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El hombre es dios, desdoblación de él .

Para iluminar su creación, necesita del hombre, pues es el hijo


que ha de crecer hasta sentarse “a su diestra”. Pero el hombre, que es un producto de la naturaleza, el
más alto y mejor, sin embargo, se rebela contra ella, ya pareciera no lo fuera.

He ahí los males del hombre occidental, desde la barbarie de la guerra hasta los silicios del alma
individualista; aun con el lavado de cerebro del cristianismo y la mecanización del iluminismo, sigue
estando dañado, pervertido, se levanta contra el cielo, es caprichoso, es fatalista en esencia. Su ámbito
es la autodestrucción, la rebeldía, fuente bíblica del de su condena, es trasgresor de la ley. En su trabajo
de dar luz a las tinieblas del creador ha ido más lejos: le ha dado la luz de su propia alma, la ha
embellecido de manera superlativa, pero de una forma no proyectada, criminal. Ha convertido su
destino en tragedia, espejo de su verdadera condición, algo que no agrada a dios, pues va más allá de la
potencia de su parco e insuficiente intelecto y obra.

“Me corté la cabeza, y he aquí que no morí, sino todo lo contrario”

“Elijo mil veces ahogarme en las tenebrosas y oscuras miasmas de mi soledad, que retozar en el trono
del Cielo junto a dios”

Así habla el hombre que ha descubierto el Secreto detrás de su existencia. La locura de lo divino lo ha
seguido hasta aquí, pero lejos de acercarlo a la realización, acontece una monstruosidad ante el
Universo: su genio se ha emancipado de control de los planetas y las estrellas. Yendo en búsqueda, así,
de otro distinto Señor, intrigado de las profundidades de su propia pasión. De Sí Mismo.

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