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Martín Luis Guzmán

“Martín Luis Guzmán”, publicado en Orión Literaria, suplemento de diario Despertar de


Oaxaca, México, el 17 de octubre de 2018.

Martín Luis Guzmán nació en Chihuahua, Chihuahua, el 6 de octubre de 1887. Estudió


derecho en la Ciudad de México y en 1914 se unió a las tropas de Francisco Villa, con
quien trabajó de cerca. Tras ser encarcelado en 1914, se fue como exiliado a España, y en
1915 publicó en Madrid, La querella de México, su primer libro.

Entre 1916 y 1920 vivió en Estados Unidos. Desde 1917 dirigió en Nueva York una revista
en español llamada El gráfico, y colaboró con la revista Universal. Con los artículos que
publicó en ellas formó su segundo libro, en 1920, A orillas del Hudson.

Regresó a México y continuó como periodista. Fue elegido como diputado nacional, pero
debió exiliarse desde 1924 hasta 1936 en España, donde escribió varios periódicos. Su
libro El águila y la serpiente, publicado en 1928, contenía memorias de las luchas civiles en
México. En 1929 publicó la novela La sombra del caudillo que caracterizaba un análisis de
la crisis política de México. Posteriormente, Guzmán publicó nuevas novelas como
Memorias de Pancho Villa, en 1940, y Muertes Históricas, en 1958, que le valió el Premio
Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística. También es de destacarse su
biografía de Xavier Mina, Mina El Mozo: Héroe De Navarra, Espasa Calpe. Madrid, 1932.

Asimismo, fue fundador en 1939 de la editorial Ediapsa y también creador y director


editorial, hasta su muerte, de la revista Tiempo de México.

En ese entonces, fue el primer titular de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos
cuando se fundó en 1959 y ejerció el cargo hasta 1976.

Entre sus labores se destaca que fue embajador de México ante las Naciones Unidas de
1953 a 1958. Durante los sucesos de Tlatelolco, en 1968. Se pronunció a favor del
entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y desde la revista Tiempo apoyó la represión
estudiantil, en gran parte debido a su miedo al avance del comunismo y los recientes
sucesos en la Cuba de Fidel Castro, por lo cual pese a ser un crítico del gobierno emanado
de la Revolución, terminó adaptándose al sistema.

De 1970 a 1976 fue senador de la República y en 1940 fue nombrado miembro de la


Academia Mexicana de la Lengua, el 19 de febrero de 1954 ingresó como miembro
numerario, ocupó la silla XIII y murió en la Ciudad de México el 22 de diciembre de 1976.

La sombra del caudillo


(Fragmento)
El Cadillac del general Ignacio Aguirre
pido esguince, a corta distancia del apeadero de "Insurgentes".

vieron con el
cristal, en reflejos pavonados, trozos del luminoso paisaje urbano en las primeras de las

grandes...

En el interior del coche se ani

entraba en generalizaciones y todo lo subrayaba con actitudes que a un tiempo lo


subordinaban y sobre

civil; uno, quien actuaba

—Por momentos — fugaces en su carrera a lo largo de la


calzada resonaba en el interior del coche. Entonces los dos amigos, forzando la

palabra y de gesto, sin menoscabo de su aire reflexivo, lleno de reposo.

ales de despedirse mientras re


tema de su charla.

Dijo Aguirre:

—Quedamos
candidatura a la Presidencia de

—Por supuesto.

— J …

—También.

Axkaná tendió la mano. Aguirre insistió:


—¿Con los mismos argumentos que acabas de exponerme?

—Con los mismos.

Las manos se juntaron

—¿Seguro?

—Seguro.

—Hasta la noche entonces.

—Hasta la noche.

Y Axkaná brincó fuera del auto con ágil movimiento.

lado lo
el traje;
sus ojos, verdes, pa la lu

marciales, algo militar heredado; pero, en cambio, resaltaba, en el modo co


n la cintura, algo indiscutiblemente civiI.

Vuelto de
portezuela. Luego se otra la cabeza al interior,
dijo:

—Vuelvo a recordarte que mis recomendaciones de esta mañana.

—¿De qué mañana?

—Vamos, no finjas.

—¡Ah, ya! Lo de Rosario.

— …

—Pero lástima ¿por qué? ¡Pareces niño!

—Porque no tiene defensa alguna, porque vas a echarla al lodo.

—¡Hombre, yo no soy lodo!


—Tu, no, se entiende; pero el lodo vendrá después.

Aguirre reflexionó un segundo. Dijo en seguida:

—Mira, te prometo una cosa: yo no pondré nada de mi parte para conseguir lo que
“ ”

— “ ”

—Muy bien. Basta entonces con mi promesa.


—No lo creo.

—De veras..., bajo mi palabra de honor.

"Honor". Los dos amigos callaron un instante y dejaron fija —atento cada uno a los ojos
del otro— la mi

se hizo penetrante de pronto, inquiridora. Fue mero:

—Perfe — —

Aguirre quiso replicarle, mas no hubo tiempo. Ya Axka


lejaba hacia los Fords de alquiler puestos en fila
del otro lado de la calle.

El Cadillac entonces ech ó hasta la esquina de la avenida Veracruz

ecía,

donde se entretejieron inseparables los dos motiv

A esa misma hora esperaba Rosario, bajo las enhiestas copas de la calzada de los
Insurgentes, el momento de su cita con Aguirre. Era costumbre que duraba ya desde ha

de cosa propia. Paseaba ella de un lado para otro, y la la hací


envuelta en el resplandor de fuego de su sombrilla roja. Y luego, al pasar por los

— a caí

— tiles—

edaban, con
intensos temblores, en los negros rizos de la cabellera.

Un lucero se le detuvo en la

vi

viril, aparatosa, del caballo que el jinete raya en la culmina


ría, se cimbraron los ejes, rechinaron las ruedas y se
ahondaron en el suelo, ne

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