, en nuestra experiencia psicoanalítica cotidiana, es un

14H
conflicto entre los procesos de li-
LA PONDERAcioN, ga.zón y los procesos de desligazón.
LIGAZON-DESLIGAZON No, sin embargo, para llevarnos a
tomar necesariamente partido en
favor de la ligazón, tampoco para afirmar que la ligazón
estaría siempre forzosamente del lado de la vida biológi-
ca, ni aun del lado de la vida psíquica: porque el extremo
d<' la ligazón es también el extremo de la inmovilización.
Desde este punto de vista mantiene validez la denuncia
por Lacan, aun si es extrema, del yo como instancia de
fascinación y de inmovilización. Hay seguramente una
muerte del psiquismo por desintegración, muerte por la
pulsión de muerte, pero hay también muerte del psiquis-
roo por la rigidización y síntesis excesiva, muerte del psi-
quismo por el yo.
En último análisis -porque todo queda por concreti-
zar más allá de este esquema pulsional-, sería necesa-
rio, a partir de esto, describir la naturaleza de la simboli-
zación, su historia escandida por sus etapas (no renega-
mos, aun si les otorgamos una situación secundaria por
relación a la seducción originaria, de las etapas esencia-
les del Edipo y de la castración); habría que volver a po-
ner en trabajo, más allá de algunas indicaciones que he-
mos venido dando, la génesis y la función de las instan-
cias psíquicas y, sin duda, situar los diferentes fracasos
posibles de la simbolización.

IV. Post scriptum: la naturaleza del inconciente

A guisa de post scriptum a estos fundamentos teóri-


cos, y antes de esbozar las consecuencias prácticas que
de ellos se derivan, quisiéramos volver sobre la polémica
que se prolonga desde hace decenios acerca de la natu-
raleza del inconcienle. Un artículo ya antiguo escrito con
Serge Leclaire, El inconciente, un estudio psi.coanalíti·
co, 47 sitúa bien la oposición, que sigue estando a la or-
den del día, entre un punto de vista realista del incon-
ciente y un punto de vista fenomenológico. El punto de

47
J. Laplanche y S. Leclaire, .. El inconciente: un estudio psicoana-
lítico-., en Problemáticas IV, El inconciente y el ello, op. cit., págs.
251-305.

149
v&a realista es, en el conjunto de Freud, un realismo que
dirfarnos •ingenuo•, sin ninguna connotación peyorativa en
este ténnino; se funda esenciahnente en la experiencia de
la cura, del conflicto psíquico o aun del síntoma, donde se
observa que lo que viene del inconciente interviene corno
una realidad en conflicto con otra -en todo lo cual ambos
protagonistas, deseo y defensa, se sitúan en un mismo rúvel
de realidad y de expresión, hasta en el compromiso en el
que se intrincan-. En cuanto a los argumentos filosóficos,
ontológicos, con que Freud pretende ornar su realismo, al-
gunos son discutibles y van incluso, más bien, a contraco-
rriente. As! ocune con la referencia a Kant, que asimila el
inconciente a la .cosa en si•: si se admite, dice Freud, una
cosa en si, incognoscible (pero mentada), más allá del uni-
verso de los fenómenos psíquicos, ¿por qué no hacer la mis-
ma postulación para el psiquismo? Argumento que, nos pa-
rece, socava el descubrimiento analítico en lo más radical
que este presenta: si el inconciente no es ya un registro apar-
te, si constituye simplemente el fondo incognoscible de todo
nuestro psiquisrno, su reconocimiento corre el riesgo de re-
presentar un simple sombrerazo, una reverencia sin conse-
cuencias prácticas serias.
Frente a este •realismo del incon-
DE LA FENOMENOLOGIA ciente•, UD punto de vista que yo
AL REALISMO intitulo •fenomenológico• (aun si
los autores no se consideran todos
seguidores de la fenomenologla) es sostenido con mucho ta-
lento por Politzer, pero también por Sartre (en los mejores
aspectos de su pensamiento) o aun, mucho más reciente-
mente, por Roy Schafer. En dos palabras, este punto de vis-
ta fenomenológico proclama la inmanencia del inconciente
como inmanencia de un sentido por relación a sus diversas
expresiones. En Politzer, para tomar el ejemplo simple del
sueño, es un mismo sentido, al que no cabe orealiza.r>, el que
encuentra a la vez su expresión no convencional en el sue-
ño y su expresión convencional en ellertgul\ie cotidiano que
viene a decodificar el sueño. Fuera de estos dos modos de
expresión, uno en nuestro lenguaje común y el otro en un
lenguaje individualmente foljado, no hay lugar para buscar
aún algo, un tercer término que seria el sentido. El sentido,
aun CWUtdo fuera inconciente, no tiene que ser .realizado•
en parte atguna.48

.. -·págs. 261-8.
160
Teníamos necesidad de este surnarlsirno repaso pera
situar la cuestión a partir de nuestros nuevos fundamen·
tos y, en particular, de la teoría de la seducción generali-
zada: ¿no aporta esta un argumento nuev<J, y hasta fun·
darnental, al debate sobre el realismo del inconciente? La
marcha del argumento sería esta: la situación originaria
que describimos es una confrontación del niño con un
adulto que propone mensaJes de los cuales no tiene todo
el sentido a su disposición. Cuando presentamos al pro·
tagonista •adulto•, tomamos la precaución de señalar que
no era necesario en absoluto hacer, en ese momento, hi-
pótesis alguna sobre la naturaleza del inconciente; nos
bastaba con que el inconciente estuviera presente, aun
en el sentido en que sus adversarios lo admiten, aun en
el sentido en que los •fenomenólogos• lo entienden, aun
en el sentido en que, en la vida cotidiana, uno no puede
dejar de tenerlo en cuenta, aunque sólo fuera por esta
admirable expresión: •usted acaba de tener un lapsus freu-
diano•. La situación originaria tal como la describimos no
necesita, inicialmente, de un realismo del inconciente pa-
ra desplegar sus consecuencias; pero a partir de esta si-
tuación originaria, de la seducción originaria y del proce-
so de la represión o metabolización originaria que de eUa
se desprende, por fuerza se desemboca en la formación
de un resto. Este resto no puede ser otra cosa que no-
simbolizado, es decir significante designificado. En otros
términos, el realismo del inconciente, en este proceso,
no es postulado en la partida, pero es concluido en la lle-
gada. Hay ahi como una suerte de deducción clinico-
teórica del realismo dei"inconciente, a partir de una des-
cripción mucho más neutra en la partida. Basta con reco-
nocer ese minimo del descubrimiento freudiano según el
cual ciertas •operaciones fallidas• quieren decir algo que
el sujeto no sabe -sin enunciar en principio ningún pos-
tulado sobre la naturaleza de ese •no sabe•- para mos-
trar, en la llegada, que sólo el realismo del inconciente
es compatible con el funcionamiento de la represión ori-
ginaria.

151
3. La tarea práctica

Es acaso incurrir en generalidad señalar la estrecha


intrincación, la dependencia íntima, de la teoría y de la
práctica. Sin embargo, en el caso del psicoanálisis, cuyo
gesto fundador es indisolublemente práctico y teórico, es-
ta dependencia es vital. La tarea práctica es uno de los
capítulos de Esquema del psicoanálisis¡ de Freud, su úl-
tima obra acabada. Tal vez sin embargo ese capitulo da
la impresión de una relación de aplicación, y por eso me
inclino a proponer expresiones como •puesta en obra• o
•puesta a prueba práctica•.
Volvamos un instante sobre el gi-
LA cRISIS DE 1897, ro de 1897. Encontramos en la co-
MODEW DE rrespondencia de Freud con Fliess
LA INTRINCAcroN el testimonio de que progreso teó-
TEORETICO-PRAcncA rico y progreso práctico marchan
exactamente al mismo paso. La
práctica es elaboración viviente, la teoría es directamen-
te puesta a prueba, la marcha hacia adelante es del mis-
mo tipo y las dificultades van aunadas, el fracaso, si exis-
te, es fracaso de la teoría y de la práctica. Sabemos que
se trataba entonces de una teoría que era no sólo restrin-
gida sino restrictiva, porque abordaba al inconciente des-
de el exclusivo punto de vista de la psicopatologia. En
contrapartida, hemos recordado la esperanza práctica ani-
mada por esta teoría: volver conciente todo lo inconcien-
te; esperanza pese a todo legitima si es verood que el in-
conciente no existe más que en los neuróticos, en los en-
fermos mentales. ¿No ha sostenido Freud, por otra parte,
algo análogo acerca de la trasferencia, que él consideró
un fenómeno presente sólo en los neuróticos?
La revisión de 1897 es entonces vivida como un fra-
caso. En nuestra perspectiva también es un fracaso, en

1 S. Freud, en OC, 23, 1980.

153
la medida en que la contradicción no pudo desembocar
en una trasformación de la teoría de la seducción. Fraca-
so tal vez ineluctable, pero no es menos cierto que esta
crisis es también un modelo positivo en tanto pone indi-
solublemente en juego teoría y práctica.
No es entonces sólo de ayer esto de interrogarnos so-
bre nuestra acción y sobre sus limites. Pero hoy, a dife-
rencia de 1897, esta interrogación no es desdichadamen-
te tan fundamental: práctica y teoría van cada una por
su camino. La teoría es más bien
DESAMARRE desconocida, desdeñada, bajo la
DE LA TEORIA v influencia en particular del em-
DE LA PRAcTicA pirio-clinicismo inglés. El imperia-
lismo pretendidamente clínico es-
tá en su apogeo; ningún texto, ningún coloquio pasa la
barrera de esta censura si no se cubre de algunos orope-
les de observación. Ya no se concibe que la experiencia
pueda impregnar la teoría, que la teoría sea ella misma
experiencia, que haya una práctica teórica; se confunde
simplemente experiencia y empirismo ...
¿Qué ha ocurrido con la práctica en la actualidad? Gran
parte del mundo analítico ha desamarrado de la teoría.
A falta de una apreciación lúcida de sus objetivos y de
sus limites, ella oscila demasiado a menudo entre la de-
sesperanza y la loca esperanza. En el movimiento comu-
nista de posguerra se utilizaba la expresión ono hay que
desesperar a Billancourt., entendiendo por ello que no
convenía a ningún precio revelar la realidad del régimen
soviético. Se podría decir, del mismo modo, para situarse
en la realidad psicoanalítica francesa, algo como: •No hay
que desesperar al treiziem,e..2 ¿Pero quién es el que de-
sespera más al treizieme? ¿Aquel que indica límites o
aq1,1el que se lanza a la aventura imposible y sin límites?
De esta aventura, uno de los testimonios seria la fuga ha-
cia adelante en el inflacionismo clínico. Yo hago una ex-
posición clínica, tú libre-asocias sobre mi exposición, no-
sotros mesa-redondeamos sobre tus asociaciones libres,
etc. ¿Qué queda del paso a paso del psicoanálisis en todo

2
{Billancourt es el barrio de París sede de los obreros de Renault,
es decir, símbolo entonces para la izquierda de la potencialidad revolu-
cionaria del proletariado francés. El treizieme: barrio en el cual se en-
cuentra el Centro Alfred Binet, regido por la Asociación Psicoanalltica
de París, simbolo por tanto del establishment psicoanalltico (N. de la T.). J

154
esto? La práctica está entonces en crisis. Ella está en cri-
sis en el nivd de sus principios: o bien ya no los tiene,
o bien se fia de las recetas más viejas del desilusionamten-
to o del reforzamiento del yo, salvo que opte, como linea
de conducta sustitutiva, por la inyección incesante del
juego de palabras en la cura, lo que se llama la supuesta
interpretación del significante. El psicoanálisis está en cri-
sis por la apreciación de su movimiento o de su dinámi-
ca: sus indicaciones, sus resultados, su terminación. Por
último, el psicoanálisis está en crisis por parte de aque-
llos que lo practican, porque sabemos que actualmente
más de uno se improvisa a sí mismo psicoanalista.
¿Cómo este nuevo fundamento que proponemos, con
la teorla de la seducción generalizada, puede permitir re-
situar la práctica? Vasto programa que no realizaremos,
conformándonos con trazarlo. Ello, en tres puntos: la in-
cidencia sobre la situación, sobre la trasferencia y sobre
el proceso.

l. La situaci6n

La situaci6n, como sabemos, es un marco y son re-


glas. El término de <SeUing. se utiliza a menudo pero co-
rre el riesgo de impresionar como pura arbitrariedad, o
una pura tecnicidad. El setting no es un ritual, ni tam-
poco una instalación técnica como
EL ..sEITING>·: cuando se instala un consultorio
NI uN FOR.M:ALisMo de dentista; tampoco es una ley
NI UN DISPOSITIVO arbitraria. De la ley, lO sabemos,
TECNico se pasa demasiado fácilmente a la
Ley, lo que permite denunciar in-
fracciones a esta Ley corno trasgresiones de un supuesto .
orden simbólico. De la ley al formalismo no hay más que
un paso, o bien una inversión fácil. Ni el puro formalis-
mo, ni su repudio, tienen sentido ni justificación teórica.
Cuando el formalismo pierde su sentido, la tentación es-
tá alll: mandarlo al diablo. Son necesarios los preparati-
vos, las variantes de la cura. Pero hay que poder dar ra-
zón de ellas. Recordemos el subtítulo elegido por Lacan
para un artículo que se le babia pedido sobre las varian-
tes de la cura tipo: •Una cuestión murciélago: examinar-
la a plena luz•. A falta de este a plena luz, se desemboca

166
en cualquier cosa; la situación se disuelve hasta en sus
límites espaciales y temporales. Tomemos rápidamente
el ejemplo de los límites temporales en la evolución mis-
ma de un tratamiento. ¿No vemos •pasar• insensiblemen-
te y sin cuestionamiento de la •psicoterapia• al •psico-
análisis•? ¿Cuándo voy a acostrrlo? i,Lo acostaré una vez
para enseguida volver a sentarlo? ¿Lo pondré en una me-
cedora? E inversamente, para el fin de la cura, oímos co-
rrientemente a pacientes preguntarnos: doctor, ¿cuándo
voy a pasar a dos sesiones?, ¿y a una después? ¿Y por
qué no a media? La cura deviene así una suerte de re-
educación progresiva.
Para poner término a este humorismo que nos cuestio-
na a todos, destaquemos puntos indicadores de líneas di-
rectrices., En prímer lugar, la cura es una instauraci6n:
los términos de contrato o de pac-
INsTAURACION to son totalmente insuficientes,
con su resonancia notarial, a me-
nos de retomar un sentido más originario, por ejemplo,
el del •contrato• social de Rousseau. Se trata de un gesto,
de un cof\iunto de gestos instauradores, donde lo arbitra-
rio debe ceder paso a lo esencial. Por otra parte, esta ins-
tauración es sin cesar una reinstauración, la situación no
debe cesar de reinstaurarse, y esto hasta el final, hasta
el último momento del análisis. No hay pas~e progresivo
entre el análisis y el extra-análisis.
Nuestro segundo punto es que es-
LA cuBETA• ta instauración es la de un lugar
uN LUGAR pulsional o sexual puro. Aquí nos
PULSIONAL PURO ayuda la teoría, COn la distinción
clara entre la autoconservación,
campo de los intereses, de las necesidades o de la adap-
tación, y el campo de la sexualidad o de la libido. La si-
tuación analítica funciona apartada de la autoconserva-
ción y de las metas adaptativas, pero esto según un es-
quema complejo. Hemos dibujado ese esquema como el
de la cubeta; lo derivamos del esquema del sueño, al me-
nos tal como Freud lo describe, lo que en modo alguno
quiere decir que la cura sea un sueño. Porque la exclu-
sión de la motricidad y de la percepción, que reina en
el dormir, es totalmente diferente de la manera en que
interviene el campo exterior por relación a la cura. Nues-
tro esquema, precisamente, tiene por interés visualizar
esta diferencia. En el sueño, efectivamente, el sujeto es

156
cortado tanto de las percepciones como de la expresión
por la motricidad. En la cura, este corte no existe; las
,flechas• aferentes continúan existiendo, pero se encuen-
tran en una suerte de posición tangencial por relación al
círculo de la cubeta:

Por relación a lo que ocurre en la cubeta, y que es


del orden de la sexualid10d, del amor y del odio, los inte-
reses adaptativos no están propiamente hablando exclui-
dos (¡una exclusión, lo sabemos, no basta con pronunciar-
la!}; están tangencializados. Lo están debido a la instau-
ración del recinto espacio-temporal de la cura, pero sobre
todo por el rehusarse del analista.
Por el término de •rehusar• o •rehusamiento• intenta-
mos seguir la vía de la Versagung freudiana y nos vemos
llevados a describir dos formas rectoras de estos rehusa-
mientos del psicoanalista. En el punto en que estamos,
lo que juega es una primera forma de rehusamiento, la
de situarse en el plano de lo adaptativo: dar consejos, dis-
cutir medios y fines; por ejemplo, a propósito de la ausen-
cia de un paciente, rehusarse a reducirla a una discusión
sobre los horarios de ferrocarril. Nuestro tercer punto con
respecto a la situación es que es-
UN LUGAR DE ta es la restauración de un lugar
sEDuccioN de seducción originaria. Esto en
oRIGlNARIA el sentido preciso desarrollado an-
tes, es decir, la seducción del enig-
ma. Evidentemente, ni la seducción precoz ni la seduc-
ción infantil deben ser puestas en acto en psicoanálisis,
salvo por una perversión de su práctica. S6lo la seduc-
ci6n originaria es puesta en juego, y aquí de manera pu-
ra, más pura y más esencial que en la infancia, ya que,
en situaciones infantiles, estuvo siempre más o menos me-
diatizada por gestos o por comportamientos sexuales. Es-
to arroja una luz nueva sobre la noción de originario: lo
originario no es esencialmente lo que viene primero, sino
lo que está en el fundamento; a partir de allf, en modo

157
alguno sorprende que lo originario esté presente, de ma-
nera pregnante, en los comienzos. Pero nada tiene de im-
posible que una situación ulterior, el análisis, ponga en
juego lo originario en su esencia misma. Veo aquí un punto
de articulación y de diálogo con las concepciones de Con-
rad Stein según las cuales lo único originario es el acto
presente, la actualidad de la situación analítica. 3 El de-
sacuerdo sigue siendo empero fundamental, en la medi-
da en que un relativismo o un •subjetivismo• centrado en
la sesión (un analítico-centrismo, como se habla de etno-
centrismo) rebajarla lo originario infantil a un mito forja-
do a posteriori. Esto indica hasta qué punto permanece
a la orden del día la distinción, que es preciso reafirmar
incesantemente, entre el apres-coup (con su tensión en-
tre dos o más acontecimientos psíquicos) y la fantasía re-
troactiva (Zurückjantasieren), que, ya para Jung, encon-
traba su centro y su único punto de partida en lo actual.
Revestir la fantasía con el bello nombre de mito no cam-
bia en nada, desde mi punto de vista, el fondo del pro-
blema: la efectividad de lo originario infantil.
La situación instaura una relación originaria con el
enigma y con su portador •supuesto-saber•, según la ex-
presión utilizada, si no desarrollada, por Lacan. Es aquí
donde se sitúa lo esencial de la ética del psicoanalista,
con lo que se llama la contratrasferencia. Se habla de do-
minio de la contratrasferencia, de utilización de la con-
tratrasferencia; se habla de contratrasferencia como afec-
to, participación, implicación, etc. Pero tal vez lo esen-
cial no está allí: lo esencial es que el analista, si debe estar
en posición de supuesto-saber, debe seguramente rehu-
sar el saber, pero también, y sobre todo, rehusárselo a
sí mismo. Ese rehusarniento del saber y ese rehusamien-
to de saber es el segundo que el analista hace, después
de aquel de la adaptación. Ahí está el motor, incluso la
fuente de energía y, tal vez, la fuente de una energia nue-
va, aquella que propulsa la cura. Es el movimiento hacia
el saber el que somete y propulsa al analizando como ha
propulsado al niño pequeño.
3
C. Stein, en Et'll.des freud:ifmnes, marzo de 1987. Cf. también:
-.Qu'est-ce qu'on t'a fait, a toi, pauvre enfant'? ou L'efficience de I'in-
terprétatiOII>, Psychamúyse 4l'Université, vol. 11, n• 42, págs. 215-24
(l. •Trois flgurations de l'enfant dans L'i~ti<m des rtves.), y
0° 43, págs. 377-416 (2. •L'attachement de Freud a la théorie de la sé-
duction•).

158
Cuarto punto, por último: la situa-
EL CONTENIMIENTO ción es Un lugar de COntenimien-
W y de sostén. Esto no es inven-
ción nuestra: hemos hablado bastante mal de los ingleses
a propósito de su •empirio-clinicismo• para no acreditar-
les aqul, con Winnicott y Bion, esta idea de •contenimien-
to•. Para retomar el esquema de la cubeta, la hemos com-
parado con una suerte de ciclotrón en que las partículas
se aceleraran con energías considerables; y bien, sin re-
cinto, el ciclotrón se convierte en una bomba H. El •Con-
tenimiento• es probablemente lo que más les falta a La-
can y a los lacanianos. Contenimiento y regularidad en
el tiempo de la sesión, constancia en el ambiente, pero,
sobre todo, lo esencial del contenimiento es la atención,
digamos incluso las atenciones del psicoanalista. Aun si
todo analista ha cedido a veces a abrir una carta o a res-
ponder al teléfono, el ausentismo sistemático priva a la
situación de este elemento esencial que se llama el/wld-
ing: el recinto desaparece y la sesión se dis1;1elve. Ahora
bien, la presencia de un recinto es tanto más necesaria
cuanto que nosotros favorecemos, inducimos, un discur-
so de la desligazón.

Il. La trw¡ferencia

Habiendo dispuesto estos cuatro puntos cardinales de


la sit:u.ación, volvamos a la tra:¡ferencia. Pero para enun-
ciar esto, que relativiza esta distinción: la situación es
ella misma trasferencia. Una len-
LA siTUACION ta progresión marca las elabora-
Es ELLA MISMA ciones psicoanalíticas sobre la
TRASFERENCIA trasferencia. Ella está muy bien
resumida en el informe de Laga-
che ya antiguo; 4 ese progreso va a mostrar que la trasfe-
rencia no es un síntoma producido por los neuróticos, que
la trasferencia tampoco es un síntoma del cual el analiza-
do sería responsable, sino que hay una verdadera •pro-
ducción de trasferencia• por el análisis: es el término de

4 D. Lagache, Le prob!eme du tra~ert, en OEuvres III (!952-56):


Le t:ra~ert et aut'roS travau.xpsych.arullytiqtMls, Parls: PUF, 1980, págs.
1-114.

159
Ida Macalpine y de Lagache. A partir de ello hay que ir
todavía más lejos, más allá del término de producción,
para aírrmar que, si la situación reinstaura una situación
originaria, ella es por sí misma trasferencia.
Las concepciones más universalmente admitidas, va-
riables, pero siempre basadas en enunciados freudianos,
deben ser aquí criticadas. La trasferencia, nos dice Freud,
sería una repetición de prototipos arcaicos, anticuados,
inadaptados; ella es favorecida por la neutralidad analí-
tica de suerte que los mecanismos patológicos esparcidos
en la neurosis terminarían por concentrarse en lo que se
llama la neurosis de trasferencia. Los comportamientos
neuróticos se ejemplificarían in praesentia en el curso
del análisis. (No sin intención hablamos aquí de •compor-
tamientos•, puesto que Freud describe la trasferencia co-
rno un actuar.) A partir de estas concepciones de base,
el •qué hacer con la trasferencia• conlleva sin duda gran-
des variaciones y diferencias. ¿Hay que utilizarla, hay que
interpretarla para disolverla, hay que hacerla evolucio:
nar interpretándola? Ida Macalpine, la más lúcida sobre
este punto, denuncia justificadamente la ilusión de pre-
tender disolver la trasferencia. Pero, en todo caso, cua-
lesquiera que sean las opciones en la práctica, la base teó-
rica freudiana permanece inalterada.
De todo ello hay por supuesto cosas para retomar, pe-
ro debemos proponer una reubicación en perspectiva fun-
damental a partir de la teoría de la seducción: el funda-
mento de la relación con el otro originario es la seduc-
ción originaria, y el fundamento de la relación con el
analista reactualiza, y aun· hasta lo absoluto, esta rela-
ción. Intentemos esclarecer nuestra formulación por la
distinción entre una •trasferencia
TRASFERENCIA EN LLENO, en llenO» y UllR .. trasferenCia en
TRASFERENCIA EN HUECO hUeCO». Afirmemos para empezar
que la trasferencia en lleno y la
trasferencia en hueco se instauran ambas ... en un hue-
co. La neutralidad del analista es un aspecto de ese hue-
co; aspecto probablemente el más superficial porque to-
rna por esencial la trivialización de Jos rasgos del analis-
ta, teoría del espejo neutro o del receptor telefónico
virgen. Más allá de esta interpretación del hueco como
neutralidad, propongo ver allí la instauración de la rela-
ción con el supuesto-saber. Más allá de la negativa a sin-
gularizarse en lo real existe Jo que designamos rehusa-

160
\
~iento del saber. Es lo que he formulado aun de otra ma-
nera cuando hablé de •trascendencia de trasferencia•. 5
Bn este hueco instaurado por el analista y su rehusamien-
to del saber, ¿qué viene a alojarse? Puede venir a alojar-
se allí un Ueno o un hueco. Un Ueno es la repetición posi-
tiva de los comportamientos, de las relaciones, de las ima-
gos infantiles. Un hueco es también una repetición, pero
en que la relación infantil repetida reencuentra su carác-
ter enigmático y en que las imagos no son ya totalmente
llenas. Trasferencia en lleno y trasferencia en hueco co-
existen, es inevitable. ¡Nosotros no predicamos entonces
la trasferencia en hueco contra la trasferencia en lleno!
At"lrmamos solamente que, si sólo existiera la trasferen-
cia en lleno (la situación tlpicamente descrita por Freud,
la repetición de situaciones arcaicas, sin misterio), nada
permitiria salir nunca de ese Ueno. En un caso así, la in-
terpretación en uno u otro momento no podrá evitar to-
mar el aspecto de una denegación: usted me atribuye ta-
les rasgos de su madre, dice el analista (a lo cual de buen
grado el analizando accede), pero yo no soy su madre.
La etapa siguiente de la denegación es la proyección: no
soy yo quien, es usted quien. La proyección es la cruz
del psicoanalista, es la cruz de las trasferencias insolubles.
Resolver, analizar, disolver, es hacer pasar por algu-
na parte un cuchillo, y un cuchillo únicamente se insi-
nuará allí donde se indican fisuras, lfneas de clivaje: la
trasferencia en hueco es un hueco que viene a alojarse
en otro hueco. Así se vuelven a poner en juego, en inte-
rrogación, y en elaboración, mensajes enigmáticos de la
infancia, y esto gracias a la situación misma, que favore-
ce ese retorno y esta reelaboración de lo enigmático. Aca-
bamos de indicarlo: trasferencia en Ueno y trasferencia
en hueco son dos aspectos complementarios; pero es sólo
a partir del momento en que un clivaje aparece en el se-
no de las imagos o de las escenas trasferidas, a partir del
momento en que el cuchillo puede pasar, cuando la tras-
ferencia en Ueno podrá evolucionar en trasferencia en
hueco, y elaborarse.
Que la trasferencia no sea tan compacta como se pre-
tende: de esto, evidentemente, encontramos muchos pre-
sentimientos en los autores. Pensemos sobre todo en

6
Psycha'Mlyse d l'Université, vol. IX, n' 35, 1984, págs. 369-98,
y n • 36, págs. 543-97.

161
(
Freud, cuando insiste en la ambivalencia de la trasfererl-
cia, o en Klein, que pone el acento en la posición depre-
siva donde juega, justamente, la ambivalencia. Pero l:>
esencial en esto no es que el objeto sea bueno y también
malo: es, en cambio, que el clivaje y el enigma puedan
ser col\iuntamente elaborados en las imagos infantiles y
en la relación con el analista.

DI. El proceso

Nuestro tercer punto tocará al proceso. ¿Interpreta-


ción y construcción son sólo sus medios? ¿No son, más
bien, el proceso mismo, y esto sobre la base de una pro-
posición fundamental, ontológica: el sujeto humano es un
sujeto auto-interpretante, un sujeto auto-teorizante y
auto-simbolizante? A partir de esto tendremos que limi-
tarnos a indicar dos direcciones de desarrollo.
En primer lugar una reubicación del problema de la
teoría en su relación con la práctica_ Este problema toma
una acuidad nueva cuando decimos que la cura misma
es •teorización•, auto-teorización. Evidentemente al tér-
mino •teorización• le colocamos comillas, lo que implica
que la teorla puede ser tomada en
NrvELES DE LA grados diversos. Lo que implica
TEORIZACION proponer diferencias, niveles de la
teoría. Distinguiremos al menos
dos, y probablemente tres. En primer lugar, la teorla ge-
neral, aquella de la cual el presente texto propone un
ejemplo; se trata de la teoría que es preciso reconstruir
a ·partir de los nuevos fundamentos: la metapsicología,
en consecuencia. Que no se pretenda que nuestra inten-
ción sea introducir esta teoría como tal en la cura. No
sólo la teoría no debe hacer intrusión en la cura, sino que
está ahí paro marcar límites a la intrusión de toda teoña
extraña al sujeto- En el otro extremo, existe la auto-
simbolización del sujeto, que es la cura misma. El punto
más avanzado de la reflexión freudiana sobre estas cues-
tiones es probablemente la distinción entre interpretación
y construcción; la interpretación concurre a reconocer
ciertos significantes que aparecen en la cura, pero siem-
pre de manera puntual, mientras que la construcción es
una verdadera reconstrucción, por el sujeto mismo, de

162
historia. Pero la auto-simbolización del ser humano no
hace a partir de nada; todo ser humano, todo ana!i-
do, no inventa totalmente la novela de su vida. Las
secuencias escénicas no son en número infinito. Es decir
que entre la auto-teorización de la cual la cura es un mo-
mento privilegiado, y la teoría general del psicoanálisis,
hay lugar para un nivel intermedio, el de esos esquemas
teóricos que están ligados en parte a un ambiente cultu-
ral. Con esto nos referimos particularmente a las ideas
sexuales infantiles, los complejos, etc. No tenemos nin-
gún inconveniente en rehabilitar, en ese nivel, al cultu-
ralismo, y situar por ejemplo el Edipo y el complejo de
castración como variantes posibles de esas secuencias es-
cénicas culturalmente propuestas. De manera evidente
es aquí donde reencontrarian su lugar los •fantasmas ori-
ginarios•, una vez admitido que esos esquemas fantasmá-
ticos generales no son ni filogenéticamente trasmitidos,
ni constitutivos del nudo del inconciente. 6
Nuestra segunda propuesta concerniente al proceso se
referirá a la terminación del análisis. Introducimos aquí
tres términos: •limitado•, •irifinilo• y •termiruulo•. El aná-
lisis está limitado: está limitado
ANAusis INFINITo por el inconciente y, en el incon-
Y TRASFERENCIA ciente, por lo que llamamos los
DE TRASFERENCIA Objetos-fuente de la pulsiÓn. Se
puede limar este límite inconcien-
te, se puede ganar terreno a sus expensas, pero no se lo
puede abolir, a diferenciad!' la esperanza de Freud. Nues-
tra segunda proposición es que el análisis mismo, si está
limitado, o justamente tal vez porque está limitado, es
infinito. El proceso auto-interpretativo es potencialmen-
te infinito ¡felizmente para el ser humano!, ¡el dia en que
ese proceso se agotara, seria bien grave! Pero este infini-
to no significa que el análisis como situación y como cura
deba ser infinito. Y es aqul donde hay que introducir el
tercer término, el de terminación. Para situarse en la li-
nea de todo lo que proponemos, esta terminación no pue-
de en ningún caso significar la •disolución de la trasfe-
rencia•, en tanto que esta es relación con el objeto enig-
mático. Ella puede significar sólo la trasferencia de ese
proceso de trasferencia a uno o varios lugares otros, a
una o varias relaciones otras. La única terminación con-
6 Cf. supra, págs. 38--45.

163
/
cebible del psicoanálisis es entonces la trasferencia de l<f
trrJ4[erencia. Lo más difícil es sin duda aprehender el mq-
mento de viraje en que esta trasferencia de trasferencia
es posible. Se pueden proponer dos imágenes, la del puen-
te trasbordador, o también la del lanzamiento de un co-
hete hacia otros planetas. Existen •ventanas• temporales
limitadas, bien definidas, durante las cuales se puede en-
viar un cohete hacia Saturno. Del mismo modo, hay mo-
mentos definidos en que la terminación del análisis pue-
de ser decidida. Si uno no acierta con ellos, ha vuelto a
partir para un nuevo ciclo, una nueva vuelta de espiral.

Lo que acabamos de exponer queda en gran parte en


estado de programa con el solo fin de mostrar que la teo-
ría de la seducción generalizada no es (según la expre-
sión peyorativa de Freud) una simple •superestructura•
sino que puede ofrecer una sólida base de partida para
nuevos desarrollos en la práctica de la cura.

164
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Ave-
llaneda, provincia de Buenos Aires, en enero de 1989.

Tirada de esta edición: 2. 500 ejemplares.

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