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OSCAR PADILLA
PROFESORA
UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA
PROGRAMA DE DERECHO
2018.
AUTODEFENSA OBRERA (ADO)
Las Autodefensas Obreras- ADO se dio a conocer con ese nombre por algunas
acciones armadas que realizaron en Bogotá; la primera fue en 1977, la toma del salón cultural
del barrio San Carlos, en el sur de Bogotá, donde repartieron volantes. Se cuenta también,
entre sus acciones iniciales, la toma de oficinas del Ministerio de trabajo, el 2 de mayo de
1978. (Villamizar, 2017).
El fundador de ADO fue un brasilero llamado Giomar O´Beale que usaba el
seudónimo de Juan Manuel González Puentes y que huyó de su país después de la derrota de
las guerrillas urbanas, a comienzos de los años setenta, primero a Venezuela, donde estuvo
preso y se fugó de la prisión, y luego a Colombia; con esas experiencias pudo aportar los
primeros conocimientos de las técnicas de lucha en las ciudades. Era una persona muy celosa
las cosas, tanto que muy pocos compañeros conocían su verdadero nombre.
Bajo el liderazgo del brasilero, como también se le conoció, se fue formando el grupo
armado que aglutinó a estudiantes y trabajadores, entre ellos los hermanos Héctor Fabio,
Edgardo y Adelaida Abadía Rey, y su esposo, Alfredo Camelo Franco. Al principio lo
llamaban Grupo de Autodefensa, luego empezaron a prepararse militarmente para defender
sus intereses concretos y a la vez conquistar sus reivindicaciones.
Aquí, conviene anotar que en la única entrevista que concedió el brasilero, publicada
en el periódico de su organización, afirmó que “el nombre de Autodefensa se refería al
aspecto estratégico, a la situación del pueblo delante de la burguesía y oligarquía que los
explotaba, los ataba y los obligaba a la lucha armada en defensa de sus derechos como seres
humanos. Afirmaba que eran autodefensa por que no eran los que desataban esa guerra, ellos
eran los agresores, ellos eran los que violaban los derechos del pueblo, ellos eran los
respondían a las huelgas y a las manifestaciones pacíficas con la violencia, ellos eran los que
torturaban y asesinaban, pues, cuando los obreros realizaban una huelga, se estaban
manifestando de manera pacífica, luchando pacíficamente, porque nadie podía afirmar que
los brazos caídos son violencia. Sin embargo, ¿Qué hacía la clase patronal? Lanzaba sus
aparatos represivos para golpear, encarcelar, atemorizar e incluso eliminar físicamente a los
trabajadores” (Villamizar, 2017). Así pues, para el brasilero, “era la clase explotadora con su
sistema capitalista, los violentos, los que atentaban contra la paz. Entonces su deber como
hombres agredidos era defenderse, según él, de esa minoría rapaz y belicosa, porque entre
otras cosas salía más barato en vidas para ellos una guerra revolucionaria que los cien mil
muertos anuales por desnutrición” (Villamizar, 2017, p.36).
Ahora bien, su énfasis en el trabajo con la clase obrera hizo que muchos los
encasillaran como una organización Trotskista, aunque ellos se definían sencillamente como
marxistas. El concepto de la OPM estaba intrínsecamente ligado al desarrollo de la nueva
izquierda y de la guerrilla urbana; era un tipo de organización que en sus lineamientos
generales y composición -dirigencia, militancia y base social- combinaba los aspectos
políticos y militares, a diferencia de otras que separaban las tareas políticas del partido y
militares del ejercito o grupo armado, o de las organizaciones de la izquierda legal – maoístas,
comunistas y trotskistas- que solamente contemplaban lo político.
En este orden de idea, durante la conmemoración del 1o de mayo de 1977 fue evidente
el llamado desde distintas organizaciones de trabajadores y empelados para llevar a cabo un
paro cívico nacional en contra de las políticas económicas y sociales del gobierno de López
Michelsen; y no era para menos, los precios de la canasta familiar habían aumentado en un
49% entre mayo de 1976 y mayo de 1977; para el mismo mes los salarios habían bajado u
22% con respecto a septiembre de 1970. (DANE, 1993). La discusión sobre la convocatoria
y los contenidos de la propuesta se tomó las reuniones de sindicatos, juntas barriales,
asambleas estudiantiles y movimientos y partidos políticos de izquierda. Finalmente, hubo
acuerdo entre las centrales sindicales UTC, CTC, CSTC Y CGT y el sindicalismo
independiente, y se conformó una instancia de coordinación denominada Consejo Nacional
Sindical (CNS) para orientar las acciones y garantizar el éxito del paro. La fecha escogida
fue el 14 de septiembre de 1977.
El paro cívico del 14 de septiembre de 1977, convocado por las cuatro centrales
sindicales: CTC, UTC, CSTC y CGT, que se agruparon en el Consejo Nacional Sindical y
orientaron que, para esa fecha obreros, trabajadores y pueblo en general debían salir a las
calles a protestar y así fue, el 14 de septiembre fue una jornada de protesta impresionante, la
mayor que se vivió después del 9 de abril del 48, la gente en las calles estaba indignada por
la carestía y el desempleo (El Espectador, 2008).
El paro cívico del 14 de septiembre fue un éxito para sus organizadores y un fracaso
para el gobierno, hubo un número indeterminado de muertos, especialmente en Bogotá,
producto de la acción represiva del estamento militar del Estado, se habla de cifras entre
quince y cincuenta personas muertas, en muy disímiles circunstancias, pero todas en medio
de muchedumbres enfurecidas, esto fue duramente criticado por sectores de la prensa y la
política, lo cual llevó al ministro Rafael Pardo Buelvas a renunciar el 30 de septiembre de
1977.
Este crimen fue ampliamente repudiado por la clase política, no sólo bipartidista, la
revista Alternativa, expresión de importantes sectores de izquierda, editorializó sobre el
crimen diciendo que este crimen “no era ni autodefensa, ni es obrero. Es un acto de
provocación”, las centrales sindicales, igualmente lamentaron y repudiaron el hecho y
dejaron en claro que nada más alejado de sus convicciones (El Espectador, 2008). Por
supuesto que en la izquierda armada el acto fue recibido como legítimo y parte de “la guerra
contra la oligarquía”, izquierdas y derechas recurrían con argumentos al uso de la violencia.
Según El espectador (2008), el propio ministro de la Defensa, general Luis Carlos Camacho
Leyva, llamó a la población a armarse y defender sus derechos con las armas en la mano, lo
cual por supuesto fue criticado en su momento. Otras acciones de ADO fueron el asesinato
del abogado penalista Enrique Cipagauta Galvis, la explosión de una bomba en la casa de la
periodista María Jimena Duzán, y sus amenazas de muerte al exministro Alfredo Vázquez
Carrizosa.
Por el crimen de Pardo Buelvas, hubo una acción de investigación policial, que llevó
a juicio a tres personas, no sin antes haber sido salvajemente torturadas en dependencias
oficiales: Héctor Fabio Abadía Rey, Alfredo Camelo Franco y Manuel Bautista fueron
condenados a veinticinco años de prisión, de los cuales cumplieron ocho efectivos, por
estudio, trabajo y buen comportamiento en la cárcel, sumaron doce años a su pena y fueron
puestos en libertad en 1987.
Ahora bien, la situación para ADO, tras la captura de su jefe el brasilero y de una
parte importante de sus integrantes, se hizo más difícil. Los detenidos Alfredo Camelo
Franco, Manuel bautista González y Armando López Suarez, coleta, fueron juzgados bajo la
justicia penal militar en consejo verbal de guerra, por la muerte de Pardo Buelvas. Como reos
ausentes por el mismo delito se juzgó a Héctor Fabio y Edgardo Abadía Rey. Por rebelión, a
Juan Manuel González Puentes y Héctor Julio Sierra, quienes se encontraban presentes, y
como reos ausentes por ese delito, a Claudio Arturo Medina, Mariana Amaya Rey, Constanza
Abadía Rey y Adelaida Abadía Rey. Las penas por el homicidio fueron de entre quince y
veinte años de prisión, y de entre tres y doce años por rebelión. Los jesuitas Restrepo y
Arango pasaron a la justicia ordinaria y, de acuerdo con lo establecido en el Concordato,
quedaron a disposición del provincial de la justicia, fueron recluidos en el Colegio San
Bartolomé; en septiembre siguiente, un juez determinó su inocencia.
En este orden de ideas, en 1982, Belisario Betancur, juró ejercer un mandato de paz,
justicia social y democracia para todos los colombianos. Para alcanzar la paz, reconoció las
causas objetivas y subjetivas que alimentaban la inconformidad social y el conflicto armado,
propuso el dialogo como medio, el regreso del ejercito a los cuarteles, la reactivación de la
economía, ofreció empleo, salud, educación, vivienda, créditos y alimentos baratos. Para ello,
formó la Comisión Asesora de gobierno Para la Paz Pública y Social, a cuya cabeza estaba
el expresidente Carlos Lleras Restrepo.
Así pues, el 19 de noviembre, el presidente Belisario Betancur sancionó la Ley 35 de
1982, “por la cual se decreta una amnistía y se dictan normas tendientes al restablecimiento
y la preservación de la paz”. El texto contemplaba en diez artículos la concesión de amnistía
general a los autores, cómplices o encubridores de hechos constitutivos de delitos políticos
cometidos antes de su vigencia. La amnistía significó la libertad de varios cientos de presos
políticos de distintas organizaciones guerrilleras condenados o en proceso de serlo por delito
de rebelión, sedición o asonada y los conexos con estos. La Ley no contemplaba la entrega
de armas, pero aumentó las penas por fabricar, traficar, almacenar o portar armas de uso
privativo de las fuerzas militares o de la policía.
No obstante, el fracaso de los diálogos, finalmente, “una facción mayoritaria del ADO
inició un proceso de negociación con el gobierno el 23 de agosto de 1984. Gracias a los
acuerdos iniciales, miembros de esta facción se integraron al partido político Unión
Patriótica. Luego de una tregua prolongada, los miembros del ADO se desmovilizaron en
1991, entregando las armas para ser fundidas, sin contraprestación mayor. (IEGAP, 2012, p.
15).
Referencias bibliográficas
Villamizar, D. (2017). “Las guerrillas en Colombia. Una historia desde los orígenes hasta los
confines”. Ed. House. Bogotá.