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Hoy es 12 de Octubre, fecha en que se conmemora la conquista americana, y como no puede ser de otra

manera, es obligatorio ofrecer unas cuantas y breves palabras al respecto, claro, siempre desde el cristal
de la SH. Es menester poner en claro que, al ser esclarecidos gnósticos (revisionistas metafísicos), todo
estudio o tratamiento cultural e histórico debe hacerse desde una “imparcialidad” fuera de toda
eminencia relativazadora, desnudarnos de nuestra propia pertenencia superestructural y tratar, en la
medida de lo posible, fundamentar nuestro criterio desde la superioridad estratégica transversal que es
la Tradición Primordial, cosa muy difícil al ser miembros étnicos de tal o cual bando dentro de tal hecho
histórico, pero no imposible.

En primer lugar , ya ha quedado expuesto hasta alcanzar grado de “oficialidad” que el continente
americano era harto conocido y VISITADO por diferentes facciones y cuerpos extranjeros desde tiempos
inmemoriales, europeos los que más. Así que no es preciso hablar de tal cosa denominada
“descubrimiento”, ni tampoco lo es hablar de “civilización”, pues civilización y tradición existían ya en
aquestas tierras, historia que es otro cuento aparte. Ahora bien, lo que sí hubo fue conquista y
colonización, pero antes de emitir juicios de valor, debemos aclarar este punto como concepto
metahístorico. El imperialismo, o voluntad de poder racial y nacional, siempre ha sido una ley constante
del desarrollo humano, una dinámica universal, pues universal es la GUERRA ESENCIAL que supone el
eterno y bélico enfrentamiento ente dos poderes que pugnan por la supremacía y el dominio del destino
del Hombre; así, pues, no se debe “renegar” de tal cosa antes de asegurarnos un debate sobre el
CONTENIDO de tal realidad. Dentro de la doctrina hiperbórea se diferencia la estrategia imperial aria de
la sinárquica dando el nombre de “Imperium” a lo primero, y de “Imperialismo” a lo segundo, diferencia
que se hace manifiesta para todo estudioso de la histórica geopolítica y bélica. Ejemplos de imperialismo
los tenemos, por ejemplo, en la Fenicia, la E.E.U.U. de la antigüedad, con su capital de ultramar Cártago,
época de gloria de los hebreos y semitas. Por el contrario, como el más digno y principal ejemplo de
Imperium, tenemos al inmortal Imperio Romano. ¿Dónde se halla, pues, la diferencia relevante en todo
esto? Pues simplemente en que el imperialismo es una máquina de conquista de tabula rasa, de
materialismo y de explotación, mientras que el Imperium es el dominio de la civilización y de la expansión,
no voluntaria claro ajaja, de las virtudes del Espíritu. Podemos ver, que Europa fue lo que fue no gracias a
la Iglesia ni a la cohesión imperialista de esa religión bastarda del desierto, no, sino gracias a la labor
metahistoríca del Imperio Romano, que dio estructura y substancia a todas aquellas etnias y razas
desperdigadas y cerradas, pero que sufrían el peligro cierto de caer ante la infección golem (los druidas,
enemigos acérrimos de los Pontífices romanos, cuyo enfrentamiento es el motivo real del expansionismo
del Imperio); así que, pues, no puede decirse que todo imperio sea “malo”, sino por el contrario.

Ahora bien y para regresar al asunto que nos ocupa, cabe hacer la pregunta: ¿la conquista de América fue
un proyecto de imperialismo sinarca o, por otro lado, una oportunidad de revivir el Imperium de la Sangre?
Respuesta: ni lo uno ni lo otro, o en todo caso, lo uno y también lo otro. Los conocedores de la SH sabemos
que el mandato de conquista americana fue un plan JUDÍO para expandir el tablero de ajedrez de su plan
milenario de dominio mundial a otros lares relativamente vírgenes, plan que, y he aquí el meollo de este
asunto, A SU PESAR SÓLO PODÍA SER REALIZADO EN ESE MOMENTO por la patria española. En efecto, el
plan ameritaba la extensión del CRISTIANISMO como caballo de troya para poner en marcha el ciclo
histórico de judaización del “nuevo continente” (porque el cristianismo es el arma más perfecta jamás
creada por el Judío para la infección y conquista mundial, sólo superado, últimamente por el comunismo-
progresismo), y tal cosa debía contar, pues, con la participación, a “semejanza” de las Cruzadas, de los
reinos golem europeos (de las monarquías ya infectas y víctimas del Pacto Cultural). Sólo España estaba,
en aquél tiempo, en condiciones de acometer tal empresa, pues Inglaterra y Francia no contaban con los
recursos humanos e Italia nunca estaba agotada escatológicamente. Así pues, España era la única potencia
europea que contaba con las herramientas y los recursos (judíos) para llevar a cabo semejante y colosal
empresa. Pero digo “a su pesar”, porque, y he aquí la clave de entender toda la historia latinoamericana,
la sangre española es por lejos la más rica y pura, sólo superada por la alemana fin del anterior milenio.

Seguramente se me ha de hacer la crítica de parcialidad, puesto que yo soy descendiente de tal sangre, y
puedo aceptar tal cosa con agrado y sin congoja. Sí, la sangre ibérica como ninguna otra es lo que hace
que el plan judío para las Américas nunca termine de cuajar. En efecto, sólo veamos lo que ha pasado en
aquellos dominios franceses e Ingleses, tierras hoy de eminente pústula hebraica. La “eterna lucha” entre
el espíritu angloisraelí contra el ethos hispánico, lucha que siempre será esencial pues es una lucha entre
sangres. Si bien España trajo el veneno cultural del Cristianismo y borró toda memoria de los Dioses
Blancos y la tradición atlante americana, dentro de lo peor, también trajo la sangre más ilustre de ese
tiempo, sangre aventurera, fogosa, ilustre, en fin, gloriosa. Solamente los que hemos sentido una pasión
por la literatura hispánica, por el Siglo de Oro, y aquellos quienes hemos estudiado la época de la Colonia,
sus historias y matices, sabemos hasta dónde va ello. La Leyenda Negra es un invento inglés, pues es tan
desmontable como el mismo holocuento, solamente los ignorantes pueden sostenerla, o por su lado, pero
con “justo motivo”, los descendientes PUROS indígenas que, ciertamente, vieron su mundo caer ante otro
más complejo y superior. Sobre este respecto, debemos también ser justos, y como hemos separado a la
España de sangre, que es la que recuerdo, y a la España sinárquica, que fue la de la religión y de las
instituciones, debemos diferenciar a la América atlante (casi extinta a la llegada de los colonos) y la
América judía (campeante en el siglo IV). Así mismo, yo no puedo, aunque sea defensor de la Tradición
Primordial y acérrimo detractor de toda cultura judía, defender, pues, un romanticismo americano falso,
que pone a los indígenas y sus reinados en decadencia como “pueblos puros” e ilustres, herederos aún de
la memoria atlante (pues al ser, también estudioso de todas ellas, difiero diametralmente de tal
interpretación), pero tampoco he de constelar una defensa a ultranza de su suplicio ante una curastería
más judía aún. En ese entendido soy tan antihispanista, en el sentido oficialista del término, como
antindigenista.

Hoy en día Hispanoamérica es una tierra en la que aún se puede saborear con frescura la Guerra Esencial,
y ello gracias a la sangre española y al legado atlante de estas tierras, que encuentran su contrapeso, de
igual manera, en la cultura globalizante que llegó con ella y a los restos corruptos a nivel ontológico que
ya se encontraban en estas tierras. Un tema muy controvertido ciertamente, donde el mayor capítulo,
ciertamente, no debiera ser tanto lo que pasó y pasa en estas latitudes, pues es asunto NUESTRO, sino en
repensar y crear reflexión en lo que pasó y sigue pasando, precisamente, en lo que fuera el corazón del
“Imperumlismo” más grande que hubo en la historia, es decir en España, nación totalmente desgastada,
destrozada y conquistada ya (tan o más que en tiempos moros), y que apena profundamente verla así
para sus descendientes lejanos. Así pues, el 12 de Octubre sólo debería ser “celebrado” por los que
nacieron de tal hecho, es decir, las repúblicas americanas, que deben su existencia a tal odisea histórica,
odiada, y con justa razón, por los descendientes de ese mundo, que para mí carecía de brillo ya, fenecido;
pero nunca celebrado por los propios españoles, pues celebran solamente la victoria cultural del Enemigo
Eterno y de su propia desgracia histórica, que no es ni más ni menos que esa maldita cruz y esa bandera
borbónica (judía) podrida que hoy pareciera engullir limitativamente todo lo “hispánico”, borrando de
cuajo, tanto o más, la propia historia suya, como la que fue hecha desaparecer en 1492 en estos lares.

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